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Cecilia Grierson. Mujer profana
Por Guillermo Marín*
Ilustración El Tomi
En la Argentina, Cecilia Grierson
es prácticamente una desconocida. Sin embargo, es una de las mujeres más
extraordinarias que dio la Nación. En los países sudamericanos, su inquietante
figura está presente en los manuales de historia de la medicina con el mote
de primera mujer en fundar una escuela de enfermería en el continente y
de ser también la primera médica recibida en estas pampas. Semejante pergamino
la proyectó, además, hacia el espacio educativo internacional; dimensión
a la que dedicó en el país cuarenta y dos años de su dilatada existencia.
En Quito, Ecuador, un jardín de infantes lleva su nombre.
En Argentina, la impronta de Cecilia está ligada, aparte de su escuela,
a ciertos modelos de compromiso social que han tomado la forma de fundaciones
no gubernamentales y que mantienen viva la memoria de la primera mujer que
consiguió derrocar el patriarcado de la medicina en el país. Estamos hablando
de una mujer del Siglo XIX que se atrevió a profanar el conocimiento científico
custodiado hasta ese momento por varones. Romper un modelo social con más
de 100 años de vigor varonil en los claustros de la Facultad de Medicina,
no le fue fácil. El primer cimbronazo lo causó Elida Paso, cuando, luego
de estudiar farmacia, (es nuestra primera mujer farmacéutica y universitaria)
decidió seguir ciencias médicas. No la dejaron. Pero un recurso de amparo
que presentó ante los tribunales superiores le abrió las puertas al conocimiento
galénico.
A pesar de que Elida peleaba codo a codo por su realización académica con
Grierson, enfermó y murió poco antes de obtener su título. A Cecilia, en
cambio, no le prohibieron la entrada a la facultad en forma tan autoritaria.
Utilizaron un recurso “pedagógico” desprendido del plan de estudios vigente:
le exigieron presentar junto a sus certificados académicos normales (Grierson
fue una de las primeras mujeres con título docente en Argentina) cinco niveles
de lengua latina que, por supuesto, Cecilia no poseía. No claudicó. Estudió
la lengua de Horacio con el profesor Larsen, aquel que aparece caracterizado
en Juvenilia de Miguel Cané. Al tiempo rindió la materia como alumna libre
en el hoy Colegio Nacional Buenos Aires y sin otra excusa la dejaron entrar.
Así se presentó un día de abril de 1883 como quien dice agua va, en los
lúgubres pabellones de la Facultad de Medicina. La habrán mirado, como era
de esperar, como un bicho raro, con el mismo sarcasmo y desprecio que era
observada la mujer antes de su emancipación.
Sus biógrafos mienten, o en todo caso fantasean demasiado. No es verdad
que Cecilia Grierson masculinizó su figura cortando su pelo estilo varón
y ocultando sus curvas con un atuendo exageradamente holgado para mimetizarse
con el enemigo. No existe registro fotográfico ni declaración propia ni
voz alguna que demuestre que Cecilia debió travestir su imagen para enrolarse
como estudiante. En todo caso habrá desoído con angustia la crítica mordaz
de sus compañeros varones. Pero es muy dudoso que haya cedido a su condición
de mujer (ya que siempre la sostuvo) bajo el disfraz que la sociedad, que
la excluía, quería imponerle. Transgresión femenina no es sinónimo de virilización.
Quizás su carácter arrollador, aunque ella siempre se consideró a sí misma
como una muchacha “tímida y algo infantil”, le haya adjudicado una imagen
hombruna. Por sus venas corría sangre irlandesa y escocesa, de modo que
ciertas características genéticas se manifestaron desde chica en la firmeza
de su carácter. Su talla, de un metro setenta, su piel blanquísima, sus
ojos azules y su frente amplia y despejada, hacían de Cecilia Grierson una
mujer imposible de pasar desapercibida.
En la historia oficial del pueblo irlandés figuran las terribles hambrunas
que padecieron sus habitantes en gran parte del Siglo XIX debido al monocultivo
de la papa; situación provocada por el sometimiento agrario y religioso
que la Corona inglesa ejercía sobre Irlanda. Es probable que este horroroso
legado transmitido por generaciones, haya fijado en Grierson el temple necesario
para superarse así misma frente a la adversidad.
Sus cronistas jamás pudieron responder esta pregunta: ¿Cómo, una mujer de
aquella época pudo acceder al conocimiento sin masculinizarse? Sus biógrafos
olvidan que en los destinos individuales, la influencia de una cultura que
excluía no siempre es más poderosa que las voluntades psíquicas y fisiológicas
de un ser inmerso en esas mismas circunstancias. Cecilia no discutió su
sexo; lo elevó sobre los hombros de la exclusión.
Cecilia
Grierson nació en Buenos Aires el 22 de noviembre de 1859. Pintora,
escultora, gimnasta, sufragista y pionera en la lucha por los
derechos femeninos, fue la primera mujer recibida en la facultad de
Ciencias Médicas de Buenos Aires y tuvo que dar una dura batalla
legal para ejercer su profesión. Fue la primera doctora en medicina
graduada en Argentina. En 1891 fue uno de los miembros fundadores de
la Asociación Médica Argentina. En 1892 colaboró con la realización de la primera cesárea que tuvo lugar en la Argentina y dos años después, en 1894, se presentó en el concurso para cubrir el cargo de profesor sustituto de la Cátedra de Obstetricia para Parteras. El concurso fue declarado desierto, porque en aquellos tiempos las mujeres aún no podían aspirar a la docencia universitaria. En 1892 fundó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios. Creó, además, la primera escuela de enfermeras y el Instituto de Ciegos. En 1910 presidió el Congreso Argentino de Mujeres Universitarias, y el "Primer Congreso Feminista Internacional de la República Argentina". Autora de un importante estudio del Código Civil demostrando que en nuestro país las mujeres casadas tenían un estatus legal equivalente al de los niños, dio a conocer también "Educación técnica para la mujer", "La educación del ciego" y "Cuidado del enfermo". Murió el 10 de abril de 1934. (Télam). |
Resulta difícil creer que una mujer de clase media baja haya podido conspirar
contra el traje enjuto de la vergüenza. Pero la historia de mujeres está
plagada de estos seres cuyos destinos, cimentados en ideales inconcebibles
para la época en las que vivieron, lograron demoler (muchas veces arriesgando
la vida) la confortable moderación en la que se hallaban las mujeres, aceptando
y exhibiendo sus dotes naturales.
Había nacido en Buenos Aires bajo el signo de escorpio un 22 de noviembre
de 1859. Los escorpianos se caracterizan, entre otras particularidades,
por su poder hacedor y creativo. Estas peculiaridades zodiacales aparecerían
en Cecilia desde muy joven. Siendo apenas una adolescente fundó en la Escuela
Normal de Maestras (hoy Colegio Nacional Presidente Roque Sáenz Peña) una
biblioteca con más de 300 volúmenes a la que llamó “El estímulo argentino”.
Fue la mayor de cinco hermanos, de quienes tuvo que velar por su mantenimiento
tras la muerte de su padre. ¿Podemos hablar de una naturaleza docente? En
la provincia de Entre Ríos donde residió la mayor parte de su infancia dio,
junto a su madre y aun siendo una niña, clases de lectura y matemática a
un puñado de chicos analfabetos que habitaban las tierras del Delta. En
esa precaria escuela rural solventada por el gobierno de turno, la pequeña
Cecilia daría sus primeros pasos por los corredores de la enseñanza sistematizada.
Su evolución intelectual fue rápida e intensa. Recibida de doctora cirujana
en 1889, escribió obras trascendentales para la literatura médica; una de
ellas, Masaje Práctico (1897), alcanzó una tirada de veinte mil ejemplares,
algo excepcional para la época. Fue, junto a Julieta Lanteri y Alicia Moreau,
una de las mujeres más famosas de su tiempo. En 1892 funda la Sociedad Argentina
de Primeros Auxilios, organismo al que le dedicó tanta atención como a su
escuela de enfermeras. Participó del Primer Congreso Femenino Internacional
realizado en la ciudad de Buenos Aires en 1910. Viajó tres veces a Europa.
En uno de esos periplos al que marchó con pasaporte diplomático (pues la
había enviado el gobierno de Julio Argentino Roca) logró observar una veintena
de escuelas de mujeres. A su regreso elaboró un informe (1902) que fue la
piedra de toque para la creación de aquellos mismos establecimientos que
en el país llamó escuelas de educación doméstica para mujeres. Al regreso
de su primer viaje, funda el Consejo Nacional de Mujeres (1900) y la Asociación
Obstétrica Nacional (1901). En 1903 consigue dictar en la Facultad de Medicina
un curso de kinesioterapia y gimnástica médica. Fue alumna y amiga del sueco
Ernesto Aberg, un aporteñado médico que trajo al país la ciencia kinesiológica
como una rama importantísima de la medicina. Trabó también amistad con diversos
artistas plásticos, escritores y una gama muy amplia de hombres de ciencia.
Durante muchos años, Cecilia fue considerada una heroína no sólo por sus
extraordinarios aportes a las ciencias médicas, sino por ser una pieza fundamental
en la emancipación de la mujer. Pero la exacerbada desmemoria en que caen
los héroes sin capa y espada, la han delegado hoy al arcón del olvido. Dijo
en 1916 cuando intentó jubilarse:
“Sintiéndome decaer, pensé en acogerme a los beneficios de la jubilación
ordinaria, a la cual creía tener derecho, pues había trabajado asiduamente
en el magisterio durante cuarenta y dos años. Eso sí, nunca me había preocupado
de que el puesto fuese rentado o no; de si era municipal, provincial o nacional
la repartición en que servía. Presentados algunos documentos que conservaba,
resultó que, según la ley, no pudo computárseme sino veintidós años de servicios
con sueldo. ¡Había principiado demasiado joven y había trabajado demasiado
ad honorem, y, por lo tanto, quedé excluida del amparo que la Nación Argentina
presta a sus servidores!...”
Retirada de la vida profesional y de la docencia, Grierson vivió sus últimos
años en la localidad de Los Cocos, Provincia de Córdoba. Al morir, Cecilia
estaba trabajando en la ampliación de su obra médica más ambiciosa: Cuidado
de enfermos (1912). Pero un día se metió en la cama y empezó a agonizar
de un padecimiento por el que había luchado en los servicios ginecológicos
de los hospitales en los que trabajó. Cecilia Grierson murió de cáncer de
útero el 10 de abril de 1934. Tenía 74 años. Sus restos descansan en el
Cementerio Británico de la ciudad de Buenos Aires. Allí se alza una imponente
lápida donde figuran tallados los nombres de sus ancestros. Encabeza la
lista William, su abuelo paterno. Aquel inmigrante escocés que un día de
1825 llegó a la Argentina acaso sin saber que su nieta entraría cien años
más tarde en la historia universal de la medicina.
Notas
1 El doctor Konh Loncarica, su biógrafo, le adjudica ser la primera médica
recibida en Sudamérica. No es cierto. Fue la Dra. Eloísa Díaz Insunza, la
primera médica Sudamericana. Nacida en Chile el 25 de junio de 1866, se
graduó el 27 de diciembre de 1886, recibiendo su título profesional el 3
de enero de 1887.
2 A setenta y tres años de su desaparición tanto la Academia como la Facultad
de Medicina, carecen de un monumento a su memoria.
Abril 2007
*Periodista y escritor
desechosdelcielo@gmail.com