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Una sociedad no puede perpetuarse a sí misma desde el nihilismo
generalizado, desde la desesperación permanente, desde la negación propia
del deseo de lo que debe ser. A eso lo entendieron los políticos que
ascendieron el 25 de mayo, y sobre ejes esperanzadores diagramaron un
discurso encubridor de las prácticas políticas de la dirigencia que ha
transitado estos veinte años de "democracia". Hemos visto que los primeros,
como Scioli, que se mostraron sinceros -carentes de toda cintura política-
fueron silenciados. La agobiante sinceridad de López Murphy, de Cavallo y
del inoperante conservador De La Rúa mostró ser insostenible a nivel popular
si no se cuenta con otros apoyos, como, en parte, los tenía el más
desfachatado de los sinceros: Menem.
Entrever la correlación lógica entre las prácticas políticas y las
relaciones discursivas no constituye parte del análisis crítico cotidiano.
De aquí que sólo prevalezca el discurso al acto, lo dicho a lo hecho, sobre
todo cuando lo dicho es comunicado mediante los medios de amplificación
-cuando no de tergiversación- masiva.
Sin entrar en detalles de procesos, mecanismos y procedimientos utilizados
para alcanzar los fines propuestos, son, en definitiva, los medios de
comunicación masivos los encargados de transmitir criterios de subjetividad
transformadora, luego, en opinión pública "concreta y objetiva". Todo esto
unido al más vulgar de los empirismos: existe lo que puede mostrarse en
imágenes ¡en crudas imágenes! o en el más expeditivo de los actos de
espionaje: la cámara oculta. Claro que todo ello sujeto a una entorchada
metafísica: la de la justificación banal de conceptos tales como
"democracia", "paz", "libertad", "violencia", "igualdad", entre tantos otros
preñados de subjetivismo filosófico, todo a la medida de la enunciación de
Althusser: "las ideologías no son sino filosofías prácticas". La radio y la
prensa escrita han quedado relegadas a un segundo plano ante el fenómeno de
la televisión, pero de todas maneras no han perdido su finalidad corporativa
en cuanto a la manipulación discrecional de la realidad. Así tanto pensador
"neutral", tanto "libre pensador neutral" viene a indicarnos de qué manera
tenemos que ver y sentir el pulso del mundo.
Siguiendo una trama foucaultiana, se vuelve ineludible analizar aquellos
discursos de verdad que se transforman luego en discursos de poder -una vez
que establecen la Verdad como un conjunto de conceptos de los que no se pude
dudar críticamente-. El denominado "efecto K" es parte de la construcción de
ese discurso de verdad, un ejemplo de ello es que a un simple remolino se lo
categorizó como "huracán", entonces, desde lo discursivo, se impone sobre la
consciencia colectiva una noción de fuerza mayor a la real, una noción de
dinamismo superior a la propia pero imprescindible para ejercer el poder y
sostenerse en él.
Se construyó al político necesario del y para el recambio pero moviéndose
dentro del paradigma imperante, de manera que se muestre aceptable frente a
la clase que dirige los vaivenes políticos de la Argentina a partir de su
ignorancia política y de sus egoístas intereses: la sacrosanta y libre clase
media.
Cualquier desviación infinitesimal cuasiestática que realiza este gobierno
es vista y analizada como el más radical de los cambios, la más abrupta de
las rupturas respectos de los gobiernos anteriores, y se lo presenta al
hecho en abierta confrontación con "el sistema". Ello por varios motivos,
entre algunos se encuentra el de la necesidad de despegarse de las imágenes
de los políticos antecesores, el de manifestarse abiertamente distintos y
"escuchadores" de la disconformidad social -imponiendo claro está bajo qué
condiciones el Doctor K recibirá a los disconformes-, y el de
autopresentarse como contrarios al descarnado liberalismo que sumió en la
miseria a este país (¿será el de este gobierno un encarnado liberalismo?).
Nada queda de aquellas declamaciones en conjunto, en las que las cacerolas
sonaban redoblantes al paso de los otros excluidos; porque ahora ellos ya
están descorralonados, pero los desocupados de ayer, hoy siguen siendo los
mismos muertos de hambre de hace unos diez años, y son los que vienen a
perturbar la paz diaria, y a cortar la rutina simple de los días medios y
mediocres de muchos de nosotros. El "que se vayan todos... que no quede ni
uno solo" ahora es vuelto en contra, y el discurso del poder se ha instalado
de tal manera que el "todos" de fines del 2001 pasó a hacer referencia a los
principales actores de las movilizaciones en contra de los gobiernos de
Menem y De La Rúa: los piqueteros. Ahora son los piqueteros los que tienen
que irse, los que molestan.
Como un Fénix pernicioso han reciclado sus cuerpos, han vuelto austeras sus
apariciones y no podía ser de otra manera en un país paupérrimo. Ahora
estamos viendo la cara de los maquillados de progresistas. No puede haber
analogía tan patética: es como las caras de esas mujeres que en el ajetreo
de la noche pierden las pestañas postizas y el rímel se desparrama como una
lágrima negra, el sudor les corre la crema alisante, y el uso de la boca
hace que el lápiz labial se expanda más allá de sus límites. Pero a
diferencia de los maquillados progresistas, a estas mujeres se las puede
entender y defender, ya sea desde su necesidad, ya sea desde su placer.
Este es el estado de situación, y como dice el líder del grupo Las Manos de
Filippi "queremos dejar claro que este gobierno quiere terminar con los
piqueteros, las asambleas barriales y las fábricas tomadas. Están esperando
que la clase media diga «vayan por ellos, mátenlos a todos» y no queremos
permitirlo".
No es casual que en los medios de comunicación se instale el famoso
"debate", donde la chatura es tan grande que cualquier vecino buen
intencionado ejerce lo que da en llamarse el "derecho de hacerse escuchar"
de una manera "pacífica, no violenta" llamando a un contestador atestado en
cuanto a la gradación de imbecilidades o escribiendo un correo electrónico
para traducir su humilde opinión (cuando no humillante).
Mañanas atrás, dos conductores de una radio porteña emitían su voz acerca de
esos piqueteros que van con sus hijos a los piquetes y no los envían a la
escuela, aunque sea la pobre escuelita de la villa, para rematar diciendo
que para eso es la instrucción pública, concepto mucho más importante que el
de educación pública, según la decrepitud demócrata de estos intelectuales
libres. Discurso "progresista" si los hay. Por el derecho a la educación de
los niños, aunque en su enjuta demarcación, estos hipócritas establecen como
igualdad en la educación la existencia de una educación de primera, una de
segunda y una educación niveladora impartida en las pobres escuelitas de las
villas. Además, como si fuera poco, tienen que ir a instruirse, sentencia
usada para suavizar la noción de domesticar: estos hijos de descarriados
sociales deben ser instruidos, domesticados, de acuerdo a los preceptos de
nuestras leyes, en las escuelas donde nosotros decimos y decidimos qué debe
enseñárseles. ¿Para qué? Quizás, los actuales progresistas pretendan que se
les haga aprender que "cortar calles es un delito federal". Porque todo
parece ser condenable, excepto lo verdaderamente condenable: la vida
miserable a la que son sometidos los hombres dentro de este sistema
capitalista. Azorado me pregunto por todos aquellos que han dedicado un
tiempo a pensar estas problemáticas, y recuerdo sólo algunos, y se me vienen
a mis ojos las páginas de Jauretche y la colonización pedagógica, las obras
de Freire y las pedagogías de opresión y de oprimidos, allende del mar las
meditaciones de Foucault acerca de la conformidad y pasividad política a la
cual inducen los mecanismos de reproducción del status quo imperante
mediante los mecanismos de enseñanza, o las ideas de sujetos, sociedad y
educación del ahora denostado Pierre Bourdieu, o la explicación de ¿por qué
el aparato escolar es realmente el aparato ideológico de Estado dominante en
las formaciones sociales capitalistas?, vertida por el "maniático y loco" de
Althusser. Qué es de estos autores sepultados por el mito de la
posmodernidad, por la orgía de fallecimientos (del sujeto, de la modernidad,
de las organizaciones, de las utopías, y cómo si fuera poco también de ¡la
historia!), cuyos mayores predicadores son los estrategas de la
fragmentación en todos los sentidos y direcciones. Pero esta postura cuasi
intelectual (supongo que Marx la hubiese condenado como miseria de los
intelectuales), de rescatar a aquellos que signaron las formas de ser y
hacer, es lo de menos, cuando la muerte real del sujeto (del de carne y
hueso) vicia la realidad. Muerte debida, no a los designios del azar y la
necesidad natural, sino a las desidias de las causalidades culturales de un
sistema en el que las relaciones sociales son cosificadas a la más vil de
las objetivizaciones de mercado.
Las relaciones intersubjetivas se convierten en relaciones objetivas, y así
los sujetos se transforman en objetos. Podemos argüir una definición, y
decir que: "Piqueteros" es el conjunto de sujetos reunidos manifestándose en
contra de asimetrías específicas (objetivas, concretas, reales, etc.) de
sujeción (dominación, postergación, marginalidad, etc.) las que no han
elegido y de las que quieren salir (superar, abolir, acabar, etc.), dentro
de una coyuntura histórica dada. Pero para los intelectuales del
establishment (los ahora "progresistas") esto está lejos de ser progresista.
Los piqueteros son sólo aquellos que deciden no acatar las normas morales y
éticas de la convivencia social coartando las libertades del individuo, son
desocupados haciendo declamación exacerbada de la miseria, y pidiendo por lo
que no merecen. Y como si este batallón de blasfemias fuera poco, adoptan la
postura solidaria con los trabajadores ¡los verdaderos trabajadores! (porque
los brillantes pensadores de esta «posmodernidad» enuncian la existencia de
contradicción, en la semántica, cuando los piqueteros se reconocen y se
describen como trabajadores-desocupados), porque los piqueteros lo único que
hacen es molestar a quienes tienen que ir a trabajar cortando el "libre
derecho" al tránsito, citando, por supuesto, a la Constitución Nacional; y
siguen... Ahora han descubierto que las manifestaciones recorren la arteria
principal del poder: Avenida de Mayo, desde la Casa Rosada hasta el
Congreso, y los trabajadores y propetarios de los negocios y comercios de
tal calle están protestando por los daños que ocasionan los insurgentes
pobres que roniosamente se atreven a mostrarles en su cara la indigencia.
Como en el acto II de La Vida es Sueño, donde Basilio se guarda el derecho
de encadenar a Segismundo para evitar de que sea violento, y en el que éste
contesta que tiene el derecho de ejercer la violencia porque previamente ha
sido encadenado. Lo que trasciende parece ser sólo un litigio, un pleito, un
juego de derechos, pero lo que cabalmente trasciende es una implacable
lucha, y no precisamente de supervivencia del más apto.
En otra radio porteña escuché a los predicadores progresistas de la
actualidad (no los genuinamente progresistas) "teorizar" acerca de si: los
piqueteros representan a los excluídos o simbolizan a los excluídos.
Magnífica diferencia, de manera tal que se ahorran un razonamiento lógico,
racional, dialéctico, explicativo para dar curso a una metafísica
especulativa. Y recurrimos al idealismo tantas veces sea necesario, y
hacemos la pregunta filosófica de profundo significado: ¿los piqueteros son
la representación del símbolo o el símbolo en sí?. Si son el símbolo
pertenecen al orbe de lo inmutable, a lo verdaderamente real según el
platonismo. Y no es menor esto, porque luego los piqueteros pasan a
pertenecer al mundo inteligible, y preciosa curiosidad, serían las ideas
mismas dotadas de toda su realidad (inmutables, por lo que incapaces de
superar esa condición). Pero aún nos queda el otro de los mundos platónicos,
el mundo sensible, en el cual las cosas mutan, cambian, pero son
representación más o menos fiel a un símbolo trascendente, lo que tienen de
ser (en el sentido ontológico) lo tendrán en la medida en que copien o
imiten a las ideas (es decir, se sobreentiende la existencia de un
supra-ser, el verdadero y los piqueteros son una imitación de ese ser). Y
eso significan que son la representación de los excluídos, siquiera ya son
los excluídos. Y no existe diferencia con ser el símbolo, porque de nuevo,
el símbolo es lo inmutable, y lo otro no es más que la representación del
símbolo.
La diferencia entre estos dos mundos está en que el de las ideas trasciende
el mundo sensible; y más aún: "el hombre alcanza la realidad por medio de
las ideas, puesto que son ellas y no los elementos materiales las que
dominan el universo" (citando de memoria a Platón). Así, los voceros razonan
y dan a su razonamiento sentido de ecuanimidad, porque todo les es poco
tantas veces tengan que deshacerse de la dialéctica materialista. Y para
rematar hacen alusión a que esto está de acuerdo con cómo se ha desarrollado
el conocimiento científico: una búsqueda de una verdad que trasciende los
intereses humanos. Siguiendo al filósofo podemos argumentar que "el objeto
de la ciencia no puede ser lo sensible, siempre vacilante y cambiante, sino
lo uniforme y permanente" y la búsqueda de esa permanencia justifica la
existencia del conocimiento objetivo. Obviamente que estos cultos voceros,
al ceñirse intelectualmente a Platón, están pensando el mundo de hoy desde
la óptica de una de las personas más inteligentes del siglo IV antes de
Cristo. Como complemento, nos vienen a imponer una manera estática de ver el
desarrollo de la vida, reflejo condicionado de una metavida nutrida de gatos
inmutables, de moldes y modelos, de nociones trascendentes: dado que existe
la noción ideal de marginalidad y es una noción perfecta, inmutable y real,
sólo debemos aceptar que desde aquí abajo se reproduzca lo más ajustado
posible esa idea. Marx también ha denunciado las miserias de la filosofía,
pero ya no es cuestión de la filosofía en sí, sino de las miserias de los
sujetos que apropiándose del derecho a la palabra se ejercitan en el arte de
las lógicas incuestionables, y detentan el poder del discurso.
He escuchado también voces de chatos pensadores sociales, para quienes el
uso de la violencia (y uso de la violencia es cortar una calle, dado que se
obliga a otro hacer un recorrido que no desea de acuerdo a su libertad de
elección, y algunas otras mínimas consideraciones respecto de quienes se
manifiestan contra un sistema de opresión) queda inmediatamente invalidado
por cuanto es acción de aquellos que no tienen siquiera una idea que
comunicar. Nefastos, como si el hambre no fuese material, si fuese sólo una
cuestión de ideas. Lo que es peor es que estas personas exigen ideas,
precisamente, para negar la existencia de ideologías dominantes. Deben, pues
para estos nefastos, los marginados filosofar en torno a lo que es el
hambre, sacar una especie de Manual acerca de la Indigencia y la Pobreza; en
general, suele ocurrir lo contrario, aparece el Manual acerca de la
Indigencia y la Pobreza realizado por los propios autores.
Pero sigamos un poco más con la filosofía de estos progresistas de los
medios de comunicación: resulta que los piqueteros están divididos en dos:
los piqueteros malos y los piqueteros buenos (los piqueteros violentos y los
piqueteros no-violentos, etc.). Aquí, por añadidura, aparece la noción de
bivalencia Bien-Mal, no como opuestos filosóficos, sino como opuestos en el
conjunto de acciones que pretenden infundir una moral unificada de acuerdo a
las legislaciones que establecen qué es el deber y qué es el derecho sobre
una jurisprudencia de orden teológico en algunos casos, sobre una
jurisprudencia de orden burgués en otros.
Podemos citar un ejemplo del significado de las leyes, y es la sentencia
realizada por el obispo británico Watson en 1804: "las leyes son buenas
pero, desgraciadamente, están siendo burladas por las clases más bajas. Por
cierto, las clases más altas tampoco las tienen mucho en consideración, pero
esto no tendría mucha importancia si no fuese que las clases más altas
sirven de ejemplo para las más bajas". No necesita aclaración alguna. Poco
tiempo antes, en Gran Bretaña, se habían creado y construido los workhouses,
"prisiones" en las que eran alojados los que no tenían trabajo, y se los
separaba sexualmente para evitar la reproducción de los pobres. Foucault,
que nos ha mostrado tan bien esto, ha pasado a la hilera de los iconoclastas
muertos y enterrados, y el estudio de su obra, en el mayor de los casos, es
académicamente snob. Parece que ha cambiado poco, y es evidente, porque el
sistema raigal es el que promueve maquinalmente que se tengan invenciones de
tal naturaleza así se lo preserva a cualquier precio. Las reglas de Malthus
siguen con su vigor mítico e inamovibles, verdades sustentables del número y
los exponenciales que no tienen en cuenta ni la producción de bienes
innecesarios ni de la degradación de la vida del hombre por la propaganda
inútil.
Ahora están los piqueteros buenos, aquellos que se manifestarán por una
Navidad en paz, y los piqueteros "terroristas" (para ponerlo en el lenguaje
del máximo líder del Eje del Bien); piqueteros insurrectos que no se
conforman con una sidra y un pan dulce, que no son el punto de acumulación
de ningún puntero ni de ningún enteco líder político, ni de ninguno de los
funcionales al pseudo-progresismo dominante.
Volvamos una vez más a Platón, para quien la "Idea de las ideas" era la idea
de Bien, enseñándonos en la República que "a las cosas cognoscibles no sólo
les adviene por obra del Bien su cognosibilidad, sino además se le añaden,
por obra también de aquél, la realidad y el ser". Por supuesto que hago una
hermenéutica sesgada en torno del significado de Bien en la obra de Platón,
el sesgo es el mismo que el que realizan aquellos que quieren imponernos una
noción de Bien (de piqueteros buenos, y de piqueteros malos), una moral
trascendente.
Comenzar a hablar del "Bien/Mal" es hacer cumplir una lógica bivalente, como
única lógica plausible. "Bien" es sólo una óptica del mundo: la mía; mi
cultura que ha alcanzado un desarrollo superior y la que merece ser marco de
referencia para que los otros se sometan a los imperativos que de ella
dimanan. Está bien lo que yo digo, lo que yo pienso, lo que yo hago, y está
bien porque lo hace una mayoría; ahora que, esa mayoría haya perdido los
objetivos sociales de superación crítica, de progreso, eso... eso es otra
cosa. Salvando las distancias, los ejércitos de Bush emprenden la guerra en
nombre del Bien, al igual que las cruzadas se hicieron en nombre del Bien, o
todo el sistema educacional cristiano que ha operado en torno al Bien
(Cielo) o al Mal (Infierno). Es sin dudas, una lógica cuasi-teológica.
Hoy día está admitido como "bien" que se proteste contra los que protestan
contra la miseria espantosa, por cuanto esta protesta está "mal" por los
métodos que han elegido para hacer ver la miseria que padecen (los únicos
métodos que les deja el sistema). Los protestantes al Protestódromo,
batiendo palmas, y siempre esperando... postergando la espera para ser
escuchados. Porque el protestódromo está bien, y los que se escapen de él
serán los ilegales que transgreden todo orden moral imperante debido a una
justicia ejemplificadora que estará íntimamente ligada con una moralidad
ejemplificadora.
Otra cuestión de la visibilidad de la protesta es esa: la visibilidad.
Antes, los que decidían protestar desde su lugar, desde su ámbito, eran
desatendidos en forma proporcional a las palizas que soportaban de manos del
poder (llámense policías, llámense gendarmes, llámense como se llamen los
ejecutores de la represión). Ahora, en cambio, las cosas son visibles, están
en el ojo de una cámara, en la lente de un fotógrafo, y esa diferencia puede
marcarse a modo de ejemplo entre Teresa Rodríguez y Maxi y Darío. Lo
visible, que muestra lo inescrupuloso de los asesinos arraigados en el
poder, digitando el gatillazo.
En todos los órdenes, lo que se intenta transmitir es una pasividad
domesticante, y la conducción en manadas que realizan ciertos líderes
políticos que invalidan el poder del sujeto y el conjunto de relaciones que
lo constituye como tal (la colectivización de las consciencias por la
chatura con la que el presente es transmitido como una narración lineal). Se
realiza un vaciamiento colectivo del sentido crítico de la realidad. Se
comienza a mirar lo que está bien o lo que está mal, en vez de pensarse en
lo que es políticamente correcto en cuanto a las condiciones de sujeción a
las que se encuentran sometidos los sujetos (sean minorías o mayorías). Las
políticas ya están fuera de las demarcaciones ideológicas, dado que también
dicen que han muerto las ideologías. Que el orbe es liberal, occidental,
democrático y cristiano. Todo lo que no se ajuste a ello debe fenecer, por
supervivencia del más apto, o si sobreviviese siendo excepción a la regla
denominarlo "terrorista antidemocrático" y fusilarlo en el paredón de la
infamia.
Los abyectos tienen el tupé de enunciar que los piqueteros son unas
"minorías disconformes y su disconformidad radica en que no se cumple con lo
que ellos están exigiendo por medio de la fuerza y la violencia". Esas
minorías disconformes desean, en primer lugar, comer, después tener trabajo
digno, casa, sistema de salud, educación... Pero, en el cabal ejercicio de
estas pseudo-democracias, son capaces de armar un plebiscito con toda la
pompa publicitaria para votar por el "Sí" o por el "No" en cuanto al
cumplimiento de los "deseos" de unas "minorías disconformes". Y hacer
cumplir el plebiscito, porque es la elección de una mayoría... "porque con
la democracia se vive, se come, se educa".
Como en el ejemplo ridículo último del párrafo anterior la realidad se mofa
de nosotros, una decisión de un diecinueve por ciento se convierte en la
elección de las masas, de las mayorías, y debe justificarse todo enunciando
la representatividad del que es elegido. Representatividad de qué franja.
Quizás sólo haya habido un triunfo, y fue contra Menem, pero no mucho más.
Pocos son los que se toman sus minutos de aire, o sus renglones de tira para
analizar concretamente cuál es el estado de situación, en torno a las causas
desencadenantes de la realidad actual. Lo que es peor, pocos de los que
gritan protestando de los protestantes encapuchados, con palos, que coartan
la libre circulación del individuo, son los que proponen alternativas
sustentables para esta serie de postergados. Eduardo Aliverti nos advierte
que "en los suburbios del hambre, en cambio, no puede haber más calma que la
tensión. Pero ya se sabe que la agenda y las reacciones mediáticas son
fijadas por el humor de las franjas medias. Y ese humor dictamina hoy que la
pobre gente que hasta ayer no podía aguantar más haya vuelto a ser un
conjunto de vagos de mierda que no quiere trabajar". Sobre todo porque
existe empleo: si esos desocupados trabajaran -como me ha contestado un
empleado de una compañía de la construcción- como lo hacen los "bolitas" y
los "paraguas" (y estoy descubriendo de que no son pocos los argentinos que
tienen tal carga de xenofobia racial) a $ 1,5 la hora, durante 10 horas
diarias todos los días de la samana y los sábados, ganarían más de 300
pesos, o sea dos planes trabajar. Y seguida la explicación: "lo que pasa es
que el argentino es un tipo muy jodido, enseguida te mete el gremio de por
medio, las cargas sociales y todo eso que se inventó en el gobierno de
Perón". El que calla otorga, y más que otorgar se posterga, se automargina.
Así la silenciosa clase media, la masa muda, la que se ha desvelado por el
contestador radial guadañador y direccionador de opiniones (porque los
medios de comunicación hacen la política de que lo que vale es la "opinión"
del oyente, el pensamiento, la ideología, eso es harina de otro costal; de
todas maneras son demócratas escuchando y respetando "opiniones", si alguien
opina que hay que asesinar a los piqueteros hay que respetar esa "opinión"
diferente porque de lo contrario viviremos en una sociedad de intolerantes
¡esa es la canallesca política que impulsan estos deformadores de opinión!);
continuando, la clase media ha callado ante el avasallamiento de cada uno de
los derechos a los trabajadores -muchos de clase media-, y, además, los
sectores de poder se han aprovechado de la desligitimidad que algunos
gremios poseen en cuanto a las figuras que refulgen como sus rectores para
así, combinando el silencio y la complacencia, derrochar sus criterios
neoliberales a la hora de imponer las leyes que sustentan nuestros "códigos
jurídicos". Ahora resulta, por ejemplo, que todo es un problema de cambios
de nombre en la corte. Si fuera tan simple. Hay un abismo entre esto y la
raíz propia del problema, y quizás sea una cuestión de vértigo.
Por otro lado la falta de trabajo es el desgano de los que prefieren el
piquete, según puede escucharse por estas radios. Canallas, la enunciación
de generación de trabajo que he escuchado: una emprendedora mujer
"desocupada" que inauguró una cadena de casa de comidas artesanales diet. Y
la benemérita señora les sugiere a los piqueteros "ingenio", "imaginación",
mientras es reporteada como una "luchadora que decidió quedarse y afrontar
la situación" habiendo podido exiliarse económicamente si lo hubiera
emprendido dado su ascendencia italiana. Es como pedirle a la morera uvas, y
no porque los miembros del conjunto de piqueteros carezcan de dotes para el
genio, sino porque con la imaginación sola no se va a ninguna parte, o la
señora piensa que no ha materializado su cadena de casa de comidas, a lo que
me atrevo a sugerirle pués tenga cuidado, quizás sea como el personaje de
Las Ruinas Circulares.
Todo se traduce a pseudo-explicaciones, la del "piola que no quiere
laburar", la de "todos los que han metido la mano en la lata", "y... los
argentinos somos así", "allá en Estados Unidos o trabajás o te rajan, nada
de andar protestando", "hacer política es prestarse al juego de la
corrupción", "todos los políticos son chorros", "por culpa de los corruptos
que nos han gobernado". Algunos políticos deberían estar presos, a eso lo ve
cualquier ciego, pero junto a él tantos gerentes desconocidos de conocidas
empresas, tantos informadores, tantos conductores radiales y/o televisivos,
tantos bandoleros que propician un sistema de opresión, de mutilación de la
existencia, de encadenamiento a las férreas dictaduras del mercado. Todos
ellos, responsables de la muerte de tantos millones de personas -porque no
sólo en Argentina se padece miseria-. Lo que pasa es que muchos traducen
esto a la esfera de las pseudo-explicaciones, no causales, sino promovidas
por aquellos que nos quieren hacer creer que no somos aptos para patrocinar
y dirigir lo que es nuestro, en especial nuestro futuro, dado que la
experticia de los gerentes internacionales es mayor. Su experticia es cargar
tantos muertos sobre sus espaldas como billetes depositan en las
transfinancieras sin inmutarse; desde sus sillones limpios y pulcros,
atienden celulares mediante los que propagan su ética de trajeados señores,
bien afeitados, pacíficos y apolíticos, sujetos a la imagen, expeliendo
perfume por el televisor en el que se miran y al que depositan su confianza
publicitaria, mientras que en la computadora registran los movimientos
bursátiles en el mundo instante a instante. Ese es el mundo de los
moralistas posmodernos, que pagan la publicidad de los locutores que
defenestran a los piqueteros, que auspician al noticiero diario, que compran
las hojas de los periódicos para imprimirles sus marcas registradas. Toda
esta canalla es el engranaje que mueve al sistema. Toda esta vacuidad,
sustentada por la impostura y el éxito como tara de todas las cosas, es la
que debe ser acribillada un día: el día en que los pueblos tomen consciencia
de que pueden ser libres, y construir el futuro en la medida de la
posibilidad de todos los hombres, y no de "los más aptos".
Está bien, y defenderé esta postura de elección como tal y sin ningún
argumento de la sacra lógica, está bien -digo- de que los marginales decidan
morir como marginales luchando contra esa marginalidad a vivir explotados y
esclavos de un sistema que les desintegra sus pulmones, que les quema sus
manos, que los deja estampillarse contra el piso desde esas alturas no
sujetadas a las reglas mínimas de la precaución, que los calcina en el fuego
del crematorio capitalista. Y si vienen a combatir la miseria de ciertos
sectores, batallando, apaleando esas miserias, mal que les pese a los
Fukuyama Fans Club, se demuestra que la lucha de clases sigue motorizando la
historia, y que nada ha concluido ni triunfado.
Aliverti jaquea a los moralistas, y pone en el mismo plano de discusión lo
que merece discutirse en el mismo plano. Es decir, "si los poderosos pueden
cortar el acceso a un plato de comida o a una vivienda digna, ¿cuál es la
autoridad moral para impedirles a los desposeídos que corten el tránsito?".
Encuentro que en la manifestación en contra de los piqueteros hay cierta
cuestión de consciencia, de consciencia media y mediocre. Los piqueteros
vendrían a ser una especie de representación en torno de una moralidad
consciente, vienen a decir que ciertos incondicionales apoyos de las clases
medias y medias altas a los sectores del poder son parte de las causas de su
relegación y vida humillante y humillada. Precisamente vienen a humillar los
tranquilos arrabales de esas consciencias; las que alguna vez se
reconocieron con la de los piqueteros cuando las turbias aguas de la marea
primereron las puertas de esas casas arrabaleras.
Si en estos últimos años se han ido cediendo indignamente, ante los
cambalaches del poder, los derechos esenciales bajo el dogma del derrame, ha
sido a través de la inconsciencia de que el dogma no derrama derechos: es un
agujero negro de los derechos. El dogma es, ante todo, la justificación más
contundente de la esclavitud humana, de la desvalorización de la vida frente
a las cotizaciones de la bolsa. A los argentinos no nos han faltado ni
sacerdotes ni sacerdotisas profetizantes de las sagradas virtudes del dogma
liberal. Ahora que el templo está semivacío es tiempo de ocuparlo, de
cambiar de religión. Pero la franja mayoritaria que debe acompañar el
proceso sigue manteniéndose cuan pacífico cordero -espera, quizás ser
degollada para entender-, sujeta a la obediencia y ofreciéndole culto aún a
los sacerdotes de turno. Timorata de la historia, del pulso y del cambio en
la historia propia, y esa cobardía se traduce en la entrega, siempre la
entrega: la entrega de los revolucionarios para ser "procesados" por los
militares de la dictadura, la entrega del país a través de las
privatizaciones, la entrega del poder dimanado por acervo popular en la
rebelión de diciembre al azar de las urnas y de los oportunistas. Nuevamente
Aliverti, quien nos dice que "no hay por qué sorprenderse. En una sociedad
que apoyó a sus militares asesinos y que fue capaz de reelegir a la rata, es
coherente que haya tanto miserable dispuesto a creer que el problema no es
la miseria sino el alboroto".
Así estamos viviendo esta época de los progresistas "tercera vía", cuya
lamentable representación es el funesto T. Blair. Un huracanado progreso del
que deberemos cuidar que, cuya ventisca, no se esté llevando lo poco que
queda sin arrasar.
"Progreso" es un concepto tan bastardeado como tantos otros, y no menos
confundido con las rutilantes candilejas de la modernidad, o con los
desmedidos y derramadores logros del desarrollo. La idea de progreso exige
una interpretación crítica del presente en torno a la inconformidad que nos
genera (y por lo tanto perfectible), en relación al desarrollo histórico y a
la confianza en la potencialidad del sujeto para dirigir los cambios.
Valorar impone la necesidad de resolver una cuestión esencial: desde dónde
se realiza la crítica y desde dónde se _evalúa lo que existe como presente y
lo que devendrá en futuro.
El pensador cubano J. Acanda indica que lo peor que sucede es que hoy en día
nos enfrentamos desde los apotegmas de un sistema de representaciones que se
presenta a sí mismo como «cultura postmoderna», que estigmatiza temas tales
como totalidad, revolución, sujeto, historia. "Y con ello [se limitan] las
aspiraciones tradicionales del pensamiento de lograr una visión de la
realidad que, por sistematizadora, nos permitiera darle un sentido a los
procesos sociales y a las actividades de los hombres. Que permitiera
comprender, aprehender, en suma, la realidad".
Cabe aclarar que el progreso debe ser entendido sin disociar las dos
dimensiones interrelacionadas dialécticamente en su concepción: la relación
de los hombres con la naturaleza (dimensión técnica, resumidamente en el
sentido de poder controlar ciertos fenómenos naturales, y reproducirlos de
manera controlada) y las relaciones de los hombres entre sí (dimensión
social, resumidamente como proceso de regulación de la convivencia).
El desarrollo (y no progreso, dado que entendemos que progreso significa
cambio, en sentido positivo, en calidad de mejoramiento de las condiciones
de vida de los sujetos) de las ciencias y de las técnicas fueron fijando
como metas tipos de conocimientos y de dominio de la naturaleza, y esa
fijación esta valorizada ideológicamente desde una perspectiva: la visión
instrumental del "progreso". Progreso es contar con cien clases distintas de
bisturí para que el médico pueda comprar aquel que le resulte más simpático
frente a la propaganda (o más acorde a sus posibilidades económicas) y no
que las "empresas" fabriquen bisturíes para que todos los hospitales del
mundo tengan accesos a ellos (como este ejemplo, tantos otros como
imaginación se tenga). Lamentablemente la estrecha visión de que todo
desarrollo científico-técnico traerá aparejado un desarrollo social es una
cosmovisión ideológica con bastante difusión. No es tal, en la medida de que
los beneficios de esos desarrollos están sólo al alcance de unas minorías
-mediante el dinero en papel o en su última forma: el plástico de crédito-.
Y no es tal, en cuanto se pone al sistema científico-tecnológico al servicio
de los intereses ideológicos del desarrollismo liberal. A la vez, no puede
esperarse una tecno-ética, o una moral científica, como abogan muchos
reduccionistas. El reduccionismo tiende o objetivizar, tal el grado de
desarrollo de la ciencia que trata con entes materiales objetivos, y el
sujeto deja de ser ya importante, para pasar a ser colección de individuos
bajo estudio sistematizado en torno a problemáticas de índole individual de
consciencia y pensamiento inválido frente a leyes demarcadas por la
experiencia de los países más desarrollados (porque son los que han
alcanzado un mayor "progreso" científico-técnico).
En este sentido, Acanda remarca que "Horkheimer indicó que sólo es posible
la confusión de identificar el avance técnico-económico con el progreso
cuando se asumen las posiciones de la razón instrumental". Es decir, la
representación de la realidad a través de imágenes cosificadas, y que
deforma el carácter de las relaciones sociales al metaforsearlas con
relaciones entre las cosas.
Siguiendo con el pensamiento de Acanda, él nos dice que el predominio de la
razón instrumental y del pensamiento reificador está íntimamente vinculado
con la preservación de la dominación de unos hombres sobre otros,
orgánicamente vinculada al aumento del dominio sobre la naturaleza. En estos
tiempos, se necesita un dominio fuerte sobre la naturaleza para mantener el
dominio sobre los hombres (es lo que los eruditos denominan "era del
conocimiento"). Identificando el avance científico-tecnológico
insistentemente con la producción incesante de nuevos instrumentos
cosificados de dominación, se promueve de manera directa la mercantilización
de todas las relaciones sociales, y así la universalización del
sujeto-mercancía.
La idea de progreso es demasiado importante como para que sea vitupereada
por cualquier cagatula adulador de un sistema que está dándose retoques de
cosmética o cirujiándose para presentarse distinto, manteniendo intactos y
sin retocar la médula y el cerebro. La aceptación de la importancia
arraigada en conceptos tales como "progreso" tiene que ver con algo tan
significativo como el reconocimiento del carácter agencial del hombre, de su
papel como sujeto. Nos impone el desafío de entender la existencia en lucha
de varias racionalidades, de signo contrario, apostando por la posibilidad
de promover, con nuestra actividad, el predominio de una racionalidad
liberadora.
Tenemos ante nosotros al menos un desafío a resolver: replantearnos a través
de un pensamiento no instrumental el carácter dialéctico de la historia, y
por lo tanto la capacidad de convertirnos en sujetos históricos, en
artífices, albañiles y arquitectos de nuestro futuro como sujetos libres
dentro del dominio de pueblos libres.
El carácter progresista de un pensamiento ha de medirse por el modo en que
realiza su labor de análisis crítico y totalizador, tanto por el modo en que
piensa la realidad, la relación de ésta con los sujetos (la forma en la que
los sujetos procesan y modifican las realidades circundantes), y los
análisis explícitos y críticos en torno a los mecanismos de sujeción
prevalecientes en la conformación del ethos social. Esto tanto como la
finalidad de la reflexión.
Las relaciones entre el saber y el poder nunca deben ser desetimadas dentro
de los marcos de análisis crítico en lo social, en particular cómo el poder
condiciona al saber y al pensar. Acanda nos sugiere que "el propósito no
puede ser la utopía de sacudirse ese condicionamiento, sino el de
reflexionar sobre la legitimidad de ese poder específico en cuestión. Si ese
poder condiciona o no, posibilita o no, una apropiación humana de la
realidad".
A lo largo del escrito, no se han intentado dar respuestas, sino hacer
preguntas, realizar confrontaciones, usar la ironía, reafirmar conceptos
desde la perspectiva ideológica que es manantial de esos conceptos ora
apropiados y desvirtuados por los lenguaraces de turno. Pero seguidamente
contestaremos a los falsos progresistas, a través de la inteligencia del
pensador cubano ya citado.
¿Cómo evaluar ese modo de apropiación de la realidad que es causa y
consecuencia del poder existente? La piedra de toque del carácter
progresista de un pensamiento está en el modo en que piensa al poder y su
relación con este. El pensamiento progresista ha de ser descosificador. Ha
de develar la peculiar dimensión cultural de la hegemonía del poder
contemporáneo. Desde hace dos siglos, y en forma creciente, nos enfrentamos
a los desafíos emanados de la capacidad de metamórfosis del poder. Mas allá
de sus formas empíricas de presentarse, su esencia sigue inalterable.
Esto contesta y replantea la función de los funcionales progresistas ahora
de turno. Cuántos de los que enarbolan las banderas del progresismo son
quienes reflexionan críticamente en sus espacios de prensa para denunciar la
malaria aciaga que soslaya la vida de los hombres como causa de un sistema
de cosificación de las relaciones sociales. Cuántos de estos "pensadores
progres" «pos Muro de Berlín» son los que "descubren" que el Imperio (y el
imperialismo) es consecuencia de la capitalización totalizadora, de un mundo
de control a través del flujo de dinero. Cuántos de estos progresistas nos
muestran cómo la economía capitalista organiza la necesidad, la escasez, la
carencia. Cuántos son los que nos indican que el objeto depende de un
sistema de producción que es ajeno y exterior al deseo y a la necesidad de
los sujetos, que el campo social está hoy día atravesado por la grosera
manipulación del deseo, lo que genera un estado de tensión social permanente
(deseo de aquello que no se posee ante un sistema de desigualdad, de
ilegitimidad de los derechos esenciales).
Seguramente que, si denunciaran la
imperiosa necesidad que tienen las empresas en producir al sujeto para el
objeto vendible, estarían traicionando a la serie de auspiciantes que
sustentan su tiempo. Por ello, quizás, es más sencillo denunciar con
presunción crítica a los que "obstaculizan" la circulación de mercancías, a
los que "obstaculizan" el tránsito, a los que reclaman por aquellas
cuestiones que escapan a la medida de la publicidad (porque los ruínes
grupos de producción hacen publicidad sobre la base de la miseria mostrando
su acción de caridad, sus "donaciones" no son otra cosa que la necesidad del
acto publicitario que se dignifica asimismo a través de la indignidad; la
carencia no se soluciona con intenciones caritativas que sólo hacen
prevalecer la diferencia, transforman en usable lo inusable, en comestible
lo incomible, en limpio lo sucio).
El progresismo de estos ecuánimes informadores -periodistas objetivos e
independientes- no es un viraje ideológico, sino el fortalecimiento de una
ideología dominante, en un sistema de humillación al sujeto, de
mercantilización de la vida, y de tarifarización de las relaciones sociales.
En esencia, un pensamiento progresista ha de ser contrahegemónico -en esto
se hace referencia, no a los que siempre están "en contra de..." "a pesar
de...", sino quienes están en contra de las hegemonías vertidas por un
sistema de control del sujeto tal como el capitalista-; ese pensamiento
contrahegemónico es forjado por las resistencias (y sus especificidades) a
las formas de sujeción imperantes, a la vez que tiene que ser el vehículo de
expresión de una alternativa válida y viable, superadora, para un mundo "en
el que el cambio no es una opción sino una exigencia".
El progresismo de hoy día es tal que mutila las formas de resistencia, a
través de la prensa desinformante, desde el cautiverio ideológico al que han
sido sometidos los individuos despojados de subjetividad. Transforman en
delincuente al que se rebela contra la "delincuencia legislada", al que
rechaza la plusvalía, transforman en delincuente al que rompe la chatura
política del presente, al que muestra su capacidad para quebrantar los
eslabones de las cadenas que ataron sus muñecas, al que confía en su
potencialidad transformadora de este presente opresivo en futuro de
liberación (su conformación y confirmación de sujeto histórico). Así tanto
discurso en contra de los piqueteros; no ocuerre lo mismo con un fenómeno
esencialmente surgido de la falta de trabajo: el de las fábricas tomadas,
pero no es que no esté en los planes de los "informantes", simplemente
ignorarlo ya es escamotear el desarrollo de una realidad que no está
supeditada a los cánones prefijados por la delincuencia mediática ni de la
fraudulenta lógica mercantil (si las fábricas tomadas pagaran su espacio
publicitario, si auspiciaran a algún crápula instalado en los medios de
comunicación masivos tendrían su "lugar ganado"). Ignorarlo es asfixiarlo,
después cuando sea necesario esos obreros se transformarán en los
delincuentes que robaron a "nobles" señores las propiedades y destrozaron el
capital resguardado bajo tan buenas leyes (las mismas que permiten la
indigencia, la desocupación y la marginalidad, pero que vuelven imposible la
propiedad colectiva ya que va en desmedro de la propiedad privada, que, a
decir de R. Dalton, más que "propiedad privada es propiedad privadora"). El
ahora exige eliminar a los grupos radicalizados más visibles (los más
marginados), luego erradicarán a los otros que se "apropiaron" de lo que
cabalmente les pertence; pareciera ser que es exigible eliminar a los que
padecen duramente la miseria, y que a su vez son los que muestran que es
posible otra forma de ser y de hacer.
El "progresismo" que inunda los medios no tiene otra misión que la de
convalidar un sistema político, para ello la oxigenación necesaria hasta que
sea suficiente. Debemos aprender, no únicamente fortaleciéndonos en nuestras
posturas ideológico-políticas, sino también estudiando de manera sistémica
(y sistemática) la diversidad de posibilidades que involucra el desarrollo
político estratégico de nuestros adversarios (obviamente nada nuevo, pero
que ejercen tanto mejor ellos que lo que lo hacemos nosotros). Debemos
ponerlos siempre en una posición tal que comiencen a desenmarañar la madeja,
que se haga visible el actuar, que los dichos y los hechos no estén
disociados, sino que al discurso debe prefigurarlo la prática, de manera que
ésta lo define y redefine en su enlace dialéctico. Debe hacerse explícito
cuáles son las diferenciaciones categoriales entre los denominados
"piqueteros buenos (blandos, pacíficos, etc.)" y los "piqueteros malos
(duros, violentos, etc.)", en el estricto sentido de qué y cuáles relaciones
de poder desarrollan, a la vez que ese desarrollo está ligado con el devenir
de otros estratos de poder no dimanados del sector de excluídos sociales por
lo que también deben verse las conexiones entre la diversidad de poderes.
Mostrar y demostrar esto es una tarea exigible para desnudar las miserias de
los miserables que hacen "su" política a través del aprovechamiento de la
miseria.
Siempre con el debido cuidado de que estos estudios no sean un
atisbo más del macartismo, sino ver el por qué del desarrollo
clasificatorio, y a qué poderes responden esas clasificaciones de un alcance
mayor al de las prácticas políticas propias. Debe verse y analizarse cómo el
poder se las ingenia permanentemente para realizar la división del pueblo,
valiéndose de los "líderes" de masas que se ungen con cualquier crema
política a instancias de su "mediatización" y "publicidad". Debe aprenderse
que el pueblo es una unidad de acción indisoluble para realizar el cambio
que exige este presente de lucha, por lo que tendrá que prescindir de tantos
traidores a su causa como de canallas trepadores que usan su espalda en
forma de trampolín para el salto a la pileta de sus asuntos. Y sobre todo
deberá aprehenderse la realidad tal se presenta, en su engorro de
posibilidades, en la multiplicidad contradictoria de sus formas.
Los progresistas de la información, los que han surgido y/o resurgido
después del 25 de Mayo, tienen la tarea de hacer visiblemente poderoso un
discurso que siquiera es reformista, pero coquetean con cierto y dudoso
pasado de conversos que muestran simpatías pseudo-nostálgicas de la
revolución abortada, juegan a una especie de duda metódica que puede
enunciarse simplemente como "es o se hace" (también, pero en otra dirección,
se preguntaban lo mismo con De La Rúa) y esa duda debe responderse frente a
los hechos. Estos progresistas de medios se dedican a denostar a los grupos
que no sirven para conservar el orden pre-establecido, los grupos que hacen
necesaria la utilización de la fuerza (por lo que son los grupos más
enfrentados a la realidad concreta de este progresismo de utilería) y por lo
tanto deben desaparecer: para ello se usan todos los argumentos que sean
posibles y necesarios -ya que nada es suficiente-; no será ya a la violencia
del gobierno a la que deban enfrentarse los piqueteros, sino la tronitrante
violencia verborrágica desencadenada a través de los medios de comunicación,
y avalada por la grasitud cerebral de aquellos que se dejan conducir por el
locutor-animador.
El progresismo gubernamental descanza muy tranquilo, haciendo cada tanto la
plancha, en la pileta de los comunicadores masivos (de la empresa de la
comunicación masiva). Son estos últimos, quienes a resguardo de los
intereses propios más importantes, dan la derecha, se sacan el sombrero y se
dedican a hacer de guarda espaldas del poder gobernante.
Esta es la otra tarea, la de mirar cómo una sociedad denominada "sociedad de
la información" se reproduce; porque desde Marx se sabe que toda sociedad no
subsitirá si no es capaz de reproducir las condiciones de producción que le
dan sustento (la condición final de la producción es la reproducción de las
condiciones de producción). No solamente debe existir la contrainformación,
sino que esta contrahegemonía debe estar colocada en la matriz de otras
formas de producción y de reproducción. Por lo que hay que atacar allí, en
el corazón mismo del sistema.
No existe unanimidad en los análisis respecto de si se debe librar una lucha
en contra del sistema como un todo y sin reconocer especificidades, o si
cada sector (desde las especificidades de sujeción a la que son sometidos y
mediante las que se los convierte en sujetos oprimidos) deben emprender una
lucha sin cuartel y coordinada con otros sectores en lucha; lo concreto -por
la experiencia histórica- es que la resistencia es el primer paso de la
lucha, y los logros se dan en la hermandad de la lucha. Debemos reconocer
cabalmente quiénes son nuestros compañeros y hermanos en esta lucha, para no
lamentar ni delaciones ni traiciones. Debemos reconocer quién es el
verdadero progresista, quiénes son los medios de información y la relación
con la diversidad de las fuerzas que ponen pie de resistencia frente a las
pretensiones voraces de un sitema, y así sabremos reconocerenos nosotros y
reconocer al enemigo.
Fuente: La Fogata