Pablo Alabarces (compilador); Proyecto UBACyT TS55, 1998-2000; Proyecto
PIP 0181/98 CONICET. La investigación ha sido financiada por la
Universidad de Buenos Aires y el CONICET.
Capítulo 6 de "Peligro de gol. Estudios sobre deporte y sociedad
en América Latina"
1. Un estado de la
cuestión: las miradas
Los fenómenos de violencia relacionados con el fútbol han sido objeto
de una escasa atención en la Argentina, si entendemos atención como
mirada especializada, como la construcción de un saber de estatuto
fuerte: por el contrario, la violencia ha sido transitada por una
masa de discursos, periodísticos y políticos, que no se apartan
de interpretaciones de tono estigmatizador y esquemático. La academia
argentina no ha producido conocimiento sobre el tema, con las excepciones
que analizaré más adelante.
Cuando el periodismo trabaja los problemas de violencia, lo hace
regido por lo que Ford y Longo (1999) llaman la "lógica de casos";
el "problema" asoma en la superficie de las primeras planas cada
vez que se produce un "caso" que lo reactualiza. Pero su tratamiento
no excede los días en que el caso en cuestión se mantiene en la
agenda, para luego desaparecer. Durante esos días, el análisis de
lo publicado entrega la reproducción del discurso dominante, expuesto
como sentido común; la "investigación" se entiende como producción
de datos (estadísticos o documentales), agregando normalmente una
nota editorial focalizando y advirtiendo a la comunidad sobre los
caminos a seguir. Sin embargo, como es previsible dada la lógica
fragmentaria de esta presentación, el caso no remite nunca a contextos
más amplios de argumentación y explicación; se cierra sobre sí mismo,
agotando en la pura narración del hecho toda la exposición y el
conocimiento posible. Esta argumentación casuística privilegia una
exposición narrativa, pero habitualmente suspende la crítica.
Como puede leerse en
Coelho et al. (1998), en el trabajo de análisis que desarrolláramos
sobre cobertura de los medios respecto de hechos de violencia en
la Argentina2 se pueden observar ciertas recurrencias del tratamiento
de las noticias, a pesar de diferencias formales e ideológicas entre
los distintos medios consultados. En todos ellos el lexema dominante
es inadaptado: la colocación de los supuestos responsables se produce
fuera de una normalidad social que se presupone, no se explícita,
salvo en el marco general (y tajante) de un nosotros (los buenos)-ellos
(los malvados y violentos), como puede verse en la última campaña
institucional sobre el tema.3 El violento se califica así como un-debe-ser-excluido
—frente a la tradicional significación negativa de excluido, que
normalmente califica a las victimas del neoconservadurismo económico
como reemplazo de las viejas categorías de la izquierda: pueblo
o proletarios. Consecuentemente, estos sujetos son objeto de metáforas
biologicistas: son cuerpos extraños que deben ser extraídos del
cuerpo social (demostrando, si las hipótesis de De Ipola -1983—
son correctas, que el periodismo insiste en tópicos discursivos
propios del pensamiento de derecha).4 Asimismo, son sujetos animalizados
—bestias, animales salvajes, son algunos de los tópicos más abundantes;
una lectura similar puede verse en Young (1986). Los repertorios
estigmatizadores rematan, sin embargo, en una paradoja: porque las
acciones violentas son calificadas como criminales y son objeto
de metáforas bélicas. La paradoja reside en que la animalización
y la biologización expulsan estos comportamientos del campo de lo
racional, mientras que su calificación como conducta criminal y
su organización en términos de actitud bélica supone un fuerte racionalidad:
tal como se describe habitualmente en la bibliografía sobre el tema,
los comportamientos de las hinchadas en episodios de violencia señalan
organización y planificación, excepto en los casos de incidentes
que pueden ser calificados como espontáneos, donde la racionalidad
se puede reponer en el análisis del comportamiento, pero sólo provisoriamente
en el momento de la práctica.5
Esta descripción de un mecanismo narrativo y estereotipizador, conduce
necesariamente a que no es en el terreno del periodismo donde podemos
hallar una lectura fuerte de los fenómenos de violencia. Dijimos
antes que los estudios académicos han prescindido del problema:
la violencia en el deporte pertenece al sistema clasificatorio mayor
"deporte", donde la sociología y la antropología argentina no se
han entrometido. Por el contrario, hay una importante serie de trabajos
relacionados tanto con la violencia política, que atravesara nuestra
sociedad entre mediados de los años 50 y los 80, como con la violencia
urbana, en lo que respecta a la inseguridad ciudadana producto de
las nuevas condiciones de vida en las grandes metrópolis y la pauperización
creciente de grandes masas de población en los regímenes neoconservadores;
así también en lo que toca a la violencia policial. Sin embargo,
a pesar del puente que este último ítem tiende hacia nuestra zona
de problemas, el camino no fue recorrido.
El único trabajo importante
sobre el tema fue hecho por dos investigadores: el antropólogo Eduardo
Archetti (que a su vez trabaja en la Universidad de Oslo) y el periodista
Amílcar Romero. Archetti ha sido el fundador de los estudios antropológicos
del fútbol argentino, y en uno de sus primeros trabajos sobre el
tema analiza los repertorios de la masculinidad entre los hinchas
argentinos, con la carga de violencia simbólica que implican estos
códigos, fundamentalmente ligados a una sexualidad discursivamente
agresiva (Archetti, 1985). En un artículo posterior (1992) Archetti
centra su exposición en los fenómenos de violencia a través de la
categoría antropológica de ritual, en un recorrido histórico basado
en la descripción del ritual futbolístico argentino como una mezcla
de elementos trágicos y cómicos, una oscilación entre lo violento
y lo carnavalesco que impide la clasificación del fútbol únicamente
en un sentido bajtiniano (Bajtín, 1987). La descripción de Archetti
también posee un sentido diacrónico: su hipótesis es que los elementos
cómicos habrían predominado en la época clásica del fútbol argentino,
siendo progresivamente desplazados por los elementos trágicos en
las últimas tres décadas. Así, "esto crea un contexto en el que
la práctica de la violencia se vuelve cada vez más legítima" (Archetti,
1992: p. 242). Como veremos, esa legitimidad no procede solamente
de la cultura futbolística: si por un lado, el predominio de los
elementos trágicos crea un contexto inmediato de producción de actos
de violencia (entendidos como) legítimos -es decir, un marco de
reflexividad discursiva-; por otra parte el contexto político argentino
crea un marco de referencia macro en el mismo sentido.
En su trabajo conjunto
de 1994, Archetti y Romero proponen una descripción de los fenómenos
de violencia que reponga contextos de interpretación amplios. Tras
proponer un mapa de la investigación inglesa sobre el tema, señalando
sus complejidades y riqueza, los autores narran cuatro episodios
significativos de una historia de la violencia relacionada con el
fútbol en la Argentina, casos que les permiten enfatizar la complejidad
del cuadro: se trata tanto de muertes a manos de la policía como
por enfrentamientos entre hinchadas, agregando además el componente
político que estos hechos acarrean desde mediados de la década de
1970. La conclusión de Archetti y Romero, lejos de proponer una
solución o una única interpretación, insiste en la necesidad de
vincular la investigación a marcos más amplios, fuera de los cuales
toda lectura del fenómeno de la violencia en el fútbol es esquematizadora
y reduccionista:
Sin embargo, un cambio de enfoque en el estudio del hooliganismo
debería permitir concebir los asuntos morales y los dilemas culturales
de la muerte y la violencia en el fútbol como problemas sociológicos
generales. La manera como la sociedad inglesa se enfrenta con la
muerte y la violencia nos parece un objeto más relevante de estudio
que continuar en el tipo de investigación que pretende un mejor
entendimiento de la lógica de comportamiento de un fanático. Una
contextualización mejor del hooliganismo inglés y el diferente resultado
de los actos de violencia debería permitir un análisis de la manera
en que la sociedad inglesa concibe y tolera la muerte en el fútbol.
Este cambio de foco implica un desplazamiento desde el análisis
de la cultura de los hinchas de fútbol al campo general del análisis
cultural. El fútbol se transforma así en una arena en la cual los
actores sociales simbolizan, reproducen o discuten por medio de
sus prácticas sociales los valores sociales dominantes en un período
dado. Consecuentemente, el fútbol y el deporte en general se vuelven
una dimensión central en el análisis de los procesos sociales y
culturales (Archetti y Romero, 1994: pp. 69-70).
Es el camino indicado por Archetti y Romero el que proponemos recorrer:
no entender al fútbol como "reflejo de la sociedad", vieja metáfora
especular que, además de ser teóricamente errónea, no tiene valor
explicativo. Pero sí entenderlo como la arena simbólica privilegiada
donde leer, oblicuamente, características generales de la sociedad
argentina; priorizar, antes que el análisis de una cultura futbolística,
el análisis cultural de una sociedad. En ese sentido, nuestro trabajo
en la Universidad de Buenos Aires ha definido la violencia en el
fútbol como un recorte particular (no por eso menos privilegiado)
de una indagación general sobre el universo del deporte argentino.
A su vez, esta investigación, desarrollada en el marco de un Departamento
de Ciencias de la Comunicación, y fuertemente tramada con las tendencias
de los estudios culturales, evita la sujección a un único paradigma
disciplinar: se utilizan materiales provenientes de la sociología,
la antropología, la historia, el análisis de medios. Consecuentemente,
las metodologías utilizadas son también vanadas: hemos utilizado
la entrevista en profundidad a informantes calificados;6 el análisis
de medios, utilizando en este caso las técnicas de análisis del
discurso de base semiótica; el método etnográfico (entrevistas y
observación participante), y también el análisis de datos estadísticos,
provenientes de fuentes periodísticas o de las compilaciones documentales
de Romero (1985; 1994).
Con Barras
Bravas
(Jon Sistiaga, 2012)
Su pésima reputación tiene el dudoso honor de reconocerles como los
hinchas de fútbol más violentos del mundo. Son los Barras Bravas,
que más allá de seguidores radicales del fútbol, se organizan como
auténticas mafias. Jon Sistiaga se ha ido a Argentina para mezclarse
con ellos, dentro y fuera de los partidos. Así lo cuenta el propio Sistiaga: "Es un lugar común decir que en
Argentina, el fútbol es para muchos no solo una pasión, sino también
una religión. Casi todo el mundo coincide en que sus hinchas son de
los mas fanáticos del mundo. Y que los Barras Bravas, son, entre
ellos, los mas radicales. Reportajes Canal Plus se sumerge en el
inframundo de esos tipos violentos que resuelven sus problemas a
base de balazos, para demostrar que si ser hincha es, para muchos
argentinos, un modo de vida, ser Barra Brava, es para unos cuantos,
un medio de vida".
2. Un mapa de la complejidad: la crisis de las identidades futbolísticas
Nuestro trabajo ha definido la construcción de identidades a través
del fútbol como un eje de la investigación. Es nuestra hipótesis,
asimismo, que este eje se vuelve central respecto del análisis de
la violencia en el fútbol: los actos violentos señalan una disputa
por una identidad, un imaginario, un territorio simbólico (y a veces
real). Como dice Eric Dunning (1999):
La probabilidad de la violencia de los espectadores en el contexto
del fútbol está probablemente exacerbada por el grado en el que
los espectadores se identifican con los equipos participantes y
con la intensidad de su inversión emocional y su compromiso con
la victoria de los equipos a los que alientan. (...) A su vez, la
intensidad de la inversión emocional de los espectadores en la victoria
de sus equipos está vinculada a la centralidad y significación del
fútbol en sus vidas, esto es, si es una entre un número de fuentes
de sentido y satisfacción para ellos, o si es la única (ídem: p.
19).
90 minutos. Relatos de fútbol
Empezó el partido. Arde el fuego de la pasión entre todos
los hinchas. Esa pasión que inflama sus corazones con el
mismo entusiasmo que al pibe que va con el padre por primera
vez a la cancha, a conocer en persona al equipo que será
dueño de su amor por el resto de su vida. Este libro
homenajea esa pasión con cuentos sobre padres e hijos,
hinchas, relatores y jugadores de ayer, que dejaban la piel
en el césped más allá de los premios y los sueldos, se
peinaban con gomina por respeto y se bancaban todos los
guadañazos, descosiendo los hilos gruesos de las pelotas de
tiento y salían a la cancha aún con fiebre o resaca,
haciendo de su profesión un culto al amor por la camiseta.
Para ustedes, fieles amantes del deporte más popular, son
estas historias.
Fuente: Programa Libros y Casas,
Clic para descargar.
Y en ese contexto, en los años 90, las representaciones colectivas
parecen entrar en crisis, al mismo tiempo que su centralidad, su
capacidad interpeladora para los sujetos involucrados, aumenta desmesuradamente.
En primer lugar, las representaciones referidas a las interpelaciones
de clase: el fútbol argentino no es, ni es percibido como, un espacio
popular, en tanto convoca transversalmente, estadística y simbólicamente,
a todas las clases, aunque con leve predominio de los sectores medios
y medio-bajos. Sobre este punto, las causalidades son vanadas. Por
un lado, la nueva estructura de clases argentina señala características
similares al resto de las sociedades occidentales: progresiva desaparición
de la clase obrera industrial, crecimiento de la terciarización,
aumento exponencial de la desocupación. Este mapa, que vuelve difícil
designar una clase obrera estricto sensu, permite por el contrario
la ampliación de los sectores convocados por la categoría sectores
populares; pero esta ampliación choca con la debilidad de su definición
y con la vaguedad nominativa.
En el mismo sentido, el crecimiento de una llamada cultura mediática
(Kellner 1995) desde los años 70 hasta hoy, indica el desplazamiento
de las clasificaciones culturales de clase en pos de una ampliación,
casi universal, de los sectores involucrados en cualquier clasificación
cultural. La explosión comunicacional de la última década propone,
inclusive, el reemplazo de las culturas nacionales-populares, clásicas
en el análisis latinoamericano, por las culturas internacionales-populares
(Ortiz, 1991 y 1996). En esa expansión, el fútbol, mercancía fundamental
de la industria cultural, también tiende a ampliar sus límites de
representación en un policlasismo creciente.
Pero además, en el mismo movimiento en que los límites se expanden,
se producen mecanismos de exclusión. Los regímenes neoconservadores,
a la vez que debilitan las tradicionales interpelaciones de clase,
producen fuertes fenómenos de exclusión social, donde la expulsión
del mercado de trabajo de grandes masas y la pauperización de las
clases medias son síntomas clásicos. Así, el fútbol produce una
expulsión básicamente económica: los costos de acceso a los estadios
(o a los servicios de cable televisivo) dejan afuera a los públicos
"tradicionales", en un proceso de darwinismo impensado pocos años
atrás.
En la Argentina, estos mecanismos de exclusión afectan también a
la práctica, profesional o amateur: en el primer caso, porque las
condiciones de acceso al alto rendimiento deportivo exigen un umbral
de alimentación en la niñez que las clases bajas no pueden proveer,
lo que ha originado una tendencia de cambio en la proveniencia de
los jugadores de primer nivel (hoy, mayormente originados en las
clases medias). En el segundo caso, de la práctica recreativa, la
progresiva desaparición de espacios públicos adecuados y la ausencia
de tiempo libre entre los sectores trabajadores (como producto de
condiciones laborales propias del capitalismo del siglo xix) vuelve
progresivamente más difícil el juego informal, restringido a sectores
con posibilidades económicas y temporales.
A esta crisis (por exclusión) de representación social, se le superpone
la expansión antes señalada. La cultura futbolística argentina practica
un imperialismo simbólico y material; simbólico, en su inflación
discursiva, en su captación infinita de públicos, en su construcción
de un país futbolizado sin límites;7 material, en el crecimiento
de su facturación —directa o indirecta, massmediática o de merchandising—
y en el aumento de los capitales involucrados —desde la compra-venta
de jugadores hasta las inversiones publicitarias y televisivas.
ÇA este proceso de ocupación de espacios, se suma el constante intercambio
de jugadores, desde los equipos chicos a los llamados "grandes",
y desde éstos hacia el fútbol europeo o los "nuevos mercados" (especialmente
México y Japón). La continuidad tradicional de un jugador en un
mismo equipo durante un lapso prolongado de tiempo ha desaparecido:
al poco tiempo de su aparición, es vendido a un comprador que asegure
beneficios para todas las partes —excepto los hinchas. En la etapa
histórica del fútbol argentino, los ejes fuertes de la identidad
de un equipo eran los espacios (los estadios), los colores y sus
jugadores-símbolo; hoy, por los cambios constantes en la sponsorización
de las camisetas, que alteran sus diseños, y por los flujos incesantes
de las ventas de jugadores, el establecimiento de lazos de identidad
a partir de estos ejes se ve profundamente debilitado.8 Excepto
en lo relativo a los espacios: como discutiremos más adelante, el
estadio y su prolongación en un territorio inmediato -básicamente
el vecindario o "barrio"— se invisten de un fuerte sentido, que
lo transforman en en un lugar -un espacio con significado— cuya
defensa por parte de sus poseedores simbólicos se vuelve una cuestión
vital.
Así, las hinchadas se perciben a sí mismas, desmesuradamente, como
el único custodio de la identidad; como el único actor sin producción
de plusvalía económica, aunque con una amplia producción de plusvalía
simbólica; frente a la maximización del beneficio monetario, las
hinchadas sólo pueden proponer la defensa de su beneficio de significados,
puro exceso simbólico. La continuidad de los repertorios que garantizan
la identidad de un equipo aparece depositada en los hinchas, los
únicos fieles "a los colores", frente a jugadores "traidores", a
dirigentes guiados por el interés económico personal, a empresarios
televisivos ocupados en maximizar la ganancia, a periodistas corruptos
involucrados en negocios de transferencias. Las hinchadas desarrollan,
en consecuencia, una autopercepción desmesurada, que agiganta sus
obligaciones militantes: la asistencia al estadio no es únicamente
el cumplimiento de un rito semanal, sino un doble juego, pragmático
y simbólico. Por un lado, por la persistencia del mandato mítico:
la asistencia al estadio implica una participación mágica que incide
en el resultado. Por el otro: la continuidad de una identidad depende,
exclusivamente, de ese incesante concurrir al templo donde se renueva
el contrato simbólico. Como señalamos, esas obligaciones se extienden
hacia una práctica real: la defensa del territorio propio frente
a la invasión de la hinchada ajena.
3. Fútbol tribal
Estos procesos no desembocan en la re-afirmación de las grandes
identidades futbolísticas tradicionales. Ratifican, por el contrario,
la fragmentación posmoderna. Hoy puede verse un proceso de tribalización
(Maffesoli, 1990), en un doble sentido: respecto de un otro radicalmente
negativizado, y al interior de las mismas hinchadas.
Primero: las oposiciones locales — enfrentamientos entre equipos
rivales clásicos, el eje de oposición Buenos Aires-provincias, las
rivalidades barriales al interior de una misma ciudad— se radicalizan
hasta configurar identidades primarias y casi esencializadas, que
desplazan a todo otro relato de construcción de identidad. A diferencia
del mapa europeo, los procesos de antagonización (las maneras como
se estructuran las diferentes rivalidades) son muy vanados. Romero
(1994) señala que, prescindiendo del enfrentamiento nacional (entre
selecciones), pueden hallarse cuatro modos de articulación de la
rivalidad: a. Regional: entre equipos de distintas ciudades, regiones o comunidades,
dentro de un Estado-Nación. Es el caso de madrileños y vascos o
catalanes, en España; de porteños y provincianos, en la Argentina.
b. Intraciudad: entre equipos de una misma ciudad, con una historia
de representación dicotómica (usualmente, ricos vs pobres). Por
ejemplo, Nacional-Peñarol en Montevideo. En el caso argentino, los
ejemplos son recurrentes: Rosario Central-Newell 's Oíd Boys en
Rosario, Gimnasia y Esgrima-Estudiantes en La Plata, San Martín-Atlético
en Tucumán; en cada ciudad el esquema se repite, aunque se trate
de una localidad con un número pequeño de habitantes.
c. Interbarrial: en este caso, se trata de equipos que, dentro de
una ciudad, no representan un nivel dicotómico de referencia simbólica,
sino que señalan la pertenencia a un territorio definido como barrial,
vecinal. Es el caso típico de Buenos Aires, donde la existencia
de una enorme cantidad de equipos en la ciudad conlleva oposiciones
entre territorios menores. La representación de la comunidad desaparece
para dar paso a la micro-comunidad, el barrio. Pero en los últimos
años, la categoría "barrio" se recubre de fuerte capacidad interpeladora.
La historia de la formación de los barrios porteños, su existencia
por cien años, refuerza esta integración; pero además, aparece en
los últimos diez años un discurso que carga de significaciones esencialistas
ese micro-territorio, como reserva moral y espiritual, como ámbito
descontaminado, un espacio constituido como reserva de lo local
frente a las tensiones des-territorializadoras. Los grupos juveniles
son los más proclives a asumir este discurso, y a producir una metonimia
entre barrio y autenticidad, visible en los grupos de rock: cuanto
más barrial, más auténtico, menos "comercializado", menos sujeto
a las lógicas mercantiles de la industria cultural. Esa imaginaria
posición de reservorio ha sido asumida también por los propios productos
de la industria, que volvieron a esgrimir estos argumentos en las
ficciones televisivas, retomando viejos tópicos del teleteatro argentino
de los años '60. d. Por último, un caso absolutamente excepcional es el antagonismo
intrabarrial: Romero lo ve ejemplificado en River-Boca, ambos originarios
de un mismo barrio en la ribera del Río de la Plata. Sin embargo,
la representación de ambos equipos excede con mucho esa referencia
(son los equipos "nacionales", en el sentido de que interpelan sujetos
de otras comunidades regionales fuera de Buenos Aires). A pesar
de mi diferencia con el ejemplo, la ¡dea de que el fútbol argentino
se caracteriza por una progresiva y microscópica fragmentación de
los espacios representados es absolutamente válida. Mejor ejemplo
puede verse en el fútbol de ascenso: el enfrentamiento Defensores
de Belgrano-Excursionistas, ambos del barrio porteño de Belgrano,
es según nuestros datos una de las oposiciones más fuertes del fútbol
argentino.
Sin embargo, discrepo con Romero en cuanto a que, a medida que se
achica el espacio de representación, se pierde representatividad.
Por el contrario: el territorio, cuanto más segmentado y atomizado,
se vuelve más cálido, adquiere mayor capacidad para interpelar sujetos.
Como señalamos en el último ejemplo, una posesión de espacio micro,
como lo es una porción de un barrio, se vuelve radical. Al mismo
tiempo, como efecto contrario, las posibilidades de trascender ese
espacio hasta dimensiones mayores (por ejemplo, la referencia nacional)
se vuelven menores.9
Y segundo: al interior de las hinchadas se produce un fenómeno de
segmentación novedosa, la construcción de grupos particulares identificados
con nombres propios y organizados, con reparto de roles y funciones,
con banderas propias, a partir de ejes identificatorios diversos,
generalmente barriales, aunque en otros casos por razones más aleatorias.10
Esta hipersegmentación fractura las formas de soporte de la identidad,
diseminándola en fragmentos en algunos casos irreconciliables. Este
fenómeno es similar a los de la cultura del rock, donde el proceso
tiene más años de desarrollo. Más: puede sostenerse la hipótesis
de que se ha producido una transferencia de prácticas de la cultura
del rock hacia la del fútbol, a partir de las fuertes relaciones
entre ambos universos culturales y de la superposición de sujetos
practicantes.11
4. La distinción: un ritual de violencia
Como todo ritual, el fútbol opera una suspensión del orden social;
entre el uso de esa suspensión y el consentimiento a sus límites,
navegan distintas posibilidades, ambiguas, muchas veces contradictorias.
Una de ellas es la violencia: persistente como ritual de resistencia
y alteridad, como lugar de apropiación de un territorio y una identidad;
y también como aceptación y reproducción de las jerarquías.
Alessandro Portelli afirma que la violencia en el fútbol permite
ver las continuidades entre la construcción estigmatizada de las
clases populares como clases peligrosas de la revolución industrial,
en el siglo pasado, y su reaparición en el mismo sentido en la revolución
de la información (Portelli 1993: 78).12 La revuelta en el estadio
significa, desde esta perspectiva, la puesta en escena de una distinción
no codificada, antes bien estigmatizada: porque la violencia atenta
contra la doble propiedad privada de la mercancía y el cuerpo, porque
escapa a la monopolización del Estado —peor: reproduce sus mecanismos
de arbitrariedad y racismo, y en la reproducción los exhibe.
La violencia también puede ser pensada, con Patrick Mignon (1992),
como forma fuerte de la visibilidad. La crisis de participación
y legitimación de las sociedades neoconservadoras, la crisis del
estatus de las clases medias y de los medios para garantizarlo,
la crisis de exclusión de los sectores populares, conduce a la búsqueda
por parte de estos distintos sujetos de mecanismos de visibilidad:
con comportamientos violentos contra sí mismos (con el consumo de
drogas), contra los otros (vandalismos, etc.) o con la participación
en la extrema derecha, como apunta Mignon para el caso francés.
En ese mismo sentido, el espacio del estadio permite vivir un sentido
de pertenencia a una comunidad por parte de los que se sienten excluidos.
Pero ese estadio, además, es escenario de la puesta en escena massmediática,
lugar donde la actuación se amplifica en millones de receptores.
Sin embargo, esta noción de visibilidad admite otra lectura, no
necesariamente excluyente: ser visto puede no significar una petición
de inclusión por parte de aquellos que son expulsados del repertorio
de lo visible y de lo decible, sino un mecanismo más autónomo y
de significancia reducida a la economía simbólica de la cultura
futbolística. Ser visto -ser televisable— puede reducirse a ser
visto por el otro, donde el otro es la otra hinchada. La hinchada
que actúa violentamente afirma su posición en un ránking imaginario
(la que tiene más aguante: volveremos sobre esto), y al hacerse
ver le recuerda a sus adversarios que ha ganado posiciones, que
su status debe ser nuevamente discutido. Sabedores de que los medios
amplifican su actuación, suplantan el boca a boca para comunicar
masivamente su condición de líder. En ese ránking, el enfrentamiento
con la policía confiere la mayor cantidad de puntos.
Esta ambigüedad o polivalencia de la lectura de los rituales de
violencia no escapa a las líneas que venimos trazando. La violencia
puede también permitir leer el sentido de escisión gramsciano, el
sentimiento elemental de separación respecto de las clases hegemónicas
que Gramsci rescata como núcleo de "buen sentido" de las clases
subordinadas, se resuelva o no en un antagonismo declarado. Los
rastros de la escisión son, en el fútbol, numerosos; son los espacios
donde las relaciones de oposición con un otro que se percibe como
hegemónico (poderoso) alcanzan su máxima distancia. En el fútbol,
no se puede vencer con el poder, en el poder; siempre se alcanza
la victoria contra las infinitas conspiraciones de los poderosos
y de los massmedia. Hasta la paranoia.
Contra toda ambigüedad y complejidad, como dijimos, las interpretaciones
hegemónicas en la Argentina (trabajadas como sentido común) insisten
en la estigmatización acrítica: los "violentos", desde este punto
de vista, son sistemáticamente jóvenes, "inadaptados", operan bajo
la influencia de drogas y alcohol, y su acción es reducida a la
aparición imprevisible de agentes que deben ser excluidos —del estadio
y de la sociedad. La estigmatización penetra profundamente, a su
vez, el discurso de los hinchas militantes, que leen a los actores
de la violencia como otros de clase y cultura; compatriotas del
estadio y el equipo, víctimas compartidas de la represión policial;
pero también sujetos estigmatizados cuando la violencia parece deberse,
básicamente, a su acción. La percepción de los hinchas militantes
revela un juego interesante de posiciones. Por un lado, no se entienden
como actores violentos; cuando experimentan la violencia, se colocan
en posición pasiva, como víctimas de un juego que no pueden dominar
y que tampoco desean jugar. Asimismo, colocan como responsables
directos a actores institucionales (la policía, la dirigencia deportiva);
entienden las medidas represivas como parte de un complot destinado
a saquear la pasión futbolística y entregarla como mercancía a la
industria del espectáculo. En ese sentido, los hinchas se entienden
compartiendo con aquellos que señalan como "violentos" (se trate
de barras o de grupos de acción) la defensa común de un espacio
(la tribuna y el barrio), una identidad (el equipo), una práctica
(la hinchada de fútbol). Pero por otra parte, atravesados por el
discurso periodístico, hablados por el mecanismo del estigma, no
vacilan en señalar a "los violentos", "ellos", "los negros que están
locos". El policlasismo del fútbol revela aquí, de pronto, todos
sus límites, para permitir la reaparición del etnocentrismo de clase
y un larvado racismo.13
5. Posibilidades de la interpretación
La violencia en el fútbol argentino resume en un enunciado una importante
cantidad de posibilidades. Al decir "violencia en el fútbol", usualmente
no decimos nada, por querer decir todo. Del mismo modo, la reducción
del problema a la acción de hooligans o barras bravas supone dejar
de lado las profundas diferencias entre actores, prácticas y sociedades.
En la Argentina, la violencia es una práctica que atraviesa la vida
cotidiana, la política, la economía: no sólo el fútbol. Con formas
más complejas y menos reconocibles que la política represiva de
la última dictadura militar (1976-1983): fundamentalmente, la persistencia
y agravamiento de esa forma máxima de la violencia social que es
la exclusión, la expulsión del mercado laboral y del consumo, la
privación de salud y educación. Pero también la continuidad de la
violencia estatal: el monopolio de la violencia legítima se transforma
en ejercicio ¡legítimo de ese monopolio, dirigido de manera sistemática
contra las clases populares. Cuando Archetti (1992) revisa los distintos
principios de causalidad asignados a la violencia en el fútbol,
se detiene en una supuesta naturaleza violenta de las clases populares
argentinas (o de todas las clases populares); la historia de nuestro
país señala (y así lo afirma Archetti) que las clases dirigentes
han demostrado, sistemáticamente, un grado de violencia superior,
si es que cedemos a la tentación de la comparación.14
La observación de los fenómenos de violencia contemporáneos, y el
estudio de sus antecedentes históricos, permite una clasificación
que discrimine distintos tipos de prácticas y permita comenzar un
proceso de asignación de causalidades y sentidos, sin pretender
que nuestra propuesta reemplace un esquema por otro, sino que ordene
de otra manera el campo. Básicamente, la violencia relacionada con
el fútbol puede ordenarse en:
a) Acciones organizadas y protagonizadas por "barras bravas": si
bien las barras bravas argentinas son los grupos más similares a
los llamados hooligans, existen diferencias notorias que ocluyen
la comparación. Porque su origen está vinculado históricamente al
surgimiento de la violencia política argentina, a mediados de la
década del 60. No en vano, la primera aparición de estos sujetos
motivó su comparación, en la prensa, con la guerrilla urbana, y
en el mismo movimiento, el reclamo de acciones clandestinas para
su eliminación, en una perspectiva similar a la que animó la represión
¡legal de la dictadura de 1976-1983.15 Simultáneamente, el desarrollo
del llamado caso Souto (1967)16 señaló las profundas complicidades
ya existentes con la dirigencia deportiva y política. La reaparición
explosiva de las barras se produce a finales de la dictadura militar,
en 1983, en el caso de "Negro" Thompson, líder de la barra de Quilmes
y protegido por la dirigencia del club, las autoridades comunales
y la Policía de la Provincia de Buenos Aires.17 Así, antes que la
imitación de los hooligans británicos, las barras prefieren un modelo
nativo; se configuran a semejanza de los grupos de tareas paramilitares,
fuerzas de acción para tareas ¡legítimas mediante la violencia y
la coacción, utilizados por dirigentes deportivos y políticos. Estas
prácticas no tienen relación con las acciones que describimos en
los puntos siguientes: en las emboscadas, se ve la acción de grupos
pequeños y armados. La noción misma de emboscada revela una práctica
organizada y dotada de racionalidad operativa -de tipo represivo.
De este modo, la violencia en el fútbol se aleja de todo "reflejo".
Como dice -foucaltianamente- Tomás Abraham (1999), "la violencia
en el fútbol no refleja nada, sino que es un producto sabiamente
construido que hace que éste sea parte de un dispositivo más amplio
de poder". Ese mecanismo de poder, al mismo tiempo clandestino y
público, se espectaculariza en la arena dramática del fútbol.
b) Acciones producidas por —o en respuesta a— la violencia policial,
o acciones producidas por agentes derivados de la privatización
del monopolio legítimo de la violencia: el protagonismo de las fuerzas
de segundad en la violencia argentina (como dijimos, no sólo en
el fútbol) no ha sido suficientemente descripto, con las excepciones
indicadas. Dice Romero (1994):
...en Argentina los uniformados tienen en su haber el 68% de los
casos de vísctimas mortales en canchas de fútbol, un guarismo que
incluye la Puerta 12 y donde la Policía Federal jamás quiso admitir
ningún tipo de responsabilidad, aunque sea indirecta, ni miembro
alguno de ese cuerpo fue siquiera interrogado como imputado no procesado
{idem: p. 78).18
A los muertos y heridos producidos directamente por balas policiales
(con el llamado caso Scaserra como prototipo),19 se suma la acción
sistemáticamente violenta de la policía en la segundad del espectáculo.
Todo el trato de la policía hacia los hinchas consiste en agresiones
y vejaciones: la imposición de recorridos callejeros sin racionalidad
organizativa, el cacheo, las prohibiciones grotescas —por ejemplo,
de periódicos, cinturones y encendedores. En todos los casos, reproduciendo
las conductas cotidianas, el maltrato policial constituye una imagen
del ciudadano como enemigo, agravada por la persecución sistemática
y el ensañamiento contra los jóvenes de las clases populares, reputados
culpables de cualquier incidente aun antes de producirse. A este
cuadro, al que hicimos referencia más arriba, se le suma que los
procesos de privatización neoconservadores han producido la multiplicación
de las fuerzas de segundad privadas, a las que se les permite el
uso de armas, sin que exista ninguna regulación al respecto. Así,
estos grupos son el refugio de ex miembros de la policía, en algunos
casos expulsados de la fuerza por sus excesos represivos. No dejan,
por lo tanto, de reproducir sus prácticas habituales.
Pero además, la presencia de la policía en la cultura futbolística
argentina puede escapar a una lógica de poder. Nuestros informantes
eluden la identificación de la policía con un aparato represivo
estatal, sino que autonomizan su percepción hasta verla simplemente
como un colectivo autónomo. Como señala una de nuestras informantes,
Estela:
Todo hincha odia a la policía. Porque la policía vive provocando
al hincha. La policía lo busca al hincha. Lo vive buscando permanentemente,
para que el hincha salte y justificar el hecho de pegarle un palazo.
Lo busca constantemente: con los caballos, no les importa nada,
si hay mujeres, nada. No les importa nada más que provocar al hincha
para justificar los palazos que ponen después.
Y así también argumenta Marcelo:
La única diferencia que hay entre la policía y la hinchada es que
unos tienen armas y otros no. Son lo mismo. Les gusta hacer lo mismo.
A los dos les gusta pegar. Hablo de la barra, no de la gente. A
la policía le divierte esa cosa de pegar. Son los mismos que los
de la barra con uniforme diferente.
La separación léxica que Marcelo establece entre la barra y la gente
es sintomática: el hincha militante se percibe como parte de un
tercer grupo, donde la barra brava tiende a parecerse a la policía
y a participar de sus lógicas. Pero la policía recorre el mismo
camino: no ejerce una violencia legítima, sino que actúa fuera de
toda racionalidad social. No es un aparato del Estado, sino otro
grupo de hinchas, sólo que -legalmente— armado. Para retorcer más
nuestra argumentación: creemos que la Policía también se percibe
a sí misma como un grupo de hinchas que disputa con ¡guales, sólo
que abusando de su posición de poder e impunidad. Un testimonio
de un hincha de San Lorenzo (un estudiante universitario de clase
media) relata que:
Estaba colgando las banderas y la cana me vino a obligar a que las
bajara. Yo le pregunté: "¿Por qué a los de Boca o a los de River
los dejan? ¿No somos todos ¡guales? Se la agarran con nosotros porque
somos chicos normales, nos ven la cara y nos prohiben colgar las
banderas". El cana me contestó: "A mí me encanta cuando vienen los
de Boca, porque ellos se la bancan, entonces nos podemos pelear
y les podemos pegar".20
En este cuadro podemos retomar lo afirmado más arriba: si las peleas
entre hinchadas suponen la discusión de un ránking imaginario entre
las mismas, para ver cuál es la de mayor aguante, el enfrentamiento
con la policía supone el puntaje máximo; simplemente, se trata de
pelearse con otra hinchada más, aunque la más violenta, porque está
legalmente armada y dispone de toda la impunidad. Así, la valoración
recibida por parte de los otros aumenta verticalmente. Volviendo
a Portelli (1993): la revuelta está condenada al fracaso, simplemente
porque ni siquiera es revuelta. Sólo operación de prensa.
c) Enfrentamientos entre rivales por la disputa de una supremacía
simbólica, o como reacción frente a una "injusticia" deportiva que
suponga la reposición imaginaria de un estado de justicia ideal:
en la mayoría de estos casos, la acción de las barras se ve acompañada
(e incluso, superada) por la de gran número de hinchas. La violencia
contra un otro radicalizado, como señalamos antes, es el lógico
resultado del proceso de tribalización. La defensa del territorio,
de una supremacía simbólica, se maximiza hasta desembocar, rápidamente,
en la acción violenta, en un marco general donde la condena discursiva
de la violencia encubre su práctica sistemática.21
Pero además, este tipo de violencia facilita la construcción de
colectivos que se afirman en el contacto corporal y la experiencia
compartida del enfrentamiento —fundada en la retórica del aguante.
Aguante designa significados más amplios que su remisión estrictamente
etimológica, ligados a una retórica del cuerpo y a una resistencia
colectiva frente al otro (otros hinchas, policía, etc.). Como dice
Archetti (1992), el aguante es "una resistencia al dolor y a la
desilusión, una resistencia que no conlleva una rebelión abierta,
pero sí, a través de los elementos trágicos y cómicos, a una serie
de posibles transgresiones" (266). Ante la ¡dea de la violencia
como puesta en escena de un vínculo que se quiere simétrico (Izaguirre,
1998), el aguante es la forma de reponer imaginariamente esa simetría:
el aguante "disputa a la lógica el espacio de lo sorpresivo y lo
sorprendente: desafía a lo que se supone ganador, enfrentándose
a la superioridad, al orden inferiorizante de lo supuesto" (Elbaum,
1998: 240). El aguante es una categoría ética, que define una moralidad
autónoma, sin relación con el resultado deportivo: se aguanta en
la victoria o en la derrota. Pero también nombra la persistencia
del machismo, la discriminación de toda otredad -básicamente, una
profunda homofobia. Si hay rebeldía, ésta insiste en el viejo tópico
de la reproducción de la dominación al interior de los dominados,
legible también en la recurrencia racista.
En términos prácticos, el aguante se basa en una relación "espacio-habilidad":
se hace necesaria una cierta habilidad de los grupos de hinchas
para la defensa de un espacio, que es el campo de batalla. La permanencia
en el campo adjudica instantáneamente la victoria, ya que pierde
el que se retira. La habilidad necesaria, más allá de la fuerza
física y la destreza en la lucha callejera, incluye una ración de
intimidación al otro, que se logra a través de gritos, pedradas
y movimientos corporales en los que los hinchas demuestran estar
preparados para la pelea. Muchos "combates" pueden ganarse, o sea
que el otro se retire (corra), sólo con la utilización de las armas
intimidatorias, sin llegar a la lucha cuerpo a cuerpo.
Por último: cuando las hinchadas provocan desórdenes frente a lo
que consideran una violación de la justicia deportiva (o más simplemente,
un fallo equivocado adrede), ponen en escena el imaginario democrático
del deporte, según el cual se trata de una disputa entre ¡guales,
sin favoritismos, donde sólo la lógica del juego decide ganadores
y perdedores. Ese imaginario choca frente a la paranoia dominante,
la que instituye un imaginario de complicidades y conspiraciones,
donde los medios de comunicación son señalados como principales
operadores de los clubes poderosos. Así, la acción violenta, espontánea,
lejos de toda planificación, duramente dirigida contra los que se
leen como representantes del poder —policía y arbitros, pero también
contra la televisión, con ataques a las cámaras o a los propios
periodistas— pretende reponer esa democracia imaginaria. La desaparición
de la Justicia como institución legítima del Estado, por su deterioro
político acelerado en los últimos años, se representaría metonímicamente
en el estadio. El espontaneísmo de los hinchas designa, también
por metonimia, un último escalón del descreimiento, de la desconfianza,
del hastío. No de la barbarie.
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edición en International Review for the Sociology of Sport, 21/2/3,
1986). Notas 1. Una primera versión de este trabajo se publicó en Movimento e
Mídia na Educagao Física, vol. 5, Santa María, UFSM (RS), 1999.
Presentado ante el ALAS 1999, fue sometido a discusión en el equipo
de trabajo, a la luz de nueva empiria producida y analizada. 2. Se relevaron seis hechos de violencia importantes por distintas
razones (época, cantidad de víctimas, responsables, repercusión)
a lo largo de treinta años en tres diarios de Buenos Aires, distinguidos
por los públicos interpelados. 3. Campaña organizada conjuntamente por la AFA y el monopolio encargado
de las transmisiones televisivas, TyC, ocupó distintos soportes
(gráfica, radio y televisión, y volantes en los estadios) durante
un lapso muy prolongado de tiempo. Para un primer (y contundente)
análisis, puede verse Calvo, 1998. 4. De Ipola sostiene que las metáforas biologicistas tiene su origen
en la discursividad del nacionalismo reaccionario francés de la
segunda mitad del siglo XIX, y desde allí se transforman en un tópico
habitual de los discursos derechistas. 206 5. Un análisis más minucioso puede verse en Coelho et al, 1998. 6. Entre 1996 y 1999 se realizaron cerca de 300 entrevistas a hinchas
militantes de equipos de fútbol argentino, fundamentalmente de Buenos
Aires, aunque también se incluyeron hinchas de equipos del interior
del país. 7. El signo más claro de esta expansión es la futbolización de la
pantalla televisiva: los centenares de horas, de cable o aire, de
programación deportiva, y el hecho de que los diez programas más
vistos de la televisión argentina en 1998 fueron transmisiones deportivas. 8. Los jugadores, asimismo, se ven fuertemente atravesados por la
lógica espectacular: son nuevos miembros del jet-set local, inundan
las pantallas, los avisos publicitarios; se transforman en símbolos
eróticos, se ven sujetos al asalto sexual. La relación con el hincha
alcanza así su máxima distancia. 9. En ese sentido desarrollamos, en otro lugar, la idea de que el
equipo nacional había perdido capacidad interpeladora. Ver Alabarces,
1999. 10. En el caso del club Racing, una de las tribus se llama Racing
Stones, unidos a partir de su predilección por la banda de rock
Rolling Stones. Otra se denomina La 95, simplemente porque, procedentes
del norte de la ciudad de Buenos Aires, se desplazan hacia el estadio
de Racing con el bus número 95. Nuestro trabajo con la hinchada
de All Boys, club de la 2o división del fútbol porteño, revela particiones
similares: fragmentos visibles y que sólo se reconcilian en caso
de un enfrentamiento. A veces, ni siquiera eso. 11. Para un mayor desarrollo del problema, ver Alabarces y Rodríguez,
1996: pp. 61-74. 12. Dal Lago y Moscati (1992) proponen, en cambio, un desplazamiento
de la estigmatización hacia los jóvenes. En nuestro caso, creemos
que está en la intersección: los jóvenes de las clases populares.
Ver en este sentido, Alabarces y Rodríguez 1996: pp. 61-74. 13. Esta observación se basa en nuestro trabajo de entrevistas antes
citado. Un primer análisis en términos de la percepción de la violencia
por parte de los hinchas puede verse en Guindi, 1998. 14. Pero la comparación es imposible. A pesar de la posibilidad
de analizar microsociológicamente lo que podríamos reconocer como
características violentas en la vida cotidiana de las clases populares,
la presencia de la violencia institucional de las clases dominantes
es previa y omnipresente, lo que nos llevaría, antes que a un régimen
de comparación, a un régimen de causalidad. 15. Nuevamente, ver Coelho et al, 1998. 16 Souto fue un joven de quince años asesinado por la barra de Huracán
en un encuentro entre el equipo local y Racing Club. Los culpables
fueron capturados y penados. 207 17. Se trató de un enfrentamiento fuera del estadio de Boca entre
las barras de este club y la de Quilmes, liderada por el llamado
Negro Thompson. Éste fue reconocido por varios testigos como el
responsable de los disparos que mataron a un hincha de Boca. Finalmente,
fue detenido tras ser protegido por la Policía de la Provincia y
por el entonces presidente de Quilmes, a la vez intendente designado
por la dictadura. No fue condenado. 18. El caso de la Puerta 12 ocurrió en 1968, tras un partido entre
Boca y River. Murieron 71 personas en una avalancha contra una puerta,
cerrada presumiblemente por la policía. El caso nunca fue investigado
ni encontrados sus responsables. La versión de uno de nuestro informantes
insiste en una variante política del caso: la hinchada de Boca habría
cantado durante el partido la "Marcha peronista", cántico identificatorio
del entonces proscripto peronismo. La policía habría motivado el
desastre como castigo, según esta versión. A pesar de cierto carácter
conspirativo, la historia argentina se empeña en validar explicaciones
de este tipo. 19. Adrián Scaserra fue asesinado en 1985 por una bala disparada
"al aire" por las fuerzas policiales que pretendían reprimir, dentro
del estadio de Independiente, a los hinchas de Boca. El padre insiste
en que el autor del disparo fue un oficial policial que apuntó su
arma a la multitud, pero nadie fue detenido por el hecho. 20. La "cana" es uno de los tantos sobrenombres de la policía en
la Argentina, quizás el más usual. 21. Y la condena discursiva ni siquiera es compartida por las hinchadas.
En las primeras fechas del campeonato de fútbol del 2000, una agrupación
religiosa evangélica desfiló en los entretiempos de los partidos
con una enorme bandera que rezaba (nunca más adecuado el término)
"Basta de violencia", portada por pares de niños vestidos con camisetas
de clubes clásicamente rivales. El desfile de la bandera fue acompañado
por estruendosas silbatinas en los distintos estadios donde apareció.
La nada pasional estadística no para de actualizar datos escalofriantes.
Que el fútbol argentino y su entorno ya se cobraron 138 muertos
(hoy, justamente, se cumplen 61 años de las dos primeras víctimas
fatales, en un Lanús-Boca de 1939). Que, ante tamaña cantidad de
crímenes, la Justicia apenas en 16 casos llegó a condenas, que recayeron
sobre 33 personas. Que la gran mayoría de las canchas de la AFA
son inseguras y propensas a incidentes. Que, en lo que va del 2000,
al menos cuatro protagonistas —Luis Artime (ex Tigre), Julio Zamora
(ex Platense), Adrián Barrionuevo (Comunicaciones) y Jorge López
(ex DT de San Martín de Tucumán)— debieron cambiar de club o anunciar
el retiro definitivo por amenazas o agresiones. Y que la perfecta
ligazón de la trama barras bravas-políticos-dirigentes de clubes
salta rápidamente a la vista y cada vez con mayor fuerza.
Los números, que no son otra cosa que las consecuencias de esta
cada vez más trágica violencia, son irrefutables. El verdadero problema
radica en profundizar en las estructuras para descubrir las causas
que desencadenaron la locura actual del fútbol, donde la pelota
está eximida de culpa y cargo.
Un juez, un fiscal o cualquier otro personaje "extraño" que quiera
investigar el mundo y los submundos del fútbol va a chocar con el
mismo problema que halló Clarín para realizar esta investigación
especial: un círculo prácticamente inaccesible y lleno de "códigos"
que se respetan a ultranza.
Así como la gente del fútbol sufre en carne propia el drama de la
violencia, casi nadie se anima a hablar a micrófono abierto de las
barras bravas, de los dirigentes que las mantienen, de ciertos políticos
y gremialistas que las usan como fuerza de choque y de autoridades
que no hacen nada de nada. Algunas veces no hablan por temor a que
la ira de un poder violento recaiga sobre ellos. En otros casos,
el silencio es aún más obligado: no tienen autoridad moral para
tirar la primera piedra.
No hay primicia al decir que los barrabravas no son los únicos malos
de la película: de ninguna manera ellos están solos contra el mundo.
Al contrario, se codean con cada uno de los sectores que —paradójicamente—
le dan vida al fútbol.
El jugador conoce al barrabrava, aunque jamás lo señala con el dedo.
Sin sentirse cómplices, varios futbolistas confesaron darles plata
a los barras. Ultimamente, lo reconocieron públicamente Roberto
Trotta (River), Leonardo Mas (Estudiantes) y Walter Cáceres (Racing).
El
dirigente, quizá porque allá por los años 60 empezó a cobijar al
violento y después ya no supo bien qué hacer con él, tampoco lo
acusa. Y como Judas a Jesús, es hasta capaz de negarlo tres veces.
Entre otros presidentes, Mauricio Macri (Boca), Fernando Miele (San
Lorenzo) y Camilo Scorpanitti (Excursionistas) repitieron: "En mi
club no existen los barrabravas". Cabría preguntarse, entonces,
quiénes agredieron a hinchas de Chacarita en un amistoso en la Bombonera,
quiénes mataron al hincha de Huracán Ulises Fernández y quiénes
ingresaron a la cancha de Excursionistas hace veinte días para atacar
a los jugadores de Comunicaciones.
La Policía suele mirar para otro lado cuando los barras pasan cerca.
La Justicia se ampara en que no tiene los elementos necesarios —llámense
leyes o pruebas— para evitar la violencia en el fútbol.
"Basta, es hora de hacer algo" reza el discurso político cada vez
que el tema se reinstala en la tapa de los diarios. En los últimos
tiempos hubo algunas medidas, pero es evidente que resultaron insuficientes.
En 1985, tras la muerte del chico Adrián Scaserra (hincha de Boca),
se dictó la ley De la Rúa. En 1992, ante otro pico de violencia,
se la endureció con la reforma de Ricardo Levene (h). En 1998, el
juez Víctor Perrotta paró los torneos en reclamo de seguridad. Pero
el fútbol y la violencia siguieron andando, cambiaron los gobiernos
y todo continuó a medio hacer.
Hoy por hoy, es raro que un partido de cualquier divisional no aporte
heridos o detenidos al largo listado de incidentes. ¿Quiénes, cómo
y por qué provocan los disturbios? Para investigar en serio, muchas
veces no queda más remedio que apagar el grabador y jurar reserva
eterna de identidad. Recién ahí se empieza a penetrar en el hermético
círculo del fútbol. Y empiezan a ser notorias cosas increíbles.
Clarín repasará en estos próximos días el origen de la violencia
en el fútbol y contará cuándo y cómo los dirigentes de los clubes
fueron construyendo y adoptando a estos grupos salvajes. Se intentará
además revelar cuestiones inéditas sobre cómo es el funcionamiento
de estas barras violentas que no sólo actúan en una cancha: a menudo
—como se verá— son contratados por algunos políticos como mano de
obra "pesada" para asegurar triunfos en elecciones gremiales, municipales
o provinciales.
Esta tarde, en la Bombonera, once jugadores de Boca y once jugadores
de River disputarán tres puntos más en el torneo Clausura. En las
tribunas, la mayoría de los hinchas que pagaron su entrada alentará
a su equipo. Pero otros, los violentos, también se darán cita. Se
los conoce como "La 12" y "Los Borrachos del Tablón", acostumbran
a actuar en conjunto y están muy bien entrenados. Sólo que el fútbol,
como deporte en sí, ya no les importa demasiado. Y ante la pasividad
y la complicidad generalizada, probablemente sigan dándoles de comer
a las estadísticas.
El fantasma de la impunidad: sólo 33 condenados
La historia de la violencia en el fútbol argentino ya suma 138 muertes.
Pero, en la mayoría de los casos, la Justicia no alcanzó a dictar
sentencia condenatoria. Investigación y textos: Miguel Angel Bertolotto, Néstor Straimel
(editores), Miguel Bossio, Pablo Abiad, Andrés Burgo, Carlos Prieto
y Gustavo Flores.
Los orígenes de un mal sin remedio
No es sólo el horror que provoca cada muerte. El otro drama es la
impunidad: a las 138 víctimas del fútbol argentino, la Justicia
respondió con condenas -recayeron en 33 personas- en apenas 16 casos.
Los otros expedientes se cerraron como accidentes, terminaron con
sobreseimientos o fracasaron a poco de abrirse.
Adrián Scaserra recibió un tiro mortal en la cancha de Independiente,
en 1985, pero nunca nadie terminó de identificar al policía que
le disparó. El único acusado por el crimen de Wally Rodríguez, doce
años después, fue absuelto porque -entre otras razones- se tuvieron
que anular parte de las pruebas. En la causa por la muerte de Ulises
Fernández, el hincha de Huracán que se convirtió en la última víctima
del siglo, hubo 101 imputados e idéntica cantidad de sobreseídos.
Un funcionario judicial a cargo de una de las investigaciones por
muertes en las canchas ofreció una posible explicación. "Nos encontramos
con una barrera de silencio. La gente que realmente vio lo que pasó,
los compañeros de los hinchas involucrados, los dirigentes que conocen
a los sospechosos... Nadie quiere aportar datos ciertos", confió
a Clarín.
La Justicia empezó a hablar de barras bravas a fines de los años
60, al condenar por homicidio a los asesinos de un hincha de Racing
llamado Héctor Souto. El juez porteño Jorge Moras Mom describió
entonces con pelos y señales el funcionamiento aceitado del grupo.
Pasaron 25 años para que ese accionar se encuadrara en una figura
más grave: la asociación ilícita, que no es otra cosa que un conjunto
de personas que se dedica a cometer delitos. Eso dijeron de la barra
de Boca las camaristas Isabel Poerio, Silvia Arauz y Elsa Moral.
Y metieron presos a José Barritta -El Abuelo- y compañía, en el
juicio por el homicidio de Walter Vallejos y Angel Delgado (de River).
En los 16 casos que la Justicia llegó a condenas también estuvieron
comprendidos otros delitos. A los hinchas de Boca que lanzaron la
bengala que atravesó la garganta de Roberto Basile (de Racing) los
encontraron responsables del delito de homicidio culposo. Es decir
que, para la Justicia, no tuvieron intención de matar.
El total de personas condenadas en esos 16 casos, como quedó dicho,
es de 33. La sentencia que incluyó a más gente, además de la de
Barritta, fue una de 1997 contra otros seis hinchas de Boca que
habían matado a patadas a Osvaldo Bértolo, de Independiente. La
Sala II de la Cámara del Crimen de Lomas de Zamora les impuso 8
años de cárcel por homicidio en riña.
El promedio de edad de todas las víctimas es de 25 años. Son 137
hombres y una mujer: Margarita Gaude, rosarina, de 66 años. En setiembre
de 1991 viajaba en un colectivo de la línea 107, a metros de la
cancha de Central, justo en medio de una pelea. Recibió una pedrada
letal.
Las armas más usadas por los asesinos del fútbol son las de fuego.
Sin contar a los muertos de la Puerta 12, el 46 por ciento murió
a tiros. Esto incluye a las víctimas de la represión policial.
De esa manera se produjeron las dos primeras muertes, hace seis
décadas, en la tribuna que la hinchada de Boca ocupaba en la cancha
de Lanús. El último caso fatal de represión fue el de Sergio Filipello,
un chico de Brown de Adrogué que recibió un balazo dentro de un
tren. En el juicio oral por su muerte, el principal acusado es un
guardia de una empresa de seguridad
Barras: la oscura mano de obra de muchos políticos
Es una relación que se aceita cada vez más. Para los violentos,
ser contratados por políticos o sindicalistas es prácticamente una
nueva y rentable profesión.
Si no te dan una mano estos muchachos de las barras, es difícil
que puedas ganar una elección". El que habla —bajo estricto pedido
de reserva de identidad— no es un dirigente de fútbol: es un dirigente
político. Y esa mano que menciona no es ni la vieja y querida "gauchada"
ni tampoco la que se arregla con un chori y una Coca: es mano de
obra violenta que los candidatos políticos contratan y pagan en
épocas de elecciones.
Sí, los barrabravas modernos han convertido lo que alguna vez fue
pasión por un club en una verdadera profesión. Que no requiere títulos
oficiales, que tiene un alto grado de riesgo y que —en muchos casos—
está bien remunerada. Entonces, los que el sábado o domingo son
barrabravas futboleros, en la semana pasan a ser mercenarios que
se venden al candidato que más pague. Poco les importa, en verdad,
las cuestiones ideológicas: los muchachos hasta aprenden a cantar,
aunque desentonada, la marchita del partido que los mande a llamar.
El hombre que está frente a Clarín tiene treinta y pico años, mucha
cara de bueno y está dando sus primeros pasos en política. En 1999
fue precandidato a intendente de un importante municipio del Gran
Buenos Aires y da a entender que, en la interna de su partido, aceptó
la ayuda "interesada" de hinchas de un club de Ascenso de la zona.
Pero su rival fue más lejos aún: alquiló el servicio de "Los Borrachos
del Tablón", la barra de River. Este último, finalmente, ganó la
interna.
Dicen que, por entonces, la pesada banda de River copó el distrito
a cambio de unos 25 mil dólares: pintó paredes, pegó afiches, hizo
flamear banderas y garantizó el orden en los actos del precandidato.
Y, por sus contactos en las villas, el grupo de acción "arrimó"
a las urnas miles de votos.
Según algunos punteros barriales, el profesionalismo con el que
actuaron "Los Borrachos" asombró. Con una organización y una estrategia
"militar" impecables, recuerdan que por las noches llegaban a trabajar
en un colectivo y que siempre contaban con dos autos de apoyo. Una
noche chocaron ambos sectores en una pintada: hubo un herido de
arma blanca y un militante resultó baleado.
El hecho, según los entendidos, no es algo atípico: forma parte
de las reglas de juego de la política contemporánea. Pasa en las
elecciones de clubes y en las gremiales, municipales, provinciales
o nacionales. Así no debe sorprender que, pegaditos a un candidato
con pinta de santo, aparezcan barrabravas o ex barrabravas. El Gitano,
un conocido "hincha" de Independiente, supo aparecer en las publicidades
de TV que el ex gobernador Eduardo Duhalde hizo para su campaña
presidencial.
¿Cómo se hace el contacto con las barras? A través de punteros zonales
o de dirigentes políticos que están en los clubes: casi todos los
equipos tienen algún dirigente que fue, es o quiere ser político.
El gremialista y ex diputado Roberto Digón es vicepresidente de
Boca. Al "metalúrgico" intendente de Tres de Febrero, Hugo Curto,
se lo vincula con Estudiantes (BA). Los últimos presidentes de Racing
—Juan De Stéfano, Osvaldo Otero y Daniel Lalín— ocuparon puestos
en distintos gobiernos.
"Los dirigentes y los políticos se valen de las barras y las usan",
afirma Miguel Angel Pierri, abogado de algunos integrantes de La
12. Lo cierto es que la angostísima calle que separaba la vereda
del fútbol de la vereda política ya no existe: cada vez hay más
lazos entre los sonrientes candidatos, los clubes y los violentos.
Por eso ningún rumor sorprende. Se dice que barras de Chicago y
de River trabajaron juntos para el ex ministro Carlos Corach. Que
un barra de Boca le cuidó la oficina a un radical mientras éste
ayudaba al entonces accidentado ex presidente Raúl Alfonsín. Que
Muchinga, un ex barra y ex bufetero de Chacarita, es ahora custodio
de Armando Capriotti, vicepresidente del club y concejal de San
Martín. Que, por exhibir la bandera "Scioli en el deporte", la barra
de Boca recibió 2.000 pesos.
Lo declarado por Julio Grondona a la Comisión de Deportes de la
Cámara de Diputados no suena ilógico: "¿Cuántos empleados hay en
esta casa (por el Congreso) que pertenecen a las barras bravas?",
se preguntó hace unos días el titular de la AFA. Tal vez se refería
a barras de Defensores de Belgrano, Racing, Quilmes y Argentinos,
entre otros equipos, que figurarían como empleados de la biblioteca
o de la imprenta del Congreso, un edificio histórico al que sólo
van los días 29...
La complicidad sale a la cancha
Hay jugadores y entrenadores que conocen a los barrabravas y que
colaboran con ellos. Hay dirigentes que "adoptan" a los violentos.
Los códigos peligrosos.
¿No habrá sanción?
Un acusado se defiende
Hay mil y una anécdotas que demuestran la convivencia de jugadores,
entrenadores, dirigentes y barrabravas en los clubes...
Ramón Díaz tenía una relación bárbara con "Los Borrachos del Tablón".
Dirigentes antirramonistas lo acusaron de "comer asados con los
barras y darles 20.000 pesos por cada mes". ¿Y el plantel de River?
Para no hacerlo en el estadio Monumental, en octubre del 99 se reunió
con la barra en el club Hípico. Los barras les agradecieron a los
futbolistas que los hubiesen acompañado a llevar juguetes a un hospital
y, ya que estaban, los jugadores les presentaron a los refuerzos.
En Boca, cuando la banda de El Abuelo (José Barritta) cayó presa,
varios jugadores visitaron la cárcel más de una vez. Navarro Montoya,
Walter Pico y compañía abrieron una canchita en General Paz y Beiró:
el de Seguridad era El Gordo Cadena, un barra de Deportivo Morón,
ahora detenido por robo. Hace unos días, José Hora cio Basualdo
—¿acompañado por otro jugador?— fue a llevarle camisetas al juez
Mariano González Palazzo: en la reunión hubo también un barrabrava,
Rafael Di Zeo. Muchas veces, los jugadores y los técnicos conocen
perfectamente a los barras.
El 30 de marzo, dos días antes de que Racing viajara para jugar
contra Rosario Central, Diente, Rulo y otros cinco barrabravas pasaron
por el estadio. "Vinieron a juntar plata para ir a Rosario", dijeron
allegados. El DT Gustavo Costas salió del vestuario con una bolsa
color naranja y se la entregó a una persona de seguridad. El custodio
caminó hasta la calle Corbatta y les dio la bolsita a los hinchas.
No se supo el contenido, pero... Muchas veces, los planteles se
ven obligados a colaborar con la causa barrabrava.
El 27 de agosto del 95, el economista Miguel Angel Broda y el hombre-orquesta
Moisés Ikonicoff hicieron gestiones en una comisaría tucumana para
liberar a dos barrabravas de Atlanta detenidos antes del partido
frente a Atlético. Broda reconoció: "Lo hice porque se les iba el
avión". Pero no aclaró que esos barras —uno era el capo, Darío Collova,
ahora detenido por estafas— se volvieron en colectivo. En el chárter
de vuelta, los directivos contaron que debieron dejar en la comisaría
gorritos y bufandas de Atlanta. Muchas veces, los dirigentes y/o
políticos los sacan de apuro.
Vestido con una vieja camiseta de Central, el actor Federico Luppi
debía orinar un paredón de la cancha de Newell''s. La escena de
la película "Rosarigazinos" se filmaba en el Parque Independencia
de Rosario. No pudo terminarse: cayó la barra brava de Newell''s,
impidió la toma y "tomó prestados" los equipos de sonido. Muchas
veces, los barras tienen impunidad para manejarse dentro y fuera
de los clubes.
¿Quién se hacía cargo de la parrilla cuando el entonces presidente
de Racing Daniel Lalín homenajeaba con asados en Canning a gente
del ambiente del fútbol? El Tano, un miembro de la barra que anda
de musculosa en cualquier época del año. Muchas veces, los dirigentes
"adoptan" a los barras.
Hace unos años, Alvarado de Mar del Plata luchaba para entrar al
Nacional B. Un día, en la Villa Marista, los jugadores estaban por
almorzar. Pero llegaron diez barrabravas y, como venían de perder
dos partidos seguidos, les sacaron los platos recién servidos y
los dejaron sin comer. O sea, los barras deciden en los clubes qué
está bien y qué está mal.
Una chica de 18 años se cansó de vivir con el barrabrava de Central
Sergio Enriotti y lo mató. Corría el año 96 y, cuando la Policía
hizo las investigaciones, encontró un cheque del club por 500 pesos.
Estaba firmado por el presidente Víctor Vesco, el vicepresidente
y el tesorero del club. Los dirigentes reconocieron que eran extorsionados
y que la plata era para que los barras viajaran a Uruguay para un
partido de Conmebol. Muchas veces, por amenazas o por lo que fuere,
los dirigentes financian los viajes de las barras.
Antes era común darles a los violentos la concesión del buffet del
club. Ahora se les encontró una nueva ocupación... Tocan Los Piojos
en All Boys: los barras se encargan de la seguridad del recital.
Los Redonditos de Ricota van a Racing y a River: las respectivas
barras trabajan de custodios. Barrabravas de otros equipos destrozan
la cancha de Atlanta mientras actúa La Renga: al otro día, la barra
local —que no pudo evitar los desmanes— se encarga de las reparaciones.
Festival de música heavy en Excursionistas: los patovicas del club
reciben una paliza al querer propasarse con las chicas de los metaleros.
Muchas veces, los dirigentes les dan trabajo a los barras. Y la
protección de las instalaciones queda en manos de gente que no se
lleva del todo bien con el orden y la paz.
Las canchas son campos de batalla
Por infraestructura, accesos o antecedentes peligrosos de las hinchadas,
todos los estadios invitan a la violencia.
El fútbol argentino tiene de todo para albergar acción. Protagonistas
que incitan a la violencia: ciertos jugadores, técnicos y árbitros.
Público dispuesto a trenzarse con uñas, dientes o pistolas: los
barrabravas. Autoridades que no ven cuando miran: algunos gobernantes,
dirigentes, policías y jueces. Y, como si no alcanzara, tiene la
escenografía ideal para improvisar campos de batalla: decenas de
canchas inseguras, peligrosas y en pésimo estado que no hacen más
que abrirle puertas a los incidentes.
Antes de hacer un paneo por los estadios de Buenos Aires y el Gran
Buenos Aires, conviene hablar de la insólita geografía deportiva:
en un radio de 10 kilómetros hay más de 30 canchas.
Así, mientras en los países del primer mundo se juega un partido
por ciudad, acá la policía debe trazar auténticos mapas de guerra
para que las barras -incluso las que van a distintas canchas- no
se crucen entre sí. Las estadísticas policiales meten miedo: de
los 17 estadios de Capital Federal, 14 registraron incidentes en
los últimos seis meses. Y, desde enero del año pasado hasta ahora,
hubo incidentes "de trascendencia" en 34 de las 49 canchas del Gran
Buenos Aires.
Para la seguridad se consideran tres puntos básicos: 1) Infraestructura:
la separación de las hinchadas y las boleterías; el estado de escalones,
tablones y alambrados, y la ubicación de vestuarios. 2) Ubicación
y accesos: cómo y por dónde llegan las hinchadas. 3) Antecedentes
de la barras: según los archivos policiales, las más temibles son
Boca, River, Racing, Chacarita, (Primera), Huracán, Chicago, Quilmes,
Tigre, Morón, Platense, Temperley, All Boys, Defensa (B Nacional),
Almirante Brown, Alem, Cambaceres, Colegiales, San Telmo (B), Midland,
Dock Sud e Ituzaingó (C).
Lo que es seguro es que, por h o por b, ninguna cancha garantiza
seguridad absoluta. A simple vista, se podría decir que el Monumental
es seguro. Falso: por los reiterados pungueos en las populares o
por la aparente zona liberada que la barra tiene sobre la avenida
Lidoro Quinteros, es tan peligroso como cualquier otra cancha. "Acá
es tan probable gritar un gol de Aimar como que te afanen en la
puerta o en las tribunas", cuenta Paco, fana de River. Otro estadio
con abundancia de robos es el de Independiente.
Vale agendar una frase del comisario bonaerense Mario Gallina: "Todas
las canchas del Ascenso son inseguras". Otro dato que aporta el
subcomisario Rubén Pérez, de la Dirección de Seguridad en el Deporte
de la Provincia: "Ahora hay más internas entre las propias barras
que entre las rivales. Y se dan adentro del estadio".
Cuando ambas hinchadas pasan por los mismos lugares... En Comunicaciones,
la platea local y la popular visitante quedan a la distancia ideal
para un buen piedrazo. En Flandria, están todos en la misma tribuna,
separados por plateas. En Vélez, los "pesados" entran y salen por
zonas distintas, pero muchas veces hinchas comunes chocan sobre
Juan B. Justo.
Cuando hay facilidad para que los hinchas se muevan con libertad...
En este caso, entran al césped o rodean los vestuarios. Adrián Barrionuevo
y otros jugadores de Comunicaciones sufrieron en carne propia la
indefensión. Fue en las Pascuas, en Excursionistas: cien hinchas
entraron a la cancha para golpearlos. Algo similar le sucedió a
Villa San Carlos cuando visitó a Comunicaciones en el 95. En Lamadrid,
Atlas, Luján y San Carlos cualquier hincha fuera de control puede
acceder con facilidad a los vestuarios.
Cuando las tribunas "se prestan" para arrojar cosas... En las bandejas
inferiores de La Bombonera cualquiera está expuesto a que lo orinen
o a que le tiren un caño, como el que mató a Saturnino Cabrera.
En Vélez, Independiente, Estudiantes (LP) y en muchas canchas de
Ascenso tiran explosivos o piedras al campo de juego.
Cuando hay pocas ventanillas y malos accesos... Además de ocurrir
en canchas chicas, los inhumanos apretujones originados por la Policía
Montada también pasan en River, Independiente y Ferro.
El Interior del país tampoco es un paraíso: las canchas de Belgrano,
Instituto y Talleres son inseguras y hay muchos choques con la Policía:
lo ideal es jugar en el estadio Córdoba. En Santa Fe y Rosario,
la violencia suele aparecer a la salida.
Hablando de salida... Un consejo de los sufridos hinchas del Ascenso
que siguen a su equipo fuera de casa: "Rajar en los 15 minutos que
da la Policía para que la hinchada visitante salga antes que la
local". Sino, dicen, "es mejor saber rezar".
Investigación y textos: Miguel Angel Bertolotto, Néstor Straimel
(editores), Miguel Bossio, Pablo Abiad, Andrés Burgo, Carlos Prieto
y Gustavo Flores.
La seguridad es un negocio
Los efectivos policiales disfrutan de un extra: los clubes les pagan
a la Federal y a la Bonaerense cerca de 7 millones de pesos anuales
para que los "cuiden".
Si todos los hinchas fuesen buenitos; si cada uno alentara a su
equipo sin provocar ni agredir a los demás; si llegaran y se fueran
de las canchas ordenados y en paz; si nadie se metiera en problemas
ni en disturbios... Si todo esto pasara —cosa que jamás va a ocurrir—
muchos actores secundarios del fútbol perderían millones de pesos.
La violencia en el fútbol les da de comer, entre otros, a policías,
empresas de seguridad privada y fabricantes de alambrados, vallas
de contención, techos de acrílico o mangas inflables. La seguridad,
entonces, es un gran negocio para muchos.
Más allá de tener que reparar baños destrozados o reponer butacas
que fueron arrojadas, a los clubes se les va muchísimo dinero en
pagar operativos policiales. Para un partido de cualquier categoría
de AFA, aproximadamente un 30 % de los efectivos los pone la Policía,
o sea, el Estado: el restante 70 % lo debe pagar el club local.
¿Cuánto dinero mueve la seguridad del fútbol? La Policía Federal
recibe 4.000.000 de pesos por año. La de la provincia de Buenos
Aires recolecta casi 3.000.000. "Después de cuidar los bancos, el
fútbol es el mejor negocio para la Policía", opina el ex presidente
de Racing Daniel Lalín.
¿Cuánto "cuesta" cada policía? Depende de las horas que dure el
operativo, pero habitualmente un agente de la Federal recibe 50
pesos por partido. Y uno de la Policía de la provincia, 25.
Para el policía de la esquina, ¿es negocio ir a trabajar a la cancha?
Depende. Si el operativo dura muchas horas, si él es de la Bonaerense
y encima trabaja lejos de la jurisdicción de la cancha, cobrar 25
pesos no le hace gracia. Para uno de la Federal, en cambio, es más
negocio. "El fútbol es una bolsa de trabajo", confió un agente de
Capital, aunque aclaró que "sólo me conviene yendo a la cancha como
adicional, no como recargo de servicio. Me pagan —por cajero automático—
si voy en calidad de adicional: si no, tengo que ir igual sin cobrar
nada".
¿La Policía conoce a los hinchas violentos? Sí. Muchinga y otros
barras de Chacarita metieron su auto —vidrios polarizados y sirena
policial en el techo— entre los patrulleros y los micros de la hinchada
y así, "en caravana de amigos", fueron hasta la Boca. Otro caso:
apenas asumió, un comisario de la 24 fue "visitado" por los barras
de Boca.
¿Están capacitados los policías para los espectáculos deportivos?
La mayoría, no. Algunos van sin ganas, vienen de una guardia nocturna
o están sin dormir. A veces no conocen ni la cancha. Ejemplo: uno
de Azul que deba custodiar en Lanús.
¿Se dejan "zonas liberadas"? A veces se arreglan con la barra. Otras
veces, esas zonas "sin policías" se dan cuando, llegada la hora,
algunos agentes se desentienden del operativo y abandonan el lugar.
¿Los clubes están conformes con el servicio? No. Y se quejan de
que a veces van menos policías de los que figuran por planilla.
Mientras la Policía recalca que los operativos son baratos y que
"extras" como los helicópteros no se facturan, Fernando Miele (San
Lorenzo) es uno de los presidentes que sostiene que "son caros e
ineficaces". Hay partidos, incluso, que recaudan menos de lo que
se lleva la Policía. Vélez recaudó 14.290 pesos ante Unión y pagó
17.000. Ante Tristán Suárez, Alem pagó 1.860 pesos el operativo
y vendió en boleterías apenas 249 (en estos casos, la AFA les tira
un salvavidas a los clubes).
¿Qué "trampas" puede hacer un club para achicar gastos? No habilitar
todas las tribunas e intentar en la semana reducir la cantidad de
efectivos. ¿Cómo? La Policía indica que hacen falta 400 hombres
y el club dice que sólo puede pagar 300. ¿Y los otros 100? Tienen
que ir igual, aunque no cobran adicional. "O sea, se rajan apenas
pueden", confió un dirigente. Otro recurso es disminuir las horas
del operativo, como Deportivo Español, que más de una vez suspendió
los partidos de Reserva.
¿Se usan más policías acá que en Europa? Quizá por la violencia
de las barras argentinas, mientras un Barcelona-Real tiene 300 policías
y un Inter-Milan, 600, acá un River-Boca "necesita" 1.000. Allá,
los gastos son absorbidos por el Estado.
¿Cómo hace la Policía para tornarse "imprescindible"? A veces, permitiendo
que cada tanto choquen las hinchadas y así se produzcan disturbios.
¿Qué dicen ante las críticas? Juan Carlos Azcuy, jefe de Eventos
Públicos de la Federal, asegura que "nuestro gran escollo para combatir
la violencia es la legislación. No tenemos elementos para detener
a un hincha borracho o drogado. Es un problema cultural: nunca escuché
a un dirigente que se proponga educar a sus hinchas".
¿Se oyen otras "excusas"? Una fuente policial deslizó: "A pesar
de nuestros pedidos y recomendaciones, siempre se termina jugando
a la hora y en la cancha que quiere Julio Grondona".
¿Existe algún interés en mejorar? Cuando en el 93 España ofreció
becar con un curso sobre violencia en el fútbol a cien policías
argentinos, la respuesta de las entonces autoridades fue: "¿Qué
nos pueden enseñar esos gallegos a nosotros?".
Italia: el racismo vive en la tribuna
La violencia también vive en el fútbol de Italia. Hay más de 200
incidentes, 2.000 heridos y 200 arrestos por año. En la última década,
el fútbol se cobró 11 muertos. Esto es parte de lo que pasa:
Cariatese-Montalto (torneo de aficionados). Los locales le tiraron
a un juez de línea con una mountain bike.
Livorno-Pisa (serie C). El constructor de las bombas usadas por
los ultras (barrabravas) visitantes era un jubilado, ex "pesado",
de 62 años.
La Policía de Roma descubrió debajo de un puente de la avenida Tiburtina
un verdadero arsenal de los ultras: 45 bombas (tenían 6 kilos de
explosivos).
Bari-Torino. Insulto racista del DT Eugenio Fascetti a Ciril Diawara,
jugador negro del Torino: "Por qué no se quedan en sus casas éstos...
Su sangre puede estar infectada". ¿Sanción? 4 fechas a Diawara;
multa al Bari; nada a Fascetti.
Ancona-Fermana. Choque de hinchas en una cabina de peaje: 2 acuchillados.
Cuatro ultras de la Roma prendieron fuego a inmigrantes sin techo
en un callejón: un marroquí, un tunecino, un montenegrino y una
moldava. Los ultras pertenecían al grupo de extrema derecha "Facción
opuesta" y la excusa fue: "Lo hicimos porque estábamos aburridos".
Como se ve, crece el racismo hacia negros, extracomunitarios, hebreos
y los propios italianos del Sur. El 70 % de las hinchadas es de
extrema derecha. Por algo, la de la Lazio le "aconsejó" a Verón
borrarse el tatuaje del "Che" Guevara.
Informe: Gustavo Londeix. Roma
Un barra revela todo con nombres y apellidos
Daniel Gitano Ocampo, un jefe de la barra brava de Independiente,
detalla por primera vez la complicidad de los violentos con dirigentes
y jugadores.
Ni el tremendo sopapo que ligó de su padre lo hizo deponer la actitud.
De chiquito, Daniel Alberto Ocampo —el Gitano— no tuvo mejor idea
que gritar un gol de Independiente en medio de una familia boquense.
Ahí, bajo la mesa adonde fue a parar por el impacto, encontró la
causa para hacerse rebelde y la razón para andar por la vida hecho
un diablo. El Gitano no sólo decidió ser de Independiente: su ¿pasión?
sin límites lo llevó incluso a liderar la barra.
"Sí, soy barrabrava. Me siento un barrabrava y estoy muy orgulloso
de serlo. Soy barrabrava en todos los aspectos y así me sentiré
toda la vida", dice ante Clarín. Es apenas el principio. Está dispuesto
a hablar de todo: en la hora y pico de charla, el Gitano no dejará
títere con cabeza. Por más que el apellido en cuestión infunda mucho
respeto, como el de Grondona.
Antes de empezar, Daniel Ocampo —correntino, 51 años, fana de los
Rolling Stones— pide aclarar tres cosas.
1) Que nadie lo confunda con el otro Gitano de la barra, un hincha
canoso que suele sentarse en la platea. "Yo soy el Gitano: el otro
es medio Figuretti. Bah, un salame".
2) Que por Independiente es capaz de todo, menos matar: "Siempre
laburé: ahora soy tachero. No soy un delincuente, aunque sí violento.
Viví en la calle, mi viejo me golpeaba y por eso soy picante: si
pinta un combate, combato. Pero estoy en contra de la falopa y me
duele ver morir hinchas".
3) Y que ya no es más jefe de la barra: "Estuve diez años. Me abrí
de la jefatura cuando me cansé de tanta violencia. Nunca tuve un
arma, pero vi disparar incluso a gente de mi grupo. Yo andaba siempre
con una sevillana, pero sólo por las dudas: nunca la usé. Ahora
sigo perteneciendo, voy a la popular y a veces viajo con ellos:
aún me siento barrabrava".
"Apreté una sola vez a un jugador: a Clausen. Fui a pelearlo porque
había hecho un gesto feo a la tribuna. Me rayé, pero después me
hice amigo. Y terminó poniendo plata para los muchachos, como Villaverde,
Enrique, Trossero, Killer.
—¿Y si un jugador no ponía plata?
—Mirá, ellos son peores que las minas: se sacan los ojos por el
mejor auto o la mejor cadenita. Como hay muchos celos, eran ellos
mismos los que nos decían quiénes no habían aportado. Nosotros tratábamos
de persuadirlos: Villaverde se negó al principio, pero un día fui,
le hablé y pum, sacó y me dio.
—Se sintió apretado.
—Seguro que se sintió apretado. El estaba solo y, atrás mío, había
veinte monos.
—¿Apretar a los jugadores está bien?
—Yo nunca fui de apretar mal. Cuando un dirigente no me quería atender,
al otro día iba con 30 barrabravas y aflojaba. No amenazábamos,
pero metíamos miedo.
Según el Gitano Ocampo, hay jugadores que "compran" el aliento de
la tribuna: "Una vez se lastimó Fossatti y Goyén atajó una barbaridad.
En la semana me dio zapatillas y una campera y me pidió que el domingo
cantara Goyén, Goyén. Empecé yo, me siguieron los 30 que estaban
cerca y terminó toda la cancha". Y cuenta que hay técnicos que hacen
lo mismo: "Iba a la casa de Pastoriza a pedirle guita. Pato mirá,
pim, pim, estamos muertos: y nos daba. Hacíamos un asado y nos íbamos
escabiados a la cancha".
Palabra de barrabrava: "Los dirigentes nos daban las entradas y,
a veces, plata. Además de los pibes de la hinchada, los que me hicieron
sentir capo fueron ellos. Yo contrataba los micros y al club le
pasaba el doble. Así, me hice una casa. Son terribles mentirosos
los dirigentes".
—¿Usted se sentía apañado por ellos?
—¿Cómo? Guardábamos las banderas en el club. Es más: un dirigente
le consiguió a un par de muchachos un trabajito como personal civil
de la Fuerza Aérea.
Mientras fue el líder, asegura que a los pibes "nunca les faltó
comida ni chupi. Pero jamás les compraba droga: eso era problema
de ellos. Estuve en tiroteos, pero yo estaba en contra de las armas.
Por eso le dejé la posta al Galleguito Pompei.
—¿Cómo era como jefe?
—Trataba de evitar los quilombos y de que nadie choreara. En toda
barra hay diez tipos que secundan al jefe. Después está toda la
banda. Para ser jefe, hay que ir al frente y pelear. Tuve muchas
contravenciones, pero nunca caí en cana por afanar.
—¿Le consta que algún político haya estado ligado a las barras?
—Que me acuerde ahora, Alberto Pierri, Luis Barrionuevo, Herminio
Iglesias...
—En Independiente hay una bandera: "Camioneros: Moyano Conducción".
—Moyano tiene gente pesada en la popular. Esa bandera que está ahí
me la dio Topper y ahora los pibes la luquearon, pero no me tiraron
una moneda. ¿Luquear? Pedir plata, venderla: gratis jamás.
Ocampo se casó dos veces y se separó otras tantas. Tiene una hija
fanática: "Si tuviera un varón no me jodería que fuese barra; sí
que anduviese en la falopa.
De pronto, sorprende: "Soy violento, pero estoy en contra de la
violencia. Pero los dirigentes y los políticos son tan hipócritas
que jamás la van a parar. Yo quise armar la Casa del hincha y no
me dieron bola".
La última frase del Gitano deja más tranquilo a Eduardo Berizzo,
de River: "Si le hacía caso a mi viejo en hacerme bostero y veía
cómo Berizzo puteó a la platea de Boca, me meto y lo cago a trompadas".
Area Interdisciplinaria de Estudios del Deporte, UBA, Argentina
Julio Frydenberg - alaju@speedy.com.ar
Amilcar Romero es actualmente el especialista más importante en
los temas asociados a la violencia en el fútbol en Argentina. Ha
publicado varios libros sobre el tema y es referente obligado para
quien desee internarse en la compleja problemática de un fenómeno
que según muchos pone en duda la propia posibilidad de supervivencia
del espectáculo futbolístico tal como se lo conoce en la actualidad.
El periodismo deportivo argentino reconoce la existencia de algunos
pocos investigadores que bien podrían asimilarse a cientistas sociales.
Hasta hace poco tiempo el mundo académico se mostró distante a la
hora de tratar temas como el fútbol. Fueron tradicionalmente los
periodistas quienes se adueñaron del espacio que incluye la generación
de ideas y de análisis. Es decir, por vocación y por vacancia, uno
de los actores centrales del espectáculo futbolístico se había encomendado
a sí mismo con la delicada misión de ser a la vez investigador distanciado.
Amilcar Romero pertenece a esta especie, pero está alejado de los
apremios impuestos a los comunicadores por el actual formato informativo,
y de las presiones del medio empresarial mediático que acosan a
la mayoría de sus colegas. A esa distancia, le ha sumado el espíritu
y el trabajo del investigador riguroso.
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año
7 - N° 41 - Octubre de 2001
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Julio: Hice una especie de listado de variables que se pueden tener
en cuenta a la hora de hablar del tema de la violencia. Mi idea
era charlar acerca de cuáles de estas variables te parecen útiles
y cuáles dejarías de lado. Después podríamos introducirnos más en
tus temas. Pero en principio mi idea es desde afuera hacia adentro.
Yo, por ejemplo, hace un par de años daba clase en una escuela de
periodismo sobre el tema de Historia del Fútbol, salió el tema de
la violencia. Entonces hice una encuesta a los alumnos: ¿cómo analizaban
ellos el tema de la violencia? Los temas recurrentes que salieron
fueron la droga y el alcohol. Para ellos la droga y el alcohol,
estas adicciones, eran las causas fundamentales que promovían la
violencia en las canchas en la actualidad.
Por otro lado yo tengo una visión particular del tema. Tal vez no
coincida con la tuya. Creo que en la Argentina -no puedo hablar
de otros lugares- violencia en las canchas hubo siempre. Es decir,
si uno empieza a ver el pasado y es recurrente... El otro día estaba
mirando un Gráfico de 1923 que no hablaba nada de fútbol, en realidad,
la editorial solo hablaba de fútbol para quejarse, sermoneando,
porque tres partidos se tuvieron que suspender porque el público
había invadido la cancha. Mi primer propuesta era: si violencia
hubo siempre ¿qué elementos se continúan de esa violencia que existió
siempre? si es que suponemos que esto es así y qué elementos cambiaron
para hacer que esto se modificara. ¿Convenís conmigo que violencia
hubo siempre?
A. Romero: No.
¿No?
Rotundamente no.
¿Violencia entre las hinchadas no hubo...?
No, rotundamente, no.
¿Y entre los espectadores y los que estaban adentro...?
En realidad, hechos de violencia siempre vas a encontrar en toda
gran conglomeración humana. Yo creo que ese es el tema más controvertido
y es el tema más álgido. Hay que ponerse de acuerdo sobre al terminología
a usar... yo hablo del violencia del fútbol no de violencia en el
fútbol. Hay una violencia que está implícita en la historia del
fútbol.
Insisto.... mi respuesta es negativa. Porque además es el argumento
del establishment , de los dirigentes del todo el mundo de dentro
del negocio....
Vos estás diciendo esto de que "hubo siempre..."
Claro, lo estoy diciendo del argumento de que "hubo siempre..."
es que es el argumento con el que se trata de camuflar el hecho
ineludible que aparece a partir de la década del sesenta -para generalizar,
en todo el mundo futbolero y particularmente en la Argentina con
un agregado, que es una violencia institucional, organizada desde
arriba y apañada desde arriba, cosa que no ocurre en el mundo desarrollado.
Hablo de la violencia organizada, como dice Manuel García Ferrando,
con nada de irracional, como una conducta racional que sabe perfectamente
de costos y beneficios, que está organizada de antemano, que tiene
objetivos claros, no. Eso aparece a partir de la década del sesenta
y es la violencia que nos preocupa y es la que se pone como materia
de preocupación y de investigaciones sociales.
La otra violencia, por ejemplo, en 1700 en un solo condado -el dato
lo da Vicente Verdú- en un solo condado de Inglaterra hubo más de
cuatrocientos ochenta muertos entre los jugadores de fútbol de entonces,
que todavía no era el fútbol tal como hoy lo conocemos. La primera
violencia que tiene el fútbol se dio entre los protagonistas primarios,
diría Archetti; esa es la primera violencia que tiene el fútbol,
terrible, atroz, bárbara, que reglamenta y erradica la masonería
cuando organiza el fútbol. Después hay violencia de tipo esporádica
entre las hinchadas.
La hinchada de Boca nace con una característica barrial, cultural,
de ser genovés, nace como una barra agresiva y peleadora. Pero no
tiene nada que ver con la barra (el grupo agresivo, organizado,
llamado "barra brava") que va a ser después, la barra de Quique
el carnicero y la del Abuelo.
Pero tenemos que convenir, entonces...
Yo, para hablar de una continuidad te hablaría de fútbol y muerte,
que fútbol y muerte son inseparables desde sus orígenes. Esa relación
entre fútbol y muerte va sufriendo transformaciones y cambios hasta
que aparece esto nuevo en la década del sesenta donde la muerte
se traslada del campo de juego, concreta o simbólica, o ritual,
y se va a las tribunas entre los protagonistas secundarios. Entonces
se habla de otro partido, hablarse de otro campeonato.... Fútbol
y muerte sí, van marchando indisolubles, pero no violencia, que
es un concepto bastante esquivo y poco definido.
Si en los años sesenta querías entrar al Gasómetro (se llamaba así
al anterior estadio que tenía el Club San Lorenzo de Almagro), querías
comprar una entrada popular .. estaban las boleterías, que siempre
eran pocas, y no había cola... tenías que agarrarte de donde pudieras
y empujar.... después llegaba la policía montada... ¿eso no era
violencia?
La montada que revoleaba los sables desde la empuñadura. Lo que
pasa es que ahí se nos mezcla el hecho futbolero con una sociedad
particularmente más que violenta, criminal, como ha sido la Argentina
en toda nuestra historia. Una sociedad altamente represiva y altamente
violenta pero no por el fútbol en sí.
Bueno, pero en el cine los espectadores hacían la cola y, dentro
de todo, se respetaban mutuamente. Es cierto, nuestra sociedad siempre
fue violenta, en el diez, en los treinta.... y no hablemos más adelante.
Pero vos decís que a partir del sesenta aparece...
...la violencia organizada...
Bien...
Violencia organizada, profesionalizada e institucionalizada. Pasa
a formar parte de la industria del espectáculo. Empieza, cualitativamente,
otro fútbol. No solamente en el campo de juego, por que ocurren
cambios cualitativos en el campo de juego... Pero en la tribuna
también ocurren cambios cualitativos. Antes la hinchada se agarraba
a trompadas -y hablo de la década del cincuenta, de recuerdos de
mi niñez. Pasaba la hinchada de Gimnasia o la de Boca por la estación
de Quilmes y era una guerra a piedrazos...
Bueno, a eso yo me estoy refiriendo.
Pero no estaban organizados, no cobraran para hacer eso.
Bien, pero eso es violencia.
Si, es agresión física, digamos.
Bueno, está bien. Aclaremos, para distinguir mejor. Entonces, ese
tipo de agresión, existió.
Si.
Bien, ahora, de hinchada, a veces folklórica, a veces, no.
... entre la gente y la policía... problema político argentino crónico.
Lo que estoy viendo, entonces, es que existiría esa violencia folklórica
o no tan folklórica de la agresión entre hinchadas o con la policía;
la violencia que viene del propio juego, de la práctica... y esta
nueva, violencia organizada, que es tu materia de análisis...
Claro. Ahí aparece el capitalismo que dice: al enemigo que no lo
podés derrotar, utilizalo. Y lo chupa y lo recicla para utilizarlo
como un elemento más del hecho del espectáculo.
¿A quién no puede utilizar?
No puede aniquilar esa violencia que había desde siempre asociada
al fútbol. La década del cuarenta, principios del cincuenta, a todos
los equipos que iban de visitantes y la hinchada local, que todavía
no era barra, era la hinchada, los pesados, los allegados practican
a veces la violencia. En la muerte ocurrida en 1939 en la cancha
de Lanús, fueron los allegados del club que entraron en el partido
de reserva (previo). ¿Qué significa esta categoría existencial?
¡Era la patota del club!, que estaba dentro de los vestuarios. Ellos
recibían al equipo visitante, lo escupían, les pegaban trompadas
en las costillas, les mostraban y pasaban cortaplumas y cuchillos
por la panza para amedrentarlo.
Cuando, en los `60, llega la nueva patota capitalista, con Liberti
(A. V. Liberti fue presidente de River Plate), Armando (A. J. Armando
fue presidente de Boca Juniors) y Valentín Suárez (fue presidente
del club Banfield y de la Asociación del Fútbol Argentino) a la
cabeza, capitalizan el fútbol, lo montan como una gran industria,
entonces hay que parar esas formas tradicionales de la violencia,
hay que neutralizarlas. ¿Cómo lo neutralizás? Y bueno, con la teoría
que aplican en los setenta con la guerrilla... la teoría de la seguridad:
cuando tenés un grupo que te provoca violencia, le ponés otro grupo
más chico, con mayor mítica, con mayor grado de organización para
neutralizar esa violencia del otro lado. Así se supone que vos nunca
sos el agresor sino que te defendés. Y del otro lado te contestan
organizándote otro grupo igual y ahí ya estamos en la parafernalia
de la violencia; Esto produjo cambios cualitativos. El grupo va
decidido a actuar violentamente... ahora ya va organizado, institucionalizado...
apañado.
Cuando aparecen estos dirigentes de la industria o de lo que se
llama el fútbol espectáculo de los sesenta...
...ellos mismo lo llaman fútbol espectáculo en el '61.
¿Qué es lo que vos detectás, concretamente? Es decir, los dirigentes
de River, por ejemplo... ¿qué fue lo que hicieron?
En el '68 lo hace Kent (Julian William Kent, escribano, fue presidente
de River Plate). El primer blanqueo de barra brava, de la función
de la barra brava lo hace Kent con la barra brava de River por el
asunto de "gallinas", cuando se ganan el mote de "gallinas". En
una doble página del suplemento deportivo del periódico 'El Mundo'
Kent anuncia públicamente la función de la barra y que va a pagar
las entradas para que los jugadores no "arruguen" (no sean "gallinas").
Te estoy traduciendo al lenguaje real lo que decía Kent con un lenguaje
simbólico. Es cierto que siempre existieron presiones, que todo
el mundo sabía lo que era el mundo del fútbol, las presiones sobre
los jugadores, el amedrentamiento... etc. Pero el cambio supone
que antes te quebraba la pierna un contrario o que te pegaba un
hincha contrario. Lo nuevo es que ahora te agarra nuestra barra,
que amenaza: si arrugás te estropeamos del todo....
Con Sandrini y la Gorda Matosas (dos hinchas caracterizados de River)
a la cabeza, en esos años empiezan a seguir al Club oficialmente
por todos lados. Antes lo hacían pero ahora ya sale a la luz, ya
ahora lo tenemos y cumplen esta función organizada por el propio
club, los dirigentes....
Ahí Kent... ¿qué hace, les paga...?
Blanquea el pago de viáticos y otras cosas porque en el '67 cuando
lo matan a Souto queda constancia expresa que están todos los barras
bravas pagados, incluso con los viajes al exterior. En el '62 cuando
matan a un barra brava de Quilmes, la barra brava de Atlanta, que
estaba en Prefectura Marítima haciendo el servicio militar, queda
claro que hay dos grupos organizados. Cambia la conducta, cambian
los colores y los ruidos del Estadio. La gente se da vuelta. Una
de las características más típicas de la barra es darse vuelta;
deja de mirar la cancha para mirar al resto de la tribuna y soliviantar
y alentar constantemente los noventa minutos. Ya deja de existir
ese paralelo entre grito-aliento, siempre en relación a cómo le
va a tu equipo: Si te tienen en un arco estás "achicado" y ni abrís
la boca, pero si van para adelante la hinchada vieja, alentaba.
Alentaba porque ibas ganancioso. Cuando te estaban peloteando la
hinchada arrugaba junto con el equipo. La barra no, comienza con
que "el aguante"... ahí nace el aguante, hay que sostener durante
noventa minutos sin parar... pase lo que pase.
Ahora, en esta imagen, el tema de la muerte es como una especie
de epifenómeno de algo que se dispara, ese mecanismo de relación
entre dirigentes y el grupo que se sirven mutuamente, pero entonces
aparece una especie de lógica propia de la acción de los grupos...
Si.
Todo eso ha escapado, muchas veces, a los propios deseos de los
dirigentes.
Yo creo que esa es la riqueza cultural que tiene el fútbol. Ahí
están los mecanismos de antagonización, lo que se llama el otro
partido, lo que llama el campeonato de la crueldad y lo que muchos
de los cronistas deportivos narran cuando nada lo hacía esperar,
estaba todo tranquilo y se desató la violencia. Cómo se desató la
violencia, si tienen una historia las dos barras, que se vinieron
anunciando durante la semana llamándose a las sedes, amenazándose
por cuentas pendientes que tienen entre ellos. O como me decía Oscar
Rodríguez -uno de los comisarios de la Policía Federal que más sabía
de barras bravas, de la comisaría de Vélez Sársfield, sobre aquel
famoso partido entre Vélez y Boca, cuando mataron a "Matutito dos".
Cuando le tocaba interrogar, sobre todo a los jóvenes adolescentes
de 16 ó 17 años, les preguntaba 'por qué hiciste esto..., por qué
te peleaste...' Y las repuestas eran: 'lo que pasa que ellos...'
siempre eran los otros, llegaba un momento que se referían a hechos
de cuando ellos no habían nacido. Rodríguez es hincha de San Lorenzo,
un tipo futbolero, sabe mucho de fútbol. Era evidente que cuando
nos hacemos hinchas de un club, asumimos la historia del club: no
vamos a tal cancha porque es mufa (trae mala suerte), no vamos a
tal cancha porque nos faja (pega) la policía, cuidado con ir a tal
lado que siempre nos están esperando y cobramos; vamos allá porque
los tenemos de hijos y ganamos siempre. Uno va con toda la tradición
histórica a cuestas. Uno es el club. Una cosa muy típica de los
cantitos de la hinchada de Boca es no decir Yo soy de Boca sino
decir Yo soy Boca, Boca Yo soy. La total identidad, la total mimesis
entre personalidad e institución o color.
Hay una duda que tengo porque hay muchos que no saben para dónde
se va a disparar en el futuro. Hay algunos dirigentes que por un
lado les siguen dando entradas aunque lo niegan...
No hay club que no tenga barra brava y no esté profesionalizada.
El cinismo o los juegos que hagan es un problema de ellos. Pero
está institucionalizado.
Por otro lado está la duda a cerca del propio futuro del ritual,
del fenómeno del fútbol en el estadio. Es decir, eso, ¿hasta dónde
beneficia y hasta dónde perjudican los propios dirigentes? Hay un
punto en el que la violencia generada por los grupos resulta ser
un impedimento para que exista el propio fútbol.
Ávila (Carlos Avila es dueño de TyC, la empresa mediática que domina
el mercado argentino del deporte) dijo que le gustaría una cancha
para cinco mil personas, chiquita, todos sentaditos, todo controlado...
... los estadios van a ser sets de televisión. No va a existir más
el estadio como hoy lo conocemos...
Me parece que para los dirigentes de los clubes eso es un problema.
Parece todo un dilema.
Creo que esto es un elemento importante, esto creo que, con Martínez
Sosa (ex dirigente de Boca Juniors) una vez que dijo que el dirigente
de fútbol era un dirigente político frustrado. El dirigente de fútbol
quiere un rol social protagónico y decisivo y para tenerlo necesita
la masa.
Y el pequeño grupo de la barra ¿no está ahí haciendo ruido, no está
molestando?
Mirá en el '89 por razones política obvias la Fundación Plural nos
iba a sacar un número especial en el cual se le hizo a Julio Grondona
porque tenía buena llegada, finalmente el número especial no salió,
pero en ese reportaje Grondona confesaba abiertamente tenerle miedo
a las barra bravas.
Podemos partir de lo que dice Toffler: la trípode donde está sentado
el poder: la violencia, el dinero y la información. Donde cada día
la info crece más para tener el poder. ¿Qué es lo que posee la barra
por naturaleza? la capacidad de generar violencia y la información.
Lo único que le falta es el dinero. ¿Cómo lo consigue?, con estos
dos otros elementos.
¿Qué informaciones tiene? Conoce la interna, lavado de dinero que
no tiene por qué ser del narcotráfico, pueden ser blanqueo de guita
de las corporaciones donde trabajan estos tipos. Los manejos sucios
de los traspasos de jugadores. Pero tienen un conocimiento de lo
prohibido que sucede dentro del fútbol que los hace poderosos y
los hace extorsionadores de hecho. Y tan es así que se escapa, que
tienen su propia dinámica..... yo soy uno de los convencidos de
que nunca un dirigente mandó a matar. La muerte, lo terrible de
la muerte del fútbol es que forma parte de lo lúdico...
Ojo, entran ellos en su propia dinámica, su propia lógica, que termina
siendo imparable... nadie sale, salvo un caso -pero las excepciones
confirman la regla- el chico Ventura ahí, en Patricios, donde la
Buteler se presentó en sociedad, salieron de "safari" una noche,
armados. Con el taxi de uno de ellos a matar a uno de Huracán.....
¿En qué año?
Ochenta y nueve. Julio del '89. Le pegaron un balazo en el corazón,
con una 22, de cuarenta metros, fue una cosa... realmente con todas
esas casualidades que hacen que estas muertes sean espectaculares...
¡¡dar con una 22, desde cuarenta metros o cincuenta metros justo
en el corazón!!... la 22 sale para cualquier lado, mata a una vieja
que está en la terraza... Pero, en fin, así ocurrió.
“Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones
modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación
de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en
una representación”. Guy Debord1
Refranes populares: Andar con la cruz a cuestas (Hacer rogativas para que Dios nos conceda
alguna gracia o que nos saque de alguna aflicción o peligro)2.
La producción de imágenes fue una larga polémica dentro del mundo
monoteísta. Si para musulmanes y judíos las mismas estaban interdictadas,
no ocurrió lo mismo con el catolicismo que montó sobre ellas su
apetito de dominar el orbe. La cruz, la representación más potente
del mismo, es un instrumento de tortura. Así el mundo occidental
y cristiano está fuertemente impregnado por las imágenes del sacrificio
y el castigo. Tanto las Cruzadas como la Inquisición se apoyaron
en esta representación para llevar adelante sus monstruosidades.
El franquismo y la dictadura argentina descansaron en este catolicismo
fundamentalista para sostener sus crueldades.
A Dios rogando y con el mazo dando3:
Aumenta, año a año, la forma pública de convocar a dios de los jugadores
de fútbol al entrar al campo de juego. En especial en los países
americanos que son semillero de jugadores (Argentina, Brasil, Uruguay,
etc.) y que tienen una larga colonización católica. No existe equipo
que salga a la cancha sin que la mayoría de sus integrantes no toque
el césped con la mano derecha y luego se persigne mirando el cielo,
lo que recuerda al ritual de entrada a una iglesia: hay que hincarse
ante las imágenes de Cristo en la cruz y persignarse. Esto incluye,
con pequeñas variantes personales, a árbitros y directores técnicos,
en ellos se suele observar una plegaria y una forma particular de
santiguarse. Podemos decir sin temor a equivocarnos que todos los
protagonistas del fútbol han sido ganados por los rituales del catolicismo.
Para no parecer ingenuos remarcamos que siempre hubo cábalas, amuletos
y rituales en los equipos de cualquier deporte, la mayoría de ellos
no eran visibles para el público, es decir pertenecían a la intimidad
personal o del grupo. Hoy que la televisión es dueña y señora del
espectáculo del deporte, estas escenas venidas de la liturgia católica
han salido a la luz. Es más podemos agregar que son una parte importante
del show mediático.
Entre la cruz y el agua bendita (En peligro inminente)4:
Las modificaciones que se van produciendo en el fútbol van en distintas
direcciones, por ejemplo: en los estadios hay menor cantidad de
espectadores y normas más estrictas de seguridad que son las más
manifiestas y notorias consecuencias de los violentos conflictos
sociales que en la cancha se expresan. Así existe una requisa policial
a la entrada, una división tajante entre una y otra hinchada, que
incluye grandes espacios vacíos para alejar lo máximo posible el
contacto entre los simpatizantes rivales.
Las medidas de control llegan a no permitir, en determinados campeonatos,
la concurrencia de la parcialidad visitante. Al finalizar el partido
cada grupo sale del estadio por separado y realiza recorridos diferentes
para evitar peligrosos encuentros, si estos ocurren las trifulcas
son de gravedad. También se toman precauciones ante las reiteradas
emboscadas armadas a las caravanas que trasladan a los hinchas.
Los clubes que son visitantes organizan la ida hacia el estadio
en caravanas con seguridad propia y colaboración policial. La policía
se encarga de la custodia a las barras bravas en la salida del estadio.
En suma el estadio se habita por sectores que son cerrados en sí
mismos y cada espacio vacío entre grupos recuerda que el paisaje
de la inseguridad-terror señorea en el espectáculo. Una lógica carcelaria
separa a cada “pabellón”, dentro de ellos un conjunto homogéneo
e identificado de personas. Las cámaras de vigilancia tratan de
filmar a todos los espectadores. Anotemos que las cámaras eluden sistemáticamente esos espacios vacíos
para que los televidentes no saquen conclusiones sobre lo que ellos
representan. Podemos decir que el estadio es un canto a la claustrofilia
dado que hace de lo abierto y amplio, una serie de sectores cercados
dentro de los cuales cada grupo reclama encerrarse para disimular
una violencia que excede al deporte.
Rituales y jugadores:
“Esta sociedad que suprime la distancia geográfica acoge interiormente
la distancia en tanto que separación espectacular”. Guy Debord5.
Es evidente que las exigencias del éxito deportivo son cada vez
más grandes. La impaciencia y la intolerancia han ganado tanto a
la prensa como a los espectadores, se exigen renuncias de directores
técnicos ante el menor tropiezo. Todo esto no es más que una pequeña
consecuencia de la condición planetaria del negocio-deporte: compras
y ventas mundializadas a cargo de empresas transnacionales donde
los clubes funcionan como lugares de circulación de dinero espurio
y negro, algunos de ellos parecen paraísos fiscales o cuevas de
transacciones que no deben salir a la luz, por ejemplo el Locarno
que está siempre en medio de los negocios que se hacen con los jugadores
de River. Esto hace que se falsifiquen documentos de identidad y
que los jugadores circulen (como tan bien lo anticipó hace ya muchos
años Agustín Cuzzani en la visionaria obra de teatro El centroforward
murió al amanecer) de un lugar a otro como mercancía la mayor cantidad
de veces posible en poco tiempo (para lo cual es más importante
que tenga un pasaporte comunitario que riqueza técnica). En esa
circulación cada grupo suele tener una parte del negocio, un jugador
se divide en acciones de quienes lo manejan y lo hacen recorrer
el mundo: diez por ciento del club de origen, veinticinco por ciento
del club que lo lanzó a la fama, el cuarenta de un grupo de medios,
etc.
Como parte del mismo negocio hay otros novedosos emprendimientos:
las escuelas de fútbol transnacionales (el Barcelona de España,
por ejemplo, tiene una con 250 jóvenes en Argentina) radicadas en
los naturales semilleros de cracks para detectarlos cada vez más
precozmente. Es en África y América donde florecen esas escuelas
y son parte del negocio a nivel mundial. Este reclutamiento implica
que los padres deban “invertir” dinero en la formación deportiva
de sus hijos y firmar contratos donde deben ceder derechos filiales.
La imagen del espectáculo:
“El espectáculo no puede entenderse como el abuso de un mundo visual,
como el producto de las técnicas de difusión masiva de imágenes.
Es una visión del mundo que se ha objetivado”. Guy Debord6
En suma el deporte es hoy “un espectáculo televisado” y los medios
se han apoderado del mismo. Del mismo surgen potenciar negocios
mundiales que le han impuesto a los deportes y sus participantes
condiciones estrictamente televisivas y que todavía no han terminado
completarse (por ejemplo TyC Sport inventó un híbrido: la transmisión
del partido sin que se vea el mismo, las cámaras recorren las hinchadas
y un relato comenta los avatares del juego. Una mezcla del clásico
relato radial con imágenes. Este hallazgo fue vendido a distintos
países). Como se ve las transformaciones no cesan y en cada una
la televisión busca que las mismas produzcan nuevos negocios.
En el caso particular del fútbol podemos rastrear una serie de conceptos
de Pichon Rivière quien reivindicando su aspecto lúdico (“...es
muy importante en la construcción de la teoría de los grupos”) da
elementos para su análisis: “Pienso que legítimamente podríamos
hablar de una antropología del fútbol, teniendo en cuenta su significación
en un contexto social determinado, su historia. El fútbol es una
estructura, un universo, con categorías propias de conocimiento,
en el que se hacen presentes la política, la economía, la filosofía,
la lógica, la psicología -particularmente en su dimensión social-,
la ética y la estética. Y ello no obstaculiza las resonancias inconscientes
ni las gratificaciones que como jugadores o espectadores el juego
del fútbol nos depara.”7
A estos analizadores debemos enmarcarlos dentro de la lógica del
espectáculo televisado y ver cómo éste impone condiciones. Ya no
se trata del partido de fútbol, sino de la televisión estructurando
al fútbol, podemos hacer un cotejo con el pasaje del cine mudo al
sonoro lo que hizo que muchas carreras artísticas desaparecieran
para siempre.
Si Pichon centralizaba el eje de la fascinación en la forma esférica
de la pelota (“...su forma esférica la vincula con uno de los más
antiguos símbolos que maneja la humanidad. Es la forma perfecta,
la coincidencia del uno y del todo, es la imagen del infinito”)8,
hoy esa fascinación debemos buscarla en la repetición insistente
de la jugada dudosa, del gol, del golpe artero, de la posible simulación
del delantero al arrojarse dentro del área. En última instancia
el juego que se despliega en la cancha se hace búsqueda de la verdad
en las pantallas. Es interesante que el placer o la pasión por el
juego se hayan deslizado hacia una producción de verdad. Saber lo
que pasó es preocupación de todos y quién dirime ese juicio sumario
es la imagen televisada repetida desde diversos ángulos y velocidades.
Así el guión de la imagen enajena el juego en su representación,
siendo ésta más importante que el desarrollo en vivo y en directo
de los avatares del mismo. A lo que se agrega que lo que era una
reunión que se consumaba en un varias horas del domingo hoy se hace,
en programas de comentarios y repeticiones, un continuo de imágenes
que va de lunes a lunes.
Jugadores rigurosamente vigilados:
“El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación
social entre personas meditizada por imágenes”. Guy Debord9
El fútbol es un negocio transnacional del que se han apropiado un
pequeño conjunto de clubes europeos (equipos donde se concentran
las megaestrellas mundiales) devenidos en empresas capitalistas
altamente desarrolladas a nivel global, que se articulan con los
canales de televisión de eventos deportivos, las marcas de ropa
deportiva y conglomerados de económicos de distintas procedencias
(un ejemplo de esto son los multimillonarios rusos del petróleo
y el gas propietarios de clubes ingleses. Si esa transnacionalización
ha sido exitosa no es menos evidente que los participantes del espectáculo
del fútbol cada vez más manifiestan sus terrores en rituales primitivos
y obsesivos: el rogar públicamente para que dios los ayude en su
tarea, los bailes rituales posteriores a la conquista de un gol,
el insulto permanente al árbitro, el escupir cuando se dan cuenta
que una cámara los sigue, la violencia con que golpean a sus rivales,
el tener que hablar entre sí tapándose la boca como una manera de
evitar que el espectador se entere de sus palabras -una paradoja
dado que la mayoría de sus voces se exige, por la dinámica propia
de la televisión, que sean lanzadas a los cuatro vientos, lo que
demuestra la ambivalente relación entre el control y exhibicionismo,
de los jugadores ante el obstinado seguimiento que hacen las cámaras-
son nada más que las expresiones exigidas por la televisión para
que el público se sienta atraído y no cambie de canal.
Así entre los exorcismos católicos públicos y notorios para alejar
al demonio -no hay posibilidad de pedir ayuda a dios si no se cree
firmemente en la presencia del maligno- con palabras que no se pueden
pronunciar (por ejemplo: informar que se tiene un desgarro muscular),
con insistentes versiones persecutorias sobre el sentirse perjudicado
al final del partido perdido (el cronista buscará las declaraciones
del jugador que salga más alterado de la cancha para documentar
esto. La edición jamás dejará estas declaraciones fuera del compacto)
los jugadores quedan cada vez más convertidos en ídolos con pies
de barro, poderosos y temerosos. Violentos y amenazados se tornan
“buenos católicos” dispuestos a todo, es decir en temibles cruzados.
También serán necesarios directores técnicos que hagan la representación
estentórea del hombre nervioso que se desgañita dando indicaciones
al costado del campo, como parte de la misma representación marcas
de cal (a la manera de un pequeño escenario) acorralan su lugar
de acción. Las cámaras requieren que hagan públicos sus talismanes
y cábalas (hay quien sale con un crucifijo en la mano, otros que
espolvorean su rostro con talco, también el rezo y la inefable señal
de la cruz católica, etc.). Es decir que la acción teatralizada
del nervioso director técnico también se halla cercada (una muestra
más de la necesidad de cerrar los muros para beneficio de la imagen)
y requiere del protagonista una representación exagerada en gestos
y palabras.
Televisión y después:
“El espectáculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el resultado
y el proyecto del modo de producción existente. No es un suplemento
al mundo real, su decoración añadida. Es el corazón del irrealismo
de la sociedad real”. Guy Debord10 La expansión de las imágenes deportivas pone el espectáculo del
fútbol, como de todos los deportes en general, ante la atenta mirada
de millones de espectadores. Esa democratización del espectáculo
tiene sus condiciones y una lógica que se debe seguir paso a paso.
Sus actores deben aprender el papel que les corresponde y en los
mismos se ven más vulnerables y por ello necesitados de exhibir
estos rituales en público que son producto del miedo y la inseguridad
que los envuelve.
“Salve César, los que van a morir te saludan”, así los gladiadores
romanos saludaban al emperador antes de enfrentarse a muerte que
sólo servía para mantener el poder. La risa y el grotesco medieval
escapaban al poder de la iglesia con sus fiestas populares. El ocio
griego estaba reservado a las clases altas. Podemos preguntarnos
qué les ocurre a los futbolistas, que tienen en sus habilidades
la capacidad de diversión masiva en la globalización mediática.
Pues a juzgar por las expresiones que hemos puntualizado más arriba
(rituales, enojos, fricciones y violencias del juego) no parecen
disfrutar de su papel de privilegiadas estrellas del show futbolístico
televisado. El negocio del espectáculo cada vez más industrial en
el sentido de producción seriada ha puesto a los protagonistas cada
vez más lejos de lo lúdico y más abrazados a una serie de terror.
Como cruzados del catolicismo su actitud de inclinarse ante dios
los muestra a merced de su propia violencia y amenazados por la
actitud agresiva de sus rivales. Si Von Clausewitz decía que la
guerra tiene algo lúdico, podemos dar vuelta la idea y decir que
el fútbol cada vez más tiene relación con la guerra.
Notas 1 5 6 9 10 Debord, Guy, La sociedad del espectáculo, Versión digital. 2 3 4 Definiciones del Diccionario de la Real Academia Española
en la extensa explicación de la palabra Cruz. 7 8 Zito Lema, Vicente, Luz en la Selva. La novela familiar de Enrique
Pichon Rivière, Editorial Topía, Bs. As., 2008.
Dedicado a mis compañeros de 2ª Año 6ª División (ENET Nª1, Mar del
Plata), con quienes obtuve en 1980 el único campeonato de fútbol
de mi vida.
A la memoria de Rolando Salvatierra (la primer persona que me habló
de Dante Panzeri)
El texto que sigue, intenta trazar algunas reflexiones acerca de
ese auténtico fenómeno de masas, que es el fútbol. En el contexto
del XVIII Campeonato Mundial Alemania 2006, se abre para los estudiosos
del comportamiento humano una nueva oportunidad de analizar, que
hay más allá de la grandiosa pasión de multitudes. Como asimismo,
descifrar algo de esa “otra dimensión”, en que cada cuatro años,
ingresamos los seres humanos de todas las latitudes, ante la llegada
de un nuevo mundial de fútbol.
Nada nuevo hay para decir, sobre lo que ocurre en Argentina, al
participar nuestro selección: el mundo se detiene, se congela. Prácticamente,
todos entramos en “otro estado de conciencia”. Como psicólogo clínico,
puedo aseverar que no son pocas las personas que, con mínimos registros
cronológicos de su propia vida, sí pueden organizar un relato sobre
la misma, a partir de situarlo en relación a un mundial. Independientemente
que hace años, tanto las ciencias sociales como ciertos círculos
de cultura, relacionen al fútbol con una “nueva forma opio popular”,
estimo que no podemos dejar de reconocer la magnitud de esta realidad.
Aunque, para seguirla disfrutando - en beneficio de las mayorías-
resultará necesario un nuevo intento de robarle algún secreto a
tan singular fenómeno.
Y en ese sentido, una vez más vale la pena retomar la pregunta...qué
es lo que verdaderamente pasa con esto del fútbol ...???
Dante Panzeri, eximio periodista deportivo, escribía que cuando
todos saben lo que va a pasar, no pasa nada; que cuando la espontaneidad
es planificada, lo espontáneo se acaba. Y, que en virtud de esta
suerte de regla general de vida, se puede llegar a entender algo
de lo que pasa con el fútbol: arte de lo imprevisto, ciencia oculta
de imposible enseñanza académica, empirismo casi puro. Así comienza
a definirlo en un célebre trabajo (que según consideró, no servía
para nada). Igualmente agrega, que lo mejor que leyó sobre fútbol
hasta ese entonces, estaba contenido en libros de filosofía y sociología.
Para rematar, con la afirmación de que el fútbol es “todo jugadores”.
IR A JUGAR...
El juego es libertad, se opone a lo que es serio. En su esfera,
las leyes y usos de la vida ordinaria no tienen validez, nos dice
Panzeri, citando a Johan Huizinga en “Homo Ludens”(1938). Este autor
holandés, decía que la función del juego es una lucha por algo,
que es una acción u ocupación libre que se desarrolla dentro de
límites espacio-temporales determinados, según reglas obligatorias
(aunque libremente aceptadas), que tiene una finalidad, va acompañada
de un sentimiento de tensión y alegría, y de la conciencia de “ser
de otro modo” que en la vida corriente. Estos conceptos, también fueron tomados por el psicoanalista inglés
Donald Winnicott, cuando planteó que jugar es un hacer, que compromete
lo corporal, y define un espacio intermediario o transicional entre
el mundo interno y el externo . Procura el placer, al tratar de
restituir, con elementos del exterior, algo de la fusión inicial
de la vida intrauterina. Se manipulan objetos al servicio de lo
onírico (realización de deseos). Luego afirmará que en el juego,
tanto el niño como el adulto, pueden crear y usar toda su personalidad,
y el individuo descubre su persona solo cuando se muestra creador. Si la seriedad se conecta con el displacer, la angustia y la repetición
automática; el juego lo haría con el placer, la alegría y la creatividad.
Si esto nos dice algo sobre qué nos llevaría a jugar, quedaría pendiente
la pregunta: que nos lleva a jugar especialmente a la pelota...???
LO ANCESTRAL.
La fascinación con la pelota, ha sido objeto de estudio de la Antropología.
En nuestro medio, el Dr. Pichon Riviére, fue uno de los primeros
en alertarlo. Al destacar la perfección de su recorrido, la incertidumbre
ante su caída, o la euforia por su ascenso, señaló que esto ya de
por sí, invita a un ceremonial, que tiene algo de magia y de catarsis.
Al analizar el fútbol desde una mirada psicosocial , refirió a la
pelota como algo a la vez deseado y temido. Y puntualizó un aspecto
fundamental: su forma esférica. Lo cual “la vincula con uno de los
más antiguos símbolos que maneja la humanidad, a través de filósofos
como Parménides, o de poetas como Rilke. La esfera significa la
forma perfecta, la conciencia del uno y del todo, es la imagen del
infinito”. Si desde tiempos inmemoriales, los hombres nos hemos sentido atraídos
a jugar con formas esféricas, en el afán de acercarnos a la perfección,
podemos deducir una connotación sagrada. Se ha dicho que el fútbol
le ha robado el “entheousiasmo”, o fuego de los dioses, a las Olimpiadas
. En la Antigua Grecia, constituían una fiesta religiosa, consagrada
a Zeus. El ritual perseguía mostrar a la divinidad lo que el humano
puede llegar a hacer. Acaso para enaltecer su pobre condición, buscar
reconocimiento, alcanzar el amor cósmico. No por nada, los vencedores
que del Olimpo, retornaban a su tierra, eran transformados en semidioses. Hoy el fútbol es el único deporte que cumple con ese rito de afirmación
en la competencia. Los ídolos, llegan a tener características chamánicas.
Ayer Maradona o Pelé, hoy Ronaldinho, Messi, Beckham, Zidane, Raúl
o Figo, adquieren, por complejos mecanismos de depositación masiva
(netamente inconciente), el rol de mediadores entre la colectividad
y su destino. Una prueba de los procesos de comunión y despersonalización
cuasi-tribal, es la pintura en los rostros de los hinchas. Y en
dichas ceremonias, no faltarán ni el trance ni los arrebatos chauvinistas,
ni la ilusoria unidad de todo un pueblo ante el maníaco exitismo
de turno. Pero, por qué esto ocurre con el fútbol, y no tanto con otros deportes...
donde irrumpen las esferas???
PILOTEAR EL INFINITO... DESDE TIERRA FIRME.
Vuelvo a dialogar con Dante Panzeri, cuando plantea que: “en toda
confrontación deportiva hay una oposición a vencer. En los deportes
individuales, la oposición es pasiva. En el fútbol es combativa,
dado que se juega con la ley del derecho al despojo de la herramienta
básica de juego”. Es cierto. Pero esto también ocurre en el básquet o el handbol.
Qué otro plus tiene el fútbol ??? Desde su lecho, y su libro, Panzeri nos responde: “ el fútbol es
técnica del imprevisto por sobre todos los imprevistos. Y más aún
limitando esa técnica al uso de las más indócil de las armas posesivas
del hombre, los pies, siempre más indóciles que las manos al ordenamiento
del cerebro...”. Viene a mi mente un dicho popular, si de lo que se trata es de hacerle
ver a alguien, de su poca inteligencia. “Donde tenés la cabeza...
en los pies ???”. Y aquí si, puedo empezar a entender, algo más,
de una de las maravillas que puede permitir el fútbol: tener la
cabeza en los pies...y aún por esa vía, tener la oportunidad de
acceder a la elevación. La razón y el cerebro que hemos desarrollado (que justamente nos
permite razonar), son atributos que contribuyeron a que los humanos
nos elevemos, por encima del resto de los animales. Y en todo esto
tuvo que ver, una herramienta mucho más básica: nuestra mano y su
gran habilidad. Es decir, que debemos parte de nuestra elevación
a nuestra mano. Pero no son los deportes con pelota, en que interviene
la mano, los que despiertan lo que despierta el fútbol. Si la mano
nos conecta con las alturas, el universo o lo divino; el pie, simplemente,
nos permite pisar bien sobre el mundo que merecemos, nuestro propio
mundo. Hay que tener los pies sobre la tierra !!! Si nuestra mano (al dar lugar al desarrollo cerebral que alcanzamos)
nos hominizó y aproximó al cielo, y las esferas de la perfección.
Nuestros pies, por el contrario, nos mantienen en la tierra. Y aquí radica quizá, uno de los milagros logrados por el fútbol.
Hacernos vivir la ilusión de bajar el infinito (con sus esferas
de perfección divina), a nuestro propio mundo terrestre de todos
los días. La unión de lo sagrado y lo terreno. Recuperar lo divino...
con los pies sobre la tierra.
EL ARTE DE LA PICARDÍA Y EL ENGAÑO (EN EL SIGLO XXI)
En apariencia, la mitología y la antropología, amplifican el panorama,
si queremos desentrañar el misterio de la pasión de multitudes.
El asunto no parece agotarse allí, sobre todo cuando Panzeri refiere
a la relación del fútbol con la estratificación social: “El muchacho
de la calle está en constante entrenamiento para el fútbol, en su
constante necesidad de esquivar los riesgos y leyes de la vida propias
del libertinaje callejero. El muchacho de su casa difícilmente tenga
acceso al fútbol hasta no llegar a la cancha misma. Uno convive
con la picardía, el otro con el orden. Y el fútbol no es precisamente
orden en el sentido académico de la expresión. Mucho más, es desorden...” Estas imperdibles apreciaciones, llevan a pensar que hubiera dicho
de las actuales escuelas de fútbol, de la compra de futbolistas-niños
por poderosos clubes del primer mundo, de la delincuencia generada
por la exclusión, del rol de los medios masivos de comunicación,
o de los juegos en red que sacan a los chicos de los potreros. De
todos modos, sigue siendo válida su afirmación de que el fútbol
es hijo de la miseria, que necesita de chicos atorrantes, aquellos
que, en el afán de supervivencia, mejor manejan...la capacidad de
engañar; que todo crack tiene que ser un poco sinvergüenza, y el
fútbol bien jugado no es tal, sin la cuota de pícara travesura,
que significa hacer ir una pelota, donde el adversario no la espera,
no la quiere, o no puede llegar. El pensamiento de Panzeri, tuvo carácter visionario. Si bien no
llegó a saber de las cifras astronómicas que hoy se manejan en los
transferencias de las máximas figuras, ni de la intervención de
empresas multinacionales en el manejo del fútbol como industria
del espectáculo, ya denunciaba la influencia del industrialismo
y la creciente sociedad de consumo de su tiempo, cuando veía que:
“ el jugador ha dejado de jugar para vivir, ha pasado a vivir para
el negocio. Ya no vive con el fútbol, sufre con el fútbol (...)
Hoy es uno más entre muchos hombres enfermos de la ciudad (...)El
fútbol que quiere ser serio, se ha olvidado de un juego alegre que
no puede subsistir, donde el juego sea suplido por la angustia del
negocio”
INSTRUMENTO DE ALIENACIÓN...???
La psicóloga Ana Quiroga, trazó en 1985 un prolijo análisis , acerca
de cómo el hombre, viendo frustrado en el ámbito laboral, sus expectativas
de libertad y autonomía, procura desplazar estas sobre su tiempo
libre: ya sea en actividades comunitarias, hobbies o deportes. Y
en relación a como la sociedad de consumo capturó la llamada industria
del tiempo libre, advirtió sobre ofertas que, tomando la necesidad
humana de acción y creatividad, la metamorfosean y vacían de contenido,
al suplantar protagonismo por contemplación. Aún considerándolo un tema de gran complejidad, se detiene en el
fútbol. Un hacer grupal con objetivos (gol), donde hay comunicación
(pase), aprendizaje (anticipación o ajuste de la propia conducta
ante el error), alianzas, oposiciones, estrategias. Admite que el
despliegue de fuerza y destreza, permite lograr incluso, una fugaz
vivencia estética. Confirma sobre lo atractivo de la incertidumbre,
y sobre las metáforas que habilita. El fútbol sería un gran “como si”. Similar al teatro en sus orígenes,
a las fiestas dionisíacas, y al circo romano. Dramatiza la vida
-nos dice esta investigadora- con sus alternancias de encuentros,
desencuentros, triunfos y derrotas: la escena implícita es una lucha
de poder. Permite la identificación (“salimos campeones”), allí
donde el hombre concreto se reconoce y desconoce, se encuentra y
se pierde en un equipo o un jugador, representante de las respectivas
cualidades instrumentales para obtener un campeonato. Aquí ya es
“ese otro” el que sustituye un ideal propio no alcanzado. Es fundamental su afirmación, que el hincha que no juega ni actúa,
que contempla, en otro ámbito de su vida, donde es protagonista
porque produce -pero por la organización social del trabajo, se
enajena de su propia destreza- no recupera su potencial, y le es
más fácil visualizarlo en otros. No solo ve en el ídolo, los atributos
que omite en su propia persona. Proyecta inconscientemente en aquel
su propio ideal, lo hace depositario de su propia potencia y habilidad.
Subjetivamente se empobrece y despoja. Aunque reconoce, que esto
no surge del fútbol en sí mismo, sino de quienes lo manejan, incluso
como industria del espectáculo. Que son los mismos que manejan la
condición socioeconómica alienante en que viven muchos de esos hinchas.
Las grandes mayorías.
METÁFORA DE ESPERANZA... ???
Y una vez más, acaso en defensa del fútbol, regresa el maestro Dante
Panzeri, para decir algo que creo cierto: “el fútbol es el más hermoso
juego que haya concebido el hombre, y como concepción de juego es
la más perfecta introducción al hombre en la lección humana de la
vida cooperativista”. En parte porque llegué a interesarme por la
psicología partiendo del deporte, en particular de la pasión futbolística
de mi niñez; en parte, por trabajar en una cooperativa de salud
mental, en parte, por mi interés en extender mis intervenciones
al ámbito de la cultura en general, tengo razones para subrayar
esta arriesgada definición del principal homenajeado de este artículo. El haber jugado fútbol me permite afirmar, que el mismo recrea muchas
funciones de la vida, que sirve como modelo para entendernos un
poco más, porque (al igual que en el fútbol) somos lo que somos
en co-operación con otros, y dejamos de ser cuando nos aislamos,
volviéndonos excesivamente narcisistas e inagrupables. Fútbol bien jugado, según Panzeri, puede necesitar alguna vez del
rechazo sin destino, de la retención de la pelota sin avanzar, de
un toque suave o de un violento shot. Que cada lector traduzca esto
a la situación vital que se le ocurra. Vuelvo a tomar las palabras
del maestro: “...el buen jugador no brilla. Brilla el juego que
produce ese jugador. Y a veces brillan por él jugadores menos jugadores
que aquel que hace brillar el juego(...) Se necesita avanzar, retroceder,
girar, volver, picar, quedarse, rechazar, apoyar...entre todos(...)
Lo que en un momento sirve, al momento no sirve. Lo que se quiere
hacer frecuentemente no sale. Lo que no se pensaba hacer, frecuentemente
se presenta para hacerlo”. Dante Panzeri falleció en abril de 1978, a meses del mundial que
la dictadura militar argentina trató de manipular, para el ocultamiento
de los crueles crímenes de lesa humanidad que por ese período se
perpetraron. Pero, aún en pleno Terrorismo de Estado, mantuvo sus
convicciones, ligadas a cierta lírica, a cierto romanticismo, a
cierto amor por la superación humana, desde las pasiones alegres,
conectadas a la solidaridad, la libertad y la creatividad. Ese aspecto
impredecible, que hizo notar que tenía el fútbol, guarda una misteriosa
relación con la misma base romántica presente en la obra de Freud,
a partir de decirnos que nuestra conducta tampoco es predecible.
Aunque nos resistamos a admitirlo, tenemos un inconciente que cada
tanto se nos manifiesta...cuando menos lo esperamos.
EL ETERNO RETORNO DE SÓCRATES.
En el suplemento Ñ de Clarín (27/05/06), Hernán Briezza señala que
durante décadas, la literatura y el fútbol circularon por dimensiones
opuestas, que Borges fue precursor en esta disociación, pero que
con el correr de los años, la pelota ganó la batalla . Ya sea porque
el fútbol es pasión ancestral, porque los escritores se alejaban
de la vida terrena, o bien por la influencia televisiva. Ensaya un sintético recorrido de lo que sobre fútbol escribieron,
entre otros, autores tan disímiles como Arlt, Benedetti, Galeano,
Camus, Gramsci, Kundera, Soriano, Fontanarrosa o Dolina. Plantea
que más que un acercamiento del arte a los sectores populares, esto
respondería a una operación de mercado. Interpreta que la mejor definición sobre fútbol que ha dado la literatura
corresponde a Pier Paolo Pasolini. Transcribo algunos fragmentos:
“el fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje.
Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos
de gol (...) El fútbol que produce más goles es el más poético.
Incluso el dribbling es de por sí poético(...). En los hechos, el
sueño de cada jugador(...)es partir de la mitad del campo, dribbliar
a todos y marcar el gol(...).Pero no sucede nunca. Es un sueño”. Cierra hábilmente, diciendo que tal vez, como prueba del desencuentro
fundante, entre las letras y la pelota; la razón por la que Pasolini
dijo lo que dijo, es porque no llegó a ver jugar a Maradona. Lo
cual lleva a pensar que Maradona hizo lo que hizo, porque tampoco
había leído a Pasolini. Fiel al espíritu de este trabajo, una vez más, prefiero ceder la
definición del mismo a las sabias palabras de Dante Panzeri (Al
fin y al cabo, quien mejor me ilustró para cubrir esta deuda que
desde hace años tenía, de escribir algo sobre este deporte tan maravilloso,
del que ya tan lejos me siento, aunque no olvido todo lo que me
dejó, el haberlo transitado alguna vez): “Somos muchos los que estamos en posesión de las mejores ideas para
jugar al fútbol. Somos pocos los que coordinamos esas ideas con
la capacidad de hacer la pelota un instrumento dócil a nuestras
piernas(...) y esos pocos que nacen con el híbrido don de su instinto...se
muestran torpes en el arte de exponer en forma de ideas aquello
que saben hacer magistralmente con los pies. En su mayoría prefieren
demostrar lo que saben...jugando y no hablando. Porque si intentan
lo segundo...hasta podría suponerse que no saben jugar. Como en
la mayoría de los casos, nadie sabe porque sabe lo que sabe”
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS. Dante Panzeri: “Fútbol: dinámica de lo impensado”, Editorial Paidós,
Buenos Aires, 1967. 2 Donald Winnicott: “Realidad y Juego”. Editorial Gedisa, Buenos
Aires, 1986. 3 Enrique Pichon Riviére: “Psicología de la vida cotidiana”, Ed.
Nueva Visión, Buenos Aires, 1985. 4 Abel Posse: “El juego que nos muestra tal cual somos. De la gloria
al abismo”; Revista Noticias Nª 913, Editorial Perfil, 26 de Junio
de 1994. 5 Ana Quiroga: “Enfoques y perspectivas en psicología social. Desarrollos
a partir del pensamiento de Enrique Pichon Riviére”, Ediciones Cinco,
Buenos Aires, 1986. 6 Hernán Briezza: “Romance del intelectual con la pelota”, Suplemento
Ñ de Clarín, Nª139, Sábado 27 de mayo de 2006 Agradezco la colaboración prestada a Oscar Lemmi, Hugo Segura, Juan
José Mucci, Herberto Washington Basualdo, Julio Mauro, Aníbal Ferreira,
Alfredo Grande, Marcelo Sanjurjo y Alejandro Apo.
Lic. Ricardo Silva rfsilva66@hotmail.com Psicólogo Clínico, Centro Cooperativo de Salud Mental ALETHIA (Mar
del Plata