Capítulo 4 


"Obreros y estudiantes, unidos, adelante"...




Los sindicatos y el onganiato

Cuando Onganía llegó al poder contaba con un gran apoyo publicitario. Pero además la penetración de aquella propaganda contó, junto a los ya mencionados respaldos del Opus Dei y el imperialismo yanki, con un gesto propiciatorio otorgado por la mayoría de los sindicatos peronistas. Estos se encontraban entonces fragmentados en tres sectores: neoperonistas, ortodoxos e independientes. "A más de un desprevenido le llamó la atención la presencia, en el acto de asunción de Onganía, de una nutrida delegación de la más encumbrada dirigencia sindical. Vandor, Izzeta, Taccone, Niembro y Coria, por las 62 Vandoristas; Alonso y Cristófoli en representación de las 62 de pie junto a Perón, y Armando March por los independientes. Olvidando diferencias internas, se quitaron sus clásicas camperas y vistieron prolijos sacos para dicho acontecimiento". (11)
Sin embargo, la política anti-popular que llevó a cabo el gabinete económico, más la represión que se ejerció a los reclamos obreros, hicieron añicos el galanteo entre los sindicatos y el gobierno. Se inician, en distintas provincias del país, manifestaciones obreras que de a poco inauguraron un tiempo de sangre y plomo. La CGT preponderantemente vandorista, comenzó a hacer agua y el desconcierto se apropió de sus principales referentes. La policía, mientras tanto, siguió reprimiendo varias manifestaciones de trabajadores: como la de Luz y Fuerza de Buenos Aires, o la de los gremios del riel, La Unión Ferroviaria y La Fraternidad. Los desocupados comenzaron a pulular como resultado del despido de miles de trabajadores. La FOTIA (Federación de Obreros y Trabajadores de la Industria Azucarera) en Tucumán, por tal motivo, decidió convocar a una huelga. Córdoba no se quedó atrás, y a fines de Enero de 1967 los obreros de la fábrica de automóviles IKA (Industrias Kaiser Argentinas), dieron inicio a los paros al conocer que 950 operarios habían quedado sin trabajo.
"En febrero de 1967, la CGT presionó al gobierno, desde distintos gremios, anunciando un plan de lucha. Pero los militares contraatacaron con rapidez: se denuncia la existencia de un plan terrorista, se interrumpe el diálogo con la central obrera y se suspende la personería gremial de varios gremios ( FOTIA, Unión Ferroviaria, UOM, FOETRA y otros); el plan de lucha naufraga." (12)
Vandor se encontraba en lo más alto de su carrera pero, a pesar de ello y de poseer un aparato sólido, su figura se desprestigió debido a su estrecha vinculación con Onganía. Por otra parte, Vandor había decidido tiempo atrás, dar batalla por la conducción del peronismo. Con tal motivo lanzó la célebre frase: "para salvar a Perón, hay que estar contra Perón". La C.D. de la CGT debió efectuar una suerte de re-modificación sindical para delinear un nuevo plan de lucha. Así es como "las dos alas de las 62 Organizaciones se unificaron bajo la hegemonía de Vandor, pero surgió un sector llamado Nueva corriente de opinión, liderado por Juan José Taccone (de Luz y Fuerza), José Alonso (del Sindicato del Vestido) y Rogelio Coria (de la Construcción), que pugnaba por abandonar los métodos de presión y colaborar abiertamente con el régimen militar." (13)
Esa era la realidad cuando, desde el lado popular, comenzaron a surgir las primeras instancias de organización para resistir. En medio de huelgas gremiales y ante la traición de los sectores pro militares de la dirigencia sindical -llamados colaboracionistas en aquellos años- se conformó la CGT de los Argentinos. A ésta la impulsaron verdaderos representantes de los trabajadores como Raimundo Ongaro, Agustín Tosco, o el desaparecido dirigente de Farmacia Jorge Di Pasquale. Y ella se transformó en el punto de referencia y reunión de estudiantes, profesionales, artistas y todo opositor con disposición a luchar contra las autoridades de uniforme. Su periódico, dirigido por el revolucionario periodista Rodolfo Walsh, pasó a ser el vocero público y el articulador unitario de los planteos antidictatoriales.
La CGT de los Argentinos se caracterizó por su oposición frontal a la dictadura. Otras figuras claves de ésta tendencia eran: Amado Olmos (Sanidad), Julio Guillán (Telefónicos), Ricardo De Luca (Navales) y Atilio Santillán (FOTIA- Tucumán).
Necesariamente, las definidas corrientes del movimiento obrero chocaron entre sí. Teóricamente en marzo de 1968, debía llevarse a cabo un congreso normalizador en la CGT, pero tanto vandoristas como participacionistas se valieron de una chicana política (según éstos, sólo podían concurrir los sindicatos en condiciones estatutarias) y la CGT quedó definitivamente quebrada en dos partes: 1º)C.G.T. de los Argentinos, liderada por Raimundo Ongaro con orientación combativa y anti-burocrática. 2º) CGT propiamente dicha.
El 1º de Mayo de 1968, la CGT de los Argentinos da a conocer su programa de lucha. Por los tiempos que hoy vivimos vale la pena traerlo a la memoria, mencionando algunos de sus párrafos: "Invitamos al pueblo a que nos acompañe en un examen de conciencia para poder construir una empresa en común, como también homenajear a los forjadores, los héroes y los mártires de la clase trabajadora. Durante años solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros: lo hemos sido hasta el hambre. Nos pidieron que aguantáramos un invierno: hemos aguantado diez. Nos exigen que racionalicemos: así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos. Y cuando no hay humillación que nos falta padecer ni injusticia que reste cometerse con nosotros, se nos pide irónicamente que participemos. Le decimos: ya hemos participado, y no como ejecutores, sino como víctimas en las persecuciones, en las torturas, en las movilizaciones, en los despidos, en las intervenciones, en los desalojos.
"El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos y la sumisión a los organismos financieros internacionales. Los hijos de obreros tienen los mismos derechos a todos los niveles de educación que hoy gozan los miembros de las clases privilegiadas..." (14)

La CGT de los Argentinos

"Más vale honra sin sindicatos que sindicatos sin honra" y "Unirse desde abajo y organizarse combatiendo", fueron las consignas que encarnaron el espíritu que dio origen a la CGT de los Argentinos en el Congreso Normalizador "Amado Olmos" -del 28 al 30 de marzo e 1968. Aparece entonces una concepción clasista que converge de distintos sectores del activismo sindical. Fue el más concreto de los intentos de conformar una organización de dimensión nacional, capaz de expresar una clase obrera en transición, dispuesta a reformular sus instrumentos reivindicativos, pero sobre todo su marco político, para responder a la reestructuración del perfil de acumulación capitalista -y a su correspondiente sistema de poder institucional y disciplinamiento social- que encarnó el golpe militar de junio de 1966.
La CGT de los Argentinos surgió como una respuesta combativa a las variantes de adaptación al régimen generadas por las conducciones burocratizadas del sindicalismo peronista, nucleadas en las 62 Organizaciones con la hegemonía de la Unión Obrera Metalúrgica de Augusto Timoteo Vandor. La actitud antiburocrática de la CGTA implicó por eso, también, un salto de precisión en el modo como los sectores más dinámicos y combativos de la clase trabajadora y el activismo peronistas fueron procesando el desarrollo de su experiencia desde esa identidad política. De manera más explícita en algunos de esos sectores, de forma más latente en otros, con la CGTA empezaron a asumir como un hecho el fin de la condición movimientista original del peronismo, su quiebre en varios peronismos distintos y antagónicos. Una manifiesta tendencia hacia posiciones clasistas fue el resultado de ese triple proceso de síntesis. Funcionó como efecto, pero también como causa de profundización, de la convergencia de esos sectores del activismo sindical y político del peronismo con expresiones de la izquierda marxista y de la militancia cristiana radicalizada.
El ya famoso programa del 1 de mayo de la CGT de los Argentinos, redactado por Rodolfo Walsh en la tradición de los documentos liminares de La Falda (1957) y Huerta Grande (1962) de las 62 Organizaciones pre-vandoristas, aparece como la traducción sistematizada de esa emergente concepción clasista. Es a partir de ese nuevo estadio de la conciencia de clase de los trabajadores peronistas desde donde el programa propone -con párrafos que parecen en muchos casos escritos para la patética Argentina de los 90-, caminos de unidad de acción para los empresarios nacionales, los pequeños y medianos empresarios, los profesionales, los estudiantes, los intelectuales, los artistas, los religiosos.
En sus tres o cuatro años de existencia efectiva, la CGTA intentó ser también en su práctica cotidiana ese ámbito de convergencia. Lo consiguió de manera parcial, incompleta, a veces conflictiva, en el plano de la relación entre organizaciones sindicales y políticas del peronismo revolucionario, la izquierda y la Iglesia tercermundista. También en el del encuentro en la acción entre ese activismo y grupos de intelectuales, profesionales y artistas. El semanario de CGTA se convirtió en un instrumento central de ese encuentro. Dirigido por el propio Walsh, con una redacción integrada por periodistas como Horacio Verbitsky o Rogelio García Lupo, la revista consiguió juntar un nivel de calidad profesional inusitado con una tarea también sin antecedentes de información sobre las formas y razones de las luchas populares para consumo de sus propios protagonistas. Llegó a tirar un millón de ejemplares y sus páginas sirvieron, por ejemplo, para editar por primera vez, dividida en varias notas, la investigación de Walsh sobre el asesinato del dirigente metalúrgico de Avellaneda Rosendo García -¿Quién mató a Rosendo?-, el más profundo análisis del significado político, y de los métodos de acción del vandorismo.
La CGTA fue también el escenario en el que se desarrollaron experiencias de militancia artística como las del pintor Ricardo Carpani, o las del Grupo Cine Liberación, que permitió la filmación -y el uso permanente como herramienta de formación y organización políticas- de la película "La hora de los hornos" de Fernando Solanas y Octavio Getino.
Con el liderazgo del dirigente gráfico Raimundo Ongaro, la CGTA nucleó desde su nacimiento a varios de los cuadros sindicales y políticos que habían enfrentado con mayor dureza al nuevo régimen militar. Los dirigentes Ricardo De Luca, de obreros navales y del Movimiento Revolucionario Peronista; Julio Guillán, de los telefónicos; Lorenzo Pepe, de la Unión Ferroviaria; Amancio Pafundi, de los estatales: Jorge Di Pasquale, de los empleados de farmacia; Benito Romano, de los obreros azucareros, estaban entre los fundadores o en el consejo directivo.
El local de Paseo Colón de la Federación Gráfica Bonaerense, donde funcionó la CGTA, se convirtió rápidamente en escenario de permanentes reuniones de los grupos de la tendencia revolucionaria del peronismo -con dirigentes combativos de la juventud, como Gustavo Rearte, Jorge Rulli, Envar El Kadri o Raimundo Villaflor- y de varias organizaciones de izquierda, que empezaron a coordinar sus acciones políticas con las de la propia central.
La huelga portuaria que había empezado algo antes del nacimiento de la CGTA, la de los petroleros de Ensenada en septiembre y octubre de 1968, las luchas de los trabajadores de los ingenios de Tucumán y las movilizaciones sociales en Tucumán y Rosario tuvieron a la central como instrumento de apoyo activo. A través de la relación de su conducción nacional y de su filial cordobesa con Agustín Tosco, la CGTA participó del armado en el lugar y de principal estructura de apoyo nacional a las jornadas del Cordobazo, entre el 28 y el 30 de mayo de 1969. Y protagonizó sus consecuencias más inmediatas, con la convocatoria al paro nacional para el 1 de julio de ese año, mientras la CGT Azopardo, que reunía a vandoristas y participacionistas, se echaba atrás ante las presiones del gobierno del general Juan Carlos Onganía y su ministro de Trabajo, Rubens San Sebastián.
El enfrentamiento con el régimen militar se agudizó el 30 de junio de 1969, cuando un comando ingresa en el local central de la Unión Obrera Metalúrgica y da muerte al "Lobo" Vandor. Muy pocas horas después, el gobierno contestaba ocupando militarmente la Federación Gráfica Bonaerense y designando un interventor a su frente, haciendo enseguida lo mismo con la mayor parte de los sindicatos integrantes de la CGTA. Sus principales dirigentes, con Ongaro a la cabeza, van a compartir la cárcel con Agustín Tosco y Elpidio Torres, los dos líderes visibles del Cordobazo.
De allí en más, la CGT de los Argentinos ingresa en una etapa de luchas constantes, así como en un proceso de lento desgaste de su poder organizativo. Se trata de un desgaste que es a la vez transformación. Sus cuadros de dirigentes, sus activistas, van integrándose en otras formas de lucha, en organizaciones políticas y en organizaciones armadas. El propio Ongaro, Di Pasquale y algunos otros dirigentes de CGTA aparecerán, cuatro años después, integrando la conducción nacional del Peronismo de Base (dirección política de las Fuerzas Armadas Peronistas).

El asesinato de Pampillón

"Lamento las víctimas producidas y las que vendrán". La frase, pronunciada por el gobernador de Córdoba, Miguel Ángel Ferrer Deheza, que asumía el asesinato de Santiago Pampillón perpetrado el 7 de septiembre de 1966, pintaba la torpe firmeza de las autoridades frente a la lucha estudiantil. Pero la muerte de Pampillón, obrero y estudiante, añadiría más dolor y rabia al enfrentamiento que, casi dos meses antes, había provocado la dictadura de Juan Carlos Onganía cuando anunció, el 29 de julio de ese año, la intervención a las universidades. La respuesta a esa medida fue fulminante y masiva.
Sin quererlo ni saberlo, Onganía y su entorno de tecnócratas y cursillistas ponían en marcha un proceso en el que, durante cuatro años, el movimiento estudiantil se politizaría aceleradamente, ejercería la democracia directa y se foguearía en la lucha de calles contra la represión. Tras la intervención, vino la huelga y el debate político sobre cómo encarar la lucha contra la dictadura, uno de cuyos hitos fue la célebre asamblea del Pabellón Argentina, en la Ciudad Universitaria, donde se produjo el primer choque entre las viejas representaciones estudiantiles y las nuevas corrientes, aún en gestación, que tendrán protagonismo principal en el Cordobazo y después.
Si en todas las universidades del país la intervención -y el vaciamiento académico que la acompañó- posteriormente generó un inmediato repudio, en Córdoba el gobierno tripartito, la autonomía y la gratuidad de la enseñanza formaban parte del orgullo histórico de la Reforma de 1918. Pero, ya desde antes del golpe, los estudiantes cordobeses cuestionaban los límites de esa estructura y reclamaban una universidad abierta al pueblo. La demanda democratizante no se formulaba con la retórica de antaño sino que provenía de la presencia concreta de los hijos de trabajadores de la clase media, pequeños empresarios y productores rurales, cuyas aspiraciones habían crecido junto con los índices de movilidad social y de alfabetización de la Argentina de los 60, comparables a los de los países centrales.
El discurso ultramontano de la dictadura militar caía como baldes de agua fría en un movimiento estudiantil cuya unidad se asentaba en la defensa de la democracia universitaria. Paralelamente, fermentaba el proceso político alentado por las nuevas corrientes socialcristianas y de izquierda independiente, que comenzaban a cuestionar los límites del reformismo, poniendo en tela de juicio la representatividad de los centros de estudiantes tradicionales y su capacidad de contener y dar respuesta a los problemas de la época. Así, la agrupación social cristiana Integralismo planteaba estas cuestiones desde fuera de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC), hasta entonces un verdadero gremio estudiantil al que todos estaban afiliados por el sólo hecho de matricularse. Hijos de las nuevas condiciones políticas, los integralistas se organizaban como movimiento amplio y en abierta confrontación con la derecha clerical y confesional. En su seno convivían tendencias de izquierda y de derecha, pero la fuerte influencia ideológica del cristianismo tercermundista, unida a su enorme capacidad de movilización y un temperamento confrontativo, favoreció naturalmente la hegemonía del sector más radicalizado, cuyas cabezas visibles eran Susana Buconic y Luis "el Huevo" Rubio. Fue lo más parecido al peronismo que hubo en el movimiento estudiantil cordobés y, de hecho, sus principales dirigentes lo eran, aunque por entonces la agrupación no se definiera como tal y el peronismo tuviera corrientes minúsculas en la Universidad.
Simultáneamente, crecía una izquierda sin compromisos con las estructuras de la izquierda tradicionales, ávida y desprejuiciada lectora de la literatura que cuestionaba la ortodoxia soviética (Jean Paul Sartre, Lucien Goldman, Georg Lukacs, Henry Lefebvre). Su pensamiento político rechazaba el positivismo liberal de las agrupaciones universitarias socialistas, radicales y comunistas, revisaba las posiciones de la izquierda tradicional frente al peronismo e intentaba aplicar la teoría marxista a la realidad nacional. Esta perspectiva nacionalista de izquierda se entendía fácilmente con los sectores progresistas de Integralismo a partir del común denominador antirreformista en lo estudiantil y antiimperialista en lo político, a lo que se agregaba una natural predisposición de lucha en ambos sectores.
El Integralismo aportará más tarde cuadros al Peronismo de Base, a las Fuerzas Armadas Peronistas, Fuerzas Armadas Revolucionarias, Montoneros e, incluso, a la Juventud Peronista Lealtad. De la izquierda independiente, en tanto, surgirán muchos de los dirigentes de Poder Obrero, LAP-MRA, Orientación Socialista, Comandos Populares de Liberación, Fuerzas Armadas de Liberación y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que absorberá también militancia de las agrupaciones reformistas.
Hasta 1966, en la FUC era prácticamente hegemónico el kozakismo, corriente casi personal cuyo nombre proviene del chaqueño Abraham Kozak, marxista independiente influido por las ideas políticas del grupo Pasado y Presente, escindido del Partido Comunista en 1962. El carismático Kozak no dejó sucesores de envergadura y su estilo fue rápidamente olvidado cuando el escenario del conflicto dejó de ser el Concejo Tripartito y pasó a las calles. Aún así, las agrupaciones que integraban la FUC, como el Movimiento de Orientación Reformista (MOR, comunistas), la Franja Morada (radicales) y el Movimiento Nacional Reformista (MNR, socialistas), disputaron palmo a palmo la hegemonía del movimiento estudiantil.

Córdoba se mueve

En Córdoba el movimiento estudiantil cordobés resistió tenazmente y desde sus orígenes la política universitaria del onganiato, aprendiendo las nuevas formas de acción directa y vinculándose, más allá de las declamaciones, con los obreros fabriles. Una realidad socioeconómica y geográfica así lo determinó. Por historia y ubicación, la ciudad estaba abierta al interior de la provincia y del país, e incluso a otras naciones latinoamericanas. El prestigio académico de su universidad era un imán.
Llegan mendocinos, riojanos, santiagueños, catamarqueños, salteños y jujeños que saltan sobre Tucumán; chaqueños, correntinos y entrerrianos que soslayan Santa Fe y Rosario. Bolivianos y peruanos son innumerables, pero los hay también de Venezuela, Colombia y hasta de México y Haití. Sufren el desarraigo, pero disfrutan la libertad de ser jóvenes sin ataduras familiares. Son miles y se hacen sentir en la vida social y económica de la ciudad. No gastan mucho pero son dueños de sus espacios y si, al principio, la ciudad los mira con una mezcla de recelo y simpatía, finalmente los adopta.
Este vínculo entre la sociedad cordobesa y los estudiantes se hará claramente visible durante la huelga del 66. Nadie pasaba ante una alcancía estudiantil sin dejar una moneda y, cuando la dictadura cerró el comedor universitario, las casas de familia se abrieron para sentar a su mesa a los jóvenes luchadores. Ningún discurso podía convencer a los cordobeses de que esos eran los agitadores profesionales, los subversivos que alteran el orden con fines inconfesables. Una gran parte de la sociedad cordobesa empezó a entender y a odiar a la dictadura por estos menesteres más que por las proclamas políticas. No pasaría mucho tiempo para que lo expresara sin dejar dudas.
En julio de 1966, a pocos días de la intervención, la Coordinadora Estudiantil (integrada por las agrupaciones y los centros de estudiantes del IMAF, Escuela de Artes y Universidad Tecnológica) convocó a una asamblea multitudinaria en las escalinatas del Pabellón Argentina. Los principales oradores fueron Carlos Alonso (Franja Morada), Chacho Camilión (Agrupación Universitaria Liberación), Domingo Cavallo (Ateneo), Renato Forte (Tecnológica) y el "Huevo" Rubio. El Integralismo, que había movilizado una gran cantidad de estudiantes y que vivía una importante polémica interna, llevó a la asamblea la propuesta de huelga por tiempo indeterminado. En realidad, esta posición la impuso una fracción tradicional que había participado del conflicto entre enseñanza laica y enseñanza libre, vinculada con sectores nacionalistas confesionales que tuvieron participación directa o indirecta en el golpe de Onganía. Sus aliados eran los socialcristianos del Ateneo. Frente a ellos se ubicaba un amplio abanico de tendencias que incluía la Franja Morada -que tenía sus centros de actividad en Medicina e Ingeniería y que pretendía extenderse a otras facultades- el MOR, el MNR y la AUL, que era la expresión universitaria del Movimiento de Liberación Nacional.
Con la intervención a la Universidad se produjo una recomposición de este espacio, que se hará visible en la asamblea y en el desarrollo posterior del conflicto, cuando emergen nuevas tendencias y dirigentes independientes de gran consenso en sus respectivas facultades. Es el caso de los centros de la Universidad Tecnológica y del Instituto de Matemáticas, Astronomía y Física (IMAF), sumamente prestigiados por su representatividad y capacidad de movilización. Este espacio político elabora conjuntamente una propuesta de confrontación con la dictadura a largo plazo. La opción entre huelga por tiempo indeterminado o lucha desde adentro tenía como telón de fondo la caracterización de la dictadura y de sus objetivos políticos y económicos estratégicos.
La segunda consigna se apoyaba en la convicción de que Onganía profundizaría la ofensiva contra los estudiantes y, principalmente, contra el movimiento obrero. Por lo tanto, había que prepararse para un duro y largo enfrentamiento, en el que ya se vislumbraba una confluencia del movimiento popular. Esta anticipación tenía sus raíces tanto en una nueva cultura política como en el avance concreto de un sindicalismo que, en Córdoba y con Agustín Tosco a la cabeza, tensaba sus fuerzas para una resistencia prolongada y tenaz.
Los partidarios de la huelga por tiempo indeterminado reducían los objetivos de la resistencia a lograr recambios internos: la renuncia del ministro del Interior, Martínez Paz, y del rector de la Universidad de Córdoba, Ernesto Gavier, apagando el reclamo de que se derogara la Ley de intervención a las universidades. Forte dijo entonces: "... en 1958 discutimos el mismo tema, y luchamos y nos movilizamos para que renuncie el ministro, al fin el ministro renunció, pero quedó la ley y quedó la Universidad que ellos querían".
Reforzando esta posición, Alonso afirmó que "la cuestión no es Gavier o no Gavier, o Martínez Paz o no Martínez Paz... el problema es el sistema, y el sistema está estampado en la ley". El último orador, Rubio, propuso la huelga por tiempo indeterminado y ganó la votación.
Inmediatamente, estallaron las contradicciones del Integralismo y, no bien terminó la votación, el propio Rubio señaló que, para mantener la unidad de acción, proponía extender la huelga por 15 días más y que, a partir de ese plazo, se revalorizara la situación. La propuesta tuvo total adhesión. Esta unidad en la acción, junto con la solidaridad expresa del movimiento obrero en una ciudad que vivía la resistencia estudiantil como propia, será la base de una resistencia prolongada.
La dictadura intentaba mantener el principio de autoridad y orden a través de la represión a cualquier manifestación estudiantil. Todos los dirigentes -en particular los oradores de la asamblea que había dispuesto la huelga- tenían orden de captura. Así fue como se produjo un rápido aprendizaje de métodos de funcionamiento clandestino y de formas de protesta que, como los actos relámpago, pasaron a formar parte del folklore cordobés. Todas las tardes, de lunes a viernes y hasta la noche, grupos de estudiantes se concentraban en varios lugares céntricos. El grueso batía palmas y gritaba consignas para llamar la atención, otros cortaban la calle con las célebres molotov (su versión más simple era una botella con nafta, aceite -o gasoil- y una mecha en el pico, que se encendía antes de arrojarla), un orador gritaba unas pocas palabras y todo el mundo huía antes de que llegaran los carros de asalto y el célebre Neptuno, que arrojaba agua coloreada para identificar a los manifestantes. Entretanto, la dictadura avanzaba en la represión ideológica que provocó renuncias masivas en el mejor nivel académico de la Universidad de Córdoba.
Al igual que en buenos Aires, el vaciamiento científico fue irreparable. La Coordinadora de Estudiantes prorrogó la huelga desde la clandestinidad, mientras se cerraba la polémica inicial sobre la dirección en que debía continuar la lucha. Los que en algún momento especularon con la renuncia de Martínez Paz y de Gavier descubrieron que con Onganía no había espacio para diálogo o negociaciones. El gobierno militar apoyado en los Cursillos de Cristiandad católica pretendía la aceptación disciplinada de un orden verticalista y autoritario.
La discusión giraba ahora sobre cómo replantear el conflicto. La huelga no se podía prolongar demasiado porque muchos estudiantes se veían forzados a regresar a sus lugares de origen. Si bien ante el cierre del comedor universitario, los sindicatos solidarios abrieron sus puertas y se organizaron ollas populares a las que toda la comunidad aportó con entusiasmo, era necesario reconsiderar el curso del conflicto. Pero, ¿cómo y dónde reunir a miles de estudiantes? La Coordinadora solicitó al rectorado que permitiera una nueva asamblea en la Ciudad Universitaria. Pero las autoridades querían quebrar la huelga y denegaron el permiso. Entonces se decidió apostar al funcionamiento masivo en la clandestinidad y organizar la Asamblea con ese método.
En la primera semana de setiembre de 1966, miles de volantes convocaron a una asamblea en la Plaza Colón. La idea era atraer allí al grueso del aparato represivo y pasar de boca en boca la consigna de que la asamblea se haría en una esquina céntrica el 7 de septiembre a las 20. El plan falló parcialmente, ya que más de un millar de estudiantes fueron rodeados en la Plaza Colón por la policía, que apagó el alumbrado público e iluminó la concentración con reflectores.
Entretanto, en San Martín y 9 de julio y en otras esquinas aledañas se concentraban miles de estudiantes, mientras arribaban los miembros de la Coordinadora. El clima era de alegría y alborozo por el reencuentro de todos con todos. Rápidamente, el "Huevo" Rubio subió a un banquito e intentó abrir la asamblea. En ese momento, atronaron las sirenas de decenas de patrulleros que convergían hacia el lugar. Se desató entonces una batalla campal en la que se aplicaría toda la experiencia de lucha acumulada desde el día de la intervención.
Los patrulleros encaraban a gran velocidad entre una lluvia de piedras, y se retiraban abollados para regresar por otro lado. Cuando llegó la infantería policial, los manifestantes optaron por la táctica de dispersarse para volverse a concentrar, cambiando continuamente de lugar. El aire estaba impregnado por los gases lacrimógenos. En cierto momento, la infantería comenzó a replegarse y el dominio estudiantil se hizo más fuerte. Desbordada, la policía comenzó a reemplazar los gases lacrimógenos por las balas. En la Plaza Colón, entretanto, los estudiantes salían como podían del cerco policial y marchaban al centro. En conjunto, la batalla se libraba en un radio de 20 cuadras. Un consternado y lacónico Sergio Villarruel repetía en el canal televisivo de la Universidad: "Han matado a un estudiante". En la avenida Colón, frente a la galería Cinerama, un policía había disparado a sangre fría sobre Santiago Pampillón.
Esa noche, los estudiantes se concentraron frente al Hospital de Urgencias, donde se trasladó el cuerpo de Pampillón. Nuevamente atacados por la policía, se replegaron hacia el barrio de Clínicas -su nombre proviene del Hospital Clínicas-, que fue tomado hasta el amanecer.
La Marcha del Silencio que, desde Alta Gracia encabezó la conducción de la CGT local (Tosco, Miguel Ángel Correa y José Petrucci), fue dispersada por la policía al llegar a Plaza España. Un negro manto de silencio y luto cubría al movimiento estudiantil cordobés, que perdió el año lectivo mientras la huelga se apagaba junto con 1966. Pero la dictadura de Onganía había quedado afectada en su principio de autoridad, ya que no pudo quebrar la huelga pese a la feroz represión.
A lo largo de 1967, la práctica del movimiento estudiantil se concentraría en acciones solidarias con conflictos obreros, pues la dictadura no daba sosiego, y en la denuncia del tipo de universidad que pretendía el gobierno militar, con aranceles y cursos de ingresos para abolir su carácter de masas. La etapa se cerró con el surgimiento de la CGT de los Argentinos, que permitió al movimiento estudiantil confluir con sus reivindicaciones un polo de referencia antidictatorial. Fue Raimundo Ongaro quien, siguiendo el camino abierto por Tosco y quebrando la hostilidad que caracterizó al vandorismo, oficializó la relación con el movimiento estudiantil.

Taco Ralo

En el mes de agosto de 1968 se reúnen varios jóvenes militantes peronistas de distintos puntos del país, que traían una vasta práctica de lucha política en movilizaciones, huelgas, tomas de fábrica, puestas de "caños" (bombas caseras), luchas estudiantiles. Eran parte de la resistencia que se inició en 1955, contra los sectores que habían derrocado por medio de un sangriento golpe militar a Perón y proscripto al peronismo; resistencia contra los gobiernos de Aramburu y Rojas, de Onganía, Levingston y Lanusse.
Los unía la voluntad de incorporar organizadamente la lucha armada a esos 13 años de resistencia. Rememora la "Negrita", una militante de aquellos años: "Allí estaban el compañero Rojas de Tucumán, Chacho de Santa Fe; la Negra Amanda; Laredo, el Correntino; el Orangután Pérez; Olivera de Río Gallegos; Ramos de La Plata; Lucero de Rosario; Vedinelli; el compañero Jajá; Envar el Kadri (Cacho); el Pelado Ferré Gadea; Enrique Ardeti (el Gordo de la Plata); Elsa Martínez (la Gallega)..." Algunos venían de una práctica esencialmente en el Movimiento Peronista, otros del cristianismo, tres militantes de una práctica organizativa político-militar en la organización Tupamaros, y dos militantes de "Palabra Obrera", el grupo trotskista de Ángel Bengochea (quienes finalmente irían a engrosar el PRT-ERP).
Desde el inicio se plantearon dos concepciones: construir una herramienta político militar, o el foco rural. Varios militantes de ese grupo inicial intentaron instalar un foco rural, en Tucumán, que fue desbaratado por la policía de la provincia.
Con el fallido intento de guerrilla rural, en Taco Ralo, las Fuerzas Armadas Peronistas salieron a la luz el 19 de septiembre de 1968. La caída de los guerrilleros en Taco Ralo, trajo como consecuencia el replanteo de la política de la organización, cuya continuidad va a ser impulsada por una nueva dirección. Esta reorganización va a partir de una visión crítica de la experiencia de Taco Ralo, no sólo desde el punto de vista de un cuestionamiento a las posibilidades de desarrollo del foco rural, sino también a la concepción política y organizativa desde donde se planteó esta propuesta.
Se inicia entonces un debate en las FAP. El centro de este debate es el papel del movimiento peronista y de Perón. Por un lado una posición que ve al conjunto del movimiento peronista como un Movimiento de Liberación Nacional y a Perón como su conductor estratégico. Por otro lado una posición que advierte que es incorrecto valorar al conjunto del movimiento como comprometido o interesado en un proceso de liberación. La confianza se pone en los trabajadores y el pueblo peronista, tomando distancia del peronismo "patronal y burocrático". Se comienza a hablar de dos peronismos, de lucha de clases y si bien se valora a Perón como líder popular, no se lo reconoce como conductor del proyecto político de los trabajadores.
En las FAP van a convivir las dos posiciones. Estas diferencias van a provocar sucesivas crisis y fracturas pero finalmente va a imponerse no la visión movimientista, sino la visión alternativista, explicitada teóricamente en septiembre de 1971, y que empieza a desarrollarse a principios de 1973, teniendo su apogeo en los años ´74 y ´75.
Aquí citaremos in extenso, por su aporte histórico, el testimonio de la militante "Negrita", cuyo esposo moriría luego combatiendo a la dictadura militar del `76: "En el año 1971 levantamos la necesidad de fortalecer la construcción de la Alternativa Independiente de la clase obrera y el pueblo peronista, gestando desde abajo nuestro propio poder y nuestras propias organizaciones de base, independientes de burgueses y burócratas traidores. En esta construcción poníamos en práctica la democracia obrera y popular para que las decisiones se tomaran desde las bases.
"Para lograr este objetivo se utilizaba uno de los máximos instrumentos de decisión popular: la asamblea de bases. Aplicábamos todas las formas de justicia popular, desde el repudio y enfrentamiento masivo hasta las acciones político-militares que se fueran asumiendo con nuestra organización desde las bases. Así pensábamos que iríamos transformando la experiencia acumulada en la resistencia de 18 años, en ofensiva de movilización, enfrentamiento y organización permanente, frente a las patronales explotadoras y a sus cómplices, los burócratas de turno.
"El Peronismo de Base, que nace en Córdoba en 1969, con una visión clasista y que va a desarrollarse en distintos puntos del país, va a coincidir con esa postura y las dos orgas, FAP-PB, con distintos procesos regionales van a terminar fusionándose en noviembre de 1973 en el Congreso de La Falda. La posición movimientista se va a imponer en Montoneros, organización a la que se integran gran parte de los compañeros disidentes de las FAP.
"Desde la crítica a la experiencia de Taco al lanzamiento de la A.I. se va desarrollando una visión estratégica: ponernos como una herramienta al servicio de que los trabajadores se organicen. Desde esta modificación estratégica, que va acompañando un viraje hacia el clasismo, las FAP redefinen su línea operacional.
"Las operaciones que se realizan están muy ligadas a los conflictos obreros y desde una concepción de acompañar y fortalecer la lucha de los trabajadores sin reemplazarlos. Tratando de que los trabajadores acumulen triunfos, que los sientan como propios, que se fortalezca la confianza en sus propias fuerzas y que se estimule el desarrollo de su organización independiente.
"Las definiciones políticas y estratégicas que va asumiendo la Orga, van modelando una composición social mayoritariamente de trabajadores y una conducción acorde a la misma. La metodología de construcción de las FAP-PB tuvo sus perfiles propios que la caracterizaron. Lo más destacable fue asumir el desarrollo de su propuesta militante como un trabajo colectivo que implicaba la participación en la elaboración de la política, en la toma de decisiones y en la ejecución de las resoluciones acordadas. Siempre primó lo colectivo sobre lo individual.
"Este concepto de construcción determinó que el PB -organización de masas- tuviera carácter federal, desde donde se contenían diferencias entre regionales, y estaba regido por un fuerte criterio de horizontalidad. En esta práctica se iba modelando un tipo de militancia donde se valoraba la coherencia, el respeto hacia los compañeros y el compromiso práctico.
Estas valoraciones se extendían a las posiciones de la organización, muy preocupada por ser reconocida como coherente, aun a costa de mantener posiciones no muy redituables en términos políticos inmediatos. Por ejemplo, las FAP no aportaron a la idealización de Perón y el movimiento".
Las FAP se incorporaron entonces, desde 1968, al creciente movimiento guerrillero que acompañaba las movilizaciones estudiantiles y obreras de inicios de los 70.

 

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