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Juicio
y castigo por Carlos Labolita
Por Luis Gerardo Del Giovanino
Días atrás, el Tribunal Oral Federal en lo Criminal de la ciudad de Mar
del Plata, integrado por jueces de otro Departamento Judicial, condenó a un
ex alto jefe militar, mientras absolvió en forma absoluta y terminante a
otro integrante del Ejército Argentino, ambos acusados por la desaparición
de Carlos Labolita en la ciudad de Las Flores. Luis Gerardo Del Giovanino,
es abogado, reside en Mar del Plata, fue amigo y vecino de Labolita. Tambièn
testigo de los hechos. Siguió todo el juicio oral atentamente y relata día a
día los detalles del mismo.
Un hecho inédito me tiene como testigo y por ello intento dar testimonio. Un
hecho inédito tiene a Las Flores, mi querido pueblo, como protagonista de
una historia triste, dura, dramática, cuyas heridas no han cerrado, pese a
los treinta años que han pasado. Resulta extraño escuchar nombrar tantas
veces a mi pueblo en las audiencias orales y públicas del Tribunal Oral
Federal en lo Criminal de Mar del Plata y leer otras tantas veces los
nombres de gente conocida y apreciada en las páginas del diario “La
Capital”. Es que desde el pasado 26 de mayo se esta juzgando la desaparición
y muerte de Carlos Labolita.
Poco podría imaginar aquel muchacho de 24 años, militante de la Juventud
Universitaria Peronista, que tanto tiempo después, su memoria y su destino
fueran objeto de investigación, de debate, de juicio. Y castigo, espero,
para quienes truncaron su vida y cambiaron para siempre los rostros de sus
seres queridos. Y aquí estoy, testigo presencial de todo ese dolor, que
vuelve a supurar con la callada esperanza de poder saber algo mas sobre su
destino, totalmente desconocido y de que aquella impunidad que parecía
intocable, irreversible, hoy esté sentada a la derecha del Tribunal,
escuchando pacientemente o no, una a una las imputaciones por tormentos,
desaparición y muerte, delitos de lesa humanidad que cometieron.
Aquí se habló de genocidio, de una organización del estado terrorista,
maquinando sus acciones de aniquilamiento sobre quienes pensaban distinto.
Innumerables citas de los integrantes de las Juntas Militares, fundando sus
macabras maniobras, para chuparse a una generación de militantes de la que
Carlos formaba parte. Aquí pude ver a las victimas y a los victimarios a un
lado y al otro, igualados y civilizados por la justicia y el debido proceso,
que a estos últimos les permite garantizar todos los derechos que ellos no
supieron o mejor dicho no quisieron resguardar.
Se vienen jornadas muy intensas, con el testimonio de más de cuarenta
personas que darán su palabra bajo juramento. Los defensores de Pedro Pablo
Mansilla ahora un anciano indefenso de 77 años, general retirado, que no
pareciera haber vestido nunca de verde y que hace treinta años era el dueño
y señor del Area 125 del Ejército Argentino con sede en Azul y que entraba y
salía de la comisaría de Las Flores, como si fuera su casa y de Guillermo
Alejandro Duret, ahora de 56 años que mantiene aún su cara de militar,
teniente primero por aquel entonces a cargo de la inteligencia del área,
quizás tan joven como Carlos, quien fuera ascendido a Coronel durante el
gobierno de De la Rúa, pese a los antecedentes que figuran en el informe de
la CONADEP; prometen dar una dura batalla. Para ello se escudaran en las
leyes de impunidad, obediencia debida y punto final, en el paso del tiempo,
en las leyes penales mas benignas, en la caducidad de los plazos de la
prisión preventiva que los tiene bajo arresto desde el año 2006, pidiendo
nulidades de todo lo actuado por no haberse garantizado sus derechos de
legitima defensa en juicio y recusando a los integrantes del Tribunal que
los esta juzgando, entre otras maniobras dilatorias del proceso. Pero nunca
alegarán inocencia, jamás pedirán perdón por haberse equivocado de persona o
por haber actuado por error o en exceso, existen demasiadas pruebas de lo
contrario, la re- quisitoria fiscal abunda en indicios y fundamentos de sus
responsabilidades en los hechos, recogidas pacientemente durante tantos años
de investigación.
Resulta curioso que aquel adolescente, que jugaba en las calles del barrio
de la estación donde vivía la familia de Carlos y aún recuerda vagamente la
forma en que la chusma de la cuadra hablaba del allanamiento del 30 de abril
de 1976, aquella noche en que un Batallón entero del Ejercito rodeó las
manzanas de mi barrio, hoy escriba estas líneas dando testimonio de todo lo
que aquí, afortunadamente, empieza a suceder.
Pinta tu aldea (dos)
Dijo aquel pensador “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Y no se
equivocaba. Un solo caso como la desaparición y muerte de Carlos Labolita,
puede ayudarnos a comprender como aún hoy se siguen moviendo los hilos de un
poder dictatorial, tejiendo un entramado de complicidades, encubrimientos y
silencios sospechosos. Como el miedo sigue paralizando almas y escondiendo
verdades que pretenden no descubrirse jamás. Pesa más el comportamiento del
prójimo que elige mirar para otro lado que el del propio monstruo que escoge
su presa y la devora. Lo que sucede en la aldea es que todos tenemos nombres
y apellidos, nos conocemos bien, los Judas caminan a nuestro lado y
pretenden que el olvido borre sus conciencias para no ser señalados, por
aquello que sucedió hace demasiados años.
A partir de la próxima audiencia oral y pública los testigos empezarán a
develar los pormenores de lo macabro, e incluso se intentará juzgar a la
victima, para justificar lo injustificable. Mi pueblo mirará con atención,
algunos para hacer leña de algún árbol caído, otros quizás para buscar
carroña donde solo hay dolor y sufrimiento por una ausencia de 32 años,
todavía sin justicia.
El tribunal decidió ir para adelante, rechazar todas las cuestiones previas
opuestas por la defensa de los dos imputados, que fundaron todo lo
imaginable menos su inocencia y se abrirá el debate que develará
públicamente aquella historia de un militante peronista, estudiante de
historia, que por aquellas cuestiones del infierno grande, estaba en la mira
de los usurpadores del poder y de sus obedientes esbirros, que por
convicción, deprecio, envidia o miedo entregaron la vida de un conciudadano
comprometido con su presente. Una explicación sociológica habla de dos tipos
de muertes: la numérica y la que se produce por consecuencia de un
sacrificio. Carlos formaba parte de los 30.000 y en este proceso inédito por
delitos de lesa humanidad, seremos testigos de su compromiso y su
sacrificio, pese a que algunos pretendan que solo siga siendo un número.
La vida es lucha, la lucha es vida (3)
“Tenia muchas capacidades”…”gran lector”…“trabajaba de disc jockey, de
lavacopas”…”militaba en el Peronismo de Base, la Juventud Peronista, en la
Organización Montoneros”…”estudia poco, milita mas”…”la militancia pasa por
las convicciones...” Escribo estas palabras mientras escucho la voz de
Gladys pronunciándolas en el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata, ante
una au diencia silenciosa, tensa y atenta a cada una de sus expresiones.
Pienso, cuantas veces habrá imaginado este momento, en estos 32 años,
cuantas veces habrá ensayado ante el espejo o en su cabeza, como ordenar
todas las ideas, no olvidarse de nada y reconstruir los hechos con la mayor
fidelidad posible, sin que la emoción traicione la claridad del relato.
Entre todo lo dicho, me cuesta elegir el título de esta parte de la nota. La
dedicatoria de aquel libro, que Carlos le regaló a su hermana para su
cumpleaños de quince y que ahora se intenta incorporar como prueba
documental, me resuelve la cuestión y no me quedan dudas: ese juego de
palabras sintetizan aquella vida cegada por la dictadura, esta lucha de
quien pacientemente logró poner a estos represores ante la justicia,
buscando el juicio y castigo tantas veces proclamado. El relato es firme,
conciso, convincente, va destejiendo con sus palabras la trama de lo oculto,
lo prohibido, aquello que en el pueblo algunos contaban por lo bajo y otros
distorsionaban convenientemente según sus propios prejuicios o sus oscuras
intenciones, los miedos y las complicidades deforman la verdad y atentan
contra la memoria.
Carlos era un símbolo de lo que no se debía hacer, de novio con una chica
cinco años mayor, peronista por convicción, preocupado por la realidad, que
editaba una revista estudiantil en la Escuela Normal, que además tocaba la
guitarra, trabajaba por la noche en los boliches de la zona y que para colmo
se había ido del pueblo, para estudiar sociología en La Plata. Estos
comportamientos libertarios suelen pagarse muy caro en el pueblo, todo lo
malo que sucedía lo tenia a él como protagonista, desde el copamiento del
Regimiento de Azul, hasta la muerte de un taxista. “Carlitos” era el
subversivo de Las Flores y a la chusma de la aldea, poco le importaba saber
de su decisión de alejarse de Montoneros, cuando no aceptó pasar a la
clandestinidad ni sumarse a la lucha armada. Su destino ya estaba marcado
irremediablemente, por eso sucedió lo que debía suceder.
Aquel pasado merecía ser revisado y al fin llegaba el momento, Gladys
reconstruye cada tramo de la noche del 30 de abril, madrugada del 1 de mayo
de 1976, cuando la despertaron abruptamente un grupo de militares, vestidos
de civil que luego de destrozar toda la casa de Labolita buscando una
libreta, una valija y armas, que no encuentran, la encierran en la cocina,
poniéndola frente a una persona encapuchada, descalza y con signos de haber
sido torturada, que reconoce por el pantalón de corderoy que llevaba puesto
y que le dice “vieja” como Carlitos la llamaba a ella... ”hace cinco días
que me tienen en la parrilla” rogando todo el tiempo para que no le hagan
nada. Después los sacan a los golpes de la casa y los pasean por todo el
pueblo en dos autos, los llevan cerca del Bowling, que si mal no recuerdo se
llamaba “Tijuana”, en el centro y a la casa de Oro Bernasconi, un amigo que
todos sabían que ya no estaba en las Flores, hasta dejarla al descampado en
las afueras del pueblo. Remata su relato con una frase que me sigue
conmoviendo, por su simpleza e inocencia “No sabíamos que esas cosas podían
pasar”.
Y a partir de aquellos hechos y de este relato, los dos policías conocidos
que se habían llevado a Carlos, transformados en seres extraños, violentos y
desalmados y aquel otro policía amigo del barrio que dejó de saludarlos y 32
años después los vuelve a negar, como Pedro negó a su maestro, pese a su
actual condición de diacono…el testigo se olvida de lo inolvidable, se
esconde de su propia evidencia, se ampara en los años y saldrá corriendo del
tribunal a pedir perdón a la iglesia. Este juicio tiene mucho por mostrar,
la lucha de Gladys no ha sido en vano, aquella noche en la que la
despertaron a los golpes, dormía sedada por barbitúricos, que le hicieran
calmar su angustia y desesperación por la detención de su marido y esta
noche cuando apoye su cabeza en la almohada, quizás lo haga sintiendo algo
parecido a la paz.
La “comiseria” del “comi” serio (4)
A mí, que “me” fuimos de Las Flores, poco tiempo después de concluida la
dictadura militar, me quedó grabado un estigma que aún me acompaña. Si me
toca pasar de a pie por la esquina de Moreno y Arostegui, instintivamente
cruzo a la vereda de enfrente, como me recomendaban mis mayores. Es que allí
esta la comisaría y aunque hoy parezca un chiste, daba miedo pasar por allí,
como tantos otros lugares que tenían los carteles de “zona restringida”. En
estas audiencias orales y públicas por la aplicación de tormentos,
desaparición y muerte de Carlos Labolita, uno de los policías llamados a
testimoniar ha dibujado en un pizarrón del Tribunal un croquis de la
dependencia policial, vaya paradoja, pegadito al dibujo de la casa de
Labolita, hecho días atrás por la esposa “Carlitos” tal como la querella y
la defensa llama a la victima para diferenciarlo de su padre, que
pacientemente ocupa día a día, la primera fila de butacas de la sala de
audiencias. Los policías de entonces, hoy señores mayores ya felizmente
jubilados, se desviven por demostrar como era el funcionamiento de la
seccional, durante el tiempo en que los militares la habían intervenido.
Lugares del interior a donde los agentes de menor rango no podían acceder,
como el baño o la cocina y otro cartel que indicaba zona restringida en el
sector de los calabozos. La existencia de supuestos “grupos de tareas” que
se movilizaban de noche o de tardecita. “Centro de Operaciones” o el mas
contundente y estremecedor “Base Temporaria de Combate de las Flores” fueron
los términos que utilizaron los testigos para describir como se movían los
militares con total libertad vistiendo de combate sin distinción de
jerarquías, movilizándose en un Falcon verde.
La presencia periódica del responsable del Area 125 de Azul, coronel
Mansilla y de otros oficiales, entre ellos a un joven, rubio y alto, que
recuerdan con el nombre de Duret en el despacho del Comisario. Pero, que
curiosa es la memoria, como se vuelve tan selectiva con los años, que
alguien puede recordar que Labolita era su compañero de estudios, pero a su
vez, no recordar haberlo detenido la noche del 25 de abril de 1976 por una
orden superior y depositar dicha responsabilidad en un colega, que demoró su
declaración mediante la presentación de un certificado médico, como el que
ubicó su paradero, comunicó la novedad al jefe del área y finalmente detuvo
al joven montonero, cuestión que seguro tendrá su nuevo capitulo en futuras
audiencias. O el otro ex policía que se desempeñaba como jefe de calle y no
recuerda como llegó al libro de novedades su firma, en las paginas donde se
anotó la detención de Labolita. Estos servidores públicos ya declararon más
de una vez en la causa; lo hicieron en el año 1984 y en 2005, sin embargo
cada vez recuerdan menos. Contrasta sus débiles memorias con su buen estado
de salud física y pareciera que les incomodara repetir lo que alguna vez
dijeron y ya no recuerdan. Si no fuera una cuestión tan dolorosa y trágica,
sería cómico, porque algunos testimonios resultan, al menos, muy poco
serios.
Entre la amnesia y la auto incriminación (5)
Las audiencias orales y públicas por la aplicación de tormentos,
desaparición y muerte de Carlos Labolita han cambiado completamente. La
rozagante figura de los policías retirados, que al menos aparentan buen
estado de salud física, aunque sufren un grave deterioro de sus memorias;
contrasta con la imagen de los militares retirados, que en su “generalidad”,
vaya juego de palabras, aparecen muy desmejorados de salud, tanto física
como psíquica. Ahora todos señores, muy mayores, con envidiables
conocimientos sobre técnicas y estrategias de la organización de las
unidades militares, dieron clase sobre las particularidades del orden
interno, su estructura vertical y piramidal, la plana mayor, el estado
mayor, las unidades de personal, inteligencia, logística y operaciones. Las
diferencias entre compañía, escuadrón, unidad o batería, el servicio de
semana, el adiestramiento de la tropa y la existencia de calabozos en la
guardia donde los soldados que cometían alguna falta, purgaban sus condenas
disciplinarias.
Fue en este punto,donde se cortó la declaración del coronel retirado Ricardo
Russi, segundo Jefe del Grupo de Artillería de Azul, lugar a donde fue
trasladado Labolita. Es preciso aclarar, que un juicio oral se parece mucho
a una partida de ajedrez, donde los tiempos y las oportunidades pueden hacer
variar los resultados de la contienda y los jugadores deben saber cuando
poner en juego determinadas piezas, en procura de lograr el resultado más
adecuado a sus intereses. El vocal del tribunal Dr. Rozansky, interrumpió la
declaración del ex militar, que sentado en el banquillo de los testigos, por
sus propios dichos y por la cercanía con los hechos investigados se
transformaba en el banquillo de los acusados… Es clara la Constitución,
nadie esta obligado a declarar en su propia contra y Ricardo Russi se
aproximaba a una encerrona. ¿es posible que el codo no sepa lo que el hombro
lo ordena hacer a la mano? Su condición de segundo jefe lo ponía bajo las
ordenes de Mansilla (Jefe del grupo) y ordenando a Duret (Jefe a cargo de
inteligencia). Además el testigo había cumplido tareas gubernamentales en la
Municipalidad de las Flores, como interventor militar, durante aquellos
ajetreados primeros días del proceso de reorganización nacional. “Hasta aquí
llegó su declaración” le comunicó el Presidente del Tribunal y muchos nos
quedamos con las ganas de saber ¿como había hecho para no estar sentado
entre los dos imputados?, ¿cuales fueron sus salvoconductos para no haber
declarado nunca en esta causa?, ¿qué ordenes habría cumplido o impartido
como interventor de la Municipalidad local?…
Lo cierto es que estos militares nunca se enteraron de la existencia de "la
lucha contra la subversión", ni incidentes por detenciones de personas que
no fueran militares, ni la existencia de grupos de tareas, mucho menos de
acciones antiterroristas y ni si quiera recordaron haber leído instructivos
militares que pautaban la metodología represiva, por lo que menos podían
recordar la incineración de toda documentación u ordenes de detención
ordenadas, desde las altas cúpulas del Ejercito, poco antes de recuperada la
democracia. Para la historia oficial Carlos Alberto Labolita fue liberado en
Tandil, por falta de mérito en fecha y lugar imposibles de determinar, tal
como lo suscribiera en los años 80, el por aquel entonces Jefe del Estado
Mayor del Ejercito, Edgardo Calvi, en respuesta a un oficio solicitado desde
el Juzgado Federal de Azul y quien ahora llamado como testigo, no recordó
nada de los hechos y minimizo la cuestión al asegurar que por aquel entonces
se firmaban gran cantidad de papeles por día. Tantos interrogantes que
quizás sean motivo de otro proceso o tal vez se esfumen en la nada, como se
esfumó Carlitos hace treinta y dos años.
Tiburón, delfín y “cornalito” (6)
Si quieren conocer un cuadro, un verdadero cuadro del Ejercito Argentino,
den se un vuelta por el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata y descubran
al Coronel Alejandro Duret. Su pulcritud y elegancia, su impecable traje
gris, sus modales entre finos y autoritarios, desplegados ante el auditorio
durante su extensa declaración indagatoria, con dos cuartos intermedio
incluidos, que incluyó una carpeta de apoyo, gruesos fibrones de colores y
un pizarrón con láminas que iban pasando, en la medida que eran llenadas de
cuadros y pirámides, con las que explicaba detalladamente las estructuras
políticas y militares existentes en la época en que sucedió la desaparición
de Carlos Labolita, se parecían mas a una clase magistral, que a un acto de
defensa en juicio.
Su estrategia, o mejor dicho su táctica militar de combate, consistía en
ilustrar al Tribunal sobre conocimientos adquiridos durante más de cuarenta
años en el Ejército Argentino y su falta total de responsabilidad en los
sucesos juzgados. “Jamás acepté una orden ilegal”, “no lo conocí a Labolita
y si hubiera sabido algo de él se lo hubiera dicho a sus familiares”, “nada
justifica lo que le paso”, “yo solo soy un chivo expiatorio”, “sé que muchos
me ven ahora como un tiburón, pero por entonces, aquel teniente primero
Durét era un cornalito”… El recurso de utilizar la tercera persona del
singular, suele ser útil para desvincularse de las responsabilidades que
tenía aquel joven brillante, que con solo 23 años ya había recibido dos
ascensos y que dos meses antes de los hechos, lo designaran responsable del
Area de Inteligencia del Grupo de Artillería Uno de Azul. Cierto es que no
conocían la zona de combate y que la información que recibían era
suministrada por la policía: los militares viven aislados de la sociedad,
son trasladados de destino continuamente y duermen en barrios militares, no
conocen direcciones de calles, rutas, fábricas, escuelas, clubes, etc y
mucho menos población, dirigentes, profesionales o personas, “no sabíamos
donde estábamos parados”, afirmó ante el Tribunal sin dudarlo. Eran una
fuerza ciega, que requerían del lazarillo para encaminar sus acciones y esta
no fue la excepción. Ni tanto, ni tan poco, ni tiburón, ni cornalito, su
estirpe lo ubica como una pieza clave de este ajedrez, sus movimientos
fueron oblicuos, recorriendo con habilidad la totalidad del tablero
comprendido por el Area 125, que incluía la ciudad de las Flores, sin temor
a equivocarme, Durét era un delfín.
La verdad se cuela entre las grietas de la impunidad (7)
Tiempo de alegatos en el juicio oral y público por la aplicación de
tormentos desaparición y muerte de Carlos Labolita. Mas de 8 horas duraron
los fundamentos de la querella y la fiscalía que buscaron describir retazos
de verdad ante la ausencia de evidencias directas y acabadas, de las
imputaciones vertidas. El largo tiempo transcurrido, el impune manejo del
poder que permitió la desaparición del cuerpo y la incineración de
documentos militares, el fallecimiento de testigos claves como el mismísimo
comisario Liste, que recibió la orden de detención e hizo cumplir su
cometido, entre otros, conforman un rompecabezas al que a cada paso le
faltan piezas. La presentación oral del Dr. Cesar Sivo, representante de la
familia de la victima resultó contundente desde lo teórico, escalofriante
desde la descripción del accionar sistemático de los grupos de tareas
conformados por las fuerzas armadas, descriptivo del sentido que tuvieron
los hechos en cuanto a las razones que condenaron a Labolita a sufrir su
calvario, pero lamentablemente insuficiente, pese a la impecable destreza
del letrado de imputar con prueba directa este delito de lesa humanidad a
los dos acusados.
Con el correr de los días, lo que más me impacta son los detalles, aquellas
pequeñas señales, acaso insignificantes, esparcidas entre los hechos que
rodearon la tragedia y que nos están diciendo algo. Es sorprendente como
imperceptibles eventos, pueden constituirse en indicios de lo sucedido,
afirmaciones dichas al pasar, muchas veces sin conciencia por parte de los
autores de su importancia y significación. Voy a señalar al menos tres,
rescatadas por el mismo abogado en su relato, que si bien no ponen el arma
asesina en las manos de los imputados, muestran pese a sus reiteradas
negativas, su conocimiento y responsabilidad sobre el destino de Carlos. La
primera tiene que ver con el color de un auto, un Renault 12 “blanco”, el
vehículo particular de Duret por aquellos tiempos, en varios relatos de
testigos aparece en lugares claves como la puerta de la comisaría de Las
Flores, luego, persiguiendo a prudencial distancia la camioneta de la
policía que trasladaba a Labolita al cuartel de Artillería de Azul,
estacionado en el sector de inteligencia de dicho cuartel y
fundamentalmente, es el que reconoce Gladys Dalesandro, esposa de Labolita,
cuando es secuestrada por una patota militar, el mismo día que ve por ultima
vez a su marido, encapuchado, descalzo y esposado, durante el allanamiento
que hacen a su casa, donde buscando armas y direcciones, destruyen además
todo a su paso y acarrean con publicaciones consideradas subversivas.
Otro detalle son las esposas, un instrumento de seguridad solamente
utilizado por la policía -nunca por el ejército- con las que fue bajado del
móvil policial en Azul. El chofer llamado Blanco, que declaró como testigo,
recordó después de treinta y dos años, que nunca más le devolvieron aquellas
esposas, pese a que las reclamó en varias oportunidades. Incluso detalló que
él se quedo con las llaves de las mismas. Claro está, que jamás se las
sacaron a Labolita y a partir de allí sufrió todos sus tormentos esposado
hasta su fin.
Hay otro indicio que surge, curiosamente, de una nota firmada por la
vicedirectora de la Escuela Normal, quien recuerda, que él por aquel
entonces Teniente Duret se opuso a que los compañeros del padre de Carlos
ayudaran a su familia haciendo una colecta, debido a que en su casa habían
encontrado material subversivo. Vaya casualidad, ese material fue el que
había sido retirado de la casa durante el allanamiento donde fue llevado
Labolita, como ya se dijo: esposado, encapuchado y con signos de haber
sufrido picana eléctrica y en el que según dichos de testigos, intervino un
joven rubio, alto y de ojos claros, fisonomía similar al ex militar hoy
acusado.
Pero quizás, el detalle mas sutil haya pasado por las palabras utilizadas
por el mismo Duret en su declaración indagatoria, cuando se refirió al
termino “colaterales” al querer decir, que no existían acciones fuera del
orden oficial instituido desde las jefaturas militares. Justamente así con
el término “colateral”, se identificaba internamente a estas acciones
ilegales de lucha contra la subversión.
Un juicio se nutre no solo de lo que se dice y se ve en las audiencias,
también los documentos y las declaraciones de quienes ya no están, son
incorporados para su valoración y ayudan a formar el criterio de los
magistrados al momento de decidir el veredicto y dictar sentencia. La verdad
luce escondida entre las grietas de la impunidad, es preciso despejar todos
los escombros y las trampas puestas en el camino para llegar a ella, no será
tarea sencilla, para colmo la defensa espera como un animal encerrado, el
momento de atacar para hacer jirones, con su formidable máquina de impedir,
la paciente reconstrucción de los hechos que con tanto esfuerzo se viene
intentando desde hace 32 años, cuando no había Estado de derecho para las
victimas. Hoy rigen todas las garantías que se negaron por entonces y que en
última instancia resultan ser la única defensa con la que cuentan estos
represores.-
El día anterior (8)
Los abogados tenemos la costumbre de leer las sentencias de atrás para
adelante. Cuando sabemos que se ha tomado una resolución sobre uno de
nuestros casos, no podemos con la ansiedad y vamos rápidamente, a la parte
resolutoria, al fallo, al veredicto. Después tendremos tiempo para analizar
los fundamentos, criticarlos o alabarlos según satisfaga o no lo resuelto.
Quizás suceda lo mismo con estas reflexiones tan efímeras, tan perennes, tan
con fecha de vencimiento. Ya se ha dicho,que es muy fácil escribir el diario
del lunes con todos los resultados puestos, solo es cuestión de
interpretarlos y darles una explicación.
Es por eso que sin el resultado de mañana pretendo pensar y compartir
algunas ideas, sobre contingencias que atravesaron el juicio oral por la
desaparición y muerte de Carlos Labolita, cuestiones que jamás pudieron
preverse, que a mi juicio pueden jugar un papel central en la decisión de
los magistrados y que prefiero hacerlas públicas ahora antes de tener la
certeza de los hechos martillándome en la cabeza. Una de ellas es esta
psicosis generada por la “Gripe A”, que no deja recoveco posible entre las
informaciones que reflejan los medios y es por eso que cuestiones de gran
repercusión pública como un juicio por delitos de lesa humanidad y
genocidio, pueda pasar desapercibido para la mayoría de los con ciudadanos.
Una noticia tapa a otra y nuestra agenda mental no es infinita. Seguro los
jueces tendrán menor exposición por su decisión y se sentirán menos
observados. Otra contingencia y esta sí de gran trascendencia, es el
resultado de las elecciones del pasado domingo, pues nadie podría haber
imaginado que caerían entre los alegatos y el veredicto, justamente en un
juicio con reminiscencias del pasado y con la participación protagónica de
los organismos de derechos humanos. Aquellas afirmaciones de los dos modelos
en pugna y la interpretación política que desde la defensa se le da a este
juicio, “soy un chivo expiatorio” dijo Duret uno de los acusados, durante su
indagatoria disfrazada de clase magistral sobre política militar y
movimientos ideológicos mundiales que sustentaron la luchas subversivas y
que hicieron eclosión en la década del setenta.
Dice una canción de los Redondos.. “todo preso es político”..y esta
afirmación le viene muy bien a los imputados. Un poder que cambió de manos y
genera un justo revisionismo de lo sucedido con una generación militante que
perdieron sus vidas y un pasado que insiste en perpetuarse reinventándose a
cada paso, buscando recuperar los espacios de poder que perdieron por su
propia inoperancia. Allí también se encuentra inserto este juicio. Los
hechos están, Carlos Alberto no volvió nunca mas, por una orden militar fue
arrestado y derivado a un regimiento de Azul, la historia oficial dice que
después lo dejaron en libertad por falta de mérito, sin determinar ni tiempo
ni lugar. Los responsables del Area están en el banquillo de los acusados,
ahora solo falta la voluntad de interpretar los hechos y decidir con
templanza y convicción el destino de estos “peces”, como ellos mismos se
catalogaron “se que hoy muchos me ven como un tiburón, pero aquel teniente
Duret era un cornalito”, hábiles y escurridizos que durante estos últimos 32
años esquivaron las redes de a justicia y hoy lucen en una pecera, ¿como
saber por cuanto tiempo?..
Estas reflexiones se autodestruirán en minutos, cuando sepamos el veredicto,
quizás a la vuelta de esta misma página y muchos que solo buscan el final de
la historia, no lleguen ni siquiera a leerlas.
Un vino llamado Montonero (9)
Aún me tiemblan las manos al escribir estas líneas, me desparramo sobre el
teclado, con la sangre caliente y el resonar de los bombos de los organismos
de derechos humanos, que se amucharon en las puertas del Tribunal Oral
Federal de Mar del Plata, a esperar el veredicto del juicio. Se dice que
cuando uno debe decidir sobre algo debe tomar distancia y poner la sangre
fría.
Esta no es la ocasión, nada se dice que para escribir lo que se siente deba
alejarme demasiado de los hechos. Vomito lo que miro: desazón, desconsuelo,
llantos, lagrimas, pesadumbre, la sentencia me martilla en la cabeza. Es
cierto que siempre queremos más y solo se hace lo que se puede, acaso solo
lo que nos dejan, para no llegar a lo obsceno de sentir, que no se puede
hacer nada. El ex coronel Mansilla, dueño y señor de la vida y de la muerte
en el Area 125 del Ejercito Argentino, que comprendía el partido de Las
Flores, ha sido condenado, por los delitos de tormentos, desaparición y
muerte de Carlos Labolita.
Poco queda de aquel poderoso militar, hoy es un anciano de 77 años, que con
achaques se sentó en el banquillo de los acusados, cuando tuvo la
oportunidad de decir unas últimas palabras antes de escuchar la sentencia,
purgará su condena en su domicilio, cuestión inexplicable por la
característica de los delitos que se le imputan y por los que. reitero, ha
sido condenado. El por aquel entonces teniente Duret fue absuelto de culpa y
cargo, en minutos dejará la Unidad Penitenciaria Número 44 de Batan y
después de 3 años y algunos meses volverá a su casa, el ahora coronel
retirado, como buen pez: recordemos que dijo ser un cornalito, que muchos lo
veían como un tiburón, logró eludir otra vez las redes de la justicia. El
tribunal por mayoría hizo valer sus garantías constitucionales, una defensa
técnicamente impecable, que logró imponer la duda sobre su participación en
los hechos.
Mucho ayudaron las amnesias de algunos ex policías, los testigos que
lamentablemente fallecieron y fundamentalmente el tiempo transcurrido. Tres
décadas de paciente reconstrucción de la memoria, armada a pedazos entre el
miedo, la impunidad y la connivencia de quienes podían aportar datos para el
esclarecimiento del trágico destino de Carlitos. Una familia sola luchando
contra el olvido, la indiferencia de todos y las adversidades que presentaba
aquella frágil democracia de la primavera alfonsinista.
Aunque no parezca se ha logrado mucho, los jueces dieron por probado que
Carlos Labolita sufrió tormentos, su desaparición y por último la muerte,
hoy se condenó al responsable mediato, quizás el arma asesina siga libre, no
por mucho tiempo, tendrá que asumir su defensa por la desaparición del
conscripto Thomas, sucedida en el mismo regimiento donde Duret era
responsable del Area de Inteligencia o la segunda instancia de esta misma
causa por ante el Tribunal de Casación, quien podrá revisar este fallo y dar
por probada su participación en estos hechos.
La esperanza, que es lo último que se pierde, esta alimentada porque el
fallo fue dividido y uno de los magistrados votó en disidencia, será
cuestión de conocer sus fundamentos para apelar en consecuencia. Seguirán
Gladys y Carlos Orlando buscando justicia, con la misma paciencia y
tenacidad con la que hoy esperaban sentados en la primera fila de la sala de
audiencias el veredicto. Sus luchas no han sido en vano, cientos de
conciencias se van despertando gracias a sus testimonios de no dar lugar al
olvido, ni a la impunidad. Me contaba Carlos en esos cuartos intermedios
interminables y a la vez ricos en anécdotas de tiempos idos, que por los
setenta había un vino blanco medio dulzón, que se llamaba “Montonero”, que
vendía al por mayor un policía, que tenia un almacén por el barrio y que
cada vez que pasaba frente a su casa, con el camión de reparto sacaba la
botella por la ventanilla y festejaba la militancia de su hijo, gritando
algo así como “arriba Montonero”…
Hoy el policía sufre de una extraña falta memoria, por lo que hace tiempo
dejó de saludarlo y cuando declaró en este juicio ni siquiera recordó haber
conocido a Labolita …No importa vaya él con su amnesia, pese a la bronca que
aun me paraliza frente al teclado, pienso que seria bueno conseguir una
botella de aquel vino, para brindar por Carlitos y su fraternal y entrañable
familia, que lo sigue defendiendo y abrazando en esas remeras blancas, que
hoy inundaron la sala de audiencias con su rostro joven y luminoso,
reclamando por esa justicia, que aún no alcanza.
La Justicia que mira y no ve... (León Greco, La memoria) (10)
Pasó el vendaval, las aguas se aquietan y podemos reflexionar con más
nitidez y menos espasmos de dolor e indignación para poder aprender algo de
todo lo sucedido. Ya dije que es fácil escribir el diario del lunes y no
quiero entrar en lugares comunes, de lo que pudo haberse hecho y no se hizo
o en culparnos de nuestra propia incapacidad para ver mas haya de lo
evidente.
En el transcurso del juicio conversaba con uno de los fiscales que me decía
que estas audiencias no debían haberse realizado en Mar del Plata y comparto
su opinión. Me pregunto ¿cuánto pueden saber los Nelson Jaraso, Alejandro
Esmoris y hasta el mismo Carlos Rosansky de Las Flores? ¿Cuántas veces
habrán pasado por allí? ¿Alguna vez caminaron sus calles? ¿Conocieron la
Escuela Normal, el barrio y la casa de la familia Labolita? ¿Recorrieron la
comisaría, cuyo plano dibujado torpemente por un ex policía en una pizarra,
intentaba ilustrar a los integrantes del tribunal sobre cada uno de los
sectores comprometidos con el caso, como la guardia, el despacho del
comisario, la zona de calabozos, la cocina y los baños?
La justicia para ver, debe comprometerse con el lugar de los hechos, con su
gente, con la memoria y la historia que guarda cada rincón. Quizás el salón
del Concejo Deliberante del Palacio Municipal de Las Flores hubiera sido el
espacio mas apropiado para el desarrollo del debate. No es solamente una
familia la que espera justicia, también hay todo un pueblo que aguardó. a
través de los medios, conocer las contingencias de cada sesión. O acaso el
juicio debió realizarse en Azul, sede natural de los tribunales federales de
primera instancia, donde se instruyó la totalidad de la causa y lugar donde
Carlitos sufrió los tormentos y muy probablemente su desaparición y muerte,
en el batallón de Artillería Uno.
Cuando las causas salen de sus lugares propios tienden a desnaturalizarse,
es como que las victimas además de serlo, deben jugar de visitantes, si lo
comparamos con un partido de fútbol y los victimarios se sienten más libres,
por no sufrir el acoso de un ambiente hostil o al menos adverso a sus
deseos. Y cuando hablo de victimarios no solo me refiero a los dos acusados,
sino también a algunos testigos, ex policías cuyo compromiso con el
esclarecimiento de los hechos resulto patético y cobarde, actitud que
deberemos recriminarles de por vida. No es lo mismo terminar de declarar e
inmediatamente volver a caminar por las calles del pueblo, ante la mirada de
conocidos, familiares, vecinos y amigos, que perderse en una multitud
anónima de una ciudad como Mar del Plata. Quienes vivimos en el pueblo
conocemos muy bien la diferencia.
Dentro de las pruebas con las que pueden contar los jueces para buscar
reconstruir los hechos y encontrar la verdad de lo sucedido existe una que
se llama “vi sita ocular”. El magistrado se constituye en el lugar y toma
conocimiento directo del ambiente, de las formas, del aire y la energía que
guarda el sitio. Recuerdo el impacto del protagonista de la película “El
lector” cuando recorre minuciosa mente los pasillos de los campos de
concentración y las cámaras de gas, para comprender la dimensión de los
crímenes cometidos en el holocausto judío. Los espacios para la memoria como
la ESMA, resultan indispensables para generar conciencia y contemplar las
cicatrices del horror. Pero volviendo a Carlos Labolita, desgraciadamente no
se pudo saber dónde y cuándo sufrió su calvario; no contamos con un lugar
determinado, solo aproximaciones, acaso simbólicas, de las dependencias
militares a donde fue conducido y de donde se desvaneció.
Es por esto que los ámbitos donde se debía llevar a cabo el juicio hubieran
resultado de una invalorable ayuda para los funcionarios que tuvieron la
responsabilidad de interpretar los hechos; aunque algunos indicios me llevan
a presumir que la suerte estaba echada de ante mano y que la justicia solo
se animó a mirar.
Luis Gerardo Del Giovannino
Abogado
Mar del Plata, julio 2009
www.elortiba.org