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Progre
cisma
Por Carmelo Paredes
(Revista Zoom) Las divisiones y desmembramientos de la centroizquierda
capitalina parecen subestimar la capacidad de daño del macrismo en el
gobierno y el ostensible corrimiento a la derecha de la otrora clase media
progresista porteña, cada día más conservadora. Un sombrío panorama de cara
a las elecciones del 28 de junio. Un post del Escriba sobre el rol de los
socios menores.
A pesar de las declaraciones de espanto, de quince paros docentes, de las
escuelas deterioradas sin gas, del inaceptable abandono de niños y viejos en
las villas y de las reiteradas denuncias de empeoramiento en las condiciones
de atención de los hospitales porteños, no habrá un frente común contra las
políticas y el gobierno del empresario Mauricio Macri en las próximas
elecciones capitalinas. Puede ser por miopía, por incapacidad, por el eterno
ombliguismo de la progresía porteña o simplemente por una imperdonable
subestimación de la crisis que azota a la ciudad, pero lo cierto es que
todos los candidatos que podrían haber aglutinado el descontento por la
cantidad de desaciertos cometidos durante la gestión PRO no podrán construir
un frente de unidad en vísperas de las elecciones de junio.
Derecha en el llano
Así como ocurrió en otros rincones del continente latinoamericano, en Buenos
Aires la derecha crece y trata de que no se le noten sus fines
inconfesables. La utilización de un discurso pseudo progresista nunca está
de más, pero en la Reina del Plata la estrategia del gobierno de Mauricio
procura, por todos los medios posibles, que sus vocaciones conservadoras no
salgan a la luz. Y si sucede, que ocurra cuando el humor de sus votantes
esté a la derecha de su gobierno.
El fenómeno ya es evidente para muchos y se puede palpar en cualquier lugar
de la ciudad: la otrora clase media progresista porteña está cada día más
conservadora, cada día tiene más miedo y está dispuesta a votar cualquier
cosa que le restituya algo del estatus perdido tras las sucesivas crisis que
ha padecido. Todas con epicentro en esas callecitas que ya no tienen su no
sé qué, sino que están sembradas de los restos de una crisis que ahora
promete recrudecer y que evoluciona bajo una gestión municipal que trata de
construir un candidato a presidente.
Además de las declinantes pasiones progresistas de un electorado que ya no
existe, la compleja geografía porteña también está compuesta por una arista
mucho más visible que años atrás. Se trata de los sectores que jamás votaron
a una opción de centro izquierda y que hoy son fervientes defensores de un
gobierno que ha hecho bandera con el ajuste en el Estado, la expulsión de
pobres en la ciudad, el desprecio por lo público, y el embellecimiento de
plazas, como una presunta estrategia de “defensa innegociable del espacio
público”, una cantinela que buena parte de los funcionarios macristas
sostienen y que estos votantes creen a pie juntillas. No, no son estúpidos.
Lo apoyan por una conveniencia inesperada, ya que Macri ha comenzado a
transformar en “políticamente correcta” una serie de barbaridades que hace
años nadie se animaba a decir. Si antes los temerosos vecinos porteños de
clase media alta y alta tenían pruritos en clamar a viva voz que había que
limpiar la ciudad de pobres y que el territorio porteño no tenía por qué
albergar a miles de personas provenientes de otras ciudades, ahora no les
resulta tan tortuoso. Especialmente porque el gobierno que votaron sostiene
esos preceptos en su acción de gobierno.
Derecha en palacio
A su vez, la gestión comunal no se mantiene indiferente ante la
derechización de su población. Al contrario, la aprovecha con herramientas
técnicas. Un ejemplo de eso resulta el enorme call center que la ciudad
enfoca las 24 horas en los barrios de la zona norte y centro, dos de las
áreas donde el macrismo obtuvo sus mayores porcentajes electorales. En esos
barrios, cada vecino es un cliente que termina siendo atendido como el
mejor. Todo a cambio de su confianza en la nueva gestión y como módico
adelanto de los nuevos votos que don Mauricio les reclamará a los bien
atendidos vecinos porteños. “La gente quiere resultados y no le importa si
los resultados son de derecha o de izquierda”, suelen decir los principales
funcionarios PRO cuando se jactan de una estrategia que ningún opositor
advierte.
Y no es todo. Entre las prioridades presupuestarias, la nueva Policía
Metropolitana es la erogación porteña más importante después de los costos
de recolección de la basura. La ciudad es una de las jurisdicciones cuyos
desalojos han crecido en forma exponencial durante los últimos 15 meses. Una
cifra que podría multiplicarse aun más cuando los nuevos policías salgan a
la calle. Si bien dicen que tendrán un perfil más profesional, más “humano”
y “más apegado a la ley”, lo cierto es que la nueva fuerza también estará
dedicada “a preservar el espacio público innegociable”, es decir, a
perseguir pobres, a desalojar plazas y, posiblemente, a realizar operativos
cerrojo en las principales villas porteñas.
Ya no quedan dudas de que la nueva gestión conservadora está consolidando
una fractura social entre norte y sur. El secreto es que la nueva policía
será la guardiana de ese límite y que en el futuro contará con una justicia
a medida.
Sin embargo, se trata solo del comienzo, porque el macrismo va por más,
especialmente después de las elecciones. Si logra mantener la mayoría dentro
de la Legislatura, los siguientes pasos del PRO serán una verdadera
restauración conservadora, ya que, además de buscar una reforma en el
sistema judicial, el macrismo desea reformar la constitución para desmontar
una de las estructuras institucionales que más resistencia le ofrecen: la
Justicia, es decir, todos los jueces y fiscales que fallan día a día en
nombre de una legislación y una constitución que no le dejan mucho margen a
Macri para llevar adelante sus planes.
El caldo de la soberbia
Ese sombrío escenario podría encontrar un freno si hubiera un gesto de
unidad de las fuerzas que todavía se definen como progresistas, o que al
menos se identifican con una definición de Estado diametralmente opuesta a
la que Macri lleva adelante. Pero parece que no, que todos han resuelto
hacérsela más fácil al Berlusconi argentino.
El kircherismo, hasta ahora sindicado como uno de los responsables claves en
dejar ganar a Macri en octubre de 2007, reincide mostrando a uno de sus ex
ministros como mascarón de proa de una estrategia que parece condenada, otra
vez, a la derrota. El socialismo, dice que “el progresismo que gobernó
Buenos Aires era un progresismo trucho”, una irresponsabilidad que también
sostiene Claudio Lozano, el economista de la CTA que sólo habla de
diferencias con una soberbia que, sin dudas, le impide comprender la
necesidad política de la unidad. Aníbal Ibarra, jugado a ser jefe de
gobierno porteño de nuevo, irá solo tratando de restarle votos a Elisa
Carrió, transformada, lisa y llanamente, en una opción de centro derecha. Al
parecer todos toman del mismo caldo de la soberbia, algo que les impide ver
que la coyuntura es más compleja que sus propios intereses. Jorge Telerman
sobreactúa su independencia para ser candidato, pero no es más que un sutil
submarino PRO que le garantizó una transición ordenada a Macri. Pino
Solanas, uno de los candidatos con mayores posibilidades de construir una
amplia oposición que supere los límites partidarios, tampoco muestra muchas
señales de amplitud y corre el riesgo de transformarse en un candidato
testimonial, al igual que Luis Zamora, el ex diputado del MAS y de Autonomía
y Libertad que busca postularse de nuevo mientras sigue explotando su
honradez al calor de la venta de libros.
Quedan pocos días para que alguien pueda emitir una señal a la altura de las
circunstancias. Lo que nadie ve, es que algunos podrán ganar o perder en las
urnas, pero el problema central radica en que los millones de porteños que
siempre han perdido, están sufriendo más que antes. Un empeoramiento que
confirma que la crisis nunca terminó y que posiblemente empeore gracias a la
subestimación en la que incurre el arco presuntamente progresista. Mientras
tanto, parece que Macri fuma en el agua. Pero no porque sea muy hábil, sino
porque sus adversarios parecen muy torpes, sufren de amnesia, o no son
capaces de construir un espacio que vaya más allá de la mera coyuntura
electoral. Si no hay unidad, los costos serán mayores frente a una sociedad
cada vez más fragmentada que acuna a una nueva generación cuyos
comportamientos electorales son aun desconocidos. Esa sería la peor de todas
las derrotas.
Fuente: www.revista-zoom.com.ar