La democracia es un asunto de guita

Por Claudio Díaz*

Hay pobreza. Clama la Iglesia, lo dice la oposición y hasta pontifica Mirtha Legrand desde su bien servida mesa. Hay desigualdad social, millones y millones se quedan golpeando la puerta y el Estado (ergo: el gobierno) se la cierra.

En un extraordinario artículo, por lo revelador y conmovedor, Alcadio Oña escribe en Clarín del 21 de julio: “…hay que ver para creer. Pero a un banquero importante se le escuchó decir en un encuentro empresarial: Vamos a tener que ponernos al hombro a los excluidos, porque la situación social ya es grave y el Estado no aparece”. Corregimos al escriba del Grupo: hay que leer para creer… tamaña desfachatez al pretender vendernos a empresarios derechos, humanos y cristianos.

Casi todos los derviches de este mundillo de charlatanes que discursean desde la política y la mediocracia no hacen más que divinizar a los hombres del gran capital. Ellos, nos dicen, viven corriendo riesgos porque son factores básicos del desarrollo de los pueblos. A veces fallan, pero tienen buena voluntad. Y si hasta ahora no han podido darles una miga de pan más es porque les cambian las reglas de juego y los gobiernos y los sindicatos atentan contra la seguridad jurídica. Altruistas, hombres de buena fe, ellos arriesgan y arriesgan, y al final terminan más pobres que los pobres.

El mismo Oña, en la nota de marras, traza el doloroso diagnóstico de la Unión Industrial Argentina, que sostiene que las subas a los salarios de convenio, “que benefician sólo al 27% de los ocupados, no han resultado eficaces para mejorar sustancialmente la distribución del ingreso, agudizando aun más la diferencia entre trabajadores calificados y no calificados”. ¿Ven?, ahí está el problema. Esos trabajadores sindicalizados no debieran aceptar ningún aumento de salario más, para que esa masa de dinero se reparta entre los que no se sientan a la mesa.

Es decir: que sean los propios trabajadores los que les den un poco de su mendrugo a los que viven de changas. Porque los empresarios no pueden. Ellos tienen que ganar un millón de dólares más que el año pasado; cambiar el avión de 12 plazas; comprar una finca en Brasil; mantener a sus amantes; y, por supuesto, girar divisas a un paraíso fiscal.

Cuando uno observa el comportamiento de los Oña, de los Casaretto, de las Stolbizer (que va a ver a Scioli y le pide redistribución pero, eso sí, sin tocar a nadie de los que tienen la bolsa llena), no puede menos que asociarlos con el perro del hortelano. No hacen nada para cambiar las cosas pero tampoco dejan hacer a los demás… O sí, le chumban a los que quieren redimir a los hambrientos.

Es como esa gente que desde el confort de su coche mira con cierta compasión a los pibes que por unos centavos limpian los parabrisas. ¡Qué tremendo!, se dicen a sí mismos. Pero no sueltan ni una chirola. Y peor: los ignoran como si fuesen invisibles. Alguien ya los ayudará, se van pensando cuando aprietan el acelerador...

A esta altura uno se pregunta qué corno es, en definitiva, la democracia. Y cómo miércoles se puede seguir hablando de ella si a unos les sobra todo (las cosas materiales, porque de humanismo y espiritualidad no tienen ni un céntimo) y a muchos les falta todo.

La única respuesta que encuentra a mano es que la democracia es una cuestión de guita: quiénes la tienen, quiénes no y quiénes son capaces de hacer lo que hay hacer para que los bienes que necesita la humanidad se repartan con justicia.

Desde la semántica del sistema republicano-liberal se pretende que la democracia es la calidad institucional, la seguridad jurídica, el respeto a las instituciones y otras oquedades por el estilo. No, no, no… De ninguna manera. La democracia es una puja para ver quien se queda con el pedazo más grande.

Y el tema es que como la guita no crece desde el fondo de la tierra ni cae del cielo, hay que salir a buscarla donde está. Que es lo que hizo Perón hace más de 60 años y lo que intentó hacer el matrimonio Kirchner-Fernández durante el último lustro.

Claro, eso le disgusta a algunos sectores que, aunque no son los dueños de la tierra, actúan como perros de policía que impiden a los necesitados acercarse a la huerta de sus dueños para tomar algún fruto que sobre. Porque hasta prefieren que se pudra en la planta antes de que vaya a satisfacer el apetito de un cristiano.

La Iglesia brama: el de las retenciones al campo no es el camino. Los medios de comunicación defienden su negocio. La oposición histeriquea: no me toquen a la nena agropecuaria. ¿Y a quien si no…? Ah, no sabemos, arréglenselas de otra manera…

Entonces dejen de perrear. Si no saben cómo hacer para que haya menos pobres, al menos cierren el pico cuando alguna fuerza política o social invite a aquellos a sentarse a la mesa, haciéndole pagar la cuenta a los que se la llevan en carretilla.


* Periodista, Profesor de Historia y Escritor. Trabajó en La Razón, El Periodista, Línea y Clarín. En 1988 le otorgaron el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí. Entre sus libros se encuentra el Manual del antiperonista ilustrado. Obtuvo tres Martín Fierro al mejor servicio informativo por el noticiero de Radio Mitre, del cual fue productor.
 

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