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México,
abril del 2000
Ejército Zapatista de Liberación Nacional
Foro sobre el "pensamiento único"
En la figura que se llama oximoron, se aplica a una palabra un epíteto que
parece contradecirla; así los gnósticos hablaron de una luz oscura; los
alquimistas, de un sol negro.
Jorge Luis Borges
Advertencia, introducción y promesa
Ojo: Si usted no ha leído el epígrafe, más vale que lo haga ahora porque
si no, no va a entender algunas cosas.
Un hecho irrefutable: la globalización está aquí. No la califico (todavía),
simplemente señalo una realidad. Pero, puesto que oximoron, hay que señalar
que se trata de una globalización fragmentada.
La globalización ha sido posible, entre otras cosas, por dos revoluciones:
la tecnológica y la informática. Y ha sido y es dirigida por el poder financiero.
De la mano, la tecnología y la informática (y con ellas el capital financiero)
han desaparecido las distancias y han roto las fronteras. Hoy es posible
tener información sobre cualquier parte del mundo, en cualquier momento
y en forma simultánea. Pero también el dinero tiene ahora el don de la ubicuidad,
va y viene en forma vertiginosa, como si estuviera en todas partes al mismo
tiempo. Y más, el dinero le da una nueva forma al mundo, la forma de un
mercado, de un mega-mercado.
Sin embargo, a pesar de la «mundialización» del planeta, o más bien precisamente
por ella, la homogeneidad está muy lejos de ser la característica de este
cambio de siglo y de milenio. El mundo es un archipiélago, un rompecabezas
cuyas piezas se convierten en otros rompecabezas y lo único realmente globalizado
es la proliferación de lo heterogéneo.
Si la tecnología y la informática han unido al mundo, el poder financiero
que las usa lo ha roto usándolas como armas, como armas en una guerra. Antes
hemos dicho (el texto se llama 7 Piezas sueltas del rompecabezas mundial»,
EZLN, 1997) que en la globalización se lleva a cabo una guerra mundial,
la cuarta, y que se desarrolla un proceso de destrucción/despoblamiento
y reconstrucción/reordenamiento (estoy tratando de resumir apretadamente,
sed benévolos) en todo el planeta. Para la construcción del «nuevo orden
mundial» (Planetario, Permanente, Inmediato e Inmaterial, siguiendo a Ignacio
Ramonet), el poder financiero conquista territorios y derriba fronteras,
y lo consigue haciendo la guerra, una nueva guerra. Una de las bajas de
esta guerra es el mercado nacional, base fundamental del Estado-Nación.
Este último está en vías de extinción, o cuando menos, lo está el Estado-Nación
tradicional o clásico. En su lugar, surgen mercados integrados o, mejor
aún, tiendas departamentales del gran mall mundial, el mercado globalizado.
Las consecuencias políticas y sociales de esta globalización son una figura
de oximoron reiterada y compleja: menos personas con más riquezas, producidas
con la explotación de más personas con menos riquezas, «la pobreza de nuestro
siglo es incomparable con ninguna otra. No es, como lo fuera alguna vez,
el resultado natural de la escasez, sino de un conjunto de prioridades impuestas
por los ricos al resto del mundo» (John Berger, Cada vez que decimos adiós,
Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1997, p. 278-279.); para unos cuantos
poderosos el planeta se abrió de par en par, para millones de personas el
mundo no tiene lugar y vagan errantes de uno a otro lado; el crimen organizado
forma la columna vertebral de los sistemas judiciales y de los gobiernos
(los ilegales hacen las leyes y «guardan el orden público»); y la «integración»
mundial multiplica las fronteras.
Así que, si resaltáramos algunas de las principales características de la
época actual, diríamos: supremacía del poder financiero, revolución tecnológica
e informática, guerra, destrucción/despoblamiento y reconstrucción/reordenamiento,
ataques a los Estados-Nación, la consiguiente redefinición del poder y de
la política, el mercado como figura hegemónica que permea todos los aspectos
de la vida humana en todas partes, mayor concentración de la riqueza en
pocas manos, mayor distribución de la pobreza, aumento de la explotación
y del desempleo, millones de personas al destierro, delincuentes que son
gobierno, desintegración de territorios. En resumen: globalización fragmentada.
Bien, según este planteamiento, en el caso de los intelectuales (puesto
que tienen que ver con la sociedad, el poder y el Estado) cabría preguntarse:
¿han padecido el mismo proceso de destrucción/despoblamiento y reconstrucción/reordenamiento?;
¿qué papel les asigna el poder financiero?; ¿cómo usan (o son usados por)
los avances tecnológicos e informáticos?; ¿qué posición tienen en esta guerra?;
¿cómo se relacionan con esos golpeados Estados-Nación?; ¿cuál es su vínculo
con ese poder y en esa política redefinidos?, ¿qué lugar tienen en el mercado?,
y ¿qué posición toman frente a las consecuencias políticas y sociales de
la globalización? En suma: ¿cómo es que se insertan en esa globalización
fragmentada?
El mundo habría cambiado por y para esta guerra. Si así fuera, los intelectuales
«clásicos» no existirían más, ni sus antiguas funciones. En su lugar, una
nueva generación de «cabezas pensantes» (para usar un término acuñado por
el comandante zapatista Tacho) habría emergido (o está por emerger) y tendrían
nuevas funciones en su quehacer intelectual.
Aunque aquí nos trataremos de limitar a los intelectuales de derecha, serán
evidentes algunos señalamientos sobre los intelectuales en general y sobre
su relación con el poder. Como el propósito de este texto es participar
y alentar la polémica entre intelectuales de derecha e izquierda, queda
una reflexión más profunda (sobre los intelectuales y el poder, y sobre
los intelectuales y la transformación) para futuros e improbables escritos.
Vale. Salud y tenga a la mano su control remoto. En un momento comenzamos...
I. La mundialización: pay per view
En la bisagra del calendario, el dos mil se balancea aún entre los siglos
XX y XXI, y entre el segundo y tercer milenio. No sé qué tan importante
sea esta cuenta del tiempo, pero me parece que es, también, un momento adecuado
para que por todos lados surja OXIMORON. Para no ir muy lejos, se puede
decir que esta época es el principio del fin o el fin del principio de «algo».
«Algo», irresponsable forma de eludir un problema. Pero ya se sabe que nuestra
especialidad no es la solución de problemas, sino su creación. «Su creación»?
No, es muy presuntuoso, mejor su proposición. Sí, nuestra especialidad es
proponer problemas.
Allá arriba todo parece haber ocurrido ya antes, como si una vieja película
se repitiera con otras imágenes, otros recursos cinematográficos, incluso
actores diferentes, pero el mismo argumento. Como si la «modernidad» (o
«post modernidad», dejo la precisión para quien se tome la molestia) de
la globalización se vistiera con su OXIMORON y se nos presentara como una
modernidad arcaica, rancia, antigua.
Si esto que digo les parece una mera apreciación subjetiva, póngalo a cargo
de nuestro estar en la montaña, resistiendo y en rebeldía, pero concédanos
el privilegio de la lectura y vea si se trata en efecto de un síntoma más
del «mal de montaña», o usted comparte esta sensación de déjà vu que fluye
por el hipercinema que es el mundo globalizado.
El mundo no es cuadrado, cuando menos esto es lo que se enseña en la escuela.
Pero, en el filo cortante de la unión de dos milenios, el mundo tampoco
es redondo. Ignoro cuál sea la figura geométrica adecuada para representar
la forma actual del mundo, pero, puesto que estamos en la época de la comunicación
digital audiovisual, podríamos intentar definirla como una gigantesca pantalla.
Usted puede agregar «una pantalla de televisión», aunque yo optaría por
«una pantalla de cine». No solo porque prefiero al cinematógrafo, también
(y sobre todo) porque me parece que hay frente a nosotros una película,
una vieja película, modernamente vieja (para seguir con oximoron).
Es, además, una de esas pantallas donde se pueden programar la presentación
simultánea de varias imágenes ("Picture In Picture" la llaman). En el caso
del mundo globalizado, de imágenes que se suceden en cualquier rincón del
planeta. No son todas las imágenes. Y no se debe a que falte espacio en
la pantalla, sino a que «alguien» ha seleccionado esas imágenes y no otras.
Es decir, estamos viendo una pantalla con diversos recuadros que presentan
imágenes simultáneas de diferentes partes del mundo, es cierto, pero no
todo el mundo está ahí.
Al llegar a este punto, uno se pregunta, inevitablemente, «¿quién tiene
el control remoto de esta pantalla audiovisual? y ¿quién hace la programación?».
Buenas preguntas, pero aquí no encontrará usted las respuestas. Y no solo
porque no las sabemos a ciencia cierta, sino también porque no son el tema
de este escrito.
Puesto que no podemos cambiar de canal o de cinema, veamos algunos de los
diferentes recuadros que nos ofrece la megapantalla de la globalización.
Vayamos al Continente Americano. Ahí tiene usted, en aquel rincón, la imagen
de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ocupada por un grupo
paramilitar del gobierno: la llamada Policía Federal Preventiva. No parece
que estén estudiando esos hombres uniformados de gris. Más allá, enmarcada
por las montañas del sureste mexicano, una columna de grises tanquetas blindadas
cruza una comunidad indígena chiapaneca. En el otro lado, la imagen gris
presenta a un policía norteamericano que detiene, con lujo de violencia,
a un joven en un lugar que puede ser Seattle o Washington.
En el recuadro europeo proliferan también los grises. En Austria es Joer
Heider y su fervor pro-nazi. En Italia, con la ayuda desinteresada de D’Alema,
Silvio Berlusconi se arregla la corbata. En el Estado Español, Felipe González
le maquilla la cara a José María Aznar. En Francia es Le Pen quien nos sonríe.
Asia,
África y Oceanía presentan el mismo color repitiéndose en sus respectivos
rincones.
Mmh... Tantos grises... Mmh... Podemos protestar... Después de todo, nos
prometieron un programa a todo color... Cuando menos subamos el volumen
y tratemos de entender así de qué se trata...
II. Un olvido memorable
Al igual que la globalización fragmentada, los intelectuales están ahí,
son una realidad de la sociedad moderna. Y su «estar ahí» no se limita a
la época actual, se remonta a los primeros pasos de la sociedad humana.
Pero la arqueología de los intelectuales escapa a nuestros conocimientos
y posibilidades, así que partimos del hecho de que «están ahí». En todo
caso, lo que tratamos de descubrir es la forma que adquiere ahora su «estar
ahí».
«Los intelectuales como categoría son algo muy vago, ya se sabe. Diferente
es, en cambio, definir la "función intelectual". La función intelectual
consiste en determinar críticamente lo que se considera una aproximación
satisfactoria al propio concepto de verdad; y puede desarrollarla quien
sea, incluso un marginado que reflexione sobre su propia condición y de
alguna manera la exprese, mientras que puede traicionarla un escritor que
reaccione ante los acontecimientos con apasionamiento, sin imponerse la
criba de la reflexión». (Umberto Eco, Cinco escritos morales, Barcelona:
Lumen. Traducción Helena Lozano Miralles, p. 14-15). Si esto es así, entonces
el quehacer intelectual es, fundamentalmente, analítico y crítico. Frente
a un hecho social (por limitarnos a un universo), el intelectual analiza
lo evidente, lo afirmativo y lo negativo, buscando lo ambiguo, lo que no
es ni una cosa ni otra (aunque así se presente), y exhibe (comunica, devela,
denuncia) lo que no solo no es lo evidente, sino incluso contradice a lo
evidente.
Es de suponer que las sociedades humanas tengan personas que se dediquen
profesionalmente a este análisis crítico y a comunicar su resultado (en
palabras de Norberto Bobbio: «Los intelectuales son todos aquellos para
los cuales transmitir mensajes es la ocupación habitual y consciente [...]
y para decirlo en un modo que puede parecer brutal, casi siempre representa
también el modo de ganarse el pan»). Quedémonos con esta aproximación al
intelectual, al profesional del análisis crítico y la comunicación.
Ya hemos sido advertidos de que el intelectual no siempre ejerce la función
intelectual. «La función intelectual se ejerce siempre con adelanto (sobre
lo que podría suceder) o con retraso (sobre lo que ha sucedido); raramente
sobre lo que está sucediendo, por razones de ritmo, porque los acontecimientos
son siempre más rápidos y acuciantes que la reflexión sobre los acontecimientos»
(Umberto Eco. op. cit, p. 29).
Por su función intelectual, este profesional del análisis crítico y su comunicación
sería una especie de conciencia incómoda e impertinente de la sociedad (en
esta época, de la sociedad globalizada) en su conjunto y de sus partes.
Un inconforme con todo, con las fuerzas políticas y sociales, con el Estado,
con el gobierno, con los medios de comunicación, con la cultura, con las
artes, con la religión, con el etcétera que el lector agregue. Si el actor
social dice «¡ya está!», el intelectual murmura con escepticismo: «Le falta,
le sobra».
Tendríamos entonces que el intelectual en su papel es un crítico de la inmovilidad,
un promotor del cambio, un progresista. Sin embargo, este comunicador de
ideas críticas está inserto en una sociedad polarizada, enfrentada entre
sí de muchas formas y con variados argumentos, pero dividida en lo fundamental
entre quienes usan el poder para que las cosas no cambien y entre quienes
luchan por el cambio. «El intelectual debe, por un elemental sentido del
ridículo, comprender que no se le otorga un papel de brujo del espíritu
en torno al cual va a girar el ser o no ser de lo histórico, pero que evidentemente
él tiene saberes [...] que lo pueden alinear en un sentido o en otro de
lo histórico. Lo pueden alinear en la búsqueda de la clarificación de las
injusticias presentes en el mundo actual o en la complicidad con la paralización
e instalación en el Limbo». (Manuel Vázquez Montalbán, Panfleto desde el
planeta de los simios, Barcelona: Drakontos, 1995, p. 48)
Y es aquí donde el intelectual opta, elige, escoge entre su función intelectual
y la función que le proponen los actores sociales. Aparece así la división
(y la lucha) entre intelectuales progresistas y reaccionarios. Unos y otros
siguen trabajando con la comunicación de análisis críticos pero, mientras
los progresistas siguen en la crítica a la inmovilidad, a la permanencia,
a la hegemonía y a lo homogéneo; los reaccionarios enarbolan la crítica
al cambio, al movimiento, a la rebelión y a la diversidad. El intelectual
reaccionario «olvida» su función intelectual, renuncia a la reflexión crítica,
y su memoria se recorta de modo que no hay pasado ni futuro, el presente
y lo inmediato es lo único asible y, por ende, incuestionable.
Al decir «intelectuales progresistas y reaccionarios», nos referimos a los
intelectuales «de izquierda y de derecha». Aquí conviene agregar que el
intelectual de izquierda ejerce su función intelectual, es decir, su análisis
crítico, también frente a la izquierda (social, partidaria, ideológica),
pero en la época actual su crítica es fundamentalmente frente al poder hegemónico:
el de los señores del dinero y quienes los representan en el campo de la
política y de las ideas.
Dejemos ahora a los intelectuales progresistas y de izquierda, y vayamos
a los intelectuales reaccionarios, la derecha intelectual.
III. El pragmatismo intelectual
En el principio, los gigantes intelectuales de derecha fueron progresistas.
Y hablo de los grandes intelectuales de derecha, los think tanks de la reacción,
no de los enanos que fueron ingresando a sus clubes «pensantes». Octavio
Paz, excelente poeta y ensayista, el más grande intelectual de derecha de
los últimos años en México, declaró: «Vengo del pensamiento llamado de izquierda.
Fue algo muy importante en mi formación. No sé ahora... lo único que sé
es que mi diálogo —a veces mi discusión— es con ellos [los intelectuales
de izquierda]. No tengo mucho que hablar con los otros» (Braulio Peralta,
El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz. México: Grijalbo, 1996,
p. 45). Y casos como el de Paz se repiten en la megapantalla global.
El intelectual progresista, en tanto que comunicador de análisis críticos,
se convierte en objeto y objetivo para el poder dominante. Objeto a comprar
y objetivo a destruir. Multitud de recursos se ponen en juego para una y
otra cosa. El intelectual progresista «nace» en medio de este ambiente de
seducción persecutoria. Algunos se resisten y defienden (casi siempre en
solitario, la solidaridad intergremial no parece ser la característica del
intelectual progresista), pero otros, tal vez fatigados, buscan entre su
bagaje de ideas y sacan aquellas que sean a la vez coartada y razón para
legitimar al poder. Lo nuevo exige mucho, lo viejo ahí está, así que basta
enarbolar el argumento de «lo inevitable» para que el sistema le ofrezca
un cómodo sillón (a veces en forma de beca, puesto, premio, espacio) a la
vera del Príncipe ayer tan criticado.
«Lo inevitable» tiene nombre hoy: globalización fragmentada, pensamiento
único (es decir, «la traducción en términos ideológicos y con pretensión
universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en particular
las del capital internacional» (Ignacio Ramonet, Un mundo sin rumbo. Crisis
de fin de siglo, Madrid: Debate)), fin de la historia, omnipresencia y omnipotencia
del dinero, reemplazo de la política por la policía, el presente como único
futuro posible, racionalización de la desigualdad social, justificación
de la sobreexplotación de seres humanos y recursos naturales, racismo, intolerancia,
guerra.
En una época marcada por dos nuevos paradigmas, comunicación y mercado,
el intelectual de derecha (y ex de izquierda) entiende que ser «moderno»
significa cumplir la consigna: ¡adaptaos o perded vuestros privilegiados
lugares!
Ni siquiera tiene que ser original, el intelectual de derecha ya tiene la
cantera de la que habrá que picar las piedras que adornen la globalización
fragmentada: el pensamiento único. La asepsia no importa mucho, el pensamiento
único tiene sus principales «fuentes» en el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional, la Organización para el Comercio y el Desarrollo Económico,
la Organización Mundial de Comercio, la Comisión Europea, el Bundesbank,
el Banco de Francia «que, mediante su financiamiento, enrolan al servicio
de sus ideas a través de todo el planeta a numerosos centros de investigación,
universidades y fundaciones, los cuales, a su vez, perfilan y difunden la
buena nueva» (Ignacio Ramonet. op. cit, p. 111).
Con tal abundancia de recursos, es fácil que florezcan élites que, «desde
hace años, se emplean a fondo en hacer los elogios del «pensamiento único»;
que ejercen un auténtico chantaje contra toda reflexión crítica en nombre
de la «modernización», del «realismo», de la «responsabilidad» y de la «razón»;
que afirman el «carácter ineluctable» de la evolución actual de las cosas;
que predican la capitulación intelectual, y arrojan a las tinieblas de lo
irracional a todos los que se niegan a aceptar que «el estado natural de
la sociedad es el mercado» (ibid, p. 114).
Lejos de la reflexión, del pensamiento crítico, los intelectuales de derecha
se convierten en los pragmáticos por excelencia, destierran la función intelectual
y se transforman en ecos, más o menos estilizados, de los spots publicitarios
que inundan el megamercado de la globalización fragmentada.
Refuncionalizados en la globalización fragmentada, los intelectuales de
derecha modifican su ser y adquieren nuevas «virtudes» (entre ellas reaparece
oximoron): una audaz cobardía y una profunda banalidad. Ambas brillan en
sus «análisis» del presente globalizado y sus contradicciones, sus revisitaciones
al pasado histórico, sus clarividencias. Se pueden dar el lujo de la audaz
cobardía y de la profunda banalidad, puesto que la hegemonía universal casi
absoluta del dinero los protege con torres de cristal blindado. Por esto,
la derecha intelectual es particularmente sectaria y tiene, además, el respaldo
de no pocos medios de comunicación y gobiernos. El ingreso a esas altas
torres intelectuales no es fácil, hay que renunciar a la imaginación crítica
y autocrítica, a la inteligencia, a la argumentación, a la reflexión, y
optar por la nueva teología, la teología neoliberal.
Puesto que la globalización se vende como el mejor de los mundos posibles,
pero carece de ejemplos concretos de sus ventajas para la humanidad, se
debe recurrir a la teología y suplir con dogmas y fe neoliberales la falta
de argumentos. El papel de los teólogos neoliberales incluye el señalar
y perseguir a los «herejes», a los «mensajeros del mal», es decir, a los
intelectuales de izquierda. Y qué mejor forma de combatir a los críticos
que acusarlos de «mesianismo».
Frente al intelectual de izquierda, el de derecha impone la etiqueta lapidaria
de «mesianismo trasnochado». ¿Quién puede cuestionar un presente pleno de
libertades, donde cualquiera puede decidir qué compra, sean artículos de
primera necesidad, ideologías, propuestas políticas y conductas para toda
ocasión?
Pero paradoja no perdona. Si en algún lado hay mesianismo, es en la derecha
intelectual. «El Gran Circo de Intelectuales Neoliberales Químicamente Puros
o Ex Marxistas Arrepentidos o la Trilateral pueden ser mesiánicos cuando
prefiguran la fatalidad de un universo basado en la verdad única, el mercado
único y el ejército gendarme único vigilando el fogonazo de flash que acompaña
la foto final de la Historia, pulsado ante los mejores paisajes de las mejores
sociedades abiertas» (Manuel Vázquez Montalbán, op. cit, p. 47).
La foto final. O la escena culminante del filme de la globalización fragmentada.
IV. Los clarividentes ciegos
Parafraseando a Régis Debray (« Croire, Voir, Faire ». París: Odile Jacob,
1999), el problema aquí no es por qué o cómo la globalización es irremediable,
sino por qué o cómo todo el mundo, o casi, está de acuerdo en que es irremediable.
Una posible respuesta: «La tecnología del hacer-creer [...]. El poder de
la información... In-formar: dar forma, formatear. Con-formar: dar conformidad.
Trans-formar: modificar una situación» (ibid, p. 193).
Con la globalización de la economía se globaliza también la cultura. Y la
información. De ahí que las grandes empresas de la comunicación «tiendan»
sobre el mundo entero su red electrónica sin que nada ni nadie se lo impida.
«Ni Ted Turner, de la CNN; ni Rupert Murdoch, de News Corporation Limited;
ni Bill Gates, de Microsoft; ni Jeffrey Vinik, de Fidelity Investments;
ni Larry Rong, de China Trust and International Investment; ni Robert Allen,
de ATT, al igual que George Soros o decenas de otros nuevos amos del mundo,
han sometido jamás sus proyectos al sufragio universal» (Ignacio Ramonet,
op. cit, p. 109).
En la globalización fragmentada, las sociedades son fundamentalmente sociedades
mediáticas. Los media son el gran espejo, no de lo que una sociedad es,
sino de lo que debe aparentar ser. Plena de tautologías y evidencias, la
sociedad mediática es avara en razones y argumentos. Aquí, repetir es demostrar.
Y lo que se repite son las imágenes, como esas grises que ahora nos presenta
la pantalla globalizada. Debray nos dice: «La ecuación de la era visual
es algo así como: lo visible = lo real = lo verdadero. He aquí la idolatría
revistada (y sin duda redefinida)» (Régis Debray, op. cit, p. 200). Y los
intelectuales de derecha han aprendido bien la lección. Y más, es uno de
los dogmas de su teología.
¿Dónde se dio el salto que iguala lo visible con lo verdadero? Trucos de
la pantalla globalizada.
El
mundo entero, mejor aún, el conocimiento entero está ahora a la mano de
cualquiera con una televisión o una computadora portátil. Sí, pero no cualquier
mundo y no cualquier conocimiento. Debray explica que el centro de gravedad
de las informaciones se ha desplazado de lo escrito a lo visual, de lo diferido
a lo directo, del signo a la imagen. Las ventajas para los intelectuales
de derecha (y las desventajas para los progresistas) son obvias.
Analizando el comportamiento de la información en Francia durante la Guerra
del Golfo Pérsico, se devela el poder de los media: al inicio del conflicto
el 70% de los franceses se mostraban hostiles a la guerra, al final el mismo
porcentaje la apoyaba. Bajo el golpeteo de los media, la opinión pública
francesa se «volteó» y el gobierno obtuvo el beneplácito por su participación
bélica.
Estamos en la «era visual». Así las informaciones se nos presentan en la
evidencia de su inmediatez, por tanto es real lo que se nos muestra, por
tanto es verdadero lo que vemos. No hay lugar para la reflexión intelectual
crítica, a lo más hay espacio para comentaristas que «completen» la lectura
de la imagen. Lo visual no está hecho, en esta era, para ser visto, sino
para dar «conocimiento». El mundo ha devenido en una mera representación
multimedia, que suprime al mundo exterior, capaz de ser conocida en la misma
medida en que es vista. Sí, inicios del tercer milenio, siglo XXI, y la
filosofía boyante en nuestro mundo «moderno» es el idealismo absoluto.
Se pueden sacar ya algunas conclusiones: el nuevo intelectual de derecha
tiene que desempeñar su función legitimadora en la era visual; optar por
lo directo e inmediato; pasar del signo a la imagen y de la reflexión al
comentario televisivo. Ni siquiera tiene que esforzarse por legitimar un
sistema totalitario, brutal, genocida, racista, intolerante y excluyente.
El mundo que es el objeto de su «función intelectual» es el que ofrecen
los media: una representación virtual. Si en el hipermercado de la globalización
el Estado-Nación se redefine como una empresa más, los gobernantes como
gerentes de ventas y los ejércitos y policías como cuerpos de vigilancia,
entonces a la derecha intelectual le toca el área de Relaciones Públicas.
En otras palabras, en la globalización, los intelectuales de derecha son
«multiusos»: sepultureros del análisis crítico y la reflexión, malabaristas
con las ruedas de molino de la teología neoliberal, apuntadores de gobiernos
que olvidan el script, comentaristas de lo evidente, porristas de soldados
y policías, jueces gnoseológicos que reparten etiquetas de «verdadero» o
«falso» a conveniencia, guardaespaldas teóricos del Príncipe, y locutores
de la «nueva historia».
V. El futuro pasado
«Quemar libros y erigir fortificaciones es tarea común de los príncipes»,
dice Jorge Luis Borges. Y añade que todo Príncipe quiere que la historia
comience desde él. En la era de la globalización fragmentada no se queman
los libros (aunque sí se erigen fortificaciones), sino que se les substituye.
Aún así, más que suprimir la historia previa a la globalización, el Príncipe
neoliberal instruye a sus intelectuales para que la rehagan de modo que
el presente sea la culminación de los tiempos.
«Los maquillistas de la historia», así tituló Luis Hernández Navarro un
artículo dedicado al debate con los intelectuales de derecha en México (Ojarasca,
en La Jornada, 10 abril 00). Además de provocar el presente texto (escrito
con el ánimo de dar seguimiento a sus planteamientos), Hernández Navarro
advierte sobre una nueva ofensiva: la nueva derecha intelectual dirige sus
baterías contra figuras representativas de la intelectualidad progresista
mexicana. «Rentista tardía de la bonanza planetaria del «pensamiento único»,
renegada de su identidad, heredera con escrituras de la caída del muro de
Berlín, socia y émula del circuito cultural conservador estadounidense,
esta derecha está convencida de que la crítica cultural otorga credenciales
suficientes para emitir, sin argumentación, juicios sumarios a sus adversarios
en el terreno político» (ibidem).
Las razones no ideológicas de este ataque deben buscarse en la disputa por
el espacio de credibilidad. En México los intelectuales de izquierda tienen
gran influencia en la cultura y la academia. Estorban, ese es su delito.
No, más bien ese es uno de sus delitos. Otro es el apoyo de estos intelectuales
progresistas a la lucha zapatista por una paz justa y digna, por el reconocimiento
de los derechos de los pueblos indios, y por el fin de la guerra contra
los indígenas del país. Este «pecado» no es menor. «El levantamiento zapatista
inaugura una nueva etapa, la de la irrupción de movimientos indígenas como
actores de la oposición a la globalización neoliberal» (Ivon Le Bot, Los
indígenas contra el neoliberalismo, en La Jornada, 6 marzo 00). No somos
los mejores ni los únicos: ahí están los indígenas del Ecuador y de Chile,
las protestas de Seattle y Washington (y las que sigan en tiempo, no en
importancia). Pero somos una de las imágenes que distorsionan la megapantalla
de la globalización fragmentada, y, como fenómeno social e histórico, demandamos
reflexión y análisis crítico.
Y la reflexión y el análisis crítico no están en el «arsenal» de la derecha
intelectual. ¿Cómo cantar las glorias del nuevo orden mundial (y su imposición
en México) si un grupo de indígenas «premodernos» no solo desafiaban al
poder, sino que lograban la simpatía de una importante franja de intelectuales?
En consecuencia el Príncipe dictó sus órdenes: atacad a unos y a otros,
yo pongo al ejército y los medios de comunicación, ustedes pongan las ideas.
Así que la nueva derecha intelectual dedicó burlas y calumnias a su par
de izquierda. A los indígenas rebeldes zapatistas nos dedicó... una nueva
historia.
Y, en tanto que el zapatismo tuvo impacto internacional, la derecha intelectual
en varias partes del mundo (no solo en México) se dedicó a esta tarea. Los
intelectuales de derecha no solo maquillan la historia, la rehacen, la rescriben
a conveniencia del Príncipe y a modo con su función intelectual.
Pero volvamos a México. «A lo largo de este siglo los intelectuales en México
han desempeñado funciones diversas: cortesanos de lujo del poder en turno,
decoración estatal, voces disidentes (a las que se llama, para institucionalizarlas,
"Conciencias Críticas"), intérpretes privilegiados de la historia y de la
sociedad, espectáculos en sí mismos» (Carlos Monsiváis, Intelectuales mexicanos
de fin de siglo, Viento del Sur 8. 1996, p. 43).
El último gran intelectual de derecha en México, Octavio Paz, cumplió a
cabalidad la labor encomendada por el Príncipe. No escatimó palabras para
desprestigiar a los zapatistas y a quienes mostraron simpatía por su causa
(ojo: no por su forma de lucha). Una de las mejores muestras del Paz al
servicio del Príncipe está en sus escritos y declaraciones en los inicios
de 1994. Ahí Octavio Paz definía, no al EZLN, sino los argumentos sobre
los que deberían ahondar sus «soldados» intelectuales: maoísmo, mesianismo,
fundamentalismo, y algunos «ismos» más que ahora escapan a mi memoria. Frente
a los intelectuales progresistas, Paz no escatimó acusaciones: ellos eran
responsables del «clima de violencia» que marcó el año de 1994 (y todos
los años del México moderno, pero la derecha intelectual nunca ha brillado
por su memoria histórica), en concreto, del asesinato del candidato oficial
a la presidencia de la República, Colosio. Años después, antes de morir,
Paz rectificaría y señalaría que el sistema estaba en crisis y que, aún
sin el alzamiento zapatista, esos hechos ocurrirían de todas formas (véase:
Braulio Peralta, op. cit.)
Ninguno de los actuales herederos de Paz tiene su estatura, aunque no les
faltan ambiciones para ocupar su lugar. No como intelectual, pues les faltan
inteligencia y brillo, sino por el lugar privilegiado que ocupó al lado
de Príncipe. Sin embargo, su lucha hacen. Y siguen en su empeño de confeccionarle
al zapatismo una historia que les sea cómoda, no solo para atacarlo, sino,
sobre todo, para eludir el análisis crítico y la reflexión serios y responsables.
Pero no solo la historia del zapatismo y de los pueblos indios rescriben
los intelectuales de derecha. La historia entera de México se está rehaciendo
para demostrar que estamos, ya, en el mejor de los Méxicos posibles. Así
que los enanos de la derecha intelectual revisitan el pasado y nos venden
una nueva imagen de Porfirio Díaz, de Santa Ana, de Calleja, de Cárdenas.
Y este afán de remodelar la historia no es exclusivo de México. En la pantalla
de la globalización ya se nos oferta una nueva versión en donde el Holocausto
nazi en contra de los judíos fue una especie de Disneylandia selectiva,
Adolfo Hitler es una especie de alegre Mickey Mouse ario, y, más acá en
el tiempo, las guerras del Golfo Pérsico y de Kosovo fueron «humanitarias».
En el futuro pasado que nos prepara la derecha intelectual, la globalización
es el deux ex machina que trabaja sobre el mundo para preparar su propio
advenimiento.
Pero, esas imágenes grises que nos presenta ahora la megapantalla de la
globalización, ¿qué llegada anuncian?
VI. El liberal fascista
Yo digo que esta película ya la vimos antes, y si no la recordamos es porque
la historia no es un artículo atractivo en el mercado globalizado. Esos
grises pueden significar algo: la reaparición del fascismo.
¿Paranoia? Umberto Eco, en un texto llamado «El fascismo eterno» (op. cit.),
da algunas claves para entender que el fascismo sigue latente en la sociedad
moderna, y que, aunque parece poco probable que se repitan los campos de
exterminio nazis, en uno y otro lado del planeta acecha lo que él llama
el «Ur Fascismo». Luego de advertirnos que el fascismo era un totalitarismo
fuzzy, es decir, disperso, difuso en el todo social, propone algunas de
sus características: rechazo al avance del saber, irracionalismo, la cultura
es sospechosa de fomentar actitudes críticas, el desacuerdo con lo hegemónico
es una traición, miedo a la diferencia y racismo, surge de la frustración
individual o social, xenofobia, los enemigos son simultáneamente demasiado
fuertes y demasiado débiles, la vida es una guerra permanente, elitismo
aristocrático, sacrificio individual para el beneficio de la causa, machismo,
populismo cualitativo difundido por televisión, «neo lengua» (de léxico
pobre y sintaxis elemental).
Todas estas características pueden ser encontradas en los valores que defienden
y difunden los media y los intelectuales de derecha en la era visual, en
la era de la globalización fragmentada. «¿Acaso, hoy casi como ayer, no
se está utilizando el cansancio democrático, la náusea ante la nada, el
desconcierto ante el desorden como aval de una nueva situación histórica
de excepción que requiere un nuevo autoritarismo persuasivo, unificador
de la ciudadanía en clientes y consumidores de un sistema, un mercado, una
represión centralizada?» (M. Vázquez Montalbán. op. cit, p. 76).
Mire usted la megapantalla, todos esos grises son la respuesta al desorden,
es lo que se necesita para enfrentar a quienes se niegan a disfrutar el
mundo virtual de la globalización y se resisten. Y, sin embargo, parece
que el número de inconformes crece. Uno de los enanos mexicanos que aspiran
a ocupar la silla vacía de Octavio Paz, constataba, aterrado, que en una
encuesta en México del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM,
en 1994, el 29% de los entrevistados respondía que las leyes no deben obedecerse
si son injustas. En noviembre de 1999, en la revista Educación 2001, era
el 49% el que a la pregunta «¿Puede el pueblo desobedecer las leyes si le
parece que son injustas?», respondió «sí». Después de reconocer que es necesario
resolver problemas de crecimiento económico, educación, empleo y salud,
señalaba: «Todas esas cosas solo pueden alcanzarse si la sociedad está parada
en un piso más básico que es de la seguridad pública y el cumplimiento de
la ley. Ese piso está lleno de agujeros en México y tiende a empeorar» (Héctor
Aguilar Camín, Leyes y crímenes, En Esquina. Proceso 1225/23 abril 00).
El razonamiento es sintomático: a falta de legitimidad y consenso, policías.
El clamor de la derecha intelectual demandando «orden y legalidad» no es
exclusivo de México. En Francia, el fascista Le Pen está dispuesto a responder
al llamado. En Austria el neonazi Heider ya está listo, lo mismo que el
franquista Aznar en el Estado Español. En Italia, Berlusconi (alias el «Duce
Multimedia») y Gianfranco Fini se arreglan para el momento.
Europa asomada de nuevo al balcón del fascismo? Suena duro... y lejano.
Pero ahí están las imágenes de la megapantalla. ¿Esos skin heads que asoman
sus garrotes en aquella esquina, están en Alemania, en Inglaterra, en Holanda?
«Son grupos minoritarios y bajo control», nos tranquiliza el audio de la
megapantalla. Pero parece que el fascismo renovado no siempre trae la cabeza
rapada ni se adorna el cuerpo con esvásticas tatuadas, y aún así no deja
de ser una siniestra derecha.
Si digo «siniestra derecha» le parecerá a usted que juego con las palabras
y solo recurro de nuevo a oximoron, pero trato de llamar su atención sobre
algo. Después de la caída del Muro de Berlín, el espectro político europeo,
en su mayoría, corrió atropelladamente hacia el centro. Esto es evidente
en la izquierda europea tradicional, pero también ocurrió con los partidos
derechistas (véanse: Emiliano Fruta, La nueva derecha europea, y Hernán
R. Moheno, Más allá de la vieja izquierda y la nueva derecha»., en Urbi
et Orbi, ITAM, abril 2000). Con una careta moderna, la derecha fascista
empieza a conquistar espacios que ya rebasan con mucho los de las notas
policíacas en los media. Ha sido posible porque se han esforzado en construirse
una nueva imagen, alejada del pasado violento y autoritario.
También porque se han apropiado de la teología neoliberal con una facilidad
asombrosa (por algo será), y porque en sus campañas electorales han insistido
mucho en los temas de seguridad pública y empleo (alertando contra la «amenaza»
de los inmigrantes). ¿Alguna diferencia con las propuestas de la socialdemocracia
o de la izquierda tradicional?
Detrás de la «tercera vía» europea acecha el fascismo, y también de la izquierda
que no se define (en teoría y práctica) contra el neoliberalismo. En veces,
la derecha se puede vestir con andrajos de izquierda. En México, en el reciente
debate televisivo entre los 6 candidatos a la presidencia de la República,
el candidato que obtuvo el beneplácito de la derecha intelectual fue Gilberto
Rincón Gallardo, del Partido Democracia Social, de izquierda aparente. Acaso
la televisión no mostró que algunos de los militantes y candidatos del PDS
en Chiapas son cabezas de varios grupos paramilitares, responsables, entre
otras cosas, de la masacre de Acteal.
Que la derecha fascista y la nueva derecha intelectual estén listas para
mostrarle sus «habilidades» a los señores del dinero no sorprende. Lo que
desconcierta es que, algunas veces, son la socialdemocracia o la izquierda
institucional quienes les preparan el camino.
Si en el Estado Español, Felipe González (ese político tan aplaudido por
la derecha intelectual) trabajó para el triunfo del derechista Partido Popular
de José María Aznar, en Italia, la autopista por la que la derecha se dirige
al poder se llama Massimo D’Alema. Antes de renunciar, D’Alema hizo todo
lo necesario para hacer naufragar a la izquierda. «D’Alema y los suyos financiaron
con el dinero de todos la educación religiosa y prepararon la privatización
de la [educación] pública, participaron plenamente en la aventura de la
OTAN contra Yugoslavia y en la ocupación virtual de Albania, privatizaron
lo que pudieron, atentaron contra los jubilados, reprimieron a los inmigrantes,
se sometieron a Washington, "reflotaron" a los corruptos y al mismo Bettino
Craxi, por cuya residencia en el exilio, como prófugo de la justicia, desfilaron
para pedirle ayuda, hicieron una ley sobre los carabineros dictada por el
comando golpista de los mismos..». (Guillermo Almeyra. La izquierda de la
derecha, En La Jornada, 23 abril 00). ¿Resultado? Buena parte del electorado
de izquierda se abstuvo de votar.
En la complicada geometría política europea, la llamada «tercera vía» no
solo ha resultado letal para la izquierda, también ha sido la rampa de despegue
del neofascismo.
Tal vez estoy exagerando, pero «la memoria es una facultad extraña. Cuanto
más agudo y más aislado es el estímulo que recibe la memoria, más se recuerda;
cuanto más abarcador, se recuerda con menor intensidad». (John Berger. op.
cit, p. 234), y sospecho que ese alud de imágenes grises en la pantalla
es para que recordemos con menor intensidad, con pereza, con ganas de olvidar.
Y si los libros no mienten, fue el fascismo italiano el que resultó atractivo
para muchos líderes liberales europeos porque consideraban que estaba llevando
a cabo interesantes reformas sociales, y podría ser una alternativa a la
«amenaza comunista» (véase: U. Eco, op. cit.).
En agosto de 1997, Fausto Bertinotti (secretario del italiano Partido de
Refundación Comunista) escribía en una carta al EZLN: «Se ha abierto, en
Europa, una verdadera crisis de civilización. Se podrían, desgraciadamente,
narrar cientos y miles de episodios de barbarie cotidiana, de violencia
gratuita, de agresión a las personas, al cuerpo, de tráfico de personas,
de cuerpos, de órganos, sin ningún sentido. Y encima de todo una gruesa
capa de indiferencia, como si la vida hubiera perdido el sentido. Le podría
contar de cosas que ocurren en la periferia urbana, realidad y metáfora
de la tragedia humana en la que se ha convertido este nuevo ciclo del desarrollo
capitalista».
Frente a esta vida sin sentido, el liberal fascista ofrece su cara amable
y argumenta, haciendo hincapié en sus bondades, el recurso de la violencia
legalizada, institucional.
El horizonte anuncia tormenta, y la derecha intelectual nos trata de tranquilizar
presentándola como un chubasco sin importancia. Todo sea por asegurar el
pan, la sal... y el lugar junto al Príncipe. ¡Protegedlo! No importa que
su camisa sea gris y en su cálido seno se cultive el huevo de la serpiente.
El huevo de la serpiente. Si mal no recuerdo, es el título de una película
de Bergman que describía el ambiente en el que se gestó el fascismo. ¿Y
qué hacemos? ¿Seguimos sentados hasta que termine la película? ¿Sí? ¿No?
¡Un momento! ¡Vea usted hacia los otros espectadores! ¡Muchos se han levantado
de sus asientos y hacen corrillos! ¡Los murmullos crecen! ¡Algunos lanzan
objetos contra la pantalla y abuchean! ¡Y mire esos otros! ¡En lugar de
dirigirse a la pantalla van hacia arriba! ¡Como que buscan al que proyecta
la película! ¡Parece que lo encontraron porque señalan insistentemente hacia
un rincón allá arriba! ¿Quiénes son esas personas y con qué derecho interrumpen
la proyección? Uno de ellos levanta una pancarta que reza: «Tomemos entonces,
nosotros, ciudadanos comunes, la palabra y la iniciativa. Con la misma vehemencia
y la misma fuerza con que reivindicamos nuestros derechos, reivindiquemos
también el deber de nuestros deberes». (Saramago, José. Discursos de Estocolmo,
Madrid: Alfaguara). ¿El deber de nuestros deberes? ¡Que alguien explique
porque no entendemos nada! ¡Silencio! Alguien toma la palabra...
VII. La escéptica esperanza
Los intelectuales progresistas. Los de la escéptica esperanza. El sociólogo
francés Alain Touraine propone una clasificación de ellos (Comment sortir
du libéralisme ?, París: Fayard, 1999): la más clásica la del intelectual
denunciador, donde toda la atención se concentra sobre la crítica al sistema
dominante; el segundo tipo de intelectuales se identifican con tal lucha
o tal fuerza de oposición y se convierten en sus intelectuales orgánicos;
la tercera cree en la existencia, la conciencia y la eficacia de los actores,
al mismo tiempo que conocen sus límites; la cuarta son los utopistas, se
identifican con las nuevas tendencias culturales, de la sociedad o de la
existencia personal. Todos ellos (y ellas, porque ser intelectual no es
privilegio masculino) empeñan sus esfuerzos en entender, críticamente, la
sociedad, su historia y su presente, y tratan de desentrañar la incógnita
de su futuro.
Nada fácil la tienen los pensadores progresistas. En su función intelectual
se han dado cuenta de qué va todo y, nobleza obliga, deben develarlo, exhibirlo,
denunciarlo, comunicarlo. Pero para hacerlo deben enfrentarse a la teología
neoliberal de la derecha intelectual, y detrás de ésta están los media,
los bancos, las grandes corporaciones, los Estados (o lo que queda de ellos),
los gobiernos, los ejércitos, las policías.
Y deben hacerlo, además, en la era visual. Aquí están en franca desventaja,
pues hay que tener en cuenta las grandes dificultades que implica enfrentarse
al poder de la imagen con el único recurso de la palabra. Pero su escepticismo
frente a lo evidente les ha permitido ya descubrir la trampa. Y con el mismo
escepticismo arman sus análisis críticos para desmontar, conceptualmente,
la maquina de las bellezas virtuales y las miserias reales. ¿Hay esperanza?
Hacer de la palabra bisturí y megáfono es ya un desafío descomunal. Y no
solo porque en esta época la reina es la imagen. También porque el despotismo
de la era visual arrincona a la palabra en los burdeles y en las tiendas
de trucos y bromas. «Aun así, solo podemos confesar nuestra confusión y
nuestra impotencia, nuestra ira y nuestras opiniones, con palabras. Con
palabras nombramos aun nuestras pérdidas y nuestra resistencia porque no
tenemos otro recurso, porque los hombres están indefectiblemente abiertos
a la palabra y porque poco a poco son ellas las que moldean nuestro juicio.
Nuestro juicio, temido a menudo por quienes detentan el poder, se moldea
lentamente, como el cauce de un río, por medio de corrientes de palabras.
Pero las palabras solo producen corrientes cuando resultan profundamente
creíbles» (John Berger. op. cit, p. 255).
Credibilidad. Algo de lo que carece la derecha intelectual y que, afortunadamente,
abunda entre los intelectuales progresistas. Sus palabras han producido,
y producen, en muchos la sorpresa primero, la inquietud después. Para que
esa inquietud no sea aplastada por el conformismo que receta la era visual,
hacen falta más cosas que escapan al ámbito del quehacer intelectual.
Pero aun cuando la palabra se ha hecho raudal, la función intelectual no
termina. Los movimientos sociales de resistencia o de protesta frente al
poder (en este caso frente a la globalización y el neoliberalismo) todavía
deben recorrer un largo camino, no digamos ya para conseguir sus fines,
sino para consolidarse como alternativa organizativa para otros. «Finalmente,
hay que reconocer la responsabilidad particular de los intelectuales. Depende
de ellos, más que de cualquier otra categoría, que la protesta se desgaste
en denuncia sin perspectiva o, por el contrario, que ella conduzca a la
formación de nuevos actores sociales e, indirectamente, a nuevas políticas
económicas y sociales» (Alain Touraine, op. cit, p. 15).
El intelectual progresista está debatiéndose continuamente entre Narciso
y Prometeo. En veces la imagen en el espejo lo atrapa y empieza su inexorable
camino de trasmutación en un empleado más del megamercado neoliberal. Pero
en veces rompe el espejo y descubre no solo la realidad que está detrás
del reflejo, también a otros que no son como él pero que, como él, han roto
sus respectivos espejos.
La transformación de una realidad no es tarea de un solo actor, por más
fuerte, inteligente, creativo y visionario que sea. Ni solos los actores
políticos y sociales, ni solos los intelectuales pueden llevar a buen término
esa transformación. Es un trabajo colectivo. Y no solo en el accionar, también
en los análisis de esa realidad, y en las decisiones sobre los rumbos y
énfasis del movimiento de transformación.
Cuentan que Miguel Ángel Buonarroti realizó su David con serias limitaciones
materiales. «El pedazo de mármol sobre el que trabajó Miguel Ángel era uno
que ya había sido empezado a trabajar por alguien más y tenía ya perforaciones,
el talento del escultor consistió en hacer una figura que se ajustara a
esos límites infranqueables y tan restringidos, de ahí la postura, la inclinación,
de la pieza final» (Pablo Fernández Christlieb, La afectividad colectiva.
Madrid: Taurus, p. 164-165).
De la misma forma, el mundo que queremos transformar ya ha sido trabajado
antes por la historia y tiene muchas horadaciones. Debemos encontrar el
talento necesario para, con esos límites, transformarlo y hacer una figura
simple y sencilla: un mundo nuevo.
Vale de nuez. Salud y no olvidéis que la idea es también un cincel.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos
México, abril del 2000
P.D.: Alguien tiene un martillo a la mano?