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8 años de la crisis del 2001
Por Arturo Trinelli
Asistimos a un nuevo aniversario de las dramáticas jornadas del 19 y 20 de
diciembre de 2001, cuando la manifestación popular que no resistió la crisis
económica produjo un rotundo cambio en el panorama político y económico del
país. Quedarán como imágenes dramáticas de la época la represión policial y
el horror de las muertes. La angustia popular, expresada en los saqueos a
los supermercados, y la abrupta salida de la convertibilidad y el corralito
financiero fueron noticia en todo el mundo, con el consecuente reclamo de
ahorristas que inauguraron el “poder de las cacerolas” para protestar y
manifestarse. Sistema que, al día de hoy, aún perdura en reclamos contra el
Gobierno Nacional.
Los análisis que por estas fechas suelen hacerse de aquellos años obligan a
una breve referencia respecto de los antecedentes inmediatos que precedieron
a esa crisis y a dos efectos concretos que quedaron de ese contexto.
Antecedentes
El neoliberalismo de las décadas del ’80 y ’90 promovió un proceso de
desideologización en donde el pragmatismo fue el espíritu movilizador de los
miembros del sistema político. Sostenido desde tendencias surgidas en el
centro del sistema basadas en las ideas posmodernas de desencanto e
incertidumbre, donde las tesis del hoy ya casi olvidado Francis Fukuyama de
“fin de la historia” y “muerte de las ideologías” cuadraban de manera
perfecta, se instalaron renovados valores culturales e ideológicos de
individualismo y egoísmo extremo (expresados durante la dictadura con los
“no te metas” y “por algo habrá sido”) que fueron pilares fundamentales del
utilitarismo liberal. Como corolario, cuando la población, luego de décadas
de acompañar este proceso, comenzó a percibir los signos de deterioro
material y cultural, concibió como mayoritariamente culpable al sistema
político. Simbolizado en el “voto bronca”, gran parte de la población
encarnó, aunque más no sea de forma simbólica y momentánea, la tarea de
terminar de demoler al sistema político, sin cuestionar al mercado. El más
claro ejemplo fue la subestimación del necesario rol del Estado como
regulador de las relaciones económicas y sociales de la sociedad.
Participación en asambleas
Además de las conocidas consecuencias económicas que para el país implicaron
las políticas neoliberales surgidas del Consenso de Washington y de las
recetas impulsadas por los organismos multinacionales de crédito, promovidas
por parte de la dirigencia política y auspiciadas por grandes grupos
económicos locales, hay dos elementos que se configuraron en aquél momento y
son hoy herederos de la movilización popular pos crisis: por un lado, como
resultado de la crisis de representación de los partidos políticos, el
surgimiento de asambleas populares, que configuraron el surgimiento de un
nuevo sujeto político, presente hasta hoy. Los partidos tradicionales,
vituperados con el “que se vayan todos”, perdieron representatividad
política aunque continuaron siendo actores principales dentro del juego
democrático. Sin embargo, la participación política mutó, y no es hoy
esencialmente competencia de los partidos. Éstos sufrieron las consecuencias
de errores propios y del mencionado proceso de vaciamiento ideológico que el
neoliberalismo impuso desde la última dictadura militar, en donde los
principios de solidaridad y comunidad fueron reemplazados por un proceso de
construcción cultural funcional a la idea de apertura irrestricta de los
mercados y desindustrialización.
Además de haber sido un estallido esencialmente urbano repitiendo así una
tendencia en la historia argentina donde los grandes procesos de cambio se
dan en un espacio geográfico acotado, estas nuevas formas de participación
no se han alterado hoy por hoy y son varios los ejemplos de participación
popular en este sentido, luego difundidas a lo largo del país. Herederas de
aquellos años de descreimiento total hacia todo, las asambleas populares
restablecieron el ámbito político.
Constituyeron un espacio político/territorial, donde una plaza, un parque e
incluso una calle, es el lugar en el cual la vida privada se transformó en
vida pública. Con los años los partidos políticos lograron recuperar parte
de la representación perdida, al menos así se expresó con el menor
porcentaje de voto bronca en las últimas elecciones en relación a las
inmediatamente posteriores a la crisis. Sin embargo, aún subsiste en gran
parte de la población la idea de que la política es en sí misma corrupta y
que la lucha por el poder que supone la vida en democracia los tiene a ellos
como espectadores incapaces de modificar el curso de las cosas. La falta de
involucramiento que genera este pensamiento se vuelca, en muchos casos, al
apoyo de corporaciones que a menudo se presentan como apolíticas pero que
tienen intereses económicos concretos y se encuentran presionando al sistema
político para hacerlos valer.
De esta manera, a pesar de la impresión mayoritaria de la población durante
la década del noventa en relación a que la política fue la causa principal
de la crisis argentina (lo que demuestra el éxito neoliberal ayudado por los
grandes medios de comunicación, capaces de ligar a la corrupción y el
clientelismo como dos fenómenos esencialmente políticos y exclusivos de la
política), los grandes grupos económicos son los que llevaron adelante este
proceso que provocó la crisis, expresada en preocupantes indicadores
económicos pero más dramática, quizás, desde la gran desigualdad social que
generó y la falta de convicción respecto de la política como instrumento de
cambio promotor del bien común.
Corporaciones que no van a elecciones
El segundo elemento que no debe pasar desapercibido y que constituye una
consecuencia de la crisis del 2001 supone concebir a los grupos económicos
que operan en el país como parte igualmente responsable, junto con la
dirigencia política, de esa crisis. Así, se debe entender al gobierno de un
país como un proceso en donde los partidos no están solos sino que
interactúan con intereses creados a los cuales deben atender para garantizar
la gobernabilidad. Hoy, como consecuencia de esa crisis y a ocho años de la
manifestación popular, la política asiste perpleja a un fenómeno de
corporización progresiva de sus estructuras, cuyos representantes son
integrantes de los grupos económicos que junto con la dirigencia política co
gobernaron el país y fueron igualmente responsables de su debacle. A
diferencia de los candidatos que son elegidos, y cuya gestión se plebiscita
elección tras elección, estos grupos no están sometidos al juicio de ninguna
urna y representan un poder que opera independientemente del gobierno de
turno, sin tener que exponerse a manifestaciones o cacerolazos en su contra.
Hoy pareciera que peligrosamente asistimos a un nuevo proceso de utilización
de la política tradicional por el capital, remontándonos sin remedio a los
antecedentes que promovieron la crisis. Está en nosotros evitar que esto
ocurra, si es que efectivamente hemos aprendido de nuestros errores.
*Lic. en Ciencia Política (UBA)