|
|
|
|
La
deliberación en la Retórica de Aristóteles
Por Alberto Buela (*)
A Quintín Racionero, quien sobre la Retórica sabe.
Es sabido que Aristóteles trata de manera profusa y detenida el tema de la
deliberación en libro III de la Ética Nicomaquea cuando habla acerca de las
virtudes intelectuales y , a propósito de la téchne= técnica, y allí distingue
claramente entre las dos funciones intelectuales que realiza todo hombre:
especular y deliberar. Así piensa y filosofa sobre los fines, grandes o
pequeños, y delibera sobre los medios.
La especulación expresada en la investigación filosófica y científica se ocupa
de lo universal y necesario que es lo único sobre lo que puede haber ciencia.
Mientras que la deliberación, la estimación, la conjetura y el cálculo versan
sobre lo contingente, aquello que puede ser de una u otra manera. La
deliberación se ocupa de aquellos pasos, procedimientos, instrumentos y
razonamientos que necesita realizar el hombre a diario para lograr alcanzar la
diversidad de fines con la pluralidad de medios que la vida le presenta todos
los días.
El otro lugar de su extensa obra en que trata Aristóteles sobre la deliberación
es en el libro I capítulos IV, V, VI y VII de la Retórica cuando estudia el
género deliberativo, pero acá a propósito de la persuasión. Y a esto nos vamos a
limitar en este artículo.
Comienza afirmando que no se puede deliberar sobre lo necesario- lo que es o
será- sino solo sobre lo contingente –lo que puede ser o no ser, pero no sobre
todo lo contingente sino solo sobre lo contingente determinado por las acciones
humanas. Es decir, que deliberamos “sobre aquellos asuntos que naturalmente se
relacionan con nosotros y cuyo principio de producción está en nuestras manos”
(1359 a 37).
De modo tal que la deliberación tiene un terreno circunscripto, por un lado, por
lo necesario y, por otro, por lo posible al margen del razonamiento, como puede
ser lo que sucede por naturaleza o por azar. La deliberación se mueve y trabaja
en el ancho campo que media entre la necesidad y la suerte.
Aclarado qué entiende por deliberación pasa luego a establecer, siguiendo una
vieja tradición que va de Sócrates a Heródoto, los cinco principales asuntos
sobre los cuales todos los hombres gustan deliberar, a saber: 1) de la manera de
adquirir dinero. 2) sobre la guerra y la paz. 3) acerca de la defensa del
territorio. 4) de la importación y la exportación y 5) sobre la legislación.
Más allá de las consideraciones puntuales de cada asunto se destaca, si lo
leemos atenta y varias veces, el hecho de que en tres de ellos (asuntos 1,2 y 5)
se hace mención explícita a “la comparación con lo hecho o sucedido en otros
pueblos.” Si es en orden a la riqueza cómo fueron adquiridas por los otros, en
orden a las guerras cómo se resolvieron las de los otros y respecto a la
legislación conocer las que rigieron a otros pueblos.
Esto lleva a Aristóteles, como muy bien comenta Quintín Racionero, su último
traductor de la Retórica al castellano, a establecer el principio fundamental de
las inferencias prácticas cuando afirma: “pues acontece que de causas análogas
se producen resultados semejantes” (1360 a 6). Este principio ya había sido
enunciado en la Ética Nicomaquea (1155 a 32) y en la Ética Eudemia (1235 a 5)
hablando en esos dos casos de la amistad regida por el principio enunciado por
Empédocles de Agrigento: lo semejante llama lo semejante. Esto se encuentra ya
en la Odisea, XVII, 218 cuyo verso completo es:
wV aiei ton omoion agei
qeoV wV ton omoion
= Como siempre, Dios conduce lo semejante
hacia lo semejante.
En cuanto a las inferencias prácticas de cada asunto merecen destacarse las
siguientes: Para 1) “no sólo se hacen más ricos los que acrecientan sus bienes
que ya poseen, sino también los que reducen los gastos”. (principio de ahorro).
Para 2) “hay que saber contra que naciones podrá hacerse la guerra con éxito a
fin que se tenga paz con las más fuertes y se haga la guerra con las más
débiles”. (principio de conveniencia). Para 3) “saber ubicar las fortalezas para
proteger los lugares adecuados”. (principio de defensa). Para 4) “Es necesario
conservar a los ciudadanos libres de todo reproche contra dos clases de pueblos:
los más fuertes y los que son útiles para el comercio”. (principio
antiimperialista). Para 5) “es necesario conocer las leyes ya que en ellas
reside la salvaguardia de la ciudad”. (principio de seguridad interior).
Es sabido que todo buen gobierno tiene por objetivo el logro del bien común que
no es otra cosa que la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación que
gobierna. Este buen gobierno se apoya para ello en la concordia y prosperidad
interior y en la seguridad exterior. La concordia se logra en base al respeto de
las leyes y valores que rigen la comunidad política y la prosperidad protegiendo
la economía ciudadana de los pueblos más útiles para el comercio (ej.
Iberoamérica de los ingleses) y reduciendo los gastos públicos superfluos. En
tanto que la seguridad exterior suscribiendo con otros pueblos acuerdos y
tratados y sabiendo ubicar las fortalezas para proteger los lugares adecuados.
Como vemos, estas inferencias prácticas realizadas por Aristóteles encierran in
nuce un tratado de gobernabilidad, que permite desarrollar lo que hoy se llama
ingeniería política.
El fin de la deliberación
El hombre tiende naturalmente a la felicidad que es el fin último de su acción y
es por eso que siempre que deliberamos sobre algo no podemos dejarla de tener en
cuenta. Y como el objeto de la retórica es persuadir, disuadir o convencer:
“encontrar en cada caso aquello que puede ser apto para persuadir.” (1355 b 25)
es por ello que el orador debe saber qué es la felicidad, al menos popularmente
considerada, y cuáles son sus partes, y de esto se va a ocupar Aristóteles en el
capítulo V.
No obstante cabe aclarar que la deliberación está limitada a la contingencia de
los medios en cuanto pueden ser objeto de determinación de las acciones humanas.
“Lo contingente es aquello cuya existencia o no existencia depende de nosotros,”
según Silvestre Mauro (1619-1687) el eximio comentarista renacentista de
Aristóteles. Y que su vinculación con la felicidad está dada en tanto que ésta,
es concebida como el fin último del obrar humano. La deliberación ve a la
felicidad no como un “fin en sí”(finis qui ) sino como un “fin por el que algo
se hace”(finis cui), según la clásica distinción aristotélica.
Así va a definir la felicidad según el criterio común de pensar de los hombres
afirmando: “entendemos por felicidad el bienestar acompañado de virtud o la
independencia económica, o la vida placentera unida a la seguridad o el buen
estado de la riqueza y de los cuerpos y la posibilidad de conservar y usar de
ellos.”(1360b 14-17). Y a renglón seguido va a enumerar las partes y los bienes
que facilitan la felicidad: la nobleza, los muchos y buenos amigos, las
riquezas, los hijos buenos y muchos, la buena vejez, las excelencias propias del
cuerpo como la salud, la belleza, la fuerza, la gran talla y la habilidad para
la competición. Y también la fama, el honor, la buena suerte y las virtudes
cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza).
De modo tal que quien posea los bienes que están en uno mismo y los que vienen
del exterior podrá bastarse a sí mismo y lograr ser autosuficiente (autárkeia)
que es el fundamento de la felicidad.
Veamos algunas de las inferencias prácticas que saca Aristóteles de los bienes
que nos pueden llevar al logro de la felicidad: 1) “la nobleza para un pueblo es
que sus primeros jefes hayan sido esclarecidos y tenido muchos descendientes
ilustres en aquello que es digno de imitación”. 2) “las virtudes de los varones
son la moderación y el valor y en las mujeres la moderación y el amor al trabajo
sin mezquindad”. 3) “ser rico consiste mas bien en usar los bienes que en
poseerlos, pues la riqueza reside en el ejercicio y en el uso de los bienes”. 4)
“la buena fama consiste en ser tenido como poseedor de algo de tal naturaleza
que a el aspiren la mayoría de los buenos y sensatos”. 5) “el honor es señal de
tener fama de hacer el bien”. 6) “la salud es la cualidad del cuerpo que nos
mantiene libres de enfermedades”. 7) “la belleza es diversa para la edades: la
del joven cuerpo útil para el trabajo, las carreras y la fuerza: para el hombre
maduro apto para la guerra y en el anciano ser capaz de soportar los trabajos
necesarios sin ser quejoso”. 8) “la fuerza es la capacidad de mover otro cuerpo
como se quiera”. 9) “la buena talla consiste en sobresalir en estatura, volumen
y anchura sobre los demás”. 10) “la buena vejez es la vejez lenta y sin dolor ni
sufrimientos”. 11) “amigo es el que lleva a cabo, por causa de otro, lo que es
bueno para ese otro”. 12) “la buena suerte consiste en obtener y poseer aquellos
bienes cuya causa es la fortuna”. 13) “la virtud es la facultad de producir y
conservar los bienes y proporciona muchos y grandes servicios de todas clases y
en todos los casos.” (1366 a 37-39).
El cúmulo de estas enseñanzas prácticas y observables a diario al ser aprendidas
e internalizadas por el orador lo habilitan para logar el objeto de la
deliberación que es, en definitiva, lo bueno y lo conveniente o útil, tema de
los capítulos VI y VII
El objeto de la deliberación
Comienza esta meditación con la tajante afirmación de que: “no se delibera
respecto del fin sino sobre lo que conduce a obtenerlo y esto es lo útil y lo
bueno respecto de las acciones.” (1362 a 17) y realiza luego un catálogo de
bienes donde reproduce gran parte de los del capítulo V para concluir definiendo
el bien por su contrario como “aquello cuyo contrario conviene a los enemigos
(1362 b 33) o “aquello por lo que les parece a los hombres digno competir.”
(1363 a 9). Obsérvese que lejos que está de aquella definición universal de lo
bueno de la Ética Nicomaquea (aquello que todos apetecen). Esta caracterización
funcional de lo bueno no deja dudas de lo que persigue Aristóteles para la
formación del orador: que sea de utilidad privada y pública.
Luego en el capítulo VII intenta establecer los grados de lo bueno y de lo útil
o conveniente. Donde va a tratar de aplicar el lugar común -la inferencia
práctica- de lo mayor y de lo menor a lo bueno y a lo útil.
Y así afirma que el mayor bien es aquel que no se sigue de otro. Así vivir se
sigue de vivir bien, y vivir bien no se sigue de vivir, por eso vivir bien es un
mayor bien que vivir.
Por la misma razón es mayor lo que es principio de lo que no lo es y la causa de
lo que no es causa. Lo que es fin de lo que no lo es y también lo más escaso,
como el oro, que lo abundante. Las cosas que duran más que las que duran menos y
la verdad que la opinión. Lo más difícil es superior a lo más fácil como aquello
cuyo contrario o privación es mayor. Es mayor lo ostensible de lo que pase
desapercibido como lo que elige la mayor parte que aquello que escogen unos
pocos.
Los eruditos, aquellos profesores de filosofía que oscurecen las aguas para que
parezcan más profundas, al decir de Nietzsche, no se ponen de acuerdo acerca de
que si los capítulos VI y VII son agregados a complementos del capítulo V pero
el hecho cierto que se desprende de su lectura detenida nos indica que
Aristóteles dice las mismas cosas pero desde distintos ángulos. Así en el
capítulo V la deliberación está vinculada a la felicidad y en los capítulos VI y
VII a lo útil y lo bueno y la jerarquía entre ellos.
Todos estos enunciados y otros más que trae en la Retórica nos muestran que el
objeto de deliberación para Aristóteles está concebido más allá de las
categorías de necesidad, determinación y cualidad. Lo mayor esté pensado como
exceso con referencia a una cantidad dada. Viene a responder a la cuestión del
sofista Carnéades: Qué es lo último de lo poco y lo primero de lo mucho? Lo
primero de lo mucho es aquello que supera el promedio medio y lo último de lo
poco es aquello que está por debajo de éste.
Y termina dando un consejo de un realismo concreto llamativo: “la riqueza y la
salud son tenidas por los mayores bienes, puesto que contienen a todos los
otros.” (1266 b 10-12). ¿Será por eso que Cicerón afirma en forma contundente
que: “en la deliberación el fin es la utilidad y a ésta se refiere todo lo que
se relaciona con dar un consejo.”(Part.Orat., XXIV, 83).?
Así la Retórica leída desde el punto de vista de la deliberación se transforma
en un estudio sobre la lógica de la decisión donde lo probable lo establece la
mayoría o el criterio de los sapientes
(fronimoV),
los poseedores de la phónesis, esto es, aquellos hombres que reúnen en sí mismos
conocimiento y experiencia.
Nota bene:
De las ediciones contemporáneas en castellano de la Retórica conocemos al menos
cinco ediciones: 1) la del investigador argentino E. Ignacio Granero (Editorial
Eudeba, Bs.As.1966 pero realizada a partir de 1951 y publicada parcialmente por
la Universidad de Cuyo en Mendoza).
2) viene luego la renombrada del filólogo español Antonio Tovar en versión
bilingüe (Editorial Instituto de Estudio políticos de Madrid, 1953). 3) la del
traductor popular de Aristóteles, Francisco P. Samaranch (Editorial Aguilar,
Madrid-Bs.As. 1967). 4) la del filósofo español Quintín Racionero con una
excelente introducción de 152 páginas (Editorial Gredos, Madrid, 1990) y
finalmente 5) la del también filólogo español Alberto Bernabé Pajares (Editorial
Alianza, Madrid, 1998).
(*) alberto.buela@gmail.com
arkagueta, eterno comenzante