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A
sangre fría
Luis Agote
Por Guillermo Marín*
Sin lugar a dudas, realizar con éxito la primera transfusión de sangre
anticoagulada fue un verdadero hito para las ciencias médicas. Pero el
nombre del doctor Luis Agote está ausente en los manuales de la historia
universal de la medicina1 cuando se informa acerca de la paternidad de la
técnica. Hay páginas enteras dedicadas a explicar maniobras antiquísimas de
transfusión sanguínea, pero las que revelan lo sucedido en el Siglo XX, sólo
describen las prácticas y los compuestos utilizados por el norteamericano
Lewisohn y los del belga Hustin, quienes se adjudican ser los pioneros de la
utilización de la técnica. En la obra de Leo J. McCarthy, (acaso la voz
contemporánea más experta sobre la historia mundial de la transfusión
sanguínea) The time line of the history of transfusion medicine , ni
siquiera aparece el nombre del médico argentino como uno de los artífices
del descubrimiento.
La llave para impedir la coagulación sanguínea se llama citrato de sodio, un
componente químico inocuo que Agote utilizaba en sus experimentaciones y que
se transfundía para demostrar que su método no era nocivo. La técnica, que
de ahora en más permitiría realizar suministros de líquido sanguíneo entre
humanos y en forma indirecta (es decir, no en forma simultánea y en
caliente), tuvo fecha y lugar de prueba: 9 de noviembre de 1914, en el
Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson creado en 1911 por el
propio doctor. El paciente propuesto para la transfusión, un hombre
tuberculoso de cuarenta años, había recibido la sangre citrada de Ramón
Mosquera, el portero del mismo instituto, quien quizás sin imaginar que su
apellido (el del enfermo se mantuvo en reserva, aunque su foto dando cuenta
de la intervención dio vueltas por todo el mundo) acababa de entrar en la
historia de los logros médicos del siglo. “El resultado fue tan favorable,
confesó Agote en la comunicación de su descubrimiento, que se tuvo, desde
ese instante, la firme convicción de que el problema estaba resuelto”. Cinco
días más tarde, una parturienta anémica y con serias hemorragias recibía
trescientos centímetros cúbicos de sangre citrada. La mujer, en perfecto
estado de salud, abandonaba el hospital a los pocos días. Era la primera vez
que en el país y en el mundo se hacía pública la técnica desarrollada por el
doctor Agote bajo las miradas escrutadoras del rector y las del decano de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. A las pocas horas,
la noticia que informaba acerca del acontecimiento, explotaba en las
embajadas de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Turquía, Rusia y
Bélgica; amén de los diarios del país y de los periódicos más prestigiosos
de Europa y Estados Unidos. Si bien los países destinatarios ovacionaron el
resultado obtenido por el argentino, Agote decidió no patentar el hallazgo
tanto del compuesto como el de la técnica, pues sólo se ocupó de enviar la
crónica de su trabajo al diario La Prensa y, a través de este, al New York
Herald. Comenzaba la polémica referida a su descubridor.
Luis Agote García nació en Buenos Aires el 22 de septiembre de 1868. Datos
genealógicos atestiguan que Manuel de Agote, su tatarabuelo paterno,
ostentaba en tierras españolas el grado de Caballero Pontificio de la
Espuela de Oro, dado por el Papa Pío VI, el 21 de marzo de 1796. El abuelo
de Luis, Manuel José del Carmen Agote y Pando, se había radicado en la
provincia de Catamarca donde se dedicó al comercio y al arrendamiento de
campos, aunque persecuciones políticas infligidas por el Caudillo Facundo
Quiroga, terminaron sumergiéndolo en la miseria. Su padre, Pedro Francisco
Agote Cubas, merece una hoja aparte. En su currículum de imagen pública
figura, entre otros cargos haber ocupado durante tres años una banca en la
Cámara de Diputados de la Nación. Las crónicas de la época dan cuenta de su
capacidad de orador y de sus conocimientos en materia económica y política.
En 1869, asume funciones en el Ministerio de Hacienda con una foja de
gestión impecable: logró sumar a las arcas de la provincia de Buenos Aires,
cerca de treinta millones de pesos que fueron destinados a la ampliación de
vías férreas, al pavimentado de rutas y construcción de puentes. Pedro Agote
fue un hombre ligado a una moral cívica ejemplar, virtudes que marcarían la
existencia de Luis durante toda su vida. Quiteira García Sedano, su madre,
una mujer de alcurnia, se dedicó sólo a criar a siete hijos más (tres
varones y cuatro mujeres); “Todos descollantes”, según aseguran los
cronistas del doctor. La posición económica y social que ostentaba la
familia Agote, permitió que sus ocho hijos estudiasen en los mejores
colegios ingleses de la época. De modo que el pequeño Luis realiza estudios
primarios en el Colegio Inglés de Williams y Douglas Junior, para luego
obtener su bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Por aquellos
años el joven Agote siente la firme convicción de la inclinación hacia las
ciencias médicas, vocación que lo llevaría a efectuar en seis años la
carrera de medicina. En 1895, Luis contrae matrimonio con María Robertson
Lavalle, hija del expedicionario del desierto; don Carlos Fitzgerald
Robertson, un hombre de poder y de considerable fortuna. María le dio a Luis
cinco hijos y se dice, que lo hizo feliz. Agote desarrolló su profesión
médica bajo las coordenadas de la investigación científica, la que lo
proyectaría, por ejemplo, a ocupar la dirección del Instituto Modelo de
Clínica Médica. En ese mismo ámbito trabajaría durante años junto con
científicos de vasta notoriedad; allí conseguiría dar con su método de
transfusión sanguínea.
El otro humor
Luis Agote engrosa un voluminoso listado de médicos argentinos que tomaron
la pluma por las astas; aquellos que, de un modo u otro, dejaron que la
tinta corriese por las arterias de la ficción. Son muchos los apellidos de
galenos reconocidos que hicieron buena literatura; entendiendo también como
género, la investigación histórica. El caso de Luis es atípico, pues, su
colosal obra Nerón, los suyos y su época, de casi cuatrocientas páginas, es
prácticamente desconocida. Osvaldo Magnasco, el gran jurista y político
argentino, dijo en el prólogo de la obra de Agote: “El doctor Agote es un
finísimo genealogista. Como pormenores más interesantes, puedo recordar,
según la intensidad de la impresión que me han producido, los rápidos pero
substanciosos diseños de Syla y de César, la semblanza preliminar de Nerón,
el juicio firme y brillante sobre Séneca, las elocuentes páginas de la
influencia griega y del estado social de la época, la exposición tan medular
de la acción cristiana, el cuadro lleno de color y enseñanzas de la
educación del príncipe, pero muy particularmente, la magistral disección de
la familia central, la de Julia Octavia, y la de la descendencia de Julia la
mayor, en la que, el autor del libro se revela, no solo investigador
diestro, sino un operador de pulso admirable para conducir el cortante
instrumento de su crítica”.
Agote también incursionó en la poesía. ¿Ilusión o realidad? se llamó su
libro de poemas algo viscoso, típico poemario influenciado por los últimos
escritores románticos de Europa del siglo XIX. En ese orden de escritura, le
siguieron Augusto y Cleopatra; la lucha por el Mediterráneo, de corte
histórico sociológico y el mencionado Mis recuerdos. Hay una nota de1915 que
lleva por título El médico ante el dolor, que apareció en Revista Médica,
por cuyo valor literario podría considerarse la mejor producción textual de
Agote. Allí, el autor introduce un estilo literario conforme con las formas
retóricas que por convención marcaron a la mayoría de las obras literarias
del siglo XIX. Aunque, paradójicamente, teniendo en cuenta el derroche
expresivo de los escritores románticos, Agote desliza con un preciso
equilibrio sus sentimientos, de esta forma: “Ante el paciente ya no nos
pertenecemos, nuestros tiempos, nuestra acción, nuestra inteligencia, lo
mejor de nosotros mismos, pertenece a ese ser que gime de dolor, ese
enfermo, en ese lecho de miseria. Ese lecho, ese dolor, ese enfermo,
constituyen el campo de batalla, el motivo de nuestro sacerdocio
profesional, donde el altruismo, el sacrificio y los dictados de la ciencia,
se dan la mano para luchar contra el mal que lacera y la muerte que
amenaza”.
Lazos de sangre
Si bien se ha dicho que la historia universal de la medicina elude, en el
terreno de trasfundir sangre, el nombre del doctor Agote, surge inevitable
la pregunta: ¿invalida este hecho los trabajos del médico argentino? ¿Por
qué ni siquiera se lo menciona como un co-descubridor, a sabiendas de que en
ese momento histórico, y en toda Latinoamérica, ningún hombre de ciencia
estaba trabajando sobre la acción que un anticoagulante pudiera ofrecer
sobre plasma sanguíneo? Por otro lado, los biógrafos de Agote llevan la
decisión que tomó el doctor (la de no patentar el descubrimiento del citrado
de la sangre y su técnica de transfundido) sólo al terreno del altruismo, y
aluden que la utilización de la solución citrada fue a través de la
experimentación empírica. En verdad, Agote no sólo sabía que en Europa se
estaba utilizando el compuesto químico como anticoagulante, sino que también
se hallaba al corriente de que la técnica no había sido probada aún con
eficacia en humanos. El logro de Luis Agote se basó en haber dado, y por
primera vez, con las proporciones aceptables del citrato de sodio (un gramo
de citrato neutro de soda al 25%) sobre una cantidad de sangre determinada
(aunque Richard Lewisohn del Hospital Monte Sinaí de Nueva York estableció,
en 1915, la proporción del citrato al 2% que mejoró la tolerancia del
receptor) y la de haber transfundido sangre citratada en forma privada (la
que mantuvo durante diez días inalterable en un recipiente) con total éxito
a un tuberculoso, el 9 de noviembre de 1914. A la fecha, no hay registros
contundentes acerca de que la técnica de Agote se haya probado con éxito en
otros países y en forma pública, anteriores al 14 de noviembre de 1914. El
dato que arroja la Sociedad Científica de Estados Unidos, señala que tanto
Richard Lewisohn, G. A. Rueck, como Richard Weil, patentaron un documento
sobre “Uses of sodium citrate in blood” entre el 4 y el 23 de enero de 1915,
lo que hecha por tierra, dada las fechas estimativas, las pretensiones de
los autores. Marcel Hustin, por su parte, si bien comenzó a trabajar en su
laboratorio particular con citrato de soda antes que Agote (sus experimentos
datan de mediados de 1913) no llegó a dar con el compuesto final, dado que
aun se hallaba en etapa de experimentación. Hustin nunca supo que en la
Argentina, un científico llamado Luis Agote estaba utilizando el citrato y,
por supuesto, que estaba por dar con la solución final. Ambos científicos se
disputaron la paternidad del descubrimiento durante meses. Hay crónicas de
la época, traducidas del belga, aparecidas en La Prensa, donde Hustin expone
con rigor sus trabajos. Agote, no hizo más que exponer fechas y lugar de
presentación. No hay más. No existe constancia alguna de que el doctor Agote
haya mantenido correspondencia privada con el científico europeo, ni que el
argentino haya recibido invitación alguna de la Sociedad de Ciencias de
Bruselas, para exponer sus conclusiones. Quizás, en toda Europa, los
trabajos de Agote hayan sido ignorados durante años. Hay un dato que hecha
luz sobre ese fondo. A pesar de ser conocida la anticoagulación con citrato,
su uso no se generalizó. A través de registros históricos, los cronistas
revelan que en la Primera Guerra Mundial se realizaron unas pocas
transfusiones y siempre en forma “casi” directa; es decir, se extraía sangre
del donante e inmediatamente se transfundía al receptor. De modo que la
técnica del doctor Agote no se hizo mundialmente conocida, sino después de
la primera contienda mundial, pero siempre a espaldas suyas. En su obra Mis
recuerdos, de carácter autobiográfico, Agote no desliza comentario alguno
sobre la disputa que mantuvo con Hustin. Quizás su único cometido, más allá
de su preocupación por la humanidad que sufre ante el dolor físico, haya
sido trabajar enteramente por su país.
Luis Agote perteneció a una generación clave para la sociedad argentina, una
estirpe de científicos cuya formación académica y filosófica, en aras de un
temprano Positivismo, solidificó una efervescencia intelectual irrepetible.
Tanto Agote, (aunque un tanto joven) como Ignacio Pirovano o Eduardo Wilde
son, sólo por nombrar algunos médicos, los prosélitos de la llamada
Generación del 80. Agote encaja perfecto dentro del paradigma comtiano de
orden y progreso; acaso su interpretación correcta de una comunidad
científica nacional que hundía sus raíces en el conocimiento científico.
Agote recibió en vida tantísimos premios, distinciones y homenajes. Tras su
muerte, sucedida el 12 de noviembre de 1954, hay calles, pasajes,
hospitales, institutos y bancos de sangre que llevan su nombre, pero a
noventa y cinco años del descubrimiento de la técnica de transfusión
sanguínea perpetrada por Luis Agote, aún queda el gusto amargo del olvido y
del inaudito silencio sobre su persona en la historia mundial de la
medicina. Si hubo algo claro en él, es que todo en él fue claro, sin
contradicciones o sospechas, de una formidable transparencia tanto en su
vida afectiva como profesional; pues, ese conmovedor rostro franco en el que
a Luis se lo reconoce en todas sus fotografías públicas y privadas, también
habla por sí mismo. Y es que Agote tuvo la enorme decencia de no otorgarse
más laureles que aquellos que le correspondían, haciendo de la medicina y de
la investigación científica una forma altruista de ser.
1 Pedro Lain Entralgo, Historia universal de la medicina, Tomo VI, Salvat,
1974.
2 The Indiana University School of Medicine Libraries are pleased to present
this original Graphics of the time line on the history of transfusion, Leo
J. McCarthy, The time line of the history of transfusion medicine, With
Arttwork by the IU School of Medicine Pathology PMEG, 2002.
BIBLIOGRAFÍA
• Nuevo método sencillo para realizar transfusiones de sangre, Agote, Luis,
1914, Bs. As, IMCM.
• Cambridge Ilustrated History of Medicine, Roy Porter, Cambridge University
Press, 1996.
• A history of medicine, Lois N. Magner, Taylor and Francis, Boca Raton,
2005.
• Historia Universal de la Medicina, Pedro Laín Entralgo, Salvat, Barcelona,
1974.
* Periodista y escritor
desechosdelcielo@gmail.com
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