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¿Reformismo
o peronismo en la ciencia y la tecnología argentina?
Por Aritz Recalde*
Actualmente en el sistema científico y técnico argentino, coexisten dos grandes
concepciones acerca de las diferentes maneras de organizar y de planificar sus
actividades[1]. Estas dos corrientes políticas y culturales que definen los
rasgos centrales de nuestro sistema científico son el reformismo y el peronismo.
El MODELO REFORMISTA se relaciona al gobierno de Hipólito Yrogoyen y se
centra en la promoción de la autonomía universitaria y en privilegiar el
desenvolvimiento de las disciplinas humanas y sociales. Fue una concepción
cultural de raíz vanguardista que se vinculó al contexto del país agroexportador
y de servicios de principios del siglo xx. Dicha noción supone que la ciencia se
desarrolla plenamente si se separa del Estado y de la democracia de masas
privilegiando las decisiones internas del cogobierno universitario o de los
ámbitos propios de la actividad de los científicos.
Dicha definición y más allá de sus justificaciones filosóficas o sus modelos
teóricos, implica que los recursos humanos y de investigación queden
estrechamente ligados al interés individual de los profesionales y los
académicos y que no se vinculen a la planificación de las políticas del Estado.
La ciencia se torna en su comportamiento “anarquista” y favorece que cada
investigador se desenvuelva en su acción de manera inorgánica e individualista.
Los hombres de ciencia en la tradición reformista no inscriben su práctica en el
desarrollo nacional, sino que elaboran sus acciones atendiendo solamente sus
inquietudes personales o académicas propias de su pequeño espacio de acción: el
docente, investigador o poseedor de beca se cree dueño de los recursos públicos.
Las concepciones reformistas en la actualidad son un reflejo de nuestra
dependencia social, económica y política.
El subdesarrollo del país le imprime a la comunidad científica el síndrome
anarquista, que no es no más ni menos, que una de las manifestaciones del
sentimiento de inferioridad de nuestros intelectuales sumergidos en debates
banales e intrascendentes sobre el devenir de cualquier lugar del mundo, menos
de la Argentina. La dependencia económica política del país enajena al
intelectual y le marca un horizonte sumamente estrecho que se expresa en tareas
intrascendentes sin aplicación histórica.
El MODELO PERONISTA de ciencia y técnica se vincula al nacimiento y al
impulso en el país de la planificación científica estatal de carácter integral y
a la promoción de la innovación tecnológica cuya finalidad es industrializar la
argentina. Esta concepción establece que no hay posibilidad de desarrollo
científico pleno e independiente en el país sin consolidar previamente la
industrialización y la inserción de los sectores populares a la planificación de
las políticas públicas. La ciencia y la innovación se organizan desde el Estado
y el sector privado en función de los intereses nacionales y no viceversa como
en la concepción reformista. El peronismo científico es la política que busca
resolver el problema de la dependencia: planificar la ciencia con la finalidad
de consolidar el desarrollo integral del país. El peronismo profundizó el
desarrollo científico en áreas de importancia estratégica nacional como eran la
producción de automotores, de aviones, de maquinaria agrícola, de energía
atómica, petróleo, derecho, geopolítica, salud o comunicaciones.
Dicha tarea implicó la formulación de Planes Nacionales de Desarrollo integral y
sustentable (Quinquenales) y la organización y/o promoción de instrumentos
institucionales como fueron el Consejo Nacional de Posguerra, el Ministerio de
Educación, la Universidad Obrera, los consejos económicos sociales, las escuelas
técnicas, las Academias Culturales, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA)
o de Fabricaciones Militares. El modelo de desarrollo nacional implicó cambios
radicales en la composición y en el funcionamiento de las instituciones
educativas y científicas en relación a la tradición reformista: la educación y
la ciencia en el modelo peronista fueron masivas y planificadas desde el Estado
-dentro y fuera de las universidades-. La educación científica se tornó popular
con la gratuidad universitaria (1949), con la construcción de obras de
infraestructura, la multiplicación de institutos privados y públicos de
innovación o con la aparición de los centros de investigaciones antecedentes del
actual CONICET.
El Estado promocionó carreras y líneas de investigación estratégicas del estilo
de Ingeniería en Petróleo o en industrias o las ya mencionadas en energía
atómica o salud. La aplicación de las dedicaciones exclusivas permitió que las
universidades investiguen además de impartir docencia. No fue casualidad que el
primer peronismo dispuso de las acciones de científicos e intelectuales
prominentes como Ramón Carrillo (medicina), Manuel Savio (siderurgia, química y
fabricaciones militares), Leopoldo Marechal (arte) Arturo Enrique Sampay
(derecho), Raúl Mende (planificación), Arturo Jauretche (ensayista político) o
Carlos Astrada (filosofía). Para estos intelectuales la conciencia nacional era
el punto de partida para desarrollar la actividad científica y tecnológica.
Ambas corrientes ideológicas y políticas están vigentes en la actualidad y
sostenemos a modo de hipótesis, que el reformismo tradicional corre el peligro
de tornarse una concepción regresiva para el desarrollo nacional. Dentro del
REFORMISMO no se producen debates demasiado profundos sobre un modelo científico
nacional. El reformismo izquierdista ve en la universidad y en la estructura
científica un medio para extraer militantes y no un instrumento para desarrollar
la nación. El argumento sería que “la ciencia se va a poner al servicio del país
cuando estemos en revolución socialista, mientras tanto no se discute la
desconexión del conocimiento con el medio social y productivo”. No existe en la
historia argentina un programa científico y técnico de izquierda reformista
tradicional[2] y por el contrario, se proclama un universalismo abstracto
caracterizado por unos debates que no por acalorados, dejan de ser menos
intrascendentes. Su denuncia al burgués imposibilita la articulación posible
entre la producción y la ciencia. La radicalidad del discurso esconde su
práctica que es claramente conservadora.
El liberalismo reformista está abocado a ser una subsidiaria de las metrópolis y
se preocupa por respetar el país agrario y de servicios al cual no le hace falta
un sistema científico técnico desarrollado. El país es el “campo” y lo
administran la oligarquía, las cerealeras trasnacionales, los abogados y los
economistas: la innovación científica se importa desde las metrópolis. En la
actualidad el PERONISMO sigue siendo el sector más dinámico para la organización
científica y técnica, ya que propone industrializar el país e implementar a
partir de aquí, una acción intelectual y de innovación tecnológica integral. En
la política científica iniciada en el año 2003 coexisten ambas tradiciones y es
innegable, que en varias universidades y en organismos como el CONICET, siguen
predominando prácticas caracterizadas por su desconexión con el modelo nacional
de desarrollo.
El peronismo científico está siendo aplicado desde algunas casas de altos
estudios pero y principalmente, lo hace desde posprogramas del Estado. Lo
ejecuta y por ejemplo, a partir de la puesta en realización de los programas de
infraestructura más importantes de las últimas décadas y que incluye 100 obras
universitarias terminadas o la construcción de una nueva sede para el Ministerio
de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. El gobierno y retomando el
modelo peronista de ciencia y técnica, está promoviendo carreras prioritarias
(ingeniería, agronomía o informática) y un sistema de becas orientados a las
carreras socialmente relevantes para el país. La acción estatal está promoviendo
y financiando la innovación de nivel internacional de instituciones como la CNEA,
el INVAP o Fabricaciones Militares. La creación del Ministerio de Ciencia,
Tecnología e Innovación Productiva, la ampliación de los proyectos científicos
ejecutados y el financiamiento de las carreras a cientos de estudiantes de
posgrado, es un dato importante para el futuro de la organización y la
planificación estatal de la ciencia y la innovación tecnológica. La promoción de
las escuelas técnicas, el aumento del financiamiento educativo o la entrega de
miles de computadoras, complementan un programa cultural y científico
estratégico que si se perfecciona y se mantiene en el tiempo, va a oficiar como
un pilar fundamental de la nueva Argentina industrialista.
[1] Estas dos tendencias y tomando distancia de los estudios “académicos” en
educación superior, no dividen al campo intelectual entre los supuestos
promotores de los modelos “humboltianos o napoleonicos”. La forma en que se
construye la historia de la ciencia y de la educación argentina es una de las
manifestaciones de nuestra dependencia cultural: queremos encorsetar nuestras
prácticas a los sucesos europeos desconociendo los procesos nacionales. Ni la
ciencia, ni la política argentina son asimilables linealmente a los modelos de
Alemania o a Francia. Es un absurdo frecuente el que aplican los intelectuales
cuando quieren interpretar la autonomía universitaria citando a la universidad
de Bolonia y no al contexto del gobierno de Hipólito Hirigoyen o a la historia
de la legislación hispánica fundacional. Otro tipo de error frecuente es el
hecho de mencionar a la UBA liberal y dependiente de 1821, como institución “napoleonica”:
Napoleón era un emperador que puso la ciencia al servicio de un imperio y por el
contrario, b. Rivadavia fue un dirigente liberal que dispuso del conocimiento al
servio de los intereses coloniales. La ciencia del primero acompaño la
construcción de un imperio y la producción de la UBA contribuyó a la
balcanización del continente y a la implementación del programa aperturista y
anti industrialista británico. El mismo inconveniente de interpretación se
planteó con la Comisión Nacional de Energía Atómica o con el impulso de la
producción de maquinaria agrícola o de aviones con Fabricaciones Militares
durante Perón: algunos lo interpretaron como nazismo y otros como bonapartismo.
Los modelos científicos y culturales reformista y peronista son en gran medida,
originales de nuestro país y fueron exportados a America Latina. Esta condición
no niega que estos retoman modelos del extranjero: pero los modifican y ajustan
a la situación nacional creando modelos nuevos y originales.
[2] Los planteos de Oscar Varsavsky, Amílcar Herrera o de Fernando Nadra a la
hora de plantear un modelo científico para el país, lo hacen a partir de ajustar
los aportes del reformismo de izquierda al proyecto nacional y no viceversa.
junio 2009
*Editor del blog
www.sociologia-tercermundo.blogspot.com
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