CHAU, NEGRA

Hoy se nos murió Mercedes Sosa y según debía, al ir amaneciendo. Una artista natural sin farándula tilinga que nos fuera agrupando, concentrando, y descubrimos allá por el sesenta y pico en un salón de mi barrio lanusero. El Peretz. Cantora de voz incomparable a quién los argentinos le debemos porque ella, la Negra, jamás integró esa cofradía de obispos, terratenientes y banqueros desmesurados. No simplemente solidaria y brillante y más bien indomable, según siempre lo fuera. Claro, se mudó a esa Argentina que intuimos existe los mismos que nunca soñamos con el cielo, donde la recibirán el morocho Gardel, Yupanqui y esa otra, la Eva, para decirle "entrá Negra con nosotros, a la popular. Y ahora toca Piazolla". Y queremos que todo algún día se nos cumpla y de paso, cantemos.   

Eduardo Pérsico. 4 de octubre de 2009

“Para mí cantar era una tristeza”

Por Karina Micheletto

En la completa biografía Mercedes Sosa, la negra, se lee un relato de Mercedes en primera persona, al que la cantante volvería muchas veces: “Sí, quiero decirlo con todas las letras, resignada ya a que esto nadie me lo pueda creer: yo, toda mi vida, odié cantar (...) Desde afuera comprendo que lo mío se vea como una suerte; para mí ha sido una desgracia. Unos años antes de llegar Matus ya empecé a ser conocida. Me daba cuenta que tenía el don de la voz, pero cantar me gustaba hasta el momento que debía hacerlo para la gente. Y me pasaban cosas muy conflictivas. Ibamos a los casamientos, a los cumpleaños, y mi papá quería que la gente se enterara de que yo cantaba bonito y enseguida a toda costa me hacía cantar. El de la vocación en realidad era él. No comprendía hasta qué punto me amargaba la vida porque después de cantar y de los aplausos ya los muchachos no se me acercaban más, me veían como a una distinta. Para mí cantar era una tristeza porque en vez de acercarme me alejaba, empezaba a quedarme sola. Eso fue una tortura cuando era jovencita, y después también”.

En las entrevistas en las que iba y venía con el hilo que sólo ella elegía para la conversación, imposible de guiar por el entrevistador, siempre aparecía la tristeza, el sacrificio, ésas eran las palabras que usaba. Y, también, la soledad. En el hilo indómito del recuerdo de Mercedes una y otra vez se cruzaban el dolor del exilio, la enfermedad, los meses en cama, el abandono de su primer esposo, Oscar Matus (con el que, siguió declarando hasta el final, no se arrepentía de haberse casado, porque él instaló en ella el compromiso del canto), la muerte de su segunda pareja, Pocho Mazzitelli, que la acompañó durante trece años. Recordaba, Mercedes, y lloraba. Cuando su hijo Fabián era chico y, sola en Buenos Aires, debía dejarlo encerrado en una pieza de pensión para irse a cantar, cuando tuvo que mandarlo a Tucumán con su familia, los abortos que reveló con dolor en la biografía de Rodolfo Braceli.


Versión del Himno Nacional (Cantora, 2009)


Gracias a la vida

Mercedes tenía un círculo de afectos profundos en colegas de todo el mundo, eran muchos los que la querían como a una madre, como a una hermana. Pero la soledad y la tristeza fueron siempre una presencia concreta entre sus argumentos de conversación. En sus horas finales, habilitada la cuenta regresiva del circo mediático, quedaron las últimas muecas de los que se dieron cita ante las cámaras instaladas en la clínica, el respeto de los que prefirieron pegar la vuelta para evitarlas. Quedaron las manifestaciones de cariño de su velatorio, los mensajes de amor que inundaron su página web. Y, también, los que fueron borrados, barbaridades como “Ojalá te mueras de una vez, zurda de mierda”. Porque en este país existe gente que piensa así sinceramente –y sobradas pruebas han dado de ello–, es que Mercedes fue de los imprescindibles.

Página|12


Te escribo desde el amor y la congoja

Por Víctor Heredia

Hola, Negrita. Sé que estarás allí, en algún lugar de nuestro cielo, inaugurando alguna estrella, con la secreta esperanza de poder seguir cuidando a tus polluelos desde allí, estos huérfanos de tu amor que ahora están más solos que nunca sin tu "serena presencia", como decía Charly: Comandanta. Porque eso es lo que fuiste para todos nosotros: guía, luz en la oscuridad, hermana, compañera.

Te escribo rápido desde el amor y la congoja para expresarte no mi pena ni mi angustia por la pérdida, eso ya te lo dije ayer cuando dormías, al oído.
Voy a contarte lo que todo un pueblo dijo en estos días cuando estabas dormida, luchando por tu vida y espero ser capaz de reflejar en esta carta.
Ese pueblo que estuvo hoy durante todo el día repitiendo tu nombre, ese pueblo tozudo y generoso, luchador incansable y vencedor de tanta crisis, ese pueblo que sabía quién eras, qué cosas defendías, ese que desfiló multitudinario ante tus despojos para agradecer tu vocación de cantora popular, de mujer valiente, de artista generosa. Sólo voy a repetir lo que ellos dijeron a cada beso, en cada flor que depositaron con unción ante tu féretro: ¡Querida! ¡Hermana! ¡Amiga! ¡Compañera! ¡Argentina! ¡Nuestra! Los ví emocionarse cuando entraban a despedirte, tal como lo estoy haciendo yo mismo ahora, con el corazón estrujado, sabiendo que mañana no voy a recibir tu consabido llamado para saber cómo están mis hijos, o dónde anda León para ver si podemos juntarnos a reírnos un poco en medio de tanta soledad que propone la vida. Pero no voy a decirte adiós de ninguna manera, voy a imaginar que cada vez que escuche tu voz, cantora, podré abrazarte como siempre, levantar el teléfono y decirte que estamos bien, que merced a la esperanza que indicaste podremos salir adelante, día a día. Los que te fueron a despedir hoy eran tus hermanos del alma, el pueblo al que cantaste con absoluta valentía.

¿Habrá algo más bello para nosotros que esa caricia proveniente de los que nombramos en lágrimas y dolorosos exilios? ¿Habrá alguna cosa que pueda torcer esas miradas llenas de amor, desconsuelo y ternura dirigidas a tu corazón guerrero? Alguna vez dudaste de haber llegado hasta esos corazones,
pero ya ves cuánto amor sembraste entre todos sin distinción de nacimiento.
Este campo repleto de caricias nacidas de tu pueblo es tuyo, "madraza", ésa es la cosecha que merece tu incansable lucha por los derechos y las libertades de este continente. Mi corazón que late al lado tuyo desde hace cuarenta y dos años recordará el ritmo de tu latido en los abrazos, en los besos, en las sonrisas de cada humilde, de cada hombre y mujer de esta tierra. Cuando cante habrá un pedazo tuyo en cada estrofa, una mirada tuya en cada palabra, ése será mi privilegio, el de pensar que estás a un costado del escenario apoyándome, señalando como siempre qué se debe decir, por quien luchar, para qué cantar. Gracias cantora, querida nuestra. Amorosa Mercedes.

Página|12


La artista más grande, mi amiga

Por León Gieco

Supe de Mercedes Sosa en 1965, cuando firmó, en Mendoza, el Manifiesto del Movimiento Nuevo Cancionero. Se había cansado de las canciones paisajistas y buscaba mostrar lo que pasaba en América en particular y al hombre en general. Yo todavía no había venido a Buenos Aires, era un pibe y tocaba sobre todo canciones de Jorge Cafrune o de Atahualpa Yupanqui. Recién en 1982 la conocí en persona, después de su exilio y cuando estaba preparando su gran concierto en el Teatro Ópera. Había mandado pedir canciones de Charly García y mías porque quería incursionar en un repertorio que no fuera tan folklórico. Aquella vez cantamos “Sólo le pido a Dios”, y desde entonces fuimos amigos para toda la vida.

Desde un punto de vista técnico, fue la artista más grande que yo haya conocido. No habrá ninguna igual. Vivía para la canción. Todo el tiempo estaba buscando material nuevo, vocalizando y con un músico ensayando en la casa. Y en cada cumpleaños o reunión, cantábamos. En cualquier momento estaba dispuesta a escuchar y ver nuevas propuestas. Su legado son sus discos.

Charly dijo una vez que era casi una roquera. Recuerdo un recital que hizo en Ferro donde decidió cantar 30 canciones con 30 artistas invitados. Estábamos Silvio Rodríguez, Charly, Teresa Parodi, Víctor Heredia y yo, y convocó también a los Illya Kuryaki (Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur), dos pibitos que no tenían ni 15 años. Tengo la imagen de ella, vestida con poncho, tocando el bombo, y cantando: “Argentos, argentos, argentos de cemento” y los dos pibes que le bailaban alrededor. Desde afuera veíamos todo eso con Charly y nos decíamos: “Es mucho más roquera que nosotros”. Y no la vamos a poder alcanzar nunca. Si hubo dos cantantes verdaderamente grandes, fueron Gardel y Mercedes.

Desde lo personal, fue una mujer muy generosa, muy cariñosa y muy profesional. Y a pesar de lo fuerte, de lo perfeccionista y luchadora que era, a veces la veía como a una nena, con problemas de inseguridad, que necesitaba “hacer terapia” con amigos. Para muchos de nosotros fue además como una madre, una hermana y hasta una novia. Aunque era una mujer que pasaba por diferentes estados de ánimo, en los últimos seis o siete años su salud realmente se había deteriorado mucho.
Fue conmovedor ver a la gente yendo al Congreso a darle el último adiós. Y todo fue por su propio éxito, su técnica, su empeño en mejorar, pero también la sintonía que logró con el pueblo. Son dos cosas que van en paralelo. Para la mayoría, Mercedes fue un ícono de la cultura, un ícono de la canción, y también un ícono de la democracia. Aquel recital en el Ópera en 1982, a muchos nos ayudó a entender que ése era el último coletazo de los militares.

Anécdotas tengo millones. Una vez estuvimos en Bélgica y yo sólo tenía que cantar una estrofa de “Sólo le pido a Dios”, la del futuro. Me olvidé la letra, ella me zafó y siguió cantando… y cuando me acerqué a pedirle disculpas, ella les dijo a sus músicos: “Vamos otra vez para que Leoncito cante”. Y la tocó de nuevo. Eso habla de lo maravillosa que era. Otra vez, me presentó por primera vez en Cosquín, así como Cafrune hizo con ella alguna vez. Tras el recital, me quiso pagar. Y le dije: “No Mercedes, disculpame, quien debe pagar soy yo”.

El destino me puso en Tucumán el día de su muerte. Fabián, su hijo, me dijo que tal vez la “Negra” me envió a su tierra para cantar. Lo cierto es que en un momento intenté suspender todo, pero los tucumanos se agolparon en el hotel y me pidieron que por favor no me fuera y cantara con ellos, porque también querían darle el adiós. Y que estuviera allí un amigo íntimo como yo, para muchos era una forma de despedirla todos juntos. Estábamos con Mundo Alas. Pusimos tres pantallas con fotos de ella, tocamos con su acompañamiento, y después de la actuación, pasamos la grabación que hizo la Negra hace algunos años en la misma plaza. No voy a recordarla con tristeza, porque dejó un legado enorme con sus discos, grabó con los mejores músicos del mundo, sé que hizo lo que quiso y no dejó nada en el tintero. Siempre voy a estar agradecido con la vida por haberla conocido.

Newsweek



Oro

Por Silvio Rodríguez

Quizá la había visto antes en Cuba, pero siempre me ha parecido que conocí a Mercedes Sosa en el estadio de béisbol de Santiago de los Caballeros, en la República Dominicana, una noche de diciembre de 1974. Ella se incorporaba a “Siete días con el pueblo”, un festival de canción comprometida que se venía celebrando desde hacía dos o tres jornadas. Aquella noche, las luces del estadio parecían romper la oscuridad y el pueblo reclamaba a sus cantores. En el pequeño espacio en que nos apretábamos los que esperábamos turno, me las arreglé para ubicarme al lado de ella, presentarme y decirle lo que la admiraba. Por último, azorado de mi propia locuacidad, tuve la mala pata de brindarle un trago, que rechazó arrugando la nariz. Mal comienzo, me dije.

La recuerdo otra noche, también recién llegada, en este caso a Cuba, para más señas en Casa de las Américas, ella junto a nuestra amiga común, Haydée Santamaría. Fuimos un grupito de cantores a recibirla, a gozar del privilegio de tenerla cerca por un rato. Por entonces la acompañaba un asombroso guitarrista que se llamaba Pepeto, el que, lamentablemente, no mucho después falleció. Entre Mercedes y Pepeto, más que conjunción, había un estado de gracia.

La recuerdo también en Managua, en un Festival por la Paz. Estaban Alí Primera, Chico Buarque, Isabel Parra, Daniel Viglietti, los hermanos Mejía Godoy y muchos más. Pocas veces como aquel día tuve un flujo de comunicación tan intensa con Mercedes. Fue algo extraverbal, una empatía poderosa que ocurrió entre ella y yo. Alguien que pasaba nos hizo un par de fotos que recogen un poco el momento. Siempre que las veo, me estremezco.

A principios de los años 80 me designaron para presentarla en Varadero, en uno de los dos festivales de la canción que dirigió la Nueva Trova. Y a mí, que tanto me corto en esos lances y que salgo sin guión, se me ocurrió decir que se trataba de alguien cuyo nombre era oro en la historia de la canción latinoamericana… Me acuerdo de que, mientras la ovacionaban, yo me bajé de allí con la sensación de haber dicho una estupidez, por comparar a Mercedes con el también llamado vil metal.

Hoy, con el dolor de la pérdida presente, lejos de aquel agitado Varadero, me doy cuenta de que dije lo correcto. Mercedes -como Yupanqui y Violeta- es oro sustancial de las raíces de los Andes, tesoro de nuestro patrimonio sin tiempo. Bienaventurada es Mercedes Sosa

CubaDebate


Oh, melancolía

Mercedes Sosa, la llamada “Voz de Latinoamérica”, que sobrevivió la censura de la dictadura argentina y siguió cantando con éxito hasta sus últimos días, falleció el domingo en Buenos Aires luego de dos semanas de estar hospitalizada debido a una falla cardiorrespiratoria, dijeron sus familiares. Tenía 74 años.

El estado de salud de la cantante se había deteriorado en forma aguda en los últimos tres días. Falleció poco después de las 05:00.

La intérprete de clásicos como “Gracias a la vida” y “Si se calla el cantor” falleció cuando su carrera pasaba por un buen momento: su más reciente álbum, “Cantora 1″, disfrutaba de grandes ventas y había sido postulado a tres premios Latin Grammy, que se entregan el 5 de noviembre en Las Vegas.

Por su garganta privilegiada y sus letras sin fronteras, se la conocía como “La voz de Latinoamérica”. Pero ella prefería que le dijesen “La Negra”, como la llamaban con cariño sus fieles admiradores.

Con una trayectoria de casi medio siglo, Sosa dedicó 40 álbumes al cancionero popular latinoamericano, con otros éxitos que incluyen “Será posible el sur?, “Amigos míos” y “Misa criolla”.

Nacida en la norteña San Miguel de Tucumán el 9 de julio de 1935, en un hogar humilde, desde niña empezó a sentir apego por las expresiones artísticas populares y recién salida de la adolescencia le gustaba bailar y enseñaba danzas folklóricas.

Empujada por el entusiasmo de un grupo de amigas, en octubre de 1950, cuando tenía 15 años, se animó a participar en un certamen organizado por una radio de Tucumán, a la que fue escudada tras el seudónimo de Gladys Osorio, según dice su sitio oficial.

Allí afloró su calidad como cantante, ya que triunfó en un concurso cuyo premio era un contrato por dos meses de actuación en la emisora.

“Yo no elegí cantar para la gente”, dijo Sosa en una reciente entrevista en la televisión argentina. “La vida me eligió a mí para cantar y bueno…”.

La intérprete de la obra cumbre “Gracias a la vida” recorrió su carrera marcando a fuego lo que en los años 60 se conoció como el “nuevo cancionero” latinoamericano y que tenía como impronta fundamental al compromiso social. En tal sentido, marcó un sendero que fue seguido por Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Víctor Jara, entre muchos otros.

En 1965 se hizo notar con “Romance de la muerte de Juan Lavalle”, de Ernesto Sábato y Eduardo Falú y un año después dio a conocer “Yo no canto por cantar”.

A partir de entonces enhebró una serie de éxitos como “Misa criolla”, “Será posible el sur?”, Amigos míos”, “El grito de la tierra”, “Canción con todos”, “Cuando tenga la tierra” y “La Navidad de Juanito Laguna”, entre muchos otros.

Consolidada en el podio del canto, en 1983 se conoció Mercedes Sosa”, un disco en el que registró varias canciones que llegarían a ser algunos de sus grandes éxitos: Un son para Portinari” y María María”, además de Inconsciente colectivo” de Charly García, La maza” y Unicornio”, de Silvio Rodríguez; Corazón maldito” de Violeta Parra y Me voy pa’l mollar”, junto con Margarita Palacios.

También participó de varias películas, como El Santo de la Espada”, sobre la vida del general José de San Martín, y además tuvo el significativo papel de Juana Azurduy en el filme G emes (La tierra en armas)”, ambas dirigidas por Leopoldo Torre Nilsson.

Durante su carrera paseó su voz por los principales escenarios del mundo. Cantó en Estados Unidos, primero en el Lisneer Auditorium de Washington, luego en el Parque Central de Nueva York, más tarde en el Teatro Auditorium Lakeview de Chicago. Además viajó por Europa, Australia, Canadá y América Latina.

Hizo presentaciones con algunos de los más destacados músicos latinoamericanos: Pablo Milanés, Teresa Parodi, Charly García, Fito Páez, Silvina Garré, Leonor González Mina, Lilia Vera, Beth Carvalho, Amparo Ochoa, León Gieco, Víctor Heredia, Julia Zenko, Nito Mestre, Piero, Celeste Carballo, el dúo de rap Illya Kuryaki and the Balderramas y Mariano Mores, entre otros, según su página web.

En 1972, cuando su arte sufría la constante censura impuesta por la dictadura militar, lanzó “Hasta la Victoria”, un disco con canciones cargadas de contenido social y político.

En agosto de 1976, cuando los militares ya habían dado otra vez un golpe de Estado, publicó el álbum “Mercedes Sosa”, con temas de los chilenos Víctor Jara y Pablo Neruda, la peruana Alicia Maguiña y el cubano Ignacio Villa.

La cantante era blanco de la censura en Argentina por parte de los gobiernos militares de turno porque simpatizaba con el comunismo y apoyaba a los partidos de izquierda.

En 1979, en plena dictadura militar, fue detenida sobre el escenario durante un concierto en la ciudad de La Plata. El público asistente también fue arrestado.

Días después inició un exilio en París y Madrid, hasta que en 1982 regresó a la Argentina cuando agonizaba la última dictadura militar, a la cual organismos de derechos humanos le atribuyen la muerte o desaparición de unas 30 000 personas.

Lejos de esas épocas turbulentas, “La Negra” atravesaba en estos días uno de sus mejores momentos: “Cantora 1” fue postulado a los Latin Grammy al álbum del año, mejor álbum de folklore y mejor diseño de empaque.

En este CD doble, Sosa interpretó clásicos del folklore latinoamericano junto a figuras como Shakira, Fito Páez, Gustavo Cerati, Julieta Venegas, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Lila Downs y Calle 13.

“La Negra” anunció a mediados de setiembre la suspensión de una actuación en Buenos Aires para presentar “Cantora 1”, debido a que padecía de un fuerte resfrío.

No fue la primera vez que su estado de salud la alejaba de los escenarios: en el 2003 sufrió un problema cardíaco que la obligó a retirarse por un tiempo.

(AP)


La madre tierra

La inmensa repercusión en todo el mundo que tuvo la muerte de Mercedes Sosa fue resultado de su inmenso talento, de su sensibilidad humana y de su militancia en las causas justas. Las despedidas atravesaron fronteras, idiomas y continentes. Y los homenajes, pareciera que recién empiezan. Entre todas esas voces, Radar no quería dejar de despedirla repasando su extraordinaria carrera y rememorando el origen de todo: el Movimiento del Nuevo Cancionero, del que fue voz y mascarón de proa. Un movimiento que sacó a la música argentina del anquilosamiento en que había caído el tango, un movimiento cuya influencia, en originalidad musical, en compromiso lírico y en experimentación formal, atravesó y atraviesa a generaciones de artistas y un movimiento cuyo arrojo encontró en Mercedes Sosa a su principal innovadora, cruzando fronteras hasta unir su fundante “Canción para un niño en la calle” con las letras de Calle 13.


El corazón en el PC

Por Isidoro Gilbert

Supe de Mercedes Sosa por mi amigo Bernardo Solnik. Serían fines de los ’50: él ya me había anoticiado de otro folklorista en ciernes, Horacio Guarany, que llegó con la tucumana a llenar el vacío que dejó la salida del Partido Comunista de Atahualpa Yupanqui en 1953. Bernardo activaba en el Movimiento de Partidarios de la Paz y organizaba conciertos para simpatizantes acomodados, como forma de recolectar recursos para esa entidad.

Mercedes fue generosa desde siempre con los comunistas y sus necesidades financieras. Gerardo Pignatiella, que había sido dirigente sindical de la industria automotriz y fue represaliado, le contó al autor que de los grandes festivales que la FJC organizó en la provincia de Buenos Aires durante la dictadura militar, tuvo como protagonista a Mercedes Sosa con Armando Tejada Gómez, Horacio Guarany, Daniel Toro o Víctor Heredia, entre otros. Reunieron a miles de personas y dejaron jugosos dividendos para la caja juvenil, amén de sacarlos del encierro dictatorial. En uno de ellos, en La Plata, la policía disolvió el concierto y obligó a la gran Voz a irse a cantar al exilio.

Sosa-Guarany escasamente actuando juntos, recuperaron para la izquierda su influencia en el campo del folklore, casi siempre bastión del nacionalismo y, claro, del peronismo. Yupanqui les había dado lustre a los comunistas que, extrañamente, no produjeron trabajos académicos de envergadura sobre los ritmos del interior; tampoco con el tango pese a haber contado entre sus adherentes de fierro desde Pugliese a Fulvio Salamanca. Yupanqui fue execrado cuando logró que el peronismo “le permitiera” trabajar: tuvo un costo, su alejamiento del PC, lo que motorizó iras de envergadura. Algún salvaje propuso romper sus discos. Pero llegó la Negra y los comunistas recuperaron brillo y a su Voz: en ninguna casa comunista faltó su 78 rpm, luego el larga duración o el casete. Fue una marca, tal como en los consultorios o estudios jurídicos los profesionales exhibían un Castagnino, Bruzzone y muchos nombres más, adquiridos en las míticas campañas financieras del PCA. O de los llamados “movimientos de masas”.

Conocí a Mercedes como periodista de la TASS, sea para una encuesta mundial sobre los peligros de la guerra o por algún viaje que hizo a la URSS. Tengo más grabado mi fanatismo por su canto, ir a sus conciertos, algunos de ellos inolvidables como los del teatro Opera, cuando regresó triunfante de su exilio. En los ’80, cuando Fernando Nadra rompió con el PC, la Negra lo acompañó, pero siempre cuidó recordar que el comunismo fue su partido.


Legado

Por Liliana Herrero

Mercedes Sosa es una biografía en voz cantada enlazada con un coro de voces del que surge una historia personal pero también, la historia política y cultural de las últimas décadas del país. Ambas son historias dramáticas, turbadas. Con ella estamos ante un documento extraordinario sobre nuestra historia cultural, ante un capítulo de gran relevancia de esa historia.

Cuando Mercedes hablaba como cuando cantaba, nos introducía en los verdaderos abismos que es pensar la Argentina y la conflictiva relación entre la vida popular y las vanguardias artísticas y políticas. Ese es su legado fundamental.

Los cantantes populares como ella tienen el privilegio de tocar una cuerda íntima de los pueblos. A Mercedes se le fue la vida en ello. Ese fue su oficio. Ella ha sido y será la cantante más importante de la historia de este país castigado, humillado, apenado pero anhelante de una vida digna y justa.


Canciones con fundamento

Por Armando Tejada Gomez

Esta obra no es sólo un disco: es un testimonio. Mercedes no es una cancionista al uso, es una mujer que canta. Una mujer de esta Argentina que somos. Nacida en Tucumán, trae de su tierra la autenticidad del sentimiento y en su voz, la voz innumerable de su gente, que le enseñó a cantar. Sus canciones documentan la Argentina interior. El paisaje con el hombre adentro. El hombre con la vida adentro. El trabajo, el dolor, la rebelde esperanza y la altamente desmesurada alegría de vivir. De ahí le viene ese milenario dramatismo que la hermana con la raíz de América latina. Ese extraño sonido a tierra y sangre. Un mapa palpitante asoma con su voz. El violento norte ardido por el sol. El anchuroso Cuyo de la cueca. El verde potente del clima litoral. La vida en movimiento.

Mercedes Sosa pertenece al movimiento Nuevo Cancionero, fundado en Mendoza en 1963 por la nueva generación de autores e intérpretes de la canción popular argentina, cuyo objetivo es el de convertir el auge de la canción nativa en una toma de conciencia profunda y popular, desdeñando el costumbrismo fácil y el pintoresquismo folklórico de tarjeta postal, para que la canción responda a un auténtico ser y querer ser de nuestro pueblo y sirva de vehículo de comunicación verdadero entre cada región del país y de América, en esta hora de crecimiento incontenible de nuestra personalidad nacional. Porque el cancionero pertenece inalienablemente al patrimonio cultural del pueblo y de los intérpretes y autores depende de su desarrollo.

Este es el fundamento mayor de estas canciones.

Las canciones de Norte y Cuyo le han sido acompañadas por Rodolfo Ovejero, y Ramón Ayala la ha secundado en la versión de sus tres temas incluidos en este volumen. Ahora quedan en el viento, buscando hacerse rumbo en la conciencia popular.

Desde el corazón de Mercedes Sosa, la sangre trae a diario aquella copla que aprendió en su niñez de asombro de la boca del pueblo:

“Yo no canto por cantar
ni por tener buena voz”

(Estas líneas de Tejada Gómez fueron incluidas en la edición original de Canciones con fundamento (1965), el segundo disco de Mercedes Sosa.)


En las ruinas de Cartago

Por Lucho Gonzalez

Estaba tocando con Víctor Manuel y Ana Belén en España cuando recibí una llamada sorpresiva: un guitarrista amigo, Pepete Bertiz, me dijo que dejaría de tocar con Mercedes Sosa y que estaban buscando un reemplazo. Y aunque estaba muy contento allá y en la Argentina a fines de 1975 eran tiempos ya muy difíciles, fue muy grande lo que sentí: como si al pibe que le gusta el fútbol le ofrecieran jugar de nueve en Boca. Que te llame Mercedes Sosa, para un guitarrista sudamericano, es tocar el cielo con las manos: ella es la cantante más espectacular que escuché en mi vida. Yo había tocado con Chabuca Granda y con Ana Belén, que no son cantantes del montón, pero Mercedes era un orfeón: un coro, directamente. Una emisión, una afinación y una potencia inusuales.

Toqué con ella casi un año. Empezamos con una gira, acá: fuimos primero al sur y luego al norte. Mis amigos me decían: “Fijate si debajo de la silla no hay algo que suena tic-tac, tic-tac”. Pero yo, la verdad, no era consciente de que fuera un peligro, tal era el orgullo y la maravilla de estar al lado de alguien que cantara así y que, además, fuera consecuente con lo que pensaba. La gira internacional empezó por París, en el ’76: en el primer show, organizado por el periódico comunista L’Humanité, había cien mil personas. Estábamos los dos solos en un escenario enorme, parecido a esos del rock, ella con el bombo y yo con la guitarra, y me acuerdo de haber pensado: “Y encima, me van a pagar”. Esa gira terminó en una boîte, en Río, adonde ella no había actuado nunca; como las luces dan de frente, pasan dos temas hasta que te acostumbrás y ves al público. Pero de a poco fui descubriendo que en primera fila estaban Vinicius, Tom Jobim, Milton Nascimento, Ellis Regina: todos la habían ido a ver.

Mercedes diversificó sus estilos de canto porque le gustaba encarar otros desafíos musicales, no porque el folklore le quedara chico. Era muy tesonera y se apasionaba, se enamoraba de las canciones. En aquel momento ya hacía “Los mareados”, o alguna canción de Chabuca, o “Palabras para Julia”, de Goytisolo. Cuando volvió del exilio, en el ’82, cantaba a León, a Víctor Heredia: quiso ampliar mucho su espectro y así llegó a Charly, al rock. Si admiraba a alguien quería ser amiga, mostrarle que lo bancaba; se preocupaba por lo personal, se metía en lo que le importaba, te podía pegar un reto si te veía en un renuncie. Era una madraza.

Aquella gira duró siete meses por distintas ciudades de Europa y el norte de Africa. Me acuerdo que en un recital multitudinario en Alemania cantó seis temas en un marco muy prolijo, estricto; al terminar nos fuimos y el público empezó a patear. “Ay, no les gustó”, me dijo, llorosa. El organizador le explicó que aquello era absolutamente inusual y le pidió por favor que siguiera. Cosas así, todo el tiempo, en cada sitio. En las ruinas de Cartago una gentecita petisa, morochita, se acercó llorando cuando terminó. Ahí me di cuenta de que esto de la música es un idioma en serio, que no necesita palabras y que produce sensaciones universales. Que cualquiera que respirara sobre este planeta podía caer, sucumbido, ante una manifestación artística como la que Mercedes ofrecía. En todos lados era igual: un deleite, una pasión, unas caras de respeto y admiración. Era maravillosa.

(Testimonio recogido por AB)

Radar, suplemento de Página|12, 11/10/09