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De
Afganistán a Malvinas
Por Enrique Lacolla
El dinamismo de la política imperialista no cede. Es inevitable que así sea
pues, como sucede con un hombre que monta en bicicleta, el movimiento es la
única garantía que tiene para conservar el equilibrio.
A poco más de un año de la asunción de Barack Obama como presidente de Estados
Unidos la realidad ha confirmado lo que preveían los observadores más escépticos
del irresistible ascenso del carismático líder negro, primer hombre de color en
empinarse a tan alto cargo. Esto es, que el nuevo presidente no iba a cambiar o
no podría cambiar nada. Más que nunca, por lo tanto, quienes vivimos bajo la
férula –directa o indirecta- del sistema mundial capitaneado por Washington,
debemos hacer nuestras propias cuentas y visualizar nuestras propias opciones
para escapar del torno que nos oprime.
El momento es de riesgo para América latina. Los problemas de Estados Unidos
para sostenerse en la cúspide como única superpotencia mundial no son pocos.
Lejos de disuadirlo, ello tiende a exacerbar su agresividad en las áreas que
estima claves para conservar los recursos esenciales para mantener la
supremacía. En el Asia central y el Medio Oriente ese activismo norteamericano
es más que notorio. El resultado de los emprendimientos militares que sostiene
en Afganistán o Irak es vidrioso y no es improbable que se sellen en sendos
fracasos a largo plazo. Pero de momento están en auge. Y sirven asimismo para
reconfirmar el enfeudamiento de los países de la Otan al programa norteamericano
de expansión hacia el Este. El 4 y el 5 de febrero se reunieron en Estambul los
28 ministros de Defensa de los países pertenecientes al pacto. Esa reunión
seguía a otra mantenida en Bruselas que juntó a 63 altos jefes militares, más
sus equivalentes de Israel y Pakistán. La primera de las reuniones mencionadas
fue presidida por el comandante de los 150.000 soldados estadounidenses
estacionados en Afganistán, el general Stanley McChrystal, mientras que la otra
contó con la dirección del Secretario de Defensa del gobierno de Obama, el señor
Robert Gates. El temario estuvo centrado en la guerra afgana y en el nuevo
concepto estratégico de la alianza, que incluye el despliegue de varios “escudos
antimisiles” en la frontera o en las proximidades de las fronteras rusas.
Rumania se ha añadido a Polonia y a la República Checa en la disposición de
albergar esos sistemas de armas, claramente dirigidos a inhabilitar la capacidad
de respuesta rusa a una eventualidad militar que la amenace. La fractura del
sistema de disuasión nuclear se haría así inevitable y la potencial respuesta
del Kremlin o al menos la adopción de contramedidas estratégicas dirigidas a
contrabatir el acoso a que se verá sometido, tensará aun más la situación.
Todo esto engendra peligros de una magnitud difícil de valorar, pero en
cualquier caso indica que el mundo está ingresando a una época volátil. Esto no
es nuevo; no bien se derrumbó el “socialismo real” la agresividad estadounidense
se instaló por sus fueros; pero en ese momento la capacidad de reacción del
adversario global se veía reducida por el caos que siguió a la disolución de la
URSS, mientras que hoy Rusia tiene un gobierno fuerte, que podrá disgustar a
muchos pero que evidentemente está en disposición de resguardar sus intereses
nacionales y de comenzar a reconstruir la zona de influencia que le es propia.
En Ucrania en primer lugar. La primera ministra Yulia Timochenko, aleccionada
por la realidad respecto de lo que significa la presión rusa en materia de
consentir la circulación gasífera con destino a Europa occidental, en la
práctica se ha alejado de sus posturas originales, orientadas a favorecer los
vínculos con la UE y la Otan. Esto dejaría a ella y al pro ruso Víctor
Yanukovich frente a frente en una elección que, respecto a la relación con el
Oso, no prevería mayores sobresaltos y que, desde luego, limitaría los objetivos
atlantistas a metas mucho más moderadas que las imaginadas por el geoestratega
mayor de Washington, Zbygniew Brzezinski.
El laberinto latinoamericano
Las complicaciones crecientes en que se introduce el sistema norteamericano con
el objeto de imponer su propia voluntad en el esquema globalizador capitalista
no desaniman a los personeros del régimen. Por el contrario, parecería
excitarlos a redondear sus ambiciones y a prevenir las amenazas de carácter
estratégico que creen discernir en Estados que no les son necesariamente
hostiles, pero que pretenden establecer sus propias coordenadas para orientar su
desarrollo. América latina, tradicionalmente considerada por la oligarquía
político-económica que controla Washington como el “patio trasero” de Estados
Unidos y, por lo tanto, como su coto de caza, está cobrando nuevamente gran
relevancia en el planeamiento del Pentágono. La campaña mediática contra Hugo
Chávez se mantiene con el vigor de siempre y, lo que es mucho más grave, la
cuestión de las bases militares USA en Colombia no admite ninguna marcha atrás,
mientras se agravan las tensiones entre este último país y Venezuela. La
probabilidad de una guerra entre ambas naciones, fogoneada y sostenida por
Estados Unidos, es cualquier cosa menos remota si no prosperan los intentos de
expulsar del poder a Chávez apelando a recursos drásticos pero menos costosos:
el asesinato o el golpe de Estado, por ejemplo. La existencia de trece bases
norteamericanas que rodean a Venezuela desde Colombia, Panamá, Aruba y Curaçao,
más la presencia amenazante de la reinventada IV Flota, son indicios inequívocos
de que la tormenta se cierne en el Caribe.
La razón de la agresividad norteamericana es relativamente simple; no sólo
Chávez y su revolución bolivariana representan un ejemplo y un modelo a imitar
en otras regiones del subcontinente, a pesar de sus limitaciones y su
incapacidad para armarse como una opción liberada de rémoras como las
significadas por la corrupción y el arribismo que impregnaría a muchos
estamentos del partido oficialista, sino que Venezuela en sí misma representa un
reservorio en materia de energía que Estados Unidos codicia y que además importa
a todo su planteamiento estratégico. Como apunta Federico Bernal en Le Monde
diplomatique de Enero, la Unión americana es el principal consumidor del planeta
en materia de petróleo crudo y de productos derivados, con un 22,5 por ciento
del consumo mundial, seguido por la Unión Europea con el 17,9 por ciento y China
con el 10 por ciento. Estados Unidos perdió su autosuficiencia energética poco
después de la segunda guerra mundial y su producción doméstica de crudo está en
baja desde 1985. Colombia, Ecuador y Venezuela aportan el 14,63 por ciento del
petróleo que importa Estados Unidos y, de los tres, Venezuela es de lejos el
país que contiene las reservas más importantes del continente. En efecto, se
estima que, una vez certificadas las reservas de la Faja del Orinoco, “el país
caribeño se convertirá en la mayor reserva comprobada de crudo en el mundo, con
313.000 millones de barriles (Arabia Saudita cuenta con 264.000 millones). En
materia de gas natural, de confirmarse los volúmenes contenidos en el
mega-yacimiento gasífero recientemente descubierto, Venezuela automáticamente
escalaría de la novena a la cuarta posición como mayor reservorio mundial en
este recurso”.
No hay porqué extrañarse, por lo tanto, respecto de la movilización militar
norteamericana en torno de este país y acerca de las continuas denuncias de
“armamentismo” que se lanzan contra este, a pesar de que los países de
Latinoamérica que cuentan con el mayor presupuesto bélico son Brasil, Colombia y
Chile.
El caso Malvinas redivivo
Jorge Luis Borges tuvo, en ocasión del conflicto que involucró a nuestro país
con Gran Bretaña en 1982 a propósito de Malvinas, una frase tan ingeniosa como
falsa: “Es la pelea de dos calvos por un peine”. Esta boutade hizo su camino en
el clima de desmalvinización que siguió a la derrota argentina en la guerra.
Servía como coartada para justificar el renuncio, la sumisión de los estratos
dirigentes del país a concepciones tan decadentes como las del “paraguas de la
soberanía” y sobre todo, el de la “política de la seducción”, acuñada por el
canciller del gobierno de Carlos Menem, el desaparecido Guido di Tella, para
recuperar cierta influencia en la conformación de los acontecimientos. La
impotencia militar en que se encontraba –y se encuentra- Argentina frente al
hecho del despliegue de la mera fuerza bruta para resolver una cuestión que
atañe a su soberanía, era ficticiamente resuelta con el verso de que la razón y
los buenos modales prevalecerían al final y de que la partida no valía la
apuesta. Sólo un presunto borracho como Galtieri y un gobierno condenado como el
de la dictadura militar podrían haber jugado la carta de la recuperación de unas
islas yermas para absolver sus culpas y recuperar aire frente a la opinión
pública.
Ahora, sin embargo, con el lanzamiento de la prospección petrolera de parte de
Gran Bretaña, vuelve a hacerse evidente lo que estaba claro desde 1975: que las
reservas energéticas submarinas del área austral son potencialmente muy
importantes y que el Reino Unido, que en ciertas circunstancias podría haberse
avenido a razones y negociado al menos una soberanía compartida en las islas, no
iba a soltar la presa e iba a usar a los kelpers como pretexto, a través del
resguardo de su derecho a la autodeterminación, para mantenerse en sus trece. En
1982 numerosos informes científicos internacionales habían puesto de manifiesto
que las reservas petrolíferas de la cuenca sedimentaria que rodea a las Malvinas
superarían a las existentes en el Mar del Norte. La guerra, por lo tanto, no se
debió a una saturación etílica de Galtieri ni a un desarreglo hormonal de la
primera ministra Margaret Thatcher; fue la expresión de una forma de escapar al
persistente impasse en que la actitud inglesa ponía a la Argentina y, a la vez,
la exteriorización de la astucia y la voluntad británicas para provocar esa
reacción a fin de darle un corte favorable al asunto. Que la dictadura argentina
haya caído en el lazo que le habían tendido, que una vez estallada la crisis
haya demostrado una incompetencia supina en el plano diplomático y que la
conducción de las operaciones haya adolecido de fallas que redujeron el ya
estrecho margen para obtener una victoria circunstancial, es otro tema de
análisis.
La guerra austral puso de manifiesto la solidez del pacto noratlántico y fue, en
este sentido, un preludio al intervencionismo global de la Otan en el período
posviético, que acaecería diez años después. El conflicto terminó de postrar al
país, ya devastado por la represión y el desguace económico lanzado por Alfredo
Martínez de Hoz. Lo que vino después no hizo sino marcar aun más esa postración.
Por eso la actitud del gobierno de Cristina Fernández en el sentido de trabar la
navegación de buques que se dirijan a área Malvinas cruzando el Mar Argentino
sin permiso, y de tomar represalias contra las empresas británicas que estén
asociadas al emprendimiento exploratorio en aguas australes, es justa y
oportuna. No se puede ir más allá, lamentablemente, pero esa decisión representa
un cambio nada insignificante respecto de las tesituras de gobiernos anteriores.
No se puede ir más allá, decimos. La realidad se impone y este tipo de protesta
es la única posible, dada la disparidad de fuerzas. Sin embargo, subsiste otra
opción. Difícil de asumir pues este gobierno, aunque esté mucho más allá de la
oposición en materia de objetivos de carácter abarcador –en lo referido a la
justicia social, la industrialización, la soberanía y el empleo- está lejos
todavía de poseer la voluntad que es necesaria para adoptar política más duras
frente a Gran Bretaña. Esto, por otra parte, existiese o no existiese esa
voluntad, es provisoriamente inviable dada no sólo la debilidad de nuestro país
en materia militar, sino porque ni nuestra base social ni la mera sensatez
aconsejaría semejante camino para una recuperación integral de las islas. La vía
para ello pasa inequívocamente por una acción coordinada con los países de
América latina –especialmente con Brasil, Venezuela y Uruguay- que permita
instalar al tema como un asunto que atañe a una problemática continental, lo que
presupondría a su vez la existencia de una unidad entre nuestros países en el
plano práctico de la defensa y la diplomacia. Falta bastante para esto, todavía.
Restan sin embargo otros caminos para hacer sentir la presencia nacional en
temas como este y dentro del ámbito inobjetable y reconocido internacionalmente
de los límites de Argentina. La furia privatizadora del menemismo dejó a los
recursos mineros del país librados a los monopolios transnacionales. Repsol para
el petróleo y la Barrick Gold para el oro son los casos más ostensibles de ese
saqueo. Decimos saqueo porque los beneficios y las ganancias que arroja la
explotación del subsuelo no son reinvertidos localmente. Una renacionalización
de esos recursos, el retorno al principio de la inviolabilidad del suelo
asentado por Irigoyen y Perón serían expedientes muy idóneos y a nuestro alcance
para oponerse al curso general de la política del bloque nórdico. Para eso haría
falta, sin embargo, una seriedad y una generosidad de parte de los protagonistas
políticos del país que brilla por su ausencia. La oposición, embrollada en una
pelea mezquina con el gobierno, no va a ser muy fácil que acuerde con este –que
por otra parte no demuestra gran voluntad de lanzarse por un camino que lo
complique aun más de lo que está- las políticas de Estado que son necesarias
para proceder en ese sentido.
El comienzo de las actividades británicas de prospección en gran escala en el
área Malvinas, la puntualización por The Observer en el sentido de remilitarizar
la zona, las afirmaciones de Gordon Brown acerca de la soberanía británica sobre
las “Falkland”, son parte del mismo envite que el proyecto globalizador allega a
zonas como el Asia central, los Balcanes y las fronteras rusas con Ucrania y las
repúblicas caucásicas. Es parte de una ofensiva general que, a pesar de la
crisis que sacude a los mercados, no puede renunciar a sus objetivos, pues solo
en el movimiento puede encontrar un equilibrio. Si se detiene, el sistema se
cae. Habrá que esperar, por lo tanto, nuevas y más inquietantes sorpresas para
el futuro próximo.
www.enriquelacolla.com
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