La economía es reaccionaria

Por José Pablo Feinmann

En algún punto me irrita tener que "rendir cuentas" por utilizar la palabra "reaccionario". Creo que el lector al que me dirijo no merece que pierda el tiempo en eso. Luego conjeturo que cualquier "post" medianamente informado creerá destruir los argumentos que me importan diciendo que "reaccionario" es una palabra vieja, o, más elegantemente, que implica una visión "lineal" de la historia. Para entendernos: yo no tengo una visión "lineal" de la historia, me sé de memoria las Tesis de Benjamin y hasta las enseño (creo) con eficacia, admito el estallido de las continuidades sustanciales hegelianas y hasta las de Marx –menos evidentes–, pero no tomo en serio a gente como Gianni Vattimo (un filósofo italiano que no pasa de ser un comentador posmoderno de Nietzsche y Heidegger, los padres de ese gesto acabado, la posmodernidad) cuando dice –a comienzos de los noventa– "en italiano y en otras muchas lenguas, según creo, es todavía una ofensa llamarle a uno reaccionario" ("Posmodernidad, una sociedad transparente"). Desdeñoso, se burla de esa "ofensa". Quienes la hacen son –en verdad– ellos los reaccionarios, pues adhieren a una visión lineal de la historia, cosa que no existe. Eso dice. Bien, yo –insisto– no creo en una visión "lineal" de la historia, pero si antes del golpe militar de 1976 había una "desocupación" (léase: gente sin trabajo, algo que es, entendamos bien esto, peor que la esclavitud, ya que el esclavo trabaja y de aquí surgen sus posibilidades, y si no pregúntenle a Hegel, Kojéve, Lacan y Sartre, por decir algo) menor al 5 por ciento y a fines de los noventa, en medio del auge del neoliberalismo alla argentina, de la sociedad transparente del sur, del modelo mimado del Fondo Monetario, esa desocupación (léase, sin más, hambre) supera el 20 por ciento, yo digo, con absoluto convencimiento, que hay aquí, señalado por esas cifras que denuncian una realidad brutal, un proceso reaccionario. Reaccionario en la distribución del ingreso. Reaccionario porque una sociedad que –a fines del siglo XX– no da trabajo, no genera trabajo ni inclusión social, ha regresado, reaccionando, al siglo XII o antes, ya que un siervo de la gleba era un siervo, pero trabajaba.

Reaccionario, entonces. Vamos a usar esa palabra para señalar ciertas aberraciones humanas de los últimos decenios. Lo "reaccionario" fue someter la política a la economía. El Imperio neoliberal ha hecho su política con su economía. Aquí, el menemismo, que fue su rostro visible, trasladó el poder del Estado a las empresas, de la política a las finanzas. La clase política se rindió en bloque y el poder se concentró en la economía. Desde entonces, ellos, los economistas, tienen la palabra. Al "entregar" la política, los países periféricos entregan su principal herramienta. Porque los países periféricos no tienen economía, la economía los tiene a ellos. Lo único que tienen es la política. (Esta frase la escribí en el Nº 6 de la revista Envido, en octubre de 1972, en un trabajo titulado "Sobre el peronismo y sus intérpretes". Hoy –luego de haber atravesado tres décadas de silencio y hasta de vergüenza histórica– tiene más fuerza que nunca. Confieso que, de acuerdo a modalidades de la época, yo no había escrito "países periféricos" sino "dependientes", y hasta creo que fue esa palabra la que hundió la frase en las catacumbas de la cultura, cosa que sucedió a causa del triunfo de la socialdemocracia neoliberal –y, en rigor, "cómplice"– que demonizó la palabra junto a la teoría –la de la dependencia– que la sustentaba. Hoy –con variantes– está de regreso en autores como Edward Said y Homi Bhabha, y esas "variantes" son los inevitables aderezos post-estructuralistas sin los cuales la academia no digiere nada.) Volviendo: si los países periféricos (al no "tener" economía sino ser presos de ella) sólo tienen la política (el poder de decirle "no" a las "leyes" que la economía neoliberal presenta como "naturales", "únicas", "el orden natural de las cosas"), tienen que usarla o mueren. O hacemos "política" o la política que "ellos"hacen (la que hacen con la "economía") nos ahoga, nos marca los límites, nos dice, siempre, el discurso de lo imposible.

Hoy, aquí, la política se encarna en Kirchner, lo que hablará en favor de Kirchner pero en detrimento del resto de los argentinos, quienes parecen asistir a un "espectáculo": veamos qué hace el Flaco, hasta dónde llega, cuándo se equivoca, cuándo lo aporrean, cuándo lo bajan, cuándo lo aniquila el aparato del PJ o cuándo muestra la hilacha y descubrimos (para cierta enfermiza tranquilidad de nuestra alma cobarde) que es "uno más", que todo sigue igual, que nada nos reclama, que todo, en fin, es "la misma mierda", frase que corona el desengaño nacional, su escepticismo profundo, egoísta, acomodaticio, cómodo y cobarde, no sé si quedó claro. Para salir de esto hay dos entidades de la realidad nacional que tienen que actuar y actuar urgentemente: Kirchner y los que salieron a la calle en diciembre del 2001 y durante gran parte del 2002. Primero: Kirchner. Perdón por ser algo directo pero, usted sabe, aquí la venimos pasando mal, la gente tiene hambre, y eso es (para algunos, no para los canallas que lucran con este sistema de exclusión social y humana) intolerable. Usted (que es el Presidente) es la política y su principal arma es la recuperación de la figura estatal como herramienta de poder. La economía (no en vano es el título de este texto) es reaccionaria. Menem, durante diez años, entregó la política a la economía: vació el Estado y se lo cedió a las empresas, al capital desterritorializado y a los "economistas". Así estamos, hundidos. Un Presidente tiene que hacer política. Supongamos que en un próximo viaje a Tucumán usted se lo lleva a Lavagna (que debe ser, intuyo, un buen tipo, un "recuperable") y cuando el tren se mete entre los morochos sin trabajo usted no se tira solo, lo agarra a Lavagna de un brazo y se tira con él. "Vení, mirale la cara a los pobres." Los economistas no conocen las caras del hambre. Los lugares del hambre. El olor del hambre. El hambre, para ellos, es una "variable". Un ítem al que se le destinan recursos "después" de haber cubierto los esenciales: los de la macroeconomía, los del equilibrio fiscal, los de las ganancias del capital financiero, cuyos números ("su" ganancia) se transmiten luego a la sociedad (en un acto de increíble cinismo) como "crecimiento del producto bruto interno". El único "producto bruto interno" que crece es el del analfabetismo, la ignorancia que acompaña, inexorable, al hambre y la marginación. El crecimiento de un país se mide por la expansión de las posibilidades de sus habitantes: las posibilidades de comer y de educarse, ante todo. ¿A quién puede importarle que un país crezca un 15 por ciento si el 14 por ciento se lo llevan los poderosos? Eso no es crecimiento, es miseria. Vea, Presidente: los números de los economistas nunca van a "cerrar" para cubrir el hambre. La economía no es para el pueblo. La economía se hace para los dueños de ella. La "racionalidad" de la economía no va a alimentar a la gente. La "racionalidad" de la política consiste exactamente en eso: que en la polis entren todos. Aunque haya que patear el tablero de la economía. Es más: patear el maldito tablero de la economía es (hoy) la única posibilidad de "hacer" política. Si no, la "política" la siguen haciendo los amos con su infalible herramienta: los números. Segundo: los que salieron a la calle en diciembre del 2001 e hicieron las asambleas del 2002. ¿Usted salió a la calle en diciembre del 2001? ¿Se comprometió en las asambleas barriales del 2002? ¿Sabe lo que se dice de usted, de ustedes? Que ahora recuperaron los ahorros y ya nada les importa nada. Que era por los ahorros y no por el país que iban a las asambleas. ¿Cómo permiten que sea posible decir eso? Basta de mirarlo al Flaco y "ver qué pasa". El protagonista no es el Flaco, no puede serlo. El protagonista es el pueblo de diciembre del 2001, el de las asambleas. Hay que recrearlas y ponerlas al servicio de un proyecto –al menos– distributivo, que dé trabajo y amaine el hambre. ¿Qué hacen los asambleístas en sus casas, ahí, conteniendo la respiración, esperando que"otros" (el solitario Flaco) hagan lo que hay que hacer? Entonces, ¿es cierto? ¿Era por la alcancía y no por el país que salían a la calle y cortaban el tránsito, llenaban las plazas? Si creen que la alcancía volvió, se equivocan. Los que les robaron la alcancía siguen teniendo las riendas entre sus manos despiadadas. Si lo necesitan, otra vez dan el zarpazo. Y ahí, usted, que hoy ve a los piqueteros desde la tele o desde su coche, y se enfurece y escupe sus peores puteadas, ya no los va a ver desde ahí sino desde otro lado, desde donde no quiere verlos. Del lado de la peor de sus pesadillas. Ser uno de ellos.


Fuente: Página/12, 13-12-03


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Entre el McMundo y la jihad

 

Por Naomi Klein, La Jornada, 7-10-01

Naomi Klein, activista canadiense del movimiento antimundialización, y de contrapropaganda hacia las grandes multinacionales (Nike, McDonald's, Monsanto, etc).

 

Tan impresionante como les pueda parecer a los neoyorquinos, en Toronto, la ciudad donde vivo, los postes de luz y los buzones están tapizados de carteles que anuncian la intención de los activistas contra la pobreza de "cerrar" el distrito comercial el 16 de octubre. Algunos de los carteles, pegados antes del 11 de septiembre, hasta tienen una foto de unos rascacielos delineados en rojo -los perímetros de la designada zona de acción directa-. Muchos han argumentado que se debe cancelar O16 (la protesta del 16 de octubre) como ha sucedido con otras, en deferencia al ambiente de duelo -y por miedo a un incremento en la violencia policiaca-. Pero el cierre sigue en pie. Al fin y al cabo, los sucesos del 11 de septiembre no cambian el hecho de que las noches se vuelven cada vez más frías y la recesión nos amenaza. No cambian el hecho de que en la ciudad que solía ser descrita como "segura" y... bueno, "quizá un poco aburrida", muchos morirán en las calles este invierno, así como el invierno pasado, y el anterior, a menos de que se encuentren más camas urgentemente.

Y sin embargo no se puede discutir el hecho de que el evento, con su tono militante y la elección de su blanco, provocará terribles recuerdos y asociaciones. Muchas campañas políticas se enfrentan a un cambio repentino muy similar.

 

La transformación del paisaje semiótico

Tras el 11 de septiembre, las tácticas que se basan en atacar -aun pacíficamente- símbolos poderosos del capitalismo se encuentran en un paisaje semiótico totalmente transformado. Después de todo, los ataques fueron actos de terror horribles y muy reales, pero también fueron actos guerreros simbólicos, e inmediatamente fueron entendidos así. Como Tom Brokaw y muchos otros lo explican, las torres no eran cualquier edificio, eran los "símbolos del capitalismo estadunidense".

Como alguien cuya vida está completamente ligada a lo que algunos llaman "el movimiento antiglobalización", y que otros llaman "anticapitalismo" (y al que yo suelo referirme de manera descuidada como "el movimiento"), es difícil evitar las discusiones sobre simbolismo estos días. Especialmente sobre los signos anticorporativos y los significantes -los logotipos "alterados culturalmente" (culture jammed), los estilos guerra de guerrillas, la elección de nombres de marcas como blancos- que componen las metáforas dominantes del movimiento.

Muchos oponentes políticos del activismo anticorporativo usan el simbolismo de los ataques al World Trade Center y al Pentágono para argumentar que los jóvenes activistas, jugando a la guerra de guerrillas, ahora están atrapados en una guerra real. Ya comienzan a aparecer los obituarios en los periódicos en todo el mundo: "La antiglobalización es tan de ayer", se lee en un típico titular. Está, según el Boston Globe, "en trizas".

¿Es esto cierto? Nuestro activismo ha sido declarado muerto antes. Es más, se le declara muerto con una ritual regularidad antes y después de cada manifestación masiva: nuestras estrategias son aparentemente desacreditadas, nuestras coaliciones divididas, nuestros argumentos descarriados. Y sin embargo, aquellas manifestaciones parecen crecer cada vez más, de 50 mil en Seattle a 300 mil en Génova.

La guerra de los símbolos

Pero sería tonto pretender que nada ha cambiado desde el 11 de septiembre. Me cayó el veinte de esto recientemente mientras miraba una serie de trasparencias que había armado antes de los ataques. Se trata sobre cómo las imágenes anticorporativas son absorbidas cada vez más por la mercadotecnia corporativa. Una transparencia muestra un grupo de activistas pintando con un spray la ventana de un aparador de The Gap durante las protestas contra la OMC en Seattle. La siguiente muestra recientes aparadores de The Gap con sus propios graffiti prefabricados -palabras como "Independencia" pintadas en negro-. La siguiente imagen proviene del juego de Playstation de Sony "Estado de emergencia", que caracteriza a unos anarquistas aventando rocas contra los malvados policías antimotines que protegen una ficticia Organización Estadunidense del Comercio.

La primera vez que miré estas imágenes, una tras la otra, me sorprendió la rapidez de la cooptación corporativa. Ahora lo único que veo es cómo estas fotos de la guerra de imágenes entre lo corporativo y lo anticorporativo fueron instantáneamente oscurecidas, sopladas por el 11 de septiembre como los carros de juguete y las figurillas de acción en una maqueta de una película de desastres.

A pesar del paisaje trastornado -o debido a él- vale la pena recordar por qué este movimiento escogió librar luchas simbólicas en primer lugar. La decisión de la Coalición contra la Pobreza en Ontario de "cerrar" el distrito comercial vino de una serie de circunstancias muy específicas y aun relevantes. Al igual que muchos otros que tratan de meter en la agenda política los temas sobre desigualdad económica, el grupo sintió que fue desechado, dejado fuera del paradigma, desaparecido y reconstituido como un problema de mendicidad que requería de una nueva y dura legislación. Se dieron cuenta de que lo que tenían que enfrentar no era un enemigo político local o una legislación comercial específica, sino un sistema económico; la promesa rota del capitalismo no regulado y de goteo. Así que se enfrentaban a un reto estratégico: ¿cómo te organizas contra una ideología tan vasta que no tiene límites; tan en todos lados que parece no estar en ninguno? ¿Dónde está el sitio de resistencia para aquellos sin un lugar de trabajo que cerrar, cuyas comunidades son constantemente desarraigadas? ¿A qué nos agarramos cuando tanto de lo que es tan poderoso es virtual: las transacciones monetarias, los precios en la bolsa, la propiedad intelectual y los acuerdos comerciales arcanos?

La respuesta corta, al menos antes del 11 de septiembre, era que agarrabas cualquier cosa que pudieras: la imagen de la marca de alguna famosa trasnacional, una bolsa de valores, una reunión de líderes mundiales, un acuerdo comercial específico o, en el caso del grupo de Toronto, los bancos y las oficinas corporativas que son los motores que echan a andar esta agenda.

Cualquier cosa que, aunque sea de forma pasajera, haga de lo intangible algo, de lo vasto algo que de alguna manera tenga una escala humana. En pocas palabras, encuentras símbolos y esperas que se vuelvan metáforas para el cambio.

Por ejemplo, cuando Estados Unidos lanzó una guerra comercial contra Francia por atreverse a prohibir la res con hormonas, José Bové y la Confederación de Campesinos Franceses no obtuvieron la atención mundial gritando sobre los impuestos a la importación del queso roquefort. La obtuvieron al "desmantelar estratégicamente" un McDonald's.

Nike, Exxon Mobil, Monsanto, Shell, Chevron, Pfizer, Sodexho-Marriott, Kellogg's, Starbucks, The Gap, Rio Tinto, British Petroleum, General Electric, Wal-Mart, Home Depot, CitiGroup, Taco Bell, todas han visto cómo sus relucientes marcas son utilizadas para exhibir a la luz pública todo, desde las hormonas de crecimiento bovinas en la leche hasta los derechos humanos en el delta nigeriano; desde los abusos laborales contra los jornaleros mexicanos en los ranchos en Florida hasta el financiamiento a las guerras con el producto de los oleoductos en Chad y Camerún; desde el calentamiento global a los talleres de sudor (las maquiladoras).

Victorias políticas  en riesgo

En las semanas que han transcurrido tras el 11 de septiembre se nos ha recordado muchas veces que los estadunidenses no están particularmente bien informados sobre el mundo más allá de sus fronteras. Eso puede ser cierto, pero muchos activistas aprendieron durante la década pasada que este punto ciego en las relaciones internacionales puede ser rebasado al vincular las campañas a las marcas famosas -una arma efectiva, aunque a veces problemática contra el parroquialismo-. A su vez, estas campañas corporativas han abierto las puertas traseras al mundo arcano del comercio y las finanzas internacionales, a la Organización Mundial de Comercio, al Banco Mundial y, para algunos, a cuestionar el capitalismo en sí.

Pero estas tácticas también han demostrado ser, a su vez, un blanco fácil. Después del 11 de septiembre, los políticos y los expertos en el mundo inmediatamente comenzaron a incluir los ataques terroristas como parte de un continuo de la violencia antiestadunidense y anticorporativa: primero la ventana a Starbucks, después, supuestamente, el WTC. El editor de New Republic, Peter Beinart, se agarró de un oscuro mensaje en un chat anticorporativo en Internet que preguntaba si los ataques habían sido cometidos por "uno de nosotros". Beinart concluyó que "el movimiento antiglobalización está, en parte, motivado por el odio a Estados Unidos", algo inmoral con Estados Unidos bajo ataque.

En un mundo sano, en vez de alimentar tal reacción, los ataques terroristas provocarían interrogantes sobre cómo es que las agencias de inteligencia estadunidenses estaban gastando tanto tiempo espiando a los ambientalistas y a los centros de medios independientes en vez de a las redes terroristas que planean asesinatos masivos. Desafortunadamente, parece estar claro que la represión contra el activismo anterior al 11 de septiembre se profundizará, con un incremento en la vigilancia, en la infiltración y en la violencia policiaca. También es probable que el anonimato que ha caracterizado al anticapitalismo -las máscaras, los paliacates y los seudónimos- se vuelva más sospechoso en una cultura que busca operadores clandestinos.

Pero los ataques nos costarán más que nuestras libertades civiles. Me temo que bien podrían costarnos nuestras pocas victorias políticas. Los fondos destinados a la crisis del sida en Africa están desapareciendo, y los compromisos de ampliar la cancelación de la deuda seguramente les seguirán el paso. La defensa de los derechos de los inmigrantes y los refugiados se estaba volviendo uno de los focos principales de los activistas de acción directa en Australia, Europa y, poco a poco, en Estados Unidos. Esto también está amenazado por la creciente ola de racismo y xenofobia.

Y el libre comercio, que desde hace tiempo enfrenta una crisis de relaciones públicas, rápidamente es reetiquetado, como ir de compras y el basquetbol, como un deber patriótico. Según el representante de comercio estadunidense, Robert Zoellick (quien frenéticamente trata de que se apruebe el poder de negociación de vía rápida -fast track-en estos momentos de pensamiento colectivo patriotero), el comercio "promueve los valores que están en el corazón de esta prolongada lucha". Michael Lewis hace una fusión similar entre la lucha por la libertad y el libre comercio cuando explica, en un ensayo en The New York Times Magazine, que los comerciantes que murieron fueron un blanco por ser "no sólo símbolos sino también practicantes de la libertad. Trabajan duro, aunque sea no intencionalmente, para liberar a otros de ataduras. Esto los hace, casi por default, la antítesis espiritual del fundamentalismo religioso, cuyo negocio se basa en negar la libertad individual en nombre de algún poder putativo más elevado".

Las líneas de batalla para las negociaciones de la OMC el mes que entra en Qatar son: el comercio equivale a la libertad, el anticomercio equivale al fascismo. No importa que Osama Bin Laden sea un multimillonario con una impresionante red de exportación que va desde los cultivos comerciales hasta los oleoductos. Y no importa que esta lucha tendrá lugar en Qatar, ese bastión de la libertad que ha dejado de expedir visas extranjeras pero donde Bin Laden prácticamente tiene su propio programa de televisión en Al-Jazeera, una red subsidiada por el Estado.

Nuestras libertades civiles, nuestras modestas victorias, nuestras estrategias habituales, todas están ahora en duda.

"Algunos de la izquierda han dado a entender que la efusión de compasión y sufrimiento post 11 de septiembre es desproporcionada, incluso ligeramente racista, comparada con las respuestas a mayores atrocidades. Seguramente la tarea de aquellos que dicen aborrecer la injusticia y el sufrimiento no es administrar de manera tacaña la compasión como si fuera un bien finito... ¿Acaso el desbordamiento de ayuda y apoyo mutuo que ha inspirado esta tragedia es tan diferente de las metas humanitarias a las cuales este movimiento aspira?"

No a la etiqueta "antiglobalización"

Pero esta crisis también abre nuevas posibilidades. Como muchos han dicho, el reto para los movimientos por la justicia social es vincular la inequidad económica con el tema de la seguridad, que ahora nos concierne a todos; insistir en que la justicia y la equidad son las estrategias más sostenibles contra la violencia y el fundamentalismo.

Pero no podemos ser ingenuos, como si la muy real y persistente amenaza de masacre de más inocentes fuera a desaparecer con sólo una reforma política. Necesita haber justicia social, pero también necesita haber justicia para las víctimas de estos ataques e inmediata prevención práctica de futuros ataques. El terrorismo es, sin duda, una amenaza internacional, y no comenzó con los ataques a Estados Unidos. Mientras George W. Bush invita al mundo a unirse a la guerra de Estados Unidos, y margina a las Naciones Unidas y a las cortes internacionales, nosotros necesitamos convertirnos en defensores apasionados del verdadero multilateralismo, y rechazar de una vez por todas la etiqueta de "antiglobalización".

La "coalición" de Bush no representa una respuesta global genuina al terrorismo sino la internacionalización de los objetivos de la política exterior de un país -el sello de las relaciones internacionales estadunidenses-, desde la mesa de negociación de la OMC hasta Kioto: eres libre de jugar bajo nuestras reglas o de ser aislado por completo. Podemos hacer estas conexiones no como "antiestadunidenses" sino como verdaderos internacionalistas.

La izquierda tacaña

También podemos rechazar engancharnos en un cálculo del sufrimiento. Algunos de la izquierda han dado a entender que la efusión de compasión y sufrimiento post 11 de septiembre es desproporcionada, incluso ligeramente racista, comparada con las respuestas a mayores atrocidades. Seguramente la tarea de aquellos que dicen aborrecer la injusticia y el sufrimiento no es administrar de manera tacaña la compasión como si fuera un bien finito. Seguramente el reto consiste en tratar de incrementar las reservas globales de compasión, en vez de parsimoniosamente controlarlas.

Además, ¿acaso el desbordamiento de ayuda y apoyo mutuo que ha inspirado esta tragedia es tan diferente de las metas humanitarias a las cuales este movimiento aspira? Las proclamas callejeras -"La gente antes de las ganancias", "El mundo no está a la venta"- se han vuelto verdades evidentes visceralmente sentidas por muchos tras los ataques. Hay enojo ante la búsqueda de ganancias. Surgen interrogantes sobre si es aconsejable dejar en manos de compañías privadas servicios tan cruciales como la seguridad en los aeropuertos, o sobre por qué los rescates financieros se destinan a las aerolíneas y no a los trabajadores que están perdiendo sus empleos. Hay un enorme reconocimiento a los trabajadores del sector público. En pocas palabras, "lo común" -la esfera pública, los bienes públicos, lo no corporativo, lo que hemos estado defendiendo, lo que está en la mesa de negociaciones en Qatar- está en una especie de proceso de redescubrimiento en Estados Unidos.

En vez de asumir que los estadunidenses pueden cuidarse unos a los otros sólo cuando se preparan para matar al enemigo común, aquellos interesados en cambiar mentes (y no simplemente ganar discusiones) deberían de aprovechar este momento para vincular estas muy humanas reacciones a los muchos campos en los que las necesidades humanas deben preceder a las ganancias corporativas, desde el tratamiento del sida a los sin hogar.

Como explica Paul Loeb, autor de El alma de un ciudadano, a pesar del guerrerismo y coexistiendo con la xenofobia, "la gente parece cuidadosa, vulnerable y extraordinariamente amable. Puede ser que estos sucesos nos libren de nuestras comunidades cercadas del corazón".

Sólo símbolos y fachadas

Esto requeriría de un cambio dramático en la estrategia activista, basado mucho más en la sustancia que en los símbolos. Es más, por más de un año, el activismo altamente simbólico fuera de las cumbres y contra las corporaciones individuales ya era retado por círculos del movimiento. Hay mucho de insatisfactorio en luchar en una guerra de símbolos: se estrella el vidrio de una ventana de McDonald's, las reuniones son enviadas a lugares cada vez más remotos, pero ¿y qué? Siguen siendo sólo símbolos, fachadas y representaciones.

Antes del 11 de septiembre, un nuevo ambiente de impaciencia ya comenzaba a surgir, una insistencia en poner por delante las alternativas sociales y económicas que atiendan tanto las raíces de la injusticia como sus síntomas, desde la reforma agraria hasta las compensaciones por la esclavitud.

Ahora parece ser un buen momento para retar a las fuerzas del nihilismo y de la nostalgia en nuestras filas, mientras abrimos más espacio para las voces que llegan de Chiapas, Porto Alegre, Kerala, y mostramos que es posible retar al imperialismo mientras defendemos la pluralidad, el progreso y una democracia profunda. Nuestra tarea, nunca tan importante, consiste en señalar que hay más de dos mundos, exhibir a la luz pública todos los mundos invisibles entre el fundamentalismo económico del McMundo y el fundamentalismo religioso de la jihad.

Quizá las guerras de imágenes están llegando a su fin. Hace un año visité la Universidad de Oregon para hacer una historia sobre el activismo contra los talleres de sudor en un campus apodado Nike U. Ahí conocí a la estudiante activista Sarah Jacobson. Nike, me dijo, no era el blanco de su activismo, sino una herramienta, una vía de acceso al vasto y muchas veces amorfo sistema económico.

"Es una droga que funciona como puerta de acceso", me dijo alegremente.

Durante años, en este movimiento nos hemos nutrido con los símbolos de nuestros oponentes -sus marcas, sus torres corporativas, sus cumbres para la foto-. Los hemos usado como proclamas en las manifestaciones, como puntos focales, como herramientas de educación popular. Pero estos símbolos nunca fueron los blancos reales; eran las palancas, las manijas. Fueron lo que nos permitió, como lo dijo hace poco la escritora inglesa Katharine Ainger, "abrir una rendija en la historia". Los símbolos sólo fueron puertas de entrada. Es hora de transitar a través de ellas.



La desocupación y sus diversos efectos en las relaciones familiares


Por Elina Aguiar (coordinadora), Rosa Gremes, Mónica Guerdile, Silvia R. de Caminos, Virginia Ravenna, Emilia Faur y Mónica Horestein, Equipo de Salud Mental de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH)

"La nada que yo soy, ¿es algo para vos?" Un equipo de psicólogas que desde hace siete años trabaja con grupos de desocupados y familiares actualiza los resultados de su experiencia, tomando como eje las diversas maneras como la violencia social puede convalidarse y reproducirse en el interior de las familias.
"Cuando se insertan en acciones transformadoras y son reconocidos en otros estamentos sociales, su desvalimiento se mitiga."

La desocupación afecta a todos: a los que trabajan, a los que están excluidos del trabajo, a los subocupados, a los sobreocupados y a las familias de todos ellos. La culpabilización del desocupado se puede reproducir en el seno de la familia, por ejemplo cuando reprocha al desalentado, al que ya no busca trabajo: "Es un vago". Y el mismo desocupado se siente culpable, se autorreprocha. Es lo que llamamos victimización secundaria. Estas violencias repiten muchas veces las violencias padecidas fuera de la familia y convalidadas desde el entorno social.
Como el desocupado es desconocido como persona, suele sobreexigir a quienes lo rodean para que le compensen esa falta de reconocimiento, lo cual genera conflictos que lo dejan aún más aislado, no sabiendo quién es para el otro social. ¿Quién es para su familia, ahora que está sin trabajo? "Ante mis hijos siento que no soy nadie... que no tengo derecho ni razones para exigirles que se formen, que estudien." Al sacarle el trabajo, lo despojaron de sus vínculos socio-laborales y esta labilidad recae en los vínculos de pareja y familia. El vaciado de los distintos lugares que ocupó como trabajador/a hace emerger una vivencia de vacío, la cual se liga a ansiedades primitivas de desamparo y abandono que se reactualizan en los vínculos familiares y que es importante detectar clínicamente.
Muchas personas desocupadas exigen y reprochan a sus parejas y familias que valoricen su autoestima jaqueada: "¡Mostráme que valgo!", "¿Soy algo para vos si no tengo trabajo?" Resarcir al otro de su no lugar es una pretensión depositada en los vínculos familiares y de pareja, imposible de cumplir (frustración-reproche-violencia: un circuito posible).
Y desde que quedó sin trabajo ya tiene un lugar en lo social, el lugar estigmatizado del "desocupado". Según sus otros apuntalamientos sociales, sus otras pertenencias, podrá correrse del lugar de excluido. Al perder lugar, se puede aferrar exclusivamente a la pareja, a la familia, demandándole sostén, seguridad, valoración, ya que la pareja y la familia son lugar de pertenencia y reconocimiento. En la situación de desocupación, este pedido se duplica y es difícil de satisfacer, con su consecuente circuito de frustración, paralización y/o violencias, interno o externo.
El familiar que sí trabaja también tiene que habérselas con la impotencia que aqueja a la familia y, como manera de conjurarla, se sobreexige, ocupa más lugares de los que puede. La conmoción en la pareja y la familia implica un reacomodamiento de funciones, proyectos e ideales.
La familia tiene que habérselas con distintos modos de enfrentar las crisis evolutivas esperables más el corte abrupto provocado por la desocupación. Las familias presentan así disritmias intersubjetivas, con modos que pueden ir del mutuo sostén al mutuo enloquecimiento, o de la anulación de uno a expensas del otro.
El proyecto de la vida, el proyecto vital compartido queda así cercenado. El único proyecto seguro es la incertidumbre. A la familia, ante la desocupación, se le pide un trabajo difícil de realizar: contener las ansiedades primitivas y no sucumbir ante la falta de proyectos. La desocupación ubica a la familia frente a lo catastrófico: a la pérdida de la noción de futuro. Y surge un proyecto: "cómo ir aguantando la caída".
La inestabilidad económica se va convirtiendo en la problemática central de la familia. Hay una retracción libidinal: "Lo único que puedo pensar es cómo conseguir plata...". La familia debe pensar cuidadosamente cómo reorganizarse restringiendo su calidad de vida. El deterioro económico muchas veces obliga a cambios de vivienda: se van a vivir con sus padres ancianos, con las consiguientes alteraciones de lugares y funciones en la familia. Los hijos adultos jóvenes no pueden irse a vivir solos.
En las clases medias, los hijos con educación aspiran a irse del país. La falta de perspectiva y otras conflictivas personales –que sería importante detectar– hacen frecuente que la emigración sea vista como la única salida. Los jóvenes ven el fracaso laboral de sus padres, no están motivados para estudiar, quieren trabajar pero no consiguen trabajo: ellos, que no acceden al primer empleo, y sus padres en edad madura son, en la escala laboral, las dos franjas con mayores dificultades de inserción. Entonces, las realidades y competencias generacionales y las necesidades de superación se ven alteradas. Esos padres no son vistos como modelo y tambalea el proyecto para padres e hijos.
Hay que destacar la importancia de la respuesta del entorno social a la desocupación, en el modo en el que el desocupado tramitará esta situación traumática. Cuando pasan a insertarse en acciones transformadoras y a ser reconocidos en otros estamentos sociales, su desvalimiento y aislamiento se aminoran al ser contenidos por una estructura social más amplia. Por ello la desocupación hace pensar que la socialización es un proceso constante y estructurante del psiquismo a lo largo de toda la vida de las personas. La subjetividad social se construye y deconstruye permanentemente: moldea constantemente nuestros cuerpos, nuestras mentes y muestras relaciones sociales.
Desde 1996 venimos trabajando en la Asamblea Permanente por los derechos Humanos (APDH) con personas desocupadas o subocupadas y familiares. Evaluamos que la desocupación implica violación cotidiana de un derecho humano y el trabajo en grupo con los desocupados y/o familiares tiene como objetivo recuperarnos como sujetos en un reflexionar y compartir que apunte a un quehacer subjetivante.

Pagina12/noviembre de 2003


De bidetes y piquetes  


Por Dardo Scavino, revista Lote, 2002
 

A pesar de la crisis, de la miseria y de que "las condiciones están dadas", la mayor parte de la gente, y no sólo la llamada clase media, siguen pensando en términos liberales y los excluidos, lejos de constituirse en críticos, reclaman una reinserción al sistema que los segregó. Este trabajo analiza las muchas contradicciones de una situación que sólo la acción política puede resolver, y tal vez no sin violencia.

 

Del lado de los bidetes


Para un unipersonal estrenado, si no recuerdo mal, a finales de la última dictadura, Jorge Goldenberg escribió un pasaje que me gustaría evocar aquí. De regreso de uno de esos viajes por Europa que algunos argentinos podían pagarse en la época de Martínez de Hoz, la protagonista, Mabel, le comentaba azorada a sus invitados que los europeos, a diferencia de los argentinos, no solían tener bidetes en sus baños, lo que para ella era un indicio evidente del nivel cultural e higiénico de nuestra nación cuyos miembros no podían prescindir del dichoso sanitario. La propia Mabel contaba entonces que la mucama, después de escucharla mientras servía a los invitados, se permitió el siguiente, y estricto, razonamiento: "Yo no tengo bidet en mi casa, así que no debo ser argentina".

Más allá de la anécdota, aquí se pone en evidencia lo que sucede cada vez que alguien se propone darle un contenido a una forma o, si se prefiere, darle una definición a un nombre. En principio, no cabe duda de que la mucama es un miembro de esta nación, puesto que su documento de "identidad" así lo acredita. Esta pertenencia puramente formal, sin embargo, no deja de ser tautológica, ya que consistiría en decir que "argentinos" son, simplemente, los argentinos. Pero cuando la patrona pretende atribuirle a esos argentinos una cualidad específica ("los que usan bidet"), o cuando le da un contenido particular al conjunto de todos los argentinos, excluye a su mucama de esa definición, como si ésta, a pesar de ser un miembro de aquel conjunto, no cumpliera del todo con las condiciones para integrarlo.

Señalemos dos cosas al pasar: no es casual que la definición del argentino esté aquí a cargo de la patrona, y no de la mucama, ni que ese atributo supuestamente esencial de la "argentinidad" obedezca a un criterio de "higiene": por un lado, la supuesta regla universal es siempre un particular hegemónico y por ese motivo proviene del lenguaje de los patrones encargados de establecer cuáles son las condiciones para formar parte de un conjunto; por el otro, lo que se excluye es siempre eso que, aun cuando su presencia en el interior del conjunto resulte inevitable, se percibe como un sobrante, un resto inasimilable, un residuo excremencial o una secreción inmunda.

Habría así individuos que responden al nombre de "argentinos" pero no a su significación, ciertos elementos que pertenecen a un conjunto y sin embargo no son tomados en cuenta por aquella definición. Los excluidos tienen entonces un estatuto problemático, paradójico, anómalo: no están simplemente afuera sino adentro y afuera al mismo tiempo, habitan una sociedad pero no forman parte de ella, están presentes pero no la representan, están ahí pero no se los reconoce como miembros legítimos porque ya no son "gente como uno". Son, dentro del conjunto social, una población excedentaria.

Frente a esto, pueden asumirse dos actitudes que podemos caracterizar con dos términos provenientes –y no es casual– de la tradición filosófica: una dogmática, la otra crítica. La posición dogmática consiste en defender la definición dominante y en execrar, o excomulgar, a quienes no se adecuen a ella, considerándolos miembros "falsos" o "ilegítimos" del conjunto en cuestión, dado que, a pesar de darse ese nombre, no obedecen a las condiciones requeridas para portarlo. Los elementos excluidos adquieren en este caso las características escatológicas a las cuales nos referimos: son lo in-definido, la masa informe e inasimilable que se resiste a ser determinada o significada por el lenguaje de quien establece las condiciones de inclusión, características todas que cierta tradición platonizante le atribuía a la materia por oposición a la idea, a la pura multiplicidad por oposición a la unidad. La posición crítica realizaría, en cambio, la operación inversa: si aquella definición no toma en cuenta a algunos miembros de ese conjunto, se debe a que existe una falla o una incompletud en la propia definición, o en la propia idea, y de ningún modo una falsedad en los elementos repudiados por ella. Y a esto se refería Marx cuando hablaba de aquella "clase cuya existencia misma es la negación de la racionalidad del orden existente".

De manera que los excluidos no son tanto quienes se resisten a las condiciones dominantes de integración como quienes fueron expulsados o des-calificados por esa misma definición para que ésta pudiera establecerse como tal sin contradecirse a sí misma, y para que pudiera erigirse en norma legítima e infalible, es decir, "racional". O si se prefiere: para disimular el hecho de que una parte de ese conjunto se ha convertido en la norma para definir el todo.

Cada conjunto tiene entonces sus excluidos o, para ser más precisos, sus elementos sintomáticos, paradójicos, anómalos o excedentarios. Un caso paradigmático fue siempre el de la mujer, "síntoma del hombre", como la llaman algunos psicoanalistas, vale decir: síntoma de que la definición patriarcal del conjunto "hombre" es incompleta desde el momento en que excluye, o no incluye del todo, a una multitud de personas que sin embargo pertenecen al mismo. De modo que el feminismo se convirtió en una crítica política del lenguaje hegemónico, patriarcal o falocéntrico, para el cual la esencia universal del hombre se confunde con los atributos de su parte dominante. También aquí podría decirse, glosando a Marx: "la existencia misma de las mujeres es la negación de la racionalidad del orden machista". Sólo que en este caso, Mabel y su mucama se encontrarían en una situación semejante. Y en este artículo nos referimos más bien a la frontera entre Mabel y su mucama o, más precisamente, entre Mabel y alguien que, aunque lo quisiera, ni siquiera podría ser su mucama.

De sociales y asociales

Formar parte de una sociedad siempre supuso cumplir con ciertas obligaciones en función del papel que allí se interpreta, pero también participar de las ventajas del intercambio de bienes y servicios como el alimento, la vestimenta, la salud, la educación, el agua, etc. En sociedades capitalistas como las nuestras, sin embargo, la condición para que cualquier individuo pueda participar en esta circulación se reduce casi exclusivamente a la posesión de dinero, y esto se debe a que todos aquellos bienes y servicios, materialización del trabajo de nuestros conciudadanos, adquieren la forma de mercancías. Marx había aludido a este fenómeno, desde luego, cuando se refería al hecho de que en las sociedades capitalistas el "cruel pago contado" había sustituido a todos los "vínculos multicolores" y supuestamente "sagrados" de las formaciones precedentes. Y de algún modo también Mabel invocaba indirectamente esta condición cuando evocaba la posesión de un bidet. Pero cualquiera puede comprobar que esta lógica encontró su consumación más acabada en la Argentina de la última década, a tal punto que podríamos hablar de una utopía liberal realizada donde se conjugan la privatización de todos los bienes y servicios sociales, el Estado reducido a una oficina gerencial de los grandes capitales, la competencia despiadada, la proliferación de la dichosa "iniciativa privada" –o, en criollo, el "rebusque"– y, para coronar el todo, la "mano invisible" del mercado hilando el destino, la vida y la muerte de millones de personas. Sólo que en lugar del bienestar creciente soñado por los liberales, la más perfecta realización de esta utopía que jamás se haya visto en el mundo coincide con la pesadilla económica y social que se vive hoy en día. Hasta el punto que si en 1989 la caída del Muro le sirvió a la derecha para confirmar el fracaso del sistema comunista, hoy la izquierda de todo el mundo erigió a la Argentina como paradigma del fracaso estrepitoso del neo-liberalismo.

Pero volviendo al problema que nos ocupa, podemos decir que la desigualdad característica de las sociedades capitalistas puede concebirse como una escala gradual de participación en aquellos bienes y servicios, escala que va desde la perfecta inclusión hasta la perfecta exclusión en función del dinero disponible para pagarlos. Y desde luego, ambos extremos son estrictamente interdependientes, ya que la acumulación de riquezas en los sectores de más ingresos va a generar necesariamente la acumulación de pobreza en los de menos. Ahora bien, si la desigualdad sigue profundizándose, o la pobreza acrecentándose, se llega ineluctablemente a un punto crítico que corresponde al momento en que una porción de la población ya no consigue sobrevivir con un "trabajo honesto", ya sea porque carece de empleo, debido a la desocupación, ya sea porque, aun ocupado, sus ingresos son miserables. Este momento crítico, según Hegel, correspondía a la formación de lo que él llamaba el "populacho", cuando el individuo "llega a perder el sentimiento del derecho, de la legalidad y del honor que consiste en subsistir gracias a su actividad", o sea, gracias al puesto que ocupaba o al papel que desempeñaba en la división social del trabajo. La relativa exclusión económica, la propia desigualdad, se convierte entonces en pura y simple exclusión social, ya que estos individuos ni siquiera son reconocidos como miembros de una de las "partes" de la sociedad (obreros, campesinos, mucamas, docentes, empleados estatales, etc.), a través de la cual cada uno suele convertirse en miembro –o formar "parte"– de una comunidad. La formación del "populacho" hegeliano corresponde pues al momento en que el propio lazo o la ob-ligación social se desintegran y, con éstos, cualquier idea de participación en una sociedad, aun cuando se trate de una participación profundamente desigual como sucede en las sociedades capitalistas. Y Marx se refería justamente a este mismo "populacho" cuando hablaba de aquella "clase de la sociedad que no es una clase de la sociedad".

"Población chatarra" la llamarán algunos sociólogos latinoamericanos, resumiendo con esa expresión tanto su carácter residual, o excremencial, como su des-funcionalización social. La propia sociedad desecha entonces a una porción de la población, la expulsa del "contrato social" o la separa de ese espacio simbólico en donde cada uno se encuentra investido con un rol social preciso, y al mismo tiempo la estigmatiza, perversamente, como población a-social, por considerar que ha perdido aquel sentimiento del derecho, de la legalidad, de la obligación o del honor profesional al cual se refería Hegel, de manera que los adjetivos "vagos", "roñosos", "raros", "extraños", "rateros", surgen de la boca de los integrados –y deberíamos comenzar a usar esta palabra en lugar de seguir hablando de "clase media"– como una metralla de desprecio. La población chatarra queda socialmente desinvestida y, por eso mismo, se vuelve indeseable. Y su criminalización se convierte entonces en una consecuencia inevitable de la misma exclusión de la cual fueron víctimas. La población excedentaria se convierte así en una clase "peligrosa".

Si una nación se provee de un ejército para protegerse de las agresiones externas, se provee de una policía para protegerse de esta agresión interna. Y desde luego, como suele suceder, la propia sociedad no cesa de confirmar este temor, ya que desprovistos de la posibilidad de "subsistir gracias a su actividad y su trabajo", esa parte de la población se ve forzada, en muchos casos, a consagrarse a las actividades ilegales (lo sorprendente, en el caso de la Argentina, no es que la "criminalidad" haya aumentado sino que no haya aumentado más todavía, lo que revela la inercia de las normas morales aun entre quienes ya no tienen ninguna razón para respetarlas). De modo que la propia sociedad verifica retrospectivamente su prejuicio: no se convirtieron en asociales porque fueron excluidos sino que fueron excluidos porque se convirtieron en asociales. Y es por este motivo que esta misma criminalización de los excluidos no recae sobre alguna de las partes de la sociedad por más que se les compruebe una tendencia creciente a la transgresión de la ley, como sucede con algunas categorías de funcionarios estatales o también con algunos "hombres de negocios".

Y esta criminalización, desde luego, no es de ningún modo azarosa: si esa población excedentaria es el "síntoma" de una sociedad, el mecanismo de poder puesto en marcha consiste en suprimir ese excedente sintomático para no ir a las raíces del problema, a saber: las condiciones requeridas para formar parte de la sociedad en cuestión. Invirtiendo la fórmula de Marx: hay que suprimir la existencia misma de esa clase para conservar la racionalidad del orden existente. Ahora bien, ya Hegel constataba al menos tres "soluciones" para suprimir o atenuar el síntoma: la regulación, la emigración y la represión. Hoy se practica la primera en muchos de los llamados "países desarrollados" y consiste en controlar y morigerar la acumulación de capital por parte de la clase dominante a través de una redistribución de esa riqueza: impuestos, cargas sociales, mutualización de los servicios –vale decir, diferencia en el pago de los sistemas de educación o de salud pública en función de los ingresos–, etc. Así en algunos países europeos la patronal debe pagar hasta un 100% de cargas sociales sobre el salario neto de sus empleados para financiar las cajas de desocupación, lo que le permite al Estado pagar una retribución digna a cambio de una capacitación laboral de estos mismos desocupados que les facilitará el acceso a un puesto laboral en el futuro: aunque los índices de desempleo se mantengan constantes, esta falencia del sistema no recae siempre sobre los mismos, ya que se genera una circulación de los trabajadores entre períodos de formación y de trabajo. La segunda fue practicada por muchos países europeos en el pasado y en estos últimos años la pusieron en marcha, pero en dirección inversa, algunos países del tercer mundo: se trata de enviar aquel excedente poblacional a los países que puedan ofrecerle un empleo. La tercera, la vía represiva, es sin duda la que se prefiere hoy en nuestro país: tener a raya a esa población criminalizada, vigilarla, perseguirla e incluso suprimirla. Y ya Martínez de Hoz había anunciado las cifras del brutal malthusianismo iniciado durante la dictadura: éste es un país, dijo, para diez millones de habitantes.

De estas tres "biopolíticas", como las llamaba Foucault, la primera es, a pesar de todo, preferible. Se dirá que su aplicación resulta imposible en nuestro país, y en parte es cierto: la condición para que los países desarrollados no exporten su población excedentaria es que exporten sus mercancías. Pero no hay que subestimar la salvaje acumulación de riquezas en nuestro país, con el del 9% más rico de la población acaparando el 50% del PBI y con su consecuente acumulación de "indigencia" en el 10% más pobre que apenas si se reparte el 1,5%. Ni tampoco los efectos que una redistribución de la riqueza podría tener sobre el crecimiento del mercado interno con su consecuente mejora en los ingresos de los trabajadores y su relativo aumento del empleo. Y en este sentido, yo no subestimaría (más bien apoyaría) esfuerzos como el del Frenapo, pero me pregunto si esta "lucha contra la pobreza" podría llevarse a cabo sin una "lucha contra la riqueza", es decir, sin eso que, a mi entender, fue y sigue siendo la única definición válida de la política: la lucha de clases.

 

Del lado de los piquetes

 

Digo: incluso todas aquellas tibias medidas de administración de los bienes sociales no podrían llevarse a cabo en nuestro país –como tampoco pudieron llevarse a cabo en algunos países europeos– sin la constitución de un contra-poder o de un movimiento político contra-hegemónico capaz de amenazar la hegemonía de la clase dominante y forzarla a tomar medidas en contra de sus intereses o a desprenderse de una parte de su participación en la riqueza nacional. Y cuando de política se trata, como lo sabía Karl Schmitt, nos encontramos siempre con un enfrentamiento entre un "nosotros" y un "ellos" o, como añadía este autor, entre "amigos" y "enemigos". Y esto no es privativo de una tendencia política en particular: cualquier político, en sus discursos, habla desde un "nosotros", un sujeto colectivo, y anatemiza a un "ellos", no menos plural: "nosotros, los argentinos" y "ellos, los extranjeros" o incluso "nosotros, la gente decente" y "ellos, la escoria", en el discurso fascista; "nosotros, los proletarios" y "ellos, los capitalistas", en el discurso de izquierda. O como decía aquella canción de Daniel Viglietti, en respuesta al fascismo de la Doctrina de Seguridad Nacional que identificaba al comunista con un agente extranjero: "No somos los extranjeros, los extranjeros son otros / son ellos los mercaderes y los esclavos nosotros". ¿Y qué le permitía a Viglietti hablar de un "nosotros" si él mismo no ocupaba, desde un punto de vista estrictamente económico y social, la posición del obrero o el campesino latinoamericano? Se sabe: una posición política. "Proletario", "comunista", "socialista", "revolucionario" fueron, entre otros, los nombres políticos de una posición o un sujeto colectivo que no se confundía con ninguna de las posiciones económicas y sociales existentes, aun cuando apuntara a denunciar la situación a la cual algunas de ellas se veían reducidas. Los nombres de un "nosotros" que se enfrentaba a un "ellos", los mercaderes, la burguesía, los vencedores. Los nombres de un "nosotros", en fin, que criticaba la definición hegemónica o las condiciones requeridas para formar parte del "nosotros" de las sociedades capitalistas.

Sin embargo, sólo una vergonzosa falta de pudor le permitiría hoy a un cantante como Viglietti hablar de "nosotros, los excluidos", y sonaría abusivo que un escritor, un artista o un intelectual, por más que su situación no sea muy brillante económicamente, se atreviera a incluirse entre los excluidos, y comenzara su discurso diciendo: "nosotros, los excluidos, vamos a luchar contra ellos, los poderosos de este país". Así que nos encontramos hablando –como yo mismo vengo haciéndolo hasta aquí– de "ellos", de los que ya no tienen nada, de la "población chatarra", de los marginados o incluso de las "víctimas del sistema". Pero la reducción de esa población excedentaria al estatuto de objeto de "nuestro" discurso, ¿no es el correlato pudoroso del impudor de quienes no la consideran "gente como uno"? O para decirlo en términos más precisos: ¿nuestro lugar de enunciación no presupone esa misma frontera que pretende criticar? ¿No disimula, aunque hablemos en primera persona, ese lugar de enunciación colectiva, el de los incluidos, que deseamos cuestionar? ¿No da por descontado que mi interlocutor o mi lector no puede ser un excluido?

El problema no es entonces que nos sobre pudor, es que nos falta política. Nos falta ese lenguaje contra-hegemónico capaz de criticar y oponerse al lenguaje hegemónico que regula la comunicación, el consenso establecido y nuestra propia sujeción a la perspectiva de los vencedores; nos falta ese lugar de enunciación colectiva que ya no nos identifique, explícita o implícitamente, con los patéticos "argentinos" de Mabel. Porque un lenguaje político contra-hegemónico supone una comunidad política, un "nosotros" insurgente que ya no se confunda con las identidades económicas y sociales del orden establecido. Un "nosotros" constituyente en antagonismo con el "nosotros" constituido. Porque en ese sentido el sujeto político colectivo aparece, en el presente, como el anuncio de una ciudad futura.

Un nombre como "piqueteros" alude a una modalidad de protesta colectiva y ya no a la identidad social de los desocupados y los excluidos que lo integran. Y por eso comienza a delinearse como uno de los nombres de la política en Argentina. Y el sólo hecho de que yo pueda referirme aquí a los "compañeros" piqueteros, que podamos comenzar a dialogar, e incluso a discrepar, ya es un indicio de que comenzamos a darnos un espacio de interlocución común donde pueda discutirse el proyecto de una constitución futura acerca de la cual "ellos" –los gerentes de la utopía liberal realizada– ni quieren oír hablar.  Porque, como sucedió siempre, un pasaje de la protesta a la insurgencia, de la simple demanda social al deseo político colectivo, del reclamo de ayuda a la exigencia de justicia, es el único camino para que algo pueda comenzar a cambiar en Argentina.

 

Post Scriptum

 

Este artículo fue escrito antes de las jornadas de saqueos y protestas que terminaron con el gobierno de Fernando De la Rúa. En esos días, el "populacho" salió a la calle a reapropiarse aquellos bienes de cuya circulación habían sido excluidos. Es probable que algunos grupos los hayan incitado, pero es evidente que nadie hace eso simplemente porque alguien se lo diga. Lo curioso es cómo se trata de establecer una distinción entre quienes lo hicieron por hambre y los otros, los que robaban electrodométicos. Esta distinción pone en evidencia varias cosas. En primer lugar, la visión animalizada que algunos tienen de los excluidos, como si éstos debieran limitarse al puro instinto de conservación para ser "buenos" excluidos. En segundo lugar, el moralismo de quienes pretenden que los expulsados de la sociedad, los "asocializados", no se comporten como tales, como si esta expulsión se limitara a la disyuntiva comer o no comer y no supusiera también una expulsión de la "honestidad" social (se distingue así a la "gente con hambre" de las "bandas"). En tercer lugar, la falta de imaginación práctica de quienes no precisan vender un televisor o una heladera para comprar comida u otro producto de primera necesidad cuando los saqueos se terminen (con lo cual no sólo animalizan a los saqueadores sino que además los toman por boludos). Así pues, tanto quienes justificaron los saqueos en el "hambre del pueblo", y se preocuparon por eludir la cuestión de los robos de electrodomésticos u otros productos de "lujo", como quienes hicieron hincapié en este aspecto para mostrar que no se saqueaba solamente "por hambre", eluden lo esencial: y sí, señores, esta sociedad no sólo genera hambre sino también hordas. Y es por este motivo que es preciso cambiarla. A ver si se creen que hay un problema que se resuelve con la asistencia social y otro con la policía. Por mi parte, me imagino a la mucama de Mabel afanándose un bidet. Y espero que lo disfrute. Pero me gustaría también que discutamos cómo podemos hacer para que su hija o su vecina no tengan que afanarse otro mañana. Y por ahora me parece que la mucama de Mabel sigue sin querer meterse en política. Con lo cual es probable que su hija o su vecina tengan que volver a saquear un negocio de sanitarios dentro de poco.

 


Entrevista a Evo Morales

La nación clandestina, la 'otra Bolivia' desconocida, se lanza a tomar el poder
ADITAL - COCHABAMBA, 28-09-02.

ADITAL: Evo, usted apareció en la escena política con 70% de votos para diputado. Pero como nada sucede de repente le pregunto ¿En qué consistió su formación y actividad política para llegar a ese 70%?

EVO MORALES: Empecé como dirigente sindical en el año 1980. Fui secretario de deportes de un sindicato de base, que tenía 150 afiliados. Posteriormente fui dirigente del sindicato, secretario de actas de la Central y dirigente de la misma. Por último, en el año 1988 me nombraron ejecutivo de la gloriosa Federación del Trópico; función que desenvuelvo hasta el presente.

Recuerdo que en 1989 convoqué, por la primera vez, a una gran concentración en la localidad de Villa Tunari, en la cual participaron más de treinta mil compañeras y compañeros. Al día siguiente tuve que enfrentar una fuerte represión policial, una tortura, prácticamente, en la que me fracturaron la clavícula. Me patearon, perdí el sentido, y desmayado me botaron dentro de la movilidad de los aparatos de la represión. Creo que ese fue el momento del arranque, el estallido de una lucha pública, de carácter nacional e internacional, en defensa de los derechos humanos, de la coca, de la tierra y del territorio indígena.

Mi mejor escuela ha sido participar en luchas sindicales, en debates con compañeros de base y en las federaciones, y, evidentemente, en algunas conferencias internacionales. También aprendí debatiendo con algunos compañeros periodistas, en algunos cafetines de Cochabamba: con mucha voluntad y desprendimiento me orientaban para que pudiera conducir una federación. Evidentemente esa acción no solamente de carácter regional, o nacional sino de carácter internacional, porque cuando hablamos de la coca automáticamente lo ligan con el narcotráfico, con la cocaína y eso obliga a debatir en todos los niveles.

Yo no tengo ninguna formación académica. Soy dirigente sindical. Y estoy convencido de que el estudio académico, en muy pocos casos, puede ser importante para la sociedad. En muchos casos creo que la universidad sólo moldea personas no comprometidas con un real servicio a la humanidad, pese a que estudiaron con el impuesto pago por el pueblo boliviano. Yo vengo de una familia muy humilde, de las comunidades de Oruro, que por problemas económicos entré al Chapare. Fue aquí, felizmente, que por una cuestión de honestidad y coherencia me gané el lugar político donde me encuentro en este momento.

ADITAL: Los adversarios de Lula, en Brasil, cuestionan su candidatura a la presidencia porque no tiene diplomas.

EVO MORALES. Pienso que, si son diplomas de la vida, tienen, definitivamente, valor. Yo no tengo ningún diploma, pero a estas alturas no me arrepiento por no haber estudiado. Quien es fiel y consecuente con el pueblo, obediente al pueblo y es un soldado que lucha contra un sistema enemigo de la humanidad, éste es, pues, el mejor título que nos puede dar la vida. Yo creo que el mejor diploma es entender la vida misma de las mayorías nacionales y, en base a eso, proyectar nuestra situación o nuestra tarea como ser humano.

ADITAL: Su partido y los cocaleros están exigiendo una tregua en la erradicación forzosa de la hoja de coca, con el objetivo de estudiar una solución alternativa. ¿El diálogo encaminado con el gobierno, puede llegar a una solución favorable?

EVO MORALES: Si hay decisiones políticas de carácter nacional sí. Pero, si existe intervención extranjera, posiblemente, el presidente pueda retroceder y con eso no estaremos resolviendo absolutamente nada. Los conflictos pueden agravarse, inclusive, porque el movimiento del Trópico está bien organizado, bastante unido y esa es la mayor ventaja. A esta altura el movimiento cocalero boliviano se convierte en la vanguardia del movimiento popular y la hoja de coca se convierte en un símbolo de unidad nacional para defender nuestra dignidad. Por tanto, no tenemos porque tener miedo. La erradicación debe parar para respetar los derechos humanos; para que ya no haya mas hambre y miseria, por que los programas, planes y proyectos del desarrollo alternativo han fracasado. Fueron proyectos que podían diversificar la producción, y podían transformarse en industrias; pero, estos proyectos no tuvieron eficiencia económica, de nada sirvieron: eso es lo que sucedió. Mientras estén vigentes las políticas neoliberales, ningún plan, ni proyecto, servirán para el movimiento campesino. Solo será la hoja de coca la compañera de la vida, la compañera de los compañeros campesinos, no sólo productores sino consumidores, y de toda una cultura.

ADITAL: No solo de coca vive Evo y el MAS. Además de la atención a los problemas de los productores de la hoja de coca, ¿cuáles son los principales objetivos políticos y sociales que el MAS quiere lograr en los próximos años?

EVO MORALES. La estructura principal del MAS son los movimientos sociales, y los movimientos sociales existen, no solamente, en el Chapare. En este sentido, el MAS tendrá que ser más organizado, con más conciencia ideológica y política. Deberá adquirir más claridad programática. Pero lo central comienza a nacer en este momento: estamos defendiendo no solamente la coca, sino el territorio, que envuelve la defensa de los recursos naturales, del medio ambiente, la defensa de los pobres de Bolivia. Creo que esa es nuestra fuerza como MAS y, por lo tanto, vamos a continuar en esta dura lucha de defensa de la vida, junto a nuestras organizaciones. No importa si satanizados, criminalizados, penalizados...

ADITAL: A Ud. le quitaron el mandato de diputado en enero de ese año...

EVO MORALES: Eso, claro, de los que se hacen pasar por egresados de las universidades: doctores, constitucionalistas, hombres de ley... Los mismos que, cuando escucharon la orden de la embajada estadounidense, se olvidaron de la Constitución y la violaron, así se explica el fallo del Tribunal Constitucional contra mi cargo político. A esta altura no tenemos porque renunciar a esta gran lucha, ni dar un paso atrás, aunque esto nos cueste la vida. Digo esto porque me han hecho muchas amenazas, hasta de muerte; me persiguen y me acusan. Pero, no sólo es Evo quien está siendo atacado: es el movimiento, con Evo Morales o sin Evo Morales, va a continuar hacia adelante, hasta que el pueblo boliviano se libere del imperialismo estadounidense.

ADITAL: En entrevista a la revista brasileña Carta Capital de 21 de Agosto de 2002 Ud. afirmó que el MAS organizaría un gobierno paralelo, para defender los derechos del pueblo. ¿Esa idea está concretizándose?

EVO MORALES: Sí, este gabinete del pueblo se basa en lo siguiente: en el gabinete económico ya consolidado; en un gabinete social, donde se tratan, permanentemente, los temas de educación, salud y seguridad. El gabinete político también existe, inclusive con gente que no es militante del MAS, pero que se incorpora al mismo, con una posición antiimperialista y antineoliberal.

Esto muestra la amplitud del MAS que ha roto con todas las estructuras políticas, ya sean de derecha o de izquierda. Para mí el pertenecer al MAS no es lo más importante. Más importante que ser militante del MAS, es servir al pueblo y esa actitud está en todos los sectores y regiones del país. Toda esa gente que se incorpora al movimiento, va avanzando, trabajando, son dirigentes indígenas e intelectuales independientes, organizaciones, instituciones. Todos ellos se incorporan para impulsar este Instrumento Político.

ADITAL: En muchos países de América Latina aparecen hechos nuevos con un significado político nuevo: el golpe contra Chávez no se firmó, hay una lucha generalizada contra el ALCA, el pueblo va a la calle en el Cono Sur, en Nicaragua y Panamá; Lula puede ganar la presidencia en Brasil y otros hechos. La sociedad civil aparece como una nueva fuerza. ¿Los excluidos están dejando de ser una masa de maniobra para hacer ellos mismos su historia?

EVO MORALES. Empezamos, en Bolivia, colocando la 'Bolivia profunda' dentro del Congreso Nacional. La nación clandestina, la 'otra Bolivia' desconocida, ahora se lanza a tomar el poder para recuperar el territorio y, con éste, los recursos naturales. Lamentablemente, las políticas económicas impuestas por el Banco Mundial y por el Fondo Monetario Internacional hacen arder a Latinoamérica. Frente a la injusticia y la desigualdad, los pueblos se levantan para decir 'basta' al sistema y al modelo. También estamos muy cerca de que en Brasil gane Lula, lo que me llama mucho la atención, lo respetamos mucho. Si Lula tiene la posibilidad de ganar, eso demuestra que el sistema y el modelo no han funcionado. Por eso hay una sublevación, una rebelión de los pueblos contra el modelo. Aquí luchamos por la defensa de la vida. Las naciones originarias en Bolivia, los pueblos indígenas, amamos la vida, vivimos en reciprocidad con la madre tierra. La tierra es nuestra madre, nuestra vida, no se puede poner como mercancía la madre. Desde un punto de vista regional y nacional se trata de salvar al planeta. El capitalismo es el peor enemigo de la humanidad; el capitalismo es el peor enemigo del medio ambiente. Por eso mismo todos esos movimientos de excluidos cuestionan este modelo económico en un levantamiento natural en nivel mundial. Ahora quieren implementar el ALCA, el Área de Libre Comercio de las Américas. Para nosotros, los indígenas, es un acuerdo para legalizar la colonización en las Américas La integración es importante. Pero necesitamos de una integración soberana, no una integración sometida, subordinada. Dentro de ese marco vamos a seguir con nuestra dura lucha, contra sistemas, instrumentos de sometimientos, de esclavitud. Como pueblos, no podemos ser cómplices de la política de genocidio y, si hablamos del ALCA, no podemos ser cómplices de economicidio. Acá es importante el levantamiento y la organización. Por mi experiencia sindical - el mejor diploma, como hace un momento hablaba- estoy convencido que el mejor instrumento es la unidad de la organización, lo más natural, para enfrentar al sistema. Y como el sistema ya está en decadencia que mejor que podamos pensar en muchas Cubas en Latinoamérica, para que Latinoamérica se libere del imperialismo estadounidense.

ADITAL: Y el sueño de la patria grande. ¿Se va a realizar?

EVO MORALES: Evidentemente, una nueva Latinoamérica integrada, una nueva patria. Es posible construir una nueva nación. En nuestra manera de entender es el Pachacutek, el nuevo, en base al respeto a la Pachamama que es la madre tierra, y además de eso en base a nuestra ley cósmica que es el Ama Sua, Ama Llulla, Ama Q'ella, -no mentir, no robar, ni ser flojo. En la cultura Quechua-Aymara, el que roba es castigado con la pena máxima, mientras en la cultura occidental, lamentablemente, no, pues son expertos en mentir, son expertos en robar, son expertos en estar ociosos. Pero, ¿cómo hacer política para vivir del pueblo sin hacer nada? Creo que esas son las profundas diferencias que tenemos.

ADITAL: ¿Ud. esta hablando del Pachacutek, el mito de los Andes que dio el nombre al nuevo movimiento político y social en Ecuador?

EVO MORALES. Sí, somos muchos aliados. Ahora ya empezamos. Hay que construir el Instrumento Político de Liberación en toda Latinoamérica, y en Bolivia será el MAS, en Ecuador el Pachacutek. Un día estos pueblos van a unirse para decir, de manera conjunta, unida y organizada, 'basta!' al imperialismo estadounidense.

ADITAL: Un amigo suyo, en Cochabamba, me dijo: "Evo Morales es nuestro Lula". El origen popular, el compromiso en el sector sindical y en el movimiento popular...

EVO MORALES. Bueno, yo no puedo auto definirme, yo respeto comentarios, conceptos que pueden verter sobre Evo Morales.

ADITAL: ¿Qué le diría a Lula?

EVO MORALES. Que siga adelante, que conserve la fuerza, y que gane. Ellos serán nuestros mejores aliados. Con seguridad este triunfo va a influir acá en Bolivia, en toda Latinoamérica, donde los pobres también podemos gobernarnos, porque ¿hasta cuándo van a seguir hablando por nosotros, hasta cuándo van a seguir decidiendo por nosotros? Ya llegó la hora de que los pobres también decidan por si mismo, y por eso en Bolivia es importante convocar a una Asamblea Constituyente Popular de las naciones originarias e indígenas.
 
Fuente: Adital
 


Argentina, una vez más: lo viejo y lo nuevo

Por Bazar Americano (2002)

Muchos hemos recordado en estos últimos días, que parecen años, aquella célebre frase de Marx sobre el hiato histórico en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Es lógico que una frase así se preste tan bien a estas situaciones de crisis y transformación como la que atraviesa la Argentina. El problema que enfrentamos, de todos modos, es que todavía no hemos hecho bien las cuentas con aquello que muere y ya tenemos la casi absoluta certeza de que lo que nace no augura nada bueno. Esto último no es secundario en la definición de la coyuntura, ya que es muy difícil imaginar la construcción de lo nuevo sin esperanzas. Es ese vacío, de representaciones hacia atrás y de esperanzas hacia adelante, lo que sobrevuela la crispación social de estos días como un aura sobre el hastío, la desesperación y la miseria que, en Buenos Aires o en Jujuy de modos diferentes, hacen su aparición cotidiana en la calle y los medios.

Lo menos difícil en esta doble tarea interpretativa quizás sea acordar sobre aquello que muere. Murió hace rato, aunque se la haya empezado a velar tan tarde, la Argentina de la movilidad social, del relativo igualitarismo en el espacio público, de la clase media extendida como en ningún otro país latinoamericano (y se extendía, justamente, por el constante caudal desde abajo, desde los sectores trabajadores que accedían a nuevos lugares en la sociedad, nuevas conquistas y nuevos patrones de consumo). La Argentina que permitía a cada uno de sus habitantes ser ciudadano, alfabetizado y tener trabajo, y definía a través de esas cualidades una identidad social y cultural. Podría decirse no sólo la Argentina de la clase media, sino la Argentina como país clase media, esto es, un país más o menos moderno, más o menos desarrollado (seguramente mucho más moderno que desarrollado, como decía Germani), muy poco democrático en su vida institucional y política pero muy activo en su vida social, que con todos esos más y menos se las arregló sin embargo para producir una sociedad nacional bastante integrada. Es muy difícil pensar que en el mundo post-muro quede lugar para países así, bastante ineficaces en términos de una economía global. Y la crisis más general latinoamericana quizás pueda explicarse de ese modo: haber sido un continente cuyo lugar en el mundo se caracterizó, históricamente, por la misma ambición mesocrática. Pero incluso en ese contexto la crisis argentina es peculiar: no se trata de justificarla por la suerte de todo el continente, aunque no conviene alejarse demasiado de ese marco. Tampoco se trata de tener una relación puramente reconciliada con aquel país que ha muerto, pero si de datos sociales hablamos, basta con que simplemente nos atengamos a lo que dicen los datos duros del INDEC para 1974 y para 2001 (empleo, distribución del ingreso, pobreza, alfabetización): aquello parece el paraíso. Es decir, se trata de reconocer que todo lo que hace a la definición de un estado y una sociedad modernas se ha estado descomponiendo groseramente bajo nuestros ojos en los últimos veinticinco años.

Y aquí viene el punto bien difícil para quienes nos definimos como democráticos y buscamos una representación ajustada de eso que se ha muerto: el lugar de la democracia en todo ese proceso. Porque la democracia tal cual la hemos concebido en la Argentina de las últimas décadas no sólo no ha frenado esa descomposición, sino que ha sido en casi veinte años el verdadero suelo para su proliferación morbosa. Como escribió José Nun en esta misma columna, parte del actual enigma argentino es que en esta democracia representativa aparentemente estable que habíamos logrado, el país se ha subdesarrollado activamente en lo económico y en lo social. ¿Qué puede concluirse de casi veinte años de experiencia democrática, seguramente la primera tan intensa en el país en términos politicos desde la década de 1920, si nos ha conducido a estos resultados: un país devastado, sin trama social ni productiva, sin instituciones, sin confianza en la política y en la justicia? Como mínimo, debe concluirse que fracasó. Evidentemente, podrán encontrarse otros logros, pero qué puede decirse de ese atronador fracaso, cómo seguir hablando de democracia sin decir algo de su relación evidentemente funcional con ese escándalo. Nunca se podrá exagerar el rol que en ese fracaso ha tenido la Alianza gobernando apenas en los dos años del tramo final de ese ciclo. Porque la Alianza no sólo terminó de hundir al país en ese descalabro con sus políticas activas que continuaron en forma farsesca la destrucción del menemismo; fundamentalmente, clausuró por la negativa toda creencia en que el cambio político era posible y en que la democracia podía servir justamente para eso. Es desde este punto de vista mayor que debe juzgarse la desaparición del Frepaso: su deserción (no del gobierno, del mundo de los seres políticos vivos) se recorta casi milimétricamente contra el vacío de expectativas actual, la ausencia de tensión política que pudiera dar sentido a la suma de reivindicaciones en que hoy se descompone la bronca social. Por supuesto, no se trata (sólo) de la fuga de su dirigente más notorio. El Frepaso fue lo más avanzado que pudimos organizar como alternativa los sectores de centro izquierda en representación de la voluntad reformista de amplios sectores de la sociedad argentina. Y que haya sido lo más avanzado quiere decir, por supuesto, que su fracaso debería ayudarnos a arrojar una necesaria luz sobre los supuestos que movieron ese reformismo en todo el ciclo histórico que se muere.

De De la Rúa mejor ni hablar. Sirva lo que Marx dijo en otro pasaje acerca de otros partidarios del orden: no hay porqué relatar aquí la historia ignominiosa de su liquidación. En general, el final de De la Rúa fue interpretado en una saga radical: la proverbial incapacidad de ese partido para terminar su mandato. Sin embargo, la imagen del helicóptero que se lo llevaba de la Casa de Gobierno planteó una comparación que resignificó todo su mandato y permitió advertir el enorme parecido con Isabelita (más allá de las diferencias de estilo, por supuesto: el revisteril adocenado de ella frente al solemne de abogado católico cordobés de él). Ambos fueron igualmente necios, en la frontera de la normalidad intelectual; ambos gobernaron rodeados de amigos y familiares impresentables; ambos carecieron de todo impedimento ideológico o moral para tomar cualquier decisión que aquellos les propusieran, cuanto más de derecha mejor, y si implicaba un baño de sangre, adelante, total, ambos fueron igualmente cobardes para enfrentar las consecuencias de ninguna de sus decisiones.

Pero esa democracia que fracasó, sólo en parte es la democracia de los políticos que hoy todos repudian como si fueran el resultado de una invasión extraterrestre. Es la democracia de una trama institucional y social que también se fue armando en aquel mismo país clase media que por otras razones podríamos considerar añorable. Un entramado cuyos hilos de pluralismo negativo, desdén por la ley, cualunquismo moral y cívico, clientelismo, ha organizado por décadas las relaciones entre estado y sociedad y al interior de la sociedad misma, atravesando y trabando toda posibilidad de reforma: pensemos, solamente, en el funcionamiento secular del capitalismo argentino, desde los más grandes empresarios a los más pequeños. Es curioso, pero las lecturas históricas que se detienen en los aspectos políticos e institucionales de la Argentina en los mismos años de apogeo de aquellos parámetros sociales hoy envidiables, se encuentran con un panorama menos alentador: una vida política en estado de guerra civil larvada y una trama institucional en franco proceso de descomposición. Es como si durante buena parte del siglo XX los argentinos hubiésemos vivido como herederos irresponsables, dilapidando alguna acumulación primitiva, no sólo económica y de infraestruturas productivas, sino política e institucional, que se realizó vaya a saber cómo, cuándo y por quiénes. Lo cierto es que esas diferentes dimensiones, económica, social, política e institucional muestran en diferentes momentos de la historia panoramas muy contrastados. Y quizás una explicación de la radicalidad de la crisis actual es que todas ellas esta vez han coincidido en un estrepitoso colapso, síntoma saliente de la muerte de aquel país.

Es decir, que junto con un tipo de sociedad ha muerto también un modo de la representación política, un modo de la constitución y la articulación de los intereses, los deseos y las necesidades sociales en instituciones de la democracia. Esto se puso de manifiesto en el punto más alto de la crisis institucional: más allá de los reclamos interesados, ¿quién podía realmente imaginar unas elecciones en marzo? ¿Quién podía imaginar un proceso electoral en medio de esta crisis? ¿con qué consignas, con qué programas? ¿para votar a qué candidato, a qué partido? Es indudable el desmoronamiento de todo el sistema de postas y transmisiones en que se resume la democracia: como el aparato productivo, también la política tiene cortada su cadena de funcionamiento. Y esto hay que reconocerle al gobierno de Duhalde: que actúa con una extrema conciencia de tal estado de situación. Por primera vez en mucho tiempo hay un gobierno que sintoniza con la percepción generalizada: la metáfora de la bomba de tiempo es muy buena, más allá de que puedan cabernos muchas dudas acerca de si quienes están a cargo de desactivarla son confiables para esa tarea.

Pero sostener que la democracia ha sido uno de los factores decisivos en esta crisis no es tan grave para pensar lo viejo que ha muerto como para imaginar lo nuevo que vaya a nacer. ¿Cómo pensar más allá de la democracia, más allá de esta democracia? ¿Tiene la Argentina margen de imaginación política para pensar una reorganización así de radical de su vida en sociedad, para pensar la producción de un nuevo régimen, como se proponía hace unos meses desde esta misma columna? Esta es la pregunta desde la cual convendría juzgar al gobierno de Duhalde, que también acertadamente se define como "de transición": ¿transita hacia algo nuevo? Es indudable que la protesta social le está dando una pequeña tregua al nuevo gobierno. Podría decirse que una parte importante de la población hoy muy activa en las calles, aun en medio de la bronca y el escepticismo, quiere que a Duhalde "le vaya bien", y es saludable, comprensible y compartible ese deseo. Para seguir con la metáfora de la bomba: la inmesa mayoría quiere que sea desactivada, porque si no se desactiva, directamente no hay futuro. Pero ¿puede desactivarse de verdad, y duraderamente, si no se identifica con claridad a quienes contribuyeron a armarla, desde la actividad pública y la privada?¿Puede comenzar a reconstruirse la confianza de la sociedad en las instituciones si las instituciones no demuestran disposición a comenzar a reestablecer los lazos con la sociedad a partir de una idea mínima de justicia y de castigo? Y por otra parte, ¿se puede desactivar esa bomba si no queda completamente claro en cada medida de gobierno cómo se reparten los costos de la crisis, quiénes son los ganadores y los perdedores de cada vuelta de mano y por qué?
La crisis es tal, y la certidumbre de su carácter terminal ha calado tanto en la sociedad, que es seguro que una parte importante de los sectores medios estaría dispuesta a resignar parte de sus ahorros e ingresos si esa resignación fuera a alimentar un plan de salvación nacional que mostrara con enorme transparencia sus proyectos y su implementación, los beneficiarios y los otros sectores más poderosos en los que también se apoyase en partes proporcionales. Pero eso implicaría un funcionamiento casi perfecto del estado cuya descomposición han completado los últimos gobiernos y éste no da señales de querer revertir. Una cuestión fundamental, en este sentido, es la propuesta del Frenapo que hace poco más de un mes (casi un siglo) logró un respaldo atronador para su consulta popular. El Frenapo es indicio de algo nuevo: es la primera propuesta que apunta a un problema social y estructural básico, la pobreza, que propone una concreta redistribución del ingreso y le ofrece solución en el marco de la democracia. Una propuesta que permite pensar en el inicio de un programa reformista de izquierda a la espera de articularse políticamente, un programa centrado en la reconstrucción del tejido social, productivo e institucional de la nación, después de tanto tiempo en que el llamado centro izquierda venía confinándose al rol de la denuncia moral (un rol que si fuera poco con la experiencia del Frepaso, el Ari quiso repetir, pero, como un síntoma más de la descomposición general, en apenas meses recorrió todo el periplo de ascenso y caída que al Frepaso le había llevado años). Duhalde viene flirteando con esa propuesta, pero hasta ahora todo lo que ha mostrado son sucedáneos de subsidios, muy lejos de la radical novedad del seguro de desempleo y formación.

Finalmente, el elemento más saliente para evaluar lo nuevo que puede nacer: la abrumadora presencia de la sociedad en la calle, el cacerolazo, sobre cuya interpretación tanto se viene discutiendo en estos días. Podría decirse que el tema se ha enfocado mayoritariamente desde dos posiciones antagónicas: la idea de la reacción mezquina de una clase media que se rebela porque le han metido la mano en el bolsillo, frente a la idea de la participación democrática reconstituyente de la dignidad ciudadana o, en las versiones más radicales, de la insurrección social en busca de novedosas formas de democracia directa. La primera posición viene a actualizar el típico y siempre activo repudio de las tradiciones populista y de izquierda argentinas por las clases medias (a las cuales pertenecen mayoritariamente). La segunda es otra versión del populismo, más o menos anarquizante, que se entusiasma con toda movilización y cree que es posible extraer del rechazo a la política una nueva política. Ambas posiciones parecen antagónicas, sin embargo ambas excluyen del diagnóstico la dimensión política de la crisis: la primera, porque reduce esta compleja instancia de movilización social a una reacción sólo económica que se consume en la corta mira de clase; la segunda, porque idealiza la movilización en tanto supone abolir toda instancia de representación, toda mediación política.

El problema es que tratar de entender mejor la protesta social de estos días y no opinar despectivamente sobre las clases medias que la protagonizan no implica sostener que estamos asistiendo, vía movilización y cacerolazo, al parto de un nuevo país. No hay que ser demasiado sagaz para notar cuánto del país que se muere hay en esto que, por ahora, parece mucho más su síntoma que su remedio. Cabría recortar, de todos modos, el sentido del primer cacerolazo, producto de la indignación contra el discurso de De la Rúa y, en especial, contra su invocación al estado de sitio (no olvidemos: promulgado contra los saqueos); la sociedad ejerció allí su soberanía cuestionando la potestad de ese presidente de enfrentar con medidas autoritarias una crisis que él mismo había hecho llegar a ese extremo. La sociedad demostró que podía recuperar la dignidad para decir basta. Pero en los días siguientes los basta se multiplicaron al infinito, mostrando qué ocurre con una sociedad cuyo entramado se ha tensado al límite: la más completa atomización en reclamos sin brújula. Y no se trata de pedirle a los manifestantes movilizados "un programa"; se trata de pensar si a partir de allí es posible que se produzca una nueva instancia de producción política de la demanda social.

Es interesante notar que desde las primeras manifestaciones hasta el estado de virtual asamblea general que se ha desarrollado en estas semanas en los barrios de Buenos Aires, el repudio por la política de estos grupos los ha hecho identificarse sólo como "vecinos": podríamos decir, la reducción de la idea de ciudadanía a su mínima expresión, la sociedad de fomento o, mejor, el consorcio. Un consorcio que cuando piensa la crisis lo hace con una visión autoindulgente de su rol en ella, y que cuando piensa la democracia, piensa en la expresión sin mediaciones de la suma simple de sus demandas. Lamentablemente, esto está lejos de ser una peculiaridad genética de la clase media; más bien habla de características que la sociedad argentina fue consolidando ante la destrucción de todo marco político institucional colectivo y que hoy aparecen de uno u otro modo en cada hecho social que se produce en el país. Quizás la gran diferencia en este caso es que el protagonismo lo tienen sectores no excluidos de la sociedad, pero ante la amenaza de disolución de cualquier cosa que entendamos por sociedad moderna, quedan igualados en la falta de horizontes de estructuración política de la conflictividad que portan. La desesperación puede ser un móvil, pero no es la mejor puerta para una transformación progresista. Sólo la política podrá reorganizar ese universo social desquiciado, reconstituyendo las formas de representación en que las demandas se articulen y los bloques sociales se expresen. Está por verse si el activismo en la calle, en estas condiciones de divorcio de toda idea de política organizada, funciona como un dinamizador de la necesaria transformación que tiene que operar sobre sí misma la sociedad argentina para comenzar a imaginar la reforma de las tramas sociales e institucionales, la completa reconstrucción que debe emprenderse del estado-nación. No parece que vaya a ser algo sencillo.


El menenismo: El contexto internacional de la década de los 90

Por Jaime Petras, 2001

La década de los 90 fue el período más espectacular en todo el siglo XX en lo relacionado a la transferencia de riqueza de América Latina a los Estados Unidos y Europa. Fueron los años durante los cuales una importante cantidad de presidentes surgidos de elecciones sufrieron distintas suertes: algunos fueron juzgados y condenados por fraude y enriquecimiento ilícito (Collor de Mello en el Brasil, Pérez en Venezuela y Bucaram en el Ecuador); otros fueron  públicamente identificados con asesinatos y narcotráfico (Salinas en Méjico), drogas y contrabando (Jaime Paz en Bolivia), y venta fraudulenta de empresas públicas (Cardoso en el Brasil). La presidencia de Menem tuvo la particularidad de combinar todos los vicios de sus colegas presidentes, con una diferencia: mantuvo el apoyo de Wall Street, la Comunidad Económica Europea y las más importancias instituciones financieras (FMI, Banco Mundial, BID). Menem es parte de la corte de presidentes latinoamericanos responsable de haber vendido a precio vil los recursos públicos más lucrativos en la historia de la región. De esta manera, el menemismo es parte de un fenómeno más genérico, el "peonismo (servilismo) político": la utilización de la presidencia al servicio de las demandas y el espíritu adquisitivo de las corporaciones multinacionales.

Comprender al menemismo es enfocarlo como un fenómeno relacionado con un patrón general de comportamiento en América Latina. Los presidentes de Méjico, Brasil, Chile, Venezuela, Ecuador, etc. sirvieron de instrumentos para hacer que la década del 90 haya sido la más lucrativa para los bancos y multinacionales de los Estados Unidos y Europa: cerca de un trillón de dólares en ganancias, pagos de intereses de la deuda, excedentes comerciales y pagos en concepto de regalías, sumados a la venta de la mayor parte de los activos de las empresas más valiosas, y la transferencia del control del grueso de los mercados internos. El peonismo político presidencial ha enriquecido a las clases capitalistas de los Estados Unidos, Europa y el Japón hasta un grado sin precedentes, al tiempo que redujo de forma sistemática el estándar de vida de las tres cuartas partes de la población.

La política de Menem al servicio de las multinacionales fue representativa de todo el período en la región, ya que éste, al igual que Fujimori y Cardoso, pudo obtener durante una década un poderoso apoyo externo a su personal mando autoritario. Dentro de este subgrupo de presidentes autoritarios, el dominio de Menem se basó en una mezcla de intimidación política a través de agencias de inteligencia policial, control del Estado a través del partido peronista y utilización del paternalismo estatal para controlar la pobreza urbana. Menem, como Cardoso en el Brasil y Salinas en Méjico, representa una ruptura radical con las instituciones "nacionalistas y populares" de su país: el completo desmantelamiento de los programas de bienestar social y la venta de empresas públicas. La personal idiosincrasia de Menem, su extravagante pillaje del tesoro público para sacar fondos para sus placeres personales, los nexos de su familia con el tráfico de drogas y el contrabando, y su imagen estrafalaria de playboy, no nos debería distraer de su más consecuente conducta en lo atinente a la transformación de la Argentina en una sociedad altamente polarizada y totalmente dependiente del capital financiero de los Estados Unidos. Menem, como sus pares en América Latina, fue responsable de la más impresionante era de depredación extranjera y ganancias hechas por inversores extranjeros en el siglo pasado; igualmente importante es el hecho de que fortaleció una corte poderosa de inversores argentinos, financistas y especuladores que establecieron los parámetros económico-políticos que todo futuro político capitalista se verá obligado a seguir. Su legado, es decir, la economía altamente dependiente y vulnerable, significa que cualquier desvío en política podría provocar un colapso del edificio financiero y la huida del capital especulativo. El menemismo hizo que cualquier reforma capitalista resulte inviable: este legado ha polarizado las opciones económicas entre el capitalismo neoliberal o el socialismo.

Si, como creemos, al "menemismo" se lo encuentra en la mayoría de los países latinoamericanos, la explicación no puede atribuirse a la idiosincrasia del presidente argentino, sino a una serie de factores generales que afectan a América Latina en su conjunto. El surgimiento del "menemismo continental" se explica por dos factores, uno externo y otro interno: el primero se relaciona con el resurgimiento del imperialismo de los Estados Unidos y Europa, después del retroceso temporal durante los años 70. Este retroceso se da a partir de su derrota en Indochina, el resurgimiento del radicalismo islámico en Irán, los
movimientos de liberación nacional en el sur de África y el breve florecimiento de regímenes populares en el cono sur de América Latina. De cualquier manera, a finales de los `70 el imperialismo norteamericano y europeo lanzó una exitosa contraofensiva, que logró aislar los procesos revolucionarios de Indochina e Irán, acabar con los regímenes progresistas de América Latina y destruir la promesa de liberación en Angola, Mozambique, etc. Esta contraofensiva culminó en la restauración del capitalismo en la Unión Soviética, el este de Europa y China. Con el capitalismo en ascenso y el socialismo en retirada, el imperialismo norteamericano "radicalizó" su agenda política: se implementó una política coordinada para destruir los Estados capitalistas nacionales a través del uso combinado de instituciones financieras internacionales, dictaduras militares complacientes e intervenciones estatales imperialistas. De esta forma, uno de los factores clave que influenciaron en la aparición del "menemismo continental" es el resurgimiento de un imperialismo "radicalizado, sin el impedimento de una izquierda en retirada política y, en algunos casos, militarmente derrotada.

El segundo factor, interno, que influenció en el surgimiento del "menemismo continental" es la aparición en América Latina de una nueva clase capitalista transnacional (NCCT), que no mira más al mercado interno como su principal fuente de ganancias, ni tampoco busca protección del Estado: está ligada al capital exterior a través de joint ventures, invierte la mayor parte de su capital en el exterior y obtiene principalmente sus préstamos de bancos extranjeros. En pocas palabras, la NCCT opera en los mismos circuitos financieros del capital extranjero, moviendo sus fondos dentro y fuera de América Latina al igual que los especuladores extranjeros. Esta nueva clase capitalista transnacional de América Latina comparte los mismos intereses económicos y perspectivas políticas que el capital extranjero, con la única y principal diferencia que está enraizada en la estructura político-económica del subcontinente, es decir, tiene un pie en éste y otro en los Estados Unidos o Europa. Ocupando posiciones estratégicas en las finanzas, la industria y el comercio, la NCCT no es simplemente el "comprador" capitalista del pasado, ya que está en condiciones de influenciar los flujos de inversión y comercio dentro del subcontinente y, de esa manera, en posición como para precipitar una "crisis"-hiperinflación, salida de capitales, etc.-, para minar cualquier régimen capitalista que pretenda imponer el viejo modelo nacional-populista. El "menemismo continental" es la expresión de la ascendente NCCT en América Latina y de la disolución de la vieja "burguesía nacional". La ruptura de Menem, Cardoso y Salinas con el anterior modelo nacional-popular y su adaptación al modelo neoliberal corresponde al ascenso de la clase capitalista transnacional latinoamericana como nueva referencia sociopolítica, determinante de cualquier desarrollo capitalista.

En síntesis, la aparición del "menemismo continental" en década pasada, coincide con la transformación interna de la clase capitalista y la radicalización del resurgido imperialismo euro-norteamericano. La "coincidencia de intereses" entre estos dos fenómenos refuerza el ascenso del menemismo continental. El argumento de que no hay alternativa al neoliberalismo se basa en el hecho de que no existe un poder capitalista viable capaz de sostener un modelo de desarrollo alternativo con el ascenso de la NCCT. Su corolario es que el resurgimiento del imperialismo internacional ha eliminado la alternativa socialista en dicho ámbito. En este caso, se identifica al "socialismo" con los regímenes de la ex Unión Soviética. El ascenso de la NCCT en América Latina es consonante con los intereses del capital multinacional y sirve de orientación a cualquier político capitalista que sea elegido para gobernar. La convergencia de estas fuerzas internas y externas explica por qué líderes políticos de distintos orígenes o adscripciones partidarias -ya sean socialcristianos, socialdemócratas, nacional-populares, etc.-, terminaron convergiendo en su totalidad en el neoliberalismo.

En el contexto de la Argentina posdictatorial, el régimen de Alfonsín fue una muestra palpable de las demandas de poder de la nueva configuración capitalista: allí se juntaron la falta de habilidad de expresidente argentino para acelerar las propuestas neoliberales, su breve flirteo vía Grinspun con una moderada dosis de políticas reformistas y su debilidad para acabar con la dirigencia sindical propulsora de huelgas que ocasionaban perjuicios económicos -la huida de capitales, las crisis y la "falta de confianza". El eje de la "estabilización" de Menem apuntó a un objetivo político -romper la resistencia popular, con vistas a cumplir con todas las propuestas de la NCCT y las del capital imperialista: privatización, recorte social drástico, flexibilidad laboral, etc. El nombramiento de un gabinete ultraliberal, una vez alcanzada la primera victoria electoral menemista, fue la señal de que la NCCT era el único punto de referencia para su política económica.

Situaciones políticas similares a las Menem se dieron en el Perú con Fujimori y en el Brasil con Cardoso. El capital precipitó una crisis contra los débiles regímenes "nacionalistas" de Alan García en el Perú y de Itamar Franco, en el Brasil. Consiguientemente, los nuevos presidentes electos, que habían desarrollado su campaña en base a programas populistas, procedieron a implementar programas de estabilización orientados a crear el clima para laprivatización drástica.

Menem fue el líder de la segunda ola de neoliberalismo: estableció la conexión explícita con el capital extranjero e introdujo las nuevas políticas autoritarias a fin de asegurar la implementación de sus políticas. En primer lugar, eludió al Congreso, privatizando por decreto; en segundo lugar, intervino en el ámbito judicial para asegurarse jueces complacientes; en tercero, impulsó la reforma constitucional para asegurar su reelección. Este patrón de ejercicio autoritario del poder fue seguido subsecuentemente en el Perú y el Brasil. De esta manera, al tiempo que las fuerzas imperialistas externas y la NCCT interna intervenían para darle forma a los parámetros de acción política de la segunda ola de neoliberalismo menemista, el régimen político de Menem conformaba una configuración institucional político-económica que permitía la implementación de las políticas neoliberales sin ninguna oposición popular o democrática. El neoliberalismo ha avanzado en dos olas en América Latina: la primera, llevada a cabo por Pinochet en Chile y más tarde retomada por Martínez de Hoz en la Argentina, estableció las bases para el surgimiento y la hegemonía de la NCCT latinoamericana, en alianza con las corporaciones multinacionales de los Estados Unidos y Europa. Esta primera ola creó una "cabeza de playa" o un nuevo punto de referencia en las postrimerías de los `70 para la ofensiva imperialista, que coincidió con el resurgimiento de los políticos electoralistas tradicionales.

El menemismo representa el arquetipo de la segunda ola de neoliberalismo: totalmente servil con los poderes de arriba -corporaciones multinacionales y NCCT-, y represivo frente a las fuerzas populares de abajo, un ejemplo de la clásica personalidad autoritaria analizada por Theodore Adorno. Menem fue pionero del peonismo presidencial en el supuesto de que su servilismo incondicional al imperialismo le aseguraría una posición "privilegiada", como socio menor, en el imperio en expansión. La competencia entre los "peones presidentes" de América Latina en otorgar concesiones y "negocios especiales" socavó toda posibilidad de una política latinoamericana conjunta en la renegociación de la deuda externa, en la regulación del flujo especulativo de capitales, etc.

En este contexto, la constitución del Mercosur debería ser vista, no como una estrategia regional, sino como un marco institucional a través del cual las multinacionales extranjeras, ahora propietarias, podrán expandir sus mercados, reducir pagos de tarifas aduaneras e integrar procesos productivos más allá de las fronteras nacionales. Lejos de ser una alternativa "latinoamericana" a la dominación imperialista, el Mercosur es una herramienta importante para profundizar la expansión euro-norteamericana dentro de la región. El Mercosur se hizo posible a causa de la diseminación del menemismo desde la Argentina al Brasil, el Uruguay y el Paraguay. La convergencia de las políticas neoliberales entre Menem y Cardoso estableció las bases para una nueva ola de expansión entre las fronteras por parte de las industrias automotrices norteamericanas y europeas y el control extranjero de las empresas manufactureras en el Brasil y agropecuarias en la Argentina (de las que Soros es sólo un ejemplo). En una retrospectiva histórica, el nuevo y más radical programa de privatización iniciado por Menem, como líder de la segunda ola de neoliberalismo, desempeñó la función de profundizar y extender la explotación y adquisición de riqueza por parte de los Estados Unidos y Europa. Lo que también es claro, de todos modos, es que el imperialismo euro-norteamericano no ha retribuido a sus sátrapas locales con ninguna prebenda económica. El servilismo de Menem garantizó, como máximo, la tolerancia política euro-norteamericana y el apoyo a su régimen hasta el momento en que su corrupción flagrante y su rufianería política se transformaron en un estorbo... entonces, buscaron un sustituto que continuara sus políticas económicas sin los "excesos" de aquél: de esta forma se explica el apoyo a De la Rúa.

La internacionalización del menemismo, ya sea bajo la forma de peonismo presidencial o de electoralismo autoritario, ha provocado una serie de confrontaciones sociales importantes en varios países de América Latina, donde las fuerzas de la izquierda nacionalista son más fuertes que en la Argentina. Los regímenes políticos en Venezuela, el Brasil y el Ecuador, que intentaron seguir el modelo de Menem han sido derribados, derrotados o enfrentados severamente. Este modelo funciona mejor allí donde las masas puedan ser controladas por un partido de gobierno, donde la izquierda esté fragmentada y los movimientos sociales sean de alcance local, y donde la oposición esté ampliamente ligada a los mismos intereses euro-norteamericanos y de la NCCT. En Venezuela, el menemismo bajo la forma de los regímenes de Pérez y de Caldera, colapsó y fue reemplazado por un régimen bastante parecido al nacional-populista, como el de Chávez. En el Ecuador el régimen de Bucaram fue desplazado del poder por medio de huelgas generales prolongadas que paralizaron el país. En el Brasil, el régimen de Cardoso está aislado y desacreditado ya que encuentra una resistencia nacional diseminada ampliamente a partir del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), los sindicatos (CUT) y el Partido de los Trabajadores (PT).

Sólo en el Perú, donde Fujimori se enfrenta a una izquierda débil y fragmentada y donde maneja un aparato estatal clientelista fuertemente represivo, encontramos un menemismo con una fuerza formidable. Mientras el rasgo general del menemismo crea una profunda contradicción al nivel de las relaciones nacionales y de clase, las expresiones políticas de estas contradicciones se manifiestan de acuerdo a la estructura interna de las fuerzas sociales nacionales y populares. Los resultados políticos y sociales desiguales y diferenciados de la creciente polarización socioeconómica apunta a la centralidad de las políticas internas de clase y la lucha de clases como los determinantes principales que conforman una perspectiva de largo alcance en el desarrollo progresivo de alternativas al menemismo en América Latina.

Neoliberalismo y cleptocracia

En la Argentina se generalizó el rechazo a la endémica corrupción del régimen menemista. Es necesario analizar la corrupción general que acompaña a los procesos de privatización en América Latina, y particularmente cómo la nueva configuración de poder, basada en el predominio del capital extranjero y la dominación imperial, induce a la corrupción. Una de las principales fuentes de corrupción es el proceso de privatización: cuánto más amplio y generalizado es el proceso de privatización, es más factible que se implemente mediante decretos ejecutivos, menos probable que se sujeten a un control contable público, y hay más oportunidades de que la elite política se involucre en prácticas corruptas. Hay varias formas a través de las que el proceso de privatización se presta, en sí mismo, a la corrupción. Primero, en el avalúo de la empresa pública: se asegura un bajo precio de venta y el favoritismo a un comprador mediante coimas a autoridades gubernamentales del entorno presidencial. La transferencia de propiedades públicas a manos privadas frecuentemente involucra el pago de sumas de dinero a miembros de la familia y "amigos" del presidente. Estos pagos pueden aparecer bajo la forma de "comisiones" a consultores u otros mecanismos. La falta de transparencia es resultado del estilo autoritario de toma de decisiones propio de la elite y de la naturaleza antipopular del proceso de privatización. De esta forma, los altos niveles de corrupción en el régimen de Menem son en gran parte una función de su papel de presidente peón del imperialismo euro-norteamericano, que incluye la privatización masiva y su consecuente corrupción.

La corrupción masiva y endémica también es el resultado de la concentración de la propiedad. La ruta tradicional hacia la movilidad social para la clase media se daba, por ejemplo, a través de la apertura de un negocio, el incremento de la producción y las ventas, que le permitía acumular riqueza en forma gradual. Con la privatización y la concentración de la propiedad de la tierra, las finanzas y la industria, el "costo de ingreso" para involucrarse en negocios exceden de lejos la capacidad económica de cualquier persona de clase media en América Latina. Imposibilitados de ascender socialmente a través de la competencia en el mercado, los individuos de clase media con ambición de ascenso social, ingresan a la política y transforman su cargo político en un mecanismo para servir al capital extranjero a cambio de comisiones económicas (coimas, acciones bursátiles, etc.). Ya que los canales de ascenso social están cerrados, el cargo político se transforma en la única arena donde la clase media puede competir, obtener una oficina y subir la escalera económica a través de mecanismos ilegales.

El presidente Menem es el arquetipo de clase media baja provinciana que fue capaz de convertir su retórica populista en cargo gubernamental y política económica en medio de una transferencia masiva de riqueza a los bancos extranjeros y a las multinacionales a cambio de beneficios económicos. En este sentido, la corrupción política es el principal vehículo de la movilidad social en la era de la monopolización imperial del mercado. No es simplemente una transgresión de la moral por parte de individuos imperfectos, sino una condición estructural endémica del modelo neoliberal. En el contexto internacional de los `90, la corrupción menemista es la norma de conducta de todos los políticos que promueven la dominación imperial de las economías.

Conclusión. Este contexto internacional de la última década del siglo revela una realidad dual: la profundización de la crisis capitalista para las masas de América Latina, una mayor concentración de poder de la NCCT nativa y un período de prosperidad sin precedentes del imperialismo euro-norteamericano. Menem fue un pionero en la introducción y consolidación de las políticas económicas y las relaciones entre Estados que promovieron este modelo. Su modelo de peonismo presidencial estableció un punto de referencia importante a seguir por los otros presidentes latinoamericanos. Menem fue igualmente importante en establecer un modelo híbrido electoral y autoritario, en el que las formas electorales democráticas se saturaron de prácticas políticas autoritarias, permitiendo, de esta manera, a los presidentes electos imponer las preferencias imperiales antipopulares. En conclusión, mientras que la correlación internacional de fuerzas favorecían la expansión imperial y la extensión de la doctrina neoliberal, los desarrollos económicos internos (es decir, el ascenso de la NCCT) y los cambios políticos (surgimiento de figuras políticas innovadoras, serviles y autoritarias a la vez, al estilo de Menem), resultaban instrumentales a la imposición del modelo neoliberal.

Sin lugar a dudas, están apareciendo cambios significativos en la correlación interna de fuerzas de clase nacionales, que están confrontando al menemismo en América Latina... en el Brasil con el MST, en Colombia con las FARC y el ELN, en Venezuela con el movimiento de masas chavista, y en la Argentina con los sindicatos disidentes y los movimientos populares. De cualquier forma, queda claro que, dada la ausencia de una burguesía progresista, sólo un movimiento socialista basado en las clases populares puede crear un modelo económico alternativo y viable, y una base duradera con vistas a un nuevo orden internacional.

Fuente: Rebelion



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