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Debilidades
de la apuesta opositora
Por Arturo Trinelli*
Los últimos acontecimientos en la Cámara de Senadores han demostrado que la
oposición no funciona orgánicamente ni todos sus integrantes piensan de la misma
manera. Entre otras cosas, reflejan que la ausencia de un liderazgo aglutinador
de diferentes posturas es un insumo político de peso, característica que el
peronismo a lo largo de su historia ha sabido mantener. La extrema
horizontalidad que ha mostrado la oposición hasta ahora, cuando el recorrido del
nuevo Congreso está iniciando recién sus primeros pasos, no le ha permitido
capitalizar políticamente su nueva composición legislativa.
La dureza con que muchos medios reflejaron el fracaso del arco opositor por
conseguir los votos suficientes para no aprobar el pliego de Marcó del Pont hace
unos días, es directamente proporcional con las desmedidas expectativas con que
se había anunciado la nueva composición parlamentaria luego de las últimas
elecciones legislativas. No se le había consagrado a la oposición su saludable
presencia en tanto equilibrio de poder, siempre necesario en una democracia
donde todas las fuerzas se encuentren representadas. Tampoco se le había
reconocido una capacidad inherente a sus integrantes, sino todo lo contrario:
los pronósticos con que se destacaban sus virtudes hablaban más de su capacidad
de bloquear, de impedir y trabar cualquier iniciativa oficialista, que una
promisoria fuerza con iniciativas que anunciara una alternativa superadora a la
kirchnerista. Los hechos por ahora demuestran que la oposición en la Cámara Alta
no ha conseguido avanzar en ninguno de sus objetivos: a la casi caída
posibilidad de no aprobar el pliego de la Presidenta del Banco Central, tampoco
se pudo lograr el tratamiento de la coparticipación del impuesto al cheque. Vale
recordar que el no dar quórum es un recurso político válido y no un bloqueo como
se ha publicado en algunos medios. En verdad esconde la limitación de reunir el
cuerpo necesario para sesionar por parte de aquellos que buscan avanzar en el
debate de iniciativas propias, como era el caso de esta semana con el
tratamiento del mencionado proyecto del impuesto al cheque.
Eso explica por qué hoy cualquier analista no da por descartada la posibilidad
de imaginar un candidato oficialista gobernando la Argentina en las próximas
elecciones. Si uno se atiene al inmediato escenario posterior a las elecciones
del 28 de junio, con un gobierno recientemente derrotado en su territorio más
preciado- la Provincia de Buenos Aires-, los augurios de decadencia y hasta de
imposibilidad de cumplir con su mandato hacían del kirchnerismo una fuerza
política en extinción. Así, se hablaba de un nuevo Congreso y la posibilidad de
que éste “recuperara” su rol, luego de años de “avallasamiento” kirchnerista por
el simple hecho de contar con mayorías legislativas y hacerlas valer. Se pasaba,
de esta manera, de un “Congreso Escribanía” donde se votaba cualquier propuesta
a libro cerrado, a un “Congreso Modelo”, y los escribas románticos del
republicanismo y enamorados del “adecuado” funcionamiento institucional
auguraban una nueva etapa, en donde la calidad democrática fuera superior por la
puesta en funcionamiento de un Congreso que había sido condenado durante años a
la opresión kirchnerista. El contexto no podía ser más desalentador para el
kirchnerismo: fuga de aliados, corporaciones que habían logrado una penetración
en la sociedad tal capaz de provocar la paradoja de generar oposición al
Gobierno entre pobres y desposeídos que, quizás, fueron los más beneficiados por
algunas de sus medidas, y más recientemente, la idea que la administración
estatal de recursos es sinónimo de “caja” manejada a discreción por quienes
gobiernan.
Sin embargo, en verdad quienes sostenían estos argumentos lo que hacían era
distorsionar la función del Congreso: directamente se le pedía a éste que
gobierne. Confundiendo el rol institucional que le compete en un sistema
presidencialista, el pedido al Gobierno por el respeto al Congreso y por dotar a
éste de funciones ejecutivas no hacía más que promover la desestabilización.
Esta tendencia se agrava cuando, en cuestiones como el debate por el pago de
servicios de deuda con reservas del Banco Central, aún hay oposición entre
aquellos que pedían que la iniciativa se encuadre en un proyecto de ley y no en
un DNU. Al del senador Verna de hace unos días ahora se han sumado los de los
senadores Cabanchik y Roldán, con lo cual ya son tres los proyectos de distintos
bloques políticos que proponen el mismo sentido del Fondo del Desendeudamiento
del Gobierno. Aún así, parte de la oposición llama a bloquear estas iniciativas
también, entendiendo que son menos opositores o menos antikirchneristas si
logran consensuar con el gobierno una propuesta que diluya las diferencias. En
consecuencia, lo que se ve hasta ahora es que muchos dirigentes políticos
opositores están pagando un alto costo por haber tenido que asumir esas
desproporcionadas expectativas de sacarle las riendas del poder al Gobierno. Eso
los lleva a hacer el ridículo de asegurar votos que en la práctica se les hace
muy difícil conseguir, para luego tener que asumir un baño de realidad afirmando
que los consensos a priori no existen y que deberán generar acuerdos sobre la
marcha.
La desbordada algarabía por el resultado electoral que puso “freno al
kirchnerismo” no dejó ver que sería muy dificultoso para el arco opositor
funcionar como un interbloque homogéneo y cohesionado, y menos con un escenario
electoral mediante que seguramente haría tornar mucho más inestables las
alianzas (piénsese, por ejemplo, en las controversias surgidas en los últimos
días a raíz de la pretensión de De Narváez por ser candidato a Presidente y el
supuesto pacto no respetado con el macrismo).
En suma, estas dificultades que la oposición está demostrando en el Senado, y
que contrasta enormemente con las expectativas que sobre ella se habían
depositado no hace mucho tiempo atrás, pareciera ser un indicador de calidad
democrática. Sin embargo, haber pretendido, como lo hicieron muchos medios de
comunicación, apostar a la oposición como una unidad política promotora de la
salvación nacional frente al kirchnerismo, atenta contra dicha calidad al no
reconocer las enormes diferencias en cuanto a modelos de país que conviven
dentro de ella. Por eso aún es difícil entender la coincidencia de figuras con
trayectorias y orientaciones políticas tan diferentes en temas puntuales como el
pago de los servicios de la deuda con reservas. Esto para quienes se presentan
como la nueva política en la sociedad, tiene un costo aún mayor. Seguramente
quienes los votaron no lo hicieron para “frenar” al kirchnerismo sino para
profundizar sus cambios. Por lo tanto, encontrarlos ahora alineados con lo peor
de la vieja política de los noventa, es sin dudas una gran decepción.
Tal vez lo más delicado del panorama político argentino sea que, al compás de
una oposición que no termina de consolidarse y de un Gobierno que, más allá de
sus limitaciones, se vio debilitado por el enfrentamiento con grupos económicos
muy concentrados, la centralidad de actores no exclusivamente políticos, como
los grandes medios de comunicación y la Corte Suprema, ha pretendido ser una
invocación a la neutralidad y a la respuesta que el poder político no ha podido
dar, con conclusiones que por lo general terminan por inclinarse al
enjuiciamiento al Gobierno, más allá de este último fallo que ordena la
recomposición de la Comisión Bicameral a su anterior número de ocho legisladores
para cada uno. Sostenerse en estos actores termina siendo el rasgo de debilidad
más grande de la oposición, más aún que su heterogénea conformación.
* Lic. en Ciencia Política (UBA)
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