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¿Por
qué ganó la colonia?
Por Ernesto Jauretche*
Cooptaron pecaminosamente voluntades virgenes de militantes sociales; compraron
“llave en mano” sospechosas lealtades.
Como diría Don Arturo: “Nunca desensillé; tomé resuello”.
Ahora me cansé de transigir: me da la úlcera si no salgo a contar todo lo que
pienso (de mi generación, creo, entre lo más valioso fue la conducta de decir lo
que se piensa –sin “discurso de conveniencia” y al precio que fuere– y hacer lo
que se dice).
Y entonces digo:
Miserables Kirchner, por su culpa perdió el país, perdió el pueblo. Nos llevaron
a la derrota porque no nos dieron otra opción (o no fuimos capaces de
controvertirlo) que acatar. Así, eligieron a los vocacionales de chupar medias
como amigos y asesores; y lo peor: fueron no sólo amigos sino sus socios los
serviles. Usaron impiadosamente los recursos del Estado para solemnizar
cofradías de negocios donde se debatió el poder, que no atendió al interés
general. Cooptaron pecaminosamente voluntades vírgenes de militantes sociales;
compraron “llave en mano” sospechosas lealtades; minaron los caminos de la
crítica con la suspicacia sobre la traición; instalaron un nuevo “pensamiento
único”: en nuestro lugar “sólo piensa el jefe”. A los que nos atrevimos a opinar
nos relegaron al lugar del “enemigo” (y nos aislaron y castigaron como a tales).
Pero nos callamos, porque como decía Scalabrini (salvando las distancias,
claro): “No se trata de elegir entre Perón y el Arcángel San Gabriel...”.
Pequeños, oportunistas, usurpadores y defraudadores de una épica, inquilinos de
una historia ajena (aquella que K llamó con acierto hipócrita “una generación
diezmada”); codiciosos, usureros, egoístas de poder; comunistas, setentistas,
evitistas, guevaristas, juvenilistas de la peor ralea gorila; irredentos
antiperonistas que no se atreven a nombrar al único líder verdadero de la
emancipación nacional (“¡qué grande sos!”); incapaces de imaginar al caudillo y
su milicia revolucionaria que “inventa o erra”; “progres” ineptos para entender
que de la política la conjugación ética es la igualdad (en todas sus
expresiones); “modernos” que anteponen la “gestión” y la “eficiencia”
neoliberales a la inmensidad del concepto de la comunidad organizada;
secuestradores de la política, que la niegan en tanto servicio en el que todos
ganamos.
Esta derrota es de los que ejercieron el poder así, es de ellos.
Nosotros no la merecemos; aunque, no me lo hagan saber: ahora vendrán por
nosotros.
El enemigo buscará el aniquilamiento de los que construimos este presente
esperanzador, a la vez ambiguo y paradójico. Descargará su garrote sobre los
organizadores de la resistencia obrera a las políticas de Martínez de Hoz, sobre
las madres de nuestros mártires, sobre los generadores de las políticas
territoriales de supervivencia de la década del ’90, sobre los protagonistas de
la rebelión del 2001 y sobre todos y cada uno de los trabajadores y militantes
de cualquiera de los intentos de canalizar a una base social, nacional, popular
y revolucionaria las iniciativas de los gobiernos kirchneristas. Porque el
enemigo no viene por la insignificante corruptela estatal, sino por la
administración fraudulenta de los fondos de las AFJP, por la renta de la soja y
por el agua y nuestros recursos estratégicos; viene a aniquilar la receta
política sudamericana democrática de UNASUR y a vaciar el Banco del Sur; viene,
sí que me lo crean, por la revancha del desplante frente al ALCA y al FMI. (...)
Los Kirchner pasarán a la historia de la ignominia, porque el establishment los
obligó a quedarse a mitad de camino, pero también porque se dejaron entrampar en
sus ambiciones cuando todos los argentinos apostábamos a la revolución nacional
y social para escribir sus nombres con letras de oro en las tres banderas
históricas de la liberación nacional.
¡Pobres, la que se están perdiendo!
La historia no los absolverá (si no hacen lo que está nítidamente escrito en
nuestra doctrina)
Fuente:
www.mojape.com.ar/el-proyecto-nacional/elecciones-2009-debates/28-de-junio-porque-gano-la-colonia.html
*Sobrino del mítico Arturo Jauretche, nació en Buenos Aires en 1939, es escritor
y periodista. Como militante peronista logró sobrevivir en la clandestinidad
durante la última dictadura militar. Fue subdirector de la revista La Maga y
autor de la muestra itinerante “Basta de zonceras-Arturo Jauretche, vida,
pensamiento y vigencia”. Publicó los libros No dejes que te la cuenten:
violencia y política en los ’70 (1997); Héroes. Historia de la Argentina
revolucionaria (junto a Gregorio Levenson) y, en el 2001, La coyuntura política.
Fuente:
www.elargentino.com/nota-51860-Por-que-gano-la-colonia.html
Vos, tampoco
Tus palabras les deben de haber producido a ellos mas satisfacción que a
nosotros ilustración y (...) los deben de haber inflamado lo suficiente como
para estimularlos a venir por nosotros.
Por Rafael Bielsa*
Ernesto: ¿quién soy yo? ¿Cómo voy a pedirte no escribir, sufrir, amar, partir y
al fin andar sin pensamiento? ¡Si vos mismo explicás que tus palabras tienen la
función terapéutica de mantener a raya la gastritis! No, está bien; lo que no se
exterioriza, retorna como síntoma. Está bien que hayas estallado, vociferado,
que te hayas quedado afónico gritándoles a los choferes de lo que a vos te
parece podría ser el último colectivo. Y a los que considerás son sus
privilegiados pasajeros.
Sin embargo, mientras te leía, no podía sacarme de la cabeza el belfo sonriente
de Biolcati, la cresta jaranera de Aguinis, las comisuras rancias de Grondona,
festejando tus dichos, comentándolos entre ellos y al final riéndose de vos,
Ernesto. Disfrutando de tus dichos como el que se siente en una mazmorra se
alegra del terremoto que agrieta las paredes que lo encierran, como el que
intuye que empieza a recuperar el derecho de contar las monedas del trabajo
ajeno que va a embolsar, como el que percibe que los revoltosos se han enredado
con sus cordeles y por fin ha llegado del tiempo de la restauración, del
glorioso ancien régime.
Y luego, riéndose de vos. Sí, riéndose, dado que creés que el cementerio de
Plainpalais –donde yace Borges en Ginebra– queda en Bélgica y no en Suiza.
Porque de esto no hay que tener la menor duda (y yo sé que después de haberte
calcinado los dedos escribiendo, con la cabeza sobre la almohada y sin poderte
dormir, vos no tuviste ni tenés la menor duda): habrán disfrutado de todo lo que
dijiste, para inmediatamente volver a despreciarte/nos, como ya lo hacían antes
de leerte.
Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural, quien se preguntaba relamiéndose
qué iba a pasar con el vicepresidente Cobos después de las elecciones del 28 de
junio. Aguinis, literato, quien jura que el dinero para conseguir la comida
necesaria para que desaparezca el hambre en la Argentina, se derrocha con
impunidad en otros rubros con sucios fines políticos, incentivados –para colmo–
por ideologías paleontológicas y mezquinos intereses sectoriales. Mariano
Grondona, periodista, quien se preguntó –refiriéndose al ex presidente Néstor
Kirchner– cómo debería llamar al que dicta por sí y ante sí las decisiones del
Estado, y se contestó: “dictador”, con la cita filológica de rigor. Desear
propiedad y poder, Ernesto, permite a los individuos la ilusión de que pueden
prescindir de los que no son como ellos; el deseo siempre es en algún punto
ilimitado. Por eso, tal vez no se trate de hablar o no, sino de qué decir, dónde
y para quién.
Al menos yo, lo que creo es que sólo sienten desprecio y estupefacción frente a
los que no pensamos como ellos, frente a los que piensan lo que pensamos
nosotros, a lo que nos conmueve, a lo que amamos. Sienten irritación por quien
plantea distribuir la renta, por los que pelean para escuchar a los que no se
escucha, por los que les plantan cara, por aquellos que no encontramos ni
inteligentes, ni atractivos, ni inspirados sus razonamientos sectoriales. Los
contraría el emerger del subsuelo de la Patria sublevada, la alegría plebeya de
un domingo con sol, los festejos rasos de las multitudes en gratitud. Los
subleva un Estado activo y balanceador, y sólo les falta decir, de una vez por
todas, que la clase media es una ostentación que el capitalismo tercermundista
no puede seguir permitiéndose.
En este sentido, Ernesto, compañero, pienso que tus palabras les deben de haber
producido a ellos más satisfacción que a nosotros ilustración. Y siguiendo este
orden de razonamiento, los deben de haber inflamado lo suficiente como para
estimularlos a venir por nosotros, lo que tanto te preocupa, porque creen que
dilapidamos las agendas primorosas con los altos funcionarios del Fondo
Monetario Internacional y que desdeñamos por caprichos de indígenas la
cornucopia rebosante de riquezas con que estaba alegorizado el ALCA.
¡Hay que ser absolutamente modernos!, exigía Rimbaud. En tu texto alumbran
muchas trazas de lo que debe ser moderno en el mundo que viene: la disciplina,
la organización, la justicia social, la laboriosidad, el desarrollo económico
articulado, la ética, la vergüenza, la bonhomía, la pasión, la memoria
histórica, las creencias sublimes, “el pueblo movilizado en alma” y su encuentro
con el campeón de la equidad. Pero impresas como armas apuntadas al espacio al
que pertenecemos, para gozo y burla de aquellos que planean estacionarse frente
al Congreso para enseñarles a legislar a los representantes del pueblo, que se
despiertan cada día imaginando cómo erosionar al gobierno constitucional, que
manifiestan que la Patria es la conjunción de campo, Iglesia y ejército.
Disfrute y escarnio para los antiguos, aquellos a los que nada les alcanza, los
que cuando tuvieron que gobernar pusieron en riesgo el presente y el futuro
apostando al pasado y hoy repiten la receta. Vos lo decís: tenemos paciencia, la
que deberíamos emplear para no dejar de aprender. Hay un viejo chiste soviético
sobre Lenin. Cuenta que preguntaron a Marx, Engels y Lenin si preferían una
esposa o una amante. Marx, tradicionalista en cuanto a su vida privada,
respondió: “¡Una esposa!”. Engels, más mundano, prefirió a una amante. Lenin
dijo: “¡Me gustaría tener ambas! Así, podría decir a mi mujer que voy a ver a mi
amante y a mi amante que tengo que estar con mi mujer...”. “¿Y luego, qué
hace?”, comentaron con sorpresa. “Voy a un lugar solitario para aprender,
aprender y aprender.”
No deberíamos permitir que Néstor Kirchner y Cristina Fernández pasaran a la
historia de la ignominia, adonde vos los enviás, porque los encargados de
engrillarlos y de proceder a su traslado lo harían por lo que más debería de
enorgullecernos, no por lo que te encoleriza: por haber intentado torcer el
curso de una historia que ellos habían dado por escrita para exclusivo disfrute
de quienes llevaran sus apellidos y su sangre sin importarles los que no tienen
nombre ni voz, los que viven en un mundo violento de vínculos sociales en
desintegración, como dice Slajov Žižek. Con dolores, errores y horrores, hace
seis años que somos muchos los que hemos podido mirar la pena en donde ardía y
hacer algo –pequeño, modesto, imperfecto– para que los que sufren tengan un
sentido de vida. Sí, insuficiente, pero con un rumbo de dirección.
Compañero Ernesto, creo que vos, como yo, como tantos otros compañeros, no te
sentís respecto de la Patria más que dueño de sus deudas y de sus sueños. No en
exclusividad, faltaría más, sino como uno en la multitud, uno más, asumiendo
como pasivo propio lo que nadie hizo y cosido en las entretelas de los
trabajadores que todas las mañanas salen a porfiar contra lo que la vida les
niega. ¡Somos tan poco relevantes a título individual, tan ínfimos, que no
merecés sentirte arrumbado! No sufras por el olvido de nadie porque muchos son
olvidados y todos lo seremos al fin y al cabo.
Desde que empezamos a militar supimos que éramos notas en búsqueda de una
sinfonía del sentimiento nacional y popular, que si no formábamos parte de algo
mayor que nosotros mismos no valíamos más que el piar de un gorrión o que el
ruido que hacen los neumáticos en una frenada brusca. Si de dolor se trata,
suframos por no haber construido liderazgos suficientes, políticas radicales
emancipatorias, organizaciones genuinas, sujetos políticos cabales. Si hay que
andar por sobre rastrojos de difuntos, no malversemos nuestra historia sólo
porque en un momento de ira juzgamos que fue enunciada por labios que no tienen
suficiente título. Viniendo de donde venimos, valió la pena todo lo hecho hasta
ahora, aunque se haya podido hacer más y distinto.
Basta con ver los que esperan para arrebatar a como dé lugar las instituciones
de la República para saber que valió la pena. Y que vale la pena seguir
envueltos en las tres banderas, independencia económica, soberanía política,
justicia social, enarbolarlas como la tricolor de Delacroix que lleva “La
libertad guiando al pueblo”. Delacroix no luchó por la patria pero pintó
indeleblemente para ella; la historia nos da lugares que sólo ella sabe el valor
que tienen.
La oposición siempre fue agresiva, porque agresivos son los intereses que esa
posición representa. Forma parte de un sistema que persigue su objetivo de
beneficio con indiferencia sobre cómo afectará dicha conducta a la realidad
social, confiando en quedar a salvo a la hora de recibir en forma invertida el
mismo mensaje enviado. No reconoce que hay un gobierno instalado que aseguró
elecciones legislativas normales y transparentes. Nadie tiene título para
pedirnos, entonces, que reconozcamos cosas que nos dictan la frustración, el
dolor y el enojo.
Llegaste con tres heridas, Ernesto, como escribió Miguel Hernández: “la del
amor, / la de la muerte, / la de la vida”. La del amor, porque sólo desde allí
se forma parte de un destacamento derrotado de un ejército invencible. La de la
muerte, porque la impaciencia por los cambios que no llegan como quisiéramos
suele hacernos desfallecer. Y la de la vida, porque un pasado glorioso de
sacrificios y de lucha se reivindica con el vigor de la plenitud de conciencia.
Los proyectos sólo mueren cuando los dejan morir los que los sueñan. No tengo la
intención, no voy a abandonar. Y vos, Ernesto, sabés que tampoco.
*Abogado, poeta, periodista y escritor, fue canciller durante los primeros años
del gobierno de Néstor Kirchner y diputado nacional. Entre otros libros escribió
Sombras nada más y Una luz de almacén. Conduce junto a Artemio López y Eduardo
Valdés el programa Café Las Palabras en Canal 26.
Fuente:
www.elargentino.com/nota-51861-Vos-tampoco.html
Contraeditorial