|
|
|
El
Estado iberoamericano entre 1810 a 1850
Por Alberto Buela*
Cuando se produce el movimiento independentista americano alrededor de 1810 a
propósito de la invasión napoleónica a España la única institución del poder
político colonial que queda en pie y la que sirve al la transición de la
monarquía a la república como forma de gobierno en América es el cabildo.
Específicamente los cabildos locales con sus juntas ejecutivas. Hay que recordar
siempre que los cabildos eran las únicas instituciones coloniales donde tenía
cabida mayoritariamente el elemento criollo.
Mucho se ha escrito acerca de la independencia de los países americanos en el
sentido si fue verdaderamente un movimiento que produjo la independencia deseada
o, más bien, si nos enfeudó a Inglaterra, y en menor medida a Francia y Holanda,
que terminaron por explotar a la América Criolla durante todo el siglo XIX y la
primera mitad del siglo XX, de un modo más sutil pero más profundo del que lo
hiciera España.
Pero el objeto de este trabajo no son las valoraciones político-económicas y
culturales sino institucionales, en la forma más neutral que nos sea posible.
América, como dijimos, hereda de España el sistema de municipios y cabildos que
acá son transformados en verdaderos foros de participación ciudadana y, más
específicamente, criolla. Este régimen le da un todo a la organización política
de toda Nuestra América, como gustaba decir José Martí.
La superestructura estatal no nace sino después de producido el deterioro del
régimen municipal y de cabildos. Es por esto que con justa razón afirma Ernesto
Quesada, el fundador de la sociología argentina: “que el federalismo argentino
fue implantado artificialmente, por espíritu de imitación de los Estados Unidos,
por Sarmiento que contribuyó a popularizar el error, afirmando – con el soberbio
dogmatismo que lo caracterizó y tras el cual ocultaba magistralmente el vacío, a
veces profundo, de su educación autodidacta y enemiga de las investigaciones
penosas- que hay un vicio de juicio entre nosotros en materia de organización
política” 1
En el fondo todo el período de las guerras civiles en América no es otra cosa,
desde el punto de vista institucional, que el amor tradicional a la
descentralización administrativa por parte de las provincias y las fuerzas
criollas enfrentadas al centralismo administrativo de los ilustrados citadinos y
afrancesados, habitantes de las ciudades capitales.
Se impuso, finalmente, en todos nuestros países, el centralismo administrativo
del “nacionalismo de patria chica” como lo fue el mitrismo en Argentina, por
sobre el “nacionalismo de patria grande”, de las fuerzas populares y criollas
del interior de nuestros países.
La gran anfibología institución al respecto se produce cuando la idea federal,
que aunque el nombre sea moderno, estaba en la vida colonial por la naturaleza
de las cosas, es adoptada por el centralismo administrativo de influencia
francesa – Francia representa la quintaesencia del centralismo administrativo- y
es interpretada como idea unitaria. De ahí que la mayoría de nuestros países
hispanoamericanos (Bolivia era la excepción con su antigua constitución)
declaren en sus respectivas constituciones el carácter de federales, pero sean
en la práctica y de hecho “unitarias” por el peso absoluto que posee la
capitalidad de cada uno de nuestros países. Repetimos la idea federal es
interpretada en América como idea unitaria.
Así, a partir de mediados del siglo XIX se van estableciendo las distintas
constituciones que fijan la forma de nuestros actuales Estados.
Esta latente y no resuelta contradicción entre estas dos tradiciones de
pensamiento. La nacional y popular por un lado y la ilustrada y europeizante por
el otro, ha dado lugar a la secuencia y sucesión de “revoluciones
latinoamericanas” del siglo XX. Viene así a cuento, una vez más, la afirmación
del gran polítólogo boliviano, teórico del MNR, don Carlos Montenegro: “debajo
de la delgada capa de tierra del orden republicano yace la insobornable
existencia del orden hispanoamericano”.
Orden que se manifiesta en la primacía de la ecuación Nación-pueblo por sobre la
de Estado-nación propia del Estado liberal-burgués de la Europa ilustrada. Es
que somos entitativamente algo diverso y distinto de aquello que hemos adoptado
para representarnos.
Y así, y esto es significativo a tener en cuenta, mientras el nacionalismo
europeo se identifica con la idea de Estado-nación, el nacionalismo
hispanoamericano tiende a identificarse con la idea de nación-pueblo.,
identificación que obedece a una doble exigencia histórica: a) a la integración
étnica y cultural en la formación de nuestra identidad a través del mestizaje y
b) el carácter revolucionario de nuestros propios pueblos expresado en la
movilidad social y política que se da en Iberoamérica a diferencia de Europa.2
El Estado en Iberoamérica
Ante el fracaso rotundo del modelo neoliberal que desde hace ya una década se
aplica en nuestro país, estamos obligados a proponer nuevos lineamientos para un
modelo alternativo, y para ello debemos fijar previamente que entendemos por
Estado-Nación su naturaleza, principios y fines específicos, dado que él es el
marco de pertenencia a partir del cual adquieren sentido nuestras propuestas en
los diferentes campos de acción pública.
Hoy asistimos a la crisis terminal del Estado-Nación, aquél a quien Max Weber
reservaba el monopolio de la fuerza, pues ha sido superado por instancias mucho
más poderosas. Conviene pues comenzar repensando la génesis, en nuestro caso
americana, de dicho Estado para luego hablar de su naturaleza.
El Estado surge en Europa a partir de la nación mientras que, por el contrario,
en Nuestra América el Estado crea la nación, pero la nación pequeña, Argentina,
Bolivia, Chile, et alii. Así en Europa los movimientos lingüísticos y
filosóficos de cepa romántica del siglo XVII aspiraban a formar estados
nacionales. España es el primer Estado-Nación a partir de la unión de las
naciones o reinos de Castilla y Aragón. Por el contrario, en América el
movimiento se realizó a la inversa.
La finalidad de este Estado-nación americano, de carácter republicano y liberal
creado a principios del siglo XIX, será la creación de las naciones. Este
Estado-nación tendrá por ideología el nacionalismo “de fronteras adentro”,
expresión de los localismos más irreductibles encarnados por las oligarquías
vernáculas, impermeables a una visión continental. Los Estados independizados de
España como repúblicas llegan luego de devastadoras luchas civiles recién a
finales del siglo XIX a transformase en naciones. De ahí que la expresión
histórica por antonomasia de este nacionalismo localista, hijo putativo de
Inglaterra, liberal en economía y conservador en política sea el “nacionalismo
mitrista” argentino.
Los nacionalismos europeos fueron imaginados sobre una base étnica, lingüística
y geográfica común en tanto que los nacionalismos americanos fueron,
paradójicamente, producto de una voluntad ideológica ajena a América, la del
Iluminismo filosófico. Siendo sus gestores políticos Gran Bretaña y su
Secretario de Estado George Canning quien se apresuró en l825 en reconocer la
independencia de los nuevos Estados, luego del triunfo de Ayacucho (1824) sobre
el último ejercito realista.
Vemos pues, como estos nacionalismos de “patrias chicas” son europeos
dependientes tanto en su génesis como en su contenido. Ello explica en gran
parte su fracaso político reiterado. Carecen de encarnadura popular. Y son
elitistas no por méritos propios, ya que carecen de nobles, sino porque su
ideología conduce a la exclusión del otro.
Estos nacionalismos de invención europea surgidos ante la quiebra de la
cristiandad a causa de la reforma protestante, “han venido a llenar el vacío
dejado por el debilitamiento de la religión cristiana y el sentido de seguridad
de los pueblos en un mundo secularizado”(13).Ello explica el hecho,
aparentemente curioso, que la mayor parte de estos Estados-nación republicanos
surgieron antes en América que en Europa. Porque aquí se crearon Estados
virtuales porque eran Estados sin naciones, lo que explica a su vez la carencia
de soberanía nacional. Cambiamos el envase, las instituciones, sólo para pasar
de un amo a otro, a Gran Bretaña en el siglo XIX y a los Estados Unidos en el
siglo XX.
Este nacionalismo al ser un producto ideológico trasplantado desde Europa a
América, carece en nosotros de genuinidad. Este nacionalismo es el que engendró
las pocas guerras que tuvimos en Hispanoamérica. La guerra del Pacífico entre
Perú, Chile y Bolivia(1879); la del Chaco entre Bolivia y Paraguay(1932/35); la
de la Triple Alianza entre Brasil, Argentina y Uruguay por un lado y el Paraguay
por el otro(1865-1870) donde al decir de Franz Josef Strauss “por primera vez en
la modernidad el deseo del vencedor fue lograr una rendición incondicional -
traducción moderna del clásico vae victis =¡ay! de los vencidos = la guerra de
exterminio”- lo que condujo a un resultado abominable”(14).
La naturaleza de este Estado se concibió limitada a la normatividad jurídica y
así se lo definió como la nación jurídicamente organizada siendo sus fines los
propios del Estado liberal-burgués en tanto Estado-gendarme ocupado,
fundamentalmente, de la seguridad de las personas y la propiedad. Fueron el
radicalismo yrigoyenista, de facto, incorporando el principio de solidaridad
ausente en dicho Estado y el justicialismo, de juri, modificando la Constitución
del 53, quienes intentaron cambiar su naturaleza para el ámbito argentino.
Nuestra actual propuesta alternativa se funda en una distinta concepción del
Estado-nación.
En primer lugar porque preferimos hablar de Nación desde el punto de vista de
“Patria Grande” y de “Nacionalismo Continental” y no de patria chica y
nacionalismo chauvinista de fronteras adentro. Tenemos que volver a pensarnos
como “americanos” tal como lo hicieron San Martín y Bolívar.
En segundo término porque pensamos el Estado no como una “sustancia ética” a la
manera del fascismo, ni como “un gendarme” a la manera de liberalismo, ni como
“la máquina de opresión de una clase sobre otra” según el marxismo, sino que el
Estado es, para nosotros, un “plexo de relaciones”.
En una palabra, sólo existe en sus aparatos.
El Estado, entonces, no tiene un ser en sí mismo sino en otro, en sus aparatos
que son, antes que nada, instituciones ejecutivas. Así el Estado es un órgano de
ejecución con sus distintos ministerios, secretarías y direcciones(15)
La sana teoría del Estado, nos dice que tiene dos principios fundamentales el de
solidaridad (viene de soldum=consistente) que hace que todos los miembros se
encuentren “soldados” entre sí. Es el principio de unidad de pertenencia- la
gran tarea de Yrigoyen fue que las grandes masas de inmigrantes incorporaran en
sí mismas, a la Argentina como propia -. Y el principio de subsidiariedad, por
el cual el Estado “ayuda a hacer” al que no puede solo con sus fuerzas- la gran
tarea del peronismo fue ayudar a la gran masa de trabajadores a organizarse
social y políticamente en la defensa de sus intereses -. Siendo el fin del
Estado el logro del bien común, entendido como la felicidad del pueblo y la
grandeza de la nación.
Así pues, el Estado es un medio y no un fin en sí mismo. Y por el hecho de ser
medio, debe ser tomado como tal. De modo que está de más toda polémica acerca de
estatista o privatista. Ello está determinado por las diferentes y cambiantes
circunstancias históricas y queda librado a la prudencia política de los
gobernantes.
Ello nos obliga a distinguir claramente, con el fin de fijar una mínima
ingeniería política, entre gobierno, Estado y cuerpos intermedios. Así la
naturaleza del gobierno es concebir; fijar los fines. La del Estado, como se ha
dicho, ejecutar y la de las organizaciones libres del pueblo, ser factores
concurrentes en los aparatos del Estado que les sean específicos para
condicionar, sugerir, presionar, interferir de manera tal que el gobierno haga
las cosas lo mejor posible(16).
Resumiendo entonces el Estado en sí, es una entelequia, no existe. Lo que
existen son sus aparatos, que como tales son medios o instrumentos que sirven
como gestores al gobierno para el logro del bien común. Por el hecho de ser
medios tienen su fin en otro, y este otro es la Nación como proyecto de vida
histórico de una comunidad política. De ahí que un Estado solo pueda ser un
Estado nacional de lo contrario devendrá una nada de Estado.
Nota: Un párrafo aparte merece el tema de la crisis de representatividad de los
partidos políticos, tema de una actualidad insoslayable.
De todas maneras quisiera dejar la siguiente idea: Nuestra crítica a al sistema
de partidos políticos tal como se da en el estado demoliberal no encierra una
crítica subrepticia a la democracia sino a la degeneración que de ésta última
realizan los partidos cuando monopolizan la vida política usufructuando del
Estado para su propio beneficio. Nuestra crítica va dirigida a la partidocracia
que es una clara degeneración de la democracia cuando se reduce a “juego de
partidos”.
1.- Hoy tenemos como ejemplo el caso de Ponsombilandia, como denominaba al
Uruguay ese patriota historiador oriental que fue Washington Reyes Abadie, donde
la compañía finlandesa Botnia se muestra más poderosa que el Estado uruguayo y
no tiene en cuenta el pedido del presidente de ese país para detener las obras
de la papelera que seguramente contaminará las aguas del río homónimo.
2.- Los italianos denominaro lo Stato, que significa: lo que está ahí, al
aparato de poder superpuesto artificiosamente, mecánicamente a la vida orgánica,
natural y espontánea de la ciudad, de la antigua Comuna.
3.- Bodin, Jean: Six livres sur la République(1576)
4.- Locke, John: Ensayo sobre el gobierno civil, cap.VII
5.- Mussolini, Benito: El espíritu de la revolución fascista, Bs.As., 1984,
cap.IV.-
6.- Lenín: Sobre el Estado, Pekín, 1975. p-11 y 25.-
7.- Gamsci, Antonio: Sobre el Estado moderno, Bs.As., 1984, p.161.-
8.- Lenín: op.cit. p.25.-
9.- Sampay, Arturo: Constitución nacional 1949, Bs.As., Ed. Pequén, 1983, pp.35
y 36.-
10.- Lenín: op. cit. p.1.-
11.- Maritain, Jacques: El hombre y el estado, Bs.As., 1953, p.13.-
12.- Cfr. Perón, Juan : Política y estrategia, Ed.Pleamar, Bs.As., 1971, p. 166
y siguientes.-
13.- Pakkasvurta, Jussi: ¿Un continente, una nación?, Academia de la Ciencia de
Finlandia, Helsinki, 1997, p.43.-
14.- Strauss, Franz Josef: Consideraciones sobre Europa, Buenos Aires, Pleamar,
p. 134.-
15,. Cfr. Buela, Alberto: Aportes al pensamiento nacional, Bs.As., Ed. Cultura
et Labor, 1987, pp. 93 a101; y, Metapolítica y filosofía, Bs.As., Ed. Theoría,
pp.65 a 69.-
16.- Buela, Alberto: La idea de comunidad organizada, Bs.As., Ed. Cultura et
labor, 1999.-
1 Quesada, Ernesto: La época de Rosas, Buenos Aires, Plus Ultra, tomo 5, 1965,
p.20
2 Quien más en profundidad ha trabajado esta idea en América ha sido uno de los
padres de la sociología indiana don Julio Ycaza Tigerino en su libro Perfil
político y cultural de Hispanoamérica, Madrid, Ed. Cultura Hispánica, 1971
Notas
1 Quesada, Ernesto: La época de Rosas, Buenos Aires, Plus Ultra, tomo 5, 1965,
p.20
2 Quien más en profundidad ha trabajado esta idea en América ha sido uno de los
padres de la sociología indiana don Julio Ycaza Tigerino en su libro Perfil
político y cultural de Hispanoamérica, Madrid, Ed. Cultura Hispánica, 1971
|