La doctrina en Perón

“El que no tiene buena cabeza para prever, ha de tener buenas espaldas para aguantar” - Juan Domingo Perón

Por Francisco José Pestanha

Una breve descripción de las condiciones en las que asumió el primer peronismo la conducción del estado, pueden orientarnos inicialmente en la indagación respecto a la idea de doctrina que lo nutrió. Quien mejor que el mismísimo Perón para hacerla:

“En 1946, cuando nos hicimos cargo del gobierno, el panorama que se me presentó a mí, un hombre acostumbrado a realizar trabajos orgánicos fue pavoroso. Llegaba de golpe a un gobierno sin ninguna planificación y sin ninguna organización. Como digo, yo era un hombre racionalmente acostumbrado a encarar la solución mediante estudios previos, estudios bases, planes, etc., y se me presentó el terrible dilema de planificar por realizar. Si hubiera planificado todavía estaría pensando que deberá hacerse en el primer plan quinquenal, aún después de haber terminado el primer gobierno. Realizar sin planificar siempre resulta una tarea un poco irracional y hasta a veces anacrónica”

Pero esto no es todo, en la misma oportunidad el mandatario señaló que: “en cuanto a la organización, no puede nadie negar que nuestro pueblo estaba totalmente desorganizado. Las fuerzas naturales de la organización (…) no se habían realizado en nuestro pueblo, sino alrededor de círculos o intereses que no es lo racional para la organización de una Nación y menos de un Pueblo. El Estado estaba total y absolutamente desorganizado como consecuencia de haber mantenido una vieja organización que pudo haber respondido hace cien años pero que ahora ya no respondía a las necesidades del momento y menos en una época inminentemente técnica en la organización, en la administración, y en el gobierno. (...) Hubo que organizar el gobierno y después el estado Frente a ese problema se presentó, como previo a todo, organizar el gobierno; después organizar el Estado” .

A Perón no lo seducían las ideologías entendidas como formulaciones teóricas de pretendida validez universal sin un anclaje comprobado en la realidad concreta. Prefería conformar una doctrina realizable que, inclusive, pudiera lograr cierta armonía entre opuestos . Las condiciones históricas descriptas, sumadas a su propia experiencia y formación, llevaron a Perón a concebir a las doctrinas como “exposiciones sintéticas de grandes líneas de orientación”, que representan “en sí, y en su propia síntesis, solamente el enunciado de innumerables problemas; pero la solución de esos problemas, realizada por el examen analítico de los mismos, no puede formar cuerpo en esa doctrina sin que constituya toda una teoría de la doctrina misma” .

Para el conductor del justicialismo, una doctrina sin la teoría que la fundamente resultaba incompleta, pero una teoría que no contemplara realizaciones concretas resultaba inútil. El círculo para él cerraba de forma tal, que la teoría se enseñaba, la doctrina se inculcaba, y el desafío consistía en llevar a ambas a la práctica. La realidad nutre a la teoría, y la teoría nutre a la realidad.

En ese orden de ideas, puede decirse que el entonces presidente se sitúa dentro de aquellos que sostienen que toda doctrina presupone de un fundamento anterior de orden filosófico, el que a la vez por su núcleo de conexidad con la realidad, viabiliza intervenciones plausibles y eficaces. Cabe entonces establecer una claro paralelismo entre tal formulación y aquella máxima jauretchena que se planteaba partir un interrogante que engloba dos alternativas: ¿especular sobre razones o razonar sobre realidades?

Ambos, entonces, se inclinan por la segunda opción, es decir, la que vincula intrínsecamente la actividad cognoscente e intelectiva del sujeto con una realidad exterior. Esta mirada filosófico–política distancia a Perón de aquella concepción iluminista tan característica de las élites intelectuales de la época, ideología que para autores como Fermín Chávez, fue exportada por Europa y aceptada a libro cerrado por nuestras academias. Para el autor, el iluminismo constituyó una verdadera ideología a-histórica de la dependencia, que llevó a muchos intelectuales argentinos a pensar un país nacido de la razón, a “imagen y semejanza de los modelos propuestos por las teorías europeas”.

Perón, en igual línea de razonamiento, concebía al iluminismo de importación como una fuga, ya que para él la apelación a la utopía con frecuencia “es un cómodo pretexto cuando se quiere rehuir las tareas concretas y refugiarse en un mundo imaginario; vivir en un futuro hipotético significa deponer las responsabilidades inmediatas ”. Conciente del fenómeno de importación ideológica, enseñaba además que en nuestro país existió “una larga tradición en esto de importar ideologías, ya sea en forma parcial o total (…) es contra esa actitud que ha debido enfrentarse permanentemente nuestra conciencia. Las bases fértiles para la concepción de una ideología nacional coherente con nuestro espíritu argentino, han surgido del mismo seno de nuestra patria. El pueblo, fuente de permanente creación y auto perfeccionamiento, estaba preparado desde hacía ya muchos años para conformar una ideología nacional, social y cristiana. ”

Como fórmula contrapuesta al iluminismo de importación, Perón planteaba un tipo de realismo político que enunciaba fervorosamente con aquella famosa máxima (“La única verdad es la realidad”), sentencia que presupone el principio de continuidad y preeminencia del fenómeno socio- cultural e histórico. Hay “que llegar a la realidad de alguna manera y de allí afirmar las conclusiones”, sentenciaba Perón advirtiendo además que “nuestro modelo político propone el ideal no utópico de realizar dos tareas permanentes: acercar la realidad al ideal y revisar la validez de ese ideal para mantenerlo abierto a la realidad del futuro” . El jefe del peronismo concibe además a la doctrina como un instrumento orientador hacia fines, a tal punto que alegaba que toda nación debe poseer una doctrina, que es el punto de partida de la organización de una colectividad.

En relación a los elementos que componen un compendio doctrinario determinado resulta particularmente sugestiva la siguiente afirmación extraída del libro Conducción Política: “Las doctrinas no son eternas sino en sus grandes principios, pero es necesario ir adaptándolas a los tiempos, al progreso y a las necesidades (...) una doctrina hoy excelente puede resultar un anacronismo dentro de pocos años, a fuerza de no evolucionar y de no adaptarse a las nuevas necesidades, y ello influye en la propia doctrina, porque una verdad que hoy nos parece incontrovertible, quizá dentro de pocos años resulte una cosa totalmente fuera de lugar, fuera de tiempo y fuera de circunstancias” . De tal formulación se desprende que para Perón, ciertos cambios que se operan en la realidad pueden determinar la alteración, modificación, o adecuación de algunos componentes doctrinarios, sin dejar de tener en cuenta que más allá de tal circunstancia, existen para él ciertos principios inmutables se constituyen en verdaderos límites filosóficos y políticos a las alteraciones que la realidad determina.

En sintonía con lo expuesto, bien cabe compartir entonces la reflexión que sostiene que “el objetivo de lo que se ha llamado la doctrina nacional ha sido el constituir una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Ello supone que, en lo externo, se guíe por el principio de las nacionalidades, sostenga la autodeterminación de los pueblos políticamente constituidos y postule una tercera posición que supere al capitalismo liberal y el comunismo marxista. En lo interno, a su vez, tiene como meta la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación, lo que técnicamente se denomina el bien común general, al que se accede a través de la organización de la Comunidad. ¿Qué quiere decir esto? Que no puede lograrse el bien común de la nación si no se establece un régimen en el que todas las unidades que la integran puedan conseguir su propio bien, su objetivo específico” .

Surgen de los párrafos precedentes algunos de los principios inmutables de nítida orientación nacional y humanista, que se constituyen en verdaderos límites doctrinarios a las determinaciones que estipula la realidad. Tales principios emergen además de las mismas palabras de Perón: “La Justicia social, la Independencia económica y la Soberanía del Estado no pueden ser negadas por ningún argentino; y no solamente negadas ni discutidas, porque cuando se trata de la justicia, cuando se trata de la libertad y cuando se trata de la soberanía no puede haber discusión en contra de la Nación” (…) Nosotros hemos cristalizado como doctrina nacional nuestras tres banderas, que no pueden arriarse por otro que no sea un traidor a la Patria” ” .

El proceso de elaboración e interpretación doctrinaria para Perón no puede quedar librado a la heterogeneidad de interpretaciones de los hombres en forma individual, sino, por el contrario, dicha labor debe constituirse en una empresa colectiva. Para el fundador del justicialismo, las doctrinas no se constituyen exclusivamente con expresiones provenientes del saber o del genio del conductor o de una determinada elite. Para su formulación o reformulación se requieren de instancias colectivas de debate e interpretación tendientes a obtener una unidad de concepción que, a la vez de forjar formulaciones doctrinarias comunes, propugne acciones prácticas para operar sobre la realidad concreta.

Este mecanismo verdaderamente compuesto de elaboración doctrinaria es enunciado por el conductor del justicialismo de la siguiente forma: “nosotros hemos concebido una doctrina y la hemos ejecutado, y después la hemos escrito y la hemos presentado a la consideración de todos los argentinos. Pero esa doctrina no está suficientemente desarrollada. Es sólo el enunciado, en forma sintética, del contenido integral de la doctrina. Será función de cada uno de los justicialistas argentinos, a lo largo del tiempo, ir poniendo su colaboración permanente hasta desarrollar el último detalle de esa doctrina, para presentar también, finalmente, una doctrina más sintética que la nuestra, más completa que la nuestra” - y además – “la doctrina nacional puede ser discutida, pero debe ser aplicada porque algo tenemos que hacer. Discutirla para perfeccionarla, pero aplicarla, porque el que no aplica una doctrina que se ha creado para la Nación está procediendo en contra de la Nación” .

La tarea de adoctrinamiento para el fundador del justicialismo es fundamental. Pero el solo conocimiento de la doctrina resulta insuficiente: lo fundamental es “sentirla, y lo más importante es amarla (…) es menester tener una mística, que es la verdadera fuerza motriz que impulsa a la realización y al sacrificio para esa realización” . He aquí una verdadera visión espiritualista y trascendente del saber doctrinario, y la validación de una verdadera dimensión sensitiva del conocimiento que para Perón resulta un constituyente estructural del universo de lo humano, y que se expresa claramente cuando sentencia: “una doctrina nacional es tan fundamental en el Estado, en la Nación, como fundamentales son el alma y el pensamiento en un hombre. ¿Adónde va un hombre que no tenga sentimientos ni pensamientos? ¿Y adónde iría una Nación que no tuviese un pensamiento y un sentimiento comunes”

Las circunstancias históricas y socioeconómicas en las que asume el primer peronismo, y que lo desafían a impulsar desde las estructuras del estado un inminente impulso distributivo, determinan que Perón plantee una verdadera formación en el hacer. La famosa sentencia mejor que decir es hacer y mejor que prometer y realizar no constituye una simple consigna para diferenciarse de la inacción de sus detractores. Desde nuestra perspectiva, compone también un mensaje dirigido las elites vernáculas formadas en un racionalismo de oratoria, a fin que tomaran conciencia de la magnitud de la obra que había que realizar para obtener una argentina integrada. Desde la otra, una clara advertencia a sus seguidores respecto a la vocación de servicio, el compromiso y el sacrificio que demandaba la hora. Es por tal cuestión, que el entonces presidente proclamaba a todas voces que debían formarse hombres capaces de decir y hombres capaces de hacer. Se trata de formar el mayor número de hombres y mujeres capaces de hacer.

Formar hombres y mujeres en un hacer, como sostuvimos, resulta un criterio íntimamente vinculado al inmediato desafío de impulsar un proyecto nacional que promovería: “una sociedad libre y un pueblo no dependiente, dueño de su destino, que recuperó el dominio sobre sus propios recursos y los desarrolló según planes intencionados poniendo la economía al servicio del hombre; una sociedad justa donde el trabajador fue protagonista y obtuvo el reconocimiento de sus derechos y los ejerció plenamente, donde se dio decisiva valoración al trabajo como instrumento de desarrollo personal” .

En definitiva, Perón concibió a las doctrinas como modos de especulación–acción en permanente contacto con la realidad, que se expresan a partir de grandes postulados orientativos, los que a la vez responden a las aspiraciones, necesidades, y conveniencias nacionales y populares. Solo los grandes principios doctrinarios son inmutables -y en tanto- las doctrinas deben ir adaptándose a las circunstancias, requiriendo para mantener su vigencia efectiva, un permanente régimen de actualización.

Para concluir resta señalar que desde el punto de vista funcional, la doctrina constituye un vector de unidad, que permite analizar las circunstancias de manera análoga, y, en consecuencia, obrar en similar sentido.

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