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Joaquin
Penina: Primera víctima del terrorismo de Estado
Por Arturo Trinelli*
atrinelli@hotmail.com
La
desaparición forzada de personas, cuyo momento más dramático se alcanzaría
en los años setenta, se inauguró quizás con el secuestro y posterior
asesinato de Joaquín Penina, un joven español proveniente de Barcelona,
aproximadamente el 11 de septiembre de 1930. Se trató no sólo el primer
antecedente (conocido) de secuestro, tortura y asesinato del terrorismo de
Estado en la Argentina, sino el inicio de una paulatina y sistemática
represión de toda manifestación contraria al Estado que aquél gobierno de
facto implementó ni bien asumió el poder el 6 de septiembre de aquel año.
Penina había nacido en 1901. Por cuestiones desconocidas, emigró a la
Argentina en una época en la que la llegada de europeos “pobres pero
blancos”, como suponían los políticos de la época, había sido una constante
en la Argentina. En realidad el mayor porcentaje de inmigrantes venidos de
Europa había sido unas décadas atrás, por lo cual se presume que el viaje de
Penina tal vez no tuvo que ver esencialmente con la búsqueda de nuevos
horizontes laborales sino con motivos políticos, dada la dictadura de Primo
de Rivera en su país.
Cumplía con dos elementos esenciales constitutivos del ser anarquista: era
un hombre de acción, permanente difusor de ideas libertarias, y joven. Ésto
último no es un dato menor: la mayoría de los anarquistas más activos y
emblemáticos eran menores a los 35 años. El activismo permanente que guiaba
el espíritu anarquista parecía florecer en plenitud en la juventud, aquéllos
jóvenes otrora fervientes anarquistas luego se reconvirtieron al
sindicalismo a la par de los cambios políticos del país. En el
languidecimiento del anarquismo concluyeron tres movimientos: por un lado,
el comunismo y el socialismo que, aunque contemporáneos, se fortalecieron
cuando el anarquismo perdió aceptación entre las masas obreras gracias a su
menor intransigencia y actitud para aprovechar concesiones del Estado. Por
otro lado el sindicalismo, que unos años más tarde actúo como movimiento
aglutinador de los trabajadores, cuyo principal objetivo pasó a ser ya no la
eliminación de cualquier opresión impuesta y limitante de la libertad del
individuo, sino el lograr beneficios dentro del status quo. Al trabajador le
empezó a preocupar más su bienestar económico y social, la educación de sus
hijos y su futuro laboral, que la utopía libertaria de no negociar con
cualquier limitación al libre albedrío que opacara la libertad de acción y
pensamiento del hombre.
Como todo anarquista, la actividad de Penina no se circunscribía únicamente
a la participación en manifestaciones obreras: había una idea de superación
del hombre que en la filosofía libertaria era una guía que conducía y
orientaba la acción. No era el anarquismo un movimiento esencialmente
obrero. Sin embargo su principal fuente de reclutamiento eran obreros pues
captaba el mensaje de aquellos cuya vida transcurría en peores
circunstancias, con condiciones de trabajo y pobreza extremas, y que hasta
por lo menos la ley Saénz Peña (1912) no se encontraban contenidos por el
Estado, ni política ni socialmente. Más bien todo lo contrario: represión
estatal, explotación laboral y drama habitacional eran una constante entre
aquellos trabajadores que llegaban a la Buenos Aires finisecular en búsqueda
de prosperidad. Una Buenos Aires que en poco tiempo experimentó un
crecimiento demográfico importante, alterando su composición social, y
alentando desde la dirigencia política un crecimiento económico basado en
una producción agroganadera que suponía concentrar la riqueza en manos de
aquellos que tenían la suerte de poseer tierras. Al cabo, una minoría que
desde el poder político buscaba perpetuar esta situación y acallar a las
voces que se alzaban contra ella.
En este contexto el joven Penina decide radicarse en Rosario, ciudad que por
aquel entonces crecía a la par de Buenos Aires. Comenzó aquí a desplegar
todas las actividades que, se supone, traía de su país de origen. Se dedicó
a la albañilería, colocaba mosaicos en pisos y paredes, y al mismo tiempo
militaba en el anarcosindicalismo. Su espíritu, como el de todo anarquista,
era el de construir, de hacer política dentro de los gremios. Esta corriente
anarcosindicalista polemizaba internamente con la corriente más ortodoxa del
anarquismo, dispuesta a negar cualquier atisbo de opresión (incluso
familiar, entendiendo a la familia como la primer institución responsable de
oprimir la libertad del individuo desde pequeño, bajo la autoridad ilegítima
de los padres) y pretendía desplegar su influencia sobre los sindicatos más
importantes de la época. Así es como se afilia al gremio de los albañiles y,
más tarde, comienza a militar en la Federación Obrera Local Rosarina, que
nucleaba a varios sindicatos.
A diferencia de otros tantos anarquistas de la época, no resulta detenido
muchas veces pese a la persecución estatal contra las manifestaciones
obreras. La única vez que conoce las cárceles es en 1927 con motivo de las
continuas protestas disparadas tras los asesinatos de Nicola Sacco y
Bartolomeo Vanzetti en Estados Unidos. Para entonces Penina era un activo
propagandista y promotor de las huelgas de 1928, que paralizaron casi todas
las actividades productivas y comerciales desde Villa Constitución hasta el
norte de Rosario.
Secuestro y muerte
El 7 de septiembre de 1930, un día después del golpe, Uriburu decide iniciar
su política represora y pasar por las armas cualquier manifestación en
contra de su gobierno. En ese momento Penina vivía en una pensión de la
calle Salta al 1581, muy modesta pero con lugar suficiente como para acuñar
la gran cantidad de publicaciones, revistas políticas y libros que leía y
compartía con sus compañeros.
El 9 de septiembre es detenido junto a dos compañeros suyos, Porta y
Constantini. Se lo acusó de difundir unos panfletos contra Uriburu. No había
otro cargo: su delito había sido repartir volantes. Penina era también
canillita. Se le dijo que era el responsable por el contenido de esos
panfletos y su impresión, pues tenía un mimeógrafo, pero éste estaba roto
desde al menos dos meses antes del golpe.
Por motivos desconocidos, Porta y Constantini son liberados dos días más
tarde. A Penina deciden ejecutarlo al lado del puente de Saladillo. Los
autores del crimen fueron el teniente coronel Rodolfo Lebrero, el mayor
Carlos Ricchieri; el capitán Luis Sarmiento y los policías Félix de la
Fuente, Marcelino Calambé y Angel Benavidez. Estos militares y policías,
además, se llevaron un botín de 600 pesos que Penina había ahorrado para
pagar el pasaje de sus padres desde España.
El Jefe de pelotón de fusilamientos fue el subteniente Jorge Rodríguez,
quien años después se ocupó de describir concretamente cómo se llevó a cabo
el crimen y los últimos momentos de vida de Penina. En “El culto de los
asesinos”, de Osvaldo Bayer, así lo relata el propio Rodríguez:
"Fue bajado del camión y sintió el ruido de las cargas de las pistolas.
Entonces yo, que lo tenía a un paso, lo vi abrir los ojos en mirada de
asombro y rápidamente comprender. Dio un medio paso atrás y le vi morderse
el labio inferior como si prefiriera sentir el dolor de su carne más no el
temor. Yo iba detrás. Desde que lo había visto bajar, en mi frente y en mis
ojos sentía que se había posado un velo de extrañeza y de irrealidad. No
quise prolongar la valiente agonía de ese hombre. Ordené: ¡Apunten! Entonces
el reo giró la cabeza hacia la izquierda y mirando con odio al grupo que
presenciaba, gritó: "-¡Viva la anarquía! -su voz era templada, yo no ví
temor.
“¡Fuego! – ordené, sin ver ya nada. Tres tiros”.
Después de describir cómo le dio en la cabeza él mismo con el tiro de
gracia, agregó el subteniente: "Todos nos acercamos hasta donde estaba el
cadáver y alguien dijo: 'Fue un valiente hasta el último momento'. Vestía
pobremente: zapatos de caña; pantalón, no sé si de fantasía o marrón oscuro.
Un saco también oscuro. Era rubio y de pequeña estatura. Representaba unos
25 o 26 años. De sus bolsillos se sacaron dos o tres galletas marineras muy
duras y en parte comidas, y un giro de cinco pesetas para un hermano de
Barcelona. El giro no llegó a mis manos ni sé tampoco quién se lo llevó".
El cuerpo de Penina nunca apareció.
* Licenciado en Ciencia Política