Sarmiento: Con la espada, la pluma y la palabra

Por Eduardo Rosa

Un notable libro de Carlos D’Amico, gobernador de Buenos Aires luego de Rocha de l885 a 1889 que originalmente se llamó “Buenos Aires, Su naturaleza, sus costumbres y sus hombres” nos cuenta con la cercanía de un contemporáneo, quien fue Sarmiento.

SU VANIDAD

Rawson, notable médico higienista, se oponía a convertir a Palermo en un parque por ser un bañado de aguas pútridas, pero Sarmiento, a quién no le gustaba que se lo contradiga, llevó a cabo tozudamente su plan de hacer de Palermo un parque.
En su libro de D’Amico imagina el siguiente diálogo:

—Ahora comprendo por qué le han puesto “Sarmiento” a la principal avenida de Palermo. Sin duda por agradecimiento.
— ¡No! por vanidad; si el nombre se lo puso el mismo Sarmiento. Es lo mismo que el retrato de Rocha y de Máximo Paz en las cédulas hipotecarias, que ellos mismos mandaron poner, o las diarias alabanzas a los libros de Mitre, en La Nación, diario de su exclusiva propiedad. / Vanitas vaninitatem /

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Derribado Rozas por la batalla de Caseros, él se atribuyó toda la gloria en diversos escritos y discursos, lo que te valió el sobrenombre de Don Yo, como desde entonces le llamaron los unitarios.


SUS ESCRITOS

Todos estos artículos coleccionados en libros, y muchos otros que es inútil citar, fueron escritos con el doble propósito de hablar de si mismo y de alabarse, y el de enemistar a los provincianos contra los porteños de Rozas; y sólo dieron por resultado echar sobre Sarmiento ese tinte ridículo que no pudo borrar en toda su vida, y mantener vivo el odio de porteños y provincianos, que ha costado a !a República tantos días difíciles.

El gobierno de Mitre le. mandó a los Estados Unidos, y por darle algo más que el sueldo a ganar, le encargó que escribiera un libro sobre las escuelas de ese poderoso estado.

Sarmiento fue a la gran república: habló mucho de la Argentina y mucho más de si, y hasta se hizo doctorar en la aldea de Michigan; escribió e imprimió el libro encargado, que se titula "Las Escuelas en Estados Unidos", y en el que no hay una sola palabra de semejantes escuelas. Es un libro sobre Horacio Man, (Mann, pedagogo norteamericano muerto en 1859) y sobre las relaciones literarias entre su célebre y anciana viuda y Sarmiento.

Un libro de Sarmiento vivirá sin embargo algunos años a pesar de ser también una colección de artículos, y tal vez por eso mismo: e! "Facundo". No por su parte histórica y política, porque, como es natural, ésa peca por una parcialidad exagerada, que está revelando al partidista exaltado. Vivirá por su parte descriptiva de las costumbres y tlpos argentinos que la civilización está concluyendo, y que está hecha de mano maestra. Correcto el lenguaje, galano y adornado el estilo, de una verdad de relieve y de un interés embargado



SARMIENTO GOBERNANTE

Sancho Panza, siempre se creyó muy capaz de gobernar las ínsulas o reinos da que te hiciera merced su señor Don Quijote, y por cierto que cuando le sentaron en el difícil qobierno de la Ínsula Barataría se mostró varón justo y prudente, dio sentencias .admirables, y hasta tuvo el buen sentido de abandonar el gobierno, única ambición de su vida, cuando sintió que ésta peligraba.

Y de veras, que cuando uno piensa en Sarmiento yendo después de Pavón a apoderarse de su gobierno de San Juan, de que le hizo merced su señor el Genera! Mitre, se le viene tan naturalmente a la memoria e! bueno de Sancho y su ínsula, que no es posible defenderse de compararlos.

Los sanjuaninos tienen fama en la República de muy tacaños. Sarmiento hizo adelantar muchísimo a San Juan pero a costa del bolsillo de sus comprovicianos, y les dio tantas escuelas, tantas quintas normales, tantos empedrados, tantos, etc., etc., que dejó a los sanjuaninos sin un peso, y tan enojados, que imitando a Sancho, les tiró el bastón de Gobernador, según el mismo les dijo, antes de seguir la suerte que habían reservado a Benavidez, Berastáin, Virasoro, Videla y tantos otros, y todavía huyó, bien acompañado, de noche y con disfraz.

Más adelante fue en el gobierno de la República, en el que, si bien sentó funestos precedentes, hizo bienes indudables.

Fueron éstos hacer respetar el gobierno que Mitre había dejado desprestigiado; no mezclarse en las elecciones, dejando de consiguiente toda su libertad da acción a los par­tidos, y sobre todo, gobernar con oposición en el parlamento, lo que importó que sus actos fueran siempre vigilados y discutidos.

En cambio, imitó a Grant, a quién venía de ver gobernar a su país con mano pesada, como consecuencia de la guerra de separación; y por quítame allá esas pajas suprimía gobiernos, e intervenía en las provincias.

(Sarmiento) Fue el primero que usó de la tropa de línea para garantizar, decía, la libertad electoral.

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Negó atribuciones claras del Congreso, llegando hasta no permitir que fueran sus ministros a su recinto a dar exposiciones. Rebajó las soberanías provinciales, pretendiendo que el Gobernador de Buenos Aires, que entonces era Castro, acudiese al despa­cho de cualquier ministro por simple llamado de éste. Hizo tres guerras en Entre Ríos, por el prurito de mando, imponiendo gastos enormes a la nación, que fueron tres grandes calamidades. Aumentó y protegió el ejército, siguiendo el ejemplo de las monarquías, que así empobrecen y oprimen a los pueblos.

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No supo, a pesar de sus rigores y de sus formas autoritarias mantener la paz pública, y entregó el mando en plena guerra civil.


FIEL A SU PALABRA

Donde Sarmiento es verdaderamente sobresaliente, y descuella sobre todos sus contemporáneos, es en las perpetuas contradicciones de sus actos, de que no podemos dejar de dar algunos ejemplos en comprobación de la verdad.

Sostenedor durante veinte años en libros, folletos y artículos, de desterrar para siempre lo arbitrario de! arte de gobernar a los pueblos, cuando fue gobernador de San Juan, y como tal, director de la guerra contra el Chacho, era quien incitaba a Sandes para que llevara a cabo aquellos horrores increíbles con que ese gaucho feroz enlutó las Provincias por donde pasó con sus hordas, como un azote .del cielo.

Cuando entró a Buenos Aires con el ejército de Urquiza, solicitó y obtuvo los aplausos del pueblo contra el que tanto había escrito; más tarde, corno no consiguiera que le mandasen al frente de un ejército a llevar la revolución del 11 de setiembre al interior de la República, llamó al pueblo de Buenos Aires gallo de mala ralea, para venir en seguida a vivir a su seno, comer su pan y adular sus pasiones contra Urquiza.

En el gobierno de San Juan sostuvo que las provincias eran todo, el gobierno nacional simple delegado para algunos actos. En la presidencia de la República sostuvo que las provincias eran meras agentes del Presidente: que éste por medio de una intervención podía suprimirlas, como lo hizo en la práctica con Santa Fe, Santiago, Entre Ríos, Salta, Córdoba y Corrientes, y como lo hubiera hecho con Buenos Aires, si no hubiese venido el atentado de los Guerri a contenerlo. (1873 – Al anarquista Guerri la pistola le explotó en la mano – Sarmiento –ya muy sordo – no se dio cuenta)

En e! mismo gobierno de San Juan escribió sendas notas contra Rawson, ministro del Interior, sosteniendo el derecho de las provincias a declarar el estado de sitio, reunir la Guardia Nacional, y aun hacer la guerra. En la Presidencia sostuvo todo lo contrario y amenazó a Castro con la intervención, si volvía a citar la Guardia Nacional
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En la Presidencia sostuvo que el Poder Ejecutivo podía prescindir del Congreso. Llegado a Senador sostuvo que el verdadero gobernante era el Congreso, y que el Poder Ejecutivo sólo tenía por mistión cumplir las leyes de éste.

De Presidente sostuvo que los ministros eran simples secretarios, que hablaban a nombre y representación del Presidente y nunca por cuenta propia. Ministro de Avellaneda, se fue al Congreso, después de haber presentado su renuncia y de saber que había sido aceptada, a sostener que podía hablar a nombre propio, mientras no se le hubiese comunicado la aceptación; y pretendió revelar una conspiración entre Avellaneda y Roca contra el país, de que él era víctima.

Apostol de la educación, se le nombró director en Buenos Aires, y lejos de hacer por ella algo, la dejó en la más espantosa desorganización, según lo atestiguó después el doctor D. Mariano Demaría.

Cuando Buenos Aires cedió su Capital a la Nación, el gobernador Romero arregló con el gobierno nacional, que los fondos de la educación común depositados en el Banco se dividieran entre la ciudad y la provincia proporcionalmente. Sarmiento fue a probarle a Romero que no debia dar nada, porque todo era de la provincia; y como el gobernador le cerrara la puerta a todo reclamo: —¡Déjeme entonces, le dijo, ir a dar una lección a ese mequetrefe de ministro de Instrucción Pública! El mequetrefe era el doctor Pizarro. Roca, que supo el hecho, le nombró director de la educación común de la ciudad, por lo cual quedó de hecho separado de la dirección de la provincia. Entonces Sarmiento empezó a sostener, que todo el depósito de! Banco pertenecía a la nación, y que no debía entregarse ni un real a la provincia, y llegó hasta girar contra el Banco por fuertes cantidades de esa depósito.



SARMIENTO Y EL DINERO

D’Amico, tal vez porque la petición fue negada, no transcribe la conocida solicitud de Sarmiento para que se le cedan 16.000 ha. en tierras quitadas a los indios, pero consigna estas otras, aunque atribuyédolas a la ambición del que llamaba nieto Belín.

Y aquella fiebre de los últimos meses por adquirir dinero, aquella fiebre que hacía cambiar una imaginaria donación de tierras en Chivilcoy, hecha por una municipalidad que no podía donar, por tierras en la Plata, que se hacía regalar una casa de madera por el gobierno de la provincia, y un terreno en Junín por José María Muñiz, y un terreno en Zarate por la Municipalidad; y que le inducía a tantos actos conocidos, que revelan una voracidad insaciable por el dinero; todo eso era inspirado, sugestionado, impuesto por Belín, (a Belín – D’ Amico no sabe por qué – Sarmiento lo consideraba su nieto) que si bien se quejaba de los sacrificios que su abuelo le imponía, Ie contaba en la fatigosa respiración los días de vida, trataba de que antes de que se apagara acrecentara su fortuna, ahondando aquel otro abismo tanto, que al fin le hiciera dueño de ella el día de la liquidación final

La citas textuales que figuran en itálica están tomadas de “BUENOS AIRES, SUS HOMBRES Y SU POLÍTICA (1860-1890)” de Carlos D’Amico – Centro editor de América Latína 1977

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