Operación Cóndor 40 años después

El libro «Operación Cóndor. 40 años después» fue editado por primera vez en 2015 por Infojus, servicio dependiente de la Secretaría de Justicia del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.

La presente publicación es la primera edición realizada por el Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos Categoría II UNESCO.

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INTRODUCCION

Stella Calloni

1. Los primeros esbozos de la Operación Cóndor

Una bola de fuego apareció y desapareció tan rápidamente que los pocos testigos que pudieron recordar algo, solo se acordarían de un resplandor brillante. En unos brevísimos segundos un fuego anaranjado brotó del piso del auto, y quemó el hombro izquierdo del chofer, llenó por completo el auto, chamuscó los pelos e hizo saltar las ventanas y luego se desvaneció en instantes. La bola de fuego fue comprimida en un impacto que arrancó y soltó el asiento trasero e hizo que el último recuerdo claro que el pasajero tuviese fuera el de un agudo silbido, como del vapor desprendiéndose de un metal caliente. Este impacto se llegaría a convertir en el momento congelado que obsesionaría las mentes de muchos extraños que oyeron el ruido, y por muchos años.

Esta fue la descripción del fiscal estadunidense Eugene M. Propper y el periodista Taylor Branch en el libro Laberinto sobre el atentado que, la mañana del 21 de septiembre de 1976, hizo volar el automóvil que conducía el ex canciller chileno Orlando Letelier, a cuyo lado estaba su secretaria norteamericana Ronni Moffitt y, en el asiento trasero, el esposo de la joven, Michael Moffitt.2

Sucedió en la calle Sheridan Circle, en el barrio de las embajadas en Washington DC. Atrapado en su asiento Letelier, horriblemente quemado, murió en el acto. Ronni sobrevivió escasos minutos y murió antes que llegaran las ambulancias. Michael quedó herido, con quemaduras e intentando salvar a su esposa.

Este fue uno de los mayores atentados de lo que se conocería entonces como Operación Cóndor, cuya mano en garra había llegado hasta Washington en un hecho que estaba demostrando la más descarnada impunidad con que se movían los autores y sus responsables intelectuales.

Dos años antes, la noche del 30 de septiembre de 1974, en un barrio residencial de Buenos Aires la luz se había cortado extrañamente, lo cual hizo que la explosión de un automóvil pareciera aún más intensa en la inmensa oscuridad de la calle Malabia, en el barrio de Palermo.

El general chileno Carlos Prats, refugiado en Buenos Aires junto a su esposa Sofía Cuthbert después del golpe del 11 de septiembre de 1973 en Chile, estaba llegando al edificio donde vivía, casi a la medianoche, después de una cena con amigos. Ante una serie de amenazas intentaba salir de Argentina, pero la embajada chilena de la dictadura le negaba el pasaporte.

Prats había mantenido comunicación directa y epistolar con el General Juan Domingo Perón, en esos momentos presidente de Argentina por tercera vez. Pero, en julio de 1974, Perón murió a escasos meses de haber asumido el poder, y Prats sabía que quedaba desguarnecido cuando la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) incrementaba los secuestros, asesinatos y atentados en todo el país.

Decenas de chilenos, brasileños y uruguayos -que se habían refugiado en Chile huyendo de las dictaduras en sus países- debieron salir en una fuga desesperada hacia Argentina cuando el golpe militar de septiembre de 1973 derrocó al presidente Salvador Allende instalando la dictadura criminal en esa nación trasandina. El doloroso nuevo éxodo pronto se convertiría en una trampa para los refugiados, espiados y perseguidos por la Triple A y los agentes chilenos, brasileños y uruguayos que mantenían acuerdos en sombras con sus pares argentinos, lo que facilitaría el camino hacia la red Cóndor.

Prats era uno de los más vigilados por los agentes chilenos aquí, que tenían sus contactos «fraternales» con los servicios de inteligencia locales, sectores policiales y militares, como se verá en el transcurso de este Informe.

En el momento en que Prats iba a entrar al garaje del edificio en que vivía, el automóvil voló en pedazos. La explosión sonó aterradora en medio de la soledad que mostraban las calles vacías por un apagón, provocado no casualmente en esa zona residencial de la capital argentina. Prats y su esposa murieron en el acto. Una bomba había sido colocada debajo del auto, con el que ambos recorrieron varias calles porteñas, y se hizo detonar en el momento preciso, accionada desde lejos por los asesinos.

En ambos casos, los más serios analistas consideraron que la mano del dictador Augusto Pinochet estaba detrás de estos asesinatos, pero todos sabían que no estaba solo en esta acción terrorista. Tenía cómplices y la certeza de que todo naufragaría en la impunidad.

El atentado contra Letelier iba a resultar difícil de ocultar para el secretísimo que requería este tipo de operación. Había sucedido en Washington, en el barrio de las Embajadas, poniendo además en peligro la vida de algunos diplomáticos, entre ellos dos israelíes cuyo automóvil estaba justamente detrás del que llevaba a Letelier cuando se produjo la explosión. De la misma manera, otro diplomático griego también pudo ser alcanzado cuando caminaba frente a una sede diplomática.

Fue muy difícil acallar las voces periodísticas en Washington. No estaba previsto que Letelier estuviera acompañado por su secretaria y el esposo de esta, ambos norteamericanos; tampoco estaba previsto que hubiera un sobreviviente, Michael Moffitt, quien iba a ser clave en la lucha por justicia y verdad ante la horrible muerte de su joven esposa.

Las investigaciones, obstaculizadas por sectores de la inteligencia estadounidense en momentos en que George H. W. Bush, quien luego sería presidente de Estados Unidos, era el jefe de la CIA (Agenda Central de Inteligencia), quedaron en manos de un fiscal -Eugene Propper- que no se rindió fácilmente. Rodeado de algunos periodistas serios e inquisitivos, juntos aunaron esfuerzos y asumieron el desafío para descubrir a los responsables del atentado.

Fue en esos momentos en que comenzó a aparecer la sombra de una operación secreta, que ya había sido mencionada por algunos colegas. El británico Richard Gott, en el periódico The Guardian, de Londres, escribía que «los especialistas que siguen de cerca la vida política de dicho continente [América Latina] afirman que se lleva a cabo allí algo semejante a la Operación Fénix», una operación de la CIA en el sudeste asiático en 1965, uno de los antecedentes más importantes de lo que fue la Operación Cóndor.(3) Esta advertencia de Gott sucedía tres meses y diecisiete días antes del asesinato de Letelier y a solo dos días de la desaparición del ex presidente de Bolivia, el general Juan José Torres, el 2 de junio de 1976, en Buenos Aires, donde vivía en condición refugiado.

El 2 de agosto de 1979 el periodista Jack Andersen publicó en el Washington Post un artículo bajo el nombre de «El Cóndor: los criminales latinoamericanos». Había accedido al informe del agente especial del FBI Robert Scherrer quien, ante el asesinato de Letelier, explicaba, en septiembre de 1976 y mediante un cablegrama despachado desde la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, que significaba la Operación Cóndor y su metodología.

En la histórica «Carta abierta a la Junta Militar» escrita por el periodista, escritor y militante argentino Rodolfo Walsh en 1977, al denunciar las desapariciones, crímenes, persecuciones en su país, ya mencionaba operaciones internacionales que se estaban desarrollando en la región. Walsh fue asesinado horas después de que su carta comenzara a circular clandestinamente en todo el país y llegara a distintos lugares del mundo. El 25 de marzo de 1977, después de lograr despachar esa carta, fue secuestrado en una calle en el sur de Buenos Aires por un grupo de tareas de la Armada, al que se resistió heroicamente, en soledad. Se lo llevaron herido y hasta hoy permanece desaparecido, aunque se conoce que pasó por el mayor centro clandestino de detención de Argentina, la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Antes de su muerte estaba detrás de la pista de la siniestra operación internacional que fue Cóndor.

2. La Operación Cóndor

Entre mediados de los años 70 y principios de los 80, en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) de Estados Unidos, en el contexto de la «Guerra Fría», se desarrolló la Operación Cóndor, nombre asignado a un proyecto de inteligencia y coordinación entre los servicios de seguridad de los regímenes militares del Cono Sur.

La Operación Cóndor, cuya acta institucional data de una reunión sostenida en Santiago de Chile entre el 25 de noviembre y el 1 de diciembre de 1975, fue un sistema secreto de inteligencia, una coordinadora de las dictaduras del Cono Sur para intercambiar información y perseguir políticos, ubicados en sus lugares de refugio. A su vez, secuestraba, torturaba, y trasladaba a unos y otros a través de fronteras sin ningún trámite legal, y formaba comandos para asesinar a figuras consideradas enemigos claves para los dictadores en el país donde se encontraran. El terror borraría las fronteras.

Había suficientes experiencias previas bilaterales, intercambio de informaciones entre dictaduras e incluso con gobiernos supuestamente democráticos. Existen registros de entrega de prisioneros políticos desde los años 60 y principios de los 70, así como lo que varios investigadores han dado en llamar el pre-Cóndor, en los años 1974 y 1975.

Cada país había tenido experiencias criminales contrainsurgentes, paramilitares y parapoliciales desde mucho antes. Entre ellos, los Escuadrones de la Muerte en Brasil; La Triple A entre los años 1973 y 1976, y el modelo de contrainsurgencia que fue el Operativo Independencia de 1975 en el noroeste argentino; y los grupos civiles y militares que bajo la sigla de Patria y Libertad produjeron los asesinatos y acciones terroristas en Chile antes del golpe de Estado de 1973. J. Patrice Me Sherry resume:

La maquinaria de Cóndor fue un componente secreto de una estrategia más amplia de contrainsurgencia, dirigida por Estados Unidos para impedir o revertir los movimientos sociales que demandaban cambios políticos o socioeconómicos. La Operación Cóndor encarnaba un concepto estratégico clave de la Doctrina de Seguridad Nacional de la Guerra Fría; el concepto de defensa hemisférica que estaba definida por fronteras ideológicas y que sustituía la doctrina más limitada de defensa territorial [y añade que] (…) para los militares anticomunistas y sus patrocinadores estadounidenses, la Guerra Fría fue la Tercera Guerra Mundial, llamada guerra de las ideologías.4

El 22 de diciembre de 1992, en dependencias policiales del barrio de Lambaré, en Paraguay, el joven juez Agustín Fernández, acompañado por el profesor y pedagogo Martín Almada, familiares del desaparecido médico paraguayo Agustín Goiburú, y algunos periodistas, descubrió una cantidad de documentos de los llamados «archivos del horror» referidos a la larga dictadura del general Alfredo Stroessner (1954-1989). Entre estos documentos se encontraron una serie de archivos referidos a la Operación Cóndor, el nombre que le otorgaron sus creadores en Chile en 1975.

El aspecto más secreto de Cóndor, la «Fase III», fue su capacidad para asesinar líderes políticos especialmente temidos por su potencial para movilizar la opinión pública mundial y organizar amplia oposición a los Estados militarizados. Concebida en esos términos, esta operación -tal como la llevó adelante el general Augusto Pinochet en sus primeros momentos- podría ser catalogada como una acción «elitista». Iba por figuras importantes política y militarmente, y por las jefaturas de las guerrillas surgidas en países del Cono Sur en los años 60 y 70.

En estos últimos años los medios de comunicación comenzaron a llamarle «Plan Cóndor», aunque «Plan» es un trazado geoestratégico y el Cóndor fue una táctica contrainsurgente, una de las tantas operaciones que, como veremos, se utilizaron y siguen utilizándose contra pueblos y gobiernos en este siglo XXI.

En su trabajo sobre conducción política, el general Juan Domingo Perón, tres veces presidente de Argentina, derrocado por un golpe militar en 1955 cuando estaba en su segundo mandato (1946-1955), y elegido en 1973 por la misma y masiva voluntad popular, sostenía que «lo estratégico es la guerra, lo táctico es la batalla o las batallas. De esa manera es preciso comprender que aunque ambas cosas corresponden a lo mismo, pertenecen a actividades distintas. Así la táctica depende de la estrategia, y se realiza en absoluta dependencia de las finalidades fijadas por esta».5

En los archivos de Paraguay, entre otros documentos, se encontró el acta fundacional de Cóndor, de noviembre de 1975, mediante la cual las dictaduras del Cono Sur, y el gobierno de Isabel Martínez de Perón en Argentina, «institucionalizaron» las operaciones bilaterales, que se habían incrementado en 1974 con los evidentes ensayos de la dictadura de Augusto Pinochet: el asesinato del general Prats y otros. Hay que mencionar, sin embargo que el esquema de Cóndor, tal como fue concebido comenzaría a funcionar integralmente con la llegada de los dictadores al poder en Argentina en marzo de 1976.

Hay que destacar la importancia de Brasil, que desde 1964 había impuesto una dictadura de la Seguridad Nacional y había convertido a su cancillería y sus comandos militares en los más importantes receptores de datos e informaciones de inteligencia de toda la región, como relatara el ex agente de la CIA Philip Agee en una entrevista de 2006.(6)

Una de las pruebas concretas sobre la red de Operación Cóndor fue la carta enviada en octubre de 1975 por el entonces coronel del Ejército chileno y director de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), Manuel Contreras, al jefe de inteligencia militar de Paraguay, general Benito Guanes Serrano, y al director de la policía paraguaya, general Francisco Brites. Se trataba de la invitación a participar en una «reunión de trabajo de carácter estrictamente secreto, a realizarse en Santiago entre el 25 de noviembre y el 1 de diciembre de 1975», cita en la que se habría de materializar la propuesta planteada por Augusto Pinochet a su cómplice, Alfredo Stroessner, durante el viaje a Asunción del general chileno en 1974.

Aquella reunión secreta de 1975 contó con la asistencia de los encargados de seguridad y jefes de las policías secretas de Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Chile. En ella quedó estructurada la coordinadora represiva.

De la misma manera, en una carta dirigida por Manuel Contreras a Pinochet a comienzos de 1976, el jefe de la DINA le solicitaba al dictador chileno un presupuesto adicional de 600 mil dólares con el argumento de que necesitaba fondos para el personal a su cargo que debía enviar a las misiones «diplomáticas» en Perú, Brasil, Argentina, Venezuela, Costa Rica, Bélgica e Italia, entre otros países, para la «neutralización de los principales adversarios de la Junta de Gobierno en el exterior» -principalmente en México, Argentina, Costa Rica, Estados Unidos, Francia e Italia-, además de gastos para financiar «nuestras operaciones en Perú» y el «entrenamiento antiguerrillero de nuestros hombres en Brasil».7

Como asistentes y asesores permanentes, las dictaduras contaban con la contrarrevolución cubana de Miami -la «cara» contrainsurgente de la CIA-, y los servicios secretos de Francia, cuando una buena parte de estos protegían a los criminales de la Organización Armada Secreta (OAS), ex militares de la guerra de Francia en Argelia. También colaboraron en Cóndor figuras clave de acción de los ejércitos secretos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que constituyeron -como se verá en este Informe- una organización terrorista que en Italia llevó adelante la Operación Gladio, que tomó otros nombres en los países de Europa en los que actuó, un hecho que ha permanecido en la impunidad. Esta impunidad hace posible, en el siglo XXI, que la OTAN continúe utilizando ejércitos mercenarios en las guerras coloniales de estos años.

Es imposible acceder a la génesis de esta operación contrainsurgente sin analizar la perspectiva global que rodeó ese momento. Sobre la base de dos dictaduras de viejo cuño en el Cono Sur, en Paraguay (1954-1989) y en Brasil (1964-1985), se produjo una verdadera «siembra» de golpes militares en función de los objetivos de la DSN estadounidense, estableciendo la práctica del terrorismo de Estado bajo control de Estados Unidos con el objetivo de eliminar las voces opositoras, principalmente de izquierda.
Las dictaduras abarcarían toda la subregión. Las de Bolivia (1971), Uruguay (1973), Chile (1973), Argentina (1976) se agregaron a las de Paraguay y Brasil.

A partir de noviembre de 1975, la Operación Cóndor estaba en marcha. Su cabeza operaba en Santiago de Chile. Aunque la coordinación represiva quedó aprobada y establecida en esa fecha, anteriormente ya se habían registrado acciones bilaterales conjuntas.

En 1974 se produjo el «ensayo» más cercano con el asesinato del general Prats y su esposa Sofía, y con el del militar uruguayo Ramón Trabal en París. En 1975 tuvo lugar el atentado contra el político democristiano chileno Bernardo Leighton y su esposa Ana, en Roma, que no logró su misión de asesinarlos pero dejó a ambos discapacitados de por vida. Este caso sería recordado luego, cuando ocurriera el asesinato de Letelier, porque el hecho se produjo en las cercanías del Vaticano, donde el político chileno tenía amigos y encontraba círculos de apoyo a sus denuncias contra Pinochet. También en 1975 se llevó adelante la llamada Operación Colombo. De ella participaron Argentina, Chile, Brasil, la CIA y, muy especialmente, la prensa de los tres países, que encararon una de las acciones de guerra psicológica más criminal que recuerde la historia de esos días, como se registrará más adelante en este Informe.

En todos estos últimos casos ya estaban comprometidos tres o más países, para sentar precedentes sobre la importancia de esta metodología. En marzo de 1976, con la llegada de la dictadura militar a Argentina, se completó el cuadro de la asociación ilícita, como fue calificada esta coordinación en los primeros juicios de Cóndor en Argentina en el año 2001.

Esto estará desarrollado a lo largo de este trabajo, que intenta sistematizar la información sobre la Operación Cóndor, enriquecida por los documentos descalificados en los últimos años, por el informe sobre la acción de la CIA en Chile, revelada ante el Congreso de ese país, en el año 75, por las investigaciones periodísticas y por el desarrollo de los juicios.

Fueron claves los aportes en el juicio llevado adelante por el juez Baltasar Garzón sobre esta Operación en España en los años 90. Así como el juicio por el asesinato de Letelier y su secretaria Moffitt en septiembre de 1976. En este caso, las investigaciones del fiscal Eugene Propper permitieron recorrer los caminos secretos de Cóndor y reunir documentación y testimonios dando luces sobre lo que fue esa Operación ya en el año 1979.

Este Informe intenta partir de los orígenes, del entorno mundial y regional en que transcurrieron estos hechos -los países de América Latina bajo dependencia-, para entender el verdadero laberinto de la Operación Cóndor, una táctica contrainsurgente que se destacó entre decenas de operaciones llevadas a cabo en todo el mundo.

Podría decirse que en sus orígenes fue una operación «elitista» por cuanto estaba dirigida a tratar de librar a las dictaduras del Cono Sur de importantes figuras que en el exilio eran reconocidas suficientemente como para influir con sus denuncias contra los dictadores. Pero también Cóndor «justificaba» su accionar, tal como surge de sus propios documentos, en la decisión de acabar con lo que los dictadores determinaban como una organización guerrillera «supra nacional», en referencia a una Coordinadora Revolucionaria que habían creado los movimientos guerrilleros más importantes surgidos en el Cono Sur entre fines de los 60 y principios de los años 70. Sin embargo, ese proyecto de coordinación revolucionaria tuvo escasa vigencia y había sido duramente golpeado por las dictaduras, pero servía como argumento para establecer la contraparte criminal que abarcaría a los países del Cono Sur. Si esta Operación, una entre centenares que se han realizado en el oscuro laberinto de las contrainsurgencias, con su marco de ilegalidad y violación de todos los derechos adquiridos por los pueblos, tuvo tanta trascendencia fue porque la impunidad con que actuaban sus responsables intelectuales y directos los llevó a cometer asesinatos de figuras tan importantes, y en lugares «intocables» como Washington o Roma, que fue imposible esconder cadáveres bajo las alfombras del mundo.

Lo que los responsables de estos crímenes de lesa humanidad no previeron es que tanto Cóndor, como sus antecedentes más significativos -las Operaciones Phoenix (Fénix) en el sudeste asiático entre 1965 y 1973 o la Operación Gladio en la Italia de la postguerra, en la que actuaron los llamados «ejércitos secretos» de la OTAN conformados por criminales terroristas-, dejaron rastros imposibles de borrar.

En Europa, los grupos fascistas reincorporados a tareas «sucias» fueron protegidos y reclutados para cometer atentados de falsa bandera, asesinatos y secuestros destinados a acabar con el «peligro del comunismo», como surge en el transcurso de este Informe.

Los jefes de estas operaciones criminales y los asesinos «estrellas» participaron de una a otra: de Phoenix a Gladio, de Gladio a Cóndor, los mismos nombres, las mismas metodologías que han dejado miles de víctimas, en una cadena que se desarrolló a lo largo de los años y en distintos lugares del mundo. De Cóndor a Guantánamo, de los centros clandestinos de detención en Vietnam a los establecidos en el Cono Sur en los años 70 y las cárceles secretas que ofenden a la humanidad en su conjunto en este siglo, y que han convertido a gobiernos y países europeos en cómplices de crímenes contra la humanidad.

A 40 años de la creación de la Operación Cóndor, este Informe es una respuesta a los que tomaron el nombre de un ave venerada por los pueblos indígenas del altiplano para ejecutar tareas de muerte, destrucción y desolación. Tendremos la palabra viva de víctimas, familiares, y de aquellos que, en cada uno de los países implicados, investigaron y juzgaron a los criminales de Cóndor para que Nunca más sea.

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