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Leer
no me resulta fácil
En mi vida la lectura siempre estuvo signada por fenómenos incomprensibles.
Desde aquellas veces en que merced a cierto poder transformador, en algún
elegante libro de tapas mullidas de cuero de la biblioteca de mi padre en
donde podría haber apreciado la poesía del Martín Fierro, súbitamente yo
tenía pleno acceso visual a un interminable archivo con aspectos
desconocidos de algunos notables protagonistas de nuestro pasado.
Desde la irrefrenable devoción de Bartolomé Mitre por el juego de las
escondidas, las danzas secretas de Julio Argentino Roca completamente
desnudo, con plumas pegadas en todo el cuerpo, el amor por la comida germana
de José Gervasio de Artigas, quien introdujo en 1797 el frankfurter en la
República Oriental del Uruguay, la arrobadora belleza de Juana Azurduy,
hermosísima morena de ojos fulminantes, de andar y curvas irresistibles, la
colección de esmaltes de uñas de Juan Manuel de Rosas, las humillantes mofas
a Alvar Núñez Cabeza de Vaca por parte de sus compañeros, el vitiligo oculto
de Don Juan de Garay, el terror a las palomas de Bernardino Rivadavia o los
exuberantes pechos de Remedios de Escalada. Hasta los deliciosos poemas de
amor de Santos Godino.
Pero nunca poder leer el viejo Martín Fierro.
Ese y otros misteriosos fenómenos relacionados con la lectura fueron y
siguen siendo extraños en mi vida.
Allá, en mi juventud, cuando debía leer aquél obligatorio " Civilización y
barbarie", de Domingo Faustino Sarmiento, invariablemente ante mis ojos ese
libro se hacía humo.
Hasta pude sentir muchas veces un calor pegajoso, pringoso, y un olor
desagradable que despedía mientras desaparecía entre en mis manos.
En ese caso la angustia era mínima, pues siempre tuve pésimas referencias
del autor.
Y nunca, al abrir el naftalínico "Juvenilia" de Miguel Cané, pude leer mas
que la frase “…aserrín aserrán, los maderos de San Juan, piden pan no les
dan, piden queso les dan un hueso y les cortan el pescuezo…” que se repetía
sucesivamente hasta completar todas las páginas del libro. Aquella dulcísima
canción infantil.
Algunas novelas siguen comenzando por el final, los nombres de sus autores
trocados en los de famosos criminales (El autor de "El atroz encanto de ser
argentinos" nunca deja de ser Carlos Robledo Puch) y los carteles
indicadores tornándose cada vez más engañosos.
¿Qué significa, por ejemplo: “Prohibido mirar a la izquierda”, “Prohibido
escupir en el sueño” y cosas por el estilo?
Muchos sugieren que olvide mi problema, o que podría ganar mucho dinero con
eso, pero yo simplemente deseo poder leer como lo hace cualquier persona, y
no páginas repletas de informaciones complicadas de descifrar.
Tal vez pueda, el día menos pensado.
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Web de Horacio Fontova