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Las
interminables dicotomías nacionales: barbarie o civilización, peronismo o
antiperonismo…*
Por Alberto J. Franzoia
Breve introducción a los modelos dicotómicos
Los modelos dicotómicos, como intento teórico de facilitar el abordaje de una
realidad mucho más compleja que ellos, han estado presentes en la ciencia social
prácticamente desde sus orígenes. Quizás uno de las dicotomías más conocidas es
en el campo de la sociología aquella que construyó hacia fines del siglo XIX el
francés Emile Durkheim (1). Sus polos eran sociedades basadas en la solidaridad
mecánica por un lado y sociedades basadas en la solidaridad orgánica por otro.
Así daba cuenta de las agrupaciones humanas más primitivas o simples hasta
llegar a las más complejas, que se correspondían con la sociedad industrial.
Obviamente el paso de una a otra era producto de un lento proceso histórico de
transformaciones cuyo eje estaba, según el sociólogo francés, en la división del
trabajo. Cuanto más se desarrolla la división del trabajo (por la cual los
hombres se van especializando en el desempeño de diversas tareas crecientemente
complejas) más se avanza en un tipo de solidaridad social (la orgánica) que
aparece como superadora de otra mucho más simple o primitiva (la mecánica).
Muchos años después Gino Germani aplicó otra dicotomía que hizo escuela para
abordar el desarrollo de los países dentro del sistema capitalista mundial, se
refirió entonces a sociedades tradicionales y sociedades modernas o
industriales. La diferencia la marcaba el proceso de secularización o
modernización que cada una había llevado adelante en los planos económico,
social y político. Cuanta más secularización más desarrollo. Los desarrollistas
creyeron encontrar allí la clave para pasar del subdesarrollo del tercer mundo
al desarrollo que ostentan los países centrales del sistema mundial. Sólo era
cuestión, creían (como el mismo Germani), de seguir el ejemplo del Norte
promoviendo procesos similares con la ayuda del capital externo, su tecnología y
sus técnicos para desterrar el atraso.
En ese tipo de abordajes brilla por su ausencia cualquier consideración
dialéctica (los opuestos como partes constitutivas de una misma unidad), en
tanto los elementos de la contradicción al excluirse mutuamente (formando
unidades distintas) no se influyen y transforman hasta alcanzar una síntesis
superadora. Por el contrario, se trata de un proceso armoniosamente evolutivo,
el paso gradual de un estado a otro, en el que todo conflicto es visualizado
como patológico (excepcional) o disfuncional (no favorable a la reproducción del
sistema). Es entonces ese proceso evolutivo el que conduce a la progresiva
desaparición de lo simple o primitivo mientras se va desarrollando lo complejo o
moderno.
Estas construcciones teóricas no han escapado, a su vez, a las influencias que
ejercer las ideologías, pero rara vez es reconocido por sus autores, ya que
suelen presentarse a sí mismos como la suma del conocimiento científico. Sin
embargo,, aunque ciertos “científicos” lo ignoren (u oculten), ellos al ser
también miembros de la sociedad de su tiempo y ocupar un lugar en la estructura
social, identificándose con la clase a la que pertenecen o bien con otra a la
que adoptan como grupo de referencia, no son ajenos a las visiones de mundo que
las atraviesan. De allí que toda teoría que intenta ser científica deba
reconocer críticamente las influencias recibidas para lograr un examen más
equilibrado entre verdad y necesidad. Los sociólogos mencionados no actuaron,
por lo tanto, sólo como científicos sino como intelectuales orgánicos de sus
respectivas burguesías, ya que en los casos mencionados se visualiza a dicha
clase como sujeto de esa armoniosa transformación.
Dicotomías argentinas: civilización o barbarie
Si bien en Argentina las polarizaciones se hicieron presentes en la práctica
cotidiana desde la Revolución de Mayo y luego a través del enfrentamiento entre
unitarios y federales, las mismas no encontraron una acabada expresión teórica
hasta que Domingo Faustino Sarmiento las plasmó en su célebre dicotomía
civilización o barbarie (2). Para el pensador sanjuanino la civilización se
correspondía con toda producción material o inmaterial gestada por la avanzada
cultura europea, y en contraposición considera barbarie a todo aquello que
producían en íntimo contacto con su medio los atrasados habitantes de la
América, pero Latina. Porque, por otra parte, admiraba profundamente a esa
fracción del norte que es EE.UU.
En otro trabajo sosteníamos:
“Cuando la cultura propia se enriquece con el aporte de otras culturas, estamos
en presencia de un fenómeno absolutamente positivo, como ha ocurrido cada vez
que una creación, independientemente del contexto en el que haya surgido, se
propagó por el mundo por la fuerza de sus propios méritos. Grandes
descubrimientos científicos y célebres manifestaciones de arte, se encuadran en
esta reivindicación de lo que se conoce como asimilación cultural. La verdadera
cultura universal surge de la integración de diversas manifestaciones de
culturas nacionales y regionales. Cuando Cervantes describió las andanzas del
decadente caballero Don Quijote, ensambló su espíritu con el de la tierra
manchega, pero al hacerlo con maestría su relato adquirió dimensiones
universales, porque logró satisfacer necesidades de seres que habitan en otras
latitudes. Qué decir del tango, que expresa toda la melancolía del hombre
rioplatense, pero que ha penetrado en las profundidades de una cultura tan
distinta como la japonesa para nutrirla. En el campo de la ciencia social
podemos comprobar que cuando un método y una teoría surgidos en otro contexto,
fueron adaptados y aplicados con creatividad al estudio de lo propio,
favorecieron el esclarecimiento y la resolución de los problemas investigados.
Un ejemplo muy claro al respecto, lo constituye la utilización del materialismo
dialéctico por parte de Hernández Arregui para abordar precisamente la cultura
nacional” (3).
No fue esa la visión de Sarmiento, quien sólo admitía en su práctica sustituir
la barbarie para implantar la civilización. Es decir, no sólo excluye la
asimilación cultural, sino que era mucho más partidario de la sustitución
abrupta que de la evolución. Por eso aconsejaba regar nuestra tierra con sangre
de gauchos, ya que según el ilustre maestro, era lo único que tenían de humanos.
Quizás por eso también admiraba tanto a los vecinos del Norte. Allí sí la
civilización europea había barrido con todo vestigio de cultura autóctona, pues
la conquista anglosajona, a diferencia de la hispana, no se caracterizó por la
fusión y el mestizaje. EE.UU. era la posibilidad cierta de implantar Europa en
América, borrando la América preexistente. Pero por estas tierras las cosas eran
distintas, si bien nadie que no sea un hispanista fanático podrá negar que
hubiera exterminio, pillaje y explotación de la población nativa durante la
conquista y colonización, simultáneamente debe admitirse que hubo fusión
cultural y étnica. De allí que la actual América Latina sea, como lo era en
tiempos de Sarmiento, una América esencialmente mestiza y culturalmente
iberoamericana. Doble problema para el maestro que aborrecía no sólo lo
autóctono sino todo lo proveniente de los sectores europeos atrasados o
“bárbaros”.
Sarmiento no era sin embargo un naufrago que soñaba en su isla, sino un
intelectual orgánico de la clase que se constituía como dominante en Argentina y
en el resto de América Latina: la oligarquía. Sus ideas resultaron muy
funcionales a los intereses de clase que se correspondían con esos grupos
privilegiados que identificaban progreso (avance hacia la civilización) con la
incorporación de Argentina (y América Latina en su conjunto) a la división
internacional del trabajo en condición de productores de materias primas y
alimentos para Europa. Curiosa civilización sin industria. Por lo tanto, el
modelo teórico que este intelectual produjo, no sólo cumplió con la necesidad de
expresar orgánicamente los intereses de las oligarquías nativas, sino también de
las burguesías del mundo civilizado. De allí que lejos de propiciar la
asimilación cultural su discurso fue vehiculo de la colonización.
“Distinto es el caso cuando asistimos a procesos de colonización cultural, ya
que la incorporación selectiva y adaptativa que realiza democráticamente un
pueblo para responder a sus necesidades, es sustituida por una invasión
indiscriminada que forma parte de un proyecto político autoritario de las
elites. Su objetivo central es borrar toda manifestación estructurada y
estructurante de una cultura autóctona, como condición necesaria para someter
materialmente a los sectores populares permitiendo sólo la concreción de sus
intereses de clase, estrechamente vinculados con los de la clase dominante de
las metrópolis. Esta aclaración resulta pertinente a la hora de abordar la
realidad cultural de los países de América Latina, ya que en numerosas
oportunidades la producción más visible no fue la más auténtica, pues poco ha
tenido que ver con nuestra tierra y sus pueblos. En reiteradas ocasiones
resultaron ser productos de imitación, surgidos de una visión de mundo
subordinada a los grandes centros del poder mundial, que se manifestaron en
campos tan diversos como la economía, el arte, la filosofía, etc. En este
proceso colonizador mucho han tenido que ver tanto la clase dominante como sus
intelectuales orgánicos, convertidos en el eslabón necesario para que el
sometimiento cultural fuese posible, como así también otros que, más allá de su
honestidad intelectual, quedaron atrapados en las "modas y verdades"
transmitidas por los agentes del orden establecido” (4)
Civilización o barbarie vino a desempeñar a su vez una extraordinaria función
azonzadora en las capas medias. Don Arturo Jauretche no casualmente señala a
esta dicotomía como la madre de todas las zonceras argentinas:
“Antes de ocuparme de la cría de las zonceras corresponde tratar de una que las
ha generado a todas —hijas, nietas, bisnietas y tataranietas—. (Los padres son
distintos y de distinta época —y hay también partenogénesis—, pero madre hay una
sola y ella es la que determina la filiación).
Esta zoncera madre es Civilización y barbarie. Su padre fue Domingo Faustino
Sarmiento, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero ya tenía
vigencia antes del bautismo en que la reconoció como suya” (5).
Tan útil resultó la dicotomía a las clases dominantes de adentro y de afuera,
que cada vez que los sectores populares se encolumnaron tras un proceso
`político que intentaba darles voz y presencia en esa realidad de la cual eran
habitualmente excluidos, civilización o barbarie retornaba a la escena como
justificación cultural para perpetuar su sometimiento económico, social y
político. Esto que ya había ocurrido en el primer tercio del siglo XX con el
yrigoyenismo, regresó aún con mayor virulencia a partir de 1945.
Dicotomías argentinas: peronismo o antiperonismo
Cuando el 17 de octubre de 1945 los trabajadores argentinos inundaron las calles
de la ciudad puerto que durante tanto tiempo había mirado a Europa pretendiendo
ignorar la Patria real, ésta reapareció (aunque nunca se había ido realmente)
con toda la potencia que en el siglo XIX expresaron las fuerzas federales. Es
que el desarrollo de un importante proletariado nacional, como producto de esa
industria sustitutiva de importaciones que fue necesaria para suplir la carencia
de bienes de consumo para el mercado interno ocasionada por la crisis de los
años treinta y luego por la segunda guerra interimperialista, tuvo la enorme
virtud de potenciar condiciones para que los sectores populares volvieran al
centro de la escena. El incipiente desarrollo de la industria gestado por
necesidad, aún a contrapelo de los intereses oligárquicos agroexportadores,
aceleraba el desarrollo de una clase social muy débil hasta entonces. Pero ese
desarrollo social que brotó de una cambiante materialidad no había encontrado
aún correlato en la superestructura política. Hasta que la aparición de un
militar identificado con la fracción industrialista del ejército, desbordó los
objetivos del gobierno de facto instalado en 1943 (gobierno del GOU) para
convertirse en la expresión política del nuevo sujeto social.
La irrupción económica y política del proletariado argentino no podía menos que
generar la inmediata respuesta del bloque oligárquico-imperialista, que tras la
caída de Hipólito Yrigoyen en 1930 había manejado los destinos del país ya sin
obstáculos a la vista. En esas circunstancias la dicotomía cultural (ideológica)
civilización o barbarie fue fogoneada por la oligarquía con una pasión digna de
mejor causa. Sin embargo la misma va a manifestarse a través de nuevos
conceptos. Peronismo o antiperonismo, aluvión zoológico o gente civilizada,
fascistas o demócratas. Son las consignas antitéticas de esa época. Justo es
reconocerle a Sarmiento, que ninguno de los teóricos oligárquicos que lo
sucedieron alcanzó su estatua intelectual. No hay expresión conceptual más
acabada acerca de la dicotomía concebida en su versión oligárquica, que la que
él diseñó en el siglo XIX a través de la categorización: civilización o
barbarie.
Pero el frente nacional conducido por Perón, en respuesta a la supuesta
“dictadura de las alpargatas”, consigna instalada por estudiantes de las capas
medias antiperonistas, lanzó un enérgico “alpargatas sí libros no”. ¿Qué
significaba en realidad esta dicotomía en la versión gestada por los sectores
populares? Dice el teórico de la izquierda nacional Jorge Enea Spilimbergo:
"(1)La autoreivindicación como sujeto histórico activo de la mujer y el hombre
obligados a la alpargata, socialmente preteridos. (2)Su exigencia de zapatos
para ellos y sus niños, muchas veces descalzos. (3)Su aspiración a que sus hijos
tuviesen acceso a la alfabetización, la enseñanza media y aún superior,
privilegios los dos últimos de minorías. (4)La impugnación de los libros (la
ideología liberal-imperialista, formulada como razón universal) que enseñaba
como "natural", platónicamente "justo", el orden que condenaba a las alpargatas,
el hambre y la ignorancia a la inmensa mayoría. (5)La decisión superadora y
culturalmente genética de cambiar ese orden".
"Era, pues, dicha consigna, la expresión vigorosa y primaria de un hecho
cultural fundador: la nueva relación de fuerzas creada por el ascenso de los
trabajadores al primer plano de la vida política" (6).
Obsérvese que Spilimbergo aborda en términos dialécticos (que es como se
manifiesta la realidad más allá de las categorizaciones abstractas y estáticas
que formulan los pensadores liberales) la dicotomía alpargatas o libros. Porque
a través de la reivindicación de las alpargatas el peronismo no niega los libros
sino una manifestación de ellos, Ya que a su vez lucha por alcanzar el acceso a
la educación y a una cultura amplia (los libros) para los hijos de los
trabajadores. Para conquistar dicho objetivo, era necesario enfrentar
simultáneamente la versión liberal-imperialista de los libros, que condenaba a
la ignorancia a los portadores de alpargatas. Sólo de esa lucha entre opuestos
puede salir un orden alternativo al dominante, en el que quien usa alpargatas no
accede a los libros, y quien accede a los libros es porque no usa alpargatas.
Aquí queda claramente expresada la diferencia entre un abordaje dialéctico de la
realidad y otro metafísico.
Proyecciones de una dicotomía no resuelta
El segundo gobierno de Perón cayó en 1955. La oligarquía, aliada con las
burguesías imperialistas del Norte, volvía al gobierno porque no había sido
eliminada la base material de su poder. El peronismo dio pasos enormes en pos de
la independencia económica y la justicia social, pero las clases dominantes no
habían sido derrotadas en forma definitiva. El signo más evidente de lo afirmado
es que la oligarquía nunca perdió el control monopólico sobre la propiedad de
las ricas tierras de la pampa húmeda. Tras largos años de dominio del bloque
oligárquico-imperialista, sólo interrumpido hasta 2003 por un breve período
peronista rápida y brutamente abortado por el terrorismo de Estado, la clase
dominante argentina no sólo conserva su poder en el sector agrario, como lo
demuestra con frecuencia, sino que ha extendido sus tentáculos a los sectores
más concentrados de la industria y desde luego al sector financiero.
Más allá de sus innegables contradicciones el inicio en 2003 del proceso
democrático K, ha resultado un escollo que no se había registrado en los 27 o 28
años anteriores para los objetivos de las clases dominantes. No estamos en
presencia de un peronismo duro ni mucho menos de un socialismo nacional, sin
embargo varias medidas de signo contrario a la ortodoxia liberal, que benefician
a los sectores populares, han crispado los ánimos de todos aquellos que estaban
acostumbrados a realizar sus privilegios de clase sin la menor resistencia. No
resultará casual entonces que, ante medidas que conspiran aunque más no sea
parcialmente contra dichos privilegios, se esté produciendo una reacción
oligárquica de envergadura. Sin embargo, nuevamente el bloque
oligárquico-imperialista necesita de una base social más amplia para llevar
adelante sus objetivos políticos que apuntan a desestabilizar al gobierno
popular. En ese marco es absolutamente necesario contar con por lo menos franjas
significativas de las capas medias. De allí que el arsenal de ideas sintetizadas
en dicotomías de cuño reaccionario vuelve a aparecer con la brutal potencia de
otros tiempos.
Utilizar hoy como polos de la dicotomía los conceptos peronismo o antiperonismo
es no decir absolutamente nada, ya que después del huracán menemista que arrasó
con la estructura política justicialista, la oligarquía cuenta con no pocos
muchachos que tocan el bombo y cantan la marcha entre sus filas. La prensa los
llama “peronismo disidente”, para el deleite de los mismos protagonistas, ya que
de pronto se encuentran con un título político (peronismo) que buena parte del
pueblo les retiró en los noventa. Por este motivo todo parece indicar que hoy la
dicotomía real pasa por ser kirchnerista o antikirchnerista. Pero en la visión
de la clase dominante y sus intelectuales, ser kirchnerista (o apoyarlo en sus
trazos gruesos) se correspondería con ser partidario de la intolerancia, el
hegemonismo antidemocrático, el atentado a la libertad de expresión, el
hostigamiento injustificado al campo (y por lo tanto a la patria), la
obstaculización para las benditas inversiones extranjeras y, en su versión
macartista, significa ser un montonero que busca dividir la patria. En cambio,
si se es antikirchnerista está asegurada la pertenencia al territorio de los
demócratas, de los republicanos, de los defensores de la libertad de expresión,
de los abanderados de la productividad agraria (por lo tanto amantes de la
patria, porque ya sabemos que “todos vivimos del campo”), de los responsables
propiciadores de la inversión extranjera para el desarrollo y, en su versión
macartista, significa pertenecer a esas buenas personas que solo trabajan por la
unidad de todos los argentinos sin revanchismos.
Si uno lee a Sarmiento e investiga su biografía real (no la que diseñó la
historia mitrista), pocas dificultades tendrá en encontrar curiosas
coincidencias entre el discurso de nuestros intelectuales bien pensantes de la
actualidad, al estilo Marcos Aguinis, y las diferencias que para Sarmiento
mediaban entre los civilizados y los bárbaros, como así también las soluciones
que proponía. Sin embargo, sólo las buenas teorías, las que tienen más contenido
empírico y menos ideología, son las que logran superar las pruebas del tiempo.
El modelo civilización o barbarie y sus proyecciones a lo largo de la historia
argentina, ha sido reiteradamente refutado por la realidad concreta, porque lo
observable es que los civilizadores suelen cerrarle el paso a la verdadera
civilización, aquella que logrará satisfacer las necesidades materiales y
espirituales del conjunto social gracias al integral aprovechamiento de los
avances científico-culturales. Para que eso ocurra, se requiere que la
“barbarie” triunfe sobre la “civilización”, o que las alpargatas se impongan a
la versión oligárquico-imperialista de los libros.
La Plata, 7 de septiembre de 2009
Obras citadas:
(1) Emile Durkheim, La División del trabajo social, 1893
(2) Domingo Faustino Sarmiento, Facundo o civilización y barbarie en las pampas
argentinas, 1845
(3) Alberto J. Franzoia, Reflexiones sobre cultura, en revista “Política” nº 4,
2007
(4) Alberto J. Franzoia, texto citado
(5) Arturo Jauretche, Manual de zonceras argentinas, 1968
(6) Spilimbergo Jorge: "Hombre, Estado, Comunidad", página 65 a 69, en
Proyecciones del Pensamiento Nacional, actas del simposio A 40 años de "La
Comunidad Organizada", convocado por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires
y organizado por la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales
desde el 20 al 22 de abril de 1989.
* Publicado originalmente en
http://lateclaene.blogspot.com/2009/09/el-estado-y-sus-relatos-franzoia.html