Los progresistas y Los piqueteros

Leandro Andrini

Una sociedad no puede perpetuarse a sí misma desde el nihilismo generalizado, desde la desesperación permanente, desde la negación propia del deseo de lo que debe ser. A eso lo entendieron los políticos que ascendieron el 25 de mayo, y sobre ejes esperanzadores diagramaron un discurso encubridor de las prácticas políticas de la dirigencia que ha transitado estos veinte años de "democracia". Hemos visto que los primeros, como Scioli, que se mostraron sinceros -carentes de toda cintura política- fueron silenciados. La agobiante sinceridad de López Murphy, de Cavallo y del inoperante conservador De La Rúa mostró ser insostenible a nivel popular si no se cuenta con otros apoyos, como, en parte, los tenía el más desfachatado de los sinceros: Menem.

Entrever la correlación lógica entre las prácticas políticas y las relaciones discursivas no constituye parte del análisis crítico cotidiano. De aquí que sólo prevalezca el discurso al acto, lo dicho a lo hecho, sobre todo cuando lo dicho es comunicado mediante los medios de amplificación -cuando no de tergiversación- masiva.
Sin entrar en detalles de procesos, mecanismos y procedimientos utilizados para alcanzar los fines propuestos, son, en definitiva, los medios de comunicación masivos los encargados de transmitir criterios de subjetividad transformadora, luego, en opinión pública "concreta y objetiva". Todo esto unido al más vulgar de los empirismos: existe lo que puede mostrarse en imágenes ¡en crudas imágenes! o en el más expeditivo de los actos de espionaje: la cámara oculta. Claro que todo ello sujeto a una entorchada metafísica: la de la justificación banal de conceptos tales como "democracia", "paz", "libertad", "violencia", "igualdad", entre tantos otros preñados de subjetivismo filosófico, todo a la medida de la enunciación de Althusser: "las ideologías no son sino filosofías prácticas". La radio y la prensa escrita han quedado relegadas a un segundo plano ante el fenómeno de la televisión, pero de todas maneras no han perdido su finalidad corporativa en cuanto a la manipulación discrecional de la realidad. Así tanto pensador "neutral", tanto "libre pensador neutral" viene a indicarnos de qué manera tenemos que ver y sentir el pulso del mundo.

Siguiendo una trama foucaultiana, se vuelve ineludible analizar aquellos discursos de verdad que se transforman luego en discursos de poder -una vez que establecen la Verdad como un conjunto de conceptos de los que no se pude dudar críticamente-. El denominado "efecto K" es parte de la construcción de ese discurso de verdad, un ejemplo de ello es que a un simple remolino se lo categorizó como "huracán", entonces, desde lo discursivo, se impone sobre la consciencia colectiva una noción de fuerza mayor a la real, una noción de dinamismo superior a la propia pero imprescindible para ejercer el poder y sostenerse en él.

Se construyó al político necesario del y para el recambio pero moviéndose dentro del paradigma imperante, de manera que se muestre aceptable frente a la clase que dirige los vaivenes políticos de la Argentina a partir de su ignorancia política y de sus egoístas intereses: la sacrosanta y libre clase media.

Cualquier desviación infinitesimal cuasiestática que realiza este gobierno es vista y analizada como el más radical de los cambios, la más abrupta de las rupturas respectos de los gobiernos anteriores, y se lo presenta al hecho en abierta confrontación con "el sistema". Ello por varios motivos, entre algunos se encuentra el de la necesidad de despegarse de las imágenes de los políticos antecesores, el de manifestarse abiertamente distintos y "escuchadores" de la disconformidad social -imponiendo claro está bajo qué condiciones el Doctor K recibirá a los disconformes-, y el de autopresentarse como contrarios al descarnado liberalismo que sumió en la miseria a este país (¿será el de este gobierno un encarnado liberalismo?).

Nada queda de aquellas declamaciones en conjunto, en las que las cacerolas sonaban redoblantes al paso de los otros excluidos; porque ahora ellos ya están descorralonados, pero los desocupados de ayer, hoy siguen siendo los mismos muertos de hambre de hace unos diez años, y son los que vienen a perturbar la paz diaria, y a cortar la rutina simple de los días medios y mediocres de muchos de nosotros. El "que se vayan todos... que no quede ni uno solo" ahora es vuelto en contra, y el discurso del poder se ha instalado de tal manera que el "todos" de fines del 2001 pasó a hacer referencia a los principales actores de las movilizaciones en contra de los gobiernos de Menem y De La Rúa: los piqueteros. Ahora son los piqueteros los que tienen que irse, los que molestan.

Como un Fénix pernicioso han reciclado sus cuerpos, han vuelto austeras sus apariciones y no podía ser de otra manera en un país paupérrimo. Ahora estamos viendo la cara de los maquillados de progresistas. No puede haber analogía tan patética: es como las caras de esas mujeres que en el ajetreo de la noche pierden las pestañas postizas y el rímel se desparrama como una lágrima negra, el sudor les corre la crema alisante, y el uso de la boca hace que el lápiz labial se expanda más allá de sus límites. Pero a diferencia de los maquillados progresistas, a estas mujeres se las puede entender y defender, ya sea desde su necesidad, ya sea desde su placer.

Este es el estado de situación, y como dice el líder del grupo Las Manos de Filippi "queremos dejar claro que este gobierno quiere terminar con los piqueteros, las asambleas barriales y las fábricas tomadas. Están esperando que la clase media diga «vayan por ellos, mátenlos a todos» y no queremos permitirlo".

No es casual que en los medios de comunicación se instale el famoso "debate", donde la chatura es tan grande que cualquier vecino buen intencionado ejerce lo que da en llamarse el "derecho de hacerse escuchar" de una manera "pacífica, no violenta" llamando a un contestador atestado en cuanto a la gradación de imbecilidades o escribiendo un correo electrónico para traducir su humilde opinión (cuando no humillante).

Mañanas atrás, dos conductores de una radio porteña emitían su voz acerca de esos piqueteros que van con sus hijos a los piquetes y no los envían a la escuela, aunque sea la pobre escuelita de la villa, para rematar diciendo que para eso es la instrucción pública, concepto mucho más importante que el de educación pública, según la decrepitud demócrata de estos intelectuales libres. Discurso "progresista" si los hay. Por el derecho a la educación de los niños, aunque en su enjuta demarcación, estos hipócritas establecen como igualdad en la educación la existencia de una educación de primera, una de segunda y una educación niveladora impartida en las pobres escuelitas de las villas. Además, como si fuera poco, tienen que ir a instruirse, sentencia usada para suavizar la noción de domesticar: estos hijos de descarriados sociales deben ser instruidos, domesticados, de acuerdo a los preceptos de nuestras leyes, en las escuelas donde nosotros decimos y decidimos qué debe enseñárseles. ¿Para qué? Quizás, los actuales progresistas pretendan que se les haga aprender que "cortar calles es un delito federal". Porque todo parece ser condenable, excepto lo verdaderamente condenable: la vida miserable a la que son sometidos los hombres dentro de este sistema capitalista. Azorado me pregunto por todos aquellos que han dedicado un tiempo a pensar estas problemáticas, y recuerdo sólo algunos, y se me vienen a mis ojos las páginas de Jauretche y la colonización pedagógica, las obras de Freire y las pedagogías de opresión y de oprimidos, allende del mar las meditaciones de Foucault acerca de la conformidad y pasividad política a la cual inducen los mecanismos de reproducción del status quo imperante mediante los mecanismos de enseñanza, o las ideas de sujetos, sociedad y educación del ahora denostado Pierre Bourdieu, o la explicación de ¿por qué el aparato escolar es realmente el aparato ideológico de Estado dominante en las formaciones sociales capitalistas?, vertida por el "maniático y loco" de Althusser. Qué es de estos autores sepultados por el mito de la posmodernidad, por la orgía de fallecimientos (del sujeto, de la modernidad, de las organizaciones, de las utopías, y cómo si fuera poco también de ¡la historia!), cuyos mayores predicadores son los estrategas de la fragmentación en todos los sentidos y direcciones. Pero esta postura cuasi intelectual (supongo que Marx la hubiese condenado como miseria de los intelectuales), de rescatar a aquellos que signaron las formas de ser y hacer, es lo de menos, cuando la muerte real del sujeto (del de carne y hueso) vicia la realidad. Muerte debida, no a los designios del azar y la necesidad natural, sino a las desidias de las causalidades culturales de un sistema en el que las relaciones sociales son cosificadas a la más vil de las objetivizaciones de mercado.

Las relaciones intersubjetivas se convierten en relaciones objetivas, y así los sujetos se transforman en objetos. Podemos argüir una definición, y decir que: "Piqueteros" es el conjunto de sujetos reunidos manifestándose en contra de asimetrías específicas (objetivas, concretas, reales, etc.) de sujeción (dominación, postergación, marginalidad, etc.) las que no han elegido y de las que quieren salir (superar, abolir, acabar, etc.), dentro de una coyuntura histórica dada. Pero para los intelectuales del establishment (los ahora "progresistas") esto está lejos de ser progresista. Los piqueteros son sólo aquellos que deciden no acatar las normas morales y éticas de la convivencia social coartando las libertades del individuo, son desocupados haciendo declamación exacerbada de la miseria, y pidiendo por lo que no merecen. Y como si este batallón de blasfemias fuera poco, adoptan la postura solidaria con los trabajadores ¡los verdaderos trabajadores! (porque los brillantes pensadores de esta «posmodernidad» enuncian la existencia de contradicción, en la semántica, cuando los piqueteros se reconocen y se describen como trabajadores-desocupados), porque los piqueteros lo único que hacen es molestar a quienes tienen que ir a trabajar cortando el "libre derecho" al tránsito, citando, por supuesto, a la Constitución Nacional; y siguen... Ahora han descubierto que las manifestaciones recorren la arteria principal del poder: Avenida de Mayo, desde la Casa Rosada hasta el Congreso, y los trabajadores y propetarios de los negocios y comercios de tal calle están protestando por los daños que ocasionan los insurgentes pobres que roniosamente se atreven a mostrarles en su cara la indigencia. Como en el acto II de La Vida es Sueño, donde Basilio se guarda el derecho de encadenar a Segismundo para evitar de que sea violento, y en el que éste contesta que tiene el derecho de ejercer la violencia porque previamente ha sido encadenado. Lo que trasciende parece ser sólo un litigio, un pleito, un juego de derechos, pero lo que cabalmente trasciende es una implacable lucha, y no precisamente de supervivencia del más apto.

En otra radio porteña escuché a los predicadores progresistas de la actualidad (no los genuinamente progresistas) "teorizar" acerca de si: los piqueteros representan a los excluídos o simbolizan a los excluídos. Magnífica diferencia, de manera tal que se ahorran un razonamiento lógico, racional, dialéctico, explicativo para dar curso a una metafísica especulativa. Y recurrimos al idealismo tantas veces sea necesario, y hacemos la pregunta filosófica de profundo significado: ¿los piqueteros son la representación del símbolo o el símbolo en sí?. Si son el símbolo pertenecen al orbe de lo inmutable, a lo verdaderamente real según el platonismo. Y no es menor esto, porque luego los piqueteros pasan a pertenecer al mundo inteligible, y preciosa curiosidad, serían las ideas mismas dotadas de toda su realidad (inmutables, por lo que incapaces de superar esa condición). Pero aún nos queda el otro de los mundos platónicos, el mundo sensible, en el cual las cosas mutan, cambian, pero son representación más o menos fiel a un símbolo trascendente, lo que tienen de ser (en el sentido ontológico) lo tendrán en la medida en que copien o imiten a las ideas (es decir, se sobreentiende la existencia de un supra-ser, el verdadero y los piqueteros son una imitación de ese ser). Y eso significan que son la representación de los excluídos, siquiera ya son los excluídos. Y no existe diferencia con ser el símbolo, porque de nuevo, el símbolo es lo inmutable, y lo otro no es más que la representación del símbolo.

La diferencia entre estos dos mundos está en que el de las ideas trasciende el mundo sensible; y más aún: "el hombre alcanza la realidad por medio de las ideas, puesto que son ellas y no los elementos materiales las que dominan el universo" (citando de memoria a Platón). Así, los voceros razonan y dan a su razonamiento sentido de ecuanimidad, porque todo les es poco tantas veces tengan que deshacerse de la dialéctica materialista. Y para rematar hacen alusión a que esto está de acuerdo con cómo se ha desarrollado el conocimiento científico: una búsqueda de una verdad que trasciende los intereses humanos. Siguiendo al filósofo podemos argumentar que "el objeto de la ciencia no puede ser lo sensible, siempre vacilante y cambiante, sino lo uniforme y permanente" y la búsqueda de esa permanencia justifica la existencia del conocimiento objetivo. Obviamente que estos cultos voceros, al ceñirse intelectualmente a Platón, están pensando el mundo de hoy desde la óptica de una de las personas más inteligentes del siglo IV antes de Cristo. Como complemento, nos vienen a imponer una manera estática de ver el desarrollo de la vida, reflejo condicionado de una metavida nutrida de gatos inmutables, de moldes y modelos, de nociones trascendentes: dado que existe la noción ideal de marginalidad y es una noción perfecta, inmutable y real, sólo debemos aceptar que desde aquí abajo se reproduzca lo más ajustado posible esa idea. Marx también ha denunciado las miserias de la filosofía, pero ya no es cuestión de la filosofía en sí, sino de las miserias de los sujetos que apropiándose del derecho a la palabra se ejercitan en el arte de las lógicas incuestionables, y detentan el poder del discurso.

He escuchado también voces de chatos pensadores sociales, para quienes el uso de la violencia (y uso de la violencia es cortar una calle, dado que se obliga a otro hacer un recorrido que no desea de acuerdo a su libertad de elección, y algunas otras mínimas consideraciones respecto de quienes se manifiestan contra un sistema de opresión) queda inmediatamente invalidado por cuanto es acción de aquellos que no tienen siquiera una idea que comunicar. Nefastos, como si el hambre no fuese material, si fuese sólo una cuestión de ideas. Lo que es peor es que estas personas exigen ideas, precisamente, para negar la existencia de ideologías dominantes. Deben, pues para estos nefastos, los marginados filosofar en torno a lo que es el hambre, sacar una especie de Manual acerca de la Indigencia y la Pobreza; en general, suele ocurrir lo contrario, aparece el Manual acerca de la Indigencia y la Pobreza realizado por los propios autores.

Pero sigamos un poco más con la filosofía de estos progresistas de los medios de comunicación: resulta que los piqueteros están divididos en dos: los piqueteros malos y los piqueteros buenos (los piqueteros violentos y los piqueteros no-violentos, etc.). Aquí, por añadidura, aparece la noción de bivalencia Bien-Mal, no como opuestos filosóficos, sino como opuestos en el conjunto de acciones que pretenden infundir una moral unificada de acuerdo a las legislaciones que establecen qué es el deber y qué es el derecho sobre una jurisprudencia de orden teológico en algunos casos, sobre una jurisprudencia de orden burgués en otros.

Podemos citar un ejemplo del significado de las leyes, y es la sentencia realizada por el obispo británico Watson en 1804: "las leyes son buenas pero, desgraciadamente, están siendo burladas por las clases más bajas. Por cierto, las clases más altas tampoco las tienen mucho en consideración, pero esto no tendría mucha importancia si no fuese que las clases más altas sirven de ejemplo para las más bajas". No necesita aclaración alguna. Poco tiempo antes, en Gran Bretaña, se habían creado y construido los workhouses, "prisiones" en las que eran alojados los que no tenían trabajo, y se los separaba sexualmente para evitar la reproducción de los pobres. Foucault, que nos ha mostrado tan bien esto, ha pasado a la hilera de los iconoclastas muertos y enterrados, y el estudio de su obra, en el mayor de los casos, es académicamente snob. Parece que ha cambiado poco, y es evidente, porque el sistema raigal es el que promueve maquinalmente que se tengan invenciones de tal naturaleza así se lo preserva a cualquier precio. Las reglas de Malthus siguen con su vigor mítico e inamovibles, verdades sustentables del número y los exponenciales que no tienen en cuenta ni la producción de bienes innecesarios ni de la degradación de la vida del hombre por la propaganda inútil.
Ahora están los piqueteros buenos, aquellos que se manifestarán por una Navidad en paz, y los piqueteros "terroristas" (para ponerlo en el lenguaje del máximo líder del Eje del Bien); piqueteros insurrectos que no se conforman con una sidra y un pan dulce, que no son el punto de acumulación de ningún puntero ni de ningún enteco líder político, ni de ninguno de los funcionales al pseudo-progresismo dominante.

Volvamos una vez más a Platón, para quien la "Idea de las ideas" era la idea de Bien, enseñándonos en la República que "a las cosas cognoscibles no sólo les adviene por obra del Bien su cognosibilidad, sino además se le añaden, por obra también de aquél, la realidad y el ser". Por supuesto que hago una hermenéutica sesgada en torno del significado de Bien en la obra de Platón, el sesgo es el mismo que el que realizan aquellos que quieren imponernos una noción de Bien (de piqueteros buenos, y de piqueteros malos), una moral trascendente.

Comenzar a hablar del "Bien/Mal" es hacer cumplir una lógica bivalente, como única lógica plausible. "Bien" es sólo una óptica del mundo: la mía; mi cultura que ha alcanzado un desarrollo superior y la que merece ser marco de referencia para que los otros se sometan a los imperativos que de ella dimanan. Está bien lo que yo digo, lo que yo pienso, lo que yo hago, y está bien porque lo hace una mayoría; ahora que, esa mayoría haya perdido los objetivos sociales de superación crítica, de progreso, eso... eso es otra cosa. Salvando las distancias, los ejércitos de Bush emprenden la guerra en nombre del Bien, al igual que las cruzadas se hicieron en nombre del Bien, o todo el sistema educacional cristiano que ha operado en torno al Bien (Cielo) o al Mal (Infierno). Es sin dudas, una lógica cuasi-teológica.

Hoy día está admitido como "bien" que se proteste contra los que protestan contra la miseria espantosa, por cuanto esta protesta está "mal" por los métodos que han elegido para hacer ver la miseria que padecen (los únicos métodos que les deja el sistema). Los protestantes al Protestódromo, batiendo palmas, y siempre esperando... postergando la espera para ser escuchados. Porque el protestódromo está bien, y los que se escapen de él serán los ilegales que transgreden todo orden moral imperante debido a una justicia ejemplificadora que estará íntimamente ligada con una moralidad ejemplificadora.

Otra cuestión de la visibilidad de la protesta es esa: la visibilidad. Antes, los que decidían protestar desde su lugar, desde su ámbito, eran desatendidos en forma proporcional a las palizas que soportaban de manos del poder (llámense policías, llámense gendarmes, llámense como se llamen los ejecutores de la represión). Ahora, en cambio, las cosas son visibles, están en el ojo de una cámara, en la lente de un fotógrafo, y esa diferencia puede marcarse a modo de ejemplo entre Teresa Rodríguez y Maxi y Darío. Lo visible, que muestra lo inescrupuloso de los asesinos arraigados en el poder, digitando el gatillazo.

En todos los órdenes, lo que se intenta transmitir es una pasividad domesticante, y la conducción en manadas que realizan ciertos líderes políticos que invalidan el poder del sujeto y el conjunto de relaciones que lo constituye como tal (la colectivización de las consciencias por la chatura con la que el presente es transmitido como una narración lineal). Se realiza un vaciamiento colectivo del sentido crítico de la realidad. Se comienza a mirar lo que está bien o lo que está mal, en vez de pensarse en lo que es políticamente correcto en cuanto a las condiciones de sujeción a las que se encuentran sometidos los sujetos (sean minorías o mayorías). Las políticas ya están fuera de las demarcaciones ideológicas, dado que también dicen que han muerto las ideologías. Que el orbe es liberal, occidental, democrático y cristiano. Todo lo que no se ajuste a ello debe fenecer, por supervivencia del más apto, o si sobreviviese siendo excepción a la regla denominarlo "terrorista antidemocrático" y fusilarlo en el paredón de la infamia.

Los abyectos tienen el tupé de enunciar que los piqueteros son unas "minorías disconformes y su disconformidad radica en que no se cumple con lo que ellos están exigiendo por medio de la fuerza y la violencia". Esas minorías disconformes desean, en primer lugar, comer, después tener trabajo digno, casa, sistema de salud, educación... Pero, en el cabal ejercicio de estas pseudo-democracias, son capaces de armar un plebiscito con toda la pompa publicitaria para votar por el "Sí" o por el "No" en cuanto al cumplimiento de los "deseos" de unas "minorías disconformes". Y hacer cumplir el plebiscito, porque es la elección de una mayoría... "porque con la democracia se vive, se come, se educa".

Como en el ejemplo ridículo último del párrafo anterior la realidad se mofa de nosotros, una decisión de un diecinueve por ciento se convierte en la elección de las masas, de las mayorías, y debe justificarse todo enunciando la representatividad del que es elegido. Representatividad de qué franja. Quizás sólo haya habido un triunfo, y fue contra Menem, pero no mucho más.

Pocos son los que se toman sus minutos de aire, o sus renglones de tira para analizar concretamente cuál es el estado de situación, en torno a las causas desencadenantes de la realidad actual. Lo que es peor, pocos de los que gritan protestando de los protestantes encapuchados, con palos, que coartan la libre circulación del individuo, son los que proponen alternativas sustentables para esta serie de postergados. Eduardo Aliverti nos advierte que "en los suburbios del hambre, en cambio, no puede haber más calma que la tensión. Pero ya se sabe que la agenda y las reacciones mediáticas son fijadas por el humor de las franjas medias. Y ese humor dictamina hoy que la pobre gente que hasta ayer no podía aguantar más haya vuelto a ser un conjunto de vagos de mierda que no quiere trabajar". Sobre todo porque existe empleo: si esos desocupados trabajaran -como me ha contestado un empleado de una compañía de la construcción- como lo hacen los "bolitas" y los "paraguas" (y estoy descubriendo de que no son pocos los argentinos que tienen tal carga de xenofobia racial) a $ 1,5 la hora, durante 10 horas diarias todos los días de la samana y los sábados, ganarían más de 300 pesos, o sea dos planes trabajar. Y seguida la explicación: "lo que pasa es que el argentino es un tipo muy jodido, enseguida te mete el gremio de por medio, las cargas sociales y todo eso que se inventó en el gobierno de Perón". El que calla otorga, y más que otorgar se posterga, se automargina. Así la silenciosa clase media, la masa muda, la que se ha desvelado por el contestador radial guadañador y direccionador de opiniones (porque los medios de comunicación hacen la política de que lo que vale es la "opinión" del oyente, el pensamiento, la ideología, eso es harina de otro costal; de todas maneras son demócratas escuchando y respetando "opiniones", si alguien opina que hay que asesinar a los piqueteros hay que respetar esa "opinión" diferente porque de lo contrario viviremos en una sociedad de intolerantes ¡esa es la canallesca política que impulsan estos deformadores de opinión!); continuando, la clase media ha callado ante el avasallamiento de cada uno de los derechos a los trabajadores -muchos de clase media-, y, además, los sectores de poder se han aprovechado de la desligitimidad que algunos gremios poseen en cuanto a las figuras que refulgen como sus rectores para así, combinando el silencio y la complacencia, derrochar sus criterios neoliberales a la hora de imponer las leyes que sustentan nuestros "códigos jurídicos". Ahora resulta, por ejemplo, que todo es un problema de cambios de nombre en la corte. Si fuera tan simple. Hay un abismo entre esto y la raíz propia del problema, y quizás sea una cuestión de vértigo.

Por otro lado la falta de trabajo es el desgano de los que prefieren el piquete, según puede escucharse por estas radios. Canallas, la enunciación de generación de trabajo que he escuchado: una emprendedora mujer "desocupada" que inauguró una cadena de casa de comidas artesanales diet. Y la benemérita señora les sugiere a los piqueteros "ingenio", "imaginación", mientras es reporteada como una "luchadora que decidió quedarse y afrontar la situación" habiendo podido exiliarse económicamente si lo hubiera emprendido dado su ascendencia italiana. Es como pedirle a la morera uvas, y no porque los miembros del conjunto de piqueteros carezcan de dotes para el genio, sino porque con la imaginación sola no se va a ninguna parte, o la señora piensa que no ha materializado su cadena de casa de comidas, a lo que me atrevo a sugerirle pués tenga cuidado, quizás sea como el personaje de Las Ruinas Circulares.

Todo se traduce a pseudo-explicaciones, la del "piola que no quiere laburar", la de "todos los que han metido la mano en la lata", "y... los argentinos somos así", "allá en Estados Unidos o trabajás o te rajan, nada de andar protestando", "hacer política es prestarse al juego de la corrupción", "todos los políticos son chorros", "por culpa de los corruptos que nos han gobernado". Algunos políticos deberían estar presos, a eso lo ve cualquier ciego, pero junto a él tantos gerentes desconocidos de conocidas empresas, tantos informadores, tantos conductores radiales y/o televisivos, tantos bandoleros que propician un sistema de opresión, de mutilación de la existencia, de encadenamiento a las férreas dictaduras del mercado. Todos ellos, responsables de la muerte de tantos millones de personas -porque no sólo en Argentina se padece miseria-. Lo que pasa es que muchos traducen esto a la esfera de las pseudo-explicaciones, no causales, sino promovidas por aquellos que nos quieren hacer creer que no somos aptos para patrocinar y dirigir lo que es nuestro, en especial nuestro futuro, dado que la experticia de los gerentes internacionales es mayor. Su experticia es cargar tantos muertos sobre sus espaldas como billetes depositan en las transfinancieras sin inmutarse; desde sus sillones limpios y pulcros, atienden celulares mediante los que propagan su ética de trajeados señores, bien afeitados, pacíficos y apolíticos, sujetos a la imagen, expeliendo perfume por el televisor en el que se miran y al que depositan su confianza publicitaria, mientras que en la computadora registran los movimientos bursátiles en el mundo instante a instante. Ese es el mundo de los moralistas posmodernos, que pagan la publicidad de los locutores que defenestran a los piqueteros, que auspician al noticiero diario, que compran las hojas de los periódicos para imprimirles sus marcas registradas. Toda esta canalla es el engranaje que mueve al sistema. Toda esta vacuidad, sustentada por la impostura y el éxito como tara de todas las cosas, es la que debe ser acribillada un día: el día en que los pueblos tomen consciencia de que pueden ser libres, y construir el futuro en la medida de la posibilidad de todos los hombres, y no de "los más aptos".

Está bien, y defenderé esta postura de elección como tal y sin ningún argumento de la sacra lógica, está bien -digo- de que los marginales decidan morir como marginales luchando contra esa marginalidad a vivir explotados y esclavos de un sistema que les desintegra sus pulmones, que les quema sus manos, que los deja estampillarse contra el piso desde esas alturas no sujetadas a las reglas mínimas de la precaución, que los calcina en el fuego del crematorio capitalista. Y si vienen a combatir la miseria de ciertos sectores, batallando, apaleando esas miserias, mal que les pese a los Fukuyama Fans Club, se demuestra que la lucha de clases sigue motorizando la historia, y que nada ha concluido ni triunfado.

Aliverti jaquea a los moralistas, y pone en el mismo plano de discusión lo que merece discutirse en el mismo plano. Es decir, "si los poderosos pueden cortar el acceso a un plato de comida o a una vivienda digna, ¿cuál es la autoridad moral para impedirles a los desposeídos que corten el tránsito?". Encuentro que en la manifestación en contra de los piqueteros hay cierta cuestión de consciencia, de consciencia media y mediocre. Los piqueteros vendrían a ser una especie de representación en torno de una moralidad consciente, vienen a decir que ciertos incondicionales apoyos de las clases medias y medias altas a los sectores del poder son parte de las causas de su relegación y vida humillante y humillada. Precisamente vienen a humillar los tranquilos arrabales de esas consciencias; las que alguna vez se reconocieron con la de los piqueteros cuando las turbias aguas de la marea primereron las puertas de esas casas arrabaleras.

Si en estos últimos años se han ido cediendo indignamente, ante los cambalaches del poder, los derechos esenciales bajo el dogma del derrame, ha sido a través de la inconsciencia de que el dogma no derrama derechos: es un agujero negro de los derechos. El dogma es, ante todo, la justificación más contundente de la esclavitud humana, de la desvalorización de la vida frente a las cotizaciones de la bolsa. A los argentinos no nos han faltado ni sacerdotes ni sacerdotisas profetizantes de las sagradas virtudes del dogma liberal. Ahora que el templo está semivacío es tiempo de ocuparlo, de cambiar de religión. Pero la franja mayoritaria que debe acompañar el proceso sigue manteniéndose cuan pacífico cordero -espera, quizás ser degollada para entender-, sujeta a la obediencia y ofreciéndole culto aún a los sacerdotes de turno. Timorata de la historia, del pulso y del cambio en la historia propia, y esa cobardía se traduce en la entrega, siempre la entrega: la entrega de los revolucionarios para ser "procesados" por los militares de la dictadura, la entrega del país a través de las privatizaciones, la entrega del poder dimanado por acervo popular en la rebelión de diciembre al azar de las urnas y de los oportunistas. Nuevamente Aliverti, quien nos dice que "no hay por qué sorprenderse. En una sociedad que apoyó a sus militares asesinos y que fue capaz de reelegir a la rata, es coherente que haya tanto miserable dispuesto a creer que el problema no es la miseria sino el alboroto".

Así estamos viviendo esta época de los progresistas "tercera vía", cuya lamentable representación es el funesto T. Blair. Un huracanado progreso del que deberemos cuidar que, cuya ventisca, no se esté llevando lo poco que queda sin arrasar.

"Progreso" es un concepto tan bastardeado como tantos otros, y no menos confundido con las rutilantes candilejas de la modernidad, o con los desmedidos y derramadores logros del desarrollo. La idea de progreso exige una interpretación crítica del presente en torno a la inconformidad que nos genera (y por lo tanto perfectible), en relación al desarrollo histórico y a la confianza en la potencialidad del sujeto para dirigir los cambios. Valorar impone la necesidad de resolver una cuestión esencial: desde dónde se realiza la crítica y desde dónde se _evalúa lo que existe como presente y lo que devendrá en futuro.

El pensador cubano J. Acanda indica que lo peor que sucede es que hoy en día nos enfrentamos desde los apotegmas de un sistema de representaciones que se presenta a sí mismo como «cultura postmoderna», que estigmatiza temas tales como totalidad, revolución, sujeto, historia. "Y con ello [se limitan] las aspiraciones tradicionales del pensamiento de lograr una visión de la realidad que, por sistematizadora, nos permitiera darle un sentido a los procesos sociales y a las actividades de los hombres. Que permitiera comprender, aprehender, en suma, la realidad".

Cabe aclarar que el progreso debe ser entendido sin disociar las dos dimensiones interrelacionadas dialécticamente en su concepción: la relación de los hombres con la naturaleza (dimensión técnica, resumidamente en el sentido de poder controlar ciertos fenómenos naturales, y reproducirlos de manera controlada) y las relaciones de los hombres entre sí (dimensión social, resumidamente como proceso de regulación de la convivencia).

El desarrollo (y no progreso, dado que entendemos que progreso significa cambio, en sentido positivo, en calidad de mejoramiento de las condiciones de vida de los sujetos) de las ciencias y de las técnicas fueron fijando como metas tipos de conocimientos y de dominio de la naturaleza, y esa fijación esta valorizada ideológicamente desde una perspectiva: la visión instrumental del "progreso". Progreso es contar con cien clases distintas de bisturí para que el médico pueda comprar aquel que le resulte más simpático frente a la propaganda (o más acorde a sus posibilidades económicas) y no que las "empresas" fabriquen bisturíes para que todos los hospitales del mundo tengan accesos a ellos (como este ejemplo, tantos otros como imaginación se tenga). Lamentablemente la estrecha visión de que todo desarrollo científico-técnico traerá aparejado un desarrollo social es una cosmovisión ideológica con bastante difusión. No es tal, en la medida de que los beneficios de esos desarrollos están sólo al alcance de unas minorías -mediante el dinero en papel o en su última forma: el plástico de crédito-. Y no es tal, en cuanto se pone al sistema científico-tecnológico al servicio de los intereses ideológicos del desarrollismo liberal. A la vez, no puede esperarse una tecno-ética, o una moral científica, como abogan muchos reduccionistas. El reduccionismo tiende o objetivizar, tal el grado de desarrollo de la ciencia que trata con entes materiales objetivos, y el sujeto deja de ser ya importante, para pasar a ser colección de individuos bajo estudio sistematizado en torno a problemáticas de índole individual de consciencia y pensamiento inválido frente a leyes demarcadas por la experiencia de los países más desarrollados (porque son los que han alcanzado un mayor "progreso" científico-técnico).

En este sentido, Acanda remarca que "Horkheimer indicó que sólo es posible la confusión de identificar el avance técnico-económico con el progreso cuando se asumen las posiciones de la razón instrumental". Es decir, la representación de la realidad a través de imágenes cosificadas, y que deforma el carácter de las relaciones sociales al metaforsearlas con relaciones entre las cosas.

Siguiendo con el pensamiento de Acanda, él nos dice que el predominio de la razón instrumental y del pensamiento reificador está íntimamente vinculado con la preservación de la dominación de unos hombres sobre otros, orgánicamente vinculada al aumento del dominio sobre la naturaleza. En estos tiempos, se necesita un dominio fuerte sobre la naturaleza para mantener el dominio sobre los hombres (es lo que los eruditos denominan "era del conocimiento"). Identificando el avance científico-tecnológico insistentemente con la producción incesante de nuevos instrumentos cosificados de dominación, se promueve de manera directa la mercantilización de todas las relaciones sociales, y así la universalización del sujeto-mercancía.

La idea de progreso es demasiado importante como para que sea vitupereada por cualquier cagatula adulador de un sistema que está dándose retoques de cosmética o cirujiándose para presentarse distinto, manteniendo intactos y sin retocar la médula y el cerebro. La aceptación de la importancia arraigada en conceptos tales como "progreso" tiene que ver con algo tan significativo como el reconocimiento del carácter agencial del hombre, de su papel como sujeto. Nos impone el desafío de entender la existencia en lucha de varias racionalidades, de signo contrario, apostando por la posibilidad de promover, con nuestra actividad, el predominio de una racionalidad liberadora.

Tenemos ante nosotros al menos un desafío a resolver: replantearnos a través de un pensamiento no instrumental el carácter dialéctico de la historia, y por lo tanto la capacidad de convertirnos en sujetos históricos, en artífices, albañiles y arquitectos de nuestro futuro como sujetos libres dentro del dominio de pueblos libres.

El carácter progresista de un pensamiento ha de medirse por el modo en que realiza su labor de análisis crítico y totalizador, tanto por el modo en que piensa la realidad, la relación de ésta con los sujetos (la forma en la que los sujetos procesan y modifican las realidades circundantes), y los análisis explícitos y críticos en torno a los mecanismos de sujeción prevalecientes en la conformación del ethos social. Esto tanto como la finalidad de la reflexión.

Las relaciones entre el saber y el poder nunca deben ser desetimadas dentro de los marcos de análisis crítico en lo social, en particular cómo el poder condiciona al saber y al pensar. Acanda nos sugiere que "el propósito no puede ser la utopía de sacudirse ese condicionamiento, sino el de reflexionar sobre la legitimidad de ese poder específico en cuestión. Si ese poder condiciona o no, posibilita o no, una apropiación humana de la realidad".

A lo largo del escrito, no se han intentado dar respuestas, sino hacer preguntas, realizar confrontaciones, usar la ironía, reafirmar conceptos desde la perspectiva ideológica que es manantial de esos conceptos ora apropiados y desvirtuados por los lenguaraces de turno. Pero seguidamente contestaremos a los falsos progresistas, a través de la inteligencia del pensador cubano ya citado.

¿Cómo evaluar ese modo de apropiación de la realidad que es causa y consecuencia del poder existente? La piedra de toque del carácter progresista de un pensamiento está en el modo en que piensa al poder y su relación con este. El pensamiento progresista ha de ser descosificador. Ha de develar la peculiar dimensión cultural de la hegemonía del poder contemporáneo. Desde hace dos siglos, y en forma creciente, nos enfrentamos a los desafíos emanados de la capacidad de metamórfosis del poder. Mas allá de sus formas empíricas de presentarse, su esencia sigue inalterable.

Esto contesta y replantea la función de los funcionales progresistas ahora de turno. Cuántos de los que enarbolan las banderas del progresismo son quienes reflexionan críticamente en sus espacios de prensa para denunciar la malaria aciaga que soslaya la vida de los hombres como causa de un sistema de cosificación de las relaciones sociales. Cuántos de estos "pensadores progres" «pos Muro de Berlín» son los que "descubren" que el Imperio (y el imperialismo) es consecuencia de la capitalización totalizadora, de un mundo de control a través del flujo de dinero. Cuántos de estos progresistas nos muestran cómo la economía capitalista organiza la necesidad, la escasez, la carencia. Cuántos son los que nos indican que el objeto depende de un sistema de producción que es ajeno y exterior al deseo y a la necesidad de los sujetos, que el campo social está hoy día atravesado por la grosera manipulación del deseo, lo que genera un estado de tensión social permanente (deseo de aquello que no se posee ante un sistema de desigualdad, de ilegitimidad de los derechos esenciales).

Seguramente que, si denunciaran la imperiosa necesidad que tienen las empresas en producir al sujeto para el objeto vendible, estarían traicionando a la serie de auspiciantes que sustentan su tiempo. Por ello, quizás, es más sencillo denunciar con presunción crítica a los que "obstaculizan" la circulación de mercancías, a los que "obstaculizan" el tránsito, a los que reclaman por aquellas cuestiones que escapan a la medida de la publicidad (porque los ruínes grupos de producción hacen publicidad sobre la base de la miseria mostrando su acción de caridad, sus "donaciones" no son otra cosa que la necesidad del acto publicitario que se dignifica asimismo a través de la indignidad; la carencia no se soluciona con intenciones caritativas que sólo hacen prevalecer la diferencia, transforman en usable lo inusable, en comestible lo incomible, en limpio lo sucio).

El progresismo de estos ecuánimes informadores -periodistas objetivos e independientes- no es un viraje ideológico, sino el fortalecimiento de una ideología dominante, en un sistema de humillación al sujeto, de mercantilización de la vida, y de tarifarización de las relaciones sociales.

En esencia, un pensamiento progresista ha de ser contrahegemónico -en esto se hace referencia, no a los que siempre están "en contra de..." "a pesar de...", sino quienes están en contra de las hegemonías vertidas por un sistema de control del sujeto tal como el capitalista-; ese pensamiento contrahegemónico es forjado por las resistencias (y sus especificidades) a las formas de sujeción imperantes, a la vez que tiene que ser el vehículo de expresión de una alternativa válida y viable, superadora, para un mundo "en el que el cambio no es una opción sino una exigencia".

El progresismo de hoy día es tal que mutila las formas de resistencia, a través de la prensa desinformante, desde el cautiverio ideológico al que han sido sometidos los individuos despojados de subjetividad. Transforman en delincuente al que se rebela contra la "delincuencia legislada", al que rechaza la plusvalía, transforman en delincuente al que rompe la chatura política del presente, al que muestra su capacidad para quebrantar los eslabones de las cadenas que ataron sus muñecas, al que confía en su potencialidad transformadora de este presente opresivo en futuro de liberación (su conformación y confirmación de sujeto histórico). Así tanto discurso en contra de los piqueteros; no ocuerre lo mismo con un fenómeno esencialmente surgido de la falta de trabajo: el de las fábricas tomadas, pero no es que no esté en los planes de los "informantes", simplemente ignorarlo ya es escamotear el desarrollo de una realidad que no está supeditada a los cánones prefijados por la delincuencia mediática ni de la fraudulenta lógica mercantil (si las fábricas tomadas pagaran su espacio publicitario, si auspiciaran a algún crápula instalado en los medios de comunicación masivos tendrían su "lugar ganado"). Ignorarlo es asfixiarlo, después cuando sea necesario esos obreros se transformarán en los delincuentes que robaron a "nobles" señores las propiedades y destrozaron el capital resguardado bajo tan buenas leyes (las mismas que permiten la indigencia, la desocupación y la marginalidad, pero que vuelven imposible la propiedad colectiva ya que va en desmedro de la propiedad privada, que, a decir de R. Dalton, más que "propiedad privada es propiedad privadora"). El ahora exige eliminar a los grupos radicalizados más visibles (los más marginados), luego erradicarán a los otros que se "apropiaron" de lo que cabalmente les pertence; pareciera ser que es exigible eliminar a los que padecen duramente la miseria, y que a su vez son los que muestran que es posible otra forma de ser y de hacer.

El "progresismo" que inunda los medios no tiene otra misión que la de convalidar un sistema político, para ello la oxigenación necesaria hasta que sea suficiente. Debemos aprender, no únicamente fortaleciéndonos en nuestras posturas ideológico-políticas, sino también estudiando de manera sistémica (y sistemática) la diversidad de posibilidades que involucra el desarrollo político estratégico de nuestros adversarios (obviamente nada nuevo, pero que ejercen tanto mejor ellos que lo que lo hacemos nosotros). Debemos ponerlos siempre en una posición tal que comiencen a desenmarañar la madeja, que se haga visible el actuar, que los dichos y los hechos no estén disociados, sino que al discurso debe prefigurarlo la prática, de manera que ésta lo define y redefine en su enlace dialéctico. Debe hacerse explícito cuáles son las diferenciaciones categoriales entre los denominados "piqueteros buenos (blandos, pacíficos, etc.)" y los "piqueteros malos (duros, violentos, etc.)", en el estricto sentido de qué y cuáles relaciones de poder desarrollan, a la vez que ese desarrollo está ligado con el devenir de otros estratos de poder no dimanados del sector de excluídos sociales por lo que también deben verse las conexiones entre la diversidad de poderes. Mostrar y demostrar esto es una tarea exigible para desnudar las miserias de los miserables que hacen "su" política a través del aprovechamiento de la miseria.

Siempre con el debido cuidado de que estos estudios no sean un atisbo más del macartismo, sino ver el por qué del desarrollo clasificatorio, y a qué poderes responden esas clasificaciones de un alcance mayor al de las prácticas políticas propias. Debe verse y analizarse cómo el poder se las ingenia permanentemente para realizar la división del pueblo, valiéndose de los "líderes" de masas que se ungen con cualquier crema política a instancias de su "mediatización" y "publicidad". Debe aprenderse que el pueblo es una unidad de acción indisoluble para realizar el cambio que exige este presente de lucha, por lo que tendrá que prescindir de tantos traidores a su causa como de canallas trepadores que usan su espalda en forma de trampolín para el salto a la pileta de sus asuntos. Y sobre todo deberá aprehenderse la realidad tal se presenta, en su engorro de posibilidades, en la multiplicidad contradictoria de sus formas.

Los progresistas de la información, los que han surgido y/o resurgido después del 25 de Mayo, tienen la tarea de hacer visiblemente poderoso un discurso que siquiera es reformista, pero coquetean con cierto y dudoso pasado de conversos que muestran simpatías pseudo-nostálgicas de la revolución abortada, juegan a una especie de duda metódica que puede enunciarse simplemente como "es o se hace" (también, pero en otra dirección, se preguntaban lo mismo con De La Rúa) y esa duda debe responderse frente a los hechos. Estos progresistas de medios se dedican a denostar a los grupos que no sirven para conservar el orden pre-establecido, los grupos que hacen necesaria la utilización de la fuerza (por lo que son los grupos más enfrentados a la realidad concreta de este progresismo de utilería) y por lo tanto deben desaparecer: para ello se usan todos los argumentos que sean posibles y necesarios -ya que nada es suficiente-; no será ya a la violencia del gobierno a la que deban enfrentarse los piqueteros, sino la tronitrante violencia verborrágica desencadenada a través de los medios de comunicación, y avalada por la grasitud cerebral de aquellos que se dejan conducir por el locutor-animador.

El progresismo gubernamental descanza muy tranquilo, haciendo cada tanto la plancha, en la pileta de los comunicadores masivos (de la empresa de la comunicación masiva). Son estos últimos, quienes a resguardo de los intereses propios más importantes, dan la derecha, se sacan el sombrero y se dedican a hacer de guarda espaldas del poder gobernante.

Esta es la otra tarea, la de mirar cómo una sociedad denominada "sociedad de la información" se reproduce; porque desde Marx se sabe que toda sociedad no subsitirá si no es capaz de reproducir las condiciones de producción que le dan sustento (la condición final de la producción es la reproducción de las condiciones de producción). No solamente debe existir la contrainformación, sino que esta contrahegemonía debe estar colocada en la matriz de otras formas de producción y de reproducción. Por lo que hay que atacar allí, en el corazón mismo del sistema.

No existe unanimidad en los análisis respecto de si se debe librar una lucha en contra del sistema como un todo y sin reconocer especificidades, o si cada sector (desde las especificidades de sujeción a la que son sometidos y mediante las que se los convierte en sujetos oprimidos) deben emprender una lucha sin cuartel y coordinada con otros sectores en lucha; lo concreto -por la experiencia histórica- es que la resistencia es el primer paso de la lucha, y los logros se dan en la hermandad de la lucha. Debemos reconocer cabalmente quiénes son nuestros compañeros y hermanos en esta lucha, para no lamentar ni delaciones ni traiciones. Debemos reconocer quién es el verdadero progresista, quiénes son los medios de información y la relación con la diversidad de las fuerzas que ponen pie de resistencia frente a las pretensiones voraces de un sitema, y así sabremos reconocerenos nosotros y reconocer al enemigo.

Fuente: La Fogata


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