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Abós,
Abós:
qué progre sos…
Por Claudio Díaz*
El saldo más doloroso que dejó la dictadura de mercado no se percibe tan solo en
la enorme cantidad de argentinos eliminados por el poder económico. A eso hay
que sumarle el deprimente cuadro de liquidación en que quedaron algunos
“productores de ideas” que en este nuevo siglo -abrumados por la presión de las
grandes marcas- decidieron tirar la toalla… Son los tristes retazos de un pasado
que los tenía abriendo las vidrieras populares con su oferta de lucha y gloria.
Viven, todavía respiran. Pero como hombres del pensamiento hoy se encuentran en
estado vegetativo. Parecen maniquíes. Y lo más penoso es que se dejan poner el
respirador artificial por los autores intelectuales del vaciamiento más atroz de
nuestra historia.
Miren cómo terminó Alvaro Abós… El escritor y periodista que pensaba en clave
nacional, que reflexionaba sobre “El poder carnívoro” (el de las corporaciones
del capitalismo salvaje) y “La columna vertebral” (para remarcar la
trascendencia del sindicalismo en la Argentina) ahora se dedica a rastrear cómo
consiguió Eichmann un pasaporte para entrar a la Argentina. O se distrae
compilando historias del género policial. Banalidades propias del espíritu de
estos tiempos que, con todo, no serían el punto más cuestionable. Si hay algo
más reprochable es que, cada tanto, Abós se predispone con muchísimas ganas para
ir al mausoleo de Mitre a dejarse acariciar por los encantadores de serpientes
que envenenan el medio ambiente.
Portarse bien con el establishment… Y prestarse a su juego. De eso se trata. Es
la segunda vez en poco más de un año que Abós pone su creatividad al servicio de
La Nación. En setiembre de 2007, en vísperas de las elecciones, acuñó para el
diario una definición muy celebrada por los académicos liberales: “democracia
conyugal”. Se refería a la de los Kirchner, por supuesto. Aquella vez fundamentó
la teoría de que la Argentina había ingresado en la era de la monarquía, con el
Príncipe Néstor y la Princesa Cristina. Ahora, Abós acaba de avanzar un paso
más. Según dice en una entrevista que publicó ese diario el 7 de enero, “estamos
en presencia de un cesarismo conyugal”. Y hasta amplía el marco de este nuevo
sistema, al que ubica en el período del “paleoperonismo”, que vendría a ser un
peronismo antiguo.
¡Qué agudo, qué ingenioso este Abós! En qué consiste ese “modelo” lo explica el
mismo con estas palabras: “caudillista, clientelista y demonizador del
disidente”. ¡A la pucha!, en una sociedad sana, horizontal, generosa y
democrática como la nuestra, ese peronismo de las cavernas se la pasa poniendo
trabas para arruinarle la existencia a los argentinos de bien. Un mal endémico
que explicaría por qué el progresismo queda sepultado bajo la vetusta idea del
movimiento nacional.
¿Qué cazzo es el progresismo?
A esta altura del discurso político en boga cabe la pregunta… ¿Qué corno es el
progresismo? Por cierto: convóquese de una vez por todas a politólogos,
sociólogos e intelectuales en general al gran debate argentino. Sí, hay que
dilucidar el gran enigma nacional… A la espera de definiciones nos arriesgamos a
aventurar algunas inquietudes… ¿Será ir a los recitales de Mercedes Sosa?, ¿o
apoyar los casamientos entre personas del mismo sexo?... ¿Tal vez creer que las
asambleas barriales son el nuevo motor de la revolución social?
Por lo pronto, Abós arrima algunas aproximaciones: en esta Argentina todavía en
bolas (una adolescente a la que le quieren sacar rédito las madamas imperiales,
los cafishos del poder económico y hasta tarjeteros de publics relations), “el
progresismo es el voto electrónico, las internas partidarias y la eliminación de
la lista sábana…”. ¡Hop, hop…, maravilloso!; como decía el casto Portal hace dos
décadas. Los buitres deben matarse de risa cuando leen las preocupaciones de
Abós en su diario de cabecera.
Al igual que muchísimos intelectuales que hace cuatro décadas se llenaban el
alma y el cuerpo de revolución, Abós es otro de los que se puso el uniforme de
dermatólogo… Sí, se encarga de proteger la sensible piel del establishment. El
kirchnerismo le provocó muchos sarpullidos, y el escriba -como parte de esa
troupe de leones domados- sale a buscar una crema para suavizar el ardor
liberal. Por eso se pone furioso con la posibilidad de que el gobierno compre
diarios y canales de TV, tal como le manifiesta a la periodista que lo
entrevista. ¡No sea tonto, Abós…! Deje al Grupo Clarín y a La Nación que saquen
la cara por sus negocios. ¿Desde cuando cree que el “periodismo independiente”
tiene interés en defender a la gente de a pie?
Claramente devaluado como pensador disidente del relato oficial de los ’60 y
’70, hoy Abós analiza la política bajo la matriz de la democracia colonial. Y
recurre a una axiología que lo emparenta con esos carcamanes que corren a la
historia con la Constitución modelo 1853 en la mano. Así, afirma que “la
resistencia peronista luchaba por la vigencia del sufragio, para recuperar la
democracia”. Con lo que busca limitar el verdadero alcance que tuvo aquella
gesta. Si cientos de miles de argentinos desafiaban entonces la proscripción y
la persecución era para recuperar a Perón y a su política que, de más esta
decirlo, representaban algo mucho más concreto que la boleta electoral.
También es exiguo cuando recorta al peronismo sólo como “motor para la justicia
social”. Contradictorio, imperfecto e impuro (vayan estas caracterizaciones para
cierto ideologismo que pretende buscar virginidad de conceptos donde no cabe),
lo que este movimiento se propuso y de hecho consiguió fue crear un nuevo
sistema político, en ese entonces inédito en la Argentina y aun en varias partes
del planeta. Si bien la búsqueda de la justicia social fue el leit motiv de su
aparición en el mundo de la posguerra, la idea peronista abarcó un espacio mucho
más trascendental, como fue el de concebir una nueva manera de servir a la
humanidad.
El quijote de la marcha
Para Perón, el paso del hombre por la tierra debía darse sobre el desarrollo
armónico entre el ser y el tener (ahora es nada más que tener); en el disfrute
de algunas cosas materiales e incluso en su posesión, pero no más que las
imprescindibles, las que se necesitan para asegurar un mínimo de bienestar.
Esa idea sencilla de repartir la riqueza y los bienes para asegurarle a la
persona lo indispensable, Perón la llevó a la práctica. Y por eso su actitud y
búsqueda política quedará grabada en la historia argentina como la era del
Justicialismo. Es que nada lo indignaba más que el egoísmo. Porque el no
compartir lleva a la injusticia. Y la lucha por superarla, a la falta de
armonía. Que casi siempre termina en la violencia y el desorden, que es lo mismo
que decir: en el no disfrute de esas mismas cosas materiales que se desean para
todos.
En un tiempo en que las tres cuartas partes de los hombres y las mujeres del
mundo no podían decidir su destino por sí mismos, ya que a los pueblos les daban
a “elegir” entre la medicina capitalista imperial y la comunista, él rompió con
esas falsas opciones y optó por crear un modelo de Nación que fuera dueña de sus
actos. Por eso pensaba que si nuestro país, como proyecto que un pueblo se da
para existir en la historia política, no era capaz de tomar sus propias
decisiones y de construir por sí solo su futuro y su destino, la vida no valía
la pena ser vivida. Y llevó adelante esa idea. No sólo para hacer valer el
derecho a la independencia y la soberanía que nos asiste como pueblo, sino
además por el chantaje al que se veían sometidos los países para cuadrarse ante
dos modelos, dos formas de ver la vida patéticamente materialistas y
deshumanizadoras, que llevaron a que el hombre deje de ser eso para pasar a
convertirse en un número, una ficha en el ajedrez del tablero político, un
robot, es decir: la nada.
Abós, que supo beber de esa fuente, ahora apaga su sed con algún trago más sofá.
Los desafíos de hoy “son terminar con la pobreza (estamos de acuerdo),
modernizar el Estado-dinosaurio (¡¡¡este es el discurso de los 90, con Neustadt
y Alsogaray de voceros!!!) y hacer de la cultura y la educación instrumentos de
convivencia” (?). De modo que poner en caja a los que producen la pobreza no es
importante. Y tampoco poner la cultura y la educación (o sea: la formación de
nuestras clases dirigentes, la elaboración de un pensamiento propio y no
importado) al servicio de un proyecto que le permita a la Argentina ser libre
para ser justa con sus 40 millones de hijos.
Como teorizador del “paleoperonismo” no falta en su examen clínico la referencia
a los temibles barones del conurbano. Simpática figura esta de los barones. El
mediopelo argentino ya la ha incorporado a su diccionario ilustrado como
sinónimo de mafia, puteríos, droga y negociados. No hay barones en la Capital
Federal. Tampoco en aquellos distritos bonaerenses donde mandan los duques de la
transparencia y el progresismo, como el políticamente correcto Martín
Sabbatella. Es que para ser barón se requiere de una condición natural: haber
nacido en el peronismo.
Tampoco hay barones en el gran empresariado ni en la oligarquía periodística. Y
menos que menos en las embajadas o en las logias que operan en contra de la
Argentina. Hasta en eso el kirchnerismo no practica el progresismo. En lugar de
juntarse con los sectores de avanzada del modernismo, como hicieron Alfonsín,
Menem y la “Alianza para el Progreso” de De la Rúa y Chacho Alvarez, el
matrimonio elige de socios para la aventura populista a los impresentables
barones del PJ y a los burócratas de la CGT.
Para Abós, el otro problema que afronta el país es que “hay demasiadas voces que
casi nadie escucha”. Y debe ser así nomás. Sobre todo si se repara que (entre
los que “tienen la palabra”, los que proponen “otro tema”, los que invitan
“desde el llano” a escuchar “a dos voces” y a practicar “el juego limpio”, los
que tienen “código político” y, en fin, “palabras más, palabras menos…”) la
gente, al fin y al cabo, termina escuchando los apocalípticos timbres de voz de
siempre: los de Carrió, los de Macri, los de Stolbizer, los de Chiche Duhalde,
los de De Narváez, los de Solá, los de Morales, los de Binner… ¿No será,
entonces, que el hombre común no quiere oír esas voces porque ninguna lo motiva
a creer que realmente quieren hacer algo por él y por el país?
El Abós del siglo XXI, con su denuedo para alcanzar una “democracia plena” (es
decir: no kirchnerista), parece un barco viejo y vencido que arroja por la
borda, como pesado lastre, la carga nacional que supo llevar hace algunas
décadas. En ese sentido, Abós se “alvarizó”; sus ideas se parecen cada vez más a
las del otro Alvaro famoso. Y así acaba por pensar como el prócer liberal: la
democracia es votar y... esperar, que Dios proveerá. Eso sí que es política
representativa y transparente, alternancia en el juego democrático, seguridad
jurídica y “Estado serio y responsable”, como sostiene en La Nación.
Nadie asegura, porque la lucha será indudablemente cruel y mucha, que la
Argentina algún día deje de estar “conta-minada”: de ideas antinacionales y de
las trampas cazabobos que el establishment sembró en el terreno en el que nos
movemos. Cuando se pueda empezar a superar ese tramo tal vez llegue el momento
de crear otro reglamento que permita la participación de todos los jugadores, no
la de los pocos de siempre. Hablamos de otra democracia. Más real, de carne y
hueso... Que a Abós y a su clientela puede no gustarles porque es -como había
dicho un mes antes de las elecciones de 2007- “conyugal”. Pero que en una de
ésas tal vez tenga más encarnadura en la gente si es que se plantea prohijar
verdaderos valores de justicia social. Porque la única verdad es que las
democracias que supimos parir desde 1983 fueron terriblemente guachas.
*Claudio Díaz es Periodista, Profesor de Historia y Escritor. Trabajó en
La Razón, El Periodista, Línea y Clarín. En 1988 le otorgaron el Premio
Latinoamericano de Periodismo José Martí. Entre sus libros se encuentra el Manual del antiperonista ilustrado. Obtuvo tres Martín Fierro al mejor servicio informativo por el noticiero
de Radio Mitre, del cual fue productor.
www.elortiba.org