¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia y cariño, y por qué?

ZONA LITERARIA | EL TEXTO DE LA SEMANA

COMPILADO: 31 escritores argentinos responden la pregunta 24 del ‘En cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti.

Entre diciembre de 2018 y diciembre de 2020, treinta y un escritores argentinos fueron respondiendo las treinta y cinco preguntas que conforman el En cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti‘. Estas entrevistas-cuestionarios fueron difundiéndose en la Zona Literaria de El Ortiba. Con el formato de Compilados cada una de las preguntas y respuestas se publican periódicamente en el orden establecido por el entrevistador.


24: ¿QUÉ CALLE, QUÉ RECORRIDO DE CALLES, QUÉ PEQUEÑA ZONA TRANSITADA EN TU INFANCIA O EN TU ADOLESCENCIA RECORDÁS CON MAYOR NOSTALGIA Y CARIÑO, Y POR QUÉ?


RODOLFO A. ÁLVAREZ: No puedo. Es un secreto. Desde mi casa hasta el parque (final de la ciudad) que era un territorio poético y alucinatorio…

FERNANDO DELGADO: Las calles que transitaba desde mi casa hasta la puerta del club. Dos cuadras por M. Moreno hasta llegar a Lartigau y allí a media cuadra, nos esperaba el Club Juventud de Wilde. Me encontraba con mis amigos, jugaba a la pelota, había campeonatos, más adelante hubo pileta de natación, tuve muchas novias, alegrías, desengaños. También muy cerca de ahí, caminando media cuadra más por Lartigau y doblando para el lado de Capital, una cuadra y media, por avenida Mitre estaba el cine Pueyrredón y con mi amigo Rubén, “el pollero”, íbamos todos los viernes y mirábamos tres películas, las que dieran.

JOSÉ MUCHNIK: Como dijo Julián Centeya: “No vengo a hacerme la partida, digo nomás que soy de Boedo”.

“Señor caminante confíese a las calles… ellas sabrán llevarlo. […]
En silencio, así transcurrió este paseo… este contrapunto de Buenos Aires: casonas venidas a menos, enormes rascacielos, carritos de botellero, ochavas ciegas, edificios de medio pelo, restaurants de onda, bares, fondas, tenedores libres, niños en uniforme azul, niños de guardapolvo blanco, supermercados, shoppings, verdulerías de todo tamaño, cortinas oxidadas, se alquila o se vende, árboles orgullosos pese a todo, tres pizzas por siete pesos, choripán y gaseosa al paso, minifaldas con alevosía, algunas con premeditación, te quiero Boca, dale El Ciclón, Lore te amo-Riky, chorros vayan a afanarle a Gardel, palomas, tres paquetitos de maíz cincuenta centavos, mate con bizcochitos, mesas de truco… y colectivos muchas líneas de colectivos con sus colas de espera, sus bellos colores y largos recorridos. … En Rivadavia Bulnes se disculpó. Aquí cambio de nombre y de etiqueta, pueden subir a Boedo, calles diferentes mas la misma senda. Continuamos siempre en silencio, mi acompañante parecía cada vez más interesado. A la altura del pasaje San Ignacio le hizo señas a Boedo para que pare un poco… entró al bar de la esquina, se quedó flotando en el fondo del pasaje… volvió a subir… En Avenida Caseros nuevo cambio, esta vez sólo de nombre. Avenida Sáenz nos llevó por Pompeya hasta puente Alsina.
Acá se termina el camino de ida dijo, no transporto pasajeros en Provincia. Nos bajamos, me preguntó si lo acompañaba para subir al puente. Los puentes como labios son para unir dos márgenes, para sentir la soledad atravesarlos. Mejor andá solo. Esperé un buen rato, regresó con el aire cambiado. Para volver elegí vos la calle, tenías razón ellas saben llevarte. ¿Qué te parece Centenera? ¿Centenera… llega hasta aquí? Así es hermano algunas calles traen sus vueltas. ¿Estás seguro, es la misma que pasa por Caballito? La misma y diferente, las calles como los hombres, siempre los mismos… siempre diferentes. Nos paramos una vez más en el cruce con Tabaré, se quedó pensativo en la esquina… y luego fuimos volviendo, pues siempre se vuelve a algún lado, bajando y subiendo calles…” (extraído de “Como calles sin bordes” en “Guía poética de Buenos Aires”).

BIBI ALBERT: Palermo Viejo, Placita Serrano, Honduras, Charcas. Porque todo lo trascendente me pasó por esa zona que, casualmente, es la de mi infancia.

CLAUDIA SCHVARTZ: Nací en la calle Bacacay, detrás de las vías del Ferrocarril Sarmiento, en Flores. Un edificio no muy alto, y nosotros vivíamos en la planta baja. Arriba vivía doña Amanda, que era una morena hermosa. Había tenido varones y le encantaba una casa con tres nenas. Un jardín había en casa y en el fondo casuarinas y una hamaca de vaivén y el canto del ferrocarril.
Más arriba vivían los Calviño, con su hijo Jorgito, que salía apenas. Una pareja grande, sus padres se habían casado por decisión de los espíritus de sus ex cónyuges en la Escuela Científica Basilio. En la planta baja, adelante, vivían los Scarfó. Eran tres chicos de más o menos la misma edad nuestra. Jugábamos en la vereda, pero seguramente poco. Enfrente había un pequeño taller de un zapatero, siempre con mucha tarea. En la esquina, un antiguo almacén de los de a granel y en la vidriera una publicidad de Puloil o de jabón en polvo, ya entonces descolorida, verde clarito…; era un mensaje discriminador, pero el dibujante había puesto gracia inolvidable. En ese entonces por el barrio venía la panificación a caballo, y hasta recuerdo al lechero con su vaca y el ternero. Duró poco, pero pude ver ese carro lleno de tarros de metal esperando el regreso del lechero, el caballo girando la cabeza con sus orejeras y una especie de bolsa llena de algo para comer, para que no se distrajera de la ruta que conocía de memoria.
Pero los Scarfó, decía: el padre de los chicos era un hombre inmenso, con gran chambergo oscuro y un traje cruzado, a la usanza. Era el hermano menor de América, la novia de Severino Di Giovanni [1901-1931]. A la madre de los chicos no la recuerdo, solo sus gritos desde adentro de la casa. Jugábamos en la vereda de Bacacay todos los pibes. De los tres, sólo sobrevivió el mayor. Eran hermosos todos, muy inteligentes. No nos asustaba la fama anarquista, porque algo del tema también conocemos: tenemos pariente anarquista. Mi abuela Fanny Kulichevsky y Simón Radowitsky [1891-1956] eran primos.

JORGE CASTAÑEDA: Las calles de mi barrio de La Falda en Bahía Blanca, porque las transité de niño y aún recuerdo la de la primera casa que alquilaban mis padres: Belgrano 1138. La he visitado ya de grande y todavía está igual, pero entonces “uno comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”.

JORGE LUIS LÓPEZ AGUILAR: Los alrededores de Plaza de Mayo, el Café Tortoni. Lugares en los que fuimos jóvenes y amábamos.

LUISA PELUFFO: En la actualmente denominada Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la calle Peña, entre Larrea y Azcuénaga. Y Azcuénaga entre Peña y French, donde había una panadería con los alfajorcitos de maicena más ricos que he comido en toda mi vida, y la carbonería de Peña y French, a donde me mandaban a comprar leña chica para encender las dos chimeneas de mi casa.

RITA KRATSMAN: Esta pregunta la voy a responder con un poema sin título escrito hace años.

“hubiera podido cortar por esa otra calle
y no lo hice
preferí el camino más largo
para sentir de nuevo
los olores de un tiempo antiguo, no sé
algo, que hiciera la exultación del instante

me dije, caminaría hasta la casa de Isolina, la profesora de piano
y escuchar de refilón algunos ejercicios de Clementi:
desafío de saltos y compases

vería si las dalias

tiempo, entre un tiempo y el aire
que lleva todo a expandirse
por el desborde de una imagen
la lluvia con ritmo uniforme
sí que acompañaba
transformaba el atardecer en un capricho personal
la justificación, para unas líneas de escritura”

LAURA CALVO: La calle de mi casa en Laprida, San Martín 1126, mi pueblo natal. La casa, situada frente a la plaza de Salamone, tenía un banco en la vereda y en las noches de verano, cuando la gente salía a tomar fresco, se paraba a charlar. Allí estábamos todos: mis padres, mis abuelos, mis hermanos, mis primos…

ROGELIO RAMOS SIGNES: Añoro el camino desde mi casa hasta la escuela, en la ciudad de San Juan, con todas las alternativas de su recorrido: casas de mi barrio, un gran descampado, una calle de tierra profusamente arbolada, una avenida peligrosa corriendo a la par de un canal de riego y finalmente la escuela.

LUIS BENÍTEZ: No siento nostalgia por ningún sitio transitado por mí en esos períodos etáreos y, en general, la nostalgia no es un estado de ánimo que yo albergue. La nostalgia es el onanismo de la memoria.

LILIANA AGUILAR: La Avenida Central en ciudad de San Juan, en el sector que va desde la plaza 25 de Mayo hacia Tribunales. Me daba una gran sensación de libertad dentro de los límites urbanos.
En mi juventud, la calle Felipe Boero de barrio Los Naranjos, en la ciudad de Córdoba. A raíz de mi iniciativa para realizar una feria de artes y artesanías callejera, los vecinos entablamos una relación de amistad increíble. Veinte familias al unísono compartiendo cumpleaños, fiestas de fin de año, salidas de fin semana y vacaciones anuales. Sentíamos esa calle como el patio delantero de nuestra propia casa. Eran otras épocas, claro.
Después de aquella primera gran feria en la calle, años más tarde se sucedieron dos más pequeñas, a pedido expreso de los jóvenes que de niños habían podido disfrutar de las pintadas sobre el asfalto, orquesta sinfónica, teatro en la calle, artesanos en los jardines de nuestras casas. Durante mucho tiempo a la calle Felipe Boero se la conoció como “la calle pintada”.

GUILLERMO FERNÁNDEZ: La avenida Rivadavia, el Parque Rivadavia y los coleccionistas de estampillas, monedas, discos…, los domingos, en nuestra ciudad de Buenos Aires. Pero, sin duda, recorrer Siena, perderme en esa ciudad de la Toscana italiana es toparme conmigo mismo. Me ocurrió también en la ciudad de Ragusa, en Sicilia. Calles sinuosas que no terminan sino en la sombra que proyectamos en las paredes.

MÓNICA ANGELINO: En mi infancia, mis padres se mudaron tantas veces que son muchas las calles de nostalgia y cariño que atesoro. ¿Cómo nombrarlas a todas?

DAVID ANTONIO SORBILLE: El barrio de Villa Devoto donde pasé mi infancia; y el de Villa del Parque porque fue el de mi trabajo y el hogar de mis primeros años de matrimonio.

CARLOS NORBERTO CARBONE: Las calles de Lomas del Mirador, en San Justo, tomar el colectivo 49 para ir a la escuela, toda una aventura; ir hasta la avenida Provincias Unidas en bicicleta, a pesar de que mi mamá no me dejaba, otra gran aventura; jugar futbol en todos los potreros del suburbano con los muchachos más grandes, una aventura superior.

LEONOR MAUVECIN: El camino de montaña que lleva al Parque del Cristo Redentor en Ñu Porá. Camino y parque de altura que construyó mi padre y que he transitado innumerables veces a pie y a caballo. En ese camino y en esos senderos he jugado y soñado.

RUBÉN SACCHI: La cuadra de la calle Sitio de Montevideo, entre Luján y Deheza, de Lanús, donde me crié; el trayecto a través de la Plaza Villa Obrera hasta la escuela Nº 1, “Juan Bautista Alberdi”, donde cursé la primaria. Allí transcurría casi todo mi día, casi como que vivía en la calle. En la plaza eran los árboles para trepar, el pasto para jugar a la pelota, los juegos, dos manzanas de absoluta libertad, en fin, todo eso que ahora ya no queda.

HORACIO PÉREZ DEL CERRO: Las calles y las zonas aledañas o de la periferia de mi barrio de Flores. Por supuesto que te estoy hablando de hace sesenta años atrás, ahora lo desconozco, ya no es ese mi barrio. Y el porqué, se me ocurre por las vivencias primeras de sus arboledas, sus casas que databan de la época de la colonia prácticamente, cuando Flores era el lugar de veraneo de mucha gente que venía desde las zonas aledañas al puerto. Ojo, esto me lo refería mi abuela, de cuando había calles de tierra. Lo que yo conocí eran casonas que habían quedado de aquella época, y las calles ya estaban adoquinadas, con adoquín de piedra y de quebracho. Mis viejos nacieron y vivieron en Flores casi toda su vida. La casa de mis abuelos paternos estaba en la calle Bogotá 3145, que siendo pibe la pude conocer por dentro, cuando ya la familia la había vendido hacía varios años. Esa fue una experiencia inenarrable, que llevo muy prendida en el zurdo, porque a pesar de haberse convertido en un hotel, estaba muy poco modificada, de acuerdo al relato de mi padre. La casa de mis abuelos maternos estaba enfrente, así se conocieron mis viejos, esa casa ya no existía cuando conocí la otra.
En este barrio nacieron muchas o casi todas las facetas de mi personalidad: la política, con unos vecinos anarquistas, otros comunistas y otros peronistas. La escritura, el dibujo, no así la pintura, que fue más tardía en aparecer, lo mismo que la escultura en madera y el grabado xilográfico. Ahí contraje los primeros amores, y las primeras decepciones producto de mi introversión y timidez. También mis primeros ataques de asma y, como contradicción, mi adicción al tabaco. Este barrio me marcó para siempre, a pesar de haberme ido de mi casa a trotamundear a los veinte años.

MARÍA AMELIA DÍAZ: Las casas con jardines, las calles arboladas y con poco o ningún tráfico donde podía andar libremente en bicicleta en mi Ituzaingó, cuando todavía no era ciudad, y allí nomás la plaza de la infancia con sus juegos infantiles y la calesita, desde la cual todavía observo a mis padres levantando la mano para saludarme en cada vuelta.

CRISTINA MENDIRY: La costanera de Mar del Plata. Caminar mirando el mar, con viento, sol, frío, lluvia, un paseo repetido e impostergable en cualquier época y cualquier horario. Siempre mágico.

SANTIAGO SYLVESTER: Son muchas las calles a las que me gustaría volver, situadas en varias ciudades, y a las que quizás alguna vez vuelva. Pero hay unas a las que ya no será posible: las calles de una Salta que existió y que ha desaparecido. Aclaro que no es nostalgia, con su etimología peligrosa de regreso doloroso, sino más bien simple remembranza. De cuando el tamaño de la ciudad la hacía transitable a pie, y en poco más de media hora estábamos en el río; de cuando terminaba la ciudad y empezaba el campo, sin esa zona terrible que ha crecido en todas las ciudades, de viviendas precarias y carentes de todo. Y, en fin, de cuando tenía toda la vida por delante, que es seguramente la clave de cualquier remembranza. También digo, a cambio de eso, que Salta ha crecido bastante bien, me gusta caminar por la ciudad actual, llena de energía y variada, a tono con la época.

ROBERTO D. MALATESTA: Cuando caminaba tomando la mano de mis hijos pequeños, era en un barrio del cielo… Ya no sabría dónde quedan esas calles, aunque aún vivo en él.

GLORIA ARCUSCHIN: Las pequeñas barrancas con pasto prolijamente cortado que bordeaban la Avenida General Paz, esa línea divisoria entre la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Allí, a una cuadra, fue mi primer barrio, y papá y mamá llevaban mate y rodábamos las niñas por las pendientes. Papá daba clases de equilibrio sobre los troncos de una especie de cerca, donde también nos sentábamos a ver los autos pasar: avenida Francisco Beiró y la General Paz.
El paseo “al Centro” de nuestra Capital Federal (como antes se denominaba) desde la ciudad de Haedo, con recorrido por la avenida Corrientes (por entonces, “la calle que nunca duerme”, recordarás), viendo todas las vidrieras, toda la familia, con sus mejores galas.

RAFAEL FELIPE OTERIÑO: El corto tramo que va desde la calle 7 y 61 de La Plata, en donde estaba mi casa familiar, atravesando la Plaza Rocha hasta la diagonal 78 entre 5 y 6, donde vivía mi amigo Horacio Castillo. Tanto de ida como de vuelta, infinidad de veces transitamos ese recorrido para compartir una lectura, leer un poema recién escrito o confiarnos algún secreto —normalmente feliz— de nuestras vidas.

ALEJANDRO MÉNDEZ CASARIEGO: El recorrido, en mi segmento de infancia porteña, de mi casa al colegio. Calles Luis Maria Campos, Maure, Villanueva, Lacroze, 11 de Septiembre. Solíamos ir caminando al colegio, a unas diez cuadras de casa, y la, para mí, misteriosa antigüedad de ese barrio me fascinaba. En lo que llamábamos “la casa de los Blaquier”, me detenía a observar esos jardines semi abandonados, y me transportaban muy lejos las historias que imaginaba. Este recorrido tuvo mucho que ver con mi inclinación literaria. Todavía suelo ir, cada tanto, para reactivar algo de aquellas sensaciones.

LILIANA DÍAZ MINDURRY: El Largo do Boticário, en Río de Janeiro, descubierto en mi infancia y siempre inolvidable.

CARMEN IRIONDO: Con nostalgia recuerdo mi caminar diario hasta la calle Montevideo, adonde vivía mi mamá, desde lo de mi abuela a seis cuadras de distancia. Era muy niña y hacía ese recorrido sola por el consejo de un psiquiatra que decretó que era bueno para mi madre y mi abuela que esto sucediera… A pesar aquí de lo “insufrible” de esa tortura diaria, ya que mi madre estaba en un proceso difícil de adicciones, tengo cariño por esas fugaces ganas de verla.
Por el contrario, dejar Buenos Aires a los diecinueve años para irme a vivir al campo y criar allí a mis tres hijos fue lo mejor que hice en mi vida. Mi trayecto en ese lugar, como el de las ovejas, era un sendero que yo misma hacía con el cochecito de mi primer hijo. El amor por ese niño brotaba de los árboles, de los pájaros y de la tierra que cambiaba de color según la estación del año. Y de mi corazón agradecido.

LUCAS MARGARIT: La cuadra que me llevaba de la casa de fin de semana al club donde jugaba tenis. Una cuadra llena de eucaliptus, sin pavimentar, casi campo. Hoy ya no es eso.

CARLOS DARIEL: Cuando faltaba una semana para cumplir los nueve años de edad, mis padres y yo, dentro de la ciudad de Haedo, nos mudamos de barrio. Hasta ese entonces había transcurrido mi infancia en un barrio con muy pocos niños o niñas de mi edad. Más precisamente, mis amistades eran dos hermanas de una casa vecina a la mía y un niño vecino de esas hermanas. Digamos que, hasta entonces, la mentada escuela de la calle era para mí algo absolutamente desconocido. No nos alejábamos de esa cuadra que contenía a las tres casas y la mayor parte del tiempo ni siquiera nos alejábamos de nuestras veredas.
Pero al mudarnos ese contexto cambió por completo. En el nuevo barrio encontré una bandada de purretes de mi edad que rápidamente me integró como uno más del grupo. Poco a poco mi infancia fue asimilando las características del nuevo contexto social y geográfico. El grupo lo conformábamos unos diez a doce niños y juntos participábamos de distintos juegos propios de esa edad: escondidas, manchas, cachurra monta la burra, trepadas a árboles frutales de moras, nísperos y kinotos, campeonato de habilidades con trompo, yo-yo, competencias de payana, bolitas o figuritas y varios etcéteras más. A mitad de cuadra había un potrero baldío, y se convirtió para nosotros en un templo de encuentro permanente para jugar a la pelota casi todos los días. En una época transformamos esa canchita de fútbol en una pista de autitos de carrera y armamos un campeonato que duró todo un año, copiando el modelo y puntaje de la carrera de sport deportivo (era el furor del Trueno Naranja, ese prototipo de carreras Fast-Chevrolet, que conducía el piloto Carlos Pairetti). Años después, ya en nuestra temprana adolescencia, construimos en ese mismo baldío, entonces cubierto con vegetación silvestre, una cueva subterránea donde un grupo más pequeño, conformado por cuatro o cinco miembros, nos reuníamos para comer papas a las brasas y jugar a las cartas o simplemente conversar sobre variopintos temas de interés común. Tengo grabado a fuego en mi memoria un sinnúmero de vivencias compartidas, desafíos barriales de fútbol, expediciones en bicicletas y bailes en la calle. En épocas de carnavales nos disfrazábamos, nos subíamos a la caja de una camioneta de algún padre para ir de barrio en barrio imitando a las murgas y sus cantos.
En fin, no me quiero extender más, sólo decir que esas experiencias también formaron mi carácter, ayudaron a crear en mí una conciencia colectiva y un espíritu de solidaridad y confraternidad que jamás me abandonaron. Cómo no rememorar con enorme cariño y alegría una de las mejores etapas de mi vida.

Julio 2022