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Vísperas
(Prólogo al libro “Generación Argentina de 1940: grandeza y frustración” de
Juan W. Wally. Editorial Dunken)
Por Francisco José Pestanha
fpestanha@hotmail.com
"Habíamos contribuido a la maduración de un
pensamiento nacional que sólo esperaba el momento histórico y su conducción
para manifestarse".
Arturo Jauretche
En un breve ensayo que publicara recientemente el mensuario “La memoria de
Nuestro Pueblo”, procuré exponer ceñidamente una idea sobre la que vengo
cavilando hace tiempo, y que proclama que la magnitud de la revolución
política operada a partir del 17 de octubre de 1945, no puede ser cabalmente
comprendida si no se la ubica en el contexto de la revolución cultural
acontecida en las décadas precedentes. En dicho texto confesé, además, que
el escasamente difundido trabajo de Juan Waldemar Wally “Generación de 1940:
Grandeza y frustración”, con el que providencialmente había tropezado un par
de años atrás, me había servido de puntapié inicial para elaborar tal
hipótesis.
Dicho tropiezo se produce cuando, ciertamente afligido por un ambiente
histórico caracterizado por el desasosiego, el hastío y la incertidumbre,
retomo los estudios sobre algunos autores vinculados con aquella modalidad
epistemológica que Fermín Chávez definió como Pensamiento Nacional. Abocado
a tal tarea, y restablecido para siempre el persuasivo vínculo que me uniera
a Raúl Scalabrini Ortiz, patriota, literato y norte ideológico de FORJA
siento, imperiosamente, la necesidad de indagar con mayor precisión esa
notable progenie a la que perteneciera el correntino. Fue entonces, en ese
ámbito de exploración y gracias a la Internet, herramienta de
potencialidades aún desconocidas en materia de información y comunicación,
que fui a dar con el trabajo de Wally.
Poco tiempo transcurrió entre que el autor de esta obra y quien les escribe
estableciéramos ese primer contacto virtual, transmutado luego en tertulia
telefónica. El primer encuentro personal se produce en aquella Primera
Jornada sobre el Pensamiento Nacional organizada junto al amigo Luis Launay
en noviembre de 2004. Allí, un breve pero muy enriquecedor intercambio de
opiniones respecto del trabajo en cuestión, me permitió reorientar mis
indagaciones.
La obra que Juan W. Wally me honra en prologar tiene, para quien les
escribe, una virtud que probablemente sólo podamos ponderar en su real
dimensión aquellos que nos dedicamos a indagar en la historia. Y permítaseme
decir que la de Juan es, precisamente, el tipo de exploración que suele dar
en la tecla. Adentrándose con una notable intuición en una cuestión que
suele ser llamativamente soslayada por nuestra intelligentzia, Wally pone en
evidencia, en el presente ensayo, una cuestión que pocos o quizás nadie
había acreditado hasta entonces, al menos de una forma tan precisa, tan
clara y tan explícita. Me refiero a la íntima relación que sugiere entre la
revolución estético cultural protagonizada por la generación décima, y los
componentes y caracteres esenciales del movimiento peronista.
Centrado esencialmente en la labor artística, estética y cultural de una
progenie que define como “generación argentina de 1940” (constituida por
hombres y mujeres nacidos entre 1888 y 1902), Wally sostiene que nos
encontramos, sin lugar a dudas, ante un grupo humano que constituyó una de
las mayores riquezas de nuestra historia reciente, y que a partir de su
lúcida, creativa y comprometida obra protagonizo, a partir del año 1940,
“una gran transformación económico-social” teniendo a la “justicia social” y
a la “soberanía integral” como valores dominantes en el marco de una
magnifica “revalorización de nuestras raíces culturales”. Esta generación
“décima” tiene, para Wally, su etapa de formación entre 1910 y 1925, de
expresión entre 1925 y 1940 y de gestión entre 1940 y 1955.
Entre las ideas fuerza que el autor resalta como caracteres esenciales hay
en su obra dos que, a mi criterio, merecen especial atención. En primer
lugar, el hecho de que esa generación conciba e impulse una profunda
revolución estética promoviendo “una ruptura con las formas consagradas, a
partir de una nueva sensibilidad”. Para fundar tal aseveración, Wally
retrata especialmente a una corriente literaria que produjo diversas
publicaciones entre las cuales sobresale Martín Fierro, órgano de difusión
que constituye la “expresión de un vigoroso y pluralista movimiento cultural
generacional con el vanguardismo literario. Jorge Luís Borges, Leopoldo
Maréchal, Oliverio Girondo, Ernesto Palacio, Eduardo González Lanuza,
Conrado Nalé Roxlo, Francisco Luis Bernárdez entre otros. Scalabrini Ortíz,
Armando y Enrique Santos Discépolo tendrán afinidades con esa publicación”.
Coexistiendo con este círculo, otro grupo, reunirá a socialistas, comunistas
y anarquistas, entre ellos, Álvaro Yunque, Elías Castelnuovo, Roberto Arlt,
Nicolás Olivari, Armando Cascella, Enrique González Tuñón, quienes
expresaran “la revolución política, aunque a través de formas tradicionales
(realismo, naturalismo)”. Mas allá de los interrogantes planteados por
algunas figuras de la época respecto a la real conformación de ambos grupos,
lo cierto es que la sola mención de los autores y la vigencia de sus obras,
nos exime de cualquier comentario respecto de su importancia e originalidad.
Cabe señalar además, como lo demuestra Wally, que esta explosión estética
ejemplificada con la referencia al acontecer literario, en manera alguna se
circunscribirá a lo retórico sino que se expandirá a todas y cada una de las
expresiones artísticas, sea a partir de una legítima aspiración que responda
a factores endógenos, sea a partir de la adaptación de orientaciones
provenientes del afuera.
Por otro lado, la revolución estética a la que refiere Wally no se ciñó a
una simple travesura orientada hacia el quebrantamiento de las formas sino
que, probablemente y debido a las condiciones políticas, sociales y
económicas de la época, se extendió hacia el sustrato cultural promoviendo
un auténtico nacionalismo cultural. En mi opinión, hay al menos al menos
tres factores que incidieron en tal fenómeno: las condiciones de desigualdad
existentes en la relación bilateral de nuestro país con el Reino Unido de
Gran Bretaña, la existencia de una oligarquía displicente e insensible
respecto al componente étnico – cultural nativo, y el entonces creciente y
activo aluvión inmigratorio.
Wally sostiene, certeramente, que durante el período bajo análisis se
produce “una revalorización de la cultura hispano criolla - ya iniciada
principalmente por Manuel Gálvez y Ricardo Rojas - y más concretamente a
partir del rescate del prototipo gaucho del Martín Fierro por Leopoldo
Lugones”. Por su parte, Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, probarán
fehacientemente que “nuestra dependencia económica está estrecha y
sólidamente imbricada con nuestra dependencia cultural”. El espíritu de la
tierra del que habla Scalabrini, así como el mito gaucho de Carlos Astrada,
y la original revalorización del Martín Fierro de Leopoldo Maréchal,
constituyen para nuestro autor “jalones literarios que marcan una actitud
vital generacional frente a la tradicional anglofilia y francofilia de las
clases dirigentes tradicionales”. A todo ello se sumarán, entre otras, “Las
denuncias del imperialismo y la oligarquía vernácula de los hermanos Rodolfo
y Julio Irazusta, Ernesto Palacio, Raúl Scalabrini Ortiz, Ramón Doll, Diego
Luis Molinari y José Luís Torres” así como el “movimiento del revisionismo
histórico que tiene como sus adalides a los ya mencionados hermanos Irazusta
y Ernesto Palacio; el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de
Rosas será fundado en 1938″.
La revolución estética y el nacionalismo cultural se expresarán, entonces, a
través de una innumerable cantidad de obras y artistas en todos los campos
del quehacer estético - cultural. En este sentido, el trabajo de nuestro
autor, tiene la especial virtud de contener una medulosa y representativa
enumeración de esos dominios, permitiendo al lector adquirir cabal e
inmediata comprensión del fenómeno. “Los bellos paisajes de La Boca de
Benito Quinquela Martín y los motivos camperos de las caricaturas de
Florencio Molina Campos que conectarán la belleza visual con el sentimiento
popular”; el desarrollo de la música popular argentina a través de la obra
“de Carlos Gardel, Ignacio Corsini, Agustín Magaldi, Azucena Maizani, Rosita
Quiroga, Celedonio Flores, Francisco Canaro, Pascual Contursi, Enrique
Cadícamo y Enrique Santos Discépolo; el ímpetu prodigioso de teatro nacional
que tendrá “a Armando Discépolo, Alberto Vacarezza, Samuel Eichelbaum, Luis
Arata, entre otros, su destacados cultores”, y, finalmente la revalorización
del folklore a partir de la obra de Juan Alfonso Carrizo y Carlos Vega serán
expresiones diferentes de un mismo fenómenos que se constituirán en
verdaderos hitos culturales del país.
Cabría señalar acá que el hecho de haber protagonizado un fenómeno tan
potente como el que describe este ensayo no significa que el itinerario
político de los integrantes de esta generación haya sido homogéneo, y menos
aún, su actitud frente al primer peronismo. La influencia de un proceso
cultural tan poderoso como el que nos ocupa excede, y es lógico que así sea,
la propia posición de sus protagonistas. Sin embargo, desde una
desapasionada lectura de la obra, y ubicado en una perspectiva que
claramente se enlaza con la del autor surge, naturalmente, que la influencia
de la generación décima resulta decisiva para los acontecimientos sociales y
políticos que ocurrieron a mitad del siglo pasado, en particular para el
surgimiento del movimiento nacional que condujera Juan Domingo Perón. En
síntesis, queda claro que Wally acredita, con una claridad meridiana, que
desde los albores del siglo pasado comienza a gestarse un movimiento
estético – cultural, profundamente revolucionario, que sin lugar a dudas
tuvo profundas y muy significativas incidencias en el dominio de lo
político.
De ahí nuestra proposición de que la revolución estético - cultural precede
a la revolución política, a la que le otorga un sentido y contenido
específicos. La labor interpretativa de este proceso estuvo, como queda
acreditado en los tres volúmenes de “FORJA, 70 años de Pensamiento Nacional,
editados por la Corporación Buenos Aires Sur, en las manos de la Fuerza de
Orientación Radical para la Joven Argentina (F.O.R.J.A) y de otras
luminarias de la talla de José Luís Torres, Ramón Doll, los hermanos
Irazusta, Manuel Ortiz Pereyra, componentes de esta generación, quienes al
llevar al campo de la literatura política los grandes lineamientos de la
convulsión cultural, se transformaron en cultores de un verdadero
protoperonismo, que excedió, inclusive, sus propias expectativas y
aspiraciones.
Las afirmaciones precedentes encuentran sustento, además, en aquel
interrogante que circulara en los ambientes filosóficos locales de la época;
la pregunta por la Argentina, la incógnita por nuestra identidad, que no
sólo representaba la indagación en nuestra tradición en el sentido de
configuración ontológica de nuestro pasado, sino también la demarcación de
un universo de pertenencia y de sustento para nuestro futuro.
El recientemente desaparecido Fermín Chávez, en clara sintonía con esta
afirmación, nos legó una tesis sustantiva que afirma que “Las crisis
argentinas son primero ontológicas, después éticas, políticas,
epistemológicas, y recién por último, económicas”. Esta afirmación, que obra
como orientación vital para mis indagaciones, retoma un interrogante de la
época que hoy sigue cobrando notoria actualidad. Gerardo Oviedo , con
certeza advierte que el pensamiento filosófico argentino de aquellos
tiempos, implicaba “un estado crítico de autorreflexión sobre los destinos
emancipatorios de esta nación sudamericana y del continente. Cierta
conciencia de si. Una autorreflexión histórico intelectual, no sólo como un
modo de encarar la prosecución de una tradición, sino como práctica para
esbozar un horizonte de comprensión sobre nuestras expectativas vitales como
mundo cultural y comunidad política”. Coriolano Alberini citado por el mismo
Oviedo advertía, por su parte, que en ese momento histórico “Los pueblos de
vocación ciudadana poseen una manera propia y espontánea de sentir la vida
que se corporiza en creencias que llegan a expresar intuitivamente una
axiología colectiva”, y Carlos Astrada, otro integrante de aquella notoria
generación sentenciaba que: “El pueblo auténtico es una unidad de destino
prospectiva, dinámica, deviniente en pos de estructuras que lo interpreten y
le dan forma consistente de comunidad histórica, de fines claramente
marcados y de medios excogitados con acierto. El pueblo cuando existe
políticamente de verdad, es siempre la evolución o la revolución económica,
social y política y así crea sus propias estructuras, dentro de las que ha
de encauzar su vida y sus realizaciones". Estas afirmaciones, sin duda,
refuerzan aún más la idea que fue objeto del ensayo mencionado al comenzar
este prólogo, así como la enorme importancia que tiene el texto que Juan W.
Wally presenta hoy en sociedad, para fundamentar nuevos hallazgos en esta
línea de pensamiento.
Cabe advertir, para finalizar, que el valor del derrotero propuesto por
Wally no se circunscribe a las conjeturas que se puedan hacer respecto de
nuestro pasado. Cobra hoy notoria actualidad por que ejemplifica cómo una
nación especifica ha reencauzado su destino a partir de la intuición de una
generación que inicialmente se expresaba a partir de la producción
artística. En tal sentido, venimos observando que nuevas generaciones
impulsadas por razones similares a las de aquellos hombres y mujeres, y
otras vinculadas a su propio derrotero histórico, se encuentran hoy en
condiciones de generar, forma y gestionar un movimiento de alto contenido
estético, cultural y nacional.
Quiera el país que esa “nueva sensibilidad” que iluminó el espíritu de la
generación décima forjando una conciencia nacional y popular, irradie el de
nuestras futuras generaciones y las impulse hacia los cimientos de un
destino nacional más justo y autosuficiente.
Quiera además, el país, que textos como el que hoy nos ofrenda Juan Waldemar
Wally, proliferen y contribuyan a guiar a esas generaciones en su búsqueda
ontológica; haciéndolos concientes de sus indudables potencialidades para
explorar y cimentar nuestra identidad nacional.
Notas:
Oviedo Gerardo; “Historia Autóctona de las ideas filosóficas y autonomismo
intelectual: sobre la herencia del siglo XX”.
www.labiblioteca.edu.ar
Alberini, Coriolano; “La cultura filosófica argentina” citado por Oviedo
Gerardo; “Historia Autóctona de las ideas filosóficas y autonomismo
intelectual: sobre la herencia del siglo XX.
www.labiblioteca.edu.ar
www.elortiba.org
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