Dos
señoras gordas hablan del país
“¡Lo que le hicieron a Nelson Castro es gravísimo. No lo puedo tolerar…! Quiero
que hablemos de este tema porque no es posible que vuelvan a ocurrir estas
cosas”.
Por Claudio Díaz*
Una Norma Aleandro indignadísima, casi al borde de la histeria, llama por
teléfono a Magdalena Ruiz Guiñazú para expresarle su angustia por la situación
del conductor radial que se ganó el afecto de un sector de la tilinguería
informada con su particular estilo: el de una vecina de barrio que en la cola
del almacén se queja de que todo lo que pasa a su alrededor (el aumento del
tomate, la escasez de monedas, la sequía) es culpa del gobierno.
Ese contacto de la actriz, narrado por la propia Magdalena, derivará en una
charla entre ambas en la casona que aquella tiene en Belgrano. Y saldrá
publicada en la edición de Perfil del 8 de febrero. Es una conversación
deliciosa, llena de complacencias y guiños afectuosos (como corresponde a dos
buenas amigas), que nosotros sólo nos animaremos a interrumpir cuando
consideremos que se impone meter un bocadillo.
“Todo esto me parece muy grave –explica Norma- porque tenemos una experiencia de
vida que nos lleva a reaccionar. Me refiero a los que estamos por la República y
la democracia (…). Lo de Nelson Castro colmó mi resistencia. Por eso te llamé:
porque quería enterarme bien de cómo habían ocurrido las cosas. Yo no conozco a
Nelson Castro. Es una persona a quien respeto, como respeto a otros periodistas
que no son partidistas sino que tratan de mostrarnos la realidad”.
Como Magdalena permanece callada, uno aprovecha para meterse en el medio de la
charla y preguntarse (aunque no vaya a obtener respuesta) cuándo estas dos
mujeres estuvieron por la democracia. La actriz se fue a España hacia 1975 tras
denunciar que había sido amenazada por la Triple A. Volvió a la Argentina a
mediados de 1976 y trabajó en cine y teatro sin que nadie la persiguiera. La
periodista, en tanto, hizo de sus giras mundiales con el programa Videoshow su
gran aporte al conocimiento de lo que pasaba en nuestro país en aquellos años. Y
en 1980 participó junto a otras colegas de la recordada entrevista al ministro
del Interior, Albano Harguindeguy, a quien protegió con un candor de virgen.
Gracias a los archivos podemos recordar un pasaje de aquella jornada memorable.
Magdalena decía entonces que en los noticieros de la televisión argentina había
autocensura y que mucho de lo que salía al aire estaba controlado. ¡Epa! Miren a
la Ruiz Guiñazú… ¡Qué “ovarios”, señores…! Aunque no quieran creerlo así
denunciaba lo que pasaba: “Le voy a dar un ejemplo, señor Ministro: el año
pasado hice una nota especial en el Congreso de Ginecología, donde se debatió la
importancia de la píldora. ¡Y no me lo dejaron pasar…!”. Ah, era eso… Bueno,
algo es algo. Así y todo, el general se enojó un poco por lo que le dijo la
jugadísima periodista. Pero Magdalena lo calmó con esta caricia: “No queremos
que usted crea, señor ministro, que estas son acusaciones en contra suyo. Son
simplemente comentarios que le hacemos para que sepa qué es lo que a veces se
dice y piensa…” (ver Para Ti, 14 de agosto de 1980).
Pero sigamos presenciando el “te-canasta” de estas dos señoras gordas en
Belgrano “R”. Continúa hablando Norma… “Te repito: hay muchas cosas que me
parecen muy graves. Esta última de Castro es, definitivamente, taparle la boca a
alguien que no está de acuerdo con algunas acciones del gobierno. Por eso ayer
tomé el teléfono y te llamé, porque sé que me ibas a contar la verdad del
asunto. Cuando hablé con vos me intranquilicé todavía más, porque me dí cuenta
de que los hechos no eran solamente una sensación mía, personal, porque no había
mediado ninguna pelea con los dueños de Radio del Plata sino que, con un
contrato todavía vigente, habían dejado afuera a este señor, que es un
periodista respetable”.
-Pensé que realmente estabas muy preocupada…
-Por supuesto. Y creo que estas cosas merecen que todos nos preocupemos.
El foco de la charla sigue haciendo centro en asuntos que las dos amigas no
dudan en vincular a actos de censura y persecución del gobierno contra los
adalides del periodismo independiente. Lástima que en ningún momento, ni la
actriz ni la conductora radial traen a colación la denuncia del periodista Chavo
Fucks, de la misma Radio del Plata, quien no tuvo problemas en contar que Nelson
Castro se hace víctima de una supuesta censura cuando en realidad lo que buscó
es que le aumentaran de forma desmedida el ya de por sí desmedido sueldo que
percibió durante 2008. ¿Quieren saber de cuánto hablamos? Hasta diciembre
pasado, Castro cobraba 110 mil pesos por mes. A partir de enero de este año
pretendía 225 mil…
Dice Aleandro: “Nunca hemos tenido en estos años de democracia cosas tan graves.
Tergiversar y manipular la realidad… Considerar enemigo al que no piensa como
uno…”. Se ve que no recuerda la persecución del Grupo Clarín a Liliana López
Foresi, echada sin miramientos y hasta amenazada por no callarse la boca cuando
en los ’90, desde el noticiero nocturno de Canal 13, trataba de desentrañar la
traición del menemismo. Y eso por no hablar de las otras tergiversaciones y
manipulaciones que los medios privados producen a diario.
Mientras tanto, Magdalena, que para demonizar a los gobiernos peronistas es una
santa, contribuye a ensombrecer esta atmósfera de “listas negras” del
kirchnerismo al apoyar las palabras de aquella con un… “Vos, particularmente,
has vivido en carne propia lo que significan la censura y el exilio”. Con lo que
ya podemos imaginar el próximo escenario de nuestra prensa independiente. Nelson
Castro, que sufre tanto la censura que tiene su programa semanal de TN y escribe
para Perfil, podría viajar todas las mañanas hasta Montevideo (o a Colonia, que
es más pintoresca) para realizar su programa de radio, y así tener un espacio
desde el cual denunciar lo que no le dejan de este lado del Plata. Sí, una
suerte de medio exilio en Uruguay, igualito que en la época de Rosas o de Perón,
cuando nuestras clases ilustradas eran perseguidas por los tiranos depuestos.
Continúa la conversación. “A mí me parece que lo que está pasando, como
distorsionar la verdad o prohibir a gente en su trabajo por desacuerdos
políticos, son cosas gravísimas, pero que también preanuncian algo peor.
Entonces creo que hay que estar alertas, hacer lo que se pueda para revertir la
situación o, al menos, para que nos escuchen. No nos podemos quedar quietos en
casa sin hacer nada”.
-Es como para preguntarnos: Norma, ¿qué nos pasa a los argentinos que
cíclicamente caemos en la tentación autoritaria?
El llamado de la actriz a cerrar filas contra el “demonio” que nos gobierna,
como asimismo el respaldo de la anfitriona a lo que sin duda es una descabellada
visión sobre la realidad argentina, suenan preocupantes. ¿De qué están hablando
estas mujeres? ¿Es que acaso estamos en presencia de una dictadura?
Para colmo, ya casi en el final del encuentro, ambas se quejan de que a los
argentinos les falta “cultura democrática”. Norma Aleandro repite esos trillados
conceptos de manual de escuela primaria. Se lamenta de que “¡nos escamotearon a
Sarmiento! Yo iba al Normal Nº 9. Cantábamos el Himno a Sarmiento al llegar y a
la salida, pero de Sarmiento, de sus libros y de sus ideas en las que explicaba
cómo podría evolucionar el país, poco y nada. Nos quitaron cosas que podrían
habernos dado una educación democrática”.
Avísenle que el fondo de época de los prohombres de nuestro liberal-cipayismo
era el que marcó a fuego el gran maestro con su lengua hecha látigo y su pluma
de plomo. Verdadero apologista del terror que escribió cosas como aquella de:
“Costumbres de este género (se refería a la forma de vida de los gauchos y su
manera de interpretar el país) requieren de medios vigorosos de represión, y
para reprimir desalmados se necesitan jueces más desalmados aún (...).
Y eso por no recordar esta otra muestra de civilización y democracia.
“¿Lograremos exterminar a los indios? Por lo salvajes de América siento una
invencible repugnancia sin poderlo remediar (...). Esa canalla no es más que
unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro
y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de
progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se les debe
exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo
al hombre civilizado” (En El Progreso del 19 de mayo de 1857).
El te ya está frío. Y la conversación, que todavía tiene algunos pasajes más, ya
no se aguanta. Es suficiente. Así hablan dos señoras gordas de la ilustrada y
reputada Buenos Aires. No, claro que no tienen el grueso perfil de una Carrió o
de una Stolbizer. Pero en el fondo, Aleandro y Ruiz Guiñazú son como ellas. Dos
señoras gordas de billetes, de filosofía liberal, de vanidad racial, de
ignorancia.
* Periodista, profesor de historia y escritor. Entre
sus títulos se encuentran el “Manual del antiperonismo ilustrado”, “La
ultraderecha argentina” y “La prensa canalla” (compilador). Obtuvo tres Martín
Fierro (1992, 1993 y 1995) al mejor servicio informativo por el noticiero de
Radio Mitre, del cual fue productor entre 1991 y 1997. Trabajó en La Razón, El
Periodista, El Porteño, Línea y Clarín. En 1988 le otorgaron el Premio
Latinoamericano de periodismo José Martí.
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