Pepín, Carrió, Zuvic y el síndrome del soldado japonés

Por Ricardo Ragendorfer – @Ragendorfer

Mauricio Macri metió la pata hasta el cuadril: en su reciente entrevista en el canal La Nación+ se le escapó que el decreto para nombrar a dos jueces de la Corte Suprema (Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti) fue una idea de su ya famoso operador judicial, Fabián Rodríguez Simón (a) «Pepín». Ese sujeto, cuyo lazo con el expresidente está acreditado por sus cruces telefónicos, se encuentra a centímetros de su procesamiento y es muy probable que, en los próximos días, la jueza federal María Romilda Servini le prohíba la salida del país, además de inhibir sus bienes.

Mientras tanto, el asunto de las visitas del cabecilla de la Cámara Federal de Casación Penal, Gustavo Hornos, a la Casa Rosada no es para Macri menos embarazoso, máxime cuando en los listados de ingresos a ese edificio figura su autorización.

Tales son las últimas novedades sobre el naufragio del lawfare, aquella metodología que el gobierno de Cambiemos convirtió en política de Estado.

Aún así, ciertas patrullas perdidas del macrismo insisten con esa táctica. Tal es el caso de la diputada nacional Mariana Zuvic, quien acaba de estrenar en el programa «Ya somos grandes», de TN, una impactante escena.

Su arranque: «¿Por qué el gobernador Gildo Insfrán blindó Formosa? ¿Por qué Formosa se convirtió en la cárcel más grande del mundo? Tenemos que empezar a replantearnos algunas cosas. No podemos esperar que Insfrán reconozca lo que hace».

Todo para decir que ese gobernador es el artífice del contrabando de 23 mil kilos (sí, mencionó tal cifra) de cocaína proveniente de Paraguay, y que –según sus palabras exactas– fueron trasladados «en latas de pintura a bordo de barcazas por la Hidrovía, hasta el puerto de Buenos Aires para cargarlos en un buque y así cruzar el océano».

Lo dijo de corrido, sin que se le moviera un solo músculo del rostro.

Lo cierto es que el presunto «cártel de la Hidrovía» está ya hace tiempo bajo el radar de las denunciadoras seriales agrupadas en la Coalición Cívica.

Al respeto, fue memorable una comedia orwelliana ocurrida en el otoño de 2017: el viaje «secreto» al Paraguay de Elisa Carrió –la jefa política de Zuvic– para tomar el té con el mayor Alejandro Camino, un viejo carapintada que vive en Asunción. El propósito era enriquecer allí su pesquisa sobre el contrabando en la Hidrovía del río Paraná, una temática que –según ella – le quitaba el apetito.

A las 6 de la mañana del 17 de abril, Lilita abordó en el mayor de los sigilos un vuelo de Aerolíneas hacia el vecino país. La acompañaban sus habituales guardaespaldas y la actual diputada Mónica Frade.

La «misión» había causado gran alarma en el octavo piso del edificio de la AFI, donde tenía su despacho la subdirectora, Silvia Majdalani, dado que, al parecer, cierto funcionario del Poder Ejecutivo de entonces tenía –según se conjeturaba en la central de espías– posibles chanchullos en la zona.

Por lo pronto, en la AFI se manejaban datos de ese viaje antes, durante y después del mismo, tal como luego lo reconoció la propia Majdalani.

El resto es conocido: la vigilancia sobre Lilita en Paraguay estalló seis semanas después, incluso con una foto tomada a hurtadillas por los supuestos agentes durante su encuentro con el tal Camino en una confitería, y publicada el 24 de mayo por el diario Clarín.

Ella entonces se mostró muy contrariada con el jefe máximo de la AFI, Gustavo Arribas. Pero una semana después se desdijo con una razón de peso: «Arribas me explicó que en Paraguay me cuidó una persona cercana a él».

Sin embargo, el episodio tuvo ciertas consecuencias, ya que persuadió a Macri de que, para sus planes, Lilita era una mochila cargada de piedras.

Entonces convocó al entonces vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, y a Rodríguez Simón para confiarles una misión de suma delicadeza: contener a la líder de la Coalición Cívica ante sus habituales derrapes.

El posterior desplazamiento de Quintana de su cargo hizo que el pobre Pepín fuera el único acompañante terapéutico de la señora.

Ambos –sería injusto negarlo– emprendieron algunas epopeyas.

De aquella etapa sobrevive una simpática foto en la que ellos, junto a la inefable Zuvic, animan una sobremesa denostando a Daniel Angelici (un rival acérrimo del trío), al supremo Ricardo Lorenzetti (otro enemigo en común) y al juez Ariel Lijo (un magistrado que debía ser puesto en caja).

Era la época dorada de la «mesa judicial».

Pero la tutela de Rodríguez Simón sobre Lilita fue un deber no exento de mala sangre. Porque, semanas después, Carrió reveló con voz pastosa en la mesa de Mirtha Legrand: «Garavano no existe; la Justicia la manejan Angelici y los pepines». Una amiga.

Rodríguez Simón, sentado frente a la pantalla, montó en cólera. Y por un tiempo le retiró el saludo a Carrió. Hasta que por orden presidencial tuvo a bien reconsiderar tal actitud.

En cambio, con Zuvic siempre se llevó de maravillas

Ya se sabe que el presente de aquel hombre es más que incierto.

Pero Zuvic aún se encuentra en carrera, como un guerrero japonés que sigue peleando en la selva sin saber que su ejército ya perdió la guerra.

Tiempo Argentino