¿Para qué sirve la utopía?

Por Hugo Basso*

“Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.
¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar"
     Fernando Birri

-Es así –me dice-, la utopía es como la mujer que uno ama. Por ahí no vas a tenerla nunca, pero tratar de alcanzarla te mantiene con vida.

-O te lleva a al muerte –le digo-. -Es lo mismo –me responde como si yo hubiera dicho la boludez más grande-. Es lo mismo porque la muerte, si vale la pena, es una etapa de la vida. Como te explico… algo así como una muerte que se vive.

Caminamos por Arroyito, cerca de la cancha de Central. Y le sigo la corriente porque sé que a él le gustan estas charlas, que tenemos muy de vez en cuando. No sé por qué exactamente, pero presumo que él habla de estas cosas solamente conmigo. Esto de dejar un poco las evaluaciones políticas, que si los milicos dan elecciones o hay que prepararse para la insurrección. Si tenemos que legalizarnos y volver a las cárceles si es necesario. O tenemos que seguir escondiéndonos y dejar que nos maten como perros, como al pobre Yaguer hace unos días.

-Algo así como una muerte que se vive.., dejate de joder Carlón, ninguna muerte se vive, si creo entender a qué te referís con eso de vivir. Te cagás encima, -le digo y le recuerdo lo que nos había pasado unos días atrás, cuando casi nos cazan en un bar de Avellaneda. Y le cuento lo que siente uno cuando está atado a la parrilla y le ponen los doscientos veinte en los testículos y el corazón empieza a escaparse del pecho-, la muerte es siempre la muerte.

Me mira sin contestar y nos sentamos en el pasto a fumar un pucho. Miramos el río y los veleros como mechones blancos, sobre la cabeza marrón del Paraná.

-La verdad, siempre tuve la duda –me dice-. No sé, a lo mejor nos morimos al pedo. A lo mejor vivimos para la mierda y es al pedo. Siempre pienso mucho en eso, pero viste, si no creés en algunas cosas no podés seguir par adelante. Como lo fedayines palestinos, ellos mueren por la revolución pero también por Alá, no le temen a la muerte. Para ellos la muerte es como un pasaje y si mueren en combate, el pasaje es al paraíso. A veces pienso que si nosotros fuéramos así, ya habríamos ganado. Y a veces pienso que ese desprecio por la muerte, esa idea de que es parte de la vida y que vale la pena el sacrificio, nos alejó de la gente.

Me doy cuenta que no me habla a mí. Se dice esas cosas a sí mismo. Y cuando tira el humo del cigarro de esa manera, atravesándolo con la mirada perdida en el río y los veleros, es porque se acuerda de aquella rubia tan bonita que era su compañera, hasta que la mataron.

Lo conozco desde hace años. De la zona sur, de Merlo, de la cita en Madrid, de mi casa en México, del departamento en San Pablo donde lo disfrazábamos de cura al Pelado, para que entrara por Puerto Iguazú. En aquel entonces él, Carlón, andaban siempre con su cuadernito de tapas rojas a cuestas. “Vos que vas a poder, contá estas historias”, me decía. Y yo le respondía que se dejara de joder, que las escribiera él. Me decía que no, que él no iba a estar para escribirlas.

-Tano, a veces pienso que tenés razón, -me dice mientras los ojos se le pierden tras el humo del cigarro-. -Mirá Carlón, perdoname. No me olvido que sos un Comandante; y sabés como te respeto y que te quiero como a un hermano. Pero me parece que estamos meando fuera del tarro. Mirá como vivimos, lejos de la familia, aislados, escondiéndonos como ratas. Vos quisiste tener hijos y no pudiste, perdiste tu compañera. Nos estamos haciendo mierda. No sé, ponéle que pasa algo, un milagro y ganamos. ¿Cómo vamos a llegar a eso, para qué vamos a servir, qué vamos a ser? Vivimos aterrorizados y lo escondemos detrás de toda esa mistificación de la muerte. Yo, la verdad, no quisiera morirme. ¿Patria o muerte?, me quedo con la patria.

-Tano, yo tampoco quisiera morirme –me interrumpe-. Mirá que lindos barquitos, mirá aquel, hay una mina tomando sol arriba. Yo tampoco quisiera morirme. Pero tampoco quiero que los que murieron, se hayan muerto al pedo. Un día, estoy seguro, pelear no va a ser tan jodido. En este país va a pasar algo, vas a ver. Y pelear no va a ser tan jodido. Sería bárbaro, te imaginás, perseguir la utopía de la que hablábamos hace un rato; pero sin tener que morir en el intento. Vas a ver, un día van a ser ellos los que tendrán que esconderse. Vos lo vas a ver.

Fue una de las últimas veces que lo vi. Al Comandante Eduardo Carlón Pereira Rossi lo asesinaron de un escopetazo en la cara, con las manos atadas en la espalda, en el otoño de mil novecientos ochenta y tres. Tenía razón, por algo era quien era. Los que lo mataron, hoy tienen que esconderse. Y hay quienes pueden pelear sin dejar de vivir por eso. Alguien me hizo acordar de él en estos días. Y recordé también el pedido de escribir algunas historias. Es una de las muchas formas de perseguir a esa mujer que está en el horizonte; y se aleja cada vez que queremos alcanzarla. Quizás, quien sabe, en ese intento esté el verdadero goce de la vida. De la vida, dije, Comandante.

*Compañero de militancia de Eduardo Pereyra Rossi y Osvaldo Cambiaso.


El caso Cambiasso-Pereyra Rossi

Por Adriana Meyer, Página/12, 11 de mayo 2008

Hace casi 25 años, los militantes justicialistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo “Carlón” Pereyra Rossi fueron acribillados a balazos por una patota encabezada por Luis Patti, en uno de los últimos manotazos con que la dictadura en retirada quiso impactar para demostrar que la “subversión” no estaba vencida. Esta semana habrá actos en Rosario, de los que participarán las hermanas de Cambiaso, y un homenaje en el paraje campestre donde fueron asesinados que organiza Juan Puthod, el sobreviviente del terrorismo de Estado secuestrado este 29 de abril. La investigación judicial del caso Cambiaso-Pereyra Rossi estuvo paralizada por más de dos décadas, a partir del dudoso sobreseimiento de Patti, pero en 2005 fue reactivada por los querellantes y el fiscal federal Juan Murray. La Cámara de Apelaciones de Rosario tiene en sus manos la posibilidad de destrabar el expediente, y aceptó reunirse con los diputados Remo Carlotto y Victoria Donda, y con funcionarios de las secretarías de Derechos Humanos nacional y bonaerense.

El 17 de mayo de 1983 el Ministerio del Interior informó que Osvaldo Agustín Cambiaso y Eduardo Daniel Pereyra Rossi habían sido “abatidos en un enfrentamiento” con efectivos de la Unidad Regional de Tigre. Los policías involucrados eran los cabo Rodolfo Diéguez, el sargento Juan Spataro y el oficial principal Luis Abelardo Patti. Media docena de testigos dio otra versión. El sábado 14 de mayo Cambiaso y Pereyra Rossi conversaban en el bar Magnum, de Córdoba y Ovidio Lagos, en Rosario. Fueron secuestrados en un operativo del I y II Cuerpo de Ejército. Los sacaron del bar con la boca amordazada, a la rastra, por el suelo, con la cara hacia el piso, y los metieron en una camioneta. Los captores festejaron su éxito con gritos de alegría y abrazos.

Tres días después, Cambiaso y Pereyra Rossi aparecieron baleados en Lima, partido de Zárate. Los peritajes demostraron que fueron golpeados y torturados antes de morir. Había hematomas, rastros del empleo de picana eléctrica y muestras de pólvora sobre el antebrazo izquierdo de Pereyra Rossi originadas por un disparo a quemarropa. El 18 de junio, el juez penal de San Nicolás, Juan Carlos Marchetti, dispuso la prisión preventiva de los tres agentes de la bonaerense y calificó el caso como “homicidio calificado reiterado”. Además, ordenó la detención del médico policial que hizo la primera autopsia. El tercer estudio de los cuerpos, realizado por el histopatólogo y experto en balística Eduardo Pedace, refutó a Patti en sus dichos sobre la distancia y posición de tiro. Los disparos fueron hechos un metro y medio más cerca de lo que juró el represor, aún aspirante a diputado.

Mientras circulaban rumores de autogolpe y varios medios agitaron una vez más el fantasma del “rebrote subversivo”, las hermanas Cambiaso comenzaban una larga batalla judicial recolectando pruebas que contrastaban con las que tenían los investigadores, que en algunos casos había sido obtenidas bajo tortura. El caso Cambiaso-Pereyra Rossi se sumó a una treintena de hechos intimidatorios registrados en los primeros meses de 1983. Vicente Saadi denunció que las informaciones oficiales eran “una sarta de mentiras”, y no dudó en afirmar que “no se trató de un tiroteo sino de asesinatos lisos y llanos”. Poco después, a instancias del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), abogados de diferentes corrientes políticas conformaron una comisión investigadora, entre ellos Marcelo Parrilli, Augusto Conte y Nilda Garré. Ellos aportaron a la causa una nota anónima que detallaba el operativo militar e incluso revelaba que el policía Diéguez comentó que Patti fusiló a Cambiaso y Pereyra Rossi por la espalda.

Cosa juzgada írrita (nula)

“Existió un aparato organizado de poder del que participó Patti y que significó la muerte de los militantes Cambiaso y Pereyra Rossi”, afirmó el fiscal federal Juan Patricio Murray hace dos años, durante el proceso parlamentario de impugnación a la banca del represor. Durante aquella larga audiencia, el fiscal dejó en claro que “esos hechos estaban suficientemente acreditados en 1983 pero hay pruebas contundentes de que el juez del caso fue presionado para dictar el sobreseimiento de Patti y los otros dos imputados”. Marchetti llegó a ser intimidado con seguimientos que incluyeron a su familia y a sus empleados. También ante los diputados, Gladys Cambiaso aseguró que “el juez nunca pudo ubicar a un testigo clave y en un giro total cerró la causa”. El 4 de noviembre la Cámara confirmó los sobreseimientos, pero en su fallo destacó que los testigos fueron modificando extrañamente sus dichos, y puso en duda la credibilidad de Patti.

Murray recordó que Patti está confeso ante la Justicia porque en 1983 admitió: “Yo los maté en un enfrentamiento”. Pero a pesar de que el propio Patti no niega haber sido el autor material de las muertes, y los peritajes demuestran que tal enfrentamiento no existió, el juez federal de San Nicolás, Carlos Villafuerte Ruzo, no accedió al pedido de nulidad del sobreseimiento de Patti y de los dos policías presentado por el fiscal y la querella invocando que en el caso hubo “cosa juzgada írrita”. Sin embargo, la causa no está paralizada. El juez decidió seguir investigando, aunque dejó en stand-by la situación de Patti, Diéguez y Spataro hasta que la Cámara se defina. El fiscal y la querella pretenden que, mientras tanto, sean imputados los miembros de la patota rosarina, cuyos nombres fueron aportados por la reciente declaración del represor Eduardo Costanzo.

Los querellantes y la fiscalía consideran que el sobreseimiento de los tres policías, dictado a pocos días de las elecciones de 1983, está viciado de nulidad. Argumentan que luego del procesamiento no ocurrió nada que justifique el sobreseimiento. Y sostienen que en los últimos dos años se incorporaron pruebas valiosas tales como los datos provenientes de los archivos desclasificados en Estado Unidos. En esos documentos fuentes de Inteligencia militar refieren que el asesinato de Cambiaso y Pereyra Rossi no pudo haber ocurrido sin conocimiento de las fuerzas del Ejército, y relatan las presiones ejercidas por el Ministerio del Interior sobre la Justicia para que la causa terminara con un sobreseimiento o pasara al ámbito militar. Otro elemento de valor son los informes de la Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense (Dipba) sobre los seguimientos al juez y a los testigos, y un pedido de informes sobre Pereyra Rossi que Contrainteligencia hace a la Dipba pocos días antes del asesinato.

El sobreseimiento cuestionado se transformó en definitivo el 23 de diciembre de 1986, el mismo día que nació la Ley de Punto Final. El secuestro se había producido en medio de la denuncia de Raúl Alfonsín sobre el pacto militar-sindical y del Documento Final sobre los desaparecidos que emitió la Junta. La embajada de Estados Unidos tomó nota de que la exoneración de Patti y sus agentes fue moneda de cambio en la interna militar, y en ese sentido el giro del juez Marchetti descomprimió la situación. Por eso Ana Oberlin, abogada de las hermanas Cambiaso, argumentó que “una investigación llevada adelante por la Justicia de facto, y una pretendida autoridad de cosa juzgada, en el contexto histórico-político mencionado, y con las falencias detalladas, no pueden prevalecer por sobre el derecho de las víctimas y la sociedad en general de conocer la verdad de lo acontecido y procurar el castigo de los responsables de los hechos y de su encubrimiento”.
 
Página/12, 11/05/08