Adolescencia, hoy

Entre celulares, viagra y exclusión

Por Guillermo Marín*

“Ailin Hernando tiene doce años y lo primero que hace cuando llega de la escuela a su casa es encender el teléfono celular (los padres no le permiten llevarlo a la escuela) y escuchar música. En otros ámbitos no necesita llegar a casa para eso. “Lo tengo siempre encima. Cuando voy a hockey, cuando vuelvo y también mientras viajamos los días de partido, cuenta”. La escena es una de las tantas que se desprenden de una nota de investigación realizada por Clarín.com, como forma de poner sobre un eje de discusión la nueva generación de adolescentes cuyas vidas transcurren al ritmo de la música en Mp3. Con todo, los psicopedagogos hablan de “desconcentración”, de “falta de comunicación y aislamiento”. Los expertos se preguntan: “¿De qué se aíslan los adolescentes de hoy?” Y se contestan: “Esta tecnología y este modo de escuchar música dan cuenta de la individualización de lo social”. Pero, en verdad, en esa etapa evolutiva del hombre, quien más, quien menos ha sentido que, en un punto de su pasado adolescente, el medio que los rodeaba era siempre algo hostil. Un diálogo imaginario entre una madre y su hija adolescente debería echar luz sobre este esquema: Madre: _No te comprendo. Hija: _Yo tampoco. En realidad, a esa chica adolescente, además de su incomprensiva madre, puede adosársele a sus circunstancias cotidianas un mar de conflictos internos y externos como ser: problemas emocionales, sexuales, de conducta, problemas con la ley, con la alimentación, con las drogas y el alcohol; sólo por nombrar los más relevantes. Pero, pese a todo, existen millares de adultos que desearían volver, por lo menos por unas horas, a esa etapa maravillosa de la existencia donde se elijen los amigos, el cuadro de fútbol, la profesión, el amor; sólo por señalar algunos de los apotegmas más maravillosos. ¿Por qué solemos desear con frecuencia un viajecito a Bariloche con la comisión de quinto año del viejo secundario? Tal vez ni los adultos lo sepamos. ¿Acaso porque seguimos adoleciendo de algo de todo aquello?, ¿o sólo de esos puntos de vista que con frecuencia no eran compartidos por nuestros padres y que han desaparecido de nuestras convicciones? Y eso que nos hacía diferentes del mundo de los otros, los adultos, puede aún seguir sin fraguar, y el conflicto sigue.

Cuando Calderón de la Barca, un día confesó: “Soy un soñador empedernido”, ¿habrá querido decir “soy un adolescente empedernido”? Un adagio anónimo, se me ocurre, sigue este esquema: “Las grandes obras las sueñan los genios locos” ¿Acaso la frase hablará también de aquéllos mismos adolescentes que en la zona del Planetario del barrio de Palermo, se agarran a almohazados limpios por el sólo hecho de divertirse? Según los organizadores, esa “locura” ha permitido estrechar la diferencia social que existe entre grupos de pares o de las llamadas “tribus urbanas”.

Poderosa Afrodita

“El amor es un clavo ardiente que se lleva con gusto o que devasta”, dice la escritora Rosa Montero. La sentencia de la autora española tal vez logra deslindar de qué hablan los adolescentes cuando hablan de amor, pues, la pasión entre los jóvenes es siempre un volcán en continua erupción. Erich Fromm, alude que el amor es un arte y requiere conocimiento y esfuerzo. El adolescente, de por sí, y ante la construcción de su propio “yo”, desea ser amado. Pero los psicólogos que siguen a Fromm señalan que son pocos aquellos individuos que en la adolescencia desean (o pueden) desarrollar la capacidad de amar (dar amor sin esperar recibir), facultad que consigue verse negada, incluso, durante toda su existencia. Y el contexto tan adverso en el que les toca actuar a los chicos, léase la televisión, ciertos medios de prensa o portales de Internet junto con las inestables modas de turno, contribuye a hacerles sentir que “Sin tetas no hay paraíso”. Es decir, pareciese que el amor, y hoy más que nunca, es sólo una entidad orgánica que se consigue (o se conserva) mediante un implante mamario o un fármaco que prolonga la erección; amén del muy de moda narcisismo de las tribus urbanas (floggers, emos, nerds, raperos, góticos, cumbieros, rolingas, darks, etc.).

“La adolescencia es una de las etapas del desarrollo humano más intensas y cuando la transitamos sin información y sin contención puede convertirse también en una de las más conflictivas”, explican los psicólogos expertos en desarrollo humano. Las etapas del proceso han sido definidas por la Organización Mundial de la Salud como la segunda década de la vida, es decir, entre los 10 y 19 años y se acepta su división en dos períodos: adolescencia temprana (de los 10 a los 14 años) y adolescencia tardía (de los 15 a los 19 años de edad). Pero la teoría sobre sexualidad adolescente marca una división de conceptos y dice que la pubertad es un proceso biológico, mientras que la adolescencia es un concepto mucho más amplio que incluye lo psicosocial. El ámbito social y el tipo de cultura tienen una gran incidencia en esos cambios cíclicos, tanto que para algunos chicos el pasaje de la niñez a la etapa de las obligaciones adultas (trabajo, sostén de la familia, etc.) “se producen casi sin solución de continuidad”, aclaran los mismos expertos. En general, el adolescente experimenta transformaciones que lo llevarán a reestructurar su imagen corporal y su concepto de sí mismo. Dependiendo del éxito de estos cambios, los chicos y chicas podrán o no conformar una nueva identidad, y lograr un nuevo estadio en su evolución: la autonomía y la capacidad de intimidad. Comúnmente, es en la etapa tardía donde lo corpóreo (en su base fisiológica) toma preponderancia por sobre otras cuestiones evolutivas. En la pubertad se producen aquellos cambios físicos en el cual el cuerpo de un niño se convierte en adulto, capaz de la reproducción sexual. Pero en lo que va de la inminente culminación de la primera década del Siglo XXI, pareciese que hay una marcada tendencia a que la pubertad esté mezclando sus aguas con algunos preceptos culturales tales como aquellos que avalan la cultura del éxito inmediato, o con esos que se vinculan con el rendimiento físico o sexual. ¿Y entonces?

Ojos de perro azul

La famosa pastilla azulina, el viagra, también se ha hecho un lugar de privilegio entre los chicos que desean quedar bien parados (perdón por la comparación) a la hora de su debut sexual. Según detectaron pediatras y sexólogos de diferentes hospitales públicos de la Ciudad y especialistas de la Sociedad Argentina de Pediatría, el consumo de “fármacos para la erección” ha aumentado en lo que va del 2009 en un 55 por ciento en esta población. Otro tanto informa la Universidad Maimónides cuando alude que en el 2006, el Viagra ocupaba el puesto 75, entre los medicamentos más vendidos en el país. En 2008 ya había subido al puesto 22. “El consumo de Viagra está creciendo entre varones de 15 a 16 años de todas las clases sociales. Algunos chicos relatan que lo tomaron en su primera vez para garantizarse una buena performance”, asegura la pediatra Mirta Garategaray, miembro del Comité de Adolescencia de la Sociedad Argentina de Pediatría. Y agrega: “Si tienen sólo cinco pesos prefieren comprar Viagra antes que preservativos. Antes que cuidarse está pasarla bien”. Marcelo Peretta, secretario general del Colegio de Farmacéuticos de la Capital Federal, reconoció que el Viagra se lo puede conseguir sin inconvenientes en las farmacias, y que para mejorar los controles, la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología) debería obligar a que estos medicamentos pasen a comercializarse bajo la modalidad de por “indicación del farmacéutico” (en vez de bajo receta archivada). De modo que así, el farmacéutico podría hacerle una serie de preguntas al cliente y descartar cualquier riesgo antes de venderle la pastilla. Algo utópico, por cierto, ya que, dadas las grandes diferencias monetarias que dejan estos fármacos en los negocios, sólo un grupo muy reducido de vendedores sería quien, ante el brutal negocio, privilegien la salud de los adolescentes. De todos modos, se impone la pregunta: ¿Y el cortejo? ¿En qué bolsillo del gabán masculino quedó archivado como una receta inocua un proceso (acaso netamente discursivo;”verso”, para algunos nostálgicos) mediante el cual se podría llegar, o no, a tener un encuentro sexual? Los chicos ahora prefieren el coito inmediato antes que apelar a ciertos recursos expresivos que, según la tradición oral, se utilizaban desde los tiempos de Aristóteles. Pero además, depender de un medicamento para conquistar a una persona, significa no sólo una acto de dependencia, sino un episodio de incomunicación. Pero, ¿y entonces?

Pizza, birra, faso y exclusión

La exclusión tal vez sea un factor inherente de las sociedades mercantilistas. Bernard de Mandeville, en su obra “La fábula de las abejas” describió, en 1723, la utilidad económica de los pobres recluidos en las “Escuelas de caridad”. Para Mandeville, el hombre es intrínsecamente agresivo, competitivo y egoísta; ¿acaso el modelo de profesional que pregonan las actuales escuelas de negocios? ¿Cómo se lograría, entonces, incluir en un sistema social a una masa cada vez mayor de jóvenes excluidos por esos mismos parámetros de competitividad y agresión?

En un estudio realizado en 2004 por la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) se desprende que los barrios más postergados y con mayores carencias se convirtieron en un "factor de exclusión" social para los jóvenes que los habitan, a quiénes se les hace imposible evitar el "aislamiento social y el empobrecimiento de sus hogares". Estos conceptos se basan en un estudio sobre las culturas juveniles predominantes en núcleos urbanos de los municipios de Lanús y Florencio Varela, próximos a la Capital Federal. La investigación fue encarada por el antropólogo Gonzalo Savarí y fue editada bajo el título: "Segregación urbana y espacio público: los jóvenes en enclaves de pobreza estructural". El artículo advierte sobre cuestiones tales a que "la pobreza del espacio público los hace aún más pobres" y revela además que la cultura de la calle del conurbano bonaerense "deja de ser una defensa para convertirse en un poderoso factor de exclusión". Tras considerar la fragmentación que ha sufrido el espacio público en el área metropolitana, el antropólogo Savarí admite que mientras los shoppings o centros comerciales fueron ocupados por sectores de la clase media o alta, los grupos populares disponen de "la calle como el único espacio accesible y disponible para la conquista". Pero en los dos barrios estudiados los jóvenes que controlan las esquinas no estudian, no trabajan (o lo hacen esporádicamente), pasan la mayor parte del tiempo juntos en la calle conversando, peleando, tomando alcohol, consumiendo drogas y, en ocasiones, involucrándose en pequeñas actividades delictivas", reveló el informe publicado por la CEPAL. El estudio concluye diciendo que "el barrio puede transformarse en una muralla social al reproducir condiciones de vida, relaciones sociales y experiencias poco enriquecedoras. El clima de seguridad o inseguridad, violencia o amistad, reconocimiento mutuo o indiferencia que predomine, moldea también sus características".

Es indudable que pobreza y exclusión van de la mano. En la Argentina, aún se debate acerca de qué hacer con los chicos que cometen delito; si deben estar en situación de encierro o no. Lo cierto es que mucho se ha hablado pero poco hemos escuchado a los más desprotegidos de la trama social. Si bien de lo que va de 2009 la Justicia ha tomado el tema de los menores como algo prioritario, todavía no hemos conseguido tener como cualquier país civilizado un Sistema Penal Juvenil. De todos modos, lo que opinan los especialistas en violencia juvenil es que en un noventa por ciento los jóvenes que terminan en situación de encierro son los que tienen “cara de pobres”. Bruno Stagnaro e Israel Caetano con su film “Pizza, birra y faso”, mostraron por primera vez en el celuloide nacional la cara impiadosa de la exclusión de los jóvenes. Héctor Babenco, con su “Pixote” ya lo había hecho en 1981. Tras el estreno, su film se convirtió en el primer antecedente sudamericano en explorar la marginalidad en la que viven los menores en las violentas calles de la ciudad de San Pablo, Brasil. Ambos films, a mi juicio superados por la crudísima “Ciudad de Dios” del cineasta brasilero Fernando Meirelles, son los mejores espejos en los cuales odiamos reflejarnos como sociedad. Tanto el tema de la exclusión juvenil como el tópico de la explotación infantil nos invitan a preguntarnos si los adolescentes marginados o los niños explotados son peligrosos o están en peligro. Contestar esta pregunta le posibilitaría a jueces y legisladores ubicar la discusión del descarte juvenil sobre un plano mucho más real que en el hasta hoy desvencijado escenario de las indecisiones gubernamentales.

¿Y entonces?

Convengamos que hay una buena parte del universo adolescente que aglutina a chicos y chicas que ni siquiera consumen tabaco o alcohol. Esta nota no tendría sentido si no existiesen “los otros”; aquellos que como un big bang se expanden en una aldea global cada vez más selectiva e infame. Para ellos, pienso, la contención familiar sigue siendo la mejor opción en salvaguarda del mayor patrimonio que ostenta una sociedad: su niñez y su juventud. Hace cincuenta años, la psicóloga Eva Giberti creaba una “Escuela para padres” que se ocupó hasta 1973 de explorar, junto con progenitores y descendientes, problemas vinculados con las relaciones afectivas, el sexo, los límites, la interacción entre pares, exclusión social y todo tipo de temática emparentada con la adolescencia y la niñez. Hoy, y paradójicamente, dice Giberti, quien exhibe un Doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad de Rosario: “La persistencia del pedido de una nueva Escuela para Padres se enfrenta con mi posición actual: creo que ya terminó la época de aconsejar y de criticar duramente las conductas parentales, técnica que utilicé en la primera Escuela. La evidencia nos muestra que ese modo de proceder, en aquel momento resultó exitoso debido a varios factores, pero transcurrieron treinta años; la posición parental frente a los hijos se modificó, la mirada de los hijos hacia sus familias, también cambió y a su vez, los profesionales que nos ocupamos de la psicología hemos revisado y replanteado las características de la relación que entablamos con quienes recurren a nosotros. Por otra parte, la comunidad cuenta con informaciones acerca de la vida psíquica de la que carecía a fines del 50 y en la década del 60. De todos modos, Giberti fija una posición interesante en cuanto a la comunicación padre- hijo: “Cuando los padres se comprometen a hablar con los hijos jóvenes enfatizando un contacto emocional que implica demandarle reflexión, es decir, pensamiento y juicio crítico, lo que hacen es solicitarle que se comprometan en un proyecto, que se defina y que abandone una posición ambigua, vacía o en la pura pretensión de tener razón al defender el estilo de vida que ensaya cotidianamente”.

Trabajar en la autoestima del adolescente y sobre todo en la construcción de una autoimagen sana y positiva de los miembros de su familia, garantiza de por sí una buena adultez”, asegura Greta Verstraeta, profesora en lógica, psicología y ciencias de la educación del portal “Escuela para padres y madres”. Pero, si bien la familia y la escuela son la base de la sociedad y la referencia de la mayoría de las personas en nuestro país, ambas entidades están en crisis. La mayoría de las veces ni padres ni maestros saben cómo aborda el tema de los límites frente a una generación que maneja mejor la tecnología y la información. Transmitir inestabilidad en la contención es garantizarles a los jóvenes un futuro inestable e incierto. Tanto psicólogos como especialistas en educación coinciden en seguir apostando por el espacio del diálogo entre padres e hijos, pues dicen, “la culpa no es del celular con MP3 que los adolescentes llevan las veinticuatro horas consigo, el error consiste en dejar de lado el hábito de la comunicación”.

Bibliografía
• Marta Vega, Escritos psicoanalíticos sobre adolescencia, Buenos Aires, EUDEBA, 2007.
• Dora Barrancos, Inclusión/Exclusión. Historia con mujeres, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2002.
• Obiols, G y Di Segni, Adolescencia, postmodernidad y escuela secundaria, Buenos Aires, Kapelusz, 1995.
• Clarín.com
• http://www.escuela-padres.com.ar/
• http://www.evagiberti.com/


*Periodista y escritor
desechosdelcielo@gmail.com

 

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