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En defensa de la intolerancia
Por Slavoj Zizek
La prensa liberal nos bombardea a diario con la idea de que el mayor peligro de
nuestra época es el fundamentalismo intolerante (étnico, religioso, sexista...),
y que el único modo de resistir y poder derrotarlo consistiría en asumir una
posición multicultural.
Pero, ¿es realmente así? ¿Y si la forma habitual en que se manifiesta la
tolerancia multicultural no fuese, en última instancia, tan inocente como se nos
quiere hacer creer, por cuanto, tácitamente, acepta la despolitización de la
economía?
Esta forma hegemónica del multiculturalismo se basa en la tesis de que vivimos
en un universo post-ideológico, en el que habríamos superado esos viejos
conflictos entre izquierda y derecha, que tantos problemas causaron, y en el que
las batallas más importantes serían aquellas que se libran por conseguir el
reconocimiento de los diversos estilos de vida. Pero, ¿y si este
multiculturalismo despolitizado fuese precisamente la ideología del actual
capitalismo global?
De ahí que crea necesario, en nuestros días, suministrar una buena dosis de
intolerancia, aunque sólo sea con el propósito de suscitar esa pasión política
que alimenta la discordia.
Quizás ha llegado el momento de criticar desde la izquierda esa actitud
dominante, ese multiculturalismo, y apostar por la defensa de una renovada
politización de la economía.
La hegemonía y sus síntomas
Quien tenga en mente aquellos tiempos del realismo
socialista, aún recordará la centralidad que en su edificio teórico asumía el
concepto de lo "típico": la literatura socialista auténticamente progresista
debía representar héroes "típicos" en situaciones "típicas". Los escritores que
pintaran la realidad soviética en tonos predominantemente grises eran acusados
no ya sólo de mentir, sino de distorsionar la realidad social: subrayaban
aspectos que no eran "típicos", se recreaban en los restos de un triste pasado,
en lugar de recalcar los fenómenos "típicos", es decir, todos aquellos que
reflejaban la tendencia histórica subyacente: el avance hacia el Comunismo. El
relato que presentara al nuevo hombre socialista, aquél que dedica su entera
vida a la consecución de la felicidad de la entera Humanidad, era un relato que
reflejaba un fenómeno. sin duda minoritario (pocos eran aún los hombres con ese
noble empeño), pero un fenómeno que permitía reconocer las fuerzas
auténticamente progresistas que operaban en el contexto social del momento...
Este concepto de "típico", por ridículo que pueda parecernos, esconde, pese a
todo, un atisbo de verdad: cualquier concepto ideológico de apariencia o alcance
universal puede ser hegemonizado por un contenido específico que acaba
"ocupando"esa universalidad y sosteniendo su eficacia. Así, en el rechazo del
Estado Social reiterado por la Nueva Derecha estadounidense, la idea de la
ineficacia del actual Welfare system ha acabado construyéndose sobre, y
dependiendo del, ejemplo puntual de la joven madre afro-americana: el Estado
Social no sería sino un programa para jóvenes madres negras.
La "madre soltera negra" se convierte, implícitamente, en el reflejo "típico" de
la noción universal del Estado Social... y de su ineficiencia. Y lo mismo vale
para cualquier otra noción ideológica de alcance o pretensión universal:
conviene dar con el caso particular que otorgue eficacia a la noción ideológica.
Así, en la campaña de la Moral Majority contra el aborto, el caso "típico" es
exactamente el opuesto al de la madre negra (y desempleada): es la profesional
de éxito, sexualmente promiscua, que apuesta por su carrera profesional antes
que por la "vocación natural" de ser madre (con independencia de que los datos
indiquen que el grueso de los abortos se produce en las familias numerosas de
clase baja). Esta "distorsión" en virtud de la cual un hecho puntual acaba
revestido con los ropajes de lo "típico" y reflejando la universalidad de un
concepto, es el elemento de fantasía, el trasfondo y el soporte fantasmático
de la noción ideológica universal: en términos kantianos, asume la función del
"esquematismo trascendental", es decir, sirve para traducir la abstracta y vacía
noción universal en una noción que queda reflejada en, y puede aplicarse
directamente a, nuestra "experiencia concreta". Esta concreción fantasmática no
es mera ilustración o anecdótica ejemplificación: es nada menos que el proceso
mediante el cual un contenido particular acaba revistiendo el valor de lo
"típico": el proceso en el que se ganan, o pierden, las batallas ideológicas.
Volviendo al ejemplo del aborto: si en lugar del supuesto que propone la Moral
Majority, elevamos a la categoría de "típico"el aborto en una familia pobre y
numerosa, incapaz de alimentar a otro hijo, la perspectiva general cambia,
cambia completamente...
La lucha por la hegemonía ideológico-política es, por tanto, siempre una lucha
por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos "espontáneamente" como
"apolíticos", porque trascienden los confines de la política. No sorprende que
la principal fuerza opositora en los antiguos países socialistas de Europa
oriental se llamara Solidaridad: un significante ejemplar de la imposible
plenitud de la sociedad. Es como si, en esos pocos años, aquello que Ernesto
Laclau llama la lógica de la equivalencia' hubiese funcionado plenamente: la
expresión "los comunistas en el poder" era la encamación de la no-sociedad, de
la decadencia y de la corrupción, una expresión que mágicamente catalizaba la
oposición de todos, incluidos "comunistas honestos" y desilusionados. Los
nacionalistas conservadores acusaban a "los comunistas en el poder" de
traicionar los intereses polacos en favor del amo soviético; los empresarios los
veían como un obstáculo a sus ambiciones capitalistas; para la iglesia católica,
"los comunistas en el poder" eran unos ateos sin moral; para los campesinos,
representaban la violencia de una modernización que había trastocado sus formas
tradicionales de vida; para artistas e intelectuales, el comunismo era sinónimo
de una experiencia cotidiana de censura obtusa y opresiva; los obreros no sólo
se sentían explotados por la burocracia del partido, sino también humillados
ante la afirmación de que todo se hacía por su bien y en su nombre; por último,
los viejos y desilusionados militantes de izquierdas percibían el régimen como
una traición al "verdadero socialismo". La imposible alianza política entre
estas posiciones divergentes y potencialmente antagónicas sólo podía producirse
bajo la bandera de un significante que se situara precisamente en el límite que
separa lo político de lo pre-político; el término "solidaridad" se presta
perfectamente a esta función: resulta políticamente operativo en tanto y en cuanto
designa la unidad "simple" y "fundamental" de unos seres humanos que deben
unirse por encima de cualquier diferencia política. Ahora, olvidado ese mágico
momento de solidaridad universal, el significante que está emergiendo en algunos
países ex-socialistas para expresar eso que Laclau denomina la "plenitud
ausente" de la sociedad, es "honestidad".
Esta noción se sitúa hoy en día "en el centro de la ideología espontánea de esa
"gente de a pie" que se siente arrollada por unos cambios económicos y sociales
que con crudeza han traicionado aquellas esperanzas en una nueva plenitud social
que se generaron tras el derrumbe del socialismo. La "vieja guardia" (los
ex-comunistas) y los antiguos disidentes que han accedido a los centros del
poder, se habrían aliado, ahora bajo las banderas de la democracia y de la
libertad, para explotarles a ellos, la "gente de a pie", aún más que antes ...
La lucha por la hegemonía, por tanto, se concentra ahora en el contenido
particular capaz de imprimir un cambio a aquel significante: ¿qué se entiende
por honestidad? Para el conservador, significa un retomo a la moral tradicional
y a los valores de la religión y, también, purgar del cuerpo social los restos
del antiguo régimen.
Para el izquierdista, quiere decir justicia social y oponerse a la privatización
desbocada, etc. Una misma medida (restituir las propiedades a la Iglesia, por
ejemplo) será "honesta" desde un punto de vista conservador y "deshonesta" desde
una óptica de izquierdas. Cada posición (re) define tácitamente el término
"honestidad" para adaptarlo a su concepción ideológico-política. Pero no nos
equivoquemos, no se trata tan sólo de un conflicto entre distintos significados
del término: si pensamos que no es más que un ejercicio de "clarificación
semántica" podemos dejar de percibir que cada posición sostiene que "su
honestidad" es la auténtica honestidad. La lucha no se limita a imponer
determinados significados sino que busca apropiarse de la universalidad de la
noción. Y, ¿cómo consigue un contenido particular desplazar otro contenido hasta
ocupar la posición de lo universal? En el post-socialismo, la "honestidad", esto
es, el término que señala lo ausente -la plenitud de la sociedad- será
hegemonizada por aquel significado específico que proporcione mayor y más
certera "legibilidad" a la hora de entender la experiencia cotidiana, es decir,
el significado que permita a los individuos plasmar en un discurso coherente sus
propias experiencias de vida. La "legibilidad", claro está, no es un criterio
neutro sino que es el resultado del choque ideológico. En Alemania, a principios
de los años treinta, cuando, ante su incapacidad de dar cuenta de la crisis, el
discurso convencional de la burguesía perdió vigencia, se acabó imponiendo,
frente al discurso socialista-revolucionario, el discurso antisemita nazi como
el que permitía "leer con más claridad" la crisis: esto fue el resultado
contingente de una serie de factores sobredeterminados.
Dicho de otro modo, la "legibilidad" no implica tan sólo una relación entre una
infinidad de narraciones y/o descripciones en conflicto con una realidad
extra-discursiva, relación en la que se acaba imponiendo la narración que mejor
"se ajuste" a la realidad, sino que la relación es circular y autoreferencial:
la narración pre-determina nuestra percepción de la "realidad".
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Este fragmento corresponde a la introducción y
primer capítulo de "En defensa de la intolerancia" de
Slavoj Zizek, 2008.
Slavoj Žižek nació en Liubliana, Eslovenia, el 21 de
marzo de 1949, es sociólogo, filósofo, psicoanalista y filólogo. Su obra integra
el pensamiento de Jacques Lacan con el comunismo, y en ella destaca una
tendencia a ejemplificar la teoría con la cultura popular.
Žižek estudió filosofía en la Universidad de Liubliana y psicoanálisis en la
Universidad de París VIII, donde se doctoró. Su carrera profesional incluye un
puesto de investigador en el Instituto de Sociología de la Universidad de
Liubliana, Eslovenia, así como cargos de profesor invitado en diversas
instituciones, que incluyen Columbia, Universidad de Princeton, New School for
Social Research de New York y Universidad de Míchigan, entre otros. En la
actualidad es Director Internacional del Instituto Birkbeck para las
Humanidades, Birkbeck College - Universidad de Londres.
Žižek utiliza en sus estudios ejemplos extraídos de la cultura popular, desde la
obra de Alfred Hitchcock y David Lynch, hasta la literatura de Kafka o
Shakespeare, además de problematizar autores olvidados por la academia como V.
I. Lenin, Stalin y Robespierre y tratar sin remordimientos temas espinosos como
el fundamentalismo, la tolerancia, la subjetividad y lo políticamente correcto
en la filosofía postmoderna.
Utiliza también la teoria psicoanalítica en la version lacaniana como un arma
para sus habituales análisis de política internacional, considerando no sólo a
los líderes y sus posibles problemas psicológicos, sino también a la sociedad en
su conjunto.
En 1990 fue candidato a la presidencia de la República de Eslovenia, aunque no
resultó elegido.
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