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El
Aspero*
“Dicen que El Áspero ha muerto.
Y ello ha de ser verdad;
tengan cuidado magogos´
no vaya a resucitar.”
Por Francisco José Pestanha
fpestanha@hotmail.com
Conocí al Ernesto Adolfo Ríos allá por la
primavera del 2000. En mi retina todavía se erige esa lánguida figura que,
en el crepúsculo de una de las tantas tertulias en el Instituto Nacional de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, se me aproximó y de manera
intrigante me musitó al oído: “Profesor, tengo algo que probablemente va a
interesarle”. No tuve más noticias hasta seis meses después, cuando un
insistente repiqueteo del teléfono en la oficina contigua a la mía me obligó
a levantar el auricular desde el que emergió esa enigmática voz que me
invitó, presurosa, a concurrir la mañana siguiente a las oficinas del
Sindicato Único de Petroleros del Estado (SUPE). De inmediato la curiosidad
volvió a embargar mi espíritu hasta que llegó la hora develar la incógnita.
Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Tras una bienvenida ciertamente
formal, que se extendió por breves minutos, hasta la ansiada provisión de
las clásicas medialunas, Ernesto procedió a desplegar sobre la mesa de
trabajo una serie de biblioratos, documentos, libros y otros elementos para
que yo les diera una mirada. No demoré más de quince minutos en reconocer
que ese repositorio documental era único y que, además, guardaba secretos
aún insondados y códigos hasta ahora no descifrados. Lo que en ese momento
se encontraba allí, a mi alcance, era nada más ni nada menos que la
colección documental más completa sobre la Fuerza de Orientación Radical
para la Joven Argentina (FORJA). Entre una parva asistemática de papeles y
bártulos, había documentos, volantes afiches, manuscritos, actas y cartas
personales de –entre otros– Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche y Homero
Manzi, artículos inéditos, primeras ediciones de libros dedicados, y hasta
el mismísimo original de la renuncia de Perón a la conducción del Partido
Justicialista en las postrimerías de su segundo gobierno.
Transcurrido el primer estremecimiento, procedí a indagar a mi interlocutor
respecto a cómo tal documentación había llegado a su poder. Entonces fue
cuando el querido Áspero me relató una conmovedora historia que
afortunadamente pudo volcar en el tercer tomo de la colección FORJA, 70 años
de Pensamiento Nacional, publicada gracias al inestimable apoyo de la
Corporación Buenos Aires Sur.
Ambos coincidimos en que la Providencia había metido el rabo y, a partir de
ese instante, quedó sellado para siempre entre nosotros un acuerdo de esos
que no se rubrican pero se cumplen, y que nos llevó a emprender, durante más
de ocho años, una silenciosa pero eficaz labor de difusión, no solamente del
repositorio documental sino de aspectos aún no desnudados de aquella señera
agrupación tan groseramente obliterada por la historiografía oficial y por
cierta “intelectualidad” autodefinida como peronista. A esa incansable
actividad se le sumaron otras que sería imposible detallar en este breve
escrito, pero que sin lugar a dudas contribuyeron a reinstalar no solo el
recuerdo de los forjistas, sino un sano y necesario debate que actualmente
se encuentra, por fortuna, dando sus primeros frutos.
Ernesto fue un hombre brillante, quizás una de las personas de mayor
capacidad intelectual que he conocido. Con una envidiable formación clásica,
que reforzaba con cotidianas lecturas en griego antiguo y latín, entre otras
de sus tantas habilidades tuvo la de contactar e integrar grupos e
individuos que, marcados por destinos comunes, transitaban por sendas a
veces divergentes. Así, alrededor del itinerario forjista del “nomeolvides”
se fueron incorporando amigas, amigos, compañeros y compañeras entrañables e
inolvidables y, además, personalidades señeras del pensamiento nacional,
entre las que se destacan Enrique Oliva, Graciela Maturo, Eduardo Rosa,
Ernesto Goldar, Alberto Gonzáles Arzac, Pablo Hernández y Pacho O´Donnell,
con las que Ernesto cultivó un especial afecto. Entre todos compartimos las
típicas aventuras y desventuras de una actividad metapolítica que, entre sus
objetivos primordiales, se propuso acompañar la digna, coherente y
perseverante lucha de la Comisión de Familiares de Caídos en las Islas
Malvinas y Atlántico sur. Virtuoso poeta, difícilmente encontremos vestigios
de su obra, aunque con seguridad Leticia Manauta, su entrañable amiga,
recordará para siempre esos versos ahora ausentes.
A pesar de su resplandor, Ernesto nunca dejó de ser un humilde muchacho de
Villa Gobernador Gálvez, ciudad que lo vio criarse, lo vio crear, y lo
despidió con profundo dolor pero, a la vez, con un respeto pocas veces
visto. El Áspero fue, además, un hombre valiente. Habló de aquello que otros
callan, de lo que “molesta” y, como aquel hombrecito de los ferrocarriles
que era su “norte” ideológico, eligió conscientemente trocar un promisorio
destino en el campo académico y literario por una labor patriótica que le
acarreó unos cuantos disgustos. Pero ese sacrificio, como la propia
enfermedad que lo llevó ante el Creador, fue asumido con la entereza y con
la dignidad que solo los grandes hombres pueden portar.
En todo derrotero que se orienta a despabilar conciencias suelen encontrase
espíritus vulgares y mezquinos incapaces de comprender dónde se encuentra la
buena savia. Ernesto fue algunas veces víctima de sus trapisondas, aunque su
capacidad le permitió superar con hidalguía los reparos que los papanatas
suelen erigir para intentar preservar sus míseros espacios. La boludez es
quizás una de las enfermedades de mayor difícil cura en estos tiempos.
Ernesto tenía un carácter ciertamente irascible que lo colocó ante críticas
humillantes. Sin embargo, la misericordia típica de quien obra convencido de
su labor y de su testimonio le permitió saltearlas con un exquisito sentido
del humor. Alguna vez se entenderá que la ironía y las asperezas constituyen
quizá los únicos instrumentos defensivos de los hombres que pueden ver allí
donde otros no llegan a ver. Ernesto cultivó de forma muy especial la
amistad, Gregorio Ramírez, Oscar Denovi, Guillermo Cerchiara, Raúl Seguí,
Carlos Ponce, Andrés Lemos, Pablo Vázquez, Mónica Eva Monti, Laura Venecia,
Martín Peruzzotti y Marcelo Baumann, entre otros tantos, lo recordaran
eternamente.
Nunca me imaginé redactando una biografía póstuma y menos aún la de Ernesto.
A excepción de este opúsculo y otro complementario, no me dedicaré a tal
noble actividad. No obstante, el Áspero nos enseñó que una de las fórmulas
para preservar viva nuestra tradición de pensamiento es mantener viva en la
memoria aquella facultad que permite al ser humano “ser continuo”, aquel
mecanismo que nos desafía cotidianamente a engarzar los eslabones de la
historia. Julia Prilutzky Farny y Raúl Roque Aragón, desde donde estén,
podrán dar fe de esta, su íntima convicción, y Delia María García, desde su
querida Mar del Plata, podrá continuar con el legado nacional y forjista de
su padre, reconociendo en su gran amigo Ernesto a uno de los puntales de su
obra reconstructiva. La memoria me desafía hoy, cual joyero inexperto, a
encadenar una breve reseña del un compañero que definitivamente ha ingresado
panteón de “los nacionales”.
Voy a intentar ilustrar al eventual lector sobre su algunas de la más
destacadas labores que emprendió nuestro amigo, sin abdicar al compromiso de
una reconstrucción integral que está, por ahora, llena de ausencias, lagunas
y, por qué no, secretos.
Ernesto Adolfo Ríos nació el 19 de junio de 1973 en Rosario (Provincia de
Santa Fe), transcurrió la niñez en su amada Villa Gobernador Gálvez. Hijo de
Rómulo Teófilo Ríos y de Berta Carmen Martínez (+), y hermano de Mónica
Ríos, cursó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio “Teodelina
Fernández de Alvear” de la ciudad de Villa Gobernador Gálvez (provincia de
Santa Fe) perteneciente a la Orden de los “Hermanos Menesianos”. Obtuvo su
primer título universitario como Licenciado en Ciencia Política,
especializado en Administración y Planificación Públicas, en la Facultad de
Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de
Rosario, el 17 de octubre de 1996 (vaya coincidencia). Posteriormente se
doctoró en la misma casa de estudios con la tesis: Las ideas políticas de
Arturo Enrique Sampay: Constitución y bien común. Además de griego antiguo y
latín, hablaba y leía inglés, ya que para él era esencial conocer el
lenguaje del “antagonista”. Realizó estudios de Postgrado en la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (F. La. C. So.), en la Universidad
Menéndez Pelayo (España), y en la Universidad Libre de Berlín (Alemania).
Entre sus tantas actividades académicas, se desempeñó como profesor de las
cátedras de Historia de las Instituciones Políticas Argentinas, Historia
Parlamentaria Argentina y Teoría Política en el Instituto de Formación
Técnica Superior Nº 12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la
Universidad Argentina “John F. Kennedy” y en la Universidad Nacional de
Rosario.
En el ámbito político-sindical fue Coordinador Nacional del Sistema de
Formación Sindical para el Desarrollo de Capacidades para la Acción Nacional
y Regional y Delegado representante de la Confederación General del Trabajo
de la República Argentina en diversas reuniones y conferencias de alcance
internacional, como la I Reunión del Equipo Político del “Sistema de
Formación Sindical para el Desarrollo de Capacidades para la Acción Nacional
y Regional” (Lima, Perú; 2005) y la “III Conferencia Continental de
Educación Sindical: Educación para todos y todas a lo largo de la vida”, de
la Organización Regional Interamericana de Trabajadores de la Confederación
Internacional de Organizaciones Sindicales Libres.
Además se desempeño como Director de la Escuela Sindical de la Confederación
General del Trabajo de la República Argentina, como Secretario de la
Comisión permanente de Homenaje a Forja, como Secretario del Instituto y
Museo Forja y como Asesor Académico del Instituto de Estudios Estratégicos
Malvinas, Patagonia e Islas del Atlántico sur, Curador de la muestra FORJA,
70 años de Pensamiento Nacional. Sus últimos tiempos lo encontraron
asesorando al rectorado de la Universidad Nacional de Lanús, a la Unión para
el Personal Civil de la Nación, a la Asociación para el Personal Jerárquico
de Agua y Energía (APJAE) y dictando cátedras en el Sindicato de
Trabajadores de Edificios y Propiedad Horizontal (SUTREYH).
Publicó numerosos trabajos: notas, investigaciones, proemios, entre los que
se destacan “La vigencia histórica de la Comunidad Organizada”, en, La
Comunidad Organizada, de Juan D. Perón; Proemio para Conducción política de
Juan D. Perón; Diversos artículos que formaron parte de FORJA 70 años de
Pensamiento Nacional, editada por Corporación Buenos Aires Sur; ;
“Capacitación para el trabajo. Herramienta para el Futuro”, para la Comisión
Episcopal de Pastoral Social y Obispado de Mar del Plata; Proemio Polémicas
contemporáneas, de Francisco José Pestanha; Las razones de Martín Fierro, en
Homenaje a José Hernández, publicado por la Unión Personal Civil de la
Nación; “Los méritos y el fracaso de FORJA”, en revista Escenarios para un
nuevo Contrato Social, (Unión Personal Civil de la Nación), etcétera.
Además, Ernesto dirigió las tesinas de más de treinta alumnos, dicto más de
cuatrocientas conferencias en todo el territorio argentino, y publicó dos
trabajos póstumos.
He aquí alguna de sus contribuciones. Será imposible olvidar no solo su
presencia y sus provocaciones sino esencialmente su calidez humana, calidez
que demostraba profundamente cuando nos obsequiaba algún objeto de esos que,
como el decía, “duelen”. Un altísimo dignatario de la Iglesia Argentina
seguramente preservará para siempre como tesoro aquel obsequio que le
entregó en mano cual presagio de despedida. En lo que refiere a obsequios, y
para tomar cabal noción de ese Ernesto que llegó a convencerme de que lo
acompañara a tocar el mar vestido de “gala” una tórrida mañana marplatense,
recuerdo que una vez, entre tantas tertulias, concluimos que las grandes
batallas no solo determinan futuro sino que rescriben el pasado. En ese
sentido me obsequió, como proemio novelado a mi libro Polémicas
contemporáneas el texto que dejo para finalizar y que, si bien difiere
radicalmente de mi pasado, tal vez sea el único opúsculo que se escriba al
respecto.
APÉNDICE DIGRESIVO DE TIPO BIO-PSICO-LÉXICO-HISTORIOGRÁFICO SOBRE LA
GENEALOGÍA DEL PROFESOR FRANCISCO JOSÉ PESTANHA
(Investigación de larga data realizada sin financiamiento del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas –CONICET– de la República
Argentina).
Por Ernesto Adolfo Ríos
Pareciera ser –ha señalado “Pacho” O’Donnell- que el rasgo “multígeno” de
nuestro pueblo, uno de los tópicos preferidos del autor de este libro,
aparece en la pronunciación de su apellido. En efecto, la mayoría lo
pronuncia sin tener en consideración la “hache” (PESTANA), otros lo hacen
dándole sentido de “ñ” a la conjunción (PESTAÑA), y algunos menos marcan un
hiato en la dicción cuando se encuentran con la consonante muda (PESTAN-A).
Todos, sin embargo, se sorprenden de la más correcta pronunciación del
apellido, aquella que ancla en la tradición y la historia del patronímico, y
que lo remonta a sus orígenes ancestrales.
Hacia finales del siglo XV, según puede leerse en la versión latina de la
monumental Historia de España del P. Juan de Mariana, se tienen noticias en
Portugal de la existencia del filósofo y taumaturgo Franciskus Iosephus
Pestanha, de singular influencia en la Corte y en los incipientes gremios
lusos. Perseguido por la Inquisición, nada vuelve a saberse de él, dejando
sí su apellido y una prolífica descendencia que se rastrea hasta nuestros
días en varios lugares de la Tierra. Lo curioso del caso (y lo más
verosímil, que explicaría además la causa de su escape de la hoguera
inquisitorial) lo aporta nada menos que el propio Cide Hamete Benengeli en
uno de los pliegos a los que no tuvo acceso Cervantes: Franciskus Iosephus
Pestanha no sería otro que Abdulpán Shopej Tanjá, consejero secreto y
guerrero de las huestes de Boabdil, último rey moro de Granada. Finalizada
la empresa española de la Reconquista, Abú Abdalá (o Boabdil) debió entregar
Granada en 1492 a los Reyes Católicos, aceptando además la expulsión de su
pueblo de los territorios ibéricos después de ocho centurias de permanencia
ininterrumpida. El negociador de dicha entrega en nombre del Rey semita fue
su consejero secreto, que causó profunda impresión en la soberana de
Castilla por sus dotes diplomáticas.
La reina Isabel en persona encomendaría a Abdulpán Shopej una misión
secreta, que no podía confiar a sus consejeros castellanos: la obtención de
un préstamo para financiar el proyecto de Cristóbal Colón, agotado como
estaba el Tesoro y empeñadas ya sus joyas por los gastos de la Reconquista.
Con sigilo tan extraordinario como su eficacia, el consejero secreto del rey
moro devenido en operador político-financiero de la Católica Reina cumplió
con la misión. De cortesanos y comerciantes gallegos obtuvo el dinero que
hacía falta. Le fueron de suma utilidad sus contactos eclesiásticos
–fundamentalmente con Fray Juan Pérez, el introductor del futuro Almirante
de la Mar Océano en la Corte– y con banqueros sefarditas a los que se
hallaba emparentado por su unión irregular con una bella princesa de ese
origen oriunda de la Toscana. Como gracia real en premio a su labor, no fue
expulsado de los reinos de España, pero la inquina generada en su contra lo
obligó a mudar de nombre –previa inmersión en las aguas bautismales– y
retirarse secretamente a morar en la isla de Madeira, pródiga en vides. Allí
trocó el Abdulpán por el latino Franciskus Iosephus, marcando en el apellido
inventado la huella iniciática de una continuidad arcana: Pestanha (Shopej
tanjá). En 1506 murió Isabel de Castilla, siendo sucedida en el Trono por su
hija Juana (apodada “La Loca” por sus desvaríos psíquicos) y su yerno
Felipe, archiduque de Austria y feroz contendor de Abdulpán desde los
tiempos de la entrega de Granada. Poco tardó Felipe I “El Hermoso” en
descubrir el engaño, y lanzar al tribunal del Santo Oficio en pleno en pos
de dorar al fuego el cuerpo del otrora consejero moro. La muerte prematura
del Rey en ese mismo año de 1506 dio un pequeño respiro a
Abdulpán/Franciskus, pero los ataques contra él recrudecieron al año
siguiente con la regencia de la Corona de Castilla en manos de Fernando de
Aragón, el Rey Católico que nunca le perdonó el favoritismo obtenido de su
consorte Isabel. Las viejas amistades y relaciones cuasi familiares con
prominentes eclesiásticos y banqueros de origen hebreo, le valieron poder
escapar de las garras de la Inquisición.
De allí en más nada volvió a saberse de él a ciencia cierta. Alguna crónica
trae la noticia de su planificada fuga al recientemente descubierto
continente americano, donde se dedicó a escribir y a curar, amasando una
considerable fortuna gracias a la lucrativa empresa de una imprenta
destinada a editar libros prohibidos... Más allá del mito y la leyenda,
existe una casi total certeza histórica de que Abdulpán Shopej Tanjá y
Franciskus Iosephus Pestanha fueron una misma persona y, por tanto, la
dicción correcta del apellido responde a esos orígenes y debe pronunciarse
PESTANJA, o mejor PESTANJÁ...
* El mote de “Áspero” se lo impuso intuitivamente nuestro amigo Luis Launay
quien, debo reconocer, ya durante las primeras actividades en común, tuvo
sus primeros encontronazos con un Ernesto que recurrentemente apelaba a la
ironía y al sarcasmo para entablar sus relaciones. Alguna vez lo indagué
sobre la exagerada utilización de tal recurso en sus vinculaciones, a lo que
me respondió sarcásticamente y de memoria con una de las tantas máximas
jauretcheanas “Hasta cuando ataco a un hombre concreto no es que lo
malquiera; es que quiero a mis paisanos y por amor a ellos tengo que cumplir
esta ingrata labor que me cierra las puertas y me junta enemigos, en un arte
como el de la política que consiste en hacer amigos". A partir de tales
encontronazos el apellido Launay fue transformándose, cariñosamente en
“Loné”.
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