|
|
|
|
La
venganza de la selva destruída
Por René Marconi
Dios perdona siempre; los hombres perdonan a veces; la Naturaleza no perdona
nunca...
Argentina a principios del siglo XX era conocida como "el granero del mundo.
Se la llamaba así por su inmensa producción de cereales, carnes, y leche,
entre otros. Esa producción alimentaba no sólo a los argentinos sino a
habitantes de varios países del mundo. Sin embargo hoy, el país no logra
alimentar ni a su propia población.
La explicación a este increíble suceso se puede encontrar en que Argentina
pasó a formar parte de un gran mercado mundial basado en la lógica
neoliberal excluyente con que se identifica la década pasada.
Esa misma lógica también apartó al país de la sustentabilidad ambiental y
social y lo encerró en un modelo útil sólo para los grandes sectores
económicos. El poder de decisión en la economía y el “desarrollo” pasó a
estar en manos de las grandes empresas, y el pueblo no ha podido obtener más
dividendo que sufrir las consecuencias.
Las verdaderas raíces debemos rastrearlas hacia el año 1976, aunque
previamente con Lanusse ya se habían sembrado las semillas. La última
dictadura militar, se abrió a sangre y desapariciones el camino de la
desindustrialización nacional y la modernización agraria como parte de su
herencia para las generaciones futuras. En ese período comenzó a sembrarse
comercialmente la soja, cultivo que en fase experimental ya había sido
introducido durante el anterior período de dictadura bajo el gobierno de
Lannusse quien a su vez formaba parte de Agriex, la primer agroindustria de
estas latitudes con inmensas apropiaciones de campos en Argentina y
Paraguay. La enorme deuda externa contraída a finales de los setenta gracias
al plan económico de Martínez de Hoz, llevó al país a buscar una forma de
generar divisas para sanear las cuentas al costo de la pérdida de soberanía
ambiental entre otras pérdidas.
El siguiente paso se tradujo en programas de ajuste estructural de tipo
neoliberal que provocaron una casi desaparición del Estado de la esfera de
las decisiones económicas en nombre de la prescindencia de este para generar
un nuevo “Estado menos intervencionista”.
Esta decisión dejó desamparados a miles de pequeños chacareros, al mismo
tiempo que produjo el favor gubernamental hacia los grandes sectores
económicos. En esta dinámica, en 1996, durante el gobierno de Carlos Menem,
se aprobó definitivamente la siembra comercial de semillas transgénicas.
Empresas como Monsanto y Cargill comenzaron con la introducción del dúo más
devastador que conoció nuestro país, las semillas transgénicas junto con el
glifosato. En pocos mas, de una década el país se convirtió en un gran
desierto verde, las plantaciones de soja arrasaron montes y ecosistemas de
todo tipo. Pero también arruinaron a miles de pequeños productores y
campesinos, sus propiedades vivieron el proceso de concentración más furioso
que se conoce, y se terminó con buena parte de la tradicional riqueza y
biodiversidad del país.
Hasta mediados de los noventa, Argentina era el noveno país del mundo en
materia de biodiversidad, y sólo una especie se había extinguido (el zorro
de Malvinas a poco de ser usurpadas esas islas hacía casi dos siglos).
Hoy en día, los cultivos de soja ocupan cerca del 55% del total del área
sembrada, y las ganancias relacionadas a la soja y sus derivados generan el
30% de las divisas que se producen en el país. Argentina hoy se posiciona
entre los primeros exportadores de soja a nivel mundial.
La campaña 2006/2007 dejó una cosecha de soja que batió un nuevo record
histórico en el país: 47,5 millones de toneladas. La superficie sembrada con
soja pasó de 10.664.000 hectáreas en la campaña 2000/01 a 15.200.000 en
2005/06. Y para el año 2014 los cálculos de la superficie cultivada se
estiman en 22 millones de hectáreas. Sin embargo, esa expansión no es
gratuita, varios millones de hectáreas que antes eran productivas se han
perdido, por lo que el avance de la frontera agropecuaria se sostiene solo
mediante la destrucción de ambientes naturales, para aumentar la producción,
pero también para suplantar las tierras perdidas.
Mientras que los miembros del exclusivo círculo de beneficiados por el boom
sojero festejan los récords de cosecha, en los últimos años, se conoce un
dato alarmante. Argentina produce la mayor tasa de alimentos por habitantes
del mundo: unos 3.500 kilos de alimento por habitante al año, pero entre
1990 y 2003 han muerto de cerca de 450.000 personas por causas relacionadas
con el hambre. Hoy, cerca del 27% de los argentinos viven bajo la línea de
la pobreza y no pueden cubrir sus necesidades alimenticias básicas. En las
provincias del norte argentino esta cifra asciende al 40%, y dentro de este
porcentaje se incluyen muchos pequeños productores que están siendo
expulsados de sus campos por los grandes grupos sojeros.
No es casual que las provincias norteñas sean las que en la última década
percibieran el mayor avance de la frontera agrícola y que esta estuviera
ligada al monocultivo de la soja sobre sus territorios.
Cuando se advirtió que las provincias de la región pampeana, ya estaban
saturadas de cultivo de soja, se inició un proceso de expansión de la
frontera agrícola hacia zonas tradicionalmente no aptas para este tipo de
cultivos, principalmente las provincias del norte del país, como lo es el
Chaco. Esta "pampeanización" devino en la imposición del modelo agro
exportador de la pampa hacia otras regiones del país. El resultado fue la
profunda modificación de los paisajes rurales regionales en favor del avance
del monocultivo de la soja.
En la provincia de Chaco, la superficie sembrada de soja creció de 50.000
hectáreas en 1990 a 410.000 en 2000 y llegó a las 700.000 hectáreas en la
última campaña 2006/07. Para 2014/15 el área cultivada de soja en la
provincia se calcula que será de 1.088.000 hectáreas
Pero este modelo productivo emplea a sólo una persona cada 500 hectáreas,
por lo que la nueva realidad se exteriorizó en la pérdida de 4 de cada 5
puestos de trabajo en el campo. "El modelo de producción en el Chaco, además
de ser excluyente por ser un paquete de agro negocios y no generar trabajo y
mano de obra, generó un PBI (producto bruto interno) de U$S 650.000.000 que
no se transformó en ingresos para los chaqueños", señala Rolando Nuñez, del
Centro Nelson Mandela.
Puede decirse que estos datos son tremendistas, sin embargo, basta con leer
las cifras oficiales que emiten los diferentes medios para tener una pequeña
medida de la situación, y de la asimetría injusta con que se verifica la
redistribución de las riquezas. A modo de ejemplo, en esa provincia,
actualmente, 14 departamentos de la provincia, reciben de coparticipación
municipal $193.951.896 mientras que el grupo sojero y agrícola de esos
mismos 14 departamentos recibieron $1.745.961.240 de ingresos en el pasado
año. Huelga decir que esos dividendos se repartieron entre los pocos
productores que poseen las tierras y que previamente habían expulsado a sus
habitantes originarios, muchas veces de manera poco legal.
Por otro lado, el proceso de privatización masiva de tierras también deviene
en el cierre de caminos por donde campesinos e indígenas solían circular con
sus animales en el traslado hacia pastizales comunes. Es decir, la oleada
privatizadora también acabó con las prácticas tradicionales de circulación
entre distintas zonas y a través de caminos vecinales que existían desde
hacía siglos. Este proceso, se vio apoyado en forma inesperada por grupos
religiosos de corte menonita y evangelista, que comenzaron una larga tarea
que se puede remontar a los años 60 y 70 del siglo pasado, en donde se
convirtieron en los primeros ocupantes de grandes extensiones de campos
fundamentalmente en Formosa, norte de Chaco y la zona de las tres fronteras
entre Salta y Formosa, con sur de Bolivia y de Paraguay. Personalmente pude
comprobar en visitas a grupos de indígenas y criollos de esa región, en
donde habían dejado de proveerse de medicamentos y alimentos provenientes
del monte debido a que los pastores que los atendían espiritualmente, los
convencieron de que del monte solo se proveían “los animales” y no las
personas. Esta afirmación, mostraba cómo poblaciones indígenas que antes de
la llegada de estos predicadores no pasaban mayores problemas de
alimentación y se curaban con medicinas naturales, ahora habían perdido ese
conocimiento. Pero tampoco podían acceder a los reemplazos que proveía el
mercado ya que no poseían el dinero suficiente. Ese primer pasado llevó a
que extensos sectores de monte fueran abandonados, o que sus antiguos
pobladores perdieran el interés por defenderlos ya que ahora les eran ajenos
tanto en propiedad como en pertenencia cultural.
El avance de la frontera agropecuaria de la soja, además de socavar las
bases de la agricultura campesino-familiar, también significó nuevos récords
mundiales en deforestación. Se calcula que la tasa de deforestación en
Argentina es seis veces mayor que el promedio mundial, y entre 1998 y 2002,
la destrucción de montes nativos aumentó un 42%.
En marzo del año pasado los gremios patronales agropecuarios decidieron
levantarse contra la medida del Gobierno Nacional de establecer un nuevo
sistema de retenciones a las exportaciones de soja, girasol, trigo y maíz.
En ese momento, de acuerdo con cifras del Ministerio de Economía, el girasol
había aumentado su precio internacional en un 111 %, la soja en un 73 %; el
trigo, un 92 %, y el maíz, en un 30 % en el término de un período anual de
cosechas de estas “commodities” como se las suele llamar eufemísticamente
ahorapara dar la sensación de que nos globalizamos como Dios manda.
Debido a las ganancias extraordinarias que se producían, especialmente con
la soja, el Gobierno intentó moderarlas mediante la resolución 125 y frenar
de alguna manera el proceso que se ha dado en llamar la “sojización del
campo”, que se traduce en el desplazamiento de otros sectores productivos
menos competitivos para dedicar cada vez más hectáreas a la siembra de soja.
El resultado económico previsible será sin duda el encarecimiento no sólo de
estos productos en el mercado interno, dado su mejor valor en el externo,
sino la menor producción en otros sectores como el ganadero y sus derivados,
con las consecuencias para el abastecimiento, los precios y la
sustentabilidad de estos mismos sectores. A modo de ejemplo, las tierras que
se dedicaban a la producción de otras leguminosas como la lenteja producto
del que Argentina se autoabastecía, ahora son usadas para soja, y el país
debe consumir lentejas importadas de Chile. Lo mismo sucede con el poroto,
del cual éramos el principal productor mundial, y actualmente en un lustro,
no alcanza para cubrir el consumo interno.
En medio de estas nuevas condiciones de juego de la economía mundial, el
Gobierno legitimizó un argumento que ya venía proponiendo pero que ahora se
transformó en una necesidad impostergable para lograr el bienestar social de
los ciudadanos, esto es, el papel regulador y redistributivo del Estado.
Se denomina Huella Ecológica al área biológica productiva necesaria para
sustentar la demanda de recursos y absorber los desperdicios de una
población independientemente de la cantidad de sus integrantes.
Teóricamente cada persona del planeta debería utilizar lo que produce 1,75
hectáreas por año para que la tierra pueda mantener su sustentabilidad en
forma indefinida siempre que piense en su sustento personal necesario. Esta
es la capacidad de carga del planeta, o sea que tiene una biocapacidad de
11.2 mil millones de hectáreas. Sin embargo, actualmente la humanidad está
consumiendo lo que producen de 16.2 mil millones. O sea que, la huella
ecológica por persona ya llega a 2,7 hectáreas. Quiere esto decir que nos
estamos consumiendo la tierra y no sólo sus recursos.
En la Argentina, el boom sojero ha generado una escalada de esta huella
ecológica. De acuerdo con investigadores de la Universidad Nacional de
Rosario, entre 1995 y 2005 la superficie de cultivo de soja creció un 170 %.
Si se toma el año de 1977 de referente, la superficie destinada a soja
aumentó 1.122 % y la producción un 1.453 %, llegando en la temporada
2004/2005 a los 14,6 millones de hectáreas.
Como la producción a gran escala exige grandes capitales por el tipo de
maquinarias e insumos que requieren, el monocultivo ha ido desplazando a
otros cultivos y actividades productivas mas modestas, convirtiendo el campo
en gran desierto verde. No existen corredores biológicos que mantengan el
equilibrio de la cadena ecológica en las regiones salvo el del Río Paraná
que está siendo seriamente amenazado por este avance sojero a la altura de
Rosario hacia el sur. En estas zona es posible ver la permanente quema de
pastizales y monte isleño para poner esas tierras en uso agropecuario ya que
los campos de tierra firme fueron pasados de ganaderos a sojeros. Pero ahora
se observa además que las islas más altas son acordonadas con terraplenmes
para soja y de esa forma se corta el mayor corredor biológico del país y uno
de los mayores y más extensos del mundo. Además, desde 1996 se han talado
más de 5 millones de hectáreas de bosques autóctonos para sembrar soja. La
calidad de los suelos se ha deteriorado por la utilización intensiva de
agroquímicos y la falta de rotación. Muchas de esas tierras no significaron
literalmente incremento de campos, sino que una parte de ellas reemplaza a
otras que ya se han agotado totalmente para cualquier uso productivo. Es
decir, alrededor del 10 % de las tierras que a comienzos del siglo XX eran
productivas, hoy, son un páramo y la mayoría de ellas se perdieron en el
último cuarto de siglo, justo cuando se intensificó la producción de soja.
Pero como si todo esto fuera poco, este nuevo modelo sojero ha creado una
“agricultura sin agricultores”. El Inta afirma que en el Gran Buenos Aires,
de cada 10 desempleados, 8 provienen del campo. En Santa Fe, según el censo
nacional en el 2002 existían 60 mil peones rurales, en el 2005 apenas llegan
a 30 mil. Esta triste realidad es la que contrasta con el dicho “el campo
somos todos”
Gracias a la producción de soja a gran escala, la tierra pasó a ser sólo una
fuente de recursos para las grandes empresas de agronegocios. Aún quedan
algunos medianos y pequeños productopres que resisten pero, la dinámica de
estos sectores es a perder cada vez más peso. Es así que muchos de ellos ya
ni siquiera trabajan la tierra, y han pasado a ser arrendadores de otros
fundamentalmente de los pooles de siembra. En un artículo del investigador
Eduardo Spiaggi de la Universidad Nacional de Rosario se puede leer: “La
Argentina cuenta con un 90 % de su población en centros urbanos, aunque
paradójicamente su principal riqueza nacional es el campo. La soja permite
vivir la mayor parte en el pueblo o la ciudad trabajando sólo dos meses en
el campo.” “…Es el punto donde no valorás tener un árbol; peor aún, tratás
de sacarlo para pasar mejor con las máquinas.”
Las consecuencias que acarrea este nuevo sistema sobre área sembrada son
previsibles aún para el más desprevenido con solo utilizar el sentido común.
A partir del proceso de intensificación del cultivo de soja, las
inundaciones o sequías, la desaparición de fauna nativa, el desplazamiento
de comunidades enteras y los graves problemas de salud pública para las que
quedan se han transformado en las constantes más recurrentes. En los grandes
centros urbanos, los bolsones de marginalidad y miseria más que pobreza,
restos de un sistema mezquino de concentración de la riqueza ya comenzaron a
descontrolarse con una creciente inseguridad, aumento de la desnutrición
infantil, y un rampante sentimiento de que no existe ninguna salida lleva a
la juventud a no visualizar ningún futuro posible a mediano plazo.
Mientras tanto en el norte del país y avanzando a paso ligero, se produce el
resurgimiento de enfermedades como el dengue, la leishmaniasis y el mal de
Chagas, entre otras, que se transforman en la inevitable consecuencia de la
expansión irracional y no planificada de la agricultura y la ganadería en
regiones tropicales. Para poder realizarla se debe recurrir a eliminar el
monte y, en consecuencia los mosquitos transmisores emigran hacia las zonas
pobladas. Y llegan a zonas que por otra parte no cuentan con los
depredadores naturales que controlaban su población, pero a cambio poseen
seres humanos que pasan a sufrir las enfermedades que antes se
circunscribian a ambientes confinados en montes y selvas.
Tengamos presente que una de las mayores epidemias anteriores en nuestra
provincia se produjeron en los 40´ y 50' tras los desmontes de 'La
Forestal'. También en aquéllos tiempos se observó una fuerte epidemia de
fiebre amarilla en Corrientes; los médicos que trataban de detener su
avance, en medio de la desesperación por la ineficacia de los medios que
disponían, ordenaron quemar la ropa de enfermos hasta que se dieron cuenta
que el humo de lo que quemaban espantaba a los mosquitos y paraba la peste.
No olvidemos que el virus del Ébola en África era un virus de la tierra que
salió a la luz debido a la deforestación de bosques, y se transformó en
paradigma explicativo de lo que aquí se plantea, aceptado en todos los foros
que tratan acerca de las enfermedades asociadas al cambio climático y la
salud pública.
Todas las investigaciones serias que se están realizando tienden a confirmar
la estrecha relación que existe entre los grandes desmontes efectuados por
el hombre y este tipo de patologías, aunque con solo usar un poco de
razonamiento nos podríamos dar cuenta que existe una lógica de
comportamniento perfectamente atendible que le otorga credibilidad a las
afirmaciones en este sentido.
Es importante destacar que esto no ocurre solo en la Argentina. Otros
países, como Paraguay, por ejemplo, ya ven instalados el dengue, la fiebre
amarilla, el hantavirus y la leishmaniasis, (enfermedades que se relacionan
a vectores -mosquitos y ratones- cuyo hábitat son las zonas húmedas y con
mucha vegetación arbórea) después de años en que con gran esfuerzo los
habían controlado. Este resurgimiento se produce precisamente en territorios
donde se ha producido depredación de flora silvestre, con modificación de
los niveles de humedad y temperatura con el fin de implantar cultivos de
soja.
En los últimos años la Organización Panamericana de la Salud afirma que el
proceso de deforestación es la principal causa de las grandes epidemias,
como el dengue, leptospirosis, leishmaniasis, malaria, chagas, enfermedades
que tienen que ver con la relación del hombre con el ambiente. El desmonte
hace que el ciclo de vida de los insectos trasmisores sea alterado y se
movilizan hacia las zonas urbanas, es decir, pobladas por humanos.
Daniel Salomón, investigador del Centro Nacional de Diagnóstico e
Investigación Endemo-Epidemias (Cendie), afirma que “Si se sigue el patrón
de lo que ocurrió durante la aparición de los casos de leishmaniasis tanto
en Brasil como en Paraguay, hay una relación directa entre esa enfermedad y
la deforestación de las selvas nativas de esos dos países vecinos”...Solo le
falta agregar que esa deforestación fue con el fin de sembrar soja como
puede verse actualmente si uno pasa por esos campos.
A fines de agosto del 2007 los medios gráficos de la provincia de Salta
informaban que “el desmonte de una selva ya puso en emergencia a toda una
ciudad. Orán se superpobló con los aborígenes que debieron abandonar el
bosque porque la tala los dejó sin agua ni comida.” Esta noticia no
reflejaba más que un caso de los muchos que suceden desde hace pocos años en
el norte del país. Sin embargo, se transformó en noticia porque había
ocurrido en los límites de una ciudad importante de la zona, pero igualmente
nos muestra cómo se produce lo que aquí se afirma cuando comienza la tan
mentada expansión de la frontera agraria que muchos irresponsablemente
asimilan al progreso. Pero además no se logró captar el verdadero sentido de
la misma, el caso no era la deforestación en sí, sino las causas que la
provocaban, y lo que significaba el hecho, que es lo que hoy vivimos.
En la provincia de Chaco, la media anual ronda los 20º C aunque
recientemente se registraron marcas por debajo de cero. Estos grandes saltos
de temperatura pueden ser achacados fundamentalmente a la desaparición del
monte que hacía de regulador como lo hace el mar sobre las zonas costeras,
evitando que se produzcan grandes diferencias de temperaturas en cortos
espacios de tiempo. Pero ese brusco descenso de temperatura expuso en
muertes la dimensión de la emergencia sanitaria y alimentaria que viven los
pueblos indígenas toba, mocoví y wichí en ese distrito del noreste del país,
donde la salud está minada por la desnutrición, la tuberculosis y el chagas.
El año pasado, en pocos días el número de fallecidos ascendió a 16, en su
mayoría tobas y wichis. Todas las víctimas vivían en lo que una vez fue El
Impenetrable, región de monte que desde hace un siglo sufre el saqueo de sus
quebrachos, algarrobos y lapachos y que en las últimas décadas desaparece
bajo las topadoras y el fuego que apuran los que persiguen la alta
rentabilidad de la soja. El caso más espectacular es el pueblo de Gancedo en
el centro del Chaco sojero, donde viven solo tres mil personas y cuenta con
cinco empress de fumigación y cuatro aeródromos para fumigadores.
El proceso que afectó fundamentalmente a El Impenetrable, se extiende sobre
lo que fuera el territorio ancestral toba y wichí. La desaparición del monte
produjo la desaparición de las proteínas animales y vegetales que integraban
la dieta de estos pueblos. “El algarrobo simboliza casi todo, porque de ahí
obtenían las proteínas las comunidades indígenas, la algarroba era el eje
central de la dieta proteica, al ir desapareciendo hoy se mantienen con
grasa, con harina, a veces un poco de fideos, no siempre; arroz, cada vez
menos; y carne, casi nunca. Entonces tenemos que esa dieta condujo a la
desnutrición, a la mal nutrición, a la hipertensión, a la diabetes. Por
desnutrición o por mal nutrición, al no tener nunca comida suficiente y
menos comida con capacidad nutritiva, a las enfermedades infecciosas, a la
tuberculosis, al chagas”, sostuvo Rolando Núñez, coordinador del Centro
Mandela, en una entrevista realizada en agosto.
Hace años que los pueblos toba, wichí y mocoví vienen denunciando esta
situación y exigen al gobierno provincial políticas públicas. Tras décadas
de silencio el ‘levantamiento’ – como lo llaman – sacó a la luz la pobreza y
discriminación que sufren los más de 60 mil indígenas del Chaco.
Pero lo que se vivió con la aparición de la problemática descripta es solo
la punta de un gigantesco ovillo que se anuda a otra cuestión derivada del
desmonte y que llega a kilómetros de distancia. Esta situación sobre la cual
se monta la temática de las enfermedades tropicales como el dengue es la
consecuencia de años de olvido en el mundo, pero también significa un
llamado de atención sobre el futuro.
Más de mil millones de personas están afectadas por una o más enfermedades
tropicales desatendidas (ETD). Se las considera así porque persisten
exclusivamente en las poblaciones más pobres y marginadas.
Pese a la magnitud de la cifra de personas afectadas por ETD (uno de cada
seis habitantes del planeta), menos del 1% de los casi 1400 medicamentos
registrados entre 1975 y 1999 servían para tratar enfermedades tropicales.
En la actualidad, se considera que hay 14 ETD entre las que se halla el
dengue. La mayoría de estas enfermedades se puede prevenir, eliminar e
incluso erradicar, siendo los niños son los más vulnerables.
Además, la mayoría de quienes las padecen apenas tienen voz en el terreno
político y son demasiado pobres para exigir tratamiento. Como consecuencia
lógica de esta situación, no hay un mercado lucrativo para los medicamentos
contra estas enfermedades, y esto explica la escasez de fondos destinados al
desarrollo de nuevos fármacos de parte de las empresas farmacéuticas. De los
1393 nuevos medicamentos registrados entre 1975 y 1999 menos del 1% estaba
destinado a tratar enfermedades tropicales.(datos de la OMS)
Las poblaciones más pobres, en zonas rurales, y en barrios marginales, son
las más afectadas por estas enfermedades, que persisten a su vez, cuando hay
pobreza. Lamentablemente, los sectores más vulnerables, se concentran de
forma casi exclusiva en las poblaciones marginadas de las ciudades que
albergan a estos verdaderos refugiados ambientales.
Estas enfermedades reciben poca atención porque generan escasas ganancias a
los laboratorios y se ven postergadas en las prioridades de la salud pública
porque los afectados carecen de influencia política. Pero lamentablemente,
tampoco se cuenta con estadísticas fiables que expliquen la verdadera
magnitud de la problemática.
La mayoría de las infecciones se asocian a la insalubridad del agua y a las
malas condiciones de vivienda y saneamiento que suelen observarse en las
villas urbanas y en los pobreríos agrarios en donde todavía sobreviven
indígenas y criollos en el norte tratando de resistir el desarraigo.
Hace poco tiempo, el Defensor del Pueblo de la Nación enumeró las
consecuencias que trae el desmonte de ambientes destinados a la producción
sojera, cuando presentó un pedido para la suspensión de estos.
Allí explicaba que se podían enunciar como:
- Impactos Sociales:
1. Incremento de la pobreza
2. Migraciones internas hacia las ciudades
3. Pérdida de las tradiciones en comunidades indígenas y criollas
- Impacto biológico
La comunidad científica internacional reconoce que la pérdida y/o
degradación de la cubierta vegetal producidas por los desmontes daños
ambientales tanto locales como regionales, entre los que se cuentan (Bacchiega
y otros 2003, Tucci 2002, UMSEF 2006):
1. Mayor erosión de los suelos, con un aumento del proceso de
desertificación y reducción de la productividad.
2. Alteración del régimen hidrológico de las cuencas, generando que el
régimen regular de las aguas se convierta en ciclos de inundaciones
alternados con períodos de sequía. Es decir, la cuenca reduce su capacidad
de regulación del flujo de agua
3. El aumento de la erosión y la sedimentación de los suelos, así como de
las posibilidades de pérdida de suelo por incremento de los fenómenos de
remoción en masa (aluvión de lodo).
4. Pérdida de biodiversidad, tanto de hábitat, como de especies de flora y
fauna y de tipos genéticos, que implican la violación de los tratados
internacionales, en particular del Convenio de Diversidad Biológica.
5. Alteración del clima a nivel regional y, localmente, una disminución de
la retención tanto de los suelos como de la humedad ambiente.
6. El aumento del efecto invernadero y del calentamiento global, como así
también, la modificación en los ciclos de nutrientes por agotamiento químico
del suelo; especialmente del Carbono, dado que en la práctica de desmonte,
en general, la biomasa se quema totalmente.
7. La alteración de los ciclos migratorios de la fauna que, en los casos de
especies endémicas, puede llegar a provocar la extinción de especies.
- Impactos Sanitarios:
1. Aumento de las enfermedades parasitarias e infecciosas (Dengue,
Paludismo, Esquistosomiasis, Filariasis. Etc.)
Las conclusiones que nos puede dejar este trabajo se pueden resumir en una
frase muy simple: “La soja es un sistema que expulsa, enferma y mata, un
monocultivo arrasador del que obtiene ventajas una pequeña minoría de la
población.”. Pero además se debe tener en cuenta otros factores agregados a
tener en cuenta como por ejemplo que el cultivo de la soja no retiene el
agua en el campo como lo hacía el monte, sino que la deja correr. Cuando
llueve, el agua se desliza por el campo y pasa a engrosar el caudal de los
ríos y ocurren inundaciones como se vieron en los últimos años. Pero además
arrastra las capas superiores del suelo que contienen la parte más fértil y
productiva. Antes de la soja en el monte se retenía el agua en la copa de
los árboles, entre las raíces de los árboles y entre todas las plantas que
forman el monte, permitiendo que el agua caiga lentamente y así penetre mas
en el suelo evitando las escorrentías es decir la cubierta que formaba el
monte hace de una gran esponja que retiene el agua en el campo evitando que
esta corra a los ríos y por las ciudades.
Cuánta riqueza generó, cuánta pobreza, cuántos pobres más hay, cuántos ricos
más hay con la soja es una cuestión que sería interesante responder para
poder saber así qué fue más aceptable socialmente. Hoy se emplea a una
persona por 500 hectáreas de soja, mientras que 500 hectáreas de cultivos
tradicionales en donde hoy se las reemplazó por soja, daban de comer hasta
34 puestos de trabajo.
Por todo esto, las ganancias extras que generan la soja y la entrada de
divisas no pueden ser los únicos motivos para regular un sector que no sólo
sobreexplota los campos, sino que además juega el juego del primer mundo,
sosteniendo el consumo de unos pocos sobre los recursos de todos. La
soberanía alimentaria y ambiental deben ser un bien impostergable que debe
primar por encima de cualquier interés de grupo en resguardo de la vida de
toda nuestra sociedad
www.elortiba.org