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35
años después... Martín Mozé
"Agradezco a los que me ayudaron a reconstruir el rompecabezas de mi
historia", dijo Martín Ernesto Mozé Acosta luego del fallo en que la Cámara
de Familia le otorgó el derecho a usar el apellido de su padre, Miguel Angel
"Chicato" Mozé, recordado referente de la Juventud Peronista de Córdoba y
uno de los primeros presos políticos asesinados durante la dictadura en el
penal de barrio San Martín.
Alegría y emoción en Martín y en su mamá Olga después de conocerse el fallo
Ampliar imágenes
Por Alexis Oliva - Prensared
Con unos cuantos años más de edad que los 27 que tenía su padre al ser
asesinado el 17 de mayo de 1976 en el primer fusilamiento colectivo de
presos políticos perpetrado por la dictadura militar en Córdoba, hoy -por
fin- Martín pudo obtener su identidad completa: Martín Ernesto Mozé Acosta
(Ver Necesito que en mi documento diga Mozé).
Hoy -por fin- Martín pudo añadir al apellido de su madre, Olga Acosta, el de
aquel militante peronista y revolucionario del que acaso guarda un recuerdo
difuso, tan difuso como nítida es la dedicatoria que Miguel Angel Mozé
escribió "para mi querido hijo Martín" en una tarjeta navideña que salió de
la Unidad Penitenciaria N° 1 de barrio San Martín escondida entre los
pañales del niño.
Esa tarjeta, recuerdo de aquella Navidad de 1975, la última en que Miguel
podría ver a su hijo y la última de su vida, fue una de las tantas pruebas
que apuntalaron este fallo de la Cámara de Familia de Primera Nominación de
Córdoba que hoy -por fin- reconoció a Martín su filiación pos mortem con
aquel ex seminarista que abrazó la opción revolucionaria en la organización
Montoneros y llegó a ser titular de la Juventud Peronista de Córdoba durante
los años de la "primavera" sententista (Ver El hijo olvidado).
La primavera revolucionaria mutaría en invierno represivo y lo privaría de
ese padre que no alcanzó a reconocerlo "legalmente", porque los asesinos de
Luciano Benjamín Menéndez podían darse el lujo de matar hasta los
prisioneros "legales".
Pero hoy -por fin- el Estado democrático por lo menos concedió a Martín el
derecho a usar el apellido de aquel joven al que el Estado terrorista
asesinó.
Quizás hoy -por fin- este joven de 35 años, idéntico hasta en los anteojos
al "Chicato" Mozé, haya podido aclarar estas paradojas antes de dirigirse al
enjambre de periodistas -tantos como solía convocar su padre cuando era "el
jetón de la JP"- que lo aguardaban en el hall de los Tribunales de Familia
para estrenar su flamante y completa identidad: "Hoy se ha hecho justicia,
35 años después. Por una cuestión de seguridad y protección, no tuve el
apellido Mozé, que era el que me correspondía. Y hoy la Justicia ha
restituido mi verdadera identidad. Yo no he sido un niño apropiado, como
otros compañeros, y gracias al trabajo de Abuelas, de Marité Sánchez (su
abogada) y a mi madre que me ha criado y me ha cuidado, gracias al
reencuentro con mi familia paterna a la que también le agradezco, y a todos
mis amigos compañero de HIJOS, de Hermanos, de Familiares y a todos los que
me han ayudado a reconstruir este rompecabezas de mi historia".
"Estoy totalmente agradecido de todos y aprovecho ahora para que se sepa que
hay más de 500 niños apropiados, que no tuvieron la suerte que yo de saber
su identidad, y los seguimos buscando. Si tienen alguna duda por favor que
se acerquen a Abuelas, a Hermanos, a los organismos de derechos humanos,
porque los estamos buscando y necesitamos justicia. No solamente en la
restitución de la identidad y la búsqueda de nuestros hermanos, sino también
en las causas que este año por fin llegarán a su luz, como el juicio de la
UP1, donde fue fusilado mi padre. Esperamos justicia, por él y por los
treinta mil compañeros desaparecidos", finalizó Martín Ernesto Mozé Acosta,
antes de abrazarse primero con su madre y luego con cada uno del centenar de
compañeros suyos y de aquel otro joven del que -por fin- pudo heredar el
apellido.
Detrás quedaron la obligada clandestinidad, los abnegados silencios, las
incómodas preguntas infantiles, los dolorosos desencuentros y un proceso
judicial en el que desfilaron doce testigos -militantes de ayer y de hoy,
familiares, amigos y periodistas- para traducir en derecho lo que era una
verdad de hecho, tan evidente como el parecido físico, tan incontrovertible
como la frase escrita en aquella tarjeta de Navidad, tan ensordecedora como
el aplauso que coronó esta jornada.
Tal vez ahora -por fin- el Estado democrático también le permita a Martín
ver pagar sus culpas a los asesinos de su padre.
http://www.prensared.com.ar/indexmain.php?lnk=1&mnu=2&idnota=5286
“Necesito que en mi documento diga Mozé”
Martín (35) es hijo de Olga Acosta y de Miguel “Chicato” Mozé, líder de la
Juventud Peronista en los años 70. Está a un paso de recuperar su identidad
como hijo legítimo del ex seminarista y dirigente montonero. “No basta con
ser parecido”, sostiene mientras espera confiado un acto reparador por parte
de la Justicia que el 26 de febrero dictará sentencia.
Por Katy García - Prensared
Miguel Ángel Mozé, su padre, en los años setenta fue jefe de la Juventud
Peronista, Regional Tercera de Córdoba y Militante montonero. Es uno de los
30 presos políticos asesinados por aplicación de la llamada Ley de Fuga, en
la Unidad Penitenciaria Nº 1, juicio que será ventilado este año y del que
Martín, su hijo, es querellante.
Tenía cuatro o cinco años, no recuerda si fue en el Jardín de Infantes o en
primer grado cuando de regreso a la casa, a boca de jarro le preguntó a su
madre, Olga Acosta: "¿A quién le hago la tarjeta del Día del Padre?". Hacía
varios días que junto a sus compañeros pintaban un dibujo para regalarles a
los padres en su día.
Su madre, no dudó en responderle con la verdad. Pero una verdad a la medida
de su edad. En aquél momento, supo que lo habían matado unas “personas
malas”. Ese relato sencillo, como un cuento dirá Martín, le trajo
tranquilidad. Pero debía guardar ese secreto. Si alguien le preguntaba por
su padre, la respuesta sería que “murió en un accidente”.
Años más tarde, le explicó que “por cuestiones de seguridad y por una
decisión compartida con su padre, no debía llevar su apellido”.
La familia materna con quienes vivía estaba conformada por sus dos abuelos,
los tíos Federico, Carlos y Leticia -su madrina- y la mamá. Fue el primer
nieto de una familia donde lo único que abundaba era el afecto. Por la rama
paterna, estaban los abuelos Ángela y Andrés, la tía Miguelina y Miguel su
padre.
Cursó el primer ciclo del secundario en el colegio Luis María Robles y
concluyó los estudios en la escuela República de Francia. Egresó como
técnico electrónico y desoyendo la voz materna que le sugería el camino de
las ciencias sociales, eligió la carrera de ingeniería, que dicta la
Universidad Tecnológica Nacional. Al cabo de dos años, era alumno de la
Escuela de Ciencias de la Información (ECI). Una circunstancia, hará que
este cambio sea clave.
- ¿Cuándo te alejás de aquella versión de la infancia y querés saber más?
- Fue entre los 14 y los 15 años. No dimensionaba quién era mi padre, su
figura pública. Un día, entro al Cispren a ver una muestra fotográfica y veo
por primera vez una foto de mi Papá. Hablaba en un acto del 29 de mayo del
'73, junto a Atilio López, Agustín Tosco y Osvaldo Dorticós (entonces
presidente cubano). Eso fue lo que me pinchó a empezar a buscar, a
preguntar. Fue un proceso muy, muy lento.
La abuela paterna sabía de su existencia. Tuvieron encuentros fugaces en
Villa Giardino. Recuerda que allí jugaba con sus primos. “Mi abuela era
alguien que me regalaba algo, pero no me hablaba mucho”, recuerda con
tristeza.
En esa búsqueda por conocer datos sobre su padre, se encontró con muchas
personas que le decían “sos igual al Chicato” y le contaban historias
memorables sobre él. “Para mí era un desconocido al que admiraba. Aunque
tuvimos contacto hasta los tres años y medio. Incluso entré a la UP 1 como
familiar de otro preso y estuve con mi Papá”, evoca y se le iluminan los
ojos.
Luego comentó que “una de las primeras personas que me ayudó a reconstruir
la imagen de mi padre fue Vitín Baronetto. Me acuerdo que juntó a todos los
ex seminaristas y me llevaron con su esposa Norma a un encuentro sorpresa.
Todo fue muy fuerte, muy cargado de emoción y de recuerdos heroicos”,
En 1994, un hecho doloroso que prefiera callar lo paralizó y abandonó toda
averiguación. “Estaba muy solo, no era algo que podía expresar públicamente
y no quería causarle dolor a nadie”, cuenta. En esa época, Marité Sánchez,
le aconsejó que siguiera. Pero no lo hizo.
En el ’96, tuvo un acercamiento a la Agrupación HIJOS, pero “tenía más
llegada con Familiares (de detenidos y desaparecidos por razones políticas),
especialmente con Miguel Apontes y empiezo a colaborar con ellos”.
De cuerpo entero
En 2000, concurre junto a un grupo de jóvenes a un Festival de Cortos del
último año de la carrera de Cine. "Había que mirar 50 cortos. Nosotros
íbamos a ver el realizado por Mauro, un amigo". Para su sorpresa, uno de los
filmes que presentan unos jóvenes volvería a acicatearlo. “Revolvían unas
latas con películas y preguntaban ¿qué hacían los jóvenes en esa época? Y
aparece la frase Luche y Vuelve y comentan que fue creada en 1973, por
Miguel Mozé. Y ahí, Aparece mi Papá, en una pantalla de tres metros y lo veo
por primera vez, de cuerpo entero y escucho su voz. Estaba junto a (Mario)
Firmenich, y (Roberto) Quieto. Entonces, me decían ¡sos vos! Es mi viejo,
dije. Nos abrazamos y no paré de llorar”.
Esa imagen en la pantalla reactivó su deseo de saber más. Devoró libros de
historia, viajó al Foro Social Mundial que se realizó en Porto Alegre y
durante un año recorrió diferentes países de Sudamérica. Al regresar, se
entera que dos amigos de su padre habían estado en Argentina.
Entonces, Emiliano Fessia, su “amigo del alma”, le presta el dinero para que
viaje y pueda reconstruir su historia y la de su padre. En España cambió su
vida radicalmente. Se enamoró, trabajó duro y terminó la carrera de
dirección cinematográfica, en Barcelona.
Puso en marcha la realización de un documental con todos los amigos y
compañeros de su padre. Durante largas horas de filmación y entrevistas
apologéticas sobre el Chicato, “tuve que cambiar la estrategia para lograr
humanizarlo, porque todo era heroísmo”, reflexiona. Una escena final espera
ser filmada. Como era de esperar, está ligada a la recuperación de su
identidad.
- ¿A propósito, era seminarista tu padre?
- Varias veces me preguntaron sobre ese tema. Es un error de lectura. Fui
concebido en enero del 1973, cuando mi padre estaba fuera de la Iglesia. Soy
hijo de un militante político, que fue seminarista y se alejó de la Iglesia
porque en sus reivindicaciones ya se estaba yendo.
Leticia, la madrina, fue quien lo alentó a seguir el juicio por el apellido.
Se trata de un juicio testimonial, porque el cuerpo de Miguel fue entregado
en cajón cerrado. Marité Sánchez, abogada de Abuelas de Plaza de Mayo, lo
tramita.
Hace 14 años que viene luchando por esto y ahora que llegó el momento se
siente extraño. “Estoy muy ansioso, tengo miedo y a la vez estoy seguro”,
confiesa distendido.
- ¿A qué le tenés miedo?
- Fue un largo y lento proceso. Lo llevaba con normalidad, pero ahora estoy
nervioso, y por ahí digo ¿y si sale mal?
- ¿Que sería que salga mal?
- No tener el apellido de mi padre. Para mí tiene un valor simbólico que
intentaré explicar. Creo en la justicia, en el sentido de que debe reparar
un daño. Creo que lo hubo y que el juicio por mi identidad es un acto
reparador. Porque no basta con que todos sepan y me digan "qué parecido que
sos al Chicato". La memoria y la identidad se construyen. Necesito que en mi
documento diga Mozé. Si bien no me han robado la identidad como en el caso
de los niños apropiados, en algún punto no tuve acceso a la información
sobre mi identidad.
Para Martín la resolución de este tema es fundamental. Para proyectar su
futuro, armar una vida nueva, pensar en hijos y lugar de residencia. Para
por fin ser Martín Mozé.
(La biografía de Miguel Angel Mozé, publicada en la revista Umbrales -
Crónicas de la Utopía Nº 18 -agosto de 2006- con el título "El hijo
olvidado" fue presentada como parte de la prueba en el juicio de filiación
pos mortem iniciado por su hijo).
http://www.prensared.com.ar/indexmain.php?lnk=1&mnu=2&idnota=5247
El hijo olvidado
Treinta años después de su fusilamiento, la historia de Miguel Angel
“Chicato” Mozé, seminarista, jefe de la Regional III de la Juventud
Peronista y militante montonero, es un testimonio emblemático de una
generación de jóvenes que adquirieron sus ideales revolucionarios en el seno
de la Iglesia Católica y luego fueron demonizados y abandonados a su suerte
por una jerarquía clerical cómplice de la dictadura.
Por Alexis Oliva *
“Sólo le pido a Dios / que el engaño no me sea indiferente / Si un traidor
puede más que unos cuantos / que esos cuantos no lo olviden fácilmente”.
(León Gieco reveló hace poco que el destinatario original de esos versos de
Sólo le pido a Dios fue Juan Domingo Perón, porque “en España, Perón decía
‘si fuera joven estaría tirando bombas como los muchachos en Argentina’.
Pero cuando vino, se cagó en todos los muchachos y se juntó con la derecha
de (José) López Rega”).
“...(Raúl Francisco) Primatesta convalidó con su silencio el relato
encubridor del asesinato de quien se había formado bajo su autoridad. Entre
la ideología y el miedo, no había espacio para la verdad”.
(Horacio Verbitsky – Doble Juego – La Argentina Católica y Militar – 2006).
Julio de 1970. El seminarista Miguel Angel Mozé recibe un sobre. Adentro hay
una carta y varios escritos, donde una agrupación llamada Montoneros se
atribuye la autoría del copamiento de la localidad de La Calera y el
secuestro y ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu. Le ha llegado a él
y a otros compañeros con los que comparte una militancia cristiana
tercermundista que no alcanza a saciar sus ansias revolucionarias.
Enero de 1979. Angela Suša de Mozé recibe un sobre. Adentro hay una medalla
de oro y un acta de condecoración póstuma para su hijo: "Considerando que el
compañero Miguel Angel Mozé que ha dejado la vida en la defensa de los
intereses de nuestra Patria y de nuestro Pueblo es un ejemplo de la heroica
resistencia popular (...) La Conducción Nacional del Partido Montonero y
Comandancia del Ejército Montonero resuelve otorgar a este compañero la
condecoración ‘Al Mártir de la Resistencia Popular’ en su máximo grado, el
de Compañera Eva Perón". Firman los comandantes Mario E. Firmenich y Horacio
A. Mendizábal, y el segundo comandante Horacio D. Campiglia.
Entre un sobre y otro han pasado, además de ocho años y medio, muchos
muertos. Entre ellos, un Mozé que ya no era seminarista y mucho menos
sacerdote, que fue fusilado el 17 de mayo de 1976 junto a otros cinco presos
políticos.
El primero de esa historia ha sido Emilio Mazza, herido fatalmente en aquel
intento de copar La Calera. Los sacerdotes tercermundistas y el obispo de la
Rioja, Enrique Angelelli, han justificado la violencia de abajo; y está
preso el cura Fulgencio Alberto Rojas, sospechado de pertenecer a
Montoneros. Mozé y sus compañeros del Seminario Mayor de Córdoba sienten que
deben hacer oír su voz: "Morir por el Pueblo es la máxima opción del
cristiano y justamente el anuncio sin hipocresía del Evangelio y la acción
por la justicia que se gesta en el seno de nuestro Pueblo tienen como
consecuencia entrega total", afirman en un documento que se convertirá para
los firmantes en una lista negra.
La Iglesia que comenzará a abandonarlo a partir de ese documento, recibió a
Miguel Angel siendo un niño de cinco años en el jardín de infantes del
Instituto Nuestra Señora del Valle, de la ciudad de Cruz del Eje. Ya era
monaguillo cuando en cuarto grado se cambió al colegio de los Hermanos
Educadores de Bialet Massé, para pasar luego al Seminario Menor de Jesús
María.
Su ex compañero Luis Miguel Baronetto recuerda algunas características: "Era
muy pata dura para el fútbol; y eso era jodido, porque valías mucho si eras
buen jugador. Y era un tipo muy jetón, alegre y rompe huevos, diríamos, de
esos que animan cualquier fiesta. Eso compensaba sobradamente su incapacidad
futbolera, así que no era un desapercibido, sino muy tenido en cuenta.
Además, se distinguía por su interés y dedicación por todo lo que
significaba la reforma litúrgica".
El despertar
Ingresa al Seminario Mayor en 1967, año en que sus alumnos comienzan a
estudiar en la Universidad Católica. La experiencia dura apenas dos años,
porque la acelerada politización del estudiantado representa un peligro
potencial para los futuros sacerdotes. En la Católica, los ámbitos de
militancia son el Ateneo de Estudios Sociales y el Campamento Universitario
de Trabajo (CUT), con el que en 1969 Mozé viaja a la colonia aborigen de
Quitilipi, Chaco. En una entrevista del periódico cruzdelejeño Nuevo Tiempo,
describe la realidad que observó: "Viven casi exclusivamente del cultivo del
algodón. Éste es comercializado por intermedio de una Administración, de la
cual dependen ellos y, aquí se crea un círculo vicioso, dado que la cosecha
generalmente se la paga con las nuevas semillas; esto, sumado a los
alimentos racionados que durante el año sacan de la cooperativa (repartición
de la Administración), no les permite dejarles ninguna ganancia; muy por el
contrario, siempre quedan en deuda".
Su formación sacerdotal se complementa con trabajo social -en un principio
avalado por el propio Arzobispado- en parroquias de barrios populares
conducidas por curas del creciente Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo. Mozé y Roberto Vidaña -luego diputado nacional de Montoneros- van a
la parroquia de barrio Los Plátanos, a cargo de Erio Vaudagna. "Todavía se
gozaba de cierta libertad de opinión y elección, y los seminaristas elegían
a qué parroquia ir. Vidaña y Mozé me vinieron a hablar y yo acepté con
gusto. La actividad era netamente parroquial, con un sentido progresista y
de Iglesia de los pobres, en base a reuniones, debates y los sermones. Ellos
me dirigían la misa y formaban los grupos juveniles", recuerda el ex
sacerdote.
En ese tiempo van ocurriendo sucesos que estimulan una conciencia
revolucionaria que trascenderá la militancia cristiana tercermundista: la
aparición de la guerrilla, el Cordobazo, Vietnam, la irrupción de Montoneros
con la ejecución de Aramburu, la toma de La Calera y la muerte de Mazza, que
motivará aquel pronunciamiento que irritará al arzobispo Raúl Francisco
Primatesta. Sus firmantes serán retirados del Seminario por los titulares de
sus diócesis.
"En un momento descubre que desde la Iglesia ya no se podía avanzar más
-explica Vaudagna-. La Iglesia tenía que pasar a ser una institución que
dentro de un sistema socialista trabajase por profundizar ese socialismo.
Mientras tanto, su misión, la de un auténtico cristiano, estaba en lo
político. Y contra esa oligarquía aliada en el capitalismo al Ejército, la
opción que quedaba era la lucha armada. Vivir el cristianismo significaba
luchar por otro orden social. Y no se podía con elecciones, era con la lucha
armada del pueblo contra el sistema. Entonces, al surgir estos movimientos
que proponían la acción armada, ellos se enrolaron".
La ruptura
El obispo cruzdelejeño Enrique Pechuán Marín traslada a Mozé a la localidad
de Serrezuela para despolitizarlo, pero allí encuentra el mismo mecanismo de
explotación que conoció en el Chaco y comienza a concientizar y organizar a
los campesinos.
El 24 de septiembre de 1970, organiza en el salón del Pasaje España de Cruz
del Eje una entrevista pública entre un corresponsal de la revista Siete
Días y el cura tercermundista Abud Layús, con masiva convocatoria y amplia
repercusión en la prensa cordobesa. Tanto que el propio Layús rescata la
experiencia en su libro El Poder y la Sangre, donde refiere que Mozé había
querido traer a su ciudad natal las ideas que a él le habían cambiado la
vida. Layús cuenta que al final del debate el cruzdelejeño corrió a darle un
abrazo:
-Muy bien, Cura. Muy claro todo. Ahora debo enfrentar a Monseñor Pechuán,
que está furioso por haber organizado esta jornada y sobre todo por haberlo
invitado a usted.
También los terratenientes de Serrezuela están furiosos con el seminarista y
lo denuncian, por agitar a sus peones, ante el Obispo, que convoca a varios
curas de la diócesis a una reunión donde deciden que no se ordenará
sacerdote.
En 1971, vuelve a Córdoba y se muda con otros seminaristas a barrio Oña para
trabajar con las comunidades cristianas coordinadas por el cura irlandés
Antonio Gill. Allí crean la primera unidad básica de superficie de la JP en
Córdoba. En esa época, conoce a Olga Acosta, militante cristiana y de la JP,
con quien tendrá un hijo, Martín, nacido el 4 de septiembre de 1973. En el
libro Por la memoria, por la justicia, por un sueño, que cuenta la historia
de los fusilados en la Penitenciaría de Barrio San Martín, escribió un
relato que termina así: "Pido a gritos tu presencia para no morir sin
sufrimientos ni razones y no dejar tu mundo ni olvidar mis sentimientos por
vos, papá". Actualmente, Martín tiene 33 años y estudia cine en España. Hace
unos años, se reunió en Jesús María con los ex compañeros de Mozé en el
Seminario Menor. "Al verme, por mi parecido físico con mi padre, se
sobrecogieron y hasta lloraron", recuerda Martín, quien piensa hacer un
documental con eje en el difuso recuerdo de una visita que alcanzó a hacerle
con su madre en la cárcel.
En marzo de 1972, Mozé ingresa a la naciente Escuela de Ciencias de la
Información (ECI) de la UNC. En su legajo, al responder a "Se inscribió,
inscribe o reinscribe en otra carrera", marca "La abandonó". Pero su paso
por la ECI no figuraba en la placa que durante muchos años rindió homenaje a
los estudiantes asesinados o desaparecidos por la dictadura. Recién en marzo
de 2003, la entonces directora Marita Mata lo advertirá gracias a una
casualidad: "Yo recibí la demanda de la agrupación Arcilla de que buscáramos
los legajos de los compañeros desaparecidos, que por alguna razón nunca se
encontraron. Entonces, me fui a Despacho de Alumnos con la lista de los
compañeros que siempre han figurado en las placas y documentos. Pero después
de buscar con esa lista, al no encontrar algunos, me llevó a ver todos los
legajos porque pensé que podían estar traspapelados. Al revisar uno por uno,
de pronto veo la foto del Chicato. Y me quedé impresionada, porque no
recordaba que hubiera sido alumno. En esos años, Mozé era una presencia
constante en la Escuela, pero yo lo asociaba a su calidad de dirigente de la
JP".
El vértigo
28 de febrero de 1973. Ante un estadio de Talleres colmado, habla "en tono
enérgico y verba encendida, el joven Miguel Angel Mosse (sic), prologando la
palabra del candidato a la presidencia de la República" (La Voz del
Interior), un Héctor Cámpora que triunfará con el Frente Justicialista de
Liberación (Frejuli) el 11 de marzo. Mozé está en la cúspide, aunque al
convocar a trabajar por "la patria socialista" desde un sector de la tribuna
le silben y contesten: "¡No, la patria peronista!" (Diario Córdoba).
Son los mismos que el 13 de julio festejarán que Cámpora sea desplazado
cuando "sectores de derecha dieron un golpe que pretendió burlar la voluntad
popular", definirá el cruzdelejeño en una entrevista del diario El
Independiente de La Rioja. El 8 de septiembre, Mozé participa en la reunión
de Gaspar Campos, donde Juan Domingo Perón logra tranquilizar y “encuadrar”
a los líderes de Montoneros, FAR y JP.
El 17 de septiembre, El Independiente titula: "MOZÉ: ESTA ES LA ETAPA DE LA
TOMA DEL PODER". El dirigente aclara que las relaciones de Perón con la JP
nunca estuvieron interrumpidas, y afirma: "Gracias a la lucha de FAR y
Montoneros, esencialmente, y de la clase trabajadora hoy podemos cumplir el
anhelo de Perón Presidente. En la actual etapa de reconstrucción y
liberación nacional no se pierde el objetivo estratégico que es la toma del
poder con Perón en el gobierno, para construir, en definitiva, el socialismo
nacional", insiste.
El 23 de septiembre, triunfa la fórmula Perón-Perón. "Él siempre decía que
habían sido muy tontos -recuerda su hermana, Miguelina-, porque cuando
salieron de Gaspar Campos, no sé qué les dijo (José) López Rega y ellos se
rieron, como diciendo: ‘Miralo a este tonto, que se cree que tiene tanto
poder’. Y después con el tiempo, cuando pasa todo lo que pasa, él me decía:
‘Qué lástima que no nos dimos cuenta quién era’”.
La caída
22 de julio de 1975. 16,30 horas. Un muchacho con lentes de contacto charla
con el cadete apoyado en el mostrador en la corresponsalía del diario La
Opinión, en el 7º piso de Rioja 33, mientras aguarda que termine una reunión
el periodista Jorge Pérez Gaudio. De repente, una docena de policías de la
Dirección de Informaciones (D2) irrumpe en el local y reduce al joven, que
tiene un documento de identidad a nombre de Alberto Marull.
-¿Así que sos éste? Mirá vos, justo a vos te estábamos buscando...- se mofa
un policía.
-¡No señor! ¡Se están llevando a Miguel Angel Mozé, el delegado de la JP!-
interviene Pérez Gaudio. Un agente lo derriba de un empujón.
-¡Piro, salvame!- alcanza a gritar Marull-Mozé desde el ascensor.
Inmediatamente, el periodista recurre a los abogados Gustavo Roca y Lucio
Garzón Maceda, quienes presentan un habeas corpus y logran aclarar la
identidad del detenido.
"Diversos procedimientos se efectuaron con motivo de la detención de Mosé
(sic)", titula el Diario Córdoba del 26 de julio. La nota indica que "era
buscado desde hace varios meses, pues en ocasión de la liberación de Mario
Kember, presidente del directorio de INTI, se encontró en el lugar del
cautiverio la libreta de enrolamiento de Mosé (sic)". Y agrega que "los
primeros resultados no trascendieron para los medios de difusión, pero la
posibilidad de ubicar algunos de los centros operativos de la organización
autoproscripta, se habría diluido en gran parte, y se espera que un buen
número de los detenidos por sospechas de actividad subversiva recuperen sus
libertades tras aclarar sus situaciones personales", lo que no significa
otra cosa que Mozé fue torturado y resistió sin dar información, según
consta también en la documentación judicial y aseguran sus compañeros de
cautiverio.
Después de varios días en el Cabildo, un maltrecho Mozé va a parar a la
Unidad Penitenciaria Nº 1, a la celda uno del pabellón ocho, en el que están
alojados los militantes guerrilleros. Allí se reencontrará con su ex
compañero Baronetto y con su abogado Miguel Hugo Vaca Narvaja (h),
secuestrado por policías de civil en la escalinata de Tribunales, donde
realizaba un trámite relacionado la defensa del ex delegado de la JP.
En aquellos meses previos al golpe de Estado, un sistema relativamente
permisivo permite que durante el día las puertas de las celdas permanezcan
abiertas y en el pabellón se puedan realizar tareas manuales, recibir
visitas, leer, escribir y discutir política.
Todo terminará cuando, luego del 24 de marzo del ‘76, el Ejército se haga
cargo del penal e inicie un régimen implacable de requisas, incomunicación,
golpizas nocturnas, hambruna y asesinato.
Asesinato y encubrimiento
"Córdoba Debe Vivir con Tranquilidad", afirma el cardenal Primatesta en el
titular principal del Diario Córdoba del 18 de mayo de 1976. Tal vez después
de leer la crónica de su audiencia de la víspera con el general Jorge Rafael
Videla, en la que estrenó su condición de presidente del Episcopado, haya
pasado unas páginas y advertido algo que ocurrió ese mismo día: "Abatieron a
Seis Extremistas", dice el título. El comunicado del Tercer Cuerpo de
Ejército informa que cuando "una comisión policial trasladaba a seis
delincuentes subversivos (...) fue atacada por otros delincuentes que
ocupaban dos o tres automóviles con el evidente propósito de rescate,
abriendo fuego contra la comisión policial, la que reaccionó de inmediato.
Como resultado del tiroteo, dos delincuentes que se encontraban dentro del
vehículo policial fueron alcanzados por varios disparos pereciendo en el
acto. Un agente resultó con una herida leve en un brazo. Los otros
detenidos, tratando de aprovechar esta situación, intentaron huir en
distintas direcciones. Dos de ellos se cruzaron en la línea de fuego cayendo
heridos mortalmente y los dos restantes, al no acatar la intimación
policial, fueron abatidos por las fuerzas del orden. (...) Los delincuentes
muertos son: Miguel Angel Mossé (sic), José Alberto Svagusa, Diana Beatriz
Fidelman, Luis Ricardo Verón, Ricardo Alberto Young y Eduardo Alberto
Hernández.
¿Desconocía el Cardenal quién era aquel al que vio formarse bajo su órbita,
aquel cuya graduación en el Seminario Menor presidió un no tan lejano día de
noviembre de 1966? ("Estuvo Primatesta", figura en el día de su egreso en el
cuaderno donde Mozé registraba sus vivencias del Seminario Menor.
"Primatesta no la quiso recibir a mi mamá cuando mi hermano estaba preso",
dice Miguelina).
Y si no leyó la noticia en el diario, la pudo leer después. Rodolfo J.
Walsh, en su Carta Abierta a la Junta Militar, cita una carta de los presos
en la cárcel de Encausados al obispo de Córdoba, monseñor Primatesta. "El 17
de mayo son retirados con el engaño de ir a la enfermería seis compañeros
que luego son fusilados...", le cuentan con detalle los prisioneros al
Cardenal.
Así comenzó a cumplirse aquella amenaza del general Juan Baustista Sasiaiñ,
a poco de copar el Ejército la cárcel después del golpe:
-Los vamos a matar a todos. Pero los vamos a matar de a poco, como a las
ratas, para que sufran.
Ese día irrumpen en el pabellón, gritan sus apellidos, los esposan, les
vendan los ojos, los obligan a subir a una camioneta de la policía y los
llevan hasta la costanera del río Suquía, cerca del puente Santa Fe.
-¡Corran, carajo!- ordena un oficial.
-No seas cobarde. Matame de frente, hijo de puta- le contesta Diana
Fidelman.
Los testigos escuchan ese diálogo y ven que los empujan hacia la barranca
del río y a tropezones comienzan a bajar. También escuchan y ven que los
acribillan.
Al día siguiente, un empleado penitenciario se lo confirma a los presos
políticos:
-Los mataron a todos cerca del puente Santa Fe y después la policía baleó
sus propios vehículos para simular el enfrentamiento.
"Ahí tomamos conciencia de que lo que Sasiaiñ había dicho, eso que
considerábamos una bravuconada de los milicos, era en serio", reflexiona
Baronetto treinta años después, al evocar a los 28 compañeros asesinados
durante 1976 en la cárcel de barrio San Martín, entre los que estaba su
esposa, Marta Juana González.
Impunidad y olvido
En el caso de Mozé, tomaron otro recaudo para garantizar la impunidad de su
crimen. Ricardo Valentini, esposo de su hermana, fue apresado el 11 de mayo
-seis días antes del fusilamiento colectivo- y el 18 fue trasladado a la
penitenciaría de donde el día anterior se llevaron a su cuñado. "Fui una
especie de rehén", interpreta Valentini el verdadero motivo de aquella
detención que se ordenó "por leer material subversivo" y lo mantuvo preso
hasta marzo de 1979.
Miguelina aún no se recuperaba del allanamiento de su casa y el
encarcelamiento de su esposo, cuando se entera de la muerte de su hermano:
"Cuando le tuve que decir a mi mamá que lo habían matado y teníamos que ir a
reconocer el cuerpo, fue uno de los peores momentos de mi vida. Había venido
mi suegro a contarme lo que salía en el diario... Entonces, me fui a su casa
y le dije: ‘Mirá, mamá, hubo un enfrentamiento en la cárcel de San Martín y
creo que Miguel está muy herido. Tenemos que ir a verlo’. Después nos
llevaron y en el auto le dije, porque ella ya se daba cuenta: ‘Lo mataron’".
De todas las “madres” de Miguel Angel Mozé, fue Angela, la que lo trajo al
mundo, la única que nunca lo abandonó. Con su dolor a cuestas, recuperó el
cuerpo de su hijo, lo sepultó en el cementerio San José de Cruz del Eje y
guardó como un tesoro sus recuerdos hasta que le tocó descansar junto a él.
Porque fue abandonado por su ciudad natal, que retribuyó su compromiso
primero esquivando la mirada a sus familiares y después con olvido.
Abandonado también -como tantos militantes de la izquierda peronista- por un
Partido Justicialista que jamás le rindió un homenaje. Y abandonado por su
“segunda madre”, la Santa Madre Iglesia, que no permitió que se ordene
sacerdote y lo dejó librado a su suerte en una cárcel donde mandaban los
asesinos de Luciano Benjamín Menéndez. Miguel Angel Mozé es el paradigma del
hijo olvidado por esta ingrata madre, que habiéndolo formado desde niño en
el pensamiento revolucionario, cuando ese ideario se tradujo en opción de
vida le soltó la mano y lo entregó a la muerte.
* Artículo publicado en la revista Umbrales - Crónicas de la Utopía, del
Cispren (Nº 18, agosto de 2006).
http://www.prensared.com.ar/indexmain.php?lnk=1&mnu=2&idnota=5259