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Una
lectura política de los festejos del Bicentenario
Por Arturo Trinelli *
¿Se puede hacer una lectura política de los festejos del Bicentenario? En los
últimos días esta cuestión parece haber sido la preocupación principal de la
mayoría en los análisis posteriores. Muchos de ellos trataron de despolitizar
los festejos, quizás evitando beneficiar a algunos sobre otros con una
afirmación concluyente al respecto, temiendo a la “apropiación” con fines e
intereses particulares de un acontecimiento de semejante envergadura.
Este mismo argumento también se utilizó, recordemos, para justificar la ausencia
en la Plaza de Mayo de las tradicionales movilizaciones en repudio al golpe del
’76, incluso de sectores o personas que históricamente defendieron los derechos
humanos y los hicieron eje de toda reivindicación y lucha. Pero con la excusa de
la apropiación algunos en verdad sintieron que el Gobierno les había expropiado
una causa que siempre habían considerado de su patrimonio ideológico. Así, bajo
la sospecha de una manipulación política, el resultado (tal vez no deseado, pero
resultado al fin) fue el alineamiento con lo peor del clásico pensamiento de
derecha que se buscó siempre combatir.
Lo cierto es que reconocer al Bicentenario como el hecho político más importante
de los últimos años no equivale a anticipar un rédito electoral para nadie. En
especial teniendo en cuenta que no están definidos aún todos los candidatos,
muchos de los cuales deberán someterse a internas si hay más de uno compitiendo
por el mismo partido político, y que aún para el 2011 falta un largo trecho en
medio del cual, como casi siempre ocurre, la necesidad por ocupar espacios y
subir en las encuestas hará del debate político un escenario de discusión
fluctuante y dinámico, donde los discursos con declaraciones efectistas
tendientes a lograr impactos mediáticos serán más habituales que la propuesta de
proyectos a largo plazo.
Pero haciendo esa salvedad y situando a la política por encima de los intereses
electorales, continuar intentando despolitizar el festejo sería distorsionarlo
irremediablemente, porque se correría el riesgo de considerar un evento de
enorme participación popular, por el recuerdo de una fecha histórica, con los
mismos criterios que se utilizan para analizar concentraciones masivas por
logros deportivos o triunfos electorales. Más aún, enunciar tal despolitización
sería atentar por el propio contenido de los espectáculos que el público fue a
presenciar, cuando en verdad lo que se vio fue una celebración con sentido y
valor simbólico, donde la participación del Gobierno en su organización y diseño
resultó fundamental en la medida en que los espectáculos planificados tuvieron
una orientación política concreta. El intento por presentarlos de esa manera
(multiétnicos, federalistas y latinoamericanistas) supone una visión del 25 de
mayo distinta de la que conservamos en la memoria quienes transitamos la escuela
hace años, al recordar cada acto escolar por la Revolución de Mayo disfrazados
como granaderos o caballeros. La historiografía liberal no tenía más nada para
decirnos: el 25 de mayo era el triunfo de la patria ganadera, la imposición
cultural del campo como sinónimo de argentinidad, portador de un ideario de
progreso que fue revitalizado en la polémica por la Resolución 125 donde parecía
que quien no estaba a favor del “campo” era menos argentino que otro. Este
imaginario colectivo, sin dudas, encuentra su origen en esta operación cultural
diseñada desde la educación básica.
Pluralismo
Los festejos por el Bicentenario, por lo tanto, constituyen un hecho político
porque interpretan la historia desde un enfoque más plural. Es así entonces
donde además de la escarapela y el granadero aparecen otros actores
constitutivos de la argentinidad; entre ellos los pueblos originarios, el papel
de la clase obrera al resguardo de un proyecto político, o las Madres y Abuelas
de Plaza de Mayo en su inagotable lucha por la verdad y la justicia, entre otros
reconocimientos.
En los “grandes” festejos del Centenario seguramente hubiera sido impensado
tener a los representantes de pueblos originarios marchando por el centro del
poder político y económico del país de cuya expansión fueron víctimas. Tampoco
hubiera sido posible concebir en la “paqueta” Buenos Aires de entonces a los
trabajadores, perseguidos y cercenados en sus libertades políticas e
individuales de manera dramática durante aquella etapa. Se ha dicho últimamente
que tales reconocimientos eran imposibles a comienzos del siglo XX pues
involucran una serie de valores y categorías desconocidas en aquélla época. Pero
en verdad tampoco había posibilidad de plantear reivindicaciones semejantes, y
quienes se revelaron ante las injusticias del momento no llegaron nunca a contar
“su” historia.
Por lo tanto, cabe concluir que los espectáculos no fueron elegidos al azar:
buscaron claramente exponer la idea de una Argentina plural cuyo origen,
entendiendo al primer gobierno patrio de 1810 como el germen de un proceso
político alternativo al de entonces y del cual somos herederos, no se reduce
apenas a un único relato.
Consensos colectivos
Los festejos del Bicentenario también constituyen un hecho político porque el
extraordinario poder de convocatoria recupera la construcción colectiva de la
subjetividad. En efecto, a pesar de una realidad postmoderna donde pareciera que
el individualismo, el fin de las utopías y el relativismo fueran características
inevitables, que por unos días millones de personas, de cualquier clase social y
orientación política, compartieran un mismo espacio por un rato y se sintieran
contenidos por la misma ficción convocante resulta un acontecimiento poco
frecuente para estas épocas de apatía general. Estas jornadas permitieron
reflotar la idea de la condición democrática de elaboración de consensos. Es
cierto que en la actualidad se construye cada vez menos desde una estructura
institucional que modela los cuerpos y los sujetos, pero la construcción
colectiva del espacio con la participación de todos y donde todos son iguales al
sentirse contenidos por ese imaginario es un hecho político notable, si
entendemos a la política como la preocupación por lo público. Todos confluyeron
hacia un mismo objetivo sin ningún tipo de desmanes o episodios violentos.
Finalmente, los festejos del Bicentenario adquieren una relevancia política al
momento de haberse sobrepuesto a todo el operativo mediático que tuvieron en su
contra durante los días previos, con gran cantidad de opiniones, sobre todo en
la prensa escrita, alertando sobre un presente oprobioso y triste, donde quien
tuviera algo para festejar casi estaba fuera de la realidad. Sin dudas que el
objetivo final en estas argumentaciones era impedir una utilización
gubernamental de los festejos donde, una vez más, se alentaban suspicacias
respecto de la “apropiación” de una fecha histórica con fines particulares y
mezquinos. Todos estos mensajes encuadraban perfecto en ese mundo que a diario
nos presentan los grandes medios de comunicación, donde los motivos y las
referencias al desánimo son cotidianos y el descrédito y la desconfianza parecen
ser de lo más común. Haberse sobrepuesto a eso y demostrado con una masiva
concurrencia el ánimo y el entusiasmo volcado en esos días expresan la crisis de
un discurso hegemónico, que sin dudas constituyen quizás la característica de
politicidad más importante que se puede encontrar en los festejos del
Bicentenario. E independientemente de los puntos porcentuales en la imagen
positiva que este evento depare en cualquier dirigente, lo cierto es que la
concurrencia y el fervor popular que acompañaron los festejos están demostrando
el agotamiento de un discurso que empieza a cobrar sentido de múltiples formas.
En esto la discusión sobre el rol de los medios de comunicación y la función de
nosotros como sujetos con capacidad crítica para asumirla ha resultado
fundamental. Así se logra entrar al Bicentenario desde otra perspectiva, donde
se empieza a entender que la realidad es mucho más compleja de lo que se la
suele presentar.
En consecuencia, y volviendo a la pregunta inicial, no caben dudas que el
Bicentenario debería ser recordado como un hecho político notable, donde todo un
país se unió para celebrarlo durante días con gran entusiasmo y participación.
Ya tendremos tiempo de volver a nuestras preocupaciones, diferencias e intereses
particulares. Pero por un instante la sensación de sentirnos iguales y
reflexionar críticamente sobre nuestro pasado nos hace protagonistas de la
historia y así evitar, como hasta ahora, que otros la cuenten por nosotros.
* Licenciado en Ciencia Política