«Salvo la dictadura, nunca vi un gobierno que amargara tanto a la gente»

Para el psicoanalista y escritor Jorge Alemán, en Argentina asoma una crisis de legitimidad.

Foto: Sofía Genovese / ANCCOM

Para el psicoanalista y escritor Jorge Alemán, en Argentina asoma una crisis de legitimidad: advierte que el gobierno no logra trazar un rumbo claro, se agudizan las tensiones en la coalición gobernante y en la población se expanden la desilusión y la tristeza. Sin embargo, aclara, estas crisis abren distintos caminos, que no necesariamente desembocan en un proyecto transformador.

Residente desde 1976 en España, Alemán es una de las referencias intelectuales más destacadas de la izquierda contemporánea. Amigo y colaborador del fallecido intelectual Ernesto Laclau, reivindica el concepto de populismo y reconoce que dialoga con la ex presidenta Cristina Fernández, aunque desmiente que sea su gurú.

A pesar de la distancia, Alemán viaja cada dos o tres meses a la Argentina. En esta oportunidad visitó Rosario, donde recibió el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional de Rosario y participó durante toda la semana de una serie de actividades enmarcadas en el programa Origen 2 de la UNR. En medio de esa vorágine, mantuvo esta entrevista con La Capital.

— Hace poco usted planteó que están comenzando las señales de una crisis de legitimidad. ¿Cómo se manifiesta esa crisis?

—En primer lugar, en las distintas contradicciones que tienen los miembros del gobierno, en la manera en que muestran que no logran definir hacia dónde van las cosas, que todavía siguen apelando a la teoría de la pesada herencia, que se contradicen e incluso se imputan cosas graves. Además, empieza a haber en la población la sospecha de que este proyecto no va a modificarse ni va a mejorar, ni va a introducir nada que verdaderamente cambie el rumbo de algo que parece abocarse al desastre. Ahora bien, una crisis de legitimidad abre posibilidades diversas, y no necesariamente lleva a un proyecto transformador.

—Usted vive en España pero viaja permanentemente a la Argentina. ¿Cuál es el humor social que percibe en la calle?

—Lo que distingue mucho a la Argentina es que la vida política del país afecta en lo más personal de las vidas. Nunca había visto que un proceso político —dejemos de lado la dictadura— amargara a la gente en la manera que la está amargando este proyecto. Hay verdadera desilusión y decepción en aquellos que esperan algo, y tristeza en los que confirmaron lo siniestro, que era muy fácil de confirmar desde el comienzo.

—Más allá de la pérdida de apoyos que viene sufriendo desde diciembre, el gobierno conserva un núcleo duro de apoyos, y antes logró ganar dos elecciones. ¿Cuál es la subjetividad en la que se apoya el macrismo?

—El macrismo tiene una mezcla de evangelismo, autoayuda y lógica empresarial que ha irradiado con la idea de que el éxito es para los que se lo merecen. Que cada obstáculo es en realidad una nueva oportunidad de vivir, una nueva aventura. Que además los gobiernos populares son cosas antiguas, anacrónicas, y que ellos son modernos y están conectados con el mundo. Parecería perder cada vez mayor consistencia. Si hubiera que definir una cultura macrista tendríamos que decir que pretende volver a los seres humanos un capital humano.

— ¿Qué diferencias y semejanzas encuentra entre el macrismo y otras experiencias neoliberales de Argentina y América latina?

—El problema es que más allá de las intenciones que ellos tengan —supongamos que quisieran constituir una nueva derecha democrática— los procedimientos neoliberales llevan tarde o temprano al Estado de excepción. No el Estado de excepción clásico del golpe militar, sino lo que acaba de ocurrir: las Fuerzas Armadas implicadas ya en la seguridad interna, procesos de disciplinamiento y persecución por todas partes, personas acosadas judicialmente cuando aparece su disidencia. Más allá de su intención de parecer muy modernos o liberales, no lo son. Son una oligarquía depredadora que puede hacer uso de la fuerza en cualquier momento.

—Le consulto sobre su relación con la ex presidenta: el año pasado varios medios publicaron que usted era una especie de Durán Barba, un gurú de Cristina.

—Es ridículo eso. Basta conocerla un poco para entender que una persona de la talla, de la inteligencia política, de la sensibilidad que tiene Cristina no necesita de gurúes, ni de expertos. Es una persona súper atenta y más bien uno la escucha y aprende de ella.

—¿Pudo dialogar en este viaje con ella?

—No, no he podido. Sí en el viaje anterior, en abril.

—¿Qué le transmitió la ex presidenta de su visión del país?

—Te voy a decepcionar un poco, pero hablo con ella de cosas muy conceptuales, y de las cosas que ella está pensando del mundo, del destino de las democracias en el neoliberalismo, de los procesos políticos. Nuestra conversación, dado que hace 42 años que vivo en España, no versa sobre tal o cual político, o lo que va a hacer ella.

—¿Cómo entiende el populismo, una categoría de la que habitualmente se abusa para etiquetar procesos muy diferentes?

—La palabra populismo tiene un régimen de circulación horrible: designa algo que es siempre un exceso, o el uso de la retórica para engañar a la gente, la demagogia. Es una batalla cultural que de algún modo parece haber ganado el neoliberalismo, porque por ejemplo en Europa la izquierda y la derecha se acusan mutuamente de populistas. Otra cosa es el populismo —ahí tengo que mencionar a Ernesto Laclau, de orientación posmarxista—, que es el intento cuando ya no está presente —porque hay una gran transformación del capitalismo—, la idea de un sujeto, la clase trabajadora, destinado a hacer la revolución necesariamente, de organizar una voluntad popular con elementos heterogéneos: excluidos, inmigrantes, personas con trabajo precario. Eso es populismo: cuando ya no hay algo homogéneo, sino cuando ya hay fragmentos, diferencias, demandas muy distintas que se articulan en una voluntad popular a través de algún tipo de liderazgo, proyecto o principio articulador.

—¿Cómo se traduciría ese proyecto a la Argentina actual? ¿Qué componentes o vectores principales debería contener?

—No se ve ninguna posibilidad efectiva de construir un proyecto así. Lo que hay son condiciones para poder generar una experiencia así, en el sentido de que hay muchas corrientes militantes, muchas demandas insatisfechas, muchos sectores que todos los días se movilizan. No hay día que no haya una movilización, pero es sectorial. Ninguna práctica sectorial es intrínsecamente emancipatoria y populista. Eso ocurre cuando algo representa a todas las prácticas.

—¿Cuál es su visión del movimiento feminista y su vinculación con los proyectos emancipatorios?

—Apoyo integralmente todas las reivindicaciones feministas, es una gran oportunidad para transformar el ámbito de la política porque introduce elementos como el deseo, el amor, la diferencia sexual, que eran términos periféricos a la política y que ahora están en el centro. A la vez, creo que ninguna práctica en sí misma es intrínsecamente emancipatoria, y debe articularse con las luchas obreras, con las otras luchas sociales. Si no forma parte de la articulación de ese proyecto emancipatorio se puede transformar en un proyecto identitario, y yo no concibo lo emancipatorio en términos identitarios.

La Capital