|
|
|
Osvaldo
Bayer: «Mi sueño es la unión de la izquierda»
(AW) Desde su célebre La Patagonia rebelde en los 70, hasta la última nota
periodística en castellano o alemán de la actualidad, su voz se alzó contra
el poder y en favor de los rebeldes de cualquier latitud. Después de haber
ganado por demolición varias polémicas políticas, no abundan quienes se le
animen en ese terreno. Esas son sus dimensiones más conocidas. Sin embargo,
este «duro de domar» tiene sensibilidades no tan difundidas como llevar
flores a la tumba de la actriz Marlene Dietrich, dos veces por año cuando
arriba a Berlín y conservar la imagen de su rostro, bello, en un sitio
privilegiado de su habitación porteña. A los 82, Bayer habla serenamente de
la muerte, y sus gestos cobran energía cuando se deleita con la amistad, la
escritura y la libertad.
–Desde hace varios años usted viaja permanentemente, es una suerte de
conferencista itinerante, ¿disfruta de esas actividades?
–Sí, las invitaciones que me
llegan de todo el país. No puedo negarme, a pesar de que esa actividad me
quita tiempo para escribir, y más cuando son pueblos pequeños, bibliotecas
populares, colegios, secundarios, y aunque parezca mentira, escuelas
primarias, universidades, villas, gente muy humilde. Si me invitan es porque
leyeron algo de mi obra y les interesa. ¿Cómo no voy a ir?
–De todas sus polémicas, con Alvaro Abós, Ernesto Sabato, Mempo Giardinelli,
Günter Lorenz, Rodolfo Terragno o Roberto Baschetti, ¿cuál es la que le dejó
mayor satisfacción?
–Todas fueron importantes para mí. Pero la que más me gustó fue la que
mantuve, en 1979, con Günter Lorenz, presidente del Centro de Estudios
Latinoamericanos de Stuttgart, organismo oficial del gobierno alemán. Me
invitaron porque se hizo una reunión de intelectuales latinoamericanos y me
sorprendió porque había que presentar la ponencia dos meses antes. La envié
y una semana después me comunicaron en rudas palabras que estaba
«desinvitado», porque hacía críticas al gobierno alemán. Yo seguí enviándole
respuestas a esa «desinvitación», y este hombre me respondía a través de
cartas. Pero lo hermoso fue que el día que se inauguró ese Congreso de
intelectuales, el diario Frankfurter Rundschau publicó entera mi ponencia,
dos páginas. Fue un triunfo absoluto porque el texto lo leyó muchísima gente
más que si hubiera dado la ponencia en el Congreso. La derrota de este
hombre fue total, y hasta lo hicieron renunciar. Yo también hablaba de cosas
positivas de Alemania, pero no podía dejar pasar la venta de armas a la
dictadura, por ejemplo. Pero cada vez que defendés una causa justa o hacés
una denuncia fuerte, tenés problemas, es así en todos lados.
–En una época usted dedicaba bastante empeño a polemizar con Ernesto Sábato.
¿Cómo está esa relación?
–Él no me contestó más y se acabó. Está muy viejo y ya no puede defenderse.
Por eso no lo ataco más.
–¿Qué otras facetas, no tan conocidas, constituyen a Osvaldo Bayer?¿Quién es
además del historiador, del cronista con opinión, del defensor de los
perseguidos y rebeldes?
–Me gustan mucho las plantas, desgraciadamente no tengo tierra para
cultivarlas, si no me pasaría sembrando diversos verdes, flores y árboles.
Nuestros ancestros eran campesinos, acá tenemos un patiecito que está todo
verde, y salieron plantas maravillosas, altísimas. Claro, esto siempre que
uno las acaricie, les hable y les de agua. Noto que esto tiene su gran
valor. Cuando vuelvo de mis viajes de Alemania reviven apenas las acaricio y
les digo algo: que hay que tener confianza, seguir creciendo, adornando a la
vida, ayudando a la naturaleza como lo hacen los vegetales, les doy palabras
de elogio y de aliento, sobre todo cuando son chiquititas.
–¿Qué opina acerca de lo que generó política y mediáticamente la muerte de
Raúl Alfonsín, meses atrás?
–Tuve algunos recuerdos: el primero fue esa represión feroz e innecesaria en
La Tablada. Alfonsín se había negado a reprimir a Aldo Rico, nos dijo «la
casa está en orden» y, cuando ocurrió lo de La Tablada, pese a que el jefe
de Policía expresó que lo resolvía con lanzagases y medidas menores, él
envió al general Arrillaga, quien había sido represor en Mar del Plata,
responsable de la Noche de las Corbatas, durante la que desaparecieron
varios abogados militantes de derechos humanos. Ese general vive acá a
cuatro cuadras, con los pibes de Hijos y otras organizaciones le hicimos un
escrache, y yo fui quien dijo el discurso frente a la casa de ese hijo de
puta.
–Al morir Alfonsín muchos lo reivindicaron como «el padre de la democracia»…
–Bueno, es que «supo morirse» Alfonsín. Su muerte le devolvió cierta
importancia al partido radical, tanto es así, que su hijo fue candidato en
las elecciones, cuando antes no tenía ninguna o escasa presencia. Yo también
recuerdo cómo hicieron los alemanes para superar al nazismo –vivía en
Alemania en ese entonces–, y esperaba otra medidas de la democracia
argentina, y no ese tanteo «quesiquenó» propio de Alfonsín.
–¿Alguna vez habló con él?
–Sí. En una ocasión nos invitó una universidad alemana a un debate titulado
«Argentina después de Malvinas». Invitaron a seis intelectuales que vivieron
durante la dictadura en la Argentina y seis que estuvieron en el exilio, y
ahí tuvimos este encuentro antes de que asumiera Alfonsín como presidente.
El primero en hablar fue él, pero los alemanes mismos esperaban otra cosa,
que explicara por qué había sido posible esa tiranía, y noté que los
alemanes habían quedados decepcionados por la intervención de Alfonsín.
Cuándo pasamos a las preguntas, traté de ayudarlo y dije que habíamos
recuperado la democracia pero teníamos que preguntarnos cómo los argentinos
permitimos que fuera posible una dictadura que llevó a la desaparición a
decenas de miles de personas, el robo de niños, las torturas de los
prisioneros. Le señalé que faltaba autocrítica, que los partidos políticos
habían fracasado porque hicieron posible esa dictadura. Así había caído el
radicalismo en el año 1930 con el golpe de Uriburu. Y cómo los partidos
habían colaborado con ciertas dictaduras, por caso, el radicalismo les dio
el ministro del Interior, el señor Mor Roir, a la tiranía de Lanusse. Además
señalé que existieron tremendas represiones durante períodos
constitucionales y esos partidos no se habían hecho la autocrítica. Como,
por ejemplo, el radicalismo con la Patagonia Rebelde, la Semana Trágica y La
Forestal.
–¿Cómo reaccionó él?
–Se paró –estábamos todos sentados– y en forma desaforada, señalándome con
el dedo, gritó: «Parece mentira que un exiliado, uno que se escapó de la
Argentina, viene a enseñarnos democracia a nosotros que estuvimos allá
luchando por la democracia y no nos escapamos. Y además miente, el
radicalismo nunca ha colaborado con una dictadura». No fue la reacción de un
hombre genuinamente democrático.
–¿Cuál es su balance del gobierno de Néstor Kirchner y el actual de Cristina
Fernández?
–Hay que decir la verdad, no se puede disfrazarla. Este gobierno ha hecho
posible que algunos represores vayan a la cárcel, muy pocos, pero fueron.
Los juicios marchan lentos, pero hay juicios. Ahora, en lo demás, creo que
no se ha hecho mucho. Le falta una línea social, una política y una
económica. Todos vivimos entre la noche y la niebla, no sabemos qué va a
pasar el día siguiente, es todo una cuestión de candidatos. No se pueden
hacer alianzas con gente que participó de golpes militares, como Aldo Rico u
otros de extrema derecha. No se puede seguir con gente comiendo de la basura
o prostituyéndose desesperada para sobrevivir. La comida debería estar al
alcance de todos y la carne no puede ser un artículo de lujo en nuestro
país. No podemos continuar con el «gatillo fácil». No se puede hacinar y
matar a los presos sociales sin que haya responsables. Cómo es posible que
haya chicos ajeros que trabajan en Mendoza 12 o 14 horas cuando tienen 8 o
10 años, ¡hay que ver sus manitos! ¿Se callan la boca como si fuera un
problema provincial? Esto sólo es motivo para intervenir esa provincia. ¿Y
la maniobra contra militantes del Movimiento Teresa Rodríguez y el Frente de
Acción Popular que terminó con 12 encarcelados? Ellos sólo fueron a repudiar
los crímenes del Estado de Israel y los acusan de antisemitas, un
disparate.. Y otra cosa que no quiero olvidarme: cómo puede estar presa y
sin las salidas transitorias que les corresponden Karina Germano López, «La
Galle», una militante de Hijos, y el mismo tribunal que no la deja salir a
ella, dictaminó la excarcelación de Astiz y de Acosta, dos genocidas de la
Esma. ¿Qué hacen esos jueces en funciones?
–A pesar de estas críticas usted firmó un texto de Carta Abierta, un espacio
que apoya al Gobierno….
–Yo firmé porque es un ámbito de debate entre intelectuales y la firma no
implica un apoyo incondicional al Gobierno. Pero las críticas que uno pueda
tener no significan un aval al avance de una oposición completamente de
derecha. Porque lo que viene después de este gobierno es peor, es la
derecha. Así parece que siempre hay que elegir el mal menor en la Argentina.
Por otro lado, la izquierda sigue dividida, entonces esa es la tristeza de
una persona como yo, que siempre estuvo actuando en política, no en los
partidos, pero sí en contacto con las bases.
–¿Cuándo empezó a definirse como anarquista?
–Mirá, mi padre era socialista, pero él hablaba siempre de socialismo en
libertad. Si bien era socialdemócrata, simpatizaba con el movimiento obrero
anarquista, sin estar demasiado comprometido. Yo soy un hombre que no cree
en las divisiones, las internas me destrozan, mi sueño es la unión de la
izquierda. Yo no hago ninguna división entre socialistas, comunistas,
trotskistas, anarquistas o peronistas de izquierda. Los considero a todos
esforzados luchadores. Lo que dijeron Marx, Trotsky, Lenin y Bakunin, entre
muchos otros, lo dijeron en otras sociedades y contextos. Ahora el
capitalismo tiene otras armas, y hay que lograr la unidad. Por eso la
izquierda argentina debería ponerse de acuerdo en tres puntos: no más niños
con hambre, eliminar las villas miserias y que todo el mundo tenga trabajo.
Eso sería un gran comienzo.
–¿Qué es el anarquismo hoy?
–Sigue siendo una utopía, es el socialismo en libertad, donde todo tiene que
conseguirse en la libre discusión y en la asamblea. El mundo se ha
complicado muchísimo para seguir creyendo en eso, pero sí se puede alimentar
el debate, favorecer la discusión y respetarse, resolver las cosas por lo
menos por mayoría y no por un pequeño núcleo de dirigentes y ahondar paso a
paso el socialismo. Por ejemplo, recomendar las cooperativas como
alternativa al capitalismo es fundamental. Y lo que han logrado las
cooperativas en el mundo con sus gobiernos surgidos en asambleas es notable,
saben repartir las obligaciones y los productos. Tenemos que aprender de
todos y aprender a no refugiarnos, ya no en torres de marfil, sino en
altillos de azotea sin escuchar lo que dice la calle.
–En un plano más íntimo, ¿cuál fue su modelo de pareja?
–Con mi pareja tuve mucha suerte, nos casamos muy enamorados y ahora se van
a cumplir 57 años que estamos juntos. Tuvimos cuatro hijos, diez nietos, y
mi mujer fue muy compañera mía, muchas veces me quedé sin trabajo, fui
dejado cesante, y ella nunca me reprochó ni me dijo que cambiara mi forma de
vida. Cuando aparecí en la lista de la Triple A, en 1974, conversé con mi
mujer y le dije: «Tenés que irte ya mismo del país con los chicos, yo no
quiero irme». Ella lo comprendió y se fue a Europa en barco, a empezar una
vida desde cero. Y allá empezó a trabajar en la sección administrativa de un
supermercado. Por supuesto, después tuve que irme yo, porque acá vivía en la
ilegalidad y no podía hacer nada. Allá empezamos de cero y continuamos la
crianza de nuestros cuatro hijos. Y eso que acá habíamos logrado un sueño:
teníamos una casa en el bajo Martínez, con árboles, donde hacíamos asado
para los amigos y la familia. Yo regresé del exilio, pero mis hijos
estudiaron allá, se casaron allá, los nietos nacieron allá. Mi mujer no
quiso venir a la Argentina, le gusta vivir allá, ahora yo viajo dos veces
por año allá, y ella lo hace dos veces por año para acá.
–¿Cómo fue su relación con el escritor Osvaldo Soriano?
–Como tiene que ser la amistad entre dos seres humanos que buscan otra cosa
en la vida. Y como siempre pasa con las grandes amistades, empezó con una
pelea. Una vez, en el año 68 o 69, creo que en la revista La Semana leo un
artículo sobre Severino Di Giovanni escrito por un tal Osvaldo Soriano. Y,
justamente, yo estaba haciendo una investigación sobre Severino, donde
descubrí que su vida era totalmente opuesta a la versión policial. Pero en
la nota veo que era precisamente la versión policial, entonces llamé
indignado a la revista. Y el director, piola, me dice: «Mirá, te doy con el
redactor que la escribió». Entonces aparece en el teléfono él: «Soriano,
mucho gusto». «Ah, usted es el autor de la nota». «Sí». «¿Usted escribe
solamente lo que dice la policía?». «¿Por qué me lo dice?». «Porque su nota
sobre Severino es un disparate total». «¿Y qué quiere?, el mismo día del
cierre me dicen que debo escribir la nota, fui al archivo y era todo lo que
había en el sobre». «Ah, ¿y si el sobre dice la gran mentira de siempre de
la policía usted la escribe?» . Y no se por qué, me agarró tanta bronca que
le dije: «¿Sabe lo que es usted, Soriano?». «No, qué soy». «Usted es poco
hombre». «Bueno, gracias», y colgó. Esto pasó en 1974 o 1975.
–¿Cuándo se volvieron a ver?
–Muchos años después, en la Feria del Libro de Frankfurt. Lo veo al editor
Daniel Divinsky, que está con un gordito. Y Divinsky me dice: «Te presento a
Soriano». Yo no me acordaba ya del otro episodio, acababa de leer ese gran
libro Triste, solitario y final, de Soriano. Y entonces le digo: «Vos sos un
escritor maravilloso, me gustó mucho tu libro». Y Soriano me responde: «Sí,
pero yo soy poco hombre». «¿Qué sos qué», le pregunto. «Soy poco hombre, me
lo dijiste vos por teléfono hace ocho años cuando escribí una nota sobre
Severino Di Giovanni». Y ahí mismo fuimos a tomar una copa y nació una
amistad entrañable. Durante el exilio le gustaba venir a Alemania, muchas
veces fue a visitarme, pasó semanas enteras con nosotros, primero en Hessen,
donde vivía, y después en Berlín. Y cuando volvimos a la Argentina, seguimos
siendo amigos, hacíamos reuniones acá, ahí donde está la mesa, ahora llena
de diarios, ahí nos reuníamos un grupo de cinco: León Rozitchner, David
Viñas, Tito Cossa, Soriano y yo.
–¿Cómo eran esos encuentros?
–Bueno, comíamos empanadas salteñas, hay una casa aquí cerca que las hace
muy ricas, y tomábamos buen vino. Y las discusiones casi siempre las
llevaban Viñas y Rozitchner, porque Soriano llegaba 15 minutos tarde,
después de las nueve, a propósito. Era un pícaro tremendo, tiraba un tema
sobre la mesa y ahí empezaba la discusión. Entonces Rozitchner y Viñas
terminaban discutiendo como locos. Y Soriano nos miraba y sonreía.
–¿Recuerda alguna de esas discusiones ?
–Sí. Una vez, cuando llegó tarde, nosotros creo que ya estábamos tomando las
primeras copitas y Osvaldo dijo: «¿Saben por qué demoré? Porque vine
caminando, pasé por la iglesia, ahí enfrente de la iglesia redonda de
Belgrano, y no sé, hubo algo que me atrajo, me atrajo, me fue llevando hasta
adentro de la iglesia. Entonces me metí, vi esa atmósfera y uno de los
altares donde estaba Cristo crucificado me empezó a atraer, tuve que ir allí
y terminé arrodillado». Entonces León Rozitchner dice: «y claro, ahora te
comprendo, porque ustedes los católicos son todos degenerados, porque se
posternan ante un elemento de tortura como es la cruz esa y gozan viéndolo
torturado. Y en la cama matrimonial, siempre un crucifijo, un instrumento de
tortura, para gozar, ahí gozan, degenerados». Intervino enseguida David:
«No, no León, pará la mano. Vos hablás como judío, pero yo también puedo
opinar con fundamento porque mi madre fue judía y no es tan así, eso no es
el cristianismo, y la cruz no es solamente un instrumento de tortura». Así
empezó la discusión entre ellos dos, eclipsaban toda la conversación, y
seguían hasta que terminaban diciéndose de todo. Fue una gran joda urdida
por Soriano. Le gustaba la provocación.
–¿Qué cambió en su escritura ahora, a los 82, respecto de su juventud?
–Uno atesora tanto la juventud cuando es viejo porque antes era capaz de
escribir 48 horas seguidas. En cambio, ahora llegás a las 7 de la tarde y
adiós. Pero hay más intimidad cuando uno escribe ahora. Ya no quiere decir
tantas cosas, sino que transmite una especie de síntesis. Escribo siempre en
la computadora, pero no sabés lo lindo que es escribir a mano, como antes.
Porque cuando escribís a mano, las letras persiguen al pensamiento.
–¿Qué obras pensó en escribir y luego y dijo «ya no la escribo»?
–Me pasó algo parecido a eso hace poco. Escribí un libro sobre una
montonera, que es una biografía absolutamente real. Ya está hecho, pero lo
quiero revisar. Hace un año más o menos que está ahí, pero no sé, no sé si
he logrado realmente el clima que quería. Ahora la voy a leer nuevamente y
evaluaré si vale la pena o no.
–¿Cómo se relaciona con la idea de la muerte?
–Mirá, yo a la muerte la espero como algo que tiene que venir. Recuerdo
cuando el médico alemán que me operó de cáncer me dijo que tenía tres meses
de vida. En ningún momento decaí o me puse triste, pensando en todos los
jóvenes que murieron durante mi vida y allí mismo, donde estuve internado,
viendo los jóvenes que morían de cáncer, yo tenía más de 70 años y me dije
«qué me puedo quejar yo, si ya viví 70 años». De tal modo que lo tomo como
el destino, como hay que tomarlo, como algo que no se puede eludir. Lo único
que me gustaría, sí, es quedarme dormido, cualquier noche, acá en mi
habitación.
–Hablando de su habitación, ¿qué fue lo que lo cautivó de la actriz y
militante antinazi Marlene Dietrich cuyo cuadro ocupa ese lugar de
privilegio?
–Ja, ja, ja. Son varias cosas. Primero porque desde chico me gustaron mucho
sus canciones en ese lenguaje berlinés reo. Es realmente un lenguaje sabio.
Luego, es una actriz fundamental del cine mudo y hablado, pero mientras
estuvo en Alemania, porque cuando fue a Estados Unidos y empezó a hacer
películas de Hollywood, fue del montón. Está claro que me gustó su posición
antinazi, daba ánimo a los soldados en el frente. Ella era una auténtica
berlinesa que anhelaba estar en Alemania y recién volvió después de la
guerra. Cada vez que voy a Berlín, visito su tumba y le llevo flores.
También me encantaba su libertad, siempre luchó contra el machismo. En un
célebre reportaje le preguntaron cuántos amantes había tenido. Marlene dijo:
«Tuve diecinueve, quince hombres y cuatro mujeres». ¡Era una atorranta
divina! Y bueno, ella y Greta Garbo fueron amantes, imaginate, ¡qué dúo
¿no?!
Oscar Castelnovo
(Agradecemos a la revista Acción, donde se públicó originalmente esta
entrevista)
Agencia Walsh