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Medios de comunicación y democracia: los verdaderos debates detrás de la victimización
Por Arturo Trinelli*
La sobreactuación por el miedo a la censura alentada por algunos
periodistas y ratificada por algunos dirigentes políticos no
resistiría el menor análisis si no fuera porque, en los hechos,
sirvió para durante unos días desviar la atención ante lo
realmente importante vinculado a los medios y la libertad de
expresión: la entrada en vigencia de la ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual, que luego de numerosos debates con
participación de diversos sectores de la sociedad, fue
consagrada por amplia mayoría en el Parlamento. De esta manera,
la ley en la actualidad constituye una demanda de diferentes
partidos que así lo hicieron saber en el Congreso Nacional, con
grandes movilizaciones populares en todo el país que pidieron
por su implementación. La cuestión ya ha trascendido el propio
contenido de la norma para situarse en el nivel simbólico de
plantear qué tipo de sociedad estamos pensando a futuro y el rol
de los agentes de socialización que le darán forma, sentido y
expresión.
En los próximos días se espera la intervención de la Corte
Suprema que, luego de revisar el expediente de la medida
cautelar de la justicia mendocina que suspendió la aplicación de
la ley, deberá dar lugar a la apelación que realizó el Gobierno
Nacional donde se plantea la gravedad institucional de privar al
sistema general de medios de una ley consensuada por amplia
mayoría. Así es que se espera una resolución de la Corte sobre
la medida cautelar más que un pronunciamiento sobre la legalidad
de la ley en sí misma. La gravedad institucional que esgrime el
Gobierno tiene que ver con el peligro ante una superposición de
poderes si se judicializa el proceso de sanción de las leyes.
Pero independientemente de los tecnicismos jurídicos, hay temas
de debate que la discusión por la ley de medios ha planteado y
que sus disputas jurídicas en todo este tiempo no han logrado
neutralizar. Esto ha sido entendido por algunos medios como
“crispación”, o se ha reducido simplemente a una lucha del
kirchnerismo con un sector de la prensa que desde que asumió
como inevitable el planteo sobre el rol de los medios no tuvo
reparos en constituirse como uno de los grandes polos de
oposición a la actual gestión, abandonando de esta manera su
hiper promocionada objetividad o independencia.
Algunos periodistas vienen sosteniendo últimamente que se
sobreestima la influencia de los medios en la población, en
especial de aquellos que reclaman una intervención del Estado
para reparar las distorsiones que ha permitido la ley vigente,
sancionada por la dictadura y anacrónica frente a las nuevas
tecnologías. Todo, una vez más, se reduciría a una lucha
política en donde lo que estaría en juego sería la disputa de un
gobierno que reniega de las críticas y embiste contra un medio
que investiga y publica información que lo compromete.
Sin embargo, la función e influencia de los medios masivos,
ampliamente estudiada en ámbitos académicos, se ha filtrado en
la opinión pública general gracias a la discusión por la ley.
Así, se concluye que los medios acompañan los procesos de
socialización, ofrecen referentes de conocimiento muy
importantes, imágenes del mundo exterior y de personajes que
constituyen parámetros de interpelación, modelos étnicos y
sociales de éxito y fracaso, que interactúan con los que vienen
de familia, el barrio o el entorno social inmediato. En
definitiva, lo saludable de analizar a los medios es bajarlos de
ese “pedestal” de inimputabilidad que siempre creyeron tener
para reconocerlos como agentes de peso que pugnan por intereses
propios y no de la mayoría como los pretenden presentar.
Valores democráticos en disputa
Si tenemos en cuenta que una de las estrategias de negocios de
las empresas mediáticas es el sensacionalismo o dramatismo en
las historias, se crea un sistema de valores falsos que son
sostenidos por estudios de mercado y lanzados como "lo que
interesa al público", que no es lo mismo que "el interés
público". El hecho es que si los medios de comunicación no
fomentan los valores democráticos y enriquecen la cultura
cívica, el negocio que representan no es compatible con los
propósitos democráticos. Es más, el sensacionalismo ha probado
ser mitigante de dichos valores, en especial cuando se asocia a
la protesta social con la delincuencia o a los reclamos por
falta de seguridad justificando la justicia por mano propia,
entre otros ejemplos cotidianos.
El rol del periodismo en las sociedades democráticas es
sumamente importante y la libertad de expresión es un logro que
en el país ha costado la sangre de muchos como para que en la
actualidad haya sospechas sobre su extensión y consenso. Y pese
a lo condenatorio que resulten los agravios personales, la
opinión pública no debe dejar de exigir a los periodistas el
ejercicio de una profesión responsable, permitiendo a sus
interlocutores tener diferentes herramientas para sacar
conclusiones propias sin imposiciones o restricciones de ningún
tipo.
Todo sistema democrático requiere como garantía de
funcionamiento una cultura cívica sólida interesada por los
asuntos públicos. Sin embargo, la realidad construida por los
medios muchas veces distorsiona ese interés por lo público y las
necesidades cívicas de quienes reciben y consumen esa
construcción de la realidad. Al mismo tiempo, la propia lógica
del mercado que ha imperado en los medios hasta hoy ha
concentrado las opiniones y las diferentes formas de expresión
en grandes monopolios, que asumieron como “natural” la función
de ser jueces para decidir arbitrariamente qué está bien o mal.
De esta manera, ya lejos de ser un nexo entre la sociedad y el
Estado, o desempeñarse como supervisores del poder político,
parecen ser entidades con una prepotencia económica suficiente
para decidir sobre los intereses políticos y económicos en
disputa, sin la responsabilidad social que exige de ellos la
democracia. Así es como los medios se constituyen en una fuerza
capaz de intervenir políticamente de acuerdo a su conveniencia.
La posibilidad que brinda la nueva ley, pues, apunta a fomentar
en la sociedad civil una masa crítica capaz de anteponer sus
propias necesidades y demandas frente a la información y
contenidos de los medios, para de esta forma volcar los esquemas
mediáticos actuales a favor de la democracia y ser capitalizados
de manera útil por la sociedad.
El desafío que se plantea entonces consiste en modificar la
experiencia y la estructura de medios actual y redireccionarla.
Resulta evidente que no se trata de una tarea sencilla luego de
años de concebir la información como mercancía de lujo de
algunos monopolios con capacidad para imponernos lo que tenemos
que saber y posicionar los temas sobre los cuales construir el
debate. A diferencia de la ley vigente, que contempla solo la
explotación comercial y posibilita que el universo audiovisual
sea cooptado simplemente por grupos con fines lucrativos, la
nueva ley permite el acceso a las licencias de organismos sin
canales de expresión hasta el momento, que democratizará a los
medios y permitirá más y mejores lecturas de la realidad. Entre
ellas, seguramente podremos concluir que la dirigencia política,
pese a ser quien tiene la mayor responsabilidad, no gobierna
sola. Sus decisiones deben ser consensuadas con otros grupos de
poder con intereses propios y capacidad para hacerlos valer.
Esos grupos o corporaciones actúan de manera de incidir en las
decisiones de gobierno, por eso la política termina siendo
siempre el “arte de lo posible”. En este sentido, las palabras
de Mujica en la última reunión de Unasur resultan elocuentes:
“los gobiernos no hacen lo que quieren sino lo que pueden”.
*Licenciado en Ciencia Política (UBA)