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Memoria selectiva
El
9 de Julio, la Revolución Francesa y el aniversario de la AMIA
Por Claudio Díaz*
No se puede distorsionar económica y socialmente a un país, y hasta
desarticularlo geográficamente, de ser necesario; si al mismo tiempo no se
deforman el alma y las creencias de su pueblo y se quiebra su proceso histórico.
Estamos ingresando a una etapa quizá clave en el enfrentamiento entre el país
real y el país liberal, entendido éste no sólo desde su concepción ideológica
sino como núcleo de poder para hacer de la Argentina una simple estación de
abastecimiento del colonialismo.
El choque de mentalidades y hasta de “filosofías de vida” no responde
exclusivamente a motivaciones de tipo económico, aunque éstas se encuentren
presentes en el proceso. Hay otras causales que importa desentrañar y analizar
para alcanzar una mejor comprensión del devenir histórico argentino y, por
consiguiente, de su actual y decisiva circunstancia.
Parecería que la superioridad (material, no moral) alcanzada por la elite
dominante resulta insuficiente para terminar de adueñarse de todo. Ya no alcanza
con controlar la riqueza, porque el sentido último del nuevo orden es poseer al
hombre en toda su dimensión: física, psicológica y espiritual. De modo que se
impone como meta cambiar el país real del que venimos hablando. Que en su
esencia, por raíz e identidad, es abrumadoramente católico e hispánico. Y en el
plano político, no de forma absoluta pero sí mayoritaria, peronista.
Esos “nuevos tiempos” no podrán amanecer si antes no consiguen romper
estructuras y concepciones muy arraigadas en la memoria a lo largo de las
generaciones. Entonces, siguiendo cronológicamente la matriz identitaria que da
forma y fusiona desde el siglo XIX hasta hoy a gran parte de la población
argentina, habrá que descatolizar, deshispanizar, desperonizar…
Pensar lo mismo, creer en lo mismo, son condiciones esenciales para que la
internacional de los ricos pueda terminar de imponer su “modelo” a escala
planetaria. Bajo esa filosofía, que los pueblos entren en conflicto con su
propio ser, al punto de quebrarlos en su identidad, es una de las búsquedas de
ese bloque. Viejo como el colonialismo. Pero más sutil, astuto como una
serpiente, incluso con aspecto progresoide, y tan fino que ya no necesita del
derramamiento de sangre. Se trata, en definitiva, de modificar el “gen” de los
pueblos.
El pensamiento único que hoy sale a escena determina que sólo está permitida la
existencia de una sola religión: la del consumo. Y de una sola historia: la de
los detentadores del poder mundial.
Observamos en estos días dos ejemplos que pueden resultar distantes pero que, en
realidad, van al fondo de la cuestión que estamos planteando. El martes 14 de
julio, al celebrarse en la embajada de Buenos Aires un nuevo aniversario de la
Revolución Francesa, algunos representantes de nuestra clase política e
intelectual cantaron con fervor La Marsellesa. Naturalmente, en francés.
Días después, al cumplirse el 15 aniversario de la voladura de la AMIA, el
Estado argentino, por decisión del gobierno nacional, concedió a la colectividad
judía el uso de la cadena oficial de radio y televisión para difundir un spot
alusivo al acontecimiento. El argumento utilizado fue la no realización del acto
que pensaban hacer, a raíz de la epidemia de la Gripe A. Nunca en la historia de
la Argentina se había concedido semejante privilegio a un sector en particular.
En el futuro, y a modo de ejemplo, ¿se le dará esa posibilidad a los ex
combatientes para conmemorar el próximo 2 de abril la recuperación de las
Malvinas?
Estamos hablando de dos potencias como Francia e Israel (porque sabemos de la
lealtad de la colectividad judía de la Argentina hacia ese Estado) que,
precisamente, forman parte de esa elite del poder mundial. Potencias a las que
nuestra clase política les rinde pleitesía APENAS UNA SEMANA DESPUES de que en
nuestra propio territorio pase de largo, como si se tratara de un hecho menor,
el aniversario del 9 de Julio, encima diluido por la penosa decisión de declarar
un feriado sanitario para que algunos argentinos extiendan su festival
consumista yendo a lugares de “veraneo” en pleno invierno.
Así, contraponiéndose una a otra, hay más de una memoria pujando en el
conocimiento de la comunidad. Por un lado, la memoria “institucional”, la
memoria oficial, la memoria de los triunfadores que pusieron la escritura de
esas conmemoraciones con determinados documentos y con determinado sentido, para
legitimar lo que han obtenido en el conflicto previo. Y por otro lado, la
memoria de los vencidos, la memoria contra-oficial, que trata de exponer su
punto de vista pero no halla lugar dentro de los medios para hacerse oír y es
desatendida, además, por su propia clase política.
Desenganchar a la Argentina de la cultura cristiano-católica e iberoamericana
para fundirla en el proyecto globalizador imperialista requiere de ensuciar su
historia y si es posible sustituirla por otra. Para el Poder Mundial es
fundamental hacer conocer otros relatos, ajenos y lejanos en el tiempo
histórico, para imponer una memoria universal, la de ellos mismos. Es el
proyecto de “aguachentar” el pasado nacional y la experiencia de los que nos
pasó y vivimos como pueblo de esta parte del mundo; aquí, debajo de todo, en la
última estación al infinito.
* Periodista, Profesor de Historia y Escritor.
Trabajó en La Razón, El Periodista, Línea y Clarín. En 1988 le otorgaron el
Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí. Entre sus libros se encuentra
el Manual del antiperonista ilustrado. Obtuvo tres Martín Fierro al mejor
servicio informativo por el noticiero de Radio Mitre, del cual fue productor.
www.elortiba.org
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