El juego sucio

(O el partido de Nelson Casto)

Por Claudio Díaz*

La inmaculada catedral de la prensa libre acaba de ser profanada. Cunde la indignación tras confirmarse que uno de sus monaguillos más castos y puros ha sido violado. Final y fatalmente se cumplió la profecía: la asfixiante presión que ejerce el satánico gobierno sobre los medios de comunicación independientes ha dejado sin aire al recoleto Nelson Castro. Lo han tomado por atrás, volteándolo de su largo cuello, para ahogarlo y dejar a cientos de miles de fieles sin la posibilidad de escuchar sus sermones matinales.

La Iglesia Liberal Universal interviene ante esta crucifixión populista contra el periodista que tiene cara de pastor sin rebaño. La angustiante situación del comunicador ha desatado un lloriqueo digno de magdalenas (con la Ruiz Guiñazú al frente de la manifestación de beatos), que en procesión digna de Corpus Christi posmoderno salen a la calle a exorcizar a los paganos que no se arrodillan ante la sacrosanta libertad de prensa. Vastos sectores de la tilinguería informada también gimen sus ayes de dolor ante el demonizante avance de quienes quieren terminar con el particular estilo periodístico del perseguido: el de una vecina de barrio que en la cola del almacén se queja de que todo lo que pasa a su alrededor (el aumento de la berenjena, la escasez de monedas, la sequía y el temporal) es culpa del gobierno.

La reacción es inmediata. En las parroquias porteñísimas de Barrio Norte, Belgrano y Caballito se organiza la campaña Más por Menos: más para la oligarquía, menos para el pueblo… Un ejemplo de esto lo da el propio Nelson, que como alumno de colegio privado fue un chico 10 en lenguaje y matemáticas. En 2009 quería que Radio del Plata le pagara 225 mil pesos por mes, contra los 110 mil que percibía. Pero no logró su objetivo. Entonces se hizo el perseguido y denunció al gobierno por censura. Todavía lo sigue haciendo aunque haya arreglado con los dueños de la emisora una “indemnización” de casi 1.200.000.

Castro viene del periodismo deportivo y sabe jugar para la tribuna. Aunque a la hora del juego propiamente dicho (del juego de poder) engañe a todo el mundo haciéndole creer que es partidario del fair play. El comunicador con nombre de almirante entretiene con sus malabarismos dialécticos. Los procesos sociales, la política, son escenarios donde no ingresan los intereses de clase o grupo; donde no hay factores externos; donde el gobierno juega solo, hace foules y agarra la pelota con la mano sin que nadie le diga nada, mientras “los otros”, los gallardos adversarios, no pueden imponer su patrón de juego porque están sometidos por aquel que -como dueño de la pelota- hace lo que se le canta y tiene todo arreglado para salirse con la suya.

Esto es así, comenta Nelson Casto, desde que Néstor Kirchner agarró la dirección técnica de la Argentina. Y eso no le gusta nada. Entonces se enoja, porque el practica el juego limpio. Mientras los rivales de este país se la llevaban con la mano (las vidas de decenas de miles de argentinos, las riquezas, el esfuerzo cotidiano de sus trabajadores), él miraba otro partido. Ahora no; ahora está todo el día con el telebeam en la mano para botonear que la presidenta está en offside por cinco milímetros; que la CGT y Moyano le hacen obstrucción al Grupo Clarín y a La Nación porque les pagan 1.200 pesos a los trabajadores que distribuyen sus solemnes pasquines; o que Luis D’Elía y Guillermo Moreno ya tienen amarilla y entonces hay que expulsarlos.

Si la crispación de la clase media que mira el partido desde la platea la lleva a comportarse como una barrabrava tilinga que silba al gobierno ante cualquier jugada que intente; él, Nelson, mucho tiene que ver desde su rol de comentarista. Hagamos un breve repaso a su ejercicio periodístico tildado de “serio y responsable” por las academias del pensamiento políticamente correcto.

Escribe en Perfil del 15 de noviembre: “En las calles de las ciudades se ven menos autos. La gente compra menos. Los pedidos de regalos para fin de año han caído. ‘Puede que haya suspensiones’, dijo Néstor Kirchner el jueves pasado. El ex presidente en funciones debería saber que las suspensiones son parte de la realidad de miles de empleados despedidos. Las cesantías forman parte del escenario en muchas pequeñas localidades del interior. ¿Habrá que esperar las siete plagas de Egipto para que los Kirchner se den cuenta de que negar la realidad, lejos de solucionar, termina por agravar los problemas?”.

Una semana más tarde, el 22 de noviembre, escribe en el mismo diario: “Ya está. Tenemos la plata para la campaña.’ Esta era la voz de un hombre del Gobierno que, en el medio de la celebración por la sanción de la ley de nacionalización de las AFJP, reconocía uno de los fines a los cuales va a ser destinada parte de esa enorme masa de dinero de la que, a partir de ahora, dispondrá el Gobierno”.
Insiste el 6 de diciembre en Perfil: “La realidad viene golpeando fuerte a la sociedad argentina. El nivel de la actividad económica viene cayendo en forma paulatina y progresiva. En las calles hay menos autos circulando. En los negocios se ve menos gente. Las ventas han disminuido. ‘Por suerte se cortó la luz. Esto hizo que no hubiera energía para subir el agua a los tanques y que el consumo disminuyera. De no haber sucedido eso, la endeblez del sistema habría conducido al colapso’, explicó un funcionario de Aguas y Saneamientos Sociedad Anónima (AySA) por lo sucedido durante los días en que los cortes de luz castigaron a miles de habitantes de la Capital Federal. ‘Cada vez nos cuesta más ir a los actos oficiales de la Presidenta y poner cara de contentos’, señaló uno de los empresarios que asistieron al acto en el cual la Dra. Cristina Fernández de Kirchner anunció el plan de medidas económicas”.

Una más, publicada en el diario de marras el 14 de febrero: “La presidenta estuvo en Tartagal (…). Como dijo un castigado habitante de la zona que perdió todo: ‘La escucho decir a la Presidenta que el gobierno de su marido y el de ella son los que más escuelas y que sé yo cuántas cosas más han hecho, pero de todo eso aquí no nos llegó casi nada’. Hacen falta más hechos y menos palabras”.


El periodista que presume de serio y da clases en universidades, posicionado como referente del arte profesional de informar, recurre a cualquier tipo de procedimientos cuando quiere cumplir su propósito de echar un manto de sospecha sobre una figura (o un gobierno, en este caso) que no le complace.

Parece olvidar que los manuales de estilo y los códigos de ética profesional de varios de los diarios más importantes del mundo (justamente los que son puestos como ejemplo por los periodistas “independientes” de la Argentina) advierten sobre el uso reiterado de citas de fuentes anónimas o no identificadas claramente, con nombre y apellido, que inevitablemente generan dudas y desconfianza, porque pueden funcionar como un vehículo para introducir en las notas las opiniones interesadas de terceros o la del propio periodista.

Castro es un bicho difícil de encasillar en el zoo gorilesco de la Argentina. Por momentos asume el rol de marioneta de madera: todo nervios, las cicatrices del cuello parecen querer salírsele cuando un entrevistado no ofrece la respuesta que él quiere. Entonces no deja que termine de expresar su opinión y le repregunta una y otra vez, asumiendo ahora un perfil de insecto molesto (quizá mosquito) que posesionado en su papel de fiscal severo aguijonea y mueve las largas piernitas al compás de su histeria.

Con su cara de santurrón, siempre cierra la misa de los jueves con un sermón a la presidente. No hay otro sector en la vida política y social del país que merezca por parte de él algún tirón de orejas. Porque el gobierno es el único perverso que hay. Y hace todo para embromar a la pobre clase media de Buenos Aires, la de Acoyte y Rivadavia o la de Pueyrredón y Santa Fe, donde Nelson copa la parada. Sí, por fuera tiene un estilo inmaculado y casto. Pero interiormente está sucio por el hollín contaminante y tóxico que despide la prensa canalla.

* Periodista, profesor de historia y escritor. Entre sus títulos se encuentran el “Manual del antiperonismo ilustrado”, “La ultraderecha argentina” y “La prensa canalla” (compilador). Obtuvo tres Martín Fierro (1992, 1993 y 1995) al mejor servicio informativo por el noticiero de Radio Mitre, del cual fue productor entre 1991 y 1997. Trabajó en La Razón, El Periodista, El Porteño, Línea y Clarín. En 1988 le otorgaron el Premio Latinoamericano de periodismo José Martí.

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