En torno a “los K”

Vicisitudes de una mirada


Por Bárbara Orbuch*

Hay una mirada omnipresente que convoca, que provoca una emocionalidad, un tinte de goce particular en la figuras de la mandataria, por instantes “él”, “ella”, ”los K”. Una mirada contenida en un imaginario y nuestro fantasma… aquello que somos, lo que vemos del otro que es propio, lo que rechazamos, lo que negamos y aquello que se conjuga en la dialéctica del ser y del tener.

Cuando no accedemos al mundo de lo simbólico, navegamos en este sinfín de alternativas que nos centran en una nebulosa imaginaria. Una suerte de multiplicación de espejos y sus reflejos, con sus efectos enceguecedores y paradojales (la fascinación y la denostación, manifestaciones, coloraciones emocionales que entrañan el matiz de una mirada signada por aquello que no podemos narrar… por una realidad que nos atrapa por signos, indicios, restos de lo que ya fue escrito y no elaboramos, por el universo de la frustración y las contingencias que impone el espacio de la no-palabra.

Un lazo afectivo primario se juega en estas apuestas, que distante de transformarse en construcciones, prevalecen como rastros de pulsiones parciales que se yuxtaponen en la mirada.

¿Cómo situar el lugar de “los K” en nuestro posicionamiento subjetivo?

¿Qué se moviliza a través del rechazo de una imagen sobrecargada, sobreinvestida, cuando algo visceral repele la imagen del otro, que nos retorna duplicada con la misma mirada que se retroalimenta?

Los fragmentos de lo no dicho y de la historia se actualizan cuando estos sentimientos imperan en una escala de la irracionalidad que este contenido emocional irradia.

¿Cuánto de aquello que se rechaza desde un propio caudal de creencias y significaciones se relacionan con elementos identificatorios que retornan?

¿Cuánto de lo forcluído histórico o de la renegación se conjugan en esta vivencia?

Los Señores K: una nominación que los ubica desde el enunciado en un espacio de tipo proyectivo exponencial. Y la proyección lleva necesariamente la marca de una sustancia que se traslada al otro, intentando desembarazar al sujeto de su propio sentido.

Casi como en un fenómeno de los sueños la historia cursa por los desfiladeros del inconsciente…

Los fenómenos del orden del desplazamiento, la desfiguración y condensación se vislumbran n reiteradas ocasiones desde la trama discursiva.

Estos tipos de procesamiento, de operaciones psíquicas producen y provocan el advenimiento de demonios renegados, forcluidos y desfigurados a partir de una imagen disparadora en un destiempo paradójico.

¿Qué introyectamos del otro a nivel inconsciente, cuando no accedemos a la palabra plena?

¿Qué efectos de sentido, tiene un sentido abrochado por los otros, cuando no ostentamos un parapeto simbòlico que nos estructure?

Así, cuando se postula ”se quieren robar todo”, se encubre el “se robaron todo” que retorna estableciendo desplazamientos a nivel del significado.

“Se quieren llevar la plata afuera”; “nos van a hundir”, podría operar como sustituto de “nos la llevamos afuera” (hechos que se refuerzan con la efectiva no existencia de una sanción y la puesta en juego de una ley que fijara un ordenamiento posible o “qué hice yo, cuando se la estaban llevando?” con la consiguiente negación defensiva operante en juego.

Podríamos pensar también en los síntomas y sus soluciones de compromiso:

Lo que en una escena anterior fue siniestro y no fue admitido como tal, puede desplazar su significado en una actualidad potencial. Asimismo, lo siniestro pudo transformarse en familiar. Y las implicaciones que posee este particular abrochamiento de significado podría producir efectos devastadores.

En lo fenomenológico social el impacto K contempla algunas cuestiones interesantes a reflexionar: Si pudiésemos trazar un recorte se podrían observar dos cuestiones claramente diferenciables:

El impacto que produce en las capas medias y una dimensión que ubicare en los opuestos de una recta vertical, de acuerdo a una estructura fundacional que retorna.

En las capas medias podríamos situar una característica sintomática al modo de una formación reactiva, como reflejo especular de un deslumbramiento imaginario.

Lo irruptivo en juego es aquello que es un signo para mí (las cirugías y el ideal de belleza, el anhelo de éxito material), valores y creencias que se juegan como estructurantes imaginarios de un tipo de subjetividad.

En la dimensión más dura se ubican vectores encontrados que chocan en un punto de la recta, en términos de aquel que puede “protegerme” o “destruirme”, pudiendo situar coloraturas emocionales localizables: en el extremo superior: “envidia “; en su ángulo opuesto: “gratitud”.

Existe en una dimensión la ocurrencia de un Otro que puede despedazarme, romper mi unidad lograda imaginariamente, o alguien que pueda dotarme de cuerpo en mi vulnerabilidad constitucional. Estas visiones se relacionan también con el lugar que cada estrato ha ocupado históricamente en relación al Otro.

Otro que puede tiranizar, esclavizar, ser dador de Nada o ubicarnos en el centro narcisístico de los privilegios mas encumbrados.

El fragmento de realidad que se selecciona para subrayar en la mirada se relaciona necesariamente con mi fantasma, con la ventana de la realidad que este mismo traza y establece como lineamiento y contorno de la misma.

No podríamos dejar de ubicar una genealogía que contemple las formaciones de las capas sociales en su evolución o involución histórica y las complejidades en juego.

En primera instancia, el sujeto político ha sufrido avatares a lo largo de la historia, donde la matriz de creencias y elaboraciones se han cristalizado en símbolos que una sociedad integra, incluye y también excluye.

Sin lugar a dudas, la estratificación de nuestro conjunto social presenta una dinámica de fragmentación y fractura desde las implementaciones neoliberales de las últimas décadas que ubican sujetos en diferentes posicionamientos.

Las capas medias, intentan rasguñar la piedra angular de su pedestal yoico, identificándose con las clases que se hallan por encima de si.

Los resultantes pueden traducirse en sobreidentificaciones que linden con el grotesco, ocasionadas por el temor al derrumbe y la sobrecompensación de “erguirse para no caer”.

Al mismo tiempo, la vulnerabilidad extrema de las capas de la base, perpetrada por la presión ejercida desde las prácticas neocoloniales han contribuido al vaciamiento de sentido de su posición en la dinámica social, un largo proceso de desmontar matrices, valores, creencias y deseos han pesado sobre este sujeto vulnerado, cuya precondición fue la pulverización de una generación de sujetos pensantes y conscientes de su participación como sujetos activos de una construcción social común.

Este fenómeno tuvo efectos devastadores en términos de supresión de símbolos, matrices de identificación y postulados de una cosmovisión del hombre determinada y cuyos resultados constituyeron verdaderos intentos de exterminación subjetiva y colectiva.

Desde el otro extremo de la pirámide, la plusvalía opera como motor de la acción, no resignando jamás los privilegios de clase que un modelo sostenido en el tiempo propende a reforzar como instituido, en el espacio de lo inerte, y que tiende por su razón estructural sistemáticamente a su reproducción y conservación.

Las ramificaciones del conjunto del universo social, dan cuenta del lugar de la estructura, y las emociones, voluntades, sentimientos en juego.

Hay sin duda, espacios de tensión, identificación y desidentificación de los actores sociales.

Asimismo, si tomamos al discurso social como producciones de una tópica, podríamos situar los diferentes discursos que lo conforman y evaluar el peso específico de cada una de ellas.

Las distintas líneas de significación instituyen imaginarios sociales y producen reales que hegemonizan visiones acerca del ser social y determinan sus prácticas.

Si nos detenemos en el papel crucial de los medios de comunicación, estos aportan una gramática, una sintaxis y una semántica determinada, elaborando un presente en términos de lo que es real; es decir son inequívocamente portadores de sentidos.

Así actúan hoy en la sintonía de amplificar el espectro imaginario de una mirada, constituyendo un fenómeno de contingencia con aquello que una parte del vector social esta tramitando.

Lejos de la discusión política de la plaza publica, los sujetos hoy reciben las interpretaciones y sobreinterpretaciones premoldeadas. como una fonología que impregna a los oyentes y potencia una mirada afectiva y primitiva de la cosa, sesgada por determinados sentidos preexistentes.

Son escasos y minoritarios asimismo los supervivientes del discurso como ordenamiento y lógica del lenguaje, cuando se han atravesado instancias de profunda violencia simbólica desestructurante.

En un sujeto perplejo, los oyentes introyectan pasivamente la transmisión , que es congruente con su fantasma. Así, este efecto especular, confirma sus devaneos imaginarios, lo cual , lejos de suscitar angustia, los coloca en una posición maníaca, de exaltación del signo: es la búsqueda de una verdad ya revelada, de un rayo imaginario que los encandila.

Los Sujetos que reciben bloques de sentido inertes, se instalan inevitablemente en la senda de la repetición: en el eterno retorno de lo igual…

La realidad se construye y el sujeto se crea, junto con el lenguaje.

Los subtextos, los paratextos se ofrecen en un limbo de ramificaciones colaterales que emergen como parches en la falta de recursos para simbolizar el texto en su dimensión de palabra plena.

En una sociedad sesgada por pactos inconfesos o sobreentendidos, la sobreinvestidura de una figura a la que en la fantasía se le enrostra el tener, provoca una impronta de reacciones emocionales particularmente virulentas. Por el contrario, el investimiento falico de un predecesor voraz, nunca fue advertido como tal. Y hasta puede retornar ocasionalmente como la figura de un mesías.

Una sociedad también lleva sus marcas, puede inscribirse en sus surcos una lógica de la desesperanza, del trauma y del post-trauma. Y es en la dinámica del ser donde encuentra sus raíces más profundas.

Las formaciones del inconsciente deforman, sustituyen, condensan significados, evocan conflictos a deshora, producen síntomas retroactivamente.

Hacer consciente lo inconsciente, podría ser una premisa ortodoxa, pero vigente.

Adentrarse en el universo del lenguaje y trascender la lógica imaginaria.

Detectar el vaciamiento de sentido, desenmascarar los sentidos impuestos.

Crear la posibilidad de hallar sentidos propios, atreverse a desandar y a andar por los rumbos que el texto posee en sí mismo, en sus cascadas colmadas de historia.

Adentrarse en su estructura y respetar sus sinsentidos, sus entrelíneas, sus equívocos, las construcciones que se realizan cuando nos asumimos como sujetos éticos; descifrar los discursos canallas, constituyen hoy verdaderos desafíos.

Incluir las posibles construcciones sociales como fuentes de una elaboración colectiva hacia una lógica de la historia donde la diversidad pueda finalmente conducirnos a un objeto de gozo y no a la condena de nuestras propias miserias.

* Psicóloga
orbuchbarbara@gmail.com

 

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