Es hora de despertar

Un artículo de Jorge Rachid

Buenos Aires, 10 de agosto de 2009

Cuando los discursos dejan paso a la realidad ésta se presenta con su cara más crítica y dolorosa, poniendo en claro-oscuro, como una imagen reflejada, aquellas acciones que significan o no la coherencia entre lo que decimos y hacemos. No verla, ignorarla o pretender manipularla esa realidad, son simples mecanismos de negación que terminan determinando nuevos escenarios ajenos a nuestras intenciones.
Si los discursos de los sectores reconcentrados de la economía, aquellos que acumularon fortunas en cada etapa del país, democrática o dictatorial, encuentran caminos que res-ponden al imaginario del conjunto del pueblo argentino, será porque hemos fracasado como movimiento nacional en esta etapa, entonces podrán imponer sus intereses por sobre los intereses del conjunto, porque forman parte de la cultura dominante desde hace 33 años de consolidación de la misma como herramienta indispensable del disci-plinamiento social, que comenzó con la dictadura militar y se afianzó en el marco de la democracia limitada al mercado como ordenador de un nuevo modelo insolidario e in-dividualista.
Esos caminos están abiertos por nuestros propios errores, tanto conceptuales como de ejecución, que como sector político no hemos acompañado la derrota política del sistema del 2001 con acciones que permitiesen desarticular en forma definitiva los factores de poder, con sus resortes estructurales neoliberales, ganadores en esas trágicas décadas.
Si se ha avanzado por sectores pero siempre, en el marco teórico de la cultura dominante y la mejor imagen de esto es la confrontación con el sector llamado campo, que se dirime en el terreno del enemigo, es decir en los números y las cifras apuntalando sólo la dimensión económica del problema, afianzando el imaginario popular del estado voraz, en vez de plantear los modelos de país contrapuestos entre el Estado ausente de las últimas décadas y el estado de bienestar, del modelo social solidario y productivo, basa-do en la cultura del trabajo frente a la cultura de la especulación y convocando a cons-truir nuevas utopías en el seno del pueblo.
El peronismo nació para dar respuestas a los sectores humildes y excluidos, para ser la voz de los que no tienen voz, para instalar la dignidad desalojando la concepción oligá-quica de la beneficencia, es decir nació para profundizar la revolución social, no para administrar la pobreza y apuntalar los factores de poder. Como bien se expresó en algún discurso el peronismo nunca es oficialismo porque permanece en constante lucha contra el sistema y sus privilegios; siempre es oposición a la injusticia y a la codicia financiera, es el león sordo que se come al violinista porque entiende que la domesticación es colo-niaje y esa es su razón de ser.
Por esos valores persistió en un tiempo en que otros desaparecieron, por eso tuvo tiem-pos heroicos de resistencia y etapas dolorosas de persecuciones y muerte. Todo eso sólo se soporta por ideales superiores muy consolidados y utopías muy fuertes que hoy no estamos creando.
A los peronistas la pobreza no nos puede dar lástima, nos debe provocar bronca y ver-güenza, impulsos necesarios para iniciar una lucha que tenga como objetivo único y determinante de todas nuestras acciones militantes incorporar a los excluidos y margi-nados del cuerpo social argentino durante la noche neoliberal.
Reconstruir la solidaridad aún a costa de enfrentamientos con sectores poderosos, con-voca a la lucha por un mundo mejor en una Argentina grande y con un pueblo feliz; no hacerlo diluye el mensaje y permite al enemigo escribir la agenda cotidiana de sus obje-tivos, que son claros y precisos, tanto desde el modelo agroexportador expulsor de mano de obra hasta el modelo colonial de entrega soberana del capital nacional extranjerizado en los 90. Ellos saben adónde van y qué fines persiguen; el movimiento nacional se de-bate en cada hecho electoral en falsos dilemas demoliberales que lo siguen fragmentan-do, al desviar los ejes políticos de la confrontación doctrinaria ideológica por posiciones de poder parcial, electoral o grupal, debilitando al Movimiento Nacional en falsas op-ciones, imposibilitando la concreción de objetivos comunes a los intereses del pueblo argentino.
No se trata de ser oficialista para ser coherentes en esta etapa, se trata de no ser parte de la estrategia del adversario que intenta esmerilar y debilitar las concreciones de los últimos años, y no reparar los errores de conducción que el conjunto del pueblo ha re-chazado. Esto no significa que deba lapidarse públicamente a nadie en particular sino que hemos llegado al momento en que la discusión política se reinstale como eje de construcción, alejado de los personalismos que implican siempre posicionamientos individuales o de sector, como demostración cabal de la cultura neoliberal dominante. No existen los héroes individuales decía el maestro Oesterheld, siempre el héroe es en grupo en la inscripción histórica de los procesos nacionales, porque quien marca los nuevos paradigmas es el pueblo en su conjunto alejado de vanguardias mesiánicas y núcleos esclarecidos.
Lejos de aquellos que han hecho de la política una profesión antes que un proyecto de vida, donde el desprendimiento acompañando el compromiso con el pueblo avale las conductas de los protagonistas. La política para ser reivindicada en el seno del pueblo deberá demostrar que es capaz de vivir y sufrir junto al pueblo las vicisitudes de los tiempos políticos de la Nación. No le puede ir bien a los dirigentes cuando al pueblo le va mal, no puede consolidarse un sistema social injusto que inmovilizó la capacidad de la sociedad argentina de la movilidad social ascendente, no puede plantearse la distribu-ción de la riqueza por el solo hecho del control de los grupos macroconcentrados del poder económico, sin una política social intensa que verifique los indicadores de vida mejorados a partir de la inversión social, sin dudas importante en estos últimos años.
La capacidad de conducción del Estado debe ser acompañada por una capacidad de conducción política del Movimiento Nacional que desde el peronismo sea capaz de ge-nerar un programa estratégico, convocando a los demás sectores del campo nacional que estén dispuestos a generar un proceso de transformación que elimine todo vestigio de hegemonismo financiero y de empresas monopólicas privatizadas en la agenda nacional, en una agresiva toma de posición frente al conflicto de intereses que sobrevendrá sin dudas, cuando esa distribución de la riqueza empiece a cuestionar sectores involucrados desde hace décadas en la corrupción y en la codicia.
Son esos sectores que en función de una supuesta defensa de la propiedad privada, no dudaron en esquilmar los derechos de los trabajadores, producir la mayor concentración de riqueza de la historia argentina y que piden la solidaridad de las capas medias empo-brecidas por esas mismas políticas para defender sus intereses privilegiados. No dudan en vaciar el mercado, ni dudan con espaldas financieras anchas en producir tormentas económicas cuando planean la estrategia del desplazamiento del gobierno nacional, po-niendo en riesgo la democracia.
Los medios, verdaderos arietes en esta batalla que hoy se desarrolla en la Argenti-na, forman parte del arsenal estratégico de los grupos concentrados del poder económi-co. Más allá de los errores monumentales de la política nacional que permitió oxigenar la confluencia de sectores dispersos, poniéndolos en coro polifónico defendiendo inte-reses históricamente ajenos a sus pertenencias partidarias, sólo una política que interprete la realidad como única verdad podrá arribar a la reconstrucción del Movimiento Na-cional, que debe realizarse con humildad y sin rencor entre los militantes, con generosi-dad y escuchando en el seno del pueblo, incorporando nuevas realidades de actores que se han ido sumando como los movimientos populares, verdaderos hitos de organización y concientización, que ocuparon el espacio dejado por la crisis de la militancia política partidaria, clausurada en pos del carguismo. Los nuevos estamentos de intelectuales, generalmente testigos de la historia antes que protagonistas, asumen hoy, en estas horas, posturas firmes en coyunturas difíciles que definen no sólo el destino de nuestro país sino de Latinoamérica.
No existen derechas e izquierdas en la conformación de los procesos de liberación na-cional, que suelen ser policlasistas con objetivos nacionales y modelos de construcción políticos y sociales compartidos. La UNASUR, los derechos humanos, la cultura del trabajo, los derechos de los trabajadores, el combate frontal a la pobreza, la rejeraquiza-ción de la salud y la educación como pilares de la reconstrucción del hombre argentino, el Estado como garante del ordenamiento social, la distribución de la riqueza, la Justicia Social como objetivo, la dignificación de la familia argentina en todos sus aspectos, la solidaridad como marco, el cumplimiento común de las leyes sin hijos ni entenados, entre otros ejes, son compartidos por la mayoría del pueblo argentino.
Saber enhebrar los esfuerzos dispersos, actuar con desprendimiento y objetivos comunes, derrotar el enano neoliberal que todos llevamos adentro, movilizar las opciones orgánicas que respondan a estos parámetros, entre ellas el Partido Justicialista, son desafíos a asumir en los próximos tiempos.
Ninguna batalla define la guerra, solo el pesimismo la alimenta; la confusión fragmenta la voluntad, la especulación desarma los ánimos, el individualismo deteriora al conjunto social, la corrupción corroe el alma del pueblo.
Por lo contrario las utopías generan esperanzas, la entrega llama al compromiso, la humildad convoca a creer, las conductas acompañadas de acciones cotidianas dan con-fianza, el futuro debe ser visualizado por todos para ser vivible y de hecho ser acompa-ñado. En este marco el peronismo seguirá siendo la expresión más acabada de una cul-tura que define la identidad nacional.

CABA, 10 de agosto de 2009
jorgerachid@yahoo.com.ar

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