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La
idea de participación vinculada al Estado
Por Alberto Buela
Es sabido que el concepto de participación significa “formar parte” y así es
entendido por la mayoría de nosotros y no está mal. Pero acá vamos a intentar
mostrar que además significa algo más profundo. Finalmente buscaremos la forma
de vincular la noción de participación a la de Estado para llegar a la idea de
Estado participativo.
La idea de participación es una idea griega. Entre otros Platón (siglo V antes
de C.) buscó con este concepto explicar la relación entre el mundo de las ideas
(el Bien, la Verdad, la Belleza, etc.) con lo bueno, lo verdadero y lo bello que
se dan encarnados en las cosas, en los entes para hablar filosóficamente.
Esta idea de participación es luego retomada por los teólogos cristianos para
explicar la relación de Dios con las criaturas, las que existen porque
participan del ser de Dios, pues el hombre es pensado a imagen y semejanza del
Creador.
De modo tal que la idea de participación tiene una raigambre greco-cristiana y
no judeo-cristiana como muchas veces se ha expuesto pues el Dios de los judíos
es infinita y totalmente distante. Es absolutamente trascendente al mundo y a
los hombres. Es el Dios al que se acerca Abraham con “temor y temblor”. Es el
Dios de la ley del Talión, el del ojo por ojo y diente por diente. En
definitiva, es el Dios vivido como amenaza y castigo. A diferencia del Dios
cristiano que hace participar a los hombres como corredentores de la salvación.
En definitiva, la distancia infinita entre Dios y los hombres el cristianismo la
salva a través de la idea de participación.
Si bien la sociedad democrática postmoderna ha multiplicado la complejidad y
entonces debe como primer acto político reconocer lo diferente, ello no implica
que deba renunciar a la unidad. La unidad debería ser pensada como “unidad en la
diversidad”. Debemos tirar el agua de la bañera pero no al niño que estamos
bañando.
Hablando profesionalmente desde la filosofía sabemos que es imposible la
multiplicidad sin la unidad, pues son términos relativos como lo es padre de
hijo o alto de bajo. Por todo ello, nosotros creemos junto con filósofos como
MacIntayre, Fabro y otros, que la idea de participación puede ayudar a resolver
el problema, tal como la plantea Tomás de Aquino, casi seguro, el único filósofo
que la pensó en su fundamento.
Consideración metafísica
La unidad participativa es concebida como unidad en la diversidad de modo tal
que la unidad no excluye la diversidad sino que logra que ambas se sirvan una de
otra y no una contra otra como la piensan muchos pseudo filósofos hoy.
La idea de participación gira en torno a la unidad y la diferencia entre el ser
y el ente. Así el ente es en tanto participa del ser, pues el ser es la plenitud
de todo lo real. Además el ser como meollo de la realidad real no se puede
definir porque no se puede delimitar y por lo tanto no se puede cuestionar lo
que sea ser. Del ser participa todo ente, pero, y esto es importante, el ente no
tiene partes del ser. Así el ente participa del ser no al tenerlo sino al serlo
parcialmente cada uno en la medida de su jerarquía ontológica. De modo tal que
el ente es el que representa parcialmente al ser porque éste es lo más profundo
del ente. El ser es lo que todo ente tiene en común para ser lo que es, para
existir. El ser es el que pone en acto al ente. De este modo la unidad
participativa preserva el derecho de lo múltiple y le permite su libre
manifestación.
Ahora bien el ser del que participa todo ente, si bien tiene una realidad
subsistente en tanto ipsum esse subsistens, en los entes subsiste en la
pluralidad de los mismos que participan de él. Es por ello que se debe hablar no
de la subsistencia sino, más bien, de la inherencia del ser al ente. Así pues
como el ser inhiere al ente, y con ello a lo múltiple, este último no es una
copia sino que todo ente agota su plenitud de ser. Lo plural no es carencia de
ser sino plenitud. El ser se transforma así en una unidad que libera la
multiplicidad, a manera como la luz se relaciona con los cuerpos iluminados por
ella.
Consideración metapolítica
Así pues la diferencia que existe entre el pluralismo radical de la
postmodernidad y la pluralidad participativa es la siguiente:
Si bien ambas posturas coinciden en el juicio positivo acerca de la diversidad,
afirmando que la diversidad es buena, la política postmoderna no se compromete
como garante de la unidad sino sólo de la pluralidad en una especie de
coexistencia de lo diverso sin ningún hilo conductor, llámese proyecto nacional,
así pude sólo administrar los conflictos- a través de una concertación plural-
pero no resolverlos, pues le falta el concepto de unidad, de proyecto en donde
enmarcarlos y darle sentido y por lo tanto, respuesta.
Por su parte la pluralidad participativa ofrece como solución la unidad en la
diversidad, ofrece un sentido a la acción política múltiple y variada. Esta
pluralidad no excluye la comunidad sino al contrario la subsume como fuente de
sentido.
Esto nos muestra que existe una pluralidad destructiva y una pluralidad
liberadora. Así por ejemplo, la diversidad de los terrorismos, de los
separatismos suele ser destructiva, mientras que la diversidad moral, cultural o
política suele ser liberadora.
Es que la pluralidad radical se anula a sí misma cuando se entrega a la
arbitrariedad en que la diferencia entre lo justo y lo injusto es sustituida por
el derecho del más fuerte o el derecho de la minoría por el hecho de ser
minoría, como sucede con el multiculturalismo, y no por los valores culturales
que pudiera encerrar en sí, Es por ello que proponemos hablar más bien de
interculturalismo.
Así pues, si el pluralismo es tan radical que no se asienta en ninguna
convicción común desaparece el derecho a disentir, con lo cual no se puede ya
pensar ni hablar, ni siquiera sobre un consenso mínimo para el buen vivir
comunitario.
Es que la democracia postmoderna si queremos que funcione y supere el formalismo
procedimental a que nos tiene acostumbrados tiene que dejar de lado la
pluralidad radical de poner el consenso como principio y fijar, por el
contrario, el consenso como objetivo y darle lugar al disenso como principio.
Si la corriente del pensamiento postmoderno fuerte, donde nos inscribimos y se
inscriben algunos de los mejores filósofos y pensadores actuales, ejerce una
primacía intelectual en el pensamiento crítico, es en el ejercicio del disenso
como ruptura con la opinión. Sobre todo con la opinión publicada.
Así pues proponer el consenso como petitio principis de la sociedad democrática
postmoderna es, hablando en criollo, poner el carro delante del caballo.
De modo tal que la idea metafísica de participación nos enseña a través de su
interpretación metapolítica que la auténtica apertura política nace del concepto
de pluralismo participativo que se encuentra allí donde la base de la pluralidad
incluye la unidad.
Naturaleza del Estado
En cuanto a la naturaleza del Estado moderno se concibió limitada a la
normatividad jurídica y así se lo definió como la nación jurídicamente
organizada siendo sus fines los propios del Estado liberal-burgués en tanto
Estado-gendarme ocupado, fundamentalmente, de la seguridad de las personas y la
propiedad. Quienes intentaron modificar su naturaleza, en Argentina, fueron el
radicalismo yrigoyenista que, de facto, introdujo el principio de solidaridad
ausente en dicho Estado y el justicialismo, de juri, modificando su constitución
(en 1949 la nacional y en 1951 la del Chaco) introduciendo el principo de
subsidiariedad.
Nuestra actual propuesta alternativa se funda en una distinta concepción del
Estado-nación.
En primer lugar porque preferimos hablar de Nación desde el punto de vista de
“Patria Grande” y de “Nacionalismo Continental” y no de patria chica y
nacionalismo chauvinista de fronteras adentro. Tenemos que volver a pensarnos
como “americanos” tal como lo hicieron San Martín y Bolívar.
En segundo término porque pensamos el Estado no como una “sustancia ética” a la
manera del fascismo, ni como “un gendarme” a la manera de liberalismo, ni como
“la máquina de opresión de una clase sobre otra” según el marxismo, sino que el
Estado es un “plexo de relaciones”, es sólo sus aparatos.
El Estado, en nuestra propuesta, no tiene un ser en sí mismo sino en otro, en
sus aparatos que son, antes que nada, instituciones ejecutivas. Así el Estado es
un órgano de ejecución con sus distintos ministerios, secretarías y direcciones.
Esta, para nosotros sana teoría del Estado, nos dice que tiene dos principios
fundamentales el de solidaridad (viene de soldum=consistente) que hace que todos
los miembros se encuentren “soldados” entre sí. Es el principio de unidad de
pertenencia- la gran tarea de Yrigoyen fue que las grandes masas de inmigrantes
incorporaran por sí, a la Argentina como propia-. Y el principio de
subsidiariedad, por el cual el Estado “ayuda a hacer” al que no puede solo con
sus fuerzas- la gran tarea del peronismo fue ayudar a la gran masa de
trabajadores a organizarse social y políticamente en la defensa de sus
intereses-. Siendo el fin del Estado el logro del bien común, entendido como la
felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.
Así pues, el Estado es un medio y no un fin en sí mismo. Y por el hecho de ser
medio, debe ser tomado como tal. De modo que está de más toda polémica acerca de
estatista o privatista. Ello está determinado por las diferentes y cambiantes
circunstancias históricas y queda librado a la prudencia política de los
gobernantes.
Ello nos obliga a distinguir claramente, con el fin de fijar una mínima
ingeniería política, entre gobierno, Estado y cuerpos intermedios. Así la
naturaleza del gobierno es concebir; fijar los fines. La del Estado, como se ha
dicho, ejecutar y la de las organizaciones libres del pueblo, ser factores
concurrentes en los aparatos del Estado que les sean específicos para
condicionar, sugerir, presionar o interferir, de manera tal que el gobierno haga
las cosas lo mejor posible.
Surge acá la teoría del Estado participativo que nos viene a decir que el pueblo
a través de sus organizaciones participa del Estado no sólo como formando parte
sino siendo parte de ese Estado y a su vez éste no existe si no participa siendo
ese pueblo, estando a su servicio.
Resumiendo entonces el Estado en sí es una entelequia, no existe. Lo que existen
son sus aparatos, que como tales son medios o instrumentos que sirven como
gestores al gobierno para el logro del bien común y al pueblo para participar en
y con ellos. Por el hecho de ser medios tienen su fin en otro, y este otro es la
Nación como proyecto de vida histórico de una comunidad política, de un pueblo
organizado. De ahí que un Estado solo pueda ser un Estado nacional de lo
contrario devendrá una nada de Estado.
(*) alberto.buela@gmail.com
arkegueta, aprendiz constante