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La
colonización cultural
Aritz Recalde –Septiembre 2009
Parte I: La industria cultural norteamericana y la guerra permanente.
(…) “La escuela, el periodismo, la radio, el cine, la Universidad, integran
el frente de resistencia que los grupos económicamente encumbrados oponen al
cambio social”.
Juan José Hernández Arregui
(…) “Un imperialismo fundado sobre bases económicas tratará naturalmente de
crear una situación mundial en la cual pueda emplear en forma abierta, en la
medida en que le es necesario, sus instrumentos económicos de poder, como
las restricciones de los créditos, el bloqueo de las materias primas, la
desvalorización de la moneda extranjera, y así sucesivamente. Considerará
como “violencia extraeconómica” el intento de un pueblo o de otro grupo
humano de resguardarse del efecto de estos métodos “pacíficos”. Empleará
medios de coerción aun más duros (…) Por último, dispone todavía de
instrumentos técnicos de eliminación física violenta, de armas modernas
técnicamente perfectas, que se han vuelto de tan inaudita utilidad, mediando
una inversión de capital y de inteligencia, como para ser realmente usadas
en caso de necesidad. Para el empleo de estos instrumentos se está
construyendo por otra parte un vocabulario nuevo, esencialmente pacifista,
que no conoce ya la guerra sino sólo exclusiones, sanciones, expediciones
punitivas, pacificaciones, defensa de los tratados, policía internacional,
medidas para la preservación de la paz. El adversario no se llama ya
enemigo, pero por eso mismo es presentado como violador y perturbador de la
paz, hors-la-loi y hors- l`humanité, y una guerra efectuada para el
mantenimiento y la ampliación de posiciones económicas de poder debe ser
transformada, con el recurso de la propaganda, en la “cruzada” y en la
“ultima guerra de la humanidad”. Carl Schmitt
Los países nacen, se desarrollan y mueren en un estado de enfrentamiento
político permanente o, como planteó Carl Schmitt: “la guerra y la enemistad
forman parte de la historia de los pueblos.” Dicha condición inmanente de la
historia hace que la declaración de la guerra y de la paz sean etapas y
medios a partir de los cuales las metrópolis buscan alcanzar sus objetivos
políticos expansionistas como plataforma para lograr su desarrollo nacional.
Las guerras entre las potencias fueron y son actualmente, una forma de
dirimir el enfrentamiento con otras naciones y pueblos. Incluso, podríamos
aseverar que la segunda guerra mundial no culminó en el año 1945, sino que
siguió luego de Yalta con la lucha entablada por el reparto del planeta
entre los bloques de las potencias triunfadoras. El conflicto por la
posesión de los recursos del mundo se prolongó, desde esa fecha con otra
dinámica, hasta la caída del Muro de Berlín y es innegable que y finalmente,
su vencedor exigió los derechos al derrotado: Estados Unidos aplicó su
programa neoconservador de manera violenta y brutal sobre gran parte del
planeta durante casi dos décadas de una tiranía que fue ejercida
políticamente, a veces de manera militar y en todos los casos, con una
acción de enfrentamiento y avasallamiento económico. Hernández Arregui lo
expresó claramente hace ya varias décadas al sostener que “Estados Unidos,
tras la ciclópea estatua de la libertad que mira Nueva York, -“la
sanguinaria, la monstruosa, la irresistible, capital del cheque”, como la
llamaría Darío-, y no hacia el mundo, jamás ha reparado en medios para
subyugar a los pueblos que caen bajo su esfera de influencia. Su actual
política, favorable al reconocimiento de los regímenes militares, en
sustitución de la anterior, partidaria de los gobiernos títeres que el
Departamento de Estado consideraba “democráticos” y todos ellos, tutelados
por su intervención directa o su consentimiento indirecto – como es el caso
Betancourt en Venezuela – no es más que el descolorido cortinado de un
nacionalismo prepotente y sin imaginación. La invasión de Santo Domingo, una
vez más – y no será la última – lo prueba sin atenuantes”. Efectivamente y
tal cual transcurrió la historia posterior, Hernández Arregui tuvo razón: no
fue la última asonada militar del imperio y sus operadores internos sobre el
continente.
En este marco histórico e internacional, es pertinente mencionar que la
industria cultural norteamericana se vincula estrechamente con la política
exterior expansionista del país que se desenvuelve como un instrumento del
aparato de colonización cultural que tiene entre sus funciones
privilegiadas, la de justificar el programa imperial. Los bancos, los
industriales, los obreros, técnicos y todo el conjunto de operarios de las
fábricas conjuntamente a los cuadros militares, construyen las bases
materiales de producción para la guerra norteamericana: en este marco, los
políticos y la industria cultural de su país, la preparan y la justifican
ante la opinión pública y finalmente y lo que es importante, la declaran
como una ley de hierro que cae sobre las espaldas del Tercermundo. Sociedad,
Estado, imperialismo e industria cultural se amalgaman y tal cual lo expresó
Juan José Hernández Arregui (…) “La opinión pública es una de las caras del
poder social. La estabilidad misma del Estado depende de ella. De acuerdo a
lo que el Estado representa frente a las relaciones de poder, así será la
propaganda periodística, radial o cinematográfica” .
El cine norteamericano es una pieza importante del aparato de la
colonización cultural y entre otras características de su funcionamiento,
está la de desarrollar una tarea ininterrumpida de construcción de la
enemistad permanente de su país con las poblaciones del sistema mundial. La
industria cultural cinematográfica favorece y justifica la hostilidad
perpetua de la política exterior de su país sobre las poblaciones, culturas
y territorios del teatro de las naciones. El cine norteamericano construye a
sus enemigos como un acto reflejo de la acción de los empresarios del
complejo industrial militar, de sus parlamentos, de sus cancillerías, de los
servicios de inteligencia y de las operaciones de su artillería. La película
norteamericana prepara la opinión pública interna e internacional, para
alcanzar sus objetivos nacionales. Su industria cultural está bañada en
sangre: la construcción cinematográfica del enemigo militar, es una etapa
fundamental en la formación del sentimiento de enemistad permanente del país
con aquellas comunidades que disponen de los recursos que el imperio
ambiciona.
El enemigo externo es presentado por el gobierno y por la industria del cine
como una categoría cultural o ideológica cuando en realidad, es un obstáculo
económico y político para el desarrollo del imperio. La lucha por la
supervivencia imperial se organiza a través de la obtención y disposición de
los bienes del Tercermundo y dicha expoliación es presentada y deformada
para la opinión pública por las operaciones de inteligencia gubernamentales
y por la industria cultural. Las intervenciones militares nunca aparecen
presentadas como lo que efectivamente son: guerras por petróleo, por
minerales, por agua o por mercados. Por el contrario, son construidas como
batallas entre los valores de la democracia o el comunismo; la libertad o el
terrorismo; el cristianismo o los musulmanes; el bien o el mal.
El 11 de septiembre del año 2001, Estados Unidos ha dado por culminado un
estadio de la dinámica política del latrocinio que ejerce sobre el sistema
mundo y ha iniciado un nuevo y prolongado momento militar y de
enfrentamiento. El agotamiento del petróleo y los minerales, la escasez de
agua dulce potable o la destrucción del ecosistema, acentúan la tendencia
militarista del imperio. La crisis económica ha obligado a la dirigencia
política a modificar en parte dicha dinámica militar y en especial, la forma
en que construye la justificación de su actitud expansionista:
particularmente en posiciones como Irak, Colombia u Honduras, se ha
morigerado el tono y la manera de argumentar y de organizar la intervención
y la injerencia en asuntos de otros países. Los “buenos modales” del
gobierno del país del norte se refieren a una cuestión de “forma”, no de
contenido, ya que el objetivo de la violencia permanente que ejercen se liga
a la posibilidad de obtener aquellos bienes considerados como estratégicos
para su desarrollo nacional. Juan Perón se había referido a este asunto al
reconocer que todas las naciones tenían objetivos políticos que podían
moverlos a la guerra ya que: “Cualquier país del mundo, sea grande o
pequeño, débil o poderoso, con un grado elevado o reducido de civilización,
posee un objetivo político determinado. El objetivo político es la necesidad
o ambición de un bien, que un Estado tiende a mantener o conquistar para su
perfeccionamiento o engrandecimiento. El objetivo político puede ser de
cualquier orden: reivindicación o expansión territorial, hegemonía política
o económica, adquisición de mercados u otras ventajas comerciales,
imposiciones sociales o espirituales, etc. Se ha dado en clasificarlos como
negativos o positivos, según se trate de mantener lo existente; o bien,
conquistar algo nuevo, ya sean continentales o mundiales, según las
proyecciones de los mismos.” Las guerras de subsistencia de un imperio si no
mediara una derrota, se detienen cuando se alcanzan sus objetivos políticos
y es bueno reiterar que el programa de apropiación de los recursos de otros
Estados no depende del temperamento de un dirigente o de una simple decisión
de alguna persona ubicada en un casillero del bipartidismo norteamericano.
Ya lo dijo Juan José Hernández Arregui “Cada nación ve a las otras de
acuerdo a “su” interés nacional. Y no de acuerdo a ideales de fraternidad
universal”. Los intereses del complejo industrial militar y de una economía
en decadencia, se organizan en operaciones militares y de saqueo universal:
para Estados Unidos el sistema mundo esconde en su seno lo que ellos llaman
agresión terrorista y a partir de aquí, el teatro de las naciones es un
espacio potencial para la ocupación y la agresión militar defensiva. Estados
Unidos desde que consolidó su independencia política se encuentra en un
estado de enfrentamiento mundial cuya finalidad es consagrar su
independencia económica: entre sus elucubraciones, el enemigo podría
provenir de Europa y a ello se vincula el origen de la Doctrina Monroe o el
posterior sistema centrado en la denominada “acción anticomunista”.
Recientemente, repite el esquema de construcción del enemigo externo pero
ahora a través de Medio Oriente en una supuesta “lucha contra el terrorismo
o guerra preventiva”. En América latina, y más allá de los usos de la
mencionada Doctrina Monroe, lo implementó y por citar solamente dos modelos,
con los Documentos de Santa Fe o con el actual Comando Sur. Para un imperio
cuya subsistencia está atada a la apropiación de los bienes ajenos, los
países, los continentes o los pueblos, son objetivos políticos y posiciones
militares permanentes.
El debate actual originado en torno de la propuesta de ampliar las
posiciones militares de Estados Unidos en Colombia, pone sobre la agenda de
discusión una realidad insoslayable: el sistema mundo vive en un estado de
tensión indisoluble asentado en la potencial agresión o enfrentamiento
militar vinculado a la apropiación de los recursos naturales y financieros.
No es nuevo para el continente y por el contrario, la narración misma de la
conformación de América latina luego de la independencia, es la historia de
la declaración de hostilidad permanente de Estados Unidos contra los
dirigentes y líderes populares de la región. La historia moderna del hombre
latinoamericano se vinculó estrechamente con la acción de sus pueblos por
alcanzar la independencia nacional retrazada por las operaciones políticas,
militares, económicas y culturales de las metrópolis. En este cuadro, el
desarrollo y la subsistencia de los países latinoamericanos y como aseveró
Hernández Arregui, se presenta “no como paz, sino como embate contra las
vallas impuestas desde afuera a la nacionalidad en formación” .
La industria de la guerra y la economía metropolitana hacen de América
Latina y del Tercermundo en su totalidad, un terreno para su
desenvolvimiento: el sur de la tierra es la mano de obra, la fuente de
recursos naturales y financieros y la justificación práctica de su industria
militar y cultural. Los supuestos narcoterroristas de la periferia son la
fuente de empleo del obrero norteamericano, materia prima a partir de la que
la industria cultural educa la opinión pública y justifica los presupuestos
de guerra. Los muertos del Tercermundo son el empleo de las familias del
primero: el sueldo que alimenta al hijo del norteamericano, se financia con
el asesinato del niño del subdesarrollo iraquí, colombiano o afgano. En este
marco, ese país conforma, reproduce y consolida su modo de subsistencia por
intermedio de la industria cultural, que fomenta la enemistad permanente
como modo de relación normal entre las naciones y las culturas a lo lancho y
largo del planeta.
El enemigo a enfrentar o a prevenir en la industria cultural
cinematográfica, ayer fue indochino o soviético y hoy es musulmán o el
denominado “narcoterrorista latinoamericano”. La ambición de un bien se
proyecta como valor universal: las guerras por el petróleo, el agua o por la
rentabilidad de la industria militar, se presentan como luchas entre
culturas, entre modelos de civilización y de barbarie, entre el bien y el
mal. A partir de aquí, la alteridad étnica, cultural o religiosa adquiere
connotaciones marcadamente políticas. El país que tiene los recursos que
ambicionan las potencias pasa a ser un enemigo eventual y la industria
cultural y las cancillerías construyen una enemistad total contra su
población, su religión o su forma de gobierno. Estados Unidos declara la
guerra promoviendo modelos ideológicos o religiosos, que esconden la
dimensión material y expansionista de su política. El petróleo de Medio
Oriente es su misma pesadilla: el continente se torna un objetivo militar y
para justificar la barbarie, la industria cinematográfica construye un
modelo de “terrorismo islámico” ligado a las características raciales y
étnicas del mundo árabe. El nacionalismo latinoamericano de Evo Morales o de
Hugo Chávez son objeto del mismo operativo y son presentados como supuestos
programas totalitarios, permeables a la acción de los narcotraficantes y
poseedores de los valores y atributos de un supuesto mal que hay que
extirpar para beneficiar al mundo.
En este esquema de política nacional e internacional se desarrolla el cine
norteamericano, que se desenvuelve como una manifestación cultural de una
economía de guerra y de una potencia expansionista. Sintéticamente, podemos
afirmar que existe una matriz que atraviesa las diversas expresiones de la
industria del cine norteamericano y que presenta conjuntamente un argumento,
un contenido y una imagen que:
PRIMERO: es apologética de la intervención policíaca, cotidiana y
totalizadora del Estado sobre la vida privada de los ciudadanos
norteamericanos en un país que, paradójicamente, hace alarde de ser la
republica liberal ejemplar. Dicha mención permanente al “liberalismo”
coexiste sin causar demasiadas contradicciones en la opinión pública, con un
cine en el que los organismos de inteligencia intervienen teléfonos,
domicilios, correspondencia, detienen personas y en el que las instituciones
y órganos como el FBI y la CIA, son un motivo frecuente y reiterado que
controla todos los ámbitos de la vida privada de los ciudadanos. El cine
hace apología de un Estado autoritario que vigila e interviene policialmente
la vida privada, generando un sentimiento de militarización total en el que
se educa el ciudadano.
SEGUNDO: construye la enemistad permanente de la comunidad norteamericana
contra un supuesto agresor externo, al cual hay que derrotar y suprimir del
planeta. Las poblaciones que disponen de los recursos que ambiciona el país
se tornan un enemigo total: la etnia, la raza, la historia o los sistemas de
gobierno, componen la amalgama sobre la que se construye el enemigo sobre el
cual hay que actuar en una acción de guerra. El cine norteamericano recorrió
las relaciones exteriores de su país y es por eso que se construyó una
imagen exportable, masiva y profundamente desvirtuada, de Rusia, de las
guerras de Indochina, de las acciones en Medio Oriente o de la Latinoamérica
actual. La acción económica es disfrazada de lucha cultural: se combate
contra la religión soviética –el comunismo-, se lucha contra la cosmovisión
“árabe extremista” –el ser musulmán– y se enfrentan los valores de
Latinoamérica –“narcoterrorismo y autoritarismo”-.
TERCERO: construye un estado de emergencia interna permanente donde el
supuesto enemigo externo circunda la vida cotidiana del ciudadano
norteamericano. El cine catástrofe es una expresión clara de la imposición
cinematográfica de una construcción del sentimiento de potencial ataque
exterior. Sobre este estado de ánimo, se configura la animosidad negativa
entre Estados y pueblos. Esta imagen se amplifica con la formación del
terror vinculado en un potencial exterminio tecnológico: por ejemplo, es
frecuente encontrar en el cine norteamericano un arma bacteriológica o
atómica en manos de los árabes o soviéticos.
CUARTO: desarrolla una tarea de promoción y de constante apología del rol de
las Fuerzas Armadas para la defensa de su país y del mundo. La guerra, el
armamento o los valores ligados al combate, la justicia y la tarea y
práctica militar son motivos frecuentes del cine norteamericano. Nación,
Fuerzas Armadas y guerra permanente hacen a la constitución del ser nacional
norteamericano.
QUINTO: el enemigo externo es universal, pero la defensa y salvación del
planeta sólo una actividad norteamericana. Esta construcción induce a formar
una opinión pública mundial centrada en la defensa del monopolio de la
producción de armas y de la declaración legal de la guerra y la muerte.
Reproduciendo literalmente los contenidos se puede deducir que los
asesinatos efectuados por los norteamericanos son “legítimos” y los
realizados por otras naciones (más: en general defensísticos) son
expresiones de “terrorismo”. Estas concepciones contribuyen a reforzar la
actual división internacional de la guerra y la declaración del derecho a la
muerte, que tiene a Estados Unidos como principal detractor.
La industria cultural norteamericana recorre un complejo entramado de
tensiones por un lado, entre la hegemonía que ejerce la dirigencia ligada a
la industria de la guerra y su aparato de la colonización cultural y por
otro, con diversos mecanismos como el financiamiento direccionado o la
censura gubernamental. La cultura de la guerra se produce y reproduce a
través de convicciones, pero además, de subsidios y de persecuciones
políticas. Asimismo, debemos reconocer que no manejamos la hipótesis de que
existe un “sólo” cine norteamericano, sino que en realidad, repasamos
algunas tendencias generales sobre una corriente cinematográfica particular
que es respaldada por la estructura rentística y concentrada de la industria
cultural y los aparatos de prensa norteamericanos y que se exporta
masivamente a las pantallas latinoamericanas. Norteamérica y su dirigencia
van a la guerra junto a su industria cultural, furgón de cola de la
organización internacional de la muerte y el saqueo histórico y diario del
imperio sobre el Tercermundo. Frente a este cine de raíz colonial es bueno
traer la propuesta del grupo Cine de Liberación que sostiene que (…)
“creemos que basta que el cineasta conciba su existencia como una militancia
en el terreno de la cultura para que ese cine, sea y pueda cumplir su praxis
total. A fin de cuentas, si entendemos el papel del cineasta como el de un
operario o trabajador de la cultura, quedará claro que las dificultades que
habrá de atravesar no serán ni mayores ni menores que las que viven hace
años los trabajadores de otros frentes sujetos a leyes mucho más coercitivas
y dictatoriales. (…) Importa más llegar a un solo hombre con la verdad de
una idea, que a diez millones con una obra mistificadora. Aquello libera: lo
otro es ignominia”.
BIBLIOGRAFÍA
• Getino Octavio y Fernando Solanas (1969). “Notas de Cine de Liberación.
Tema: La censura”. Revista De Marcha, Uruguay.
• Hernández Arregui Juan José (2004). “Nacionalismo y Liberación”. Editorial
Peña Lillo. Ediciones Continente. Buenos Aires.
(1957) “Imperialismo y Cultura. La política en la inteligencia argentina”.
Ed Amerindia, Buenos Aires.
• Perón, Juan Domingo (1944). “Significado de la Defensa Nacional desde el
punto de vista militar”. Conferencia en la UNLP. Versión Digital.
• Schmitt, Carl (2001). “El concepto de lo político” y “Enemigo total,
guerra total, Estado total” en Teólogo de la política. Ed. Fondo de Cultura
Económica, México.
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