"Los dueños del orden natural no están cómodos cuando su orden se demuestra falso"

Por Osvaldo Bazán *

Discurso ante los senadores por la ley de matrimonio igualitario. 24/06/10

En Argentina hay ciudadanos heterosexuales y ciudadanos que no lo son. Tanto entre quienes lo son, como entre quienes no lo son, hay ciudadanos que se quieren casar y otros que no. Por la Constitución Nacional, todos deberíamos ser iguales ante la ley. Sin embargo, si un ciudadano desea casarse, el Estado le exige que sea de manera heterosexual, estableciendo así una diferenciación clara. Los ciudadanos heterosexuales pueden casarse de acuerdo a su deseo e interés, los no heterosexuales, no.

¿Por qué?

Porque el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer. Es la ley natural.

Que el matrimonio es la unión entre hombre y mujer es algo que ha resultado tan natural para gran parte de la humanidad, que mucha gente no se lo ha cuestionado jamás y les resulta increíble que se cuestione. Pero se cuestiona. En los últimos años, un número cada vez mayor de personas acá y en todas partes, lo cuestiona.

¿Cómo fue que llegamos a esto? Disculpen que para sostener mi argumentación tenga que recurrir a datos de hace más de 1500 años, pero los argumentos contrarios que escucho son pre medievales y debo decir que son argumentos que podemos rebatir con algo de conocimiento. Como soy periodista, busqué información y conocimiento y lo expongo aquí. Esta exposición está hecha también desde mi profesión de periodista, que reivindico también con este trabajo. El matrimonio como la unión natural entre un hombre y una mujer es una construcción cultural que llevó 17 siglos y que se impuso brutalmente con la tortura y la hoguera, amparados en la ignorancia y el autoritarismo. Nada menos natural.

En el siglo III, el papa Clemente de Alejandría sostuvo que “mantener relaciones sexuales con cualquier otro fin que no sea la producciónn de hijos es violentar la naturaleza”.

A comienzos del siglo IV, el emperador Constantino proclamó al cristianismo como religión estatal del Imperio Romano, lo cual obligaba a todos los ciudadanos a cumplir con los preceptos católicos. Al convertir la ley canónica en legislación civil para toda Europa, la conducta sexual, que Grecia y Roma no habían reglamentado por pertenecer a la esfera de los derechos privados, pasaba a ser regulada por las autoridades civiles y eclesiásticas. En el siglo IV comenzaba a morir la libertad individual.

Entre el 538 y el 544 el emperador Justiniano dictó un conjunto de leyes tendientes a erradicar las prácticas homosexuales usando una vez más lo que es una tensión clásica en la relación entre poder y homosexualidad: era posible -creía Justiniano al establecer una relación causa-efecto celestial-, culpar al diferente sexual por los castigos que Dios mandaba a la tierra de los pecadores. El emperador justificó la necesidad de esas leyes “en esta época en que de diversas maneras, hemos provocado su ira con la multitud de nuestros pecados. Pues debido a tales crímenes, hay hambrunas, seísmos y pestes”. Desde la destrucción de Sodoma y Gomorra hacia acá, pasando por cuestiones tan disímiles como la desaparición de los gigantes de Tierra del Fuego, la creación del lago de Ypacaraí o el terremoto que destruyó a Esteco, todo fue justificado por el enojo de un Dios ante la diversidad sexual. La interpretación de la Biblia y su monopólico uso por una institución terrenal, es un proceso en cuestión por pensadores de todas las épocas. John Boswell, por ejemplo, explica extensamente el malentendido de que la conducta homosexual es condenada en el Antiguo Testamento a partir del relato de Sodoma, en génesis 19: “Sodoma dio su nombre a la relaciones homosexuales en lengua latina: a lo largo de la Edad Media, tanto en latín como en cualquiera de las lenguas vernáculas, la palabra más próxima a ‘homosexual’ fue ‘sodomita’. Sin embargo, la interpretación puramente homosexual de aquel relato es relativamente reciente. Ninguno de los muchos pasajes del Antiguo Testamento que se refieren a la depravación de Sodoma sugiere delito de tipo homosexual, de modo que las asociaciones homosexuales tienen que tener su origen en tendencias sociales y literatura muy posteriores.”

La persecución de la Iglesia a los homosexuales nada tiene que ver con Dios o la naturaleza, comienza al finalizar la Edad Media como respuesta a acontecimientos políticos y sociales europeos muy concretos: la acusación de sodomía junto con la de herejía y canibalismo permitió a Roma disfrazar la lucha contra sus enemigos –moros y judíos, por ejemplo- con vestimentas celestiales, cuando en realidad, se trataba de meras disputas de poder terrenal.

El Papa Inocencio III coordinó la represión a los herejes. En 1231 quedó constituido en Roma el Tribunal de la inquisición o del Santo Oficio. Los acusados de sodomía fueron el blanco preferido de los inquisidores, ya que violaban el plan de dios, desperdiciando su simiente por una vía estéril, lo que los convertía en perversos dignos del máximo castigo.

En 1497 los reyes católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, dispusieron la muerte en la hoguera para los responsables del acto de “sodomía” o “pecado nefando contra natura”.

En América, la acusación de herejes, caníbales y sodomitas sobre los nativos fue funcional al plan de conquista y exterminio. Es difícil pensar que Dios tuvo algo que ver. En el códice escrito por el cronista de Indias, Francisco López de Gómara, Historia General de las Indias de 1552, Gómara es claro y directo, preparando el terreno de la represión asegura, sin vueltas que en las nuevas tierras “Hay putos”.

Cuando en pleno pánico por el mundo nuevo que aparecía gracias a Cristóbal Colón, Martín Lutero y Juan Gutenberg (quienes descubrieron consecutivamente que el mundo era geográficamente distinto a como se pensaba, que podía ser pensado en otra clave religiosa y que todos podían llegar a saberlo gracias a la imprenta) la Iglesia Católica llamó al Concilio de Trento (1545-1546), que perfeccionó el de Letrán, de 1215, en donde instrumentó la Contrareforma, determinando el eje moral de los próximos quinientos años.

Allí se reafirmó que todo el sexo que no tuviera un fin reproductivo era un Pecado Nefando. Nefando es aquello de lo que no se puede hablar. Si no se puede hablar no existe. Durante miles de años, los no heterosexuales no podían decir que existían. Caía sobre ellos no sólo la vergüenza y el escarnio, …acá quiero hacer un paréntesis en el tema histórico y referirme a algo que se está diciendo mucho últimamente, que éste es un tema del puerto, un tema porteño. Esa vergüenza y ese escarnio están presentes en argentinos y argentinas en todo el país. Vayan al pueblo más pequeño y pregunten por el mariconcito del pueblo. Pregunten por el mariconcito a ver qué discriminación se está sufriendo ahí. Muy pocos sufren en la Argentina la humillación que sufre el mariconcito del pueblo, la torta del pueblo, que en el mejor de los casos puede huir de ahí. Por eso nos juntamos en Buenos Aires. Estamos acá hablando en nombre de aquellos que no pueden hacerlo, del mariconcito del pueblo, de la torta de la localidad pequeña que no pueden hacerlo. Somos todos exiliados de nuestras pequeñas localidades, que seguimos queriendo como el primer día, pero hemos tenido que irnos. Y queremos volver con la frente muy alta…también la tortura y la hoguera. La religión convirtió a la homosexualidad en un pecado nefando. La ciencia un día decretó que era una enfermedad, una enfermedad tan arbitraria que cien años después dejó de serlo por decreto. Una enfermedad que dejó de serlo por decreto. El estado ordenó que fuera un delito, y lo usó siempre discrecionalmente. ¿O piensan que es casual que a uno de los hombres más claramente revolucionarios de Argentina, Manuel Belgrano, lo hayan querido estigmatizar con lo que en su momento era una injuria?

El matrimonio no se constituyó naturalmente entre un hombre y una mujer. Fue una decisión política de la institución más poderosa del mundo de hace 500 años, mantenida a tortura y hoguera. Se persiguió no sólo otro tipo de unión, sino aún hablar de su existencia.

Es increíble que mucha gente crea que esto es “natural”.

El matrimonio es una institución civil que fue convertida en sacramento católico. Un sacramento indisoluble. Monogámico. Y sagrado. En eso estamos de acuerdo. En lo que no podemos estar de acuerdo es en que el matrimonio sea “lo que Dios ha unido”

El matrimonio es un sacramento indisoluble, monogámico y sagrado desde que así lo consagró el IV Concilio de Letrán, de 1215. Sus autores fueron hombres reunidos con fines políticos y económicos concretos, quienes interpretaron y monopolizaron la palabra de acuerdo a su antojo y necesidad. Que el matrimonio heterosexual y monogámico fuera definido como sagrado instauró una primacía que excluyó cualquier otro tipo de relación. De allí a la hoguera había un solo paso que fue dado más temprano que tarde. Es tan grande el malentendido que nadie explica cómo durante doce siglos de catolicismo –eso para no hablar de miles de años de historia previa- cómo durante doce siglos de catolicismo nadie habló de esa unión conocida como matrimonio como algo sagrado. Es cierto que cuando se tratan estos temas, muchos ciudadanos armados de sentido común pregonan: no se puede criticar con los conocimientos y en el contexto de hoy lo que hicieron esos hombres en 1215. Es un error académico garrafa3 hacerlo. Nada parece más sensato. Si por un milagro uno de esos lobbystas de 1215 llegase a vislumbrar esta reunión de hoy, este mundo contemporáneo, no viviría más de cinco minutos. Moriría de un susto de tan cambiado que está todo. Ahora bien, si es tan de sentido común, tan lógico no poder criticar hoy el pensamiento de hace ochocientos años, ¿cómo se les ocurre que podemos vivir de acuerdo a una ideología pensada para la vida cotidiana de hace ochocientos años? En todo caso, los lobbystas del IV Concilio de Letrán aseguraron también que el matrimonio era indisoluble. Esta cámara, este congreso, dijeron que no, comprobaron que no lo era. Y Dios no dejó de ser Dios por eso.

Ha pasado suficiente tiempo. Ha sufrido mucha gente. Hoy ustedes tienen la obligación y la posibilidad de estar a la altura de la historia, de enmendar algo del daño que la ignorancia ocasionó.

El sol siempre giró alrededor de la tierra y era de una obviedad concluyente: bastaba levantar la vista y ver el sol que iba de este a oeste cada día.

Aristarco de Samos, 200 años antes de Cristo dijo que siendo el sol, a ojo de buen cubero, más grande que la tierra, quizás fuese al revés.

Copérnico, en el siglo 16 llegó a medir distancias y volúmenes y concluyó que, pese a lo que se veía, la tierra giraba alrededor del sol.

Johannes Kepler perfeccionó la idea al advertir que la trayectoria de los planetas era elíptica, no circular.

Galileo Galilei descubrió los satélites que giraban alrededor de Júpiter y pensó que quizás entonces Júpiter y sus satélites eran un modelo del sistema solar.

La tierra, entonces, contra toda evidencia, empezaba a girar alrededor del sol.

La Biblia decía otra cosa y el Vaticano intentó tapar la realidad con el mensaje del orden natural, de que siempre había sido así. Dicen que Galileo no pronunció la famosa frase “Y sin embargo se mueve” cuando lo amenazaron con quemarlo vivo si no desmentía sus investigaciones. En realidad, no hacía falta.

Se movía igual.

Giordano Bruno, que fue quemado vivo por decir que la tierra no era el centro del universo, sí le dijo a sus ejecutores: “Tiemblan más ustedes al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”.

Los dueños del orden natural no están cómodos cuando su orden se demuestra falso.

Al “no existir” no heterosexuales al momento de desarrollar los códigos civiles, los legisladores ni consideraron la posibilidad de que aquellos que no existían tuvieran derechos. En ese tiempo, en ese contexto, se entendía. Era como legislar para marcianos. No había marcianos. Todos eran heterosexuales.

Pasó mucha sangre bajo el puente.

La tierra siempre giró alrededor del sol, aunque no fuese evidente. Nunca en el mundo hubo sólo heterosexuales, aunque no fuese evidente.

Recién a fines del siglo XX la humanidad empezó a ver que en la naturaleza hay también hombres y mujeres homosexuales. Hay bisexuales. Hay transexuales. Hay transgénero. Y eso es lo que se sabe hasta ahora. O mejor, lo que yo sé hasta ahora. Todos nacimos de la unión de un óvulo y un espermatozoide, por lo tanto todos somos iguales

Si esto es así, exigirle al estado el mismo derecho a todos los derechos, no es sólo cuestión de derecho, es cuestión de igualdad.

No se puede aceptar una legislación especial.

No puedo aceptar ser un kelper en mi país.

Y los ciudadanos del país no deberían aceptar que hubiera kelpers.

Si los heterosexuales tienen posibilidad de gozar y sufrir de matrimonio y unión civil, no hay ninguna razón para que los que no somos heterosexuales debamos conformarnos con unión civil solamente. Los mismos derechos, con los mismos nombres, si es cierto que debemos ser iguales ante la ley.

Al animarnos a enfrentar el mandato “nefando” muchas cortinas se descorrieron. Nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo supieron que no había nada que ocultar. Que podemos ser buenas o malas personas, pero que en eso nada tiene que ver nuestra sexualidad. Hoy la sociedad sabe que no hay diferencias de valor entre un heterosexual y alguien que no lo es. Lo comprueba a diario. Entonces ¿qué esperan?

No nos vamos a conformar con unión civil porque no hay una sola razón para que el estado mantenga la diferenciación de derechos entre quienes son heterosexuales y quienes no lo son.

Las leyes deben ser para todos, no puede importar si uno es heterosexual o no.

Estamos pidiendo ser legalmente iguales.

El estado privilegia a los heterosexuales por sobre los homosexuales. La única razón es que son mayoría. Permitirlo es seguir asegurando que el sol gira alrededor de la tierra.

* Osvaldo Bazán nació el 7 de agosto de 1963 y hasta 1982 vivió en Salto Grande (Santa Fe). Estudió periodismo en la Universidad de La Plata. Como es un hombre de principios, nunca terminó sus estudios. Desde 1984 hasta 1995 trabajó como periodista en Rosario en radio, televisión y diarios. En 1996 se radicó en Buenos Aires, donde trabajó para los diarios Página/12 y Perfil. Fue redactor de las revistas Noticias, Espectador y Veintitrés. Condujo los programas “Se fueron todos” y “Tenemos que hablar” en el canal de noticias TN. Durante las cuatro temporadas que estuvo en el aire, fue columnista del programa Mañanas Informales, con Jorge Guinzburg y Ernestina Pais. Publicó tres novelas: Y un día Nico se fue (2000), La más maravillosa música –una historia de amor peronista- (2002), y La canción de los peces que le ladran a la luna (2006). Y en 2005 publicó Historia de la homosexualidad en la Argentina, de la Conquista de América al Siglo XXI, de importantes repercusiones en todo el continente. Actualmente es pro secretario de cultura y espectáculos en el diario Crítica de la Argentina, donde publica sus contratapas del día sábado.
En 2002 fue distinguido por las organizaciones GLTTB de Argentina por haber difundido una imagen positiva del movimiento gay en los medios de comunicación.
Por estos días, comparte Un Día Perfecto con Ernestina Pais, Carlos Belloso, Nicolás Wiñasky y Martín Reich por FM Metro, 95.1, de lunes a viernes de 7 a 10.

Sitio web: www.osvaldobazan.com

 

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