Susan Sontag: el pensamiento desafiante
Por Adrián Ferrero*
Probablemente el punto más lúcido de la escritora estadounidense Susan Sontag haya sido que se formuló muchas preguntas. Esto, que puede parecer una obviedad, no lo es. Lo que parecía tan evidente lo problematizó al punto de escribir y ponerlo todo en cuestión, aún lo que aparentaba ser lo más cuestionador. Esto tuvo lugar no sólo a partir de artículos o ensayos, sino escribiendo libros de ficción dentro de los cuales esas mismas categorías impetuosamente insurreccionales aparecían traducidas en figuraciones que se salían por completo de los lugares comunes o los clichés pero daría un paso más allá. Al mismo tiempo construían representaciones del mundo desafiantes y renovadoras. Un libro como La enfermedad y sus metáforas (1977), sobre el cáncer y lateralmente sobre la tuberculosis para tomar como referente previo, precisamente indaga en las supersticiones y el pensamiento irracionalista en torno de las patologías. Como si el nombre de nombrarlas fuera sinónimo de contraerlas o invocarlas, entre muchos otros temas.
También hizo lo propio con el pensamiento cristalizado que es el que paraliza a una sociedad al punto de impedir que progrese en sus vertientes ideológicas y culturales en particular en torno de sus zonas que deberían ser más dinámicas. Para ello no dudó en acudir al pensamiento polémico.
Pero presumo (y creo no equivocarme) que Sontag, además de focalizarse en una serie de temas que le interesaban particularmente a ella (como la fotografía, las imágenes de la violencia, la enfermedad, por citar algunos casos) siempre les imprimió un sesgo de orden político en algún costado de sus argumentaciones o abordajes. Como si siempre pensara en esos términos cualquier mirada sobre el acontecimiento cultural. Como si no se tratara de un acontecimiento cultural por un lado y político por otro, sino uno que conjugaba ambas vertientes a la vez. Esta irrupción de la variable política en el seno de la cultura letrada, resulta altamente sugestiva al mismo tiempo que productiva. Y esa clase de pensamiento atento conjugar categorías para esclarecerá acontecimientos también forma parte de su costado más virulento de intelectual crítica. Atenta a repensar las relaciones entre ficción y política o entre ficción y ética (rasgo que resulta más grave para una sociedad que suele cometer crímenes políticos o incurrir en faltas a los DD.HH.) también es perceptible, como decía en abordajes de obras literarias. Para citar otro caso, su libro «de comienzos» titulado Contra la interpretación, ya marca un hito en el camino que proseguiría su pensamiento de modo indetenible y fue un best seller universitario.
A mi juicio destacando más como pensadora que como autora de ficciones (con algunas excepciones indudables, como su n novela El amante del volcán, de 1992, una verdadera obra maestra) Sontag siempre es aguda. Jamás desentona ni pierde un ápice de su perspicacia, de su avidez por conocerlo todo y tampoco se permite una clase de pensamiento que no sea esforzado. Nunca elige el camino más fácil sencillo. Apuesta a interrogar o bien la realidad o bien la literatura la obra de arte, o el acontecimiento cultural desde un punto de vista esencialmente complejo. Eso la pone siempre en una situación incómoda frente a la organización de los saberes tanto como a ciertos grupos retrógrados que ven en ella a una enemiga pero en cambio sí tiene como aliadas a otros (que son más bien una minoría pero que vieron en ella a una figura señera también como árbitro del gusto, como bien lo han señalado varios expertos en artículos, biografías y estudios).
Entre este afán de experimentación en el terreno de las ideas y por otro lado en el territorio de la ficción hay evidentemente vasos comunicantes, como ya lo indiqué. Pero se salen de los simplismos. Más bien son esclarecedores (por lo que siempre apuesta a argumentos contundentes) y esos argumentos ponen a los lectores en la situación de buscar ellos mismos las respuestas que Sontag invita a deducir pero no resuelve por ellos. Sontag no da respuestas sino plantea problemas. A ello me refiero también con que su pensamiento es siempre polémico. Sontag es siempre desafiante. Aún con sus lectores más devotos.
Y entre esta mujer de acción que intervenía en el orden de lo real sin ningún tipo de concesión arriesgando en ocasiones el pellejo y la mujer que en la seguridad de su estudio escribía rabiosamente o leía a Virginia Woolf y a Proust (como supo declararlo) no subyacen contradicciones. Hay una mirada que cierra por donde se la mire. Una mirada que ante todo es coherente, que da muestras manifiestas de un proyecto y es obstinada sin ser necia. En efecto, Sontag insiste en ciertas zonas de la experiencia intelectual para interrogar otras de la experiencia social. Y en este sendero entonces en el que la inteligencia formula inquisiciones a la ficción para traducirla en los resultados más experimentales y menos fáciles y la inteligencia que desde la ficción interpela a los saberes pero también a las prácticas sociales esos vasos comunicantes se ponen en correlación, evidenciando una capacidad de pensamiento y una potencia creativa verdaderamente portentosas.
Pienso que esta mujer por sobre todo lúcida que fue una luchadora y una contestataria, y una iconoclasta también fue una triunfadora en otros sentidos muy distintos (quizás pr los mismos atributos que acabo de mencionar) y fue una gran aventurera. De la vida. De la investigación creativa. Y de la búsqueda obstinada por recuperar el legado más culto y el patrimonio más rico de los que una persona letrada es capaz de captar y poner en conexión según sus singulares redes conceptuales y destrezas.
Y Susan Sontag no caben dudas lo logró. Un cáncer que regresaba contra el que dio batalla, finalmente terminó con su vida. Algo que brotó por dentro de su cuerpo, como lo habían hecho sus propias ideas. Pero esta vez bajo la forma de un vehículo destructivo. Pero ya había dejado lo mejor de su legado. Del que ahora podemos aprender a leer en ciertas claves: el arte como suceso de nuestro tiempo y bajo ciertos contexto que ella esclareció e historizó políticamente. Y de tiempos más remotos aún. En este y otros tantos sentidos fue una inteligencia excepcionalmente creativa y original, no únicamente aguda. Su figura deja no sólo un paradigma de intelectual en sentido amplio, sino, en un sentido más acotado, una obra deslumbrante.
Marzo 2019
* Adrián Ferrero nació en La Plata en 1970. Es escritor, crítico literario, periodista cultural y Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Publicó libros de narrativa, poesía, entrevistas e investigación.
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