|
|
|
Después
no digan “yo no los voté” o “yo no sabía”
Por Alberto J. Franzoia
Considero que el panorama político de la Argentina actual puede resultar muy
confuso si dejamos a un lado la memoria, es decir, si descuidamos ese sabio
ejercicio de revisar el pasado para no darnos la cabeza dos veces contra la
misma pared. En oportunidad de participar de la polémica con la concejal de
Merlo Alejandra Pignataro sostuve que no hay cosas nuevas bajo el sol si
realmente somos memoriosos. Desde ya me refería a todas aquellas fuerzas
políticas que tienen posibilidades de continuar o bien modificar el rumbo
político que transitamos en Argentina. Y es que en todo proceso electoral
hay una primera disyuntiva que debemos resolver: ¿aportamos un voto útil
para apoyar la continuidad y profundización de lo existente o bien para
impulsar una oposición con posibilidades ciertas de cambiar, o nos limitamos
a un voto testimonial cargado de intenciones que no lograremos concretar
porque no responden al estado de conciencia general existente y a la
relación de fuerzas que objetivamente se manifiesta? Esta postura puede oler
a conformista para un revolucionario bien de “izquierda” (es decir la que
nunca gobierna), pero en realidad mucho tiene que ver con aplicar con
coherencia el método con el que muchos decimos identificarnos, a saber:
construir nuestra teoría a partir de la práctica concreta, ya que sólo ese
tipo de producto intelectual nos permitirá volver sobre la realidad para
modificarla. En su defecto la teoría no podrá pasar de un recitado de buenas
intenciones. Los antecedentes históricos al respecto son tan contundentes
que no vale la pena hacer un listado.
Volviendo entonces a que no hay cosas nuevas bajo el sol, recordaré para
algunos desmemoriados que las fuerzas políticas (de la oposición posible)
que pretenden ser lo nuevo y alternativo están repletas de ideas y
personajes viejos. Si nos detenemos en el plano ideológico-político nos
encontramos con un panorama simple, ya que ninguna de esas fuerzas ha
renunciado al pasado neoliberal, el mismo que tuvo vigencia en Argentina
entre los oscuros años del terrorismo de Estado y el 2003. Recordemos que la
violencia brutal y sistemática aplicada desde el aparato estatal sirvió en
la primera etapa para imponer el plan de Alfredo Martínez de Hoz, quien
desde luego representaba no sólo a un grupete de amigos, sino a una alianza
de clases entre la suya (la oligarquía) y la burguesía financiera del Norte.
Desde ya la hegemonía la ha ejercido siempre aquella clase que es dominante
a nivel mundial: la burguesía financiera imperialista. Pero ésta, sin su
alianza con la clase que opera al interior de nuestra Patria, nunca hubiera
podido concretar el saqueo al que fuimos sometieron, salvo que estuviese
dispuesta a realizar una invasión armada desde el exterior. Una vez
conseguido el primer objetivo mediante el terror estatal, llegaron los años
de la democracia formal que inauguró el “padre” de la misma: Raúl Alfonsín.
Fue cuando el neoliberalismo ya no necesitó básicamente de los cañones
internos para imponerse en tanto lograba una victoria mucho más espectacular
ingresando al campo de las ideas en condición de idea dominante. Es decir,
no pocos argentinos empezaron a pensar como el enemigo. El punto más
dramático de dicha etapa la vivimos con el “peronismo” menemista. Fue
entonces cuando esas ideas dominantes tuvieron tanto peso que lograron
penetrar y consolidarse inclusive en el seno del movimiento nacional fundado
por Juan Domingo Perón.
Cómo olvidar el patético espectáculo de dirigentes políticos y sindicales
paseándose por los programas de Neustadt y Grondona para demostrar que los
“negros” ahora eran altos, rubios y de ojos celestes. Y cuando el menemismo
agotó sus pilas (degradado por sus negociados, entregas del patrimonio
nacional, destrucción de nuestra industria y empobrecimiento de los sectores
populares, incluidas franjas importantes de las capas medias) llegó con las
banderas de la ética pequeño burguesa (ética formal vaciada de contenido) la
Alianza, con su Banelco lista y una descomunal inoperancia para conducir el
gobierno nacional en una nueva etapa del poder neoliberal. Con la implosión
del modelo gestado en los años de la dictadura, y el helicóptero que sirvió
para la huida en democracia del radical Fernando de la Rúa, llegó finalmente
Duhalde para poner termino a la convertibilidad, pero pretendiendo salvar
con dicha medida un modelo que naufragaba. Faltaba todo lo demás, medidas
articuladas y articulantes que nos permitieran recuperar de a poco la
dignidad nacional. Hasta que en 2003, Néstor Kirchner, que para muchos era
el chirolita del Duhalde, se independizó de su Chasman y dio los primeros
pasos (ahora continuados por Cristina) para volver de ese infierno que se
acercaba a las tres décadas ininterrumpidas.
Pues bien, no hay nada nuevo bajo el sol. ¿Quiénes son la oposición posible?
Unos son radicales reciclados, con sus viejas ideas: economía liberal y
republicanismo formal. Integrantes en su mayoría de las capas medias copadas
por el discurso y práctica de la clase dominante. Se llaman Carrió, Alfonsín
(hijo), Stolbizer, Morales o Cobos. Son los mismos que huyen
sistemáticamente de los gobiernos que han integrado porque no tienen la
menor idea de cómo resolver los conflictos económico-sociales que enfrenta
la Argentina. Grupo de diletantes especializados en oratoria pero
inoperantes en la práctica cotidiana. Entusiastas gestores de nuevas
agrupaciones (con viejas ideas) que finalmente vuelven a juntarse porque por
separado ni siquiera pueden aspirar a ser una segunda fuerza. Lo concreto es
que el radicalismo no logra conducir el país desde la desaparición física de
Don Hipólito Yrigoyen, caudillo popular al que sus sucesores enterraron en
los años treinta junto con sus ideas. Los otros dicen ser “peronistas”; nada
más absurdo. Estos oportunistas que se presentan como tropa del trípode de
señores acomodados (Macri. De Narváez y Solá), defensores de la oligarquía,
son un bofetada al peronismo histórico que condujo Juan Domingo Perón, y que
contó con intelectuales de la talla de Arturo Jauretche, Scalabrini Ortiz,
Pepe Rosa. Fermín Chávez, Cooke, Hernández Arregui y Walsh. ¿Qué tiene que
ver este “peronismo” con aquel otro? ¿Cómo pude ser peronista quien se niega
a gravar a la oligarquía agraria con un justo impuesto a la renta
diferencial que percibe? Cómo puede ser coherente con aquel peronismo quién
no ha renegado (de palabra y/o hecho) de su pasado menemista. De Narváez
llegó a financiar la última campaña de Menem, Solá fue un funcionario
menemista querido por la Sociedad Rural y que según dijo se mantuvo en el
poder porque se hacía el boludo”, finalmente, el nada peronista Macri,
integra una de las familias más beneficiadas por la dictadura y por la
corrupción menemista. Pero lo más grave es que ninguno de ellos (a
diferencia de muchos kirchneristas con su prática) ha dejado de defender lo
que apoyaron en el pasado.
Por lo dicho resulta indispensable tener memoria. Y esto es esencial sobre
todo para buena parte de las capas medias. Porque está resultando demasiado
reiterativo que las mismas se equivoquen fiero a la hora de ir a las urnas,
y luego salgan a declamar “yo no sabía” y hasta “yo no los voté”. Nadie fue
menemista (que ganó dos elecciones y resultó la primera minoría en una
tercera elección en 2003); nadie votó al “Chupete” Fernando de la Rúa, que
se cansó de ganar elecciones en Capital Federal hasta llegar a ser la cabeza
de la Alianza en 1999. Es hora de madurar y dejar de echar culpas a los
otros. ¿Ya no se acuerdan dónde estábamos a los inicios del siglo XXI, antes
de que los “montoneros” asumieran el gobierno? ¿Se olvidaron de las colas en
las embajadas para conseguir ciudadanía europea y huir? ¿Ya no se acuerdan
de las cortes adictas, la obediencia debida, el punto final y los indultos?
¿Se olvidaron de que antes se peleaba por no ser despedido del trabajo y
ahora por aumentos de sueldos en una economía reactivada? ¿Ya nadie recuerda
que el mercado interno estaba destruido? ¿Y del Plan Primavera o la
Convertibilidad? ¿Nos olvidamos de cuando los sectores medios aportaban los
porcentajes más altos de incorporación a la nueva pobreza como bien lo
demostró el investigador Alberto Minujín? ¿Recuerdan la corrupción alarmante
del “peronismo” neoliberal de los menemistas o de los aliancistas radicales?
¿Es necesario citar cada caso para refrescar la memoria? ¿Ya no hay registro
de las nefastas relaciones carnales con EE.UU. y el FMI, relaciones hoy
reivindicadas por la oposición posible? Me pregunto: ¿no serán franjas
importantes de las capas medias responsables directas de su desdichado
destino? ¡Vamos che, porque no dejan de mirar para otro lado o tirar la
pelota a la tribuna! ¿Hasta cuándo la culpa la van a tener siempre gobiernos
a los que “nunca votaron”? ¿Y hasta cuando insistirán con que “yo no sabía”?
Tanto en el plano individual como en el colectivo se imponen cambios de
comportamiento político. En lo individual la negación es para la psicología
un mecanismo de defensa al que se recurre para no asumir un hecho que nos
duele demasiado. Pero nadie jamás ha superado sus problemas recurriendo
reiteradamente a la negación. Por el contrario, es mucho más frecuente que
aquello que empezó como un simple problema se transforme en grave patología.
En lo colectivo resulta claro que sin memoria del pasado no hay
posibilidades de comprender el presente, y menos de construir un futuro
alternativo. Los grupos sociales sin pasado asumido carecen de la
posibilidad de modificar el rumbo de su propia historia. Ante un nuevo
proceso electoral son necesarias por lo tanto dos condiciones para crecer:
1. reemplazar los mecanismo de negación por el desarrollo de una conciencia
individual crítica, y
2. recuperar la memoria colectiva acerca de nuestro pasado para profundizar
el cambio hoy posible del que las clases y sectores del campo nacional y
popular deben ser protagonistas.
Pero, si a pesar de todo algunos deciden insistir en el error votando lo
viejo, les pido un favor enorme: después no digan “yo no los voté” o “yo no
sabía”.
La Plata, junio de 2009
www.elortiba.org