Santos demonios

Por Luis Bruschtein

“Monseñor, aquí no tenemos tiempo para leer tantas cosas. No venga aquí con tantos papeles”, respondió en 1979 Juan Pablo II al obispo Oscar Arnulfo Romero, que había viajado al Vaticano a denunciar la masacre en El Salvador. La curia le había negado audiencia con el Papa. El obispo había madrugado para estar entre el público que llega los domingos al Vaticano para recibir el saludo papal. Le tomó la mano y le rogó que le diera una audiencia. “En Roma me trataron como si fuera un mendigo solicitando la audiencia” relató más tarde. Cuando entregó al Papa los documentos con testimonios de los crímenes de la dictadura, Juan Pablo II soltó la frase de que no tenía tiempo para leer. Un año después Romero fue asesinado por un comando paramilitar mientras daba misa en la Catedral. Casi 40 años más tarde, el pasado 14 de octubre, el Papa Francisco declaró santo al obispo salvadoreño y en la ceremonia utilizó el cinturón ensangrentado que llevaba el religioso cuando fue asesinado. Esta semana, el Vaticano anunció que el 27 de abril de 2019 el obispo argentino Enrique Angelelli, será confirmado oficialmente como beato, primer paso para declararlo santo de la Iglesia Católica.

La reivindicación de Romero y Angelelli, antes demonizados y ahora santificados, ubica a la Iglesia Católica en América Latina en un lugar diferente. Por un lado reconoce en el caso Angelelli, que fue asesinado por militares y no fallecido en un accidente, como lo quiso presentar la dictadura y la mayoría de los obispos. Y además revierte en su contra lo que los represores consideraban su sustento ideológico. El ex general Luciano Benjamin Menéndez y el ex comodoro Luis Estrella fueron condenados por este crimen y pasarán a la historia como los responsables del martirio de un santo. Un dato importante para represores y torturadores pasados y futuros.

Para entender la importancia de esta decisión del Vaticano, basta con el furioso editorial que le dedicó La Nación: “Angelelli de ninguna manera constituye el modelo de ejemplaridad cristiana que la Iglesia exige para iniciar un proceso de canonización” señaló el editorial. “Con una beatificación o la canonización –agregó– la Iglesia proclama la ejemplaridad cristiana de la vida de una persona y autoriza su culto. Nunca se debe proponer un modelo violento y sectario. Por esta razón, no encontramos acertadas las palabras del actual obispo de La Rioja, Marcelo Colombo, quien afirmó: ‘Es un reconocimiento a los testigos valientes del Reino de Dios’”.

El ex obispo castrense Antonio Baseotto difundió una carta en la que rechazó la beatificación de Angelelli y como si justificara su asesinato afirmó que “claramente, si hubiera sido muerto por los militares, no habría sido por su Fe, sino por su compromiso con las fuerzas de izquierda”. Baseotto fue removido como obispo castrense por Néstor Kirchner cuando el cura dijo que al ministro de Salud Ginés González García había “que atarle una piedra al cuello y echarlo al mar” en una patética metáfora del sistema de eliminación de secuestrados que se practicaba en la ESMA.

La importancia que han tomado en los últimos años las políticas de género frente la posición secular y retrógrada que mantiene la Iglesia en estos temas hizo que este movimiento que asume como ejemplares para el mundo cristiano las vidas de los obispos Romero y Angelelli, fuera más valorado (para repudiarlo) por los sectores conservadores que históricamente han controlado estas decisiones de gran peso simbólico en la Iglesia Católica. Son debates que van por cuerda separada, al igual que sucede con muchos de los curas villeros, que pueden coincidir en algunos temas y en otros no. Sería un error mezclarlos y darle la espalda a estos gestos que se incorporan a una tradición que ya desde hace muchos años sostienen los curas villeros y los de la opción por los pobres como parte de las luchas populares.

En ese contexto se produjo la masiva marcha de los gremios a Luján el 20 de octubre. La presencia de algunos obispos, de la Corriente Federal de Trabajadores y la CTA, en las que participan agrupaciones cercanas al kirchnerismo, de los gremios del moyanismo y de los grandes gremios de la industria como el SMATA, así como la mayoría de los intendentes peronistas del conurbano fue otra señal muy fuerte del rumbo más caudaloso que va tomando el reordenamiento de la oposición.

Durante parte de los gobiernos kirchneristas, el oficialismo, el moyanismo y el obispo Jorge Bergoglio discurrían por andariveles diferentes. De alguna manera, el acto de Luján implicó esa confluencia que tuvo un mensaje muy claro hacia la interna peronista y hacia el gobierno. La inmensa manifestación a Luján fue un acto esencialmente político, por su contenido y por su composición.

En su homilía, el arzobispo de Mercedes-Luján, Agustin Radrizzani apuntó a que “el futuro de la Nación no está únicamente en manos de los dirigentes: está fundamentalmente en manos de nuestro pueblo, en su capacidad de organizarse para lograr este proceso de auténtico cambio”. Y subrayó: “No nos dejemos robar el entusiasmo. No nos dejemos robar la esperanza. No nos dejemos robar la alegría permanente. No nos dejemos robar la comunidad”.

Los medios oficialistas mostraron al acto como un chantaje a la justicia por el pedido de prisión para Pablo Moyano. Puede ser una explicación que el acto hubiera sido convocado ante una medida judicial irregular de persecución política contra un gremialista como las que abundan en esta época. Pero en todo caso esa explicación daría cuenta de una aspecto parcial de la convocatoria. El consenso mostrado en el acto, junto con los intendentes del conurbano y los movimientos sociales tenía que expresarse en un gran acto contra la política económica y el Presupuesto exigido por el Fondo Monetario.

En las reglas de juego de la Iglesia, no podía haber un discurso confrontativo con el gobierno, pero la fecha próxima al debate del Presupuesto en el Congreso y al acuerdo con el FMI fueron el contexto que dio contenido, al igual que las declaraciones de dirigentes y manifestantes.

El otro hecho cercano fue el acto por el 17 de octubre que organizó en Tucumán otro sector del peronismo, con el massismo y algunos gobernadores, pero sin el kirchnerismo ni el moyanismo. La idea de dejar fuera al kirchnerismo o de aislarlo y limitar su posibilidad de alianzas se dejó traslucir en las declaraciones de algunos de sus participantes. El acto de Luján fue contundente porque demostró que la mayoría del peronismo discurre por ese carril.

Y el debate en el Congreso, mientras decenas de miles de trabajadores se manifestaban en la Plaza, algunos gobernadores peronistas le dieron 18 votos al oficialismo para aprobar el Presupuesto. Fue una demostración de que en la Argentina no existe federalismo y dejó a los mandatarios provinciales en una encrucijada. En la intensa negociación con el gobierno, algunos consiguieron que la Casa Rosada les hiciera algunas concesiones, como no retirar los subsidios al transporte, por ejemplo. De esa manera evitaron un impacto fuerte en la economía doméstica provincial, pero quedan como corresponsables del cataclismo que sacudirá sus economías con los fuertes ajustes que incluye el Presupuesto del año próximo.

Otro mito que se derrumba. El peronismo en la oposición resultó más amigable de lo que fue el antiperonismo supuestamente republicano cuando los peronistas fueron gobierno con el kirchnerismo. Durante todos los años posteriores a la caída de Perón en el 55, el peronismo fue el único obstáculo para que los gobiernos que le siguieran no destruyeran las conquistas sociales, la educación y la salud pública y el aparato estatal. Eso cambió. Hubo mucha gente en la calle, manifestaciones y actos, pero en el Congreso hubo dispersión.

El mecanismo de chantaje entre el ejecutivo nacional y los provinciales, que poco tiene que ver con la gobernabilidad, ha permitido que este gobierno, que tiene menos legisladores de los que tenían el anterior y sus aliados, haya conseguido, paradójicamente, que le aprueben más leyes con menos obstáculos. Y no son leyes secundarias o con poco impacto directo en cada ciudadano. Han dado sus votos al pago a los fondos buitres que disparó un endeudamiento astronómico, al saqueo de las jubilaciones y al ajuste dramático del Presupuesto.

Esa táctica de los gobernadores, que se alejan de su alineación política nacional y forman sus propios bloques después de llegar en una misma lista, tendrá un efecto en las alianzas futuras y en la elaboración de las listas de legisladores nacionales. Aunque parezcan más independientes, el mecanismo actual los hace más dependientes del poder central a cambio de migajas. La coherencia a nivel nacional los independiza más, aunque disminuya esa capacidad de negociar en los márgenes en forma individual. Un ejemplo es que con ese mecanismo pragmático o “negociador” habilitaron el endeudamiento que después llevó al ajuste salvaje que ahora castiga a todas las provincias.

Fue una semana donde se mostró en Luján un modelo de confluencia popular para una propuesta de poder y otro modelo en el debate por el presupuesto en el Congreso, de debilidad ante el poder económico y el mandato del Fondo. Entre esos dos caminos se empieza a definir la disputa del 2019.

27/10/18 P/12