Elija a su “gorila” propio
Todo el mundo debe tener uno.
Por Roberto Bardini (Bambú Press)
Tras el golpe cívico-militar que el 16 de septiembre de 1955 derroca al
general Juan Perón, se “borran” casi todos los jerarcas que no han sido
encarcelados. Muchos se quitan el escudito peronista de las solapas,
descuelgan los retratos de Perón y Evita, esconden carnets de afiliados,
queman banderines, diplomas y certificados que los puedan vincular con el
gobierno constitucional depuesto.
En enero de 1956, Perón redacta las “Directivas Generales para todos los
Peronistas” y da instrucciones para la Resistencia.
Este primer documento sobre la Resistencia llega al país en febrero y
enumera una serie de actividades para desgastar a la dictadura del general
Pedro Aramburu y el contralmirante Isaac Rojas: “Es menester no dar tregua a
la tiranía. El trabajo a desgano, el bajo rendimiento, el sabotaje, la
huelga, el paro, el desorden, la lucha activa por todos los medios y en todo
lugar debe ser la regla”.
Tres letras pintadas en las paredes
Al comienzo de 1956 ya existe en el desarticulado peronismo la decisión de
resistir por todos los medios a la “revolución libertadora”. Hemos cometido el
error de creer que una
revolución social podría realizarse incruentamente. La reacción nos ha
demostrado que estábamos equivocados y hemos pagado un caro precio por
nuestro humanitarismo. […] Ello impone: luchar con la dictadura mediante la
resistencia pasiva hasta que se debilite, al calor de la
lucha surgen nuevos liderazgos políticos y sindicales, espontáneos y
desorganizados pero combativos. También hay un trasvasamiento generacional.
La mayor parte de los viejos funcionarios peronistas quedan al margen: están
en la cárcel o buscaron refugio en otros países, han perdido la mística o
claudicaron.
“Los dirigentes nos han defraudado, los políticos nos han engañado, los
intelectuales nos han olvidado”, resume en octubre de 1955 el primer número
de Crisol del Litoral, una hoja semiclandestina editada por trabajadores del
puerto de Santa Fe. Y en el número cuatro, de diciembre, afirma: “La
dinámica social está en nosotros, en nuestros pechos, nuestros músculos,
nuestras manos”.
El sentimiento de esos pechos impulsa la acción de muchas manos. Y de
pronto, en los muros de algunos barrios de Buenos Aires aparecen tres letras
pintadas con tiza o carbón: GRM.
Una anécdota explica el significado de la sigla. En Documentos de la
Resistencia Peronista, Roberto Baschetti cuenta lo que le ocurrió a Coco, un
trabajador al que la “libertadora” despidió de Correos y que en su juventud
había sido campeón de levantamiento de pesas. Los “comandos civiles” lo
apresan y encuentran en uno de los bolsillos un papelito arrugado con las
letras GRM garabateadas. Piensan que son las iniciales de alguien y
comienzan a interrogarlo a las trompadas. Entre golpe y golpe, le preguntan
quién es el contacto, cuándo se iba a encontrar con él, en qué lugar. Y
Coco, que pesa 160 kilos, aguanta. Los “libertadores” lo muelen a puñetazos,
pero él no dice nada.
GRM quería decir, se supo después, “Generar Resistencia Masiva”.
Desde el filonazi hasta el protozurdo
“No teníamos armas, no podíamos hablar, ni votar, ni hacer nada. No teníamos
explosivos; el sabotaje era la única manera que teníamos de enfrentar a esta
banda que nos explotaba. No teníamos libertad de prensa, nada. No podíamos
tener ni siquiera una foto de Perón en nuestras casas. Así que recurrimos a
los «caños»”. El testimonio es de Juan Carlos Brid, comando de la
Resistencia Peronista, y lo cita el historiador británico Daniel James en
Resistencia e integración, publicado con respaldo de la Universidad de
Cambridge.
Apodado “El alámbrico” por sus compañeros, Brid era de Tigre. Había estado
exiliado en Montevideo, realizó operaciones de sabotaje en el norte del Gran
Buenos Aires y era una de las obsesiones de los servicios de inteligencia de
la “libertadora”, que lo buscaron durante siete años pero nunca pudieron
atraparlo.
[Esa faena la logra varios años más tarde el régimen cívico-militar
instaurado el 24 de marzo de 1976. Una patota del Grupo de Tareas 100, de la
Fuerza Aérea, captura al militante peronista en noviembre del año siguiente
en San Fernando, lo mantiene prisionero en el centro de detención
clandestino conocido como Mansión Seré, en Morón, y finalmente lo asesina].
Los “caños” son explosivos artesanales. Consisten en tubos rellenos con
trotyl, gelinita o pólvora y tuercas, provistos de un sistema elemental de
detonación retardada. La mayoría de las veces, representan más peligro para
quien los coloca que para el objetivo del ataque. Los resistentes se
esfuerzan para que la explosión sólo produzca daños materiales, sin provocar
muertes.
Los comandos se la Resistencia Peronista son pequeños grupos creados
espontáneamente en casi todo el país, en la mayoría de los casos sin
relación entre sí. Están organizados por dirigentes de segunda y tercera
línea que se han salvado de caer en prisión, precisamente, por no ser muy
conocidos. Al comienzo, sus células están integradas por amigos de barrio,
de café y de esquina, por obreros, empleados de comercio, ex militantes de
la Alianza Libertadora Nacionalista, militares dados de baja y, en
ocasiones, policías.
Los periódicos informan, por ejemplo, que en Paraná (Entre Ríos), la policía
ha arrestado en febrero de 1956 a cuatro hombres acusados de pintar con
carbón leyendas en las paredes, intentar prender fuego un depósito de
cereales, quemar vagones de trenes y planificar el incendio de un local de
la Unión Cívica Radical. Formaban el grupo un chofer de camión, un
trabajador ferroviario y dos individuos más, todos de “condición humilde”.
Los comandos son una muestra de la composición social del peronismo. Otra
célula, desbaratada ese mes en Pergamino estaba integrada por un médico, un
subinspector de policía, un contratista de construcción y un ex dirigente de
la CGT local. Por esas fechas, se sabe que en Junín funciona un comando de
sólo tres personas: el ex intendente, un capataz de ferrocarril y un aviador
civil.
“Lo popular, lo obrero, lo negro, lo antiimperialista era lo peronista... Y
el peronismo resistente obviaba cualquier diferencia interna. Así luchaban
codo con codo, desde el filonazi hasta el protozurdo”, resume el semanario
Primera Plana en mayo de 1972. De ese modo, la Resistencia Pronista le
responde a la “revolución libertadora”.
Cuando llegue la hora...
La revista Militancia reproduce el 20 de junio de 1973 el relato de Fermín
Jeanneret, miembro de un comando: “Poníamos «caños» desde el primer momento.
No estábamos acostumbrados a esa clase de lucha, cuantimás un 38 corto y
rajar a pata. Si hasta había veces que salíamos con cachiporras nada más.
[...] Al principio teníamos las casas contadas y la gente no entendía. [...]
La gente decía que volvían otra vez los salteadores de caminos, los
asaltantes. [...] Poníamos «caños» a montones. Y te digo: a veces para nada,
para hacer ruido nada más”.
[Jeanneret, ex militante de la Alianza Libertadora Nacionalista, era de
Quilmes. Fue secuestrado el 6 de abril de 1977 y posteriormente asesinado.
Tenía 68 años].
La Resistencia es anárquica, pero evita el atentado personal. Las bombas de
los comandos a mediados de los años 50, contrariamente a lo que sucederá a
comienzos de los 70, no buscan matar ni herir.
Los artefactos no tienen gran poder explosivo y se colocan en locales
partidarios antiperonistas, centros de producción, vías de ferrocarril,
refinerías de petróleo, tanques de combustible, puentes. A pesar del odio al
adversario, se conserva el respeto por la vida. Pero los estallidos sacuden
la noche en muchas ciudades del país y generan intranquilidad entre los
“vencedores”. A eso se suma el trabajo a desgano, el sabotaje en las
fábricas y usinas, la rotura de maquinarias, los cortocircuitos eléctricos
en las empresas, la destrucción de señales viales, el derroche de energía,
gas y agua.
Juan Vigo, un destacado activista de aquellos años, publica en 1973 su libro
La vida por Perón: crónicas de la Resistencia y calcula que en abril de 1956
existían en el Gran Buenos Aires más de 200 comandos, de los que formaban
parte alrededor de diez mil hombres. Estas células no constituían grupos
guerrilleros como los que surgieron en los años 70. Distaban mucho de ser un
encuadramiento político-militar y sus miembros carecían de la disciplina y
el entrenamiento que caracterizará, más tarde, a las organizaciones armadas.
La respuesta obrera, traducida en números, la resume Richard Gillespie en su
libro Soldados de Perón: cinco millones de jornadas de trabajo perdidas en
las huelgas de 1956, más de seis millones en 1958 y más de once millones en
1959. Esas cifras nunca se repetirán en la historia argentina del siglo
veinte y, mucho menos, en lo va del veintiuno.
A veces, la Resistencia recurre al humor. En 1957 circula en Rosario una
hoja barrial: Juancito. El nombre cumple un doble propósito: evoca
cariñosamente a Perón y apela a los muchachos del barrio, los “Juan Pueblo”.
En septiembre, bajo el título “Todo el mundo debe tener uno”, Juancito
convoca a los peronistas a seleccionar su “gorila” propio:
“Elíjalo en su club o dondequiera, cuídelo, pero sea un poco perverso, haga
su vida divertida. Cualquier cosa servirá; rompa sus ventanas, haga pis en
su jardín, mándele notas anónimas, haga sonar su timbre a las tres de la
mañana. Cuando llegue la hora indicada, el hijo de puta sabrá que es un
hombre marcado”.
“Perturbadores transformados en criminales”
En la madrugada del 22 de febrero de 1956, militantes peronistas hacen
estallar el polvorín del la Fábrica Militar de Materiales de Comunicaciones,
cerca de la estación ferroviaria de Migueletes, en el Gran Buenos Aires. La
acción no causa víctimas, pero genera conmoción entre los “vencedores”. La
“libertadora” se indigna a través de la cadena oficial; los diarios
simpatizantes del régimen le hacen eco.
El mismo día, Clarín –fundado en agosto de 1945 por el abogado y ex diputado
socialista Roberto Noble– condena las instrucciones de Perón y exige mano
dura contra “perturbadores” y “criminales”:
“Las versiones que acerca de inminentes actos de sabotaje venían circulando
en los últimos días no sólo verbalmente, sino también en misivas que
contenían una incitación a cometerlos, firmados apócrifa o realmente por el
mandatario depuesto, han tenido trágica confirmación en los primeros minutos
de hoy [...]. Lo realizaron acatando órdenes, directas o indirectas, de
quien durante diez años de tiranía simuló ser protector de las clases
modestas [...]. Nosotros, que nos enrolamos patrióticamente en las filas de
la Revolución Libertadora, nos sentimos orgullosos de lo que se ha
calificado de tolerancia del gobierno con los perturbadores, transformados
ahora en criminales [...]. Basta ya de complacencias, basta ya de
tolerancias con quienes, guiados por instintos primarios apelan a este
crimen de lesa humanidad para quitar a sus hermanos la paz, la justicia y la
libertad [...]. Basta pues, que el gobierno proceda desde hoy con el máximo
rigor”.
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